Capítulo 14
LA ATMÓSFERA llevaba consigo partículas compactas que eran los núcleos de agua de condensación a una altura superior y al mismo tiempo más fría. Así, pues, Diomedes tenía más nubes y precipitaciones más frecuentes de todas las clases que la Tierra. En una noche clara se veían pocas estrellas; en una noche con niebla no se veía ninguna en absoluto. El musgo se extendía a través de las piedras hasta que el joven Alto Verano llegaba para secarlos con su luz. Las hordas que yacían alrededor de Salmenbrok murmuraban de su hambre y desesperación; hasta el mismo sol se retiraba de ellos. Ningún fuego de campamento se veía, la madera de esta región la habían quemado. Y todas las tierras limítrofes que se extendían alrededor de la ciudad habían sido arrasados los granos que en otros tiempos habían sido muy fecundos, y hasta los mismos gusanos e insectos se los habían comido los guerreros. Ahora en una estrecha área oscura solo el viento y las aguas glaciares tenían existencia. Trolwen y Tolk continuaron con el cansancio y la desesperación que les había traído la lucha y se encaminaron por los estrechos lugares en donde la niebla hacía su aparición; las altas y estrechas casas que aparecían como irreales, hacia el granero donde trabajaban los terrestres.
Aquí solo parecía haber algo de existencia. Aún se veían fuegos encendidos, agua contenida en recipientes y que caía de ellos para hacer mover las ruedas abandonadas del viento, el movimiento de los martillos y el chisporroteo de los útiles al mismo tiempo que zumbaban todos los artefactos en el interior. De algún modo, sin saber cómo, Nicholas van Rijn se las había arreglado para acallar las protestas del bando de Angrek, y toda la factoría estaba trabajando.
«¿Trabajando, para qué?», pensó Trolwen con turbias reflexiones.
El mismo van Rijn salió a recibirles a la puerta. Cruzó sus potentes brazos por encima de su pecho y dijo:
—¿Cómo va, amigos míos? Aquí todo va bien, pronto tendremos muchas piezas de artillería preparadas.
—Y ¿para qué nos servirán? —dijo Trolwen—, ah, sí, tendremos bastante trabajo para hacer una cantidad infinita de agujeros en Salmenbrok. Lo que quiere decir que podremos hacer todos esos agujeros de que hablo y entretanto dejar al enemigo que nos rodee y de ese modo morir de hambre.
—No me hables de morir de hambre —dijo van Rijn. De pronto metió su mano en una bolsa que llevaba colgada y sacó un trozo seco de queso, y lo miró con ojos apenados— y pensar que no hace mucho tiempo esto era un rico y delicioso Suizo, ahora no se lo ofrecería ni a las ratas —Lo metió en su boca y lo masticó con ruido—. Mi problema para llenar mi estómago es peor que el vuestro. «En primer lugar» el alto punto de ebullición del agua aquí representa en este mundo un gran problema para las cuestiones de hervidos, y también para los malos cocineros que no tienen ni idea del control de las temperaturas. «En segundo lugar» me izaron y llevaron a través del aire, durante ese trayecto lleno de riesgos para mí desde Mannenach. Para dejarme morir aquí de hambre.
—Casi preferirla haberte dejado allí —dijo Trolwen.
—No —dijo Tolk—, él y sus amigos han trabajado duro, haciendo lo que podían, jefe de los flock.
—Disculpa —dijo Trolwen con gran contrición—, era solamente… se me ha dicho… que los draska acaban de destruir Eiseldrae.
—Una ciudad vacía, ¿no?
—Una ciudad santa. Y quemaron los bosques que la rodeaban.
Trolwen se encogió de hombros.
—Esto no puede continuar así. Pronto si esto continúa en estas circunstancias aunque hayamos ganado la guerra, no importa en cómo, la Tierra estará demasiado desolada para podemos mantener.
—Creo, que aún podréis salvar unos cuantos bosques —dijo van Rijn—, esto no es una región superpoblada.
—Mira aquí —exclamó Trolwen—. He nacido poco más o menos al mismo tiempo que tú. Admito que esencialmente tienes razón: El hecho de dedicar todo nuestro poder para librar una batalla decisiva contra una masa completa de enemigos es precipitar nuestra destrucción final. Pero te has asentado aquí no haciendo nada, sino unos cuantos ataques de guerrillas, en los exteriores de nuestras fortificaciones, mientras ellos destruyen nuestra nación, es tanto como el estar construyendo nuestra propia tumba.
—Necesitábamos tiempo —dijo van Rijn—, tiempo para modificar las piezas de mayor importancia, y reponer lo que perdimos en Mannenach.
—¿Por qué? No se pueden llevar, si no es arrastrándolas. Y ese desnaturalizado de Delp ha roto todos los carriles por donde las conducíamos.
—Oh, sí, se pueden llevar. Mi joven amigo Wace ha vuelto a planear un nuevo sistema, ha hallado el medio de que con la ayuda de las mujeres y los pequeños, cada uno de ellos lleve una pieza o dos a lo sumo de las pequeñas. De este modo podremos constituir sobre el terreno una batería pesada de armas, ¡lo juro!
—Ya lo sé. Ya nos has explicado todo esto antes. Yo repito: ¿Contra qué las usaremos? Si nosotros nos dirigimos contra cualquier parte señalada de antemano en posesión de los lannacha, ellos no necesitan más que separarse y ahuyentarse de ese lugar. Y por otra parte nosotros no podremos permanecer durante mucho tiempo en cualquier lugar, porque nuestros miembros no tienen de qué comer.
Trolwen suspiró.
—De todos modos no vine aquí a discutir, terrestre. Vine del Concilio General de Lannach para decirte que la comida en Salmenbrok se ha acabado; y también la paciencia de la armada se está acabando. Tenemos que salir y luchar.
—¡Así lo haremos! —gritó van Rijn—. Ven, yo iré contigo a hablar a esos descabezados consejeros.
Sin querer se dio un golpe en la cabeza con la puerta.
—Wace, muchacho, más vale que empieces a empaquetar todo cuanto tenemos. Pronto vamos a transportarlo.
—Ya lo oí —dijo el hombre más joven.
—Bueno. Tú trabajarás aquí, y yo llevaré a cabo los asuntos políticos, y así todo irá bien, ¿no es así? —Van Rijn se frotó las manos y luego se quedó mirando a Trolwen y a Tolk.
Pronto los tres empezaron a salir. Wace se quedó mirándole, y viendo cómo desaparecía entre el muro de niebla.
—Sí —dijo—, así es como ha sido siempre. Nosotros trabajamos y él habla. ¡Mucha igualdad!
—¿Qué quieres decir? —dijo Sandra levantando la cabeza de la mesa en la cual estaba sentada marcando unas partes del revólver con un pequeño punzón. Un gran número de mujeres estaban trabajando a su lado.
—Lo que dije. Lo que me pregunto es por qué no se lo digo en su cara. No tengo miedo de ese parásito gordinflón, y ya no aguanto más todas sus tonterías y su presencia. —Wace dio un vistazo general al lugar donde se hallaban y a la confusión que reinaba en él haz esto, haz aquello, dice él, y luego se pasea nuevamente. Cuando pienso que él se está comiendo la comida que le mantendría a usted viva…
—¿Pero es que usted no lo comprende?
Ella le miró durante un momento.
—No. Creo más bien que usted ha estado demasiado ocupado durante todo este tiempo aquí, para pararse a pensar. Y antes de esto, usted era un hombre de pequeños trabajos sin haber llegado a adquirir el arte del gobierno, ¿no es así?
—¿Qué quiere decir? —fue el eco de Wace. Él la miró con ojos fatigados, pero al mismo tiempo brillantes e interrogadores.
—Tal vez más tarde. Ahora debemos darnos prisa. Pronto abandonaremos esta ciudad, y todo tiene que estar presto para nuestra marcha.
Esta vez ella había encontrado un lugar para sus manos, para poder hacer algo en los diez o quince días terrestres que llevaban en Mannenach. Van Rijn había pedido que todas las cosas —incluso los materiales en exceso de guerra, que afortunadamente no habían llevado con ellos en la primer batalla—, fuesen llevados por aire. Esto requería una cierta cantidad de modificaciones de modo que los trozos grandes de madera pudieron cortarse en unidades más pequeñas para poderlas unir unas a otras si fuese necesario. Wace era quien había arreglado todo esto. Pero todo ello terminarían en un caos final del viaje a menos que se encontrase, un sistema más tarde para poder identificar cada una de las partes. Sandra se había encargado de hacer marcas en las distintas piezas y ahora estaba pintándolas, para así poderlas reconocer más tarde en el momento del montaje durante la batalla.
Ni ella ni Wace habían tenido mucho tiempo para dormir. Ellos no se habían detenido ni para preguntarse para qué debía servir el trabajo que estaban haciendo.
—El viejo Nick dijo algo acerca de atacar a los mismos Fleet —murmuró—, ¿es que se ha vuelto loco? ¿Es que podríamos acaso aterrizar en el agua y reunir nuestras catapultas?
—Tal vez —dijo Sandra. Su voz era serena—. No me preocupo mucho de todos modos. Pronto habrá terminado todo porque solamente nos queda comida para aproximadamente cuatro semanas terrestres o tal vez menos.
—Podemos durar al menos dos meses sin comer nada en absoluto —dijo él.
—Pero nos debilitaremos mucho —Entonces ella bajó los ojos—. Eric…
—¿Sí?
Él dejó su sierra circular y se acercó al lado de ella. La débil luz pasaba a través de la niebla y caía sobre su cabello, le hacía brillar como minúsculas joyas salpicado por él mismo.
—Pronto… ni importará lo que yo haga… habrá un trabajo muy duro, necesitando fuerzas y cierta maestría que yo no tengo… tal vez haga falta luchar, cuando yo no soy más que un simple arquero, pero ni siquiera un buen arquero.
Las uñas de sus dedos eran blancas y las hacía resbalar sobre uno de los cepillos.
—De modo que cuando esto ocurra, ya no comeré más. Usted y Nicholas llévenme a lo lejos.
—No diga tonterías —dijo él con rabia.
Ella se enderezó desde su postura sentada, dio media vuelta y le miró fijamente. Sus pálidas mejillas se colorearon.
—Es usted quien no tiene que ser estúpido, Eric Wace —espetó él—. Sí puedo darles a él y a usted aunque solo sea una semana extra, cuando vosotros seáis fuertes, cuando el hambre que tenéis no os permita pensar con la claridad que tenéis que hacerlo, entonces seré a mí misma también a quien salve, quizá. Y si no, no he perdido más que una o dos semanas sin importancia. Y ahora vuelva a su máquina.
Él la miró detenidamente, y su corazón se sobresaltó. Luego asintió y volvió a su trabajo.
Y más abajo los raíles que se estaban abriendo sobre lugares de fresca hierba, donde el Concilio estaba sentado sobre uno de los cantos de los arrecifes, van Rijn se divisaba ante ellos discutiendo acaloradamente.
Los más viejos de Lannach, yacían como Phoenix, contra una piedra sin forma y le esperaron. Trolwen fue hacia la cabeza que estaba formada por una doble línea, y Tolk se quedó al lado del humano.
—En el nombre del Todo Deseo, nosotros nos hemos encontrado —dijo el comandante ritualmente—, dejad que el Sol y las Lunas iluminen nuestros entendimientos. Dejad que los fantasmas de nuestras abuelas sean nuestros guías. Tal vez no me avergüence de aquellos que volaron antes que yo, ni tampoco de los que volarán tras de mí.
Él dejó escapar un suspiro.
—Bueno, mis oficiales, es una cosa ya decidida que no podemos permanecer aquí. He traído al terrestre para que nos aconseje. ¿Queréis explicarle las alternativas a él?
Un hombre de pelo blanco de los más viejos de Lannach extendió sus alas y dijo:
—Primero, jefe de los flock, ¿por qué ha tenido que venir aquí?
—Porque el comandante le ha invitado —dijo Tolk calmosamente.
—Quiero decir Heraldo, no hagamos difíciles las palabras. Tú sabes lo que quiero decir. La expedición de Mannenach se emprendió porque fue él quien la sugirió. Nos ha costado mucho más que ninguna de las derrotas que hayamos podido sufrir en nuestra historia. Desde entonces, le he insistido para que nuestro cuerpo principal permanezca aquí, tontamente, mientras el enemigo se apodera de una tierra indefensa. No me explico porque tendríamos que tomar su consejo.
Los ojos de Trolwen se inquietaron.
—¿Es que tus palabras pueden indicar que hay algún otro desafío? —preguntó en voz baja.
Un murmullo de indignación se oyó entre todos los asistentes.
—Sí… si… si… dejarle responder, si puede.
Van Rijn se puso rojo como la grana y comenzó a sudar como si la niebla resbalase sobre su rostro.
—El terrestre ha sido desafiado en el Concilio —dijo Trolwen—, ¿acaso quiere él replicar?
Entonces se sentó esperando como los otros.
Van Rijn explotó:
—¡Peste y condenación! ¡Por un millón, cuatro millones de gusanos hirviendo en el infierno! ¿Hasta cuándo voy a tener que estar hundido entre estúpidos desagradecidos? ¿Con cuántos verdaderos políticos habéis tenido ocasión de tratar en este universo? —Él movió su puño en el aire y gritó—: ¡Infierno, Satán y sulfuro! ¡Esto no se puede soportar! Si sois todos tan imbéciles y de sangre tan caliente como para convertiros en suicidas por vosotros mismos, ¿por qué el pobre viejo van Rijn tiene que entendérselas y mezclarse en vuestros propios asuntos? ¡Saltad, condenados protestantes! ¡Por Bacco, si no dejáis de insultarme, os pisaré las gargantas! —Avanzaba como una montaña gritándole a todos ellos. El consejero más próximo a él se separó.
—¡Terrestre… señor… oficial…, por favor! —susurró Trolwen.
Cuando él los tuvo a todos lo suficientemente asustados, van Rijn, dijo fríamente:
—Todos los derechos. ¡Yo os lo digo, condenación! Os doy unos consejos y vosotros los malgastáis maldiciéndome. Pero yo no soy más que un pobre viejo paciente, no como cuando era joven y fuerte y lleno de vigor, no. Ahora lo sufro todo con una resignación cristiana y continúo aconsejándoos.
—Ya os advertí y os volví a advertir, que no teníais que ser los primeros en atacar Mannenach. Ya os dije que las embarcaciones podían venir directamente contra vuestros muros, que estas embarcaciones eran las más fuertes de los Fleet. Yo caí sobre estas dos pobres rodillas, pidiendo e implorando con vosotros que me dejaseis ir a las ciudades de las Altas Tierras, pero no me escuchasteis. Y aun así, nosotros tenemos todavía Mannenach, pero la victoria la despreciamos. ¡Oh, si yo tuviese alas como un ángel yo os hubiese podido conducir en persona! Habéis estado en el primer plano del mástil del Almirante en aquel momento. ¡Por la mitra del santo Nicolás! ¡Por eso tomáis mis consejos, condenados! ¡No, ahora tomaréis mis órdenes! Ya no retiraréis vuestras palabras, o bien os abandonaré, y separaré mis manos de vuestros trabajos y por mí mismo me las arreglaré para volver a casa. A partir de ahora, si queréis continuar viviendo, cuando van Rijn haga una señal, todos vosotros saltaréis. ¿Comprendido?
Hizo una pausa, podía oír su propia respiración asmática y el murmullo desgraciado de las gentes que se hallaban en los campos a lo lejos; al fin la iría humedad del agua que flotaba en el aire humedeció las rocas; era todo lo que quedaba y todo lo que se podía ver en aquel mundo.
Finalmente, Trolwen dijo con voz débil:
—Si… si el desafío es considerado como una respuesta… nosotros arreglaremos nuestros propios asuntos.
Nadie habló.
—¿Quiere tomar la palabra el terrestre? —preguntó Tolk al fin. Solo él tenía un aspecto que aparentaba que podía controlarse a sí mismo, en aquel crítico momento en que nadie apreciaba la importancia del acto que llevaban a cabo.
—Diré que sé efectivamente que no podemos permanecer aquí durante más tiempo. Preguntáis por qué retuve la armada y por qué permití al capitán Delp que se apoderase de todo y abriese su propio camino —Van Rijn hizo restallar sus dedos unos contra otros—; primum, atacarle directamente a él es lo que quiere; él sabe que de ese modo podría deshacernos con mayor ventaja, puesto que su fuerza es mayor y al parecer no está descorazonada. Secundus, él no avanzará hasta Salmenbrok mientras todos nosotros estemos aquí, puesto que nosotros podríamos tenderle una emboscada; además, permaneciendo aquí, la armada ha tenido oportunidad de apostar sus fuerzas de artillería. Tertius, lo que deseo es perder un tanto de tiempo mientras yo mantenga la factoría que hemos establecido y que nos permitirá hacernos con todos los medios de la victoria.
—¿Qué? —fue casi el ladrido que salió de la garganta de uno de los Consejeros que olvidó las formalidades.
—¡Ah! —Van Rijn extendió su dedo hacia su puntiaguda nariz y la arrugó—, ya veremos. Tal vez ahora penséis que incluso siendo un viejo, débil y cansado, que casi inspira piedad y que bien a gusto permanecería en la cama con bolsas de agua caliente y un buen cigarro, a pesar de eso es un mercader de la Liga Polesotécnica a quien no se puede discutir. ¿No es así? Bueno, entonces, propongo que abandonemos esta región y nos dirijamos hacia el norte.
Un murmullo se extendió. Esperó pacientemente hasta que se apaciguaron.
—Orden —gritó Trolwen—, ¡orden! —Dio un golpe con su cola en el duro suelo—. ¡Tranquilos!, ¡quedad tranquilos, oficiales! Terrestre, has hablado de abandonar Lannach lo que significa que nuestras tribus se descorazonen más todavía, podríamos aún alcanzar Swampy Kilnu a tiempo para… salvar a nuestras hembras y a nuestros niños en el tiempo del nacimiento. Pero eso sería tanto como abandonar nuestras ciudades, nuestros campos y nuestros bosques, todo lo que tenemos, todo lo que pertenece a aquellos hombres antepasados nuestros que trabajarán la tierra durante cientos de años para crear, para salir de las tinieblas, y para vencer la jungla, y al fin y al cabo, para convertirse en nada. Yo mismo preferiría morir en batalla antes que aceptar tal elección.
Dio un suspiro y gritó:
—Pero Kilnu está, cuando menos hacia el sur. ¡Al norte de Axan, todavía hay hielo!
—Así es —dijo van Rijn.
—¿Quieres que muramos de hambre y helados en los glaciares de Dawrnach? No podemos aterrizar mucho más al sur de Dawrnach; los exploradores de los Fleet estarían seguros de localizarnos en cualquier parte en Holmonach. ¿Al menos que quieras que hagamos la última lucha en el archipiélago…?
—No —dijo van Rijn—, tenemos que dirigirnos hacia algún lugar de Dawrnach. Podemos empaquetar comida y tomar, al menos, el valor de diez días de comida con nosotros, así como el armamento… ¿no es así?
—Bueno… sí… pero aun así, ¿pretendes sugerirnos que deberíamos atacar a los Fleet, a las embarcaciones desde el norte? Eso sería una dirección inesperada. Pero sería una acción desesperada.
—La sorpresa es lo que necesitaremos para mí plan —dijo van Rijn—, así es. No podemos decírselo a la armada. Uno de ellos podría ser capturado en alguna escaramuza y hacerlo saber a los draconnay. Tal vez es mejor que ni siquiera yo os lo diga a vosotros.
—¡Ya vale! —dijo Trolwen—, déjame saber lo que pretendes.
Mucho más tarde…
—No saldrá bien. Oh, podría muy bien ser factible técnicamente. Pero políticamente es imposible.
—Políticas —exclamó van Rijn—, ¿qué es pues, esta vez?
—Los guerreros y las mujeres también, incluso los cachorros, puesto que será nuestra nación completa la que iría a Dawrnach, hay que decirles por qué lo hacemos. Entonces, el esquema completo como admites, se arruinaría si una de las personas cayera en las manos del enemigo y dijera lo que sabe, bajo la tortura.
—Pero él no tiene porqué saberlo —dijo van Rijn—, todo lo que necesita saber es que nosotros pasaremos un pequeño tiempo recogiendo comida y madera para nuestro viaje. Así que solo nos queda prepararlo todo y cambiarnos de lugar, sin decir por qué, o dónde.
—Nosotros no somos draska —dijo Trolwen con cierta amargura—, somos una tribu libre. No tengo derecho a tomar una decisión tan importante y someterla a voto.
—Hum… ¿Tal vez podrías hablarles a ellos? —dijo van Rijn tocándose sus bigotes—. Echarles un discurso, persuadirles hablándoles del derecho que tienen de saber y del deber que tienen de ayudar. Háblales de que deben seguirte sin hacer preguntas.
—No —dijo Tolk—, soy un especialista en las artes de la persuasión, terrestre, y he llegado a poder calcular los límites de las artes. Nosotros nos entendemos menos con los flock, ahora, en estos momentos es difícil poder explicarles las cosas puesto que están fríos, hambrientos, sin esperanza, sin fe en sus líderes, prestos para abandonarlo todo, o correr directamente a una ciega batalla. Ellos no tienen en estos momentos la moral preparada para seguir a cualquiera hacia una aventura desconocida.
—Pero la moral puede hacérseles inculcar —dijo van Rijn—, ¡yo lo intentaré!
—¿Tú?
—No soy tan malo haciendo discursos, cuando es necesario. Déjame que yo les hable.
—Ellos… ellos… —Tolk le miró. Luego se rio con una nota sarcástica en su risa.
—Déjale que lo haga, gran jefe de los flock. Déjanos saber qué, palabras puede encontrar el terrestre para hablarles y que puedan ser mejores que las nuestras.
Una hora más tarde, si sentaba en una mesa, con su pueblo formando una masa de sombras bajo él, y oyó la voz baja de van Rijn que llegaba a través de la niebla como un rayo:
—… Yo digo solamente, pensar lo que queráis aquí, y lo que se os llevarán»:
»Este trono de reyes, esta isla maravillosa, esta tierra de majestad, este sillón de Marte, este otro edén, medio paradisíaco, esta fortaleza construida por la misma naturaleza contra la infección y contra la mano de la guerra, esta feliz raza…
—No llego a comprender todas estas palabras —susurró Tolk.
—Cállate —respondió Trolwen—, déjame oír —había lágrimas en sus ojos; temblaba.
«… Este lugar bendito, esta tierra, esta realeza, este lannach».
La armada irrumpió en un batir como de alas y chillidos.
Van Rijn continuó a través de las adaptaciones del discurso funeral de Pericles, «Scots Wha’hae» y Getysburg.
En el momento en que él hubiese terminado de discutir el día de San Crispín, podía haber pedido ser elegido comandante si así lo hubiera querido.