Capítulo 12
CUANDO los lannacha estuvieron prestos para la lucha, fueron llamados a Salmenbrok por los Silbadores de Tolk, hasta que el cielo se oscureció con sus alas. Entonces Trolwen se abrió camino a través de un hervidero de guerreros hasta van Rijn.
—Seguramente que los dioses están hastiados de nosotros —dijo amargamente—, casi siempre, en este tiempo del año hay fuertes vientos del Sur —Entonces señaló hacia los cielos que permanecían inmutables—. ¿Conoce usted algún injurio, algún método para hacer levantar aunque solo sea pequeños soplos de aire?
El mercader miró un tanto hastiado. Estaba sentado en una mesa que ellos habían construido en una especie de cabaña que ellos habían edificado al otro extremo de la ciudad, puesto que él rehusaba subir escaleras o dormir en una cama húmeda, discutiendo con el capitán del cuerpo Syrgen por un asunto de piedras preciosas que eran un medio de cambio local.
—Bueno —exclamó— y ¿por qué tiene usted que extender su cola…?, ¡ah, siete! No, por todos los demonios, recuerdo, aquí siete no es un buen número. Bueno probaremos de nuevo.
Los tres dados con los que especulaba el asunto de piedras preciosas con el capitán Syrgen se movieron de nuevo entra sus manos y fueron al otro lado de la mesa.
—Hum, hum, siete otra vez —Volvió a coger los dados y exclamó—: ¿Nos lo jugamos a doble o nada?
—¡Los tragadores de fantasmas se lo lleven! —Syrgen se levantó—. Usted ha estado ganando demasiado a menudo a mi parecer.
Van Rijn se levantó lleno de ira y exclamó:
—Por todas las furias o retiras eso o…
—No dije nada que pudiera herirte —le dijo Syrgen fríamente.
—Pero lo significante. Me has insultado, a mí.
—Ya vale —se interpuso Trolwen—. ¿Qué es lo que piensan que es esto, una fiesta? ¿Una sala de juego? Terrestre, todas las fuerzas de lucha de Lannach están concentradas ahora en estas colinas. No podemos alimentarles aquí durante mucho tiempo. Y además, con las nuevas armas que llevan en los carros de combate no podemos movernos hasta que no haya un viento del Sur. ¿Qué podemos hacer?
Van Rijn miró a Syrgen.
—Dije que me insultó. Y yo no tengo la imaginación muy presta cuando se me ha insultado.
—Estoy seguro de que el capitán se excusará por cualquier ofensa que le haya dicho con falta de intención —dijo Trolwen taladrándoles con la mirada.
—Verdaderamente —dijo Syrgen, aunque habló entre dientes.
—Así me gusta —dijo van Rijn, mesándose la barba—. Y luego para probar que vosotros no ponéis en duda mi honestidad, tiraremos los dados una vez más, ¿no es así? Doble o nada.
Syrgen cogió los dados y los tiró sobre la mesa.
—Ah, un seis tiene —dijo van Rijn—, no es muy fácil de vencer esta tirada. Creo que he perdido de nuevo. No es muy sencillo ser un pobre hombre cansado, alejado de su tierra y de sus gatos siameses que son todo lo que le queda por amar en el mundo, aparte del dinero. ¡Un… ocho! Un dos, un tres y ¡un tres! ¡Bien, bien, bien!
—Dije que ya vale —dijo Trolwen, no dejándose llevar por el mal humor por muy poco. Las nuevas armas son demasiado pesadas para nuestros porteadores. Tienen que ir por la vía. Sin viento, ¿cómo podremos transportarlas hasta Sarnabay?
—Muy simple —dijo van Rijn contando las piedras—, hasta que tengamos un viento favorable, ata cuerdas a los carros y que empujen todos los guerreros jóvenes.
Syrgen estalló:
—Un macho perteneciente a la clase libre empujara un carro como un… ¡como un draka! —Se dominó a sí mismo y continuó—: Eso no se ha hecho, nunca.
—Hay mucho trabajo que hacer. Nuestra mayor fuerza está en la ciudad. Ahora tenemos que destruir todas las puertas y sacar de la ciudad al enemigo casa por casa y de habitación por habitación. Tú te quedarás aquí.
—¡Yo no!
Wace hizo una seña con el dedo pulgar a Angrek.
—Designa una escuadra para llevar a la señora hacia los carromatos —dijo en todo conminativo.
—No —gritó Sandra.
—Es demasiado tarde —dijo Wace—, ya había calculado esto antes de que hubiésemos abandonado Salmenbrok.
Ella le dedicó unos de nuestros, pero al fin, con más calma se inclinó y murmuró en voz baja al viento y al murmullo de la batalla.
—Vuelve salvo, amigo mío.
El condujo a los guerreros hacia la torre.
Luego ya no tuvo un recuerdo más exacto de la lucha. Era una operación de mucha sangre, de hacha y cuchillo, a puños y diente, con las alas y con la cola, en los estrechos túneles y en las habitaciones como cavernas.
Recibió golpes y también los dio. Una vez durante varios minutos, yació inconsciente y también en otra ocasión condujo un ataque triunfal hacia una gran amplia habitación donde se hallaba un grupo inmenso de enemigos los cuales batieron. Él, no llevaba armas ni tenía alas, pero era más pesado que cualquier diomedano, y sus golpes raramente tenían que repetirse.
Los lannacha tomaron Mannenach porque ellos habíanse entrenado bastante para hacerse buenos luchadores en tierra, o al menos tener un concepto de la batalla con alas inmovilizadas. Era como revolucionar los distintos diomedanos la idea de luchar con los dientes solamente, con las manos vendadas. Sin estar preparado para ello, los draconnay corrieron como ratas hacia los túneles en busca de cielo abierto.
Unas cuantas horas más tarde, destrozado por el cansancio, Wace subió hacia uno de los tejados al otro extremo de la ciudad. Tolk, se sentó allí esperándole.
—Creo… que hemos… terminado con todo —dijo el humano.
—Pero aún no es bastante —dijo Tolk con cierta amargura—, mira la bahía.
Wace miró y vio el parapeto que se presentaba ante él. Ya no había embarcaciones, ya no había embarcadero, ya no había murallas en la contención de aguas; todo se había reducido a una inmensa humareda negra. Pero las embarcaciones y las canoas del Drako se habían metido en los canales, formando un puente para alcanzar la tierra; y por encima de estos marineros estaban intentando reconstruir las catapultas y los arrojadores de armas.
—Ellos tienen un comandante demasiado bueno —dijo Tolk—, él ha acogido la idea demasiado pronto, de que nuestros métodos tienen también sus debilidades.
—¿Qué es… lo que va… a hacer Delp? —dijo Wace.
—Espera y verás —sugirió el heraldo—. No hay manera de que nosotros podamos hacer nada.
Los draconnay eran superiores aún en el aire. Mirando arriba hacia el cielo, nubes de lluvia que llevaban consigo agua sangrienta, Wace les vio moverse para envolver el aire de Lannach.
—¿Ves? —dijo Tolk—, es verdad que sus tropas volantes no pueden hacer mucho contra nuestra infantería, pero el jefe enemigo se ha dado cuenta de que la conversión también es verdad. Trolwen era un táctico demasiado bueno para dejarse sorprender por tales cosas. Luchando centímetro a centímetro sus tropas volantes retrocedían.
En la tierra cubierta por el constante bombardeo de los arqueros de las embarcaciones, los marineros estaban emplazando su artillería móvil. Ellos tenían más que los lannacha, y eran mejores tiradores. Unas cuantas cargas de infantería hicieron estallar una ruina de sangre.
—Ellos no poseen nuestra maquinaria de artillería, naturalmente —dijo Tolk—, pero de este modo nosotros no tenemos bastantes hombres para poder compensar la diferencia.
Wace miró a Angrek que se había reunido con ellos.
—No te quedes ahí —gritó—. Ve abajo y conduce a nuestra tribu. Debemos atrapar a esos condenados, lo podemos hacer, te lo digo yo.
—Teóricamente, sí —Tolk asintió inclinando la cabeza—, puedo ver dónde una persona sobre la tierra, tomando ventaja puede abrirse camino a través de esas catapultas y de esas armas arrojadoras de llamas, y de los guerreros que manejan el tomahawk. Pero en la práctica, bueno, no tenemos tales posibilidades.
—Entonces. ¿Qué harías? —susurró Wace.
—Consideremos primero lo que posiblemente ocurrirá —dijo Tolk—. Hemos perdido nuestros carromatos, si no los capturan los incendiarán en seguida. Así, pues, nuestras reservas están agotadas. Nuestras fuerzas han sido separadas en dos, y han arrojado de aquí a nuestras patrullas volantes, no nos queda mucho. Trolwen no puede reunirse nuevamente con nosotros, puesto que está en un número mucho más bajo de hombres. Pero no podemos enfrentarnos con su artillería.
»Sin embargo —continuó—, si continuamos la lucha, debemos arrojar todas nuestras armaduras y nuevas armas y volver a las tácticas convencionales del aire. Pero esta infantería no está bien equipada para un combate normal. Tenemos pocos arqueros por ejemplo. Delp necesita solamente albergarse en las embarcaciones detrás de las armas de fuego, pero su número de hombres es más grande y nosotros seremos incapaces de tocarle. Entretanto él nos tendrá cercados aquí, separados de alimentos y material. Estaremos asediados. Todos estos excesos de víveres de guerra han quedado en Salmenbrok y allí no tienen ninguna utilidad. Y además, posiblemente llegarán refuerzos mayores de los Fleet.
—Al demonio con eso —exclamó Wace—, tenemos la ciudad, ¿no es así? Nosotros podemos tenerla y mantenernos en ella contra ellos hasta que nos pudramos.
—¿Y qué comeremos mientras ellos se estén pudriendo? —dijo Tolk—. Tú eres un buen hombre del espacio terrestre, pero no un estudiante de la guerra. El hecho frío es que Delp se las arreglara para separar nuestras fuerzas, dividirlas en dos o en más, y entonces habrá ganado. Yo propongo que partamos nuestras pérdidas retirándonos ahora, mientras podemos todavía hacerlo.
Y entonces de pronto sus modales se interrumpieron, se detuvo y se cubrió los ojos con las alas. Entonces Wace se dio cuenta de que el heraldo se había hecho viejo.