Capítulo 11


GUNTRA de Snklan atravesó la puerta. Eric Wace miró. Tras él una sombra rara entre luces, y un cúmulo de formas inexpresivas.

—¿Sí? —dijo él.

Guntra mostró una armadura, dos metros de largo, una ligera construcción en formas de madera. Durante más de diez años ella había vigilado a cientos de mujeres y niños mientras reunían, recogían, separaban y secaban las hebras que recogían al lado del mar; formaban, tejiendo estas hebras, una especie de madera, lo llevaban a las fábricas y hacían un conjunto de todas ellas para formar el objeto deseado. Nunca se había sentido tan cansada. Sin embargo, una pequeña victoria se reflejaba en su voz cuando dijo: «este es el cuatro mil Canciller». No era su título, pero la mentalidad de los lannacha apenas podía imaginar a cualquiera que no tuviese un rango definido dentro de la organización de los flock. Considerando la autoridad de las criaturas sin alas, parecía más natural llamarles cancilleres.

—Bueno —Él cogió el objeto de sus manos encallecidas—. Un buen trabajo. Cuatro mil son más que nada; tu tarea está hecha, Guntra.

—Gracias —ella miró curiosamente todo lo que había a su alrededor. Era difícil recordar que no hacía mucho tiempo había servido principalmente para almacenar comida.

Angrek del Treekan llegó con un bloque de madera entre sus garras.

—Canciller —comenzó—, yo… —se detuvo. Su mirada cayó sobre Guntra, que aún estaba en edad mediana y le habían considerado siempre bella. Los ojos de Guntra encontraron los suyos. Un raro brillo se encendió en ellos. Sus alas se extendieron y él dio un paso hacia ella. Dio un salto casi imperceptible. Guntra se volvió y voló. Angrek quedó mirando tras ella, y luego arrojó el bloque de madera por el suelo y corrió.

—¿Qué demonios ocurre? —dijo Wace. Angrek se dio un golpe con su puño en la otra mano.

—¡Fantasmas! —murmuró—, deben ser fantasmas… espíritus incansables que viven, siempre en todas partes… son poseedores del draska, y que ahora vienen a castigarnos.

Otro par de cuerpos ensombrecieron la puerta de la habitación, que permanecía abierta hacia la pálida y corta noche del verano que comenzaba. Nicholas van Rijn y Tolk, El Heraldo, entraron.

—¿Cómo va, muchacho? —preguntó van Rijn, él estaba comiéndose una cebolla que había sacado de uno de los paquetes de las provisiones; la palidez que se reflejaba en el rostro de Wace, y, hasta en el de Sandra, por el momento no se reflejaba en van Rijn. «Pero entonces —pensó Wace amargamente—, hasta aquel momento el viejo de la barbilla aún no había hecho nada. Todo lo que hacía era pasearse y hablar a los jefes locales y quejarse de que las cosas no iban lo bastante de prisa, todo lo rápido que él hubiera querido».

—Despacio, señor —el hombre más joven se guardó las palabras que bien a gusto hubiera querido decir. Tú te arrastras como un gusano, y esperas volver a casa por medio de mi trabajo y de mi cerebro para luego venderme a otras factorías o dejarme perdido en algún otro condenado planeta.

—Entonces habrá que darse prisa —dijo van Rijn—, no podemos esperar tanto tiempo tú y yo…

Tolk miró inquisitivamente y con una cierta expresión en sus ojos a Angrek. El obrero especializado estaba aún maravillado y sin comprender lo que ocurría y susurraba para sí cosas incomprensibles, al fin dijo:

—¿Qué ocurre?, ¿qué es lo que no va bien?

—Él… una influencia —Angrek se tapó los ojos—. Heraldo —susurró—. Guntra del Enklan estaba aquí ahora mismo y durante un momento nosotros… nos deseamos el uno al otro.

Tolk miró con cierta gravedad pero habló sin ningún reproche:

—Eso, le ha ocurrido a muchos, contrólate a ti mismo.

—Pero ¿qué es eso, Heraldo? ¿Una enfermedad? ¿Un juicio? ¿Qué he hecho yo?

—Esos impulsos innaturales no son desconocidos —dijo Tolk—. Ellos llegan a nosotros y se manifiestan en cada uno de nosotros de vez en cuando. Pero naturalmente, uno no habla de ello, uno se sorprende y hace lo que mejor puede para olvidar lo que ocurrió —Luego añadió—: Hace mucho tiempo ocurría bastante más a menudo. No sé por qué. Vuelva a tu trabajo y olvida a las hembras.

Angrek se manifestó con una respiración entrecortada, cogió la pieza de madera que había traído, y se dirigió hacia Wace:

—Querría su consejo; esta forma no me parece la mejor para sus propósitos.

Tolk miró a su alrededor. Acababa de volver de un largo viaje, cruzando por encima de un vasto terreno para hablar a la tribu y para ver cómo se realizaban los trabajos.

—Se ha hecho mucho trabajo aquí —dijo.

—Sí —asintió van Rijn con complacencia—, es un ingeniero con mucho talento este amigo mío. Pero los trabajos en un nuevo planeta podrían mucho mejores si vosotros pudierais tener buenos ingenieros.

—No he llegado a completar muy bien los detalles de sus esquemas.

—Mis esquemas, mis esquemas —corrigió van Rijn un tanto ufano—, yo le dije que nos hiciera armas. Todo lo que ha hecho ha sido hacerlas.

—¿Todo? —preguntó Tolk, secamente. Él miró su trabajo que estaba en sus comienzos. ¿Qué es esto?

—Un arrojador de dardos repetitivo, una metralleta le llamo yo. Mira, esta parte da vueltas en este sentido y de esta forma se pueden lograr tiros, bastante perfectos. Los dardos entran en este disco por este cinturón… de modo… y dan vueltas bastante de prisa. Dos o tres en un abrir y cerrar de ojos cuando menos. El disco está montado perfectamente para poder apuntar en todas direcciones. Es una buena idea verdaderamente. Creo que Miller o De camp, o algún otro lo construyó hace mucho tiempo. Pero es un objeto muy duro y muy malo para enfrentarse a él en una batalla.

—Excelente —aprobó Tolk—, ¿y esto que hay?

—Y llevamos un balista. Es como las catapultas de Draco, o casi mejor aún. Esto arroja grandes piedras para romper un muro o hundir una embarcación. Y aquí, ¡ajá! —Van Rijn cogió la armadura que Guntra había traído—. Esto no es un objeto que resalte mucho, tal vez, pero que significa bastante para nosotros y que no es tan útil como otras maquinarias. Un marinero, en tierra, lo lleva a la espalda.

—Humm… si, ya veo qué clase de arnés puede hacer. Esto detiene los proyectiles que vienen desde arriba, ¿no? Pero entre tanto, nuestros marineros no podrán llevarlo mientras vuelen.

—Así es —exclamó van Rijn—, ¡desgraciadamente así es! Este es el inconveniente con vuestras tribus diomedanas. ¿Cómo creéis que podéis luchar y podéis hacer una verdadera guerra sin nada más que las fuerzas del aire, eh? Aquí, en Salmenbrok, yo me paso todos los días inculcando en la cabeza de oficiales estúpidos estas ideas y haciéndoles ver que la infantería tiene un gran papel y que desarrolla una importancia tremenda en estas guerras. Y además, que hay que crear verdaderos oficiales y practicarles. ¡Pero por las entrañas de Judas, no hay tiempo para ello! En estos pocos diez días, tengo que intentar hacer lo que se necesita para ello, diez años.

Tolk asintió casi inmediatamente. Incluso Trolwen había necesitado mucho tiempo y muchas discusiones antes de meter la idea de un combate de fuerza, cuyo cuerpo principal estaba deliberadamente restringido a las operaciones terrestres. Era un concepto muy extraño. Pero el Heraldo dijo solamente:

—Sí. Veo su razonamiento. Son los puntos más fuertes los que decidirán quién tomara Lannach, las ciudades fortificadas que dominan todos los campos de la región desde las cuales nos llega la comida. Y para, poder tomar las ciudades necesitamos abrirnos nuestro propio camino.

—Usted piensa muy bien —aprobó van Rijn— la historia de la Tierra, costó mucho tiempo a las gentes comprender que una victoria no se puede solamente alcanzar por los poderes del aire.

—Pero aún tenemos las armas de fuego de los draska —dijo Tolk—. ¿Cuáles son los planes acerca de ellos? Mi misión, en los pasados diez días, ha sido casi completamente el persuadir a las gentes fronterizas para que se unan a nosotros. Yo les comuniqué de su parte que nos podíamos enfrentar las armas de fuego, que tendríamos arrojadores de armas de fuego y armas nuestras. Mejor, tal vez, hubiese hecho en decirles la verdad.

Miró a su alrededor. La habitación donde se encontraban, convertida en una rústica fábrica, estaba demasiado llena de trabajadores alados para que él pudiese verlo todo.

Cerca, había una pila de agua tipo más primitivo, un tanto improvisada por Wace, estaba sirviendo para afilar en ella armas y tomahawk. Otra máquina, una piedra de afilar, era nueva para él: Daba forma a la cabeza de las hachas y a otras partes de ella, no tan buenas como los tipos que se hacían a mano, pero formadas de un tipo standard. Un martillo bordeaba las partes más salientes de los cantos cortantes; una sierra circular cortaba madera; una que daba vueltas por medio de cuerdas, rodaba a mayor velocidad de lo que la vista humana pudiera seguir. Todo ello formaba un complejo de maquinaria y de trabajo nunca visto en aquella tierra. Pero todo ello también hacía capaces de someterse a una lucha mucho más pronto de lo que los lannach podían imaginar y aprovisionándose de armamento mejor del que hasta ahora habían tenido y mucha más cantidad.

—Es una cosa muy notoria esta —dijo Tolk—, casi me asusta un poco.

—Esto hará que esta tierra sea una nueva vida —dijo van Rijn, expansivamente—, no es esta máquina, o esta otra lo que ha cambiado vuestra historia. Es la idea básica que yo he introducido: Producción en masa.

—Pero el fuego…

—Nosotros entregamos sus armas de fuego. El sulfuro que ellos han cogido en las montañas Oborch, y allí hay pozos de aceite donde también han conseguidlo líquidos de arsénico muy buenos. Destilación, este es otro arte que los draconnay han tenido y vosotros no tenéis. Ahora construiremos algunas armas Molotov construidas por nosotros mismos.

El humano continuó:

—Pero hay una cosa que es verdad, amigo mío. No tenemos tiempo para entrenar a vuestros guerreros a cosas a las que ellos no están acostumbrados y a estos materiales. Pronto yo empezaré a morir de hambre, pronto vuestras hembras se harán pesadas y la alimentación debe empezar a reunirse para ellas —Él dio un suspiro patético—, aunque creo que hará tiempo, mucho tiempo que yo estaré muerto cuando vuestro pueblo empiece a tener verdadero sufrimiento.

—No es así —dijo Tolk con un gesto expresivo—, nos queda aún más de medio año antes del tiempo de nacimiento, es verdad. Pero nosotros estamos ya debilitados por el hambre, por el frío y por la desesperación. Nosotros hemos dejado ya de llevar a cabo ceremonias…

—¡Condenadas vuestras ceremonias! —exclamó van Rijn—. He dicho cuál es la ciudad de Ulwen la que debemos tomar primero, donde se sienta mirando altiva, Dunn Brsy y donde viven todas las bestias con cuerno, si llegamos a apoderarnos de Ulwen, tendremos bastante comida, y también un punto muy fácil de defender. Pero no, Trolwen y el Concilio dicen que debemos dirigirnos directamente hacia Matinesaeh, dejando Ulwen en manos de nuestros enemigos atrás, y luego volver directamente a Sagna Bay, donde sus embarcaciones pueden atacarnos. Pero ¿por qué?

—Usted no puede comprenderlo —dijo Tolk con amabilidad—, nosotros somos muy diferentes. Yo mismo, si la vida se ha desarrollado en el trabajo y este ha podido conducirse y entendérselas con gentes extrañas, no puedo llegar a comprender su actitud. Pero nuestra vida esta constituía por el cielo del año. No es que nosotros tomemos a nuestros viejos dioses tan en serio como antes, pero sus ritos, la rectitud y la decencia de todo, la pertenencia…

Tenía un aspecto altivo dentro de la escondida sombra del techo donde el viento soplaba y se deslizaba por encima de las maquinarias que habían formado en aquella dependencia.

—No, yo no creo que los fantasmas ancestrales vuelen por ahí durante las noches. Pero creo que cuando yo doy la bienvenida al Alto Verano, en el gran rito del Mannenach, como han hecho todos mis antepasados desde que existen los flock… entonces yo mantengo vivo al mismo Flock.

Van Rijn extendió su mano con desprecio y la dirigió hacia la barbita que había dejado crecer en su rostro. No se podía lavar o afeitarse. Y aunque lo hubiese querido, la piel humana no toleraba el jabón diomedano.

—Yo te diré porque tenéis todos esos ritos. Primero sois esclavos de las estaciones, mucho más que cualquier granjero sobre la tierra en nuestros viejos días. Segundo, puesto que podéis volar tanto y abandonar vuestros hogares dejándolos vacíos durante la estación de las oscuridades, los ritos es la posesión más hermosa que tenéis. Es la única cosa que no os pesa demasiado para llevarla, con vosotros a donde queráis.

—Tal vez es así —dijo Tolk—, pero lo hecho continúa. Si hay cualquier ocasión de ensalzar al Pleno Día desde la Piedra del Mannenach, nosotros aprovechamos esa oportunidad. Las vidas extra que se pierden a consecuencia de que no se puede llevar la más precisa estrategia serán ofrecidas en esta guerra con contento.

—Si no nos cuesta el perder toda la guerra —exclamó van Rijn—, demonios y condenación. Mi propio capellán en mi casa no se excita tanto y no se preocupa tanto, por las cosas que son normales. Porqué este pobre tipo joven que hay ahí estaba a punto de suicidarse, porque se excitó un poco a causa de una criada fuera del tiempo de las criadas, ¿eh?

—No se ha hecho —dijo Tolk—, aún no lo ha hecho.

Él fue hacia la tienda.

Después de un momento, van Rijn le siguió. Wace puso el punto de la discusión con Angrek, verificó las operaciones de otro modo, gritó a uno de les jóvenes porteadores que estaba almacenando petróleo volatilizado dentro de los almacenes y salió. Sus pies eran muy pesados. Era demasiado para un hombre hacer, organizando, designando, superando y mezclándose con los inconvenientes de las armas. Van Rijn parecía pensar que era una rutina el trasladar a unos cazadores neolíticos a una era de maquinaria en unas cuantas semanas. ¡Él mismo lo tenía que haber probado! Él tendría que atendérselas con aquellos seres. ¡Tendría que sudar mucha de la grasa que llevaba encima!

Las noches ahora eran tan cortas, solamente una palidez entre dos nubes rojas en el horizonte, que Wace no podía darse cuenta del transcurso del tiempo. Trabajaba hasta casi desfallecer, dormía un poco y volvía al trabajo.

Algunas veces se preguntaba si había sentido alguna vez la sensación del descanso y de la limpieza, y de la buena alimentación del confort y de la tranquilidad que se experimenta al encontrarse solo, en algunas ocasiones.

La mañana empezaba a despuntar por las colinas del Norte, donde una línea volcánica llena de vapores se reflejaba por todo el horizonte.

Las dos lunas estaban cayendo, cada una formando un disco aparentemente dos veces mayor que la talla de la luna terrestre. El monte Oborch mostrándose como un gran gigante en los flancos de las montañas y mezclándose entre sombras con la palidez del cielo. El viento llegó frío y tajante como una barra de hierro que se esgrimiese contra el rostro de Wace. La ciudad de Salmenbrok se divisaba a lo lejos.

Él alcanzó la escalera que había construido él mismo, para poder subir por ella hacia la habitación que usaba normalmente, cuando Sandra se reunió con él al salir esta de la torre que le servía de habitación a ella. Ella se detuvo, llevándose una mano a su rostro. Él no podía oír lo que ella estaba diciendo a consecuencia del aire. Wace se acercó a ella.

—Le ruego me disculpe, mi señora, no he podido comprender lo que decía.

—Oh… no era nada Wace —Sus ojos verdes se encontraron con los de él, pero él vio que sus mejillas estaban coloradas, solo dijo—: Buenos días.

—Lo mismo le deseo —Él mostraba unas grandes ojeras—. No le he visto desde hace mucho tiempo, mi señora. ¿Cómo está usted?

—No puedo descansar —dijo ella—, me siento muy desgraciada. ¿No le importaría conversar un poco conmigo?

Ellos abandonaron el lugar donde se habían encontrado y se dirigieron hacia delante a través de la maleza que había por el suelo. Por encima de ellos en los muros había unos centinelas, pero estos eran solamente seres, que vigilaban a otros impersonales esperando al enemigo desde el aire. Wace se dirigió a Sandra:

—¿Qué ha estado haciendo? —preguntó él.

—Nada que merezca la pena. ¿Qué puedo hacer? —Ella bajó la cabeza y miró a sus manos—. Trato de hacer algo pero no tengo medios, yo no estoy preparada como usted o como van Rijn.

—¿Él? —exclamó Wace—. Esto… —Se detuvo arrepintiéndose de sus palabras—. Bueno ya es bastante con tener a mi señora presente.

—¿Por qué, Freeman? —Ella se rio con un placer mitad divertido, y nada burlesco. Nunca pensé que usted fuese tan galante en sus palabras.

—Nunca he tenido mucha oportunidad de serlo mi señora —murmuró él demasiado cansado y desprovisto de fuerzas para mantenerse en guardia.

—¿No?

Ella le miró de medio lado. El viento desbarataba sus cabellos y deshacía pequeños rizos de él. Ella aún no estaba azotada por el viento y el cansancio, pero los huesos de su cara se hacían más visibles; había una cicatriz en una de sus mejillas y sus vestidos estaban confeccionados de una forma bastante rústica cosidas por un sastre que nunca había visto una forma humana antes. Pero de cualquier modo vestida de esta forma o al modo de una reina, ella le parecía a él más bonita que nunca. ¿Tal vez porque estaba más cerca? ¿Por qué le había dicho con toda franqueza que ella no era más que carne humana como él mismo?

—No —dijo él entre dientes.

—No comprendo —dijo ella.

—Le pido perdón mi señora, estaba pensando en voz alta. Es una mala costumbre. Pero uno lo hace en estos mundos fuera del círculo humano. Usted ve a los pocos hombres que le acompañan tan frecuentemente que ellos dejan de significar una compañía; uno se separa de ellos. Y naturalmente estamos siempre desprovistos de las maneras y costumbres más usuales, de modo que uno tiene que valerse por sí mismo y hacer varios trabajos, tal vez durante semanas enteras. Pero ¿por qué estoy diciendo todo esto? No lo sé. ¡Dios mío qué cansado estoy!

Se detuvieron en un pequeño montículo, a sus pies se abría un arrecife que estaba cortado a pico un centenar de metros hasta que iba a terminar en la blanca espuma de un río. Al otro lado del cañón había montañas y montañas, mientras sus nieves se derretían al sol. El viento llegó de nuevo y azotó el rostro de los seres humanos.

—Ya me doy cuenta. Sí, el sol sale para mí —Sandra le miró con ojos graves y serenos—, Usted ha tenido que trabajar muy duramente durante toda su vida. No ha habido tiempo en usted para los placeres, para los finos modales y la cultura. ¿No es así?

—No he tenido nunca un minuto de tiempo, mi señora —dijo él—. Nací en un sitio apartado, a un kilómetro del viejo Tritón Docks. Nadie excepto los más pobres vivirían tan cerca de un puerto del espacio, del tráfico, los ruidos y el murmullo de los terrestres; sin embargo uno se acostumbra hasta que esto llega a formar parte de uno mismo y se mezcla en sus huesos. La mitad de mis compañeros han muerto o están en la cárcel, creo; la otra mitad están luchando y manteniéndose en trabajos no muy especializados, bastante sucios y que nadie quiere. No sienta conmiseración por mí. Yo fui muy afortunado. Entré de aprendiz en una casa comercial cuando tenía doce años. Al cabo de dos años pude ponerme en contacto con gentes que me dieron un trabajo sucio y duro, pero un trabajo para mí mismo. Esto fue en una embarcación del espacio, una expedición a Rhiannon. Aprendí por mí mismo un poco para los momentos difíciles, y me perfeccioné en el resto de las cosas que yo ya creía saber, y entonces llegué a alcanzar un trabajo mejor y más descansado. Y así continuamente y continuamente, hasta que me pusieron al cargo de este trabajo fuera de la Tierra, un trabajo que pueda en su tiempo ser provechoso pero que hasta ahora no lo ha sido mucho. Pero siempre una escala, así pues, aquí estoy en la cima de una montaña, con todos los diomedanos abajo, y quién sabe qué ocurrirá luego.

Él movió la cabeza con cierta violencia preguntándose por qué todo lo que había encerrado durante mucho tiempo lo había dicho en este momento. Estando él tan cansado y extenuado, era como una borrachera. Pero ahí había algo más que esto… no, él no estaba buscando conmiseración… ni trataba tampoco de que ella pudiese llegar a comprender. ¿Pero y si ella lograse comprenderle?

—Usted volverá a la Tierra —dijo ella tranquilamente—, usted es de la clase de hombres que siempre sobreviven.

—Tal vez…

—Es algo heroico, lo que usted ha hecho ya —Ella separó la vista de él, hacia las nubes que se movían alrededor de los picos del Oborch—. No estoy segura que pueda haber algo que le detenga a usted. Excepto usted mismo.

—¿Yo?

Él empezaba a encontrarse embarazado, y deseaba hablar de otras cosas. Él empezó a mesarse su barba rojiza.

—Sí, ¿qué otro podría? Usted ha llegado tan lejos y tan de prisa. Pero ¿por qué no se detiene? ¿Pronto? Tal vez aquí en esta montaña, usted no debe preguntarse a sí mismo hasta qué punto merece la pena ir lejos en la vida.

—No lo sé. Yo creo que se debe ir tan lejos como sea posible.

—Por qué, ¿es que es tan necesario convertirse en algo grande? ¿No es bastante ser libre? Con su talento y con su experiencia usted puede hacer mucho dinero, en muchos planetas donde los hombres permanecen más en sus casas que aquí. Como Hermes por ejemplo. En esta lucha por ser rico y poderoso, no es principalmente que usted quiere alimentar y dar cobijo al pequeño muchacho que una vez gritaba por hambre y por sueño allá en Tritón Docks. Pero a ese pequeño muchacho, usted nunca podrá darle confort, amigo mío, hace mucho tiempo que murió.

—Bueno… no lo sé… creo que un día tendré una familia. Yo quiero darle a mi esposa algo más que una vida normal; quiero dejar a mis niños y a mis nietos con bastantes posibilidades para que continúen en la vida, para que ellos puedan mantenerse en el mundo y separarse de él si lo quieren.

—Sí. Así es. Creo que así es…

El vio antes de que ella separase su mirada de él, cómo la sangre había subido hasta sus mejillas.

—Tal vez los viejos duques de Kermes eran así. Sería algo extraordinario si tuviésemos todo un grupo de hombres como ellos de nuevo. Sería algo comenzó a andar rápidamente hacia abajo. Bueno ya maravilloso tener hombres así —de pronto ella dijo—. Mejor es que volvamos, ¿no?

Él la siguió, poco concentrado en el terreno que estaban pisando.