Capítulo 1


EL GRAN almirante Syranax hyr Urnan, heredero comandante en jefe de la Flota del Drako, Pescador de los mares del Este, Conductor al sacrificio, y Oráculo del Lodestar, extendió sus alas y los volvió a juntar de nuevo con un zumbido sorprendente. Durante un momento, los papeles que había encima de la mesa se levantaron a consecuencia del aire.

—¡No! —dijo—. ¡Imposible! Debe haber algún error.

—Como guste mi almirante —El Jefe Ejecutivo Oficial Delp hyr Orikan, se inclinó con sarcasmo—. Los exploradores, no vieron nada.

El furor, se reflejó en el rostro del capitán T’heonax hyr Urnan, hijo del Gran Almirante, presunto heredero. Su labio superior se levantó hasta que sus caninos colmillos mostraron un destellante reflejo que se oscurecía en su hocico.

—No tenemos tiempo para perder con sus insolencias, Ejecutivo Delp —dijo fríamente—. Aconsejaría a mi padre que se desembarazase de un oficial que no muestra más respeto.

Bajo sus distinguidos correajes de oficial, la gran contextura física de Delp se irguió. El capitán T’heonax dio un paso hacia él. Las colas se abrieron y las alas se extendieron aprestándose para la lucha, hasta que la habitación se llenó con sus cuerpos y su odio. Con un cálculo que al parecer era accidental, T’heonax llevó su mano hacia la parte lateral de su cintura. Los ojos amarillos del Delp relampaguearon y sus dedos se crisparon sobre su tomahawk.

La cola del almirante Syranax se batió contra el suelo. Fue como el estallido de una bomba. Los dos jóvenes nobles tuvieron en cuenta el lugar donde se encontraban, y muy despacio, músculo tras músculo, dejaron que estos reposaran bajo las acariciadoras pieles y se relajaron.

—¡Ya basta! —espetó Syranax—. Delp, tu lengua te acarreará muchos disgustos. T’heonax, ya me estoy cansando de tus impertinencias. Ya tendrás tiempo de solventar tus enemistades personales cuando yo sea pasto de los peces. Entre tanto, deja tranquilos a mis pocos oficiales de solvencia.

Fue esta una aclaración hecha con más firmeza que cualquiera de las que nadie le hubiese escuchado desde hacía mucho tiempo. Su hijo y su subordinado se dieron cuenta de que esta criatura de pelo gris, de ojos mortecinos y reumática, había sido en cierta ocasión el conquistador del Maion Mavy. (Un millar de alas de jefes enemigos se habían estremecido de temor desde los mástiles más altos) y todavía era su jefe en la guerra contra los flock. Ellos asumieron su máximo aspecto de respeto y esperaron a que continuaran.

—No tomes mis palabras muy literalmente, Delp —dijo el almirante a media voz. Se acercó hacia la estantería que había encima de la mesa y cogió una pipa de larga boquilla comenzando a rellenarla con largas hebras de algas secas del mar que llevaba en una tabaquera en su cintura. Entre tanto su rígido cuerpo ya anciano se aposentaba buscando la mayor confortabilidad en un sillón de lana, y cuero.

—Me sorprendí bastante naturalmente —continuó—, pero estoy seguro de que nuestros exploradores saben todavía cómo servirse de un telescopio. Descríbeme de nuevo y con toda exactitud lo que ocurrió.

—Una patrulla hacía su reconocimiento habitual aproximadamente a treinta millas al nornoroeste de aquí —dijo Delp con mucha firmeza en sus palabras—. Esto era el área general de la isla llamada… No puedo pronunciar este nombre desprovisto de la mano de los dioses, señor; significa el Vuelo de las Banderas.

—Sí, sí —asintió Syranax—, debes saber que he echado un vistazo al mapa de cuando en cuando.

T’heonax hizo una mueca. Delp no pertenecía a la corte. Este era su inconveniente. Su abuelo había sido un simple constructor de barcos, su padre nunca fue más allá de la capitanía de una simple escuadra. Fue más tarde cuando la familia se ennobleció por los heroicos servicios de la batalla Xarit’ha, naturalmente. Pero ellos habían permanecido en un rango de poco nivel. Un puñado de gentes que apenas podía sobrepasar a los de su alcurnia.

Syranax como respuesta a estos aciagos días de hambre y miseria, había escogido oficiales basándose tan solo en la habilidad demostrada. De este modo el poco importante Delp hyr Orikan se había visto ascendido, en pocos años al segundo más alto puesto en Drako. Su alzamiento, sin embargo, no había desterrado la rudeza de su educación, o bien, enseñado como comportarse con nobles reales.

Si Delp era popular con los marineros más comunes, era al mismo tiempo el que se acogía con más disgusto por parte de muchos aristócratas. Para ellos continuaba siendo, un parvenú, un tosco, con el nervio que se acoplaba a un Sa Axallon. Una vez que las alas protectoras del almirante se plegaran con la muerte…

T’heonax saboreaba con anticipación lo que ocurriría a Delp Orikan. Sería muy fácil encontrar alguna acusación a su nombre.

El Ejecutivo continuó:

—Lo siento, señor —murmuró—, no quise decir… somos aún tan profanos en lo que concierne a este amplio mar. Los exploradores vieron este objeto flotante. Era algo como nunca habían oído anteriormente. Dos de ellos regresaron volando para darnos cuenta de ello y pedirnos consejo. Fui a ver lo que ocurría por mí mismo. Señor, ¡es verdad!

—Un objeto flotante seis veces más largo que la más larga de nuestras canoas, como hielo, y aún, ni siquiera como hielo. —El Almirante sacudió su cabeza gris. Muy despacio puso la bujía en el encendedor. Pero fue con violencia innecesaria que condujo el pabilo al pequeño cilindro de madera de la pipa. Moviéndolo de una parte a otra, aproximó el fuego a la cazoleta de pipa y aspiró profundamente.

—El cristal de roca más pulido podría tener un aspecto muy parecido a este artefacto —se explicó Delp—. Pero no tan brillante. Pero no con tantos destellos.

—¿Y hay animales que se mueven en su interior?

—Tres, señor. Aproximadamente de nuestra talla, o un poco mayores tal vez, pero sin alas y sin cola. No son precisamente animales… creo. Al parecer llevan trajes y no creo que el artefacto brillante haya sido concebido a modo de barco. Se mueve entre las olas abominablemente y da la impresión de no poder cambiar su emplazamiento.

—Si no es un barco ni otro artefacto desprendido de algún puerto, entonces por todos los dioses, ¿de dónde viene?, ¿de las profundidades?

—No lo creo, capitán —dijo Delp con irritación—. Si fuese así, los seres que hay en él serían peces o mamíferos o… bueno, capaces de nadar de todos modos. Pero no lo son, tienen el aspecto de una configuración típica terrestre no apta para el vuelo, a no ser por tener solamente cuatro miembros.

—Entonces, debo presumir que cayeron del cielo —dijo con burla T’heonax.

—No me sorprendería en absoluto —contestó Delp en voz baja—. No hay otra dirección de donde hayan podido venir. —T’heonax se sentó sobre sus talones, con la boca completamente abierta. Pero su padre, solo movía la cabeza asintiendo.

—Muy bien —murmuró Syranax—, me encanta ver que hay un poco de imaginación en todo esto.

—Pero ¿desde dónde vinieron, volando? —espetó T’heonax.

—Tal vez nuestros enemigos de Lannach tienen algo que ver con esto —dijo el Almirante—. Ellos cubren una parte mucho más grande del mundo cada año, que lo que nosotros hemos cubierto en muchas generaciones; ellos tienen contacto con un centenar de tribus bárbaras allá abajo en los trópicos e intercambian noticias.

—Y mujeres —dijo T’heonax. Habló en esa mezcla de voz desaprobadora, que era característica de la flota entera cuando miraba las vestiduras de los emigrantes.

—Eso no importa —respondió Delp.

T’heonax respondió con viveza:

—Tú, cachorro que te pones de parte de las clases bajas, ¿tú te atreves…?

—¡Cierra el pico! —gritó Syranax.

Tras una pausa continuó:

—He hecho investigaciones entre nuestros prisioneros. Entre tanto, será mejor que enviemos una canoa rápida antes de que este objeto lo encuentren otros.

—Pueden ser peligrosos —advirtió T’heonax.

—Exactamente —dijo su padre—. Si es así estarán mejor en nuestras manos que si por ejemplo los encontraran los lannach’honai e hiciesen con ellos una alianza. Delp, coge el Temnis con una abundante y buena tripulación. Y lleva contigo a ese tipo del Lannach que capturamos, ¿cómo se llama ese lingüista profesional…?

—¿Tolk? —se apresuró en contestar el Ejecutivo mostrando una pronunciación poco habitual.

—Sí. Tal vez él pueda hablarles. Envía exploradores, una vez estés allí para que me tengan al corriente pero mantente lo suficiente alejado de ellos con la flota principal, hasta que estés bien seguro de que los seres que hay en ese artefacto, nos son inofensivos Mantente también alejado hasta que yo haya desbaratado cualquier temor supersticioso, acerca de los demonios marinos, pero sé rudo si debes serlo. Siempre podemos pedir excusas más tarde… o lanzar los cuerpos por la borda. Ahora, ¡vuela!

Y Delp, voló.