Capítulo 13
HABÍA BAILE sobre la cubierta, y unos cantos llenos de júbilo que se extendían a lo largo de Sarnabay por las desplegadas colinas. Arriba y abajo y todo alrededor, dentro y fuera, los pies y las alas hacían temblar los maderos de la embarcación. Arriba, sobre uno de los mástiles, un tañedor de flauta hacía salir su melodía; abajo un gran tambor de los grandes mares que hacía ver la paz a los remeros, ora hacía oír un ritmo lleno de ecos zumbantes. En un anillo de cuerpos de alas plegadas, sudor de cuerpos y ojos que miraban hacia el cielo, un marinero teniendo estrechada a su hembra, mientras un centenar de voces profundas hacían oír el canto:
«Una navegación, una navegación».
Una navegación hacia el mar del oso,
bonita muchacha, extendiendo tus alas brillantes como un sol
y navega conmigo».
Delp se paseó sobre la popa del barco y miró hacia su tripulación.
Rodonis tomó del brazo a su marido y lo apretó con fuerza.
—Quisiera —dijo ella.
—¿Si?
—Algunas veces… oh, no es nada…
El par que danzaba al son de la flauta y otra pareja se acercaba para bailar también en el mismo lugar.
—Algunas veces quisiera poder ser como ellos.
—Y vivir en la cubierta del barco —dijo Delp secamente.
—Bueno, no, claro que no…
—Hay un precio en el apartamento, y los sirvientes, y los brillantes vestidos, y el lujo —dijo Delp. Sus ojos se volvieron pálidos—, estoy a punto de pagar algo más por ello.
Su cola golpeó brevemente la espalda de su esposa, y entonces él batió las alas y se levantó en el aire. Una docena de machos armados le siguieron. Lo mismo hicieron los ojos de Rodonis. Bajo los muros castigados de Mannenach, las embarcaciones del Drako yacían llenas de seres, el desorden de la guerra que no había limpiado para disfrutar de la casi dura victoria. Solo unos cuantos guerreros permanecían alertas, aunque ninguno de ellos necesitaba advertir mucho en el caso de que hubiese un ataque. Era una gloria para los marineros de la embarcación del Fleet, borrachos y con una mujer en sus rodillas que pudiesen prevenir para la lucha y luchar si hacía falta contra tres de los enemigos. Delp, volando a través de las aguas calmadas, bajo un alto cielo sin nubes, se encontró a sí mismo sopesando el precio moral de tal orgullo contra el hecho práctico de que un lannacha luchara con gran fuerza, como si se hubiesen metido en él diez demonios.
Un grupo de canoas ligeras flotaba a lo lejos. Los draconnay esta vez habían ganado, el estandarte del almirante flotaba desde un mástil engalanado. T’heonax, había venido a la rectificación urgente de Delp, en lugar de hacerle ir a él mismo a la parte principal de los Fleet, lo cual podría significar que T’heonax estaba preparado para enterrar el viejo odio. (Rodonis no le diría nada a su esposo de lo que había pasado entre ellos, y él no le conminó a hacerlo; pero era perfectamente obvio que ella había forzado el perdón del heredero en cierto modo). Seguramente era mucho más obvio que el nuevo almirante había venido a echar un vistazo al capitán en el cual no confiaba, el cual había desbaratado las cosas dando la vuelta a las órdenes que había recibido aunque solo fuese por obtener una victoria más importante. No era desconocido por un comandante de campo con tal prestigio izar la bandera rebelde y tratar de alcanzar el Almirantazgo.
Delp, que no tenía respeto para T’heonax, pero sí una reverencia positiva para el cargo que desempeñaba soportó aunque con cierta amargura esta imputación.
Él aterrizó sobre la parte posterior del banco como estaba prescrito y esperó hasta que el Cuerno de la Bienvenida sonara en el aire. Esto tardó más de lo necesario en llegar. Con cierta rabia, Delp se acercó y se postró.
—Levántate —dijo T’heonax en tono indiferente—. Mis mayores deferencias por tu éxito. Ahora ¿querrías conferenciar un poco conmigo? —Entonces dio unos golpecitos con la pata, en el suelo—, por favor, hazlo.
Delp, miró alrededor hacia los rostros de los oficiales, los guerreros y la tripulación.
—En privado con los consejeros de más prestigio del almirante si a él le place —dijo él.
—¿Oh? ¿Crees que lo que tienes que decir es tan importante? —T’heonax miró a un joven aristócrata que se hallaba cerca de él y le hizo un gesto con los oíos.
Delp, extendió sus alas recordó dónde estaba y asintió. Su cuello estaba tan rígido que le dolía.
—Sí, señor, así lo quiero —y salió.
—Muy bien.
T’heonax caminó con cierta soltura hacia su camarote.
Era bastante amplio para cuatro, pero solo los dos hombres entraron con la joven corte de favoritos, que se extendieron en el suelo y cerraron los ojos con un gesto de respeto.
—¿No quiere consejo el almirante? —preguntó Delp.
T’heonax sonrió.
—Así pues, tú no intentas darle tu propio consejo, capitán.
Delp, contó mentalmente hasta veinte, apretó los dientes con toda su fuerza y luego dijo:
—Como quiera el almirante. He estado pensando en nuestra propia estrategia, en nuestra estrategia básica, y la batalla aquí casi me ha asustado.
—Almirante, yo… no importa. Mire aquí señor.
—No sabía que fueses temeroso, el enemigo llegó aquí y estuvo a punto de batirnos. Ocuparon la ciudad. Hemos capturado armas de las que el enemigo trajo iguales o tal vez superiores a las nuestras incluyendo algunas otras que nunca he visto o he oído acerca de ellas, y además en cantidades increíbles, considerando por otra parte el corto período de tiempo que necesitaron para construirlas. Entonces también, ellos tenían estas tácticas abominables, en lo que a la lucha en tierra se refiere, no como una cosa incidental, como cuando nosotros tomamos las embarcaciones enemigas, sino como la parte principal de su esfuerzo.
—La sola razón que hay para que ellos perdiesen, fue la insuficiente coordinación entre la tierra y el aire, y la insuficiente flexibilidad. Ellos tenían que haber estado prestos para desembarazarse de sus corazas y entonces lanzarse al aire en un equipo de escuadrones perfectos atendiendo a una simple orden.
—Yo no creo que ellos dos cuiden este error si nosotros les damos otra oportunidad.
T’heonax frotó sus uñas contra su brazo y se las miró con cierta atención.
—No me gustan los pesimistas —dijo.
—Almirante estoy intentando solamente desestimarles. Está muy claro que ellos obtuvieron todas estas nuevas ideas de los terrestres. ¿Qué otras cosas pueden llegar a conocer los terrestres? ¿Y hasta qué punto podrán enseñarles?
—Hum. Sí —T’heonax levantó la cabeza. Un momento de incertidumbre y de inquietud se reflejó en su mirada—. Es verdad. ¿Qué propones?
—Ahora en este momento están fuera de cuenta —dijo Delp con cierta avidez—, estoy seguro de que el momento en que se han hallado les ha desmoralizado. Y naturalmente ellos han perdido todo el equipo pesado. Si les pegásemos duro ahora podríamos terminar la guerra. Lo que debemos hacer es infringirles una decisiva derrota a la armada total. Entonces ellos tendrán que abandonar, dejarnos, y decir que la nación es nuestra o morir como insectos cuando llegue el tiempo del nacimiento.
—Sí —T’heonax sonrió de un modo placentero—, como insectos. Como sucios, como puercos insectos, no les dejaremos emigrar, capitán.
—Ellos se merecen esta suerte —protestó Delp.
—Esta es una cuestión que hay que estudiar mucho, capitán, para que yo pueda decidirla y tomar una determinación concreta.
—Yo… lo siento, señor —Después de un momento, añadió—: ¿Pero querrá el almirante, si es así, asignar el grupo total de nuestras fuerzas de lucha a algún oficial relevante, con órdenes tajantes de dar caza a los lannach’honai?
—¿Tú no sabes exactamente dónde se encuentran ellos?
—Podrían estar casi en cualquier parte de las tierras altas, señor. Así es, y de este modo tenemos algunos prisioneros, que podemos hacer que nos guíen y darnos alguna información. Los espías dicen que los cuarteles generales están en un lugar llamado, hum, Salmenbrok, pero naturalmente ellos pueden mezclarse en aquellas tierras. —Delp se movió inquieto. Para él, cuyo mundo había sido solamente las Islas y el horizonte llano, tenían cierto horror a las escabrosas montañas, había en esas montañas infinitos lugares donde poderse encontrar, esta no sería una campaña fácil.
—Y ¿cómo te propones llevar a cabo todo esto? —preguntó T’heonax con cierto malhumor. No le gustaba que se le recordase al final de haberse librado una victoria y de haber tenido una buena cena, que había mucha muerte frente a él.
—Forzándoles a encontrarse con nosotros en un sitio claro, señor, sin montañas y a cielo abierto. Quiero llevar a nuestra fuerza principal, la más potente de lucha, y algunos guías nativos que vendrían a ayudarnos a ir de ciudad en ciudad en aquellas latitudes, desmoronando sistemáticamente cuanto se presente a nuestro paso, quemando los bosques y llevando a cabo la guerra de esta forma. No dándoles oportunidad para subsistir en sitios de los cuales ellos dependen para alimentar a sus hembras y a sus niños. Más pronto o más tarde, y probablemente más pronto, ellos tendrán que coger a cada macho y venir a enfrentarse con nosotros. Entonces será cuando les destrozaremos.
—Ya veo —asintió T’heonax. Y luego, con una cierta mueca añadió—: ¿Y si ellos te destrozan a ti?
—No lo harán.
—Está escrito que el Lodestar brilla, pero no simplemente para una nación.
—El almirante sabe que hay siempre algún riesgo en la guerra. Pero estoy convencido que hay menos peligro en mi plan que permanecer aquí esperando que los terrestres pongan en perfeccionamiento algún nuevo método endemoniado para destruirnos.
El dedo índice de T’heonax se dirigió hacia Delp.
—¡Ajá! Te has olvidado de que su comida se terminará pronto. Los podemos tener, a los terrestres, como algo descontado.
—Me pregunto…
—Tranquilízate —gritó T’heonax. Al cabo de un momento continuó—: No olvides que esta fuerza expedicionaria enorme que pretendes llevarte, dejaría a los Fleet indefensos. Y sin los Fleet, las embarcaciones, y hasta incluso nosotros mismos, estamos deshechos.
—Oh, no temáis el ataque, señor —comenzó Delp con una voz calurosa.
—¿Temer? —T’heonax hizo un gesto de desagrado—. Capitán es una traición pensar que el almirante es un… no es lo suficientemente competente.
—No quise decir…
—No tendré muy en cuenta este asunto —dijo T’heonax con cierta calma—, sin embargo podrías muy bien inclinarte ante mí, implorando perdón, o abandonar mi presencia.
Delp se irguió. Sus labios se apretaron el uno contra el otro, y el recuerdo de todos los que habían sucumbido en la lucha hizo que las lágrimas se apretasen en su garganta. T’heonax ante la mirada y la prestancia de Delp se encogió, y se prestó para pedir ayuda.
Muy despacio, Delp se dominó a sí mismo. Hizo acción de marchar. De pronto se detuvo. Los puños apretados y las membranas de sus alas con un sudor de sangre.
Como una máquina mal concebida, Delp cayó.
—¿Y bien? —sonrió T’heonax de pronto sobre el vientre.
—No.
—Yo me inclino —murmuró—, comeré lo que tú no quieras. Declaro que mis padres eran los esclavos de tus padres. Como un pescado que no vale nada, suplico tu perdón.
T’heonax se envaneció. El hecho de que Delp hubiese sido tan inteligentemente atrapado entre su ruego y su deseo para servir a los Fleet, lo hizo todo más dulce.
—Muy bien, capitán —dijo el almirante cuando la ceremonia hubo concluido—, alégrate de que yo no haya hecho que esto ocurriera públicamente. Ahora hazme saber tu disposición, lo que tú pretendes. Creo que estabas diciendo algo acerca de una protección de nuestras embarcaciones.
—Sí… sí, señor. Estaba diciendo… que las embarcaciones no tienen por qué temer al enemigo.
—¿De verdad? Verdaderamente, ellas yacen muy bien en el mar, pero no demasiado lejos para poderlas alcanzar en pocas horas. ¿Qué hay que se pueda defender de la armada de los flock, que sea desconocido a ti, en las montañas, y que si ellos nos atacaran tú no pudieses venir en nuestra defensa antes de que el ataque hubiese concluido?
—Solo quería que eso ocurriera así, señor —Delp recobró un poco de entusiasmo—, pero me temo que el que nos conduce en la lucha no es estúpido. Puesto que cuando… quiero decir… en ningún momento en la historia naval, señor, ha habido una forma volante, que no se haya apoyado en las tropas de agua y que no haya sido, capaz de salvaguardar al mismo tiempo a la embarcación. Cuando más y siendo muy costoso para ellos, han podido capturar una o dos embarcaciones… temporalmente, como en la escaramuza que hubo cuando el robo de los terrestres. Luego los otros bajeles se movieron y entonces ellos se alejaron. ¿Lo ve, señor? Las tropas volantes pueden hacer uso de las armas pesadas de guerra: Catapultas y arrojadores de fuego, y otras armas, que por sí solas pueden reducir a una organización naval. Donde quiera que la tripulación de las embarcaciones pueda permanecer bajo los abrigos del fuego que llega desde arriba, allí también habrá fuerzas volantes para desterrarles.
—Naturalmente —asintió T’heonax—, todo esto es tan obvio como que yo estoy desperdiciando mi tiempo. Pero mi idea es, yo me doy cuenta, que un pequeño grupo de guardias sería suficiente para soportar un ataque lannach de cualquier clase.
—Y si tenemos suerte de mantener al enemigo fuera del mar hasta que yo llegue con nuestras fuerzas principales. Pero como dice, señor, ellos deben de ser lo suficientemente inteligentes para no intentarlo.
—Eso es comprometerse mucho, capitán —murmuró T’heonax—. Quieres decir, pretendes, no precisamente que yo te deje ir a las montañas, sino que te ponga al mando de ellas.
Delp inclinó su cabeza y dejó caer sus alas.
—Pido mis excusas, señor.
—Creo… sí, creo que sería mejor que te quedases aquí en Mannenach con la flotilla que te corresponde.
—Como quiera mi almirante. No obstante ¿quiere tener en cuenta mi plan?
—¡Que Acak’ha te coma! —espetó T’heonax—. No siento ningún amor por ti, Delp, como sabes; pero tú esquema es bueno y tú eres el mejor para llevarlo a cabo. Lo tendré en cuenta.
Delp se irguió como si hubiese recibido un golpe en la espalda.
—Sal —dijo T’heonax—, tendremos una conferencia oficial más tarde.
—Se lo agradezco a mi almirante.
—¡Sal, he dicho!
Cuando Delp se hubo marchado, T’heonax se volvió hacia su favorito.
—No tengas el aire tan preocupado —dijo—, sé lo que estás pensando. Ese tipo ganará su campaña, y cada vez llegará a ser más popular, y poco a poco irá cogiendo ínfulas para apoderarse del Almirantazgo.
—Solo me estaba preguntando cómo se las arreglará, mi señor para prevenirse contra esto —dijo el cortesano.
—Bastante fácil —dijo T’heonax—, conozco a ese tipo. Mientras la guerra continúe, no hay ningún peligro de rebelión por parte de él, así, pues, déjale que se las entienda con los lannach’honai como él desea. Él perseguirá a esas gentes, hasta estar seguro de que ha terminado el trabajo. Y en esa persecución…