Capítulo 8
CUANDO el comandante Krakna cayó en la batalla contra los invasores, el Concilio General del Flock, escogió a un Trolwen para sucederle. Este concilio estaba formado por los más viejos y su elección al escoger a uno más joven no tenía importancia, puesto que los lannacha, pensaron que era natural que fuesen conducidos por un joven macho. Un comandante necesitaba la fortaleza física de dos para verlos a través de una dura y peligrosa emigración cada año; raramente se debilitaba. En cualquier avalancha debida al impulso de su edad se inclinaba ante el concilio general, los líderes del clan que se habían hecho demasiado viejos para, hablar a la cabeza de sus escuadras, pero no demasiado viejos y débiles, para hacer algún viaje a través de las jornadas de invierno.
La madre de Trolwen, pertenecía al grupo de Treekan, una rica línea de sangre que tenía grandes propiedades en Lannach. Ella misma había añadido a esta riqueza los beneficios de algún comercio. Ella sabía que su padre era Tornak de Wendru; a ella no le importaba mucho, pero Trolwen tenía un aspecto muy remarcado de un verdadero y valiente guerrero. Sin embargo, había sido un buen guerrero en todos los sentidos tanto en la tormenta como en las batallas más duras de cualquier día, y esto había hecho que el Concilio le hiciese como el líder de todos los clanes. A partir de los diez días había sido jefe de una causa perdida; pero posiblemente su tribu se hubiera replegado hacia la colina de las montañas, con más lentitud de lo que hubiesen hecho sin él. Ahora conducía a la mayor parte de las tribus flock, que estaban guerreando contra los Fleet.
El equinoccio de vernal acababa de pasar, pero los días aún se alargaban. Cada mañana el sol se levantaba más al Norte, pero un aire tibio se mezclaba con la nieve hasta que todos los campos de Lannach estaban inundados de agua. Solamente empleó ciento treinta días para pasar del equinoccio al último levantamiento de Sol; a partir de entonces, durante los días sin noche del Alto Verano, no habría más que agua para todos los campos.
Y si el Trkaska no era fundado por el líder, expuso con cierta tristeza Trolwen, no habría manera de seguir adelante, el flock estaría acabado.
Sus alas se movieron con cierta ligereza y rapidez en el cielo como si fuese el latido de un errante. Bajo él no había más que la blancura de unas nubes misteriosas, con el mar mucho más lejos por debajo y que reflejaba unos tonos tenues. Por encima de él se mostraba la claridad de la noche y las estrellas. Las dos lunas habían hecho su aparición.
Él tenía un poco de frío, la humedad llegaba hasta sus pulmones y sintió como un azote en sus músculos, pero tenía la alegría ordinaria de un vuelo normal. Pensaba mucho en matar.
Un comandante no debía mostrar indecisión, pero él era joven y el Cris Tolk del Geral comprendería.
—¿Cómo podremos saber que esos seres están aún en el mismo barco? —preguntó en un tono bajo conteniendo el ritmo de la respiración de su vuelo de ruta.
El viento seguía susurrando y ensombrecía sus palabras.
A medida que bajaba a través de las nubes, vio el enorme Fleet aún muy lejos por debajo de él, pero cubriendo las aguas, estas islas llamadas los Pups que eran unos bancos ricos de pesca al Este. A medida que ellos se fueron acercando oyeron de pronto una explosión de gritos procedentes de las embarcaciones y de las canoas al mismo tiempo que los draconnay habían oído los gritos de sus propios centinelas y todos fueron a las armas. Trolwen plegó sus alas y se detuvo. Tras él en un lado del Clan escuadrón gritaban tres mil lannacha machos. A medida que descendía iba mirando y buscando. «¿Dónde estará este doble monstruo terrestre? ¡Allí!»
La visión devoradora de un animal en vuelo, hizo ver a tres horribles formas en una de las cubiertas de la embarcación que les hacían señales y saltaban.
Trolwen, extendió sus alas.
—Pronto, aquí —gritó.
Los escuadrones se pusieron en formación de batalla, se recogieron y se lanzaron en picado hacia la embarcación. A medida que iban bajando cada uno de los jóvenes de la escuadra escogían uno de los guardas, pero no se lanzaron al ataque hasta que Trolwen cayó sobre la esfera de los defensores.
Los drasca estaban formando sus propias filas a una velocidad aterradora y con disciplina.
—¡Por todos los demonios encendidos!, si pudiésemos haber empleado un simple escuadrón —gritó Trolwen— y no un escuadrón de batalla después de un vuelo tan largo.
—Un simple escuadrón apenas hubiera podido llevar a los terrestres vivos —dijo Tolk—, no desde la misma base de los enemigos.
—Tenemos que aparentar que no merece la pena… cumplir el compromiso, cuando nos retiremos.
—Ellos saben muy bien, para qué hemos venido —dijo Trolwen—. Mira cómo se enardecen en la embarcación.
La tropa de Flock había hecho una formación de batalla y las de Dracca alcanzaban la superficie del agua. Un destacamento se puso alrededor de los humanos y luego se pusieron al acecho del ataque que les llegaba. El resto sobrevoló para repeler el asalto del enemigo.
Era una lucha muy igual sobre la cubierta. Ambos bandos estaban equipados del mismo modo: Armas, técnicas, parecían ser capaces de mucho mayores peligros que cualquier otra clase. Espadas de madera con pequeños pedernales en la punta, pequeñas dagas, tomahawks que daban unos golpes muy débiles y también se pegaban con tiras de cuero. Si uno de los machos se veía muy atacado, podía volar hacia arriba; no se intentaba en absoluto mantener las filas que habían formado, era una lucha completamente libre. Trolwen no tenía un especial interés en esta fase de la batalla, siendo muy superior en número con la cantidad de guerreros que había traído sabía que podía tomar la embarcación, si sus escuadrones aéreos podían estar al acecho de los draska.
Pensó de un modo convencional, lo mucho que una batalla en el aire se asemejaba a una danza: estaba llena de intrigas, era hermosa y terrible. Coordinar los esfuerzos de un millar o más de guerreros alados, alcanzaba los más altos niveles del arte.
La espina dorsal de tal fuerza eran los arqueros. Cada uno de ellos llevaba, asiéndolo con fuerza, un arco en los talones, tensaba la cuerda con sus manos, y mientras mantenía su vuelo, cogía una flecha de su carcaj con los dientes y se aprestaba a disparar, antes de tener que soltar la flexión del arco. Tales cuerpos de lucha, aprestados desde su nacimiento para la lucha con los arcos, podían fácilmente lanzar una cortina de flechas que nadie nunca podría atravesar vivo. Pero después de haber hecho zumbar el silbido de la muerte con sus flechas, tenían que volver hacia atrás y coger de manos de los porteadores más flechas para proseguir el combate. Este era el punto más vulnerable de su trabajo; y el resto de la armada se dedicaba a protegerlo.
Algunos llevaban para defenderse bolas de piedra, otros una especie de lanzas con puntas muy afiladas. Las armas volantes eran la innovación más reciente, observada entre las tribus extranjeras en los terrenos tropicales. En esto los draska iban a la cabeza; sus armas tenían un mecanismo de repetición, sobre bayonetas de madera. Al mismo tiempo, las unidades militares consideradas separadamente, estaban mucho mejor organizadas en los flock.
Por otra parte, se mantenían en contacto los unos con los otros por medio de las llamadas de un cuerno, que les integraba a su armada. Infinitamente más flexibles el cuerpo de los silbadores, iba de una parte a otra, de jefe en jefe, haciendo de los flock una enorme y temida organización.
La batalla se desarrollaba por todas partes, arriba y abajo, mientras el Sol se levantaba y las nubes se separaban y el mar tomaba un brillo especial. Trolwen hizo restallar sus órdenes: «Hunlu a reforzar el flanco derecho, Torcha a atacar la embarcación del almirante», mientras, Syrgen cargaba por el ala opuesta. Una vez hubo hecho esto, lanzando un grito terrible se lanzó al combate él mismo, mientras un grupo de draska lo hacía hacia el mismo lugar. Golpeó despiadadamente con el tomahawk a uno de ellos y vio cómo el ala de aquel enemigo se hundía en las aguas que ondulaban allá abajo.
Así terminaban y lo habían hecho siempre las batallas. Cuando las armas arrojadizas se terminaban, se lanzaron los unos contra otros, si ninguno de los bandos había abandonado, y reducían la batalla a un cuerpo a cuerpo. En ocasiones, el caos se extendía entre ambos bandos tan despiadadamente y tan enorme que ambos bandos se desintegraban.
«Pero los Fleet estaban aquí —pensó Trolwen—, con todos sus arsenales: con más armas arrojadizas de las que sus tropas volantes, que además eran inferiores en número, podían haber llevado consigo. Si esta lucha no terminaba pronto…».
La embarcación con los terrestres a bordo, había sido alcanzada. Las canoas Draka se aproximaban para hacerles retroceder. Una de las canoas irrumpió el fuego: el temido, irresistible aceite hirviendo de los Fleet, salía de una vasija de cerámica, las catapultas arrojaban masas informes que estilaban en llamas con el impacto. Estas eran las armas que habían aniquilado a las tropas más temibles de los flock y se habían apoderado de las ciudades costeras. Trolwen frunció el ceño con notoria expresión y angustia cuando los vio.
Pero los terrestres ya estaban fuera de la embarcación, y seis potentes porteadores les llevaban a cada uno de ellos en una malla especial. Cambiando a menudo de porteadores, esos fardos con los humanos dentro podían ser llevados a las montañas de los flock sin el menor riesgo. Las cajas de comida cogidas a toda prisa del lugar donde se hallaban, eran menos difíciles de llevar. Un silbador hizo saber el éxito de la expedición a todos los guerreros.
—¡Vámonos!
Las órdenes se hicieron sentir de boca de Trolwen, y cada uno de los guerreros se integró al escuadrón a que pertenecían.
—Hunlu y Syrgen, id en formación al lado de los porteadores. Dwarn vuela con la mitad del escuadrón por encima; la otra mitad que proteja el ala izquierda. Guardias de retaguardia…
Los perfiles de la mañana estaban todavía muy lejos de desaparecer. Su pesadilla había sido que el grueso de las fuerzas del Fleet les persiguiera. Una batalla mientras corrían de vuelta a sus hogares podía haber perjudicado notablemente a la armada. Pero tan pronto como estuvieron en plena retirada, el enemigo rompió el contacto con ellos y se retiraron a sus cubiertas.
—Tal como predijiste, Tolk —dijo con voz más tranquila Trolwen.
—De acuerdo, jefe flock —dijo el Heraldo con su calma habitual—, ellos tampoco estaban muy tranquilos, y no tenían verdadera ansiedad por mezclarse en tal contienda de retirada. Los hubiese alejado mucho, dejando sus embarcaciones indefensas. Además, todos ellos creían que tu idea era obligarles a tal desplazamiento. De modo que han decidido simplemente que los terrestres no merecen la pena para que ellos se arriesguen, y se metan en peligros mayores; por otra parte estoy seguro de que esta idea, los terrestres por su parte han estado inculcándola constantemente en ellos.
—Esperemos que no sea una creencia correcta. Pero de todos modos, Tolk, tú previste este acontecimiento. Tal vez debieras ser tú el comandante en jefe.
—Oh, no. Yo no. Fue el terrestre gordo quien predijo esto.
Trolwen rio.
—Entonces, quizá debiera ser él comandante.
—Quizá —dijo Tolk, pensativamente—. Quizá él lo quiera.