Capítulo 7
LAS TROPAS de guardia del almirante, un centenar de ellos al servicio de él, aterrizaron con una exactitud magnífica y extendieron sus armas, tomando una posición estratégica sobre el barco. Piedras pulidas y cueros aceitosos se reflejaron sobre la cubierta, irradiando una luz que recordaba el reflejo del mar, y el aire de sus alas atravesó por el barco. La tripulación del Gerunis se arremolinó respetuosamente cerca de los recién llegados, sobre el techo de la cabina de sobrecubierta y lanzó el grito ritual de bienvenida. Delp her Orican avanzó sobre la popa y se inclinó ante su señor.
Su esposa, la hermosa Rodonis Sa Axallon y sus dos hijitos llegaron tras él, arrastrándose sobre cubierta con las alas ahuecadas. Todos ellos vestían los trajes escarlata y los anillos de pedrería que eran el vestido de ritual ante su señor.
Los tres seres humanos se mantuvieron al lado de Delp. Van Rijn había sugerido que ellos no deberían inclinarse.
—No hay derecho a que un miembro de la Liga Polesotécnica deba inclinarse sobre las rodillas y los codos. De todos modos yo no estoy hecho para esto.
Tolk de Lannach se sentó encogido al lado de van Rijn, sus alas estaban atadas y un lazo alrededor de su cuello estaba agarrado por el otro extremo a la mano de un potente marinero. Sus ojos eran débiles y miraban fijamente al almirante como si fuesen los de una serpiente. Y los jóvenes machos armados que formaban la corte de honor de guardia de Delp, su capitán, se mostraban un tanto intimidados en sus maneras —no por la presencia de Syranax, sino hacia su hijo el heredero aparente sobre el que el almirante se inclinaba—. Sus armas, sus espadas, sus tomahawks y las bayonetas de madera estaban alzadas y las mostraban con un gesto de respeto total, Wace pensó que van Rijn debería amar la discordia.
Syranax se aclaró la garganta, miró a todos y señaló con su hocico hacia los humanos.
—¿Cuál de vosotros es el capitán? —preguntó. Tenía una voz profunda, pero ya no llegaba desde el fondo de sus pulmones y había un cierto carraspeo en ella. Wace se adelantó. Su respuesta era la que van Rijn le había dicho que diera con rapidez y sin explicar.
—El otro varón es nuestro jefe, señor. Pero él no habla vuestra lengua muy bien. Yo puedo tener alguna dificultad con ella, así que deberemos usar a vuestro prisionero lannach como intérprete.
T’heonax movió la cabeza.
—¿Cómo podrá saber él lo que querías decirnos?
—Él ha estado enseñándonos vuestra lengua —dijo Wace—. Como sabéis, señor, las lenguas extranjeras son la principal ocupación en su vida. A causa de esta habilidad natural, así como a su especial experiencia con nosotros, él será capaz muchas veces de adivinar lo que nosotros queremos decir cuando buscamos una palabra.
—Parece razonable.
La cabeza gris de Syranax, se movió.
—Sí.
—¡Yo no estoy seguro! —T’heonax, miró con cierta dureza a Delp.
Había vuelto a enfrentarse con él.
—… así pues, hablemos —Van Rijn se levantó—. Mi buen amigo… um… e… pokkar, ¿cuál es la palabra? Mi almirante, nosotros hablar… buenos… hermanos, buenos hermanos, ¿es así como decir, Tolk?
Wace lo miró a pesar de lo que Sandra le había susurrado, cuando se les llevaba por la fuerza hada aquí para recibir a los visitantes, no podía creer que tan mal acento y tan mala gramática se pudiera llegar a comprender.
Y ¿por qué?
Syranax se movió con impaciencia.
—Sería mejor si hablásemos a través de su compañero —sugirió.
—¡Narices! —gritó van Rijn—, ¿él?, no, no, ni hablar, hablar yo mismo. Directamente a usted, como corresponde a su título. Nosotros hablar como hermanos.
Syranax suspiró. Pero no se le ocurrió llevar la contraria al humano. Un aristócrata extranjero, era no obstante, un aristócrata, y a los ojos de casta era normal que una pudiese aclamar sus derechos de hablar por sí mismo.
—Les hubiese visitado antes —dijo el almirante—, pero no hubiesen podido conversar conmigo y había otras muchas cosas que hacer. A medida que ellos se desesperaban más y más, los draconnay se hacían más peligrosos en sus emboscadas. No pasa ningún día que tengamos alguna batalla, aunque sea sin importancia.
—¿Eh? —Van Rijn hacía como si llevase la cuenta comparativamente con sus dedos—, xammaganai… déjeme ver, xammaganai… xammaganai… ¡ah, sí! ¡Una pequeña lucha! Nunca he visto luchas, viejo almirante, quiero decir honorable almirante.
T’heonax se puso severo.
—¡Vigila tu lengua, terrestre! —gritó. Había ido a menudo a visitar a los prisioneros y ellos aún permanecían bajo sus órdenes. No quedaba mucho por hacer, pero Wace decidió. T’heonax no era capaz de admitir que un ser pudiese posiblemente existir siendo en algo superior a T’heonax. Syranax, yacía sobre cubierta en una posición Leonina. T’heonax permaneció a su lado vigilando la presencia de Delp.
—He estado recibiendo continuamente noticias vuestras —continuó el almirante—; son, ¡ah!, muy notables. Sí, no hables. Se dice que vinisteis de las estrellas.
—¡Estrellas, sí!
La cabeza de van Rijn, se inclinó con movimiento un tanto imbécil.
—Venimos a las estrellas. Desde muy lejos.
—¿Es verdad, también que vuestras gentes han establecido unos puntos al otro lado de los océanos?
Van Rijn miró a Tolk. El lannach expuso las preguntas como si fuera un chiquillo. Después de varias explicaciones, van Rijn asintió.
—Sí, sí, venimos del otro lado del océano. Desde muy lejos.
—¿No vendrán vuestros amigos en vuestra búsqueda?
—¡Ellos buscarán, muchísimo, por Satanás! Mirarán por todas partes. Debes tratarnos bien o nuestros amigos lo descubrirán —exclamó van Rijn con un aspecto un tanto desmayado y apoyándose en sus palabras en Tolk.
—Creo que el terrestre debe excusarse por su falta de tacto —exclamó secamente el heraldo.
—Puede ser una falta de tacto hecha a conciencia —susurró Syranax—. Si sus amigos pueden, verdaderamente localizarle mientras él todavía vive, dependerá mucho de la clase de trato que reciba de nosotros, ¿no es así? El problema es, si ellos podrán encontrarle pronto. ¿Qué, dices terrestre? —Él lanzó la pregunta secamente.
Van Rijn retrocedió, levanto sus manos como para defenderse de un golpe. —¡Auxilio! —gritó—, ayúdanos, llévanos a casa, viejo almirante… honorable almirante… Te pagaremos con mucho, mucho pescado.
T’heonax murmuró al oído de su padre:
—La verdad está saliendo a flote, aunque yo ya lo había sospechado antes. Sus amigos no tienen muchas posibilidades de encontrarle antes de que perezca por el hambre. Si lo hicieran, no estarla pidiendo cualquier cosa con la insistencia que lo hace.
—Lo hubiese hecho de todas formas. Nuestros amigos no están muy experimentados en estos asuntos. Bien, es bueno saber con la facilidad que la verdad puede sacarse de él.
—Así, pues —dijo T’heonax con cierta alegría, no preocupándose del susurro—, el problema estriba en conseguir el máximo rendimiento de la bestia antes de que muera.
La respiración de Sandra se alteró. Wace la tomó por el brazo con la boca abierta, y cortó a van Rijn cuando iba a hablar:
—¡Cierra el pico! ¡Ni una palabra más, atontado! —como quiera que el mercader se resignara a no hablar, se esforzó en una tímida sonrisa.
—No hay derecho —explotó Delp—, por el Lodestar, señor, ellos son invitados, no enemigos; ¡no podemos servirnos de ellos!
—¿Qué otra cosa harías? —preguntó T’heonax.
Su padre les miró y se mantuvo a la expectativa romo si sopesase los argumentos de ambas partes. Algo como un chispazo, estalló entre Delp y T’heonax. Corrió este fogonazo, a través de las líneas de hombres que estaban sobre el Gerunis y las tropas de guardia en un imperceptible movimiento.
Van Rijn pareció desmoronarse de pronto. Él tomó una aptitud un tanto mecánica, con los ojos cerrados y fue de rodillas ante Delp.
—¡No, no gritaba!, ¡llévanos a casa, ayúdanos y te ayudaremos!
—¿Qué es esto?
Era el gruñido salvaje de T’heonax. Fue hacia delante.
—Has estado comerciando con ellos, ¿no es así?
—¿Qué quieres decir? —Los dientes del ejecutivo chocaron unos contra otros, a pocos centímetros del hocico de T’heonax. Sus alas se levantaron afiladas como cuchillos.
—¡Qué clase de ayuda iban a darte estas criaturas! ¿Qué es lo que estás pensando? —Delp extendió sus alas y las mostró a los vientos al mismo tiempo que se inclinaba y dejando que los acontecimientos se resolvieran. T’heonax, no lo comprendía, bien.
—Alguien podría creer que tienes la intención de desembarazarte de algunos rivales dentro de la tropa —susurró T’heonax.
En el silencio que cayó sobre la embarcación, Wace pudo oír la entrecortada respiración de los rivales. Podía oír el ruido de las otras embarcaciones con sus cables, el chocar de las olas y el viento.
Si un príncipe poco amado por su pueblo, encuentra una excusa para arrestar a un subordinado en quien confían los demás, es posiblemente un hombre que tendrá que luchar. De esta forma ocurrían las cosas en Diomedes.
Syranax, explotó de nuevo:
—Hay algún malentendido —dijo gritando—, nadie va a atacar a nadie ni contra nada, entre las criaturas sin alas. ¿Qué hay de la otra embarcación, de la vuestra? ¿Qué podría hacer Delp por cualquiera de nosotros, de todos modos?
—Esto queda por ver —respondió T’heonax—, pero una raza que puede volar a lo largo de los océanos en menos de un día equinoccial debe conocer muchas artes.
Entonces se volvió rápidamente hacia van Rijn, con la resolución del inquisidor cuya sospecha ha desaparecido, dijo cortésmente:
—Tal vez podamos llevaros a casa si nos ayudáis. No estamos seguros de como poder hacerlo. Tal vez vuestro artefacto pueda ayudarnos a llevaros a vuestro planeta. Nos enseñaréis el modo de usarlo.
—¡Oh, sí! —dijo van Rijn, y cruzando sus manos las puso sobre su cabeza—. ¡Oh, sí, buen señor! Lo haré.
T’heonax dio una orden. Uno de los hombres del Drako se acercó con una gran caja.
—Me he estado ocupando de todas estas cosas —explicó el heredero—. No he intentado hacer mofa de esto, ni tampoco jugar con ello, son todo cuchillos y algunos otros objetos brillantes.
Momentáneamente sus ojos se dirigieron hacia su padre.
—¡Tú nunca has visto cuchillos como estos!, padre, cortan de un modo tajante o raen la piel, no hacen más que cortar suavemente. Pueden cortar un árbol entero.
Abrió la caja. Toda una fila de oficiales, olvidó su dignidad a la que estaban obligados, y se amontonaron a su alrededor. T’heonax les echó hacia atrás.
—¡Dejad el espacio libre para poder hacer una demostración! —exclamó—. Arqueros, artilleros, cubrid por todas partes, estad prestos para disparar si es necesario.
—¿Quieres decir luchar hasta abrirnos camino? —susurró Wace—. ¡No se puede! Intentar avanzar un paso entre Sandra y la amenaza de las armas que se dirigía hacia ellos. Nos llenarán de flechas antes.
—¡Ya lo sé, ya lo sé! —murmuró van Rijn sotto voce—. Os creéis que porque soy un hombre ya viejo y porque haya hecho unos cuantos errores, ¿no tengo cabeza? Detente, muchacho y cuando estalle el jaleo pega fuerte.
—¿Qué…? Pero…
Van Rijn se volvió de espaldas y dijo en un lenguaje drako y que apenas se entendía, pero con una amabilidad poco común:
—Aquí un… ¿cómo le llamáis…?, cosa… Aquí una… cosa. Hace fuego. Hace agujeros, por Satanás.
—¿Un lanzallamas portátil, tan pequeño? —exclamó. Durante un momento una sombra de terror se reflejó en la voz aguda de T’heonax.
—Ya te lo dije —dijo Delp—, podemos ganar mucho más tratando honorablemente con ellos. Por el Lodestar pienso que podríamos llevarlos a casa también si lo intentásemos.
—Podrías esperar hasta que esté muerto, Delp, antes de tomar el Almirantazgo —dijo Syranax.
Sí lo dijo en tono de burla, cayó como una bomba. Los marineros que estaban más próximos y lo habían oído, se estremecieron. Los guardias aéreos echaron mano a sus arcos y a su artillería. Rodonis Sa Axallon, extendió sus alas cubriendo con ellas a sus hijos y gritó. Las mujeres que había sobre cubierta se metieron en las cabinas y las cerraron sin comprender exactamente lo que ocurría, debido al terror.
Delp se sobrepuso.
—¡Basta! —gritó—. ¡Quedaos ahí! ¡Calma! Por todos los demonios en el reino de las Estrellas. ¿Es que nos han vuelto locos estas criaturas?
—Ven, toma el revólver… nosotros llamamos revólver… aprieta aquí… —la bala salió y se estrelló contra el poste principal. Van Rijn saltó hacia un lado al mismo tiempo, pero pudo ver también que la bala había profundizado en unos centímetros sobre la madera.
La llama blanquiazul había hecho su aparición sobre la cubierta y había dejado un olor de pólvora. Al mismo tiempo que todos los hombres se echaban hacia un lado, antes de que él pudiese dejar de apretar el gatillo. Los draconnay, gritaron.
Los buscadores de curiosidades cubrieron el cielo. Sin embargo ellos eran técnicos sofisticados a su modo. Estaban excitados más que asustados.
—¡Déjame ver eso! —T’heonax cogió el revólver.
—¡Espera, buen señor, espera! —Van Rijn abrió la recámara y con sus manos gruesas sacó las balas de la misma—. Primero vamos a asegurarnos.
T’heonax lo miró por una parte y otra el arma.
—¡Qué arma! —suspiró—. ¡Qué arma!
Manteniéndose en una postura un tanto vigilante, esperando que van Rijn mostrara la cantidad de ideas que llevaba en su mente. Wace se dio cuenta de que los draconnay eran bastante temerosos. Era bastante natural de todas formas. Pero un revólver de esta clase le daría solamente un efecto serio en un campo de tácticas de lucha.
—Ya lo arreglé —dijo van Rijn—, uno, dos, tres, cuatro, cinco, ya está… ¿cuatro? ¿Cinco? ¿Seis?
Entonces empezó a dar vueltas arriba y abajo entre los montones de ropas, sábanas, encendedores, estufas y otros objetos que llevaban en el equipo.
—¿Dónde están las otras tres armas?
—¿Qué otras tres? —dijo T’heonax mirándole fijamente.
—Tenemos seis —Van Rijn contó cuidadosamente con sus dedos—. Sí, seis. Se las di todas al buen señor Delp que está aquí presente.
—¿Qué?
Delp, fue corriendo hacia el humano.
—Eso es mentira, hay solamente tres, y las tienes ahí.
—Auxilio —dijo van Rijn detrás de T’heonax.
El cuerpo de Delp, chocó contra el del hijo del almirante. Ambos draconnay se mezclaron el uno con el otro en una confusión de alas y colas.
—Está buscando que se promueva un motín —gritó T’heonax.
Wace arrojó a Sandra sobre la cubierta y él mismo se puso al lado de ella, el aire estaba lleno de flechas y otros objetos que se arrojaban.
Van Rijn se volvió rápidamente hacia el marinero que estaba a cargo de Tolk, pero este drako se había ido en defensa de Delp. Van Rijn no tuvo más que cortar las redes que le aprisionaban.
—No —dijo en un perfecto lannachamay—, ve a buscar una armada para que venga a buscarnos aquí. Rápido antes de que nadie se dé cuenta.
El heraldo asintió, hizo zumbar sus alas y se fue hacia el cielo.
Van Rijn llegó junto a Wace y Sandra, diciéndoles:
—Por aquí.
Hizo una señal hacia una de las cabinas, entonces vio la revolución que las tropas marineras estaban organizando.
—Rayos y truenos, peste y veneno. —Empujó a Sandra hacia la cabina y se refugiaron los tres.
Cuando estuvieron dentro entre mujeres asustadas y niños, miraron hacia fuera la lucha y van Rijn dijo:
—Es una pena que Delp esté perdiendo. No tiene oportunidad de salvarse. Y es un buen tipo; podríamos haber hecho buenos negocios con él.
—¡Por todos los santos del cielo! —exclamó Wace—, ¿hiciste estallar una guerra civil solamente para que se escapase tu mensajero?
—¿Es que conocíais un medio mejor? —preguntó van Rijn.