Capítulo 15
LA ISLA llamada Dawrnach yacía mucho más allá del fin del archipiélago, a varios cientos de kilómetros al norte de Lannach. Sin embargo, dulcemente volaron los flock, con pausas para descansar en sitios que algunos de ellos ya conocían de antemano, y era una cuestión de días terrestres el poder llegar allí, y una pesadilla física para los humanos que eran transportados. Los recuerdos que Wace pudiese tener de este viaje eran poco agradables.
Cuando al fin pudo ponerse en pie en la playa al final de su viaje, sus piernas apenas le podían sostener y no se encontraba muy bien.
El Alto Verano había llegado aquí también, y aunque esto les daba muy hacia el norte, sin embargo, el aire seguía siendo de invierno; y Tolk dijo que nunca nadie había intentado vivir aquí.
Ahora los flock, alas, alas y alas que bajaban desde el cielo hasta que lo oscurecían, habían llegado al final de su viaje. Arenas negras, oscuras olas que alcanzaban los glaciares y hacían inflamar la garganta de un volcán. Espesos y estrechos árboles estaban extendidos alrededor de las bajas laderas. Había algunos pájaros de mar, que iban y venían desde la tierra hacia las aguas; por otra parte el sol escondido arrojaba una débil luz hacia la región. Sandra temblaba. Wace estaba atraído ante la vista de la espesura que se levantaba ante ellos. Y ahora que estaban aquí, en la última etapa de su viaje, ella intentaba no volver a comer.
Ella se envolvió en una manta, y la apretó estrechamente contra su cuerpo.
El viento soplaba con fuerza y su cabello flotaba en el aire, contrastando con el color de los arrecifes. A su alrededor estaban sentados, paseaban, se movían incesantemente diez mil dragones hambrientos y alados. Silbidos y sonidos guturales de discursos inhumanos, el entrechocar de alas, llenaba el aire vacío, que soplaba. Mientras cerraba sus ojos patéticamente como un niño, Wace vio que las manos de Sandra estaban sangrando.
Él sintió como su corazón se retorcía. Nicholas van Rijn llegó allí primero, grueso y grasiento, quiso decirle algunas palabras para reconfortarla:
—Así pues, por todos los demonios, ahora estamos aquí, pero pronto volveremos a nuestra casa a tomar un baño caliente. ¡Bendito San Dimas, a partir de este momento ya huelo el aire de nuestras tierras como si estuviese a tres kilómetros!
Lady Sandra Tamarin, heredera del gran Ducado de Kermes, le dedicó una sonrisa fantasmal.
—Si pudiese descansar un poco… —dijo ella.
—Ja, ja, ya veremos. —Van Rijn puso dos dedos en su boca e hizo un ruido espantoso. Esto atrajo la atención de Trolwen.
—¡Tú estás ahí! Búscale una cabaña o algún sitio donde ella pueda meterse y abrigarse.
—¿Yo? —dijo Trolwen—, yo tengo que velar por los flock.
—Ya me oíste, cabeza de idiota —espetó van Rijn—, ahora hazlo. Estás presto para empezar a trabajar —dijo dirigiéndose a Wace—. Ahora reúne a los tuyos, tantos como necesites para empezar.
—Yo —dijo Wace echándose hacia atrás—, mira hace no sé cuántas horas que nos separamos por última vez y —Van Rijn escupió—…, ¿y cuántas semanas hace que yo no he podido fumar y ni siquiera beber un vasito de ginebra? Tú no tienes consideración para los demás.
—¿Es que acaso tengo que hacerlo todo? ¿Por qué has llenado la Galaxia tú que estás allí, de cosas y ninguna de ellas buena? ¡Yo creo que ya es suficiente!
Wace vio a Trolwen que conducía a Sandra y se la llevaba hacia un lugar donde ella pudiese dormir, olvidando el frío, el dolor y el aislamiento durante unas horas. Entonces, golpeó uno de sus puños contra la palma de la otra mano y dijo:
—¡Muy bien! Pero ¿qué estarás haciendo?
—Debo organizar muchas cosas, ¡condenación! Primero tengo que ver a Trolwen acerca de una banda de gentes que talen árboles y hacer mástiles y remos. Entre tanto, todos estos artefactos que hemos traído desde allá, hay que ponerlos sobre los barcos: y también tenemos que organizamos para la comida y para el abrigo que podamos buscarnos. ¡Va! Todo esto son detalles. No es eso precisamente lo que me preocupa. Detalles, para eso alquilo a gentes como tú.
—¿Es que la vida no es nada más que detalles? —preguntó Wace.
Los pequeños ojos de van Rijn le estudiaron durante un momento.
—Así es —dijo el mercader—, ¿te dan ganas de hablar a ti también, eh? Tal vez pienses así porque yo soy viejo y débil y no soporto mucho los viajes duros como este, como cuando era joven… tal vez te fastidia el trabajo que te encomiendo, ¿no es así? Ahora queda muy poco tiempo para discutir y para meterte todas estas cosas en la cabeza. Tal vez lo aprendas por ti mismo —Hizo restallar sus dedos—, ¡y ahora, a lo tuyo!
Wace salió maldiciéndose a sí mismo por no haberle dado al viejo cerdo un puñetazo en el estómago. ¡Pero lo haría cuando llegase el momento oportuno! Ahora no… Desafortunadamente van Rijn, había llegado a una posición donde era a él a quien miraban todos los lannacha, en quien confiaban… en lugar de Wace, que era quien hacía el trabajo. ¿Era esto un pensamiento paradójico?, no.
Tomando el asunto del barco, por ejemplo, van Rijn había señalado que una isla como Dawrnach, estaba provista de hielo y de glaciales, podría dar materiales suficientes para la construcción. Piedras biseladas darían forma a bajeles, a barcos tan grandes como cualquier embarcación de los Fleet en pocas horas de trabajo. La especie más primitiva de antorchas se emplearían para todos los propósitos de trabajo, un mástil tendría que ser plantado en agujeros que se abrirían para tales propósitos: Habría que contar con el agua que, una vez helada, sería como un fuerte cemento. Los flock, machos, hembras, viejos y jóvenes harían una enorme fuerza de labor para tales proyectos. Si un ingeniero no figuraba en tales procedimientos prácticos: ¿Hasta qué punto había que hacer un agujero de profundo para poner un mástil? ¿Las ballestas eran necesarias? ¿Cómo poder hacer un corte igual en un bloque de hielo irregular de cientos de metros de largo? ¿Cómo poder disminuir las partes bajas de la embarcación para hacerlas más ligeras? El material era, más bien, de poca consistencia; ¿se le podía fortalecer considerablemente añadiéndole una mezcla de ciertos productos desconocidos hasta entonces por los humanos y agua del mar terminando en una especie de cemento, y dejándole helar más tarde sobre la propia embarcación? Pero ¿en qué proporciones hacer la mezcla?
Verdaderamente, no había tiempo para probar todas estas cosas. De algún modo, por Dios y otras veces adivinándolo por medio de Dios y otras veces adivinándolo, con cada uno de los elementos contra él, Eric Wace estaba esperando que todas esas cosas se produjeran.
¿Y van Rijn? ¿En qué contribuyó van Rijn? La idea básica según la manera de ver las cosas, de todos ellos era que Wace era el genio Aladino. Oh, tenía unos reflejos imaginativos extraordinarios que nadie podía negar. Pero la imaginación es barata. Cualquiera podía decir: «Lo que necesitamos son armas nuevas, y nosotros podemos hacerlas con tales y tales materiales sin precedentes». Es una idea de una fantasía idiota que alguien venga a mostrarles lo que Wace estaba imaginando para ellos. Así, pues, habiendo hecho un esclavo de su casi ingeniero, van Rijn podía pasearse todo el día por los alrededores gastando bromas con unos y discutiendo con otros y cuando ya les tenía a todos trabajando, se enrollaba en una manta y a dormir.