Capítulo 5
—PRIMERO —dijo Wace—, debes comprender que el mundo tiene una forma de pelota.
—Nuestros filósofos saben esto desde hace tiempo —dijo Delp con complacencia—, incluso los bárbaros como los lannachoia tienen una Idea de la verdad. Después de todo, ellos cubren cientos de kilómetros cada año en emigración. Nosotros no somos tan móviles, pero, no obstante, tenemos que trabajar en los principios de astronomía antes de que podamos navegar más lejos.
Wace dudó si en Draconay podrían localizarse ellos mismos con gran precisión. Era sorprendente que su tecnología neolítica hubiese acabado no solamente en piedra, sino en cristal y en cerámica; ellos llegaban a moldear incluso algunas resinas sintéticas. Tenían telescopios, una especie de astrolabios, y tablas de navegación basadas en el sol, en las estrellas y en dos pequeñas lunas. Sin embargo, los compases y los cronómetros requerían hierro, que en realidad no existía en absoluto en Diomedes. Automáticamente él observó un rico mercado en potencia. Los primitivos tyrlanianos eran muy ávidos por los útiles y las armas de metal, pagando cantidades exorbitantes en pieles, en gemas y en jugos muy útiles en farmacia y que hacían del planeta uno de mucho valor para la atención de la Liga Polesotécnica. El draconnay podía usar otros objetos más sofisticados: desde relojes y reglas, hasta máquinas Diésel, y eran capaces de poder proporcionar precios más altos. Él pudo enterarse de dónde estaba: la nave Gerunis, cuartel general del oficial en jefe de la flota; y esta extraordinaria, por el momento, criatura que se sentaba en la cubierta y hablaba con él, era en realidad su carcelero.
¿Cuánto tiempo había pasado desde que se estrellaron?, ¿quince días diomedanos? Esto sería más de una semana en el aspecto terrestre. Un cierto porcentaje de la comida de Tierra ya se la habían comido, él se había empeñado en aprender la lengua de Draco, de su compañero de prisión, Tolk. Era una suerte que la Liga había, necesariamente, hacía mucho tiempo, desarrollado los principios por los cuales la instrucción podía ser dada en muy poco tiempo, cuando pronunciaban debidamente una imaginación entrenada, podía alcanzar a comprender las cosas que se dijesen tan solo una vez. Tolk mismo usaba un sistema casi idéntico; él no podría nunca haber visto metal, pero el Heraldo era semánticamente sofisticado.
—Bueno, entonces —dijo Wace titubeando y cometiendo errores en su vocabulario, pero adecuado a sus propósitos—… entonces, ¿sabes que este mundo en forma de pelota da vueltas alrededor del Sol?
—Unos cuantos filósofos creen esto —dijo Delp—. Yo soy un práctico, y nunca me ocupo mucho de alguna de estas cosas.
—El movimiento de nuestro mundo no es muy usual. En realidad, en muchos aspectos es un lugar no muy delimitado. Vuestro sol es más frío y más rojo que el nuestro, así, pues, vuestros hogares son más fríos. Este sol tiene una masa… ¿Qué dices…?, oh, llámalo un peso… no mucho más que el nuestro; y está aproximadamente a la misma distancia. Sin embargo, Diomedes, como nosotros llamamos a vuestro mundo, tiene un año solamente un poco más largo que el nuestro. Setecientos ochenta y dos días diomedanos, ¿no es eso? Diomedes tiene dos veces más que el diámetro de la Tierra, pero está falto de materiales pesados que nosotros encontramos en nuestros mundos. Por otra parte su gravedad. Según tengo entendido, yo solo peso una décima parte más aquí que lo que pesaría en mi mundo.
—No lo comprendo —dijo Delp.
—Oh, no importa —dijo Wace con cierto pesar.
—¿Qué es lo que hay de raro acerca del movimiento de Ykt’hanis? —dijo Delp. Este era el nombre que dedicaban a su planeta y no significaba «Tierra» sino, en un lenguaje donde los nombres eran comparados, podía ser traducido por «Oceanest» y era femenino.
Wace necesitó algún tiempo para contestar. Las palabras técnicas se escapaban de su vocabulario. Era, sobre todo, que la inclinación axial de Diomedes estaba casi a noventa grados, de manera que los polos estaban virtualmente en el plano elíptico. Pero este hecho acoplado con el frío del pobre sol ultravioleta, había hecho el módulo de vida.
En cualquiera de los polos, casi la mitad del año se gastaba en una noche total. La luz del día sin fin era muy especial por la noche, pero eran invernadores inexpresivos. Incluso a cuarenta y cinco grados de latitud, un cuarto de año estaba en la oscuridad en un invierno muy triste que el mundo no había conocido nunca. Tanto al norte como al sur era únicamente donde los diomedanos podían vivir. La emigración anual les requería una gran cantidad de tiempo y energía, y cayeron sobre una guerra acerada del nivel paleolítico.
Aquí, a treinta grados al norte, el invierno absoluto duraba un sexto del año —algo parecido a dos meses terrestres—, y no había más que unas cuantas semanas de vuelo hacia las tierras ecuatoriales de reproducción y volver en el mismo tiempo. Así pues, los Lannachska era un pueblo muy cultivado. Los draconnay eran oriundos de mucho más al sur.
Pero no podían hacer mucho sin metales. Naturalmente, Diomedes tenía abundante magnesio, berilio y aluminio, pero ¿de qué les podía servir todo esto si no desarrollaban primero la técnica electrolítica que requería cobre y plata?
Delp inclinó la cabeza:
—¿Quieres decir que siempre es equinoccio en tu tierra?
—Bueno, no siempre. Pero según vuestras medidas del tiempo, casi.
—Entonces por eso no tenéis alas. El Lodestar no os puso alas porque no las necesitabais.
—Oh…, tal vez. De todos modos no nos hubieran servido para nada. El aire terrestre es muy voluble para una criatura de tu talla o de la mía para poder volar por su propio poder.
—¿Qué quiere decir voluble? Aire es… aire.
—Tan denso es el aire, que si tuviera unas cantidades proporcionales del oxígeno o de nitrógeno, me envenenaría. Afortunadamente la atmósfera de Diomedes contiene un setenta y nueve por ciento de neón. El oxígeno y el nitrógeno son menos constituyentes en la proporción: sus presiones parciales no llegan a sobrepasar las de la Tierra. Lo mismo ocurre con el dióxido de carbono o anhídrido carbónico y el vapor de agua.
Wace continuó:
—Hablemos de nosotros. ¿Comprendes que las estrellas son que otros soles como los vuestros, pero infinitamente más lejos?, ¿y que la Tierra es un mundo de tales estrellas?
—Sí. He oído a los filósofos comentarlo. Lo creeré.
—¿Te das cuenta de hasta dónde llega nuestro poder para poder cruzar el espacio entre las estrellas? ¿Sabes hasta qué punto podemos recompensaros por vuestra ayuda si nos lleváis a casa, y hasta el punto en que nuestros amigos os pueden castigar por retenerme aquí?
Por un momento Delp extendió sus alas, su pelo brilló sobre su espalda, y sus ojos se abrieron de par en par. Pertenecía a una tribu muy orgullosa.
De pronto se irguió. A través de todas las diferencias raciales el humano pudo darse cuenta del embarazo en que se hallaba.
—Tú mismo me dijiste terrestre que cruzasteis el océano desde el Este, y que en miles de kilómetros no visteis más que una isla. Es hasta donde alcanzan nuestras exploraciones. Posiblemente no podríamos volar hasta tan lejos, llevándoos a vosotros o bien un mensaje de vuestra parte a vuestros amigos sin un lugar donde descansar de cuando en cuando.
Wace asintió, despacio y pensativamente.
—Ya me doy cuenta. Y no podríais llevarnos en una canoa rápida antes de que se agotasen nuestras provisiones.
—Me temo que no. Incluso con vientos favorables durante todo el camino, una embarcación es mucho más lenta que las alas. Nos costaría medio año o más tal vez, recorrer las distancias de que hablas.
—Pero debe haber algún medio…
—Tal vez. Pero recuerda que estamos sosteniendo una dura guerra. No podemos emplear muchos trabajadores o guerreros para salvaros a vosotros.
—Tampoco espero que el almirante lo intente.