Capítulo 16


WACE se mantuvo sobre la cubierta del Rijstaffel y permanecía mirando cómo su enemigo llegaba desde el horizonte del cielo. Despacio, metió la mano en la bolsa que tenía a su lado. Su mano cogió un trozo de pan y otro de salchicha, era la última comida terrestre que quedaba. Durante varios días terrestres ahora, él se había mantenido con una ración mucho más abundante que antes, de modo que pudiera entrar en batalla con algo en el estómago.

De pronto, se dio cuenta de que él, después de todo, no quería.

Tras él una escuadra de marineros primitivos que había construido mástiles de una pieza con madera verde, plantaban cara al viento del norte. Estos barcos de hielo eran redondos, pero considerablemente menos que las embarcaciones del Drako; y con un increíble talento para la tiranía, van Rijn había conseguido que los lannacha trabajasen bajo las aguas del mar heladas, cortando el fondo de los hielos, y construyendo barcos de forma puntiaguda por la base. Ahora, dado el poder de la raza diomedana, la guerra de los lannacha se desarrollaría sobre las olas del Achan.

A pesar de todo, el momento más difícil, reflexionaba Wace, no había sido mientras ellos trabajaban descorazonadoramente para terminar la embarcación; el momento más difícil había venido después, cuando estaban casi prestos para abandonar, a consecuencia de los vientos contrarios. Durante un periodo medido en días terrestres, miles de lannacha se habían desmoralizado bajo las lluvias heladas, buscando pescado y pájaros para alimentar a sus crías que se morían de hambre.

Los Consejeros y el clan de los Líderes decían que esta era la guerra más importante de toda su historia: No había otra elección si no era abandonar inmediatamente el Kilnu. No obstante, gritando, discutiendo, incluso castigando, rogando, prometiendo —y en pocos casos, suplicando con cuál había ganado la mayor parte de las veces—, van Rijn había mantenido a aquellos seres en Dawrnach.

¡Bueno, todo estaba a punto!

El mercader salió de una pequeña cabaña de piedra, caminó hacia la cubierta, pasó por delante de algunas máquinas de guerra, y de algunas armas arrojadizas, hasta que alcanzó los arcos donde se mantenía Wace.

—Más vale que comas —dijo—, pronto no tendrás oportunidad.

—No tengo hambre —dijo Wace.

—¿No? —Van Rijn cogió el sándwich de entre los dedos de Wace—. Entonces, ¡condenación, yo sí que tengo! —Y comenzó a comérselo con grandes mordiscos.

Una vez más vestía una doble armadura, pero había elegido un arma solamente para esta ocasión, un hacha de piedra de grandes dimensiones con el mango de un metro de largo. Wace llevaba un tomahawk más pequeño y una armadura. Alrededor de los humanos se extendía la armada lannacha.

—Ellos se están preparando para recibirnos —dijo Wace. Sus ojos miraron la extensión de las canoas enemigas que se debatían contra el viento.

—¿Esperas acaso que extiendan una alfombra inmensa como hacen en América? Te juego cuanto quieras que ellos nos vieron hace ya muchas horas. Ahora envían mensajeros rápidos hacia su armada en Lannach. —Van Rijn cogió el último trozo de carne, lo besó reverentemente y se lo comió.

«Pero al fin y al cabo los lannacha eran luchadores, tigres alados en este momento», pensó Wace. El viaje que habían hecho hacia el sur les había descansado, y la configuración del terreno les había provisto de los medios suficientes para poderse alimentar; y el deseo que tenían de batalla les había impuesto un nuevo valor. También aunque tenían un navío más pequeño, probablemente tenían más guerreros, aun contando con la ausencia probable de la armada de Delp.

Por otra parte, se podían permitir el lujo de hacer pequeñas guerrillas. Sus hembras y las jóvenes crías estaban aún en Dawrnach (con Sandra que había tomado un color más blanco y se había tranquilizado). No tenían tesoros por los cuales poderse preocupar. Como único impedimento llevaban las armas y el odio.

Desde las nubes, Tolk, el Heraldo, bajó. Lo hizo con las alas extendidas, pero sin moverlas, planeando, alcanzando suavemente el terreno, y curvando su cuello como si de un cisne se tratase, para mirar a los humanos.

—¿Va todo bien aquí? —preguntó.

—Tan bien como se pudiera desear —dijo van Rijn—. ¿No hay señales de la armada en Lannach?

—Ninguna, todavía. Os haría decir cuál es el nombre del nuevo Almirante que oímos hablar a estos prisioneros, él tiene mensajeros recorriendo las montañas. Pero esta tierra es muy grande por aquí. No habría tiempo para localizarle.

—Sin embargo —dijo van Rijn—, debemos esperarles pronto.

—¿Está usted seguro de que podremos…?

—No estoy seguro de nada, y ahora, vuelve con Trolwen.

Tolk asintió y batió de nuevo el aire con sus alas.

—Bueno —dijo van Rijn—, ahora empieza lo nuestro, ¡que San Dimas me proteja!

—San Jorge sería un poco más apropiado, ¿no cree? —preguntó Wace.

—Tal vez tú opinas así. Pero yo soy demasiada viejo, grueso y cobarde para llamar a San Miguel, o Jorge u Olaf o a cualquier otro de los guerreros de que hablan. Yo me encuentro mucho mejor en casa con ningún santo que me recuerde hechos enérgicos, uno como Dimas, o mi propio nombre de pila que es nombre de viajeros.

—Y también es el patrón de los salteadores de caminos —remarcó Wace. Hubiese deseado que su lengua no se hubiera hecho de pronto tan espesa y tan seca. Se sentía inquieto… no verdaderamente asustado… pero sus rodillas le temblaban tanto y «El Padre Nuestro» le parecía terriblemente poco familiar.

—¡Ja! —explotó van Rijn—, bien pegado ese golpe, muchacho.

El artillero de la parte de popa sobre el Rijstaffel.

Un grito y el pulgar había metido media tonelada de piedra en la canoa más cercana. La embarcación tembló; su tripulación gritaba y sobre ella cayó una parte de los guerreros de Trolwen; hubo un momento de una confusión mortal y, entonces, los draconnay de aquella embarcación habían dejado de existir. Van Rijn cogió al asombrado capitán artillero por las manos y lo balanceó sobre cubierta cantando:

—Du bist mein sonenscheln, mein einzij. Soneneech ein, du machst mir freulich…

Otra canoa se acercó con un vaivén continuo hacia ellos. Wace vio sus arrojadores de llamas y la tripulación que se inclinaba sobre sus armas y él se tumbó bajo el pequeño muro que rodeaba la cubierta de hielo.

Las aguas golpeaban el costado de la embarcación y la arrojaban hacia un lado y luego se volvía a extender sobre el mar. El agua estaba completamente, helada. Escondidos al abrigo de los costados del barco, cientos de lannacha enviaban flechas hacia arriba, describiendo una curva sobre el cielo caían encima de la canoa.

Wace se tendió al lado del muro de cubierta. El encargado de una de las armas de fuego, parecía muerto. De pronto, sobre una de las partes de la canoa, se extendió la desolación y el pánico. Se oyó una voz que gritaba:

—Muerte al frente, ¡hacia allí!

El barco de los lannacha se hundía. Las canoas de los draconnay formaban un círculo como si estuviesen cercando un búfalo herido usando toda la velocidad y toda la maestría que tenían en estas operaciones. Convergiendo sobre un simple barco, trataron de abordar. No eran, de ningún modo, inferiores en número, y estaban prestas al asalto. Entre tanto, Trolwen con una absoluta destreza en el aire, se dirigía de una parte a otra disparando y usando el hacha.

Las canoas del Drako apenas se lanzaban al ataque. Las pequeñas embarcaciones eran destruidas, incendiadas y apartadas a un lado como si fueran inservibles por su poderoso enemigo.

Por la virtud de ser el primero, en atacar en la primera línea, el Rijstaffel hizo poca oposición. Todo lo que había allí era mordido por las catapultas, por las flechas de fuego y todas las armas. Detrás, el mismo mar ardía y formaba nubes de humo. Enfrente, estaban las grandes embarcaciones.

Cuando estos marineros y guerreros estuvieron a la vista de los dragones de Wace, estos comenzaron a cantar el himno de la victoria de los flock.

—Son un poco prematuros, ¿no? —gritó desde el lugar donde se encontraba.

—Ah —dijo van Rijn, desde donde estaba, tranquilamente—, déjales que rían por el momento. Muchos de ellos caerán pronto, y se ahogarán entre los peces, ¿no es así?

—Eso creo —Apresuradamente como si tuviese miedo de lo que había hecho para salvar su propia vida, Wace dijo—: Me gusta este canto, ¿a usted no? Se parece mucho a algún viejo canto popular americano, John Hart, por ejemplo.

—Los cantos de los flock están muy bien si tú mismo fueses un flock —espetó van Rijn—, yo prefiero Mozart, por ejemplo.

—Siempre deseé llegar un día a comprender a Bach, antes de morir, y al viejo Johann Sebastián que hablaba con Dios en matemáticas. No tengo cerebro, sin embargo, en esta condenada cabeza mía. De todos modos, tal vez pida una oportunidad más para escuchar el Eine Kleine Nachtmusik.

Hubo un gran movimiento en los Fleet, despacio y con mucho cuidado, las embarcaciones estaban abandonando el intento de evasión. Estaban organizándose en formación de batalla.

Van Rijn hizo un gesto lleno de coraje y de rabia hacia un Silbador.

—¡Rápido! Sube rápidamente y dile a Trolwen que no se preocupe en cubrirnos desde el cielo contra las canoas. Él tiene que atacar las embarcaciones. Que les mantenga ocupados, ¡por todos los demonios! ¡No dejad que haya mensajeros que vayan de una parte a otra hasta el punto de que puedan llegar a organizarse!

Mientras el joven lannacha se marchaba, el mercader gritó de modo que todo el mundo pudiera oírle:

—¡Por todos los demonios! ¿Hasta cuándo tendré que ocuparme yo de pensar en todo? ¡Por el bueno de San Nicolás, traedme un oficial, con cerebro entre las dos orejas, en lugar de estúpidos, y os construiré una catedral en Marte! ¿Me habéis oído?

—Trolwen está luchando allá arriba —protestó Wace—, usted no puede esperar que él pueda pensar en todo.

—Tal vez no —concedió van Rijn de mala gana—, tal vez, yo soy el único en toda la Galaxia que no comete errores.

Muy cerca, la masa global de las embarcaciones se convirtió en una tormenta cuando Trolwen dio su opinión. Un batir de alas hizo que todo aquello fuese un caos rojizo. Wace pensó que su embarcación podría pasar muy cerca de todo aquello, pero evitando la destrucción.

—No están luchando de una forma integral —dijo golpeando con su puño sobre el muro—. ¡Por todos los demonios, no lo están haciendo!

Un Silbador aterrizó llevando sobre su cuerpo sangre helada; había una herida terrible sobre uno de sus lados.

—Allí… Tolk, el Heraldo, dice… un lugar vacío… un lugar… donde pueden atacar Fleet —entonces, el cuerpo cayó sobre la cubierta. Wace se detuvo cogiendo al joven inhumano en sus brazos. Oía como la sangre se arremolinaba en sus pulmones hasta ahogarle.

Al fin, murió.

Van Rijn rectificó la posición del bajel en que se encontraban, unos cuantos grados solamente; no podía hacer otra cosa. Pero mientras las otras embarcaciones empezaban a acercarse a la cubierta de hielo, se podía ver que había una amplia grieta en su línea. Si asalto de Trolwen había impedido que se les acercase. El agua estaba teñida de rojo, y en ella flotaban flechas y arcos, que señalaban como una mano hacia el castillo flotante del Almirante.

—Allí —gritó van Rijn—. ¡Acabad con ellos! Coméoslos para desayuno.

Una catapulta silbó cerca de ellos y fue a dar contra el muro, rozando su manga, y haciendo saltar trozos de hielo consecuencia del golpe. De pronto cayó una flecha encendida, uno de los lannacha gritó al mismo tiempo. El fuego empezaba a extenderse. No servía para nada arrojar agua esta vez, el aceite y los mástiles se habían convertido en una gran antorcha.

De repente, van Rijn vio que la embarcación Iba a hundirse y se mezcló con todos los guerreros que había sobre ella y dentro de la gran confusión que cundía, fue hacia adelante y apoyándose contra el muro, con el hacha de piedra y comenzó a dar órdenes con ella en la mano.

—Aquí —gritaba—, ¡rápido! ¡Ayudadme, banda de estúpidos! ¡Rápido! ¿Es que tenéis pelos en el cerebro? ¡Rápido antes de que nos hundamos!

Wace, dirigiendo la tripulación de artilleros, que estaba combatiendo contra una embarcación cercana, no se dio cuenta de lo que ocurría, más que de una forma muy vaga. Otros estuvieron prestos mucho antes que él. La confusión que reinaba en el navío era enorme.

Llegaron a un momento en que las embarcaciones estaban unas frente a otras en una contienda terrible; las unas corrían de un lado a otro echando hacia atrás a la tripulación de Drako que no sabía hacia qué lado acudir. Los troncos que formaban la embarcación crujían. Mientras el Rijstaffel se alejaba, el bajel enemigo se convertía en una enorme pira de llamas.

Ahora, el barco de hielo era casi incontrolable, conducido en ciertos momentos por las corrientes más profundas y también por los movimientos debidos a la lucha que se estaba desarrollando. Pero, a través del agujero que había ampliado con todo ardor van Rijn, el resto de los lannacha se metían en él para protegerse. Las llamas de la guerra formaban una especie de monstruos flotantes, pero la madera se quemaría, mientras que el hielo no.

A través de una humareda enorme y cada vez más creciente, entre los dardos y las flechas que iban de una parte a otro, de arriba abajo, sobre una cubierta llena de muerte y heridas, pero todavía llena de odio hacia el enemigo, Wace se acercó hacia la bomba de tripulación más próxima. Estaban preparándose para incendiar otra embarcación tan pronto como el barco enemigo se acercase a ella.

—No —dijo.

—¿Qué? —El capitán se volvió hacia Wace mostrando en su rostro la extrañeza al mismo tiempo que erizaba su cresta en muestra de estupor—. Pero señor, ellos nos arrojarán fuego a nosotros.

—Eso nosotros lo podemos soportar —dijo Wace—, estamos muy bien protegidos por nuestros muros. Sin embargo, no quiero quemar esa embarcación. Quiero capturarla.

Van Rijn pasaba por allí en aquel momento alzando su hacha. No podía haber oído lo que Wace había dicho, pero, sin embrago, murmuró:

—Ja. Estaba a punto de ordenar esto yo también. Podemos usar esta embarcación para transportar nuestra impedimenta.

La orden corrió a lo largo de todo el barco. Su cubierta resbaladiza se oscurecía con sombras armadas que esperaban una nueva contienda. Acercándose más y más el navío de hielo flotante se acercaba a la otra embarcación que al mismo tiempo adquiría una forma más alta y más grande debida a la proximidad. Fuego, piedras, y peleas cundió por todos los rincones. La contienda fue dura, los lannacha la soportaron con bastante entereza. Wace envió a un Silbador hacia Trolwen para pedir ayuda; un destacamento volante enviado por la artillería del Drako con flechas.

Trolwen tenía una superioridad grande numérica. Podía cubrir el cielo con sus guerreros, haciendo esperar a los draconnay para un asalto sobre el mar. Hasta entonces —pensó Wace—, los dioses de Diomedes habían estado sonrientes. No podrían soportarlo mucho más.

Siguió a la primera ola de los lannacha. De pronto, Wace pensó alcanzar uno de los mástiles superiores de la embarcación y para ello se abrió paso entre la muchedumbre y empezó a escalar. Cuando alcanzó la cima y cuando había alzado su tomahawk y preparado su coraza, sin darse cuenta se encontró en la línea frontal de los guerreros. El humo de los barcos quemados por todas partes hería sus ojos; solo indistintamente vio a los defensores draconnay, que avanzaban en filas enfrente de él y hacia la cubierta más alta. ¿Acaso se habían redoblado los gritos y el tumulto repentinamente?

Un dedo forzudo le dio unos golpes en la espalda. Se volvió y se encontró con la mirada de van Rijn.

—¡Diantres y demonios!, ¡qué clase de escalador era este! Mejor hubiera sido que me hubiese quedado abajo, ¿no? Bueno, muchacho, ahora estamos en lo nuestro, en nuestro propio ambiente. Tolk me acaba de enviar un mensaje, la fuerza expedicionaria del Drako completa está a la vista y se acerca hacia aquí rápidamente.