Capítulo 20
—SIMPLEZAS ideológicas las que hacen la verdadera y sucia guerra —dijo van Rijn—, pero ahora dejo de un lado la ideología y podemos de una manera sensible y amistosa plantear algunos de los problemas de cada uno de nosotros, ¿no es así?
No había explicado naturalmente algunas de sus hipótesis con todo detalle. Los filósofos lannacha tenían una idea vaga de la evolución, pero eran débiles en astronomía; la ciencia drako estaba casi en la reserva. Van Rijn se había contentado a sí mismo con las simples y repetidas palabras, sorteando lo que debía ser la real y verdadera explicación de las diferencias reproductivas conocidas.
Se frotaba las manos y se mantuvo durante un momento en silencio.
—¡Así es! Yo no he manifestado todo esto con toda dulzura. Pero no puedo explicarlo por que necesitaría mucho tiempo. Durante los tiempos venideros, pensad en los otros y en sus defectos. Os reís de una manera sucia los unos de los otros. Contáis historias desagradables. (Conozco algunas que pueden ser adaptables a vosotros), pero sabéis cuando menos que sois de la misma raza. Cualquiera de vosotros ha podido ser un miembro sólido de la otra nación, ¿no es así? Tal vez vengan otros tiempos, y empecéis a tener que intercambiar algunos de vuestros aspectos de vida. ¿Por qué no lo experimentáis un poco eh? No, no veo que no podéis asimilar aún esta idea, ya no diré más.
Cruzó sus brazos y esperó, lleno de rabia, de cansancio y mostrando la fatiga de las semanas. Durante un momento y bajo un sol rojo y el viento del mar, la gran cantidad de soldados alados y de capitanes mostraron en sus rostros el eco que había producido en ellos estas palabras.
Delp al final dijo, tan bajo que apenas se podía oír y que no rompió realmente el imperturbable silencio:
—Sí. Esto tiene sentido. Lo creo.
Tras otro minuto inclinando su cabeza hacia la rígida piedra que en aquellos momentos era el rostro de T’heonax dijo:
—Mi señor, esto cambia la situación. Creo. No es tanto como esperábamos, pero es mejor que lo que teníamos. Creo que podemos parlamentar: Ellos tendrán toda la Tierra y nosotros tendremos el mar de Achan. Ahora que yo sé que ellos no son… demonios… animales, bueno, las normales garantías, juramentos y cambio de rehenes, y otras cosas por el estilo, creo que deberíamos cerrar el tratado firmemente de una vez.
Tolk había estado susurrando en el oído de Trolwen. El comandante lannach asintió.
—Esto es también lo que yo pienso —dijo.
—Podemos persuadir al Consejo y a los Clanes, jefe de los flock —susurró Tolk.
—Heraldo, si nosotros llegamos a una paz honorable, el Consejo votará a nuestros fantasmas después de que muramos.
La mirada de Tolk se volvió hacia T’heonax, que permanecía inmóvil entre sus cortesanos.
T’heonax se levantó. Sus alas batieron el aire, levantando ruidos como el de un hacha atravesando un hueso. De pronto exclamó:
—¡No! Ya he oído bastante. Esta farsa tiene que acabar.
Trolwen y la escolta lannacha no necesitaron intérprete. Asieron con fuerza las armas y se pusieron en un círculo defensivo. Sus mejillas se apretaron con fuerza automáticamente.
—Mi señor —se erigió Delp.
—¡Detente! —gritó T’heonax—, ya has hablado demasiado —Su cabeza se movió de un lado a otro—. Capitanes de los Fleet, ya habéis oído cómo Delp hyr Orikan aboga por la paz con las criaturas más bajas de las bestias. Recordadlo.
—Pero mi señor —Un viejo oficial se levantó, con las manos en señal de protesta—. Mi señor almirante, ya nos lo han mostrado, ellos no son bestias… no es más que son diferentes…
—Teniendo en cuenta que el terrestre no dice la verdad, lo que es seguro a ciencia cierta, ¿qué hay pues de todo ello? —T’heonax miró a van Rijn—. solo hace empeorar las cosas. Las bestias no pueden ayudarse entre ellas. Estos lannacha son sucios. ¿Y queréis dejarles vivir? Podríais… podríais comerciar con ellos… entrar en las ciudades… dejad que vuestros jóvenes sean seducidos por ellos… no.
Los capitanes se miraron los unos a los otros. Fue como un murmullo audible. Solo Delp parecía tener el coraje de hablar de nuevo.
—Yo pido humildemente al almirante que piense que no tenemos una verdadera elección. Si luchamos con ellos hasta el final puede ser nuestro verdadero final también.
—Ridículo, eso es ridículo —gritó T’heonax—. O bien ellos te han asustado o bien te han sobornado.
Tolk había estado traduciendo sotto voce. Ahora cansado ya, Wace oyó la respuesta del comandante a su heraldo.
—Si él torna esta actitud, un tratado no se podría llevar a cabo. Si lo hiciera, él sacrificaría sus rehenes para nosotros, no hay que hablar de los nuestros para con él; solo para vernos envueltos otra, vez en una guerra. Volvamos antes de que yo mismo viole la tregua.
«Y allí —pensó Wace—, es el final del mundo. Yo moriré bajo una lluvia de piedras, y Sandra morirá en la tierra glaciar. Bueno… nosotros lo quisimos».
El almirante no podía dejar marchar esta embajada.
Delp estaba mirando alrededor uno a uno, todos los rostros.
—Capitanes de los Fleet —gritó—, yo pido vuestra opinión. Yo os imploro que persuadáis a mi señor almirante… para que…
—La próxima palabra traicionera que sea dicha por cualquiera le costará las alas —gritó T’heonax—. ¿O es que ponéis en entredicho mi autoridad?
«Naturalmente —pensó Wace—, T’heonax iba a salirse con la suya; ninguno en esta sociedad os haría negar su absoluto poder, ni siquiera Delp. Podrían no estar de acuerdo con él, pero los capitanes obedecerían».
El silencio se hizo mayor.
Nicholas van Rijn lo rompió de pronto con un gran grito. El total de las gentes que había allí, miraron. T’heonax saltó hacia atrás. Durante un momento fue como el batido de un ala.
—¿Qué fue eso? —gritó.
—¿Estás sordo? —respondió van Rijn—, yo dije… —repitió con un trémolo.
—¿Qué quiere decir?
—Es un término terrestre —dijo van Rijn—, déjeme ver… bueno, quiere decir que eres un… —el resto fue la obscenidad más grande que se pueda imaginar y que Wace hubiese oído en su vida.
Los capitanes miraron, algunos cogieron sus armas. Los guardias drako sobre la cubierta superior cogieron los arcos y las flechas.
—¡Matadle! —gritó T’heonax.
—No —La voz de van Rijn estalló en sus oídos. El estridente volumen de la misma les paralizó—. Yo soy un embajador, ¡por todos los demonios! Herid a un embajador y el Lodestar os hundirá a todos en los mares hirvientes.
Esto les detuvo. T’heonax no repitió su orden; los guardias se retiraron hacia atrás; los oficiales permanecieron quietos, sustraídos por estas palabras.
—Tengo algo que deciros —continuó van Rijn duplicando el volumen de su voz—. Hablo para todos los Fleet, y pido que os preguntéis a vosotros mismos, por qué este ser es tan estúpido. Él hace que os mantengáis en una guerra donde ambos bandos perdéis; hace que arriesguéis vuestras vidas, vuestras esposas y vuestros hijos, y tal vez la sobrevivencia de vuestro propio Fleet. ¿Por qué? Porque él tiene miedo. Sabe que dentro de unos pocos años con mi llegada aquí junto a los draconnay y comerciando conmigo en mi compañía a precios verdaderamente fantásticos por lo bajo, las cosas comenzarán a cambiar. Haréis mejor en pensar por vosotros mismos. Probad la libertad. Poco a poco su poder se desprende de él. Y él es demasiado, cobarde para vivir por sí mismo. Y si no, mirad. Tiene que tener guardias y esclavos y a todos vosotros para mandaros, para probarse a si mismo que él no es simplemente un pequeño y estúpido y sucio, un verdadero Líder. Antes arruinará a todos los Fleet incluso morirá a sí mismo que perderá el rango que se ha forjado.
T’heonax dijo conmovido:
—Salid de mi embarcación antes de que olvide que esto es un armisticio.
—Oh, ya me voy, ya me voy —dijo van Rijn. Avanzó hacia el almirante. Su amenaza reverberó en toda la embarcación—. Vuelvo y haré la guerra de nuevo si insistes. Pero solo tengo una pequeña pregunta que hacer antes. —Se detuvo ante la presencia real y señaló hacía la nariz del príncipe con su peludo dedo índice—. ¿Por qué tienes tanto odio a la vida de los lannacha? Si tanto odio les tienes, ¿por qué no pruebas a quitársela tú mismo?
Volvió su espalda y se inclinó.
Wace no vio lo que ocurrió. Había guardias y capitanes entre ellos, oyó un ruido, un ruido que procedía de van Rijn y entonces hubo un murmullo de alas ante él.
Entonces él se entremezcló entre los cuerpos, una cola le golpeó. Apenas lo sintió, su puño saltó, solamente para golpear a uno de les guerreros y para que le dejase el camino expedito y poder ver.
Nicholas van Rijn estaba con ambas manos en el aire mientras un grupo de guerreros le amenazaba.
—El almirante me ha apresado —gritaba—, estoy aquí como embajador, y estos cerdos me han apresado. ¿Qué clase de relaciones son estas entre varias naciones, cuando las cabezas de estado apresan a los embajadores extranjeros? ¿Es que acaso un presidente terrestre apresa a los diplomáticos? Esto es incivilización.
T’heonax se tiró hacia atrás, escupiendo y limpiándose la sangre que corría por sus mejillas.
—Sal —chillaba con voz estrangulada—. Vete de aquí inmediatamente.
Van Rijn asintió:
—Vamos amigos —dijo—, encontraremos otros lugares donde tengan mejores modales.
—Freeman… Freeman, dónde le… —se acercaba diciendo Wace.
—No importa dónde —dijo van Rijn de mal humor. Trolwen y Tolk se unieron a ellos. La escolta lannacha caminaba a un paso detrás. Llevaban un paso apresurado a través de la cubierta, separándose de la confusión de los draconnay bajo el muro del castillete.
—Podías haberlo supuesto —decía Wace. Se sentía fatigado, agotado por todas las cosas excepto por la debilidad y la rabia de la locura increíble de su jefe—, esta raza es carnívora. ¿Es que acaso no les ha visto cómo se atropellan los unos a los otros cuando se encolerizan? ¡Es… un reflejo… tenía que haberlo sabido!
—Bueno —dijo van Rijn con tono más virtuoso, cogiéndose sus manos para calmar su injuria—, no tenían por qué haberme apresado. Yo no soy responsable por su falta de control o las consecuencias que se derivan de ello.
—Pero nos podían haber matado a todos.
Van Rijn no se preocupó en discutir esta situación.
Delp se unió a ellos en la barandilla de la cubierta.
—Siento mucho que esto tenga que terminar así —dijo—, podíamos haber sido amigos.
—Tal vez no termine tan pronto como parece —dijo van Rijn.
—¿Qué quiere decir?
Ojos cansados le miraron sin esperanza.
—Tal vez usted vea las cosas más rápidamente, Delp…
Van Rijn tendió una mano paternal sobre la espalda del drako.
—Usted es un buen elemento. Yo podría servirme de uno como usted, como un agente para algunos asuntos en estos territorios, en asuntos de comisiones, naturalmente. Pero por ahora, recuerde que usted es uno que todos ellos respetan y quieren. Si algo le ocurriera al almirante, habría pánico e incertidumbre, pero ellos se volverías hacia usted, para pedirle consejo. Si entonces obraran rápidamente, usted mismo podría ser el almirante. Entonces tal vez hiciésemos negocios, ¿no le parece?
Dejó a Delp mirándole ensimismado y se volvió rápidamente hacia la canoa.
—Ahora muchachos —dijo—, remad con todas vuestras fuerzas.
Estaban casi ya en su embarcación cuando Wace vio alas que cubrían la embarcación real, entonces exclamó: —¿Acaso el ataque… acaso ha comenzado ya?
Por su parte se temió que su voz hubiese reflejado un aspecto algo estúpido.
—Bueno me alegro de no estar tan cerca de ellos como hace unos minutos —Van Rijn permaneció de pie tal como había hecho durante todo el viaje, asintió complaciente—, pero pienso que esto no es la guerra. Solo creo que ellos están revolucionados. Pronto Delp conseguirá hacerse con ellos y calmarles.
—¿Pero… Delp?
Van Rijn hizo una mueca.
—Si las proteínas diomedanas son mortíferas para nosotros —dijo—, las nuestras no serán muy buenas para ellos, ¿no es así?, y nuestro antiguo amigo T’heonax tomó una buena bocanada de la mía. Todo esto les mostrará que los temperamentos alocados no conducen a nada concreto. Mejor será que sigas mi ejemplo. Cuando se me ataca, vuelvo la otra mejilla. Es un buen chiste, ¿no?