Capítulo 17
ÉL ASIÓ su arma con fuerza. A su alrededor los cuerpos alados gritaban, se movían y avanzaban en todas direcciones con rapidez.
Estos eran principalmente tropas de la guarnición de Mannenach; cada uno de los barcos de hielo llevaba un número bastante elevado de guerreros, a los cuales, se les había enseñado los conocimientos más elementales de la lucha de tierra. Y durante todo el viaje hacia el sur hasta llegar al encuentro de los Fleet, van Rijn y los capitanes de Lannascha, les habían exhortado:
—Nunca, en ningún momento, os mezcléis con las fuerzas aéreas. Permaneced sobre la cubierta cuando nosotros abordemos una embarcación. El éxito de nuestro plan consiste en la cantidad de embarcaciones que podamos atrapar o destruir. Trolwen y sus escuadrones del aire irán por encima de nosotros para ayudaros.
Estas ideas no entraban perfectamente bien en la cabeza de todos los diomedanos.
Wace no estaba completamente seguro de si este plan no moriría al cabo de una hora de haberlo dicho, dejándole a él y a van Rijn solos sobre la cubierta mientras los guerreros se lanzaban sin una dirección determinada hacia una batalla en el cielo. Pero no tenía otra elección más que confiar en ellos por el momento.
De pronto echó a correr. El ruido que hacían sus seguidores le destrozaba su cerebro como si fuese el vacío de unos tambores. Alas se movían delante de él, instintivamente las líneas desentrenadas del Drako estaban abriéndose en dos líneas.
A través de las eras geológicas la única cosa buena que podía hacer un diomedano había sido coger por arriba a un atacante. Wace irrumpió en el lugar donde ellos habían estado.
Los navegantes enemigos se decidieron ante estos curiosos adversarios que no volaban. Un lannacha se olvidó de su deber, quiso volar pero de pronto se vio golpeado por tres cuerpos enemigos. Cayó como un guiñapo en el mar; Los draconnay se lanzaron hacia abajo.
De pronto, se acercaban a una velocidad endemoniada hacia ellos. Las tropas ocasionales de tierra de los lannacha, habían cogido sus corazas fabricadas por ellos mismos y que conservaban de la última retirada y rápidamente se transformaron en tortugas artificiales. El resto esperó el asalto aéreo. Y los arqueros se aprestaron.
Wace oyó el siniestro silbido que se levantaba tras él, y vio a cincuenta draconnay.
Después, un dragón pasó cerca de su rostro, llevando consigo un cuchillo. Wace paró el golpe sobre la coraza. Este golpe cayó sobre su brazo izquierdo magullándole los músculos. Él lanzó al mismo tiempo un patadón que atrapó de lleno el duro vientre del enemigo y vio como este perdía el equilibrio. Su tomahawk se levantó y cayó con todas sus fuerzas sobre él, oyéndose un sonido terrible. El diomedano cayó como si estuviese asaltado por una enfermedad epiléptica a consecuencia de su ala rota que le había producido el golpe.
Wace se apresuró. El draconnay estaba esperando disparar su arco. El objeto era capturar la artillería de la embarcación. Alguien desde arriba debía haber visto lo que intentaba.
Desde una parte a otra de la embarcación se podía ver a los guerreros con flechas de los lannacha; pero de pronto una línea bien organizada de la masa de los draconnay se acercaba a un gran velocidad hacia la cubierta y cuando llegó a ella, les plantó ante la batería principal de los arrojadores de llamas y de los balistas.
—¡Así! —murmuró van Rijn—. De todos modos, estos hacen cosas que no están mal del todo. Pero ahora veremos.
De pronto él se acercó con un trote un tanto elefantino, llevando consigo su hacha por encima de la cabeza; un trozo de piedra desprendida de algún hacha le golpeó en el abdomen, una flecha pasó rozándole la mejilla, y algunos dardos rebotaban sobre su doble coraza. Se acercó de un salto hacia dos guardas alados para darles ánimos y al mismo tiempo golpeaba con su hacha al aire como si viese enemigos imaginarios. En aquel momento se encontró entre los defensores.
—¡Je maintien drai! —gritaba, y acercaba su cabeza hacia el más próximo de los draconnay—. Que Dios envíe la razón —gritó dando un golpe con su hacha a uno que se acercaba a él—. ¡From, From, Kristmenn, Krossmjnn, Kongsmenn! —seguía gritando y desafiando a tres guerreros que se acercaban a él—. Heinekeri’s Bier —decía volviéndose a pelear hacia una sombra alada que se le acercaba por detrás, cogiéndola por el cuello.
Wace y el lannacha se acercaron a él. Hubo un intervalo de lucha, y un ruido de huesos rotos, de alas y de colas. Los draconnay irrumpieron allí. Van Rijn se acercó hacia un arrojador de llamas y fue a ponerlo en movimiento.
—Apuntad hacia allí —gritaba—, veamos si podemos barrerlos a todos, cabezas infectas.
Uno de los lannacha se acercó al arma que estaba hecha de cerámica, apretó con fuerza el botón de madera de ignición, y arrojó aceite hirviendo. Abajo, sobre la cubierta, inferior, los balistas empezaban a zumbar, las catapultas cantaban su canción de guerra, y los arrojadores de llamas no cesaban un momento. Una parte de los hombres que estaban en el barco de hielo se reunieron junto a una de las máquinas de madera, y arrojaban dardos a los últimos de los atacantes drako.
Una hembra corrió hacia la parte superior de la embarcación:
—¡Es a nuestros maridos a quienes están matando! —chillaba—. ¡Destruidlos!
Van Rijn saltó de la cubierta superior, y cayó a unos tres metros. Había enemigos que se aprestaba a atacarle. Gritando, moviendo sus brazos se acercó hacia los seres monstruosos:
—¡Retroceded! —gritaba en su propio lenguaje—. ¡Id hacia atrás! Si, es lo creéis y vosotros. ¿Es que queréis dejar a vuestros niños sin protección? Yo me como a los jóvenes draconnay.
Abandonó aquel lugar y retrocedió hacia un sitio donde se pudiera proteger. Wace dejó un hueco. Su cuerpo estaba inundado de sudor. No había estado en mucho peligro. Tal vez, en teoría, una hembra podía llegar a ser descuartizada ante los ojos de sus retoños, pero ¿quién podría llegar a esto? En todo caso, Eric Wace, no.
Era mejor abandonar y dedicarse a la contienda como un caballero. De pronto, se dio cuenta de que la embarcación era suya. El humo era aún muy denso en el aire para que él pudiera ver bien, ¿cómo iba por los otros sitios? Aquí y allá, a través de una brecha, aparecía alguna visión: Una embarcación estaba en llamas, abandonada; un bajel de hielo, destruido, sin mástiles, lleno de flechas que habían caído sobre él, iba a la deriva; otro barco lannacha que yacía junto a otra embarcación, y otro más abordando a uno que aún llevaba sobre el guerreros. Wace no tenía idea de cómo podía ir la lucha sobre el mar, cuantas pequeñas embarcaciones de hielo se habían destruido o cuántos guerreros habían desertado, o bien, atrapados por el ataque instantáneo de los draconnay, dejando inservibles las embarcaciones y algunos enemigos.
«Estaba perfectamente claro —pensó van Rijn—, se lo había dicho con bastante claridad a Trolwen en el Consejo, que la más pequeña, la peor equipada, virtualmente desentrenada navegación lannacha, no tendría oportunidad de vencer a los Fleet. La fase crucial de esta batalla no iba a reducirse a piedras o llamas».
Miró hacia arriba. Allá a lo lejos, donde su mirada no podía alcanzar, el cielo aparentaba increíblemente tranquilo. Las formaciones de guerra balanceándose de un lado al otro, estaban tan lejos de él que parecían como si fuesen dardos muriéndose. Solo al cabo de unos minutos su ojo inexperto se dio cuenta de la verdadera situación.
Teniendo a la mayor de su faena en las embarcaciones, Trolwen era ridículamente inferior en número en el aire tan pronto como llegase Delp.
Por otra parte, los elementos de Delp habían estado volando durante horas paro llegar aquí; no tenía comparación individualmente lo bien descansados que estaban los lannacha.
Dándose cuenta de esto cada uno de los miembros de las divisiones, tenía su ventaja particular; Delp ordenaba masas impenetrables de hombres que iban a la carga; Trolwen usaba escuadrones más pequeños que se movían en la lucha, golpeaban con toda su fuerza y volvían hacia los barcos. Los lannacha retrocedían al mismo tiempo, excepto cuando Delp intentó enviar un gran número de guerreros para relevar en las embarcaciones. Entonces, la fuerza completa soberbiamente integrada en el aire a la disposición de Trolwen iría a irrumpir contra esta fuerza del enemigo. Esto se dispersaría cuando Delp trajese los refuerzos, pero ya habrán logrado su propósito: Romper la formación y no permitir los libres movimientos en el mar.
Así continuaron las cosas durante algún tiempo ilimitado bajo el sol del Alto Verano. Wace se perdió a sí mismo contemplando la terrible belleza de la muerte alada y disciplinada. La voz de van Rijn le volvió a la realidad hacia la desgraciada falta de alas de los humanos.
—¡Despierta, tal vez estés soñando, tal como permaneces ahí con la boca abierta y respirando con ansiedad! ¡Rayos y Lucifer! Si queremos continuar conservando esta embarcación, tenemos que hacer algo con ella, ¡por todos los demonios! Tú diriges la batería aquí y yo voy a decir a aquellos hombres lo que deben hacer. ¡Así! —Dio una voz que más bien recordaba el sonido de una locomotora por la profundidad y por el ruido que produjo.
Habían conseguido liberarse de todos los atentados para volver a capturar la embarcación y hasta que los tripulantes arrojados de ella fueron a reunirse con las legiones de Delp. Ahora, de pronto, van Rijn tomó la embarcación y se acercó y la puso en movimiento. Iba acercándose despacio por encima de las aguas humeantes hasta llegar a una embarcación drako que estaba ante él. Entonces, como si hubiese sido un movimiento espontáneo, las flechas formaban una cortina, y la tripulación tenía un aspecto tanto en un bando como en el otro, como de hallarse en un mal momento.
Wace continuó en su sitio en la parte superior de cubierta, dirigiendo el fuego de sus armas. Piedras, peleas, bombas, aceite, todo se arrojaba en una extensión de unos cuantos metros como si fuese una avalancha total. En un momento determinado, organizó una brigada especial para apagar el fuego que había lanzado el enemigo. Más tarde vio a uno de sus nuevas catapultas aplastada por una piedra de dos toneladas, y forzó a los sobrevivientes a levantar esta piedra y arrojarla al mar y volver a la lucha. Vio como en ciertos momentos la tripulación adquiría un aspecto extraño, como si estuviesen completamente borrachos y los cuerpos entrechocaban unos contra otros sobre los dos bajeles detrás de cada uno de los golpes terribles que se lanzaban. Y al mismo tiempo y con todo el furor de la lucha se preguntaba en un rinconcito de su cerebro por qué la lucha no tenía más sentido, en ningún lugar del universo, que estar siempre luchando los unos contra los otros.
Van Rijn no tenía la calidad de tripulación que necesitaba para ganar aquella batalla como un Nelson neolítico. Ni tampoco su especialidad le permitía intentar un abordaje contra otra embarcación; era solamente toda su pequeña fuerza lo que le permitía su pequeña fuerza de guerra, era atacar a este hombre y luchar contra este otro. Pero, sin embargo, se mantenía con firmeza allí, conteniendo a los hombres de la tripulación en la guerra en que se estaban empeñando, yendo de una parte a otra para mantener en la más completa agotamiento a los remeros lannacha. Y su embarcación iba de una parte a otra a través de la tormenta de fuego, un tormenta de cuerpos vivientes, hasta que estuvo casi sobre el bajel del enemigo. Los cuerpos se alzaron al aire entre los draconnay, sus guerreros se lanzaron con todas sus fuerzas e irrumpieron desde sus lugares para desgajar la formación de los Fleet.
Van Rijn les dejó hacer, mirando a su alrededor los mástiles y las cuerdas que se extendían a algunos kilómetros a su alrededor. De pronto se acercó hacia la escotilla más próxima, bajó a través de la cubierta de popa, y así llegó a la cubierta principal. Se frotó las manos y dijo:
—Ajá, les dimos una pequeña paliza, ¿no es así? ¡No volverán a acercarse a ninguno de nuestros botes muy pronto!
—No comprendo, Canciller —dijo Angrek con un inmenso respeto—, tenemos una tripulación más pequeña y con menos inteligencia. Tenía que haberse acercado allí o, al menos, acercarse a nosotros. ¡Podría habernos barrido si nosotros no hubiésemos abandonado el barco!
—Ah —dijo van Rijn. Extendió su dedo que recordaba una salchicha—, pero ves, jovencito él se está llevando a las mujeres y a los niños al mismo tiempo que muchos útiles que nos pueden ser de gran valor y otros bienes. Su familia completa, está en la embarcación. No se atreve a arriesgar su destrucción; podríamos quemarles fácilmente, sin remisión, en el caso de que no podamos capturarles. ¡Ja! Será una mañana de mucho placer para todos los que estén en el infierno cuando llegue allí Nicholas van Rijn, ¡vive Dios!
—Las hembras… —Los ojos de Angrek se elevaron hacia la parte superior de la cubierta. Sus ojos mostraron un brillo extraño—. Después de todo —murmuró—, no es como si fuesen nuestras hembras…
Una gran parte de Lannascha se dirigía en aquella dirección, al parecer con una intención determinada, pero sus alas estaban desplegadas rígidamente y sus colas abiertas. Era una cosa muy sabida que la mayor parte de los guerreros más recientes estaban en este grupo, más que en otras clases.
Wace llegó corriendo hacia el borde de la cubierta superior. Se inclinó por la barandilla, puso sus manos a modo de bocina en su boca y gritó:
—¡Freeman van Rijn! ¡Mire hacia aquella parte, hacia arriba!
—De acuerdo.
El mercader puso su mano sobre la frente para mirar, cerró un poco los ojos, pestañeó, respiró con fuerza y luego hizo un sonido a modo de ronquido con su nariz. Uno por uno, los lannacha descansaban sobre las cubiertas sangrientas elevando su mirada hacia el cielo. Y una rigidez se manifestó en ellos. Allá arriba, la batalla estaba terminando.
Delp había finalizado la reunión de todas sus fuerzas en una masa única pero irresistible y les había llevado hacia abajo a todos al mismos tiempo hacia el nivel del mar. Allí se reunieron con la tripulación de las embarcaciones que estaban en batalla, embarcación por embarcación, una tras otra. Un partido de lannachas que había sido tan de repente y hasta tal punto inferior en número, no tenía elección para poder volar y abandonar su barco de hielo, y fueron hacia Trolwen.
Los draconnay hicieron solamente un intento por volver a capturar la embarcación que estaba completamente en posesión de los lannacha. Les costó mucho. Se mantuvieron de momento las instrucciones que se habían dado con anterioridad; estas fuerzas puramente aéreas, eran relativamente impotentes contra una unidad bien defendida de los Fleet.
Habiendo determinado de una manera decisiva y con toda exactitud quién debería atacar y en qué momento a cada una de las embarcaciones, Delp reorganizó sus fuerzas y condujo una porción de sus tropas de nuevo, para atacar a los escuadrones aéreos, que ya se habían aumentado, de Trolwen. Si lograba hacerles huir, entonces, dado lo que quedaba de las embarcaciones del Drako más el total de la dominación que en aquellos momentos tenían en el cielo, Delp podría reconquistar los bajeles perdidos.
Pero Trolwen no huyó tan fácilmente. Y mientras la lucha naval, tal como van Rijn había estado dictando, continuaba allá abajo, un combate feroz se entabló en las nubes. Por ambas partes, tanto en lo naval como en el aire, la batalla era indecisa.
Tal era, de una manera aproximada, la situación de los acontecimientos, así como Tolk lo relataba a los humanos una hora poco más o menos más tarde. Todo lo que se podía ver desde el agua era que las armadas, en guerra del cielo estaban separadas. Tan pronto bajaban como volaban de una parte a otra zigzagueando hacia puntos inconcretos, tan pronto eran dos masas unidas de una forma confusa como dos puntos negros que se apretaban contra un banco de nubes. Indudablemente, amenazas, gritos, e insultos se arrojaban los unos a los otros al viento, pero ya no había flechas.
—¿Qué es eso? —exclamó Angrek—. ¿Qué es lo que está ocurriendo allí?
—Sin duda, una lucha —dijo van Rijn. Se hurgó los dientes con la uña, y se golpeó el abdomen complacientemente.
—Estaban aprestándose a la lucha, pero al final Tolk envió alguien a Delp y le hizo saber que podrían entretenerse en parlamentar, y, entonces, Delp accedió.
—Pero… nosotros no podemos… ¡usted ni puede comerciar con los draconnay! Él no es un… es un extranjero.
Un murmullo de voces que reforzaba el sentimiento de Angrek corrió a lo largo de todos los grupos lannacha.
—No se puede parlamentar con un animal salvaje, puerco como este —dijo Angrek—, todo lo que se puede hacer es matarle. O bien él le matará.
Van Rijn hizo un gesto significativo a Wace que estaba en la cubierta superior a la que él se encontraba, y dijo en inglés:
—Pensé que tal vez podríamos decirles ahora que esta tregua es el único objetivo de toda nuestra lucha, pero tal vez sea mejor no decírselos ahora, ¿no crees?
—Me pregunto si nunca llegarán a admitir o aceptar este punto —dijo el más joven de los humanos.
—Nosotros tendremos que admitirlo, hoy, y espero que no nos entierren vivos por lo que hemos dicho. Después de todo, nosotros hicimos que Trolwen y el Consejo accedieran. Pero entonces si es así son unos cabezas de huevo duro —Van Rijn se encogió de hombros—. Hablemos ahora. Ahora que se nos presenta la oportunidad con más brillantez. Este es el momento en que se ponen las cartas sobre la mesa. ¡Ja! Tienes los nervios lo suficientemente templados para ver lo que puede suceder.