Capítulo 9


LA COSTA norte de Lannach discurría en amplios valles que se extendían hasta el mar de Achan. Allí. en aquellos bosques ricos y variados, y aquellas laderas llenas de hierba, se habían levantado estas cabañas en las que habitualmente vivían los clan de los flock. Donde Sagna Bay abría su corte más profundo sobre la tierra, allí se habían reunido muchos seres para formar grandes unidades. Así, pues, se terminaron ciudades que fueron Ulwen, y más separadas, Mannenach y Yo de los Carpenters.

Pero sus puertas se vieron derribadas y sus techos abrasados completamente, las canoas drako estaban sobre las playas Sagna, patrullas de guerra rondaban por la vacía Ulwen y patrullaban por el bosque Anch vigilando estrechamente los alimentos que habían cosechado durante la estación de invierno en Duna Brae.

Sus barcos hundidos, sus casas asaltadas, y sus terrenos de caza y de pesca inaccesibles, los flock se retiraron hacia las tierras altas. Sobre las onduladas vertientes de lava del monte Oborch o en les fríos cañones de los montes Misty habían unos cuantos emplazamientos donde los más pobres habían vivido. Las hembras, los más viejos y los más jóvenes, podían dirigirse a aquellas partes; se podían instalar tiendas de campaña y ocupar cavernas. Buscando todos los recursos que pudiesen sacarse de esta región desde Hark Heath hasta Ness, y en ocasiones pasando hambre, los flock podrían continuar viviendo un poco más. Pero el corazón de Lannach estaba en la costa Norte, terrenos que ahora ocupaban los draconnay. Sin ellos los flock no eran nada, una simple tribu de salvajes azotada por el hambre hasta otoño, cuando el Tiempo de Nacimientos les dejaba a todos sin recursos.

—Todo no va bien —dijo Trolwen comprendiendo la situación.

Caminaba por un estrecho sendero hacia la ciudad. ¿Cómo se llamaba?, Salmenbrok, que pendía de las más agrestes crestas de la montaña. Más allá, piedra negra volcánica, cubierta todavía de mantos de nieve, y que se remontaba tortuosa hacia un cráter que se escondía entre sus propios vapores. El terreno crujía bajo sus pies, solo un poco, y van Rijn oyó un murmullo en las entrañas del planeta.

Este no es un lugar para un hombre de su edad y de su condición. Tendría que estar en casa, en su sillón que se hundía, con un buen cigarro y una bonita muchacha, un buen trago y líos canales de Ámsterdam serenos a su alrededor. Por un momento el recuerdo de la Tierra fue tan agudo que no pudo menos que estremecerse, e implorar piedad para sí mismo. Era muy duro tener que dejar los huesos en una tierra de pesadilla, cuando él no había pensado más que en hacer enterrar su cuerpo bajo la esponjosa tierra de su mundo… Duro y cruel. Sí, y cada día la Compañía debía estar cayendo más y más hondo hacia el rojo sin poder estar él para vigilarlo. Estos pensamientos le hicieron volver a la realidad.

—Dejad que esclarezca esto un poco en mi cabeza —pidió.

Se halló más a su gusto en Lannachamael de lo que lo había estado en el discurso del drako. Aquí por casualidad, la gramática y los sonidos guturales, no se diferenciaban mucho de los de su lengua madre. Ya empezaba a hablar con más soltura.

—Volvisteis de la emigración y encontrasteis al enemigo que os estaba esperando —continuó.

Trolwen movió la cabeza con gesto de dolor.

—Sí. Itherto era conocido por nosotros de un modo vago solamente; las regiones que les pertenecen están muy al sur de las nuestras. Sabíamos que habían estado obligados a abandonar porque de pronto sus recursos, el pescado que forma la parte principal de su dieta, habían alterado sus propios hábitos, cambiándoles de las aguas Draka a Achan. Pero no sabiendo que los Fleet estaban limitados por nuestra región.

El pelo largo y lacio de Rijn se movió al contestar:

—Es como la historia de nuestro mundo. En la edad media sobre la tierra, cuando las sardinas se desplazaban en bancos enormes a otros lugares, por razones incomprensibles, cambiaba también la historia de las regiones marítimas. Los reyes caían y las guerras se desarrollaban sobre los nuevos terrenos de pesca.

—Ha tenido una importancia enorme para nosotros —dijo Trolwen—. Pocos clanes en la región Sagna tienen… han tenido embarcaciones, y han pescado sus alimentos con anzuelo y con línea. Ninguno de esos draska lo haría, aunque supieran que iban a obtener más pescado. Pero para nuestra tribu esto tiene una importancia menos acentuada. Para ser más exacto nos regocijábamos, hace varios años, cuando la pesca aparecía en gran cantidad en el mar de Achan. Son pescados grandes y de muy buen sabor y su aceite y sus huesos tienen muchas aplicaciones.

»En esos mares encontramos el alimento de nuestras crías y para nosotros mismos, y el trabajo que es duro no pesa sobre nuestras espaldas. Nuestros marineros han luchado contra las inclemencias del tiempo, y en algunos casos contra la debilidad de las embarcaciones, pero hemos llevado a término muchos deberes con la mayor ilusión, porque era en bien de los nuestros. Los cantos de nuestros nombres en las duras jornadas se han convertido hoy en tristeza, al pensar en que nuestros hijos puedan, como está empezando a ocurrir, a carecer mañana de los alimentos necesarios.

»Pero tal ocasión no está apropiada como para regocijarnos, como si… o, como si los grandes dioses nos hubiesen doblado en una noche nuestras crías.

Sus dedos se cerraron convulsivamente alrededor de la empuñadura de su tomahawks. Después de todo, era muy joven.

—Ahora veo que los dioses nos enviaron los alimentos con rabia y con desdén; pues la Fleet siguió las trazas de lo que nosotros debíamos usar como alimentación…

Van Rijn, detuvo el discurso gritando de tal modo que ahogó por un momento los rumores de lava distante.

—¡Cuernos! ¡Detente! No te manifiestes como un hombre sin cabeza, por favor… ¡ah! Si el pescado no lo traéis en gran cantidad, ¿por qué no dejáis que los flock puedan navegar sobre las aguas de Chan?

Sabía él que esto no era una verdadera pregunta, solo era un estímulo. Trolwen, deliberó consigo mismo durante unos momentos y al fin se manifestó con explosivas obscenidades antes de responder.

—Nos atacaron en el momento en que volvíamos de nuestras casas durante la primavera. Ellos habían ocupado ya nuestras líneas costeras, y aunque ellos no lo hubieran hecho, hubieseis permitido vosotros que una horda de extranjeros… cuyas costumbres son completamente extrañas… ¿Les dejaríais que habitasen en el quicio de vuestras puertas? ¿Cuánto podría durar tal convenio?

Van Rijn asintió de nuevo.

—Suponed solamente que una nación con un gobierno de tiranía y sus gentes sucias y poco cultas fuese a pedir sobre vuestros campos que necesitaban todo cuanto teníais.

Personalmente él podía ser tolerante. En cierto modo y en algunas ocasiones, los draconnay se acercaban más a las formas de los humanos que los lannacha. Su cultura era una consecuencia natural de la economía: utensilios que no pasaban de lo neolítico, un gran barco lo bastante potente para llevar a varias familias, representaba una inversión de capital enorme. No era posible, en modo alguno para los individuos determinar y ganar su vida por sí mismos: estaban a merced del Estado. En tales casos el poder estaba siempre concentrado en manos de algunos aristócratas e intelectuales; entre los draconnay, estas clases se habían fundido en una.

Los lannacha, por otra parte, más típicamente diomedanos en primer lugar, eran cazadores. Tenían muy pocos obreros de oficio especializados; los individuos podían sobrevivir, usando los útiles o herramientas construidos por sí mismos. Las bajas calorías de aquella temperatura era factor suficiente para que la caza hiciese que estas gentes se esparciesen a todo lo largo de la región, y cada pequeño grupo quedaba independiente del resto. Ellos se manifestaban con ciertas convulsiones, durante la caza por ejemplo, pero ellos no tenían que estar sacrificando día tras día hasta que caían agotados, como los pescadores de redes o como los hombres del bosque, o los marineros de cubierta que tenían que trabajar en la Fleet; así pues, no había una justificación económica en Lannach para las clases de jefes y vigilantes.

De este modo, su política natural era un pequeño clan que se transmitía de generación en generación. Tales grupos de sangre, casi libres e independientes del Gobierno, habían perdido la organización del gran Flock. Y la raison d’etre, aparte de algunos pequeños oficios que podían hacer cada uno en su casa, había tomado gran incremento en todos cuando cada uno de los diomedanos en Lannach volaba hacia el Sur en invierno.

¡O volvía para la guerra!

—Es interesante —murmuró van Rijn medio en inglés—, entre nuestras gentes como en la mayor parte de los planetas solo la agricultura adquiere civilización. Allí ellos no construían granjas: Vosotros cazáis, cogéis frutos, cogéis granos, y hasta un poco de pescado. Pero alguno de vosotros sabe escribir y escribe libros. Ya veo también que tenéis máquinas, casas y vestidos hechos con tejidos. Podría ser el estímulo el contacto que tenéis todos los años con gentes extranjeras en los trópicos lo que os da ideas.

—¿Qué? —preguntó Trolwen vagamente.

—Nada, me estaba preguntando a mí mismo por qué y puesto que la vida aquí es bastante fácil y puesto que tenéis tiempo para formaros y para construiros una civilización, no hacéis para conseguir bastante comida. Os coméis todo lo que poseéis, y derribáis cuantos árboles hay en vuestros bosques. Nosotros esto es lo que llamamos una civilización fructífera allá en la Tierra, pero cuando se tiene bastante para comer.

—Nuestros números no aumentan lo suficientemente rápido —dijo Trolwen—, hace unos trescientos años a una hija de Flock se la educó para esto pero se fue a otras tierras. Perdemos muchas gentes en la emigración, ¿sabes? Por tormentas, por agotamiento, por enfermedad, por ataques bárbaros, por animales salvajes y algunas veces por el frío o por el hambre… —entonces hizo dar un zumbido a sus alas que equivalía a un encogimiento de hombros.

—¡Ajá! Una selección natural. Todo esto está muy bien y es bueno si la naturaleza no te obliga a morir para sobrevivir ella, si no esto tendría un aspecto horrible de tragedia.

Van Rijn se mesaba su barbilla. Las mejillas por encima de ella habían adquirido un tono brillante.

—Así pues, esto da una noción de que hizo que vuestra raza creciese en inteligencia, invernar, trabajar o emigrar. Y si emigráis entonces ser lo suficientemente inteligentes y desenvueltos para poder luchar contra toda la clase de inconvenientes que se os puedan poner por delante.

Entonces van Rijn resumió su ruidosa charla del siguiente modo:

—Pero nosotros tenemos que pensar en nuestros inconvenientes, especialmente en aquellos a que se refieren a mí mismo, y que no estoy dispuesto a soportarlos mucho. ¡Hum! Bueno, ahora háblame más. Hice que cundiese el pánico sobre la cubierta y que no se ocupasen de ti en aquel barco, te deje escapar y te hice venir aquí y de este modo te liberé. Ahora quieres llevar tus hogares y los de tus hombres a las tierras bajas. Y al mismo tiempo quieres desembarazarte de los Fleet.

—Luchamos muy bien contra ellos —dijo Trolwen, con cierta rudeza—, podemos aún y queremos hacerlo. Había razones para comprender por qué sufrimos una derrota. Estábamos cansados y hambrientos al volver después de diez días de vuelo. Siempre se está débil al fin de la jornada de primavera cuando se vuelve a casa. Nuestras posesiones más fuertes habían sido ocupadas. Los lanzadores de fuego de los draska habían quemado todas nuestras defensas, y para nosotros fue imposible luchar contra ellos y lo sigue siendo por el momento por el agua, donde está su verdadera fortaleza —Sus dientes entrechocaron con un reflejo carnívoro—. Y tenemos que sobrepasarles pronto, tenemos que acabar con ellos. Si no lo hacemos estamos perdidos. Y ellos lo saben.

—No comprendo aún muy bien esto —admitió van Rijn—, la prisa está en que todos vuestros jóvenes han nacido al mismo tiempo, ¿no es así?

—Sí. —Trolwen avanzó desde el lugar en que se encontraba y se puso encima de los muros de Salmenbrok con un gesto lleno de rabia.

Como todos los emplazamientos de Lannascha, estaba fortificado contra los enemigos animales. No había empalizadas. Esto no hubiese tenido sentido aquí, donde todas las altas formas que tuviesen vida tenían alas. La mayor parte de los edificios estaban construidos de manera rudimentaria y de forma de las antiguas defensas terrestres, el suelo de las casas, no tenían puertas y tenían simplemente unas pequeñas ventanas; la entrada se hacía por la parte de arriba o bien por una especie de escotilla sobre el techo. Una fortificación estaba defendida no por muros exteriores, sino entrelazándolos juntos con una especie de puentes colgantes y pasajes subterráneos.

Aquí por encima de la línea de los bosques, las casas estaban construidas por unas piedras desprovistas por completo de algún relieve, y que habían sido recortadas sobre el mismo lugar, y esto abundaba más que las casas comunes que se encontraban en los clanes de los valles. Pero esta construcción estaba sólidamente hecha, y provista de un grado de confort que indicaba cómo serían las casas de las bajas tierras.

Van Rijn dedicó mucho tiempo en admirar tales caracteres construidos todos en madera. Un torno de madera que giraba con una punta mordiente que estaba hecho de una especie de diamante cortado, y una sierra también de madera cuyos dientes eran de vidrio volcánico renovable. Un molino de viento común chafaba algunos de los aumentos como nueces y granos salvajes y también vio otras máquinas más pequeñas y en mayor número para aplastar alimentos. Incluía su visión una gran vasija de piedra al lado de un arrecife con agua, y el agua podía volver a salir de nuevo para hacer dar vueltas al molino de viento cuando no hacía aire. Vio también un bonito ferrocarril, aunque de madera y que funcionaba por medio de hélices y por el cual discurrían pequeños coches sobre carriles que estaban construidos asimismo de madera tan dura como el hierro. Estas vagonetas llevaban pedernal y otras piedras que se cogían en canteras locales, madera de los bosques, pescado fresco de la costa, pieles y otros artículos de las tierras bajas y también mano de obra especializada de todas las islas.

Van Rijn estaba encantado.

—Eso está muy bien —dijo—. ¡Comercio! Ustedes son fundamentalmente capitalistas. ¡Ah! ¡Condenación! Creo que aún haremos negocio.

Trolwen se encogió de hombros.

—Hay casi siempre un viento muy fuerte aquí. ¿Por qué no vamos a permitir que sea él el que transporte nuestras cargas? Actualmente todos los aparatos que usted ve se tardaron muchos años en construir; no somos como esos draska que todo el trabajo se lo tienen que hacer ellos mismos.

La populación temporal de Salmenbrok se arremolinó cerca de los humanos con un murmullo y un movimiento y al mismo tiempo un entrechocar de alas, mientras los pequeñuelos correteaban y se retorcían entre las piernas de los humanos y sus madres les chillaban diciéndoles que volvieran.

—¡Por mil demonios! —gritó van Rijn—, a ver si se creen que soy un político que viene a besarles el vientre.

—Venga por aquí —dijo Trolwen—, hacia el Templo de los Varones. Las mujeres y los varones no pueden seguirnos, ellos tienen su propio templo.

Él les condujo a lo largo de otro sendero y haciendo un reverente saludo a un pequeño ídolo que se hallaba en una urna. Por el aspecto que tenía aquel objeto había sido tallado hacía centenares de años. Los flock parecían tener solamente un más bien incoherente politeísmo en cuanto a las religiones y no se tomaban esto muy seriamente en estos días; pero eran tan estrictos en lo que concernía a lo ritual y tradicional, como clásicos son los regimientos británicos, cuyos rituales se parecían. Van Rijn fue tras él y miró al sendero que quedaba atrás. Las mujeres aquí tenían un aspecto que recordaba mucho a las del Fleet: Un poco más pequeñas y más delgadas que los hombres, sus alas más largas, pero sin una alzada de alas completamente desarrollada. En realidad en cuanto a las cuestiones raciales, las dos tribus se parecían mucho.

Y aun así, si todas esas gentes de la compañía habían aprendido de Diomedes, no era una pura coincidencia, los draconnay representaban una monstruosidad biológica. ¡Un imposible!

Trolwen siguió la curiosa mirada del hombre y suspiró.

—Usted puede darse cuenta ya en la situación en que se encuentran —murmuró—. La mitad de nuestras mujeres están esperando ya su próximo cachorro.

—Ejem. Ya, ese es su problema. Déjeme ver si lo comprendo bien. Vuestros jóvenes son todos nacidos en la caída del equinoccio.

—Sí, dentro de unos pocos días; son muy pocas las excepciones.

—Pero no falta mucho para que tengáis que ir hacia el Sur, y seguramente un recién nacido no puede volar.

—Oh, no, él va agarrado a su madre durante todo el camino; han nacido con brazos capaces de agarrarse muy fuerte. No hay ningún nacido del año precedente; una hembra que esté criando no queda preñada. Algún otro hijo de dos años es lo suficientemente fuerte para sobrevolar esas distancias, dándole períodos de descanso en los cuales el pequeñito sube en la espalda de alguien. Este es el período de Delp donde sufrimos la mayoría de las pérdidas. Los mayores de tres años necesitan solamente ser guiados y guardados: Sus alas aún no están muy adecuadas.

—Pero esto significa muchos inconvenientes para su madre, ¿no es así?

—Ella es asistida por unos miembros de un clan o del más viejo que ha pasado ya de la niñez, pero que no es lo suficientemente viejo para sobrevivir a tan largo viaje. Y los hombres naturalmente van a la caza y a explorar, a la lucha y otras cosas.

—Así, pues, ustedes van al Sur. He oído decir que es bastante fácil el vivir allí, las nueces, los frutos y el pescado son buenos de recoger. ¿Por qué volvéis?

—Esta es nuestra casa —dijo con toda tranquilidad Trolwen. Tras un momento continuó—: Y las islas de los trópicos no podrían nunca llegar a abastecer a los millares que se reúnen allí cada invierno. En aquel momento los emigrantes están prestos a abandonar y puesto que ellos se han comido ya todo lo que tenían en la tierra.

—Ya me doy cuenta. Bueno, continuemos. El tiempo del solsticio es cuando vosotros voláis.

—Sí, entonces nos llega el deseo, ya sabes lo que es esto.

—Naturalmente —dijo van Rijn.

No tenía intención de explicar que el módulo reconstructivo humano era como el de los Fleet. Trolwen quería imaginarse a van Rijn gritando y pataleando sobre la tierra, solo una vez al año. Trolwen era libre de hacerlo.

—Y hay festivales y comercio con las otras tribus —El lannach suspiró—. Ya vale. Poco después del solsticio, cuando volvemos llegando aquí poco antes del equinoccio, cuando los grandes animales de los cuales dependemos, han despertado de su sueño de invierno y han engordado un poco. Ahí tienes el módulo de nuestra vida terrestre.

—Me suena un poco raro, como si no fuese demasiado gordo y viejo —dijo van Rijn, sonándose la nariz con estrépito—. No te vuelvas viejo, Trolwen. Es tan solitario. Vosotros tenéis suerte muriendo en la emigración cuando empezáis a debilitaros, vosotros no vivís preocupados y desamparados más que con vuestras queridas memorias y recuerdos.

—Seguramente, y tal como se desarrollan los acontecimientos no es muy probable que me haga viejo —dijo Trolwen—. Estoy viendo llegar los acontecimientos y veo que no es tiempo más que de partos. Y si no se tiene comida y abrigo y todas esas cosas a punto la mayoría de los jóvenes morirán. Se les puede reemplazar —agregó Trolwen con un grado de énfasis que mostraba que después de todo no era un hombre simplemente alado y con cola. Su tono de voz se agudizó—: Pero las hembras que les llevan en su seno son de una importancia mucho mayor para nuestra fuerza. Una hembra que acabe de ser madre, debe descansar debidamente y comer lo que necesite o de lo contrario nunca alcanzará el Sur en la emigración, ¿comprendes? Y fíjate qué tanto por ciento de nuestras hembras van a ser madres. Es una empresa esta en que estamos metidos, de la trae depende te sobrevivencia de la nación de los flock. Y esos cerdos draska criando todo el año como… como pescados. ¡No!

—Verdaderamente, ¡no! —dijo van Rijn—. Mejor será que pensemos en algo práctico rápidamente o de lo contrario yo también pasaré mucha hambre.

—Yo gasté muchas vidas de mis gentes para salvarte —dijo Trolwen—, porque todos nosotros pensamos que vosotros idearíais algo para ayudarnos.

—Bueno, el problema está —dijo van Rijn— en que consigamos hacer llegar un mensaje a nuestras gentes en Thursday Landing, entonces ellos vendrán aquí rápidamente, y yo les diré que barran a todos los que quieren entorpeceros.

Trolwen sonrió. Aún a pesar de la forma inhumana de su boca, fue una sonrisa sin calor y sin humor.

—No, no —dijo—. No es tan fácil. No puedo arriesgarme a enviar gentes en un loco intento para que crucen el océano. No, mientras los draconnay nos tengan cogidos por la garganta. Además, y perdona, ¿cómo sabré que tenéis interés alguno en ayudarnos una vez vosotros os sintáis a salvo?

Separó la mirada de la de su compañero, hacia la puerta de la cueva que era el Templo de los Machos. El vapor salía de la boca del templo. Dentro se hallaba la boca de un geiser.

—Yo mismo lo podría haber decidido de otro modo —añadió con rabia y en voz baja—. Pero no tengo más que poderes limitados. El Concilio no permitirá que os ayudemos hasta que la guerra no haya acabado.

Van Rijn levantó la espalda y extendió sus manos:

—Confidencialmente, Trolwen, muchacho, en su lugar ya hubiera hecho lo mismo.