7. Connor
CONNOR TENDRÍA que haberse quedado con la pistola del policía de la brigada juvenil, pero no lo pensó en su momento. Estaba tan asustado por el hecho de haber aletargado a un poli con su propia arma que simplemente la dejó caer al suelo y echó a correr, del mismo modo que había dejado caer la mochila en la carretera para poder cargar con Lev. Y en aquella mochila estaba su cartera, con todo su dinero. Ahora no le queda más que borra en los bolsillos.
Son las altas horas de la noche, o para ser más precisos, las primeras, pues está a punto de rayar el alba. Él y Risa se han pasado el día moviéndose por el bosque lo mejor que podían teniendo en cuenta que Connor iba cargado con un diezmo en estado de inconsciencia. En cuanto cayó la noche, él y Risa se habían turnado para hacer guardia, mientras el diezmo dormía.
Connor sabe que no puede confiar en Lev, por eso lo ha atado al árbol. Pero tampoco tiene motivos para confiar en esa chica que se escapó del autobús. Solo los une su común propósito de conservar la vida.
La luna ya ha abandonado el cielo, pero hay débiles destellos que prometen la rápida llegada del alba. A esas horas el rostro de los tres debe de figurar ya en todas partes. ¿Dices que has visto a esos chicos? ¡No te acerques a ellos! ¡Se les considera extremadamente peligrosos! ¡Hay que llamar a la policía inmediatamente! Es curioso que Connor se haya pasado tanto tiempo en el instituto intentando convencer a la gente de que era peligroso, pese a que él mismo nunca ha estado seguro de serlo. Un peligro para sí mismo, bueno, eso puede que sí…
Lev no deja de observarlo. Al principio los ojos del muchacho apenas se movían, y tenía la cabeza caída hacia un lado, pero ahora aquellos ojos se muestran despiertos y penetrantes. Hasta en la penumbra de aquel fuego mortecino, Connor puede distinguirlos. Son de un azul glacial, calculadores. Ese niño es un bicho muy raro. Connor no está seguro de qué ocurre en el planeta Lev, ni tampoco de que quiera averiguarlo.
—Ese mordisco se te va a infectar si no lo curas —advierte Lev.
Connor observa el lugar del brazo en que le ha mordido Lev. Sigue rojo y abultado. Había conseguido olvidarse del dolor hasta que Lev se lo ha recordado.
—Ya haré algo —le responde.
Lev continúa escudriñándolo.
—¿Por qué te van a desconectar?
Hay un montón de razones por las que a Connor no le gusta la pregunta:
—Querrás decir por qué me iban a desconectar, pues, como podrás ver, ya no soy un desconectable.
—Lo serás si te pescan.
Connor siente ganas de quitarle aquella petulancia de un puñetazo, pero se contiene. No lo ha salvado para empezar a darle palizas.
—Bueno, ¿y cómo es eso de saber toda tu vida que te van a sacrificar? —le pregunta. Lo dice solo con intención de molestar, pero Lev se toma la pregunta muy en serio.
—Es preferible a ir por la vida sin saber para qué estás aquí.
Connor no sabe muy bien si eso lo ha dicho a propósito para hacerle sentirse mal, como suponiendo que su vida carece de finalidad. Pero el caso es que se siente como si fuera él y no Lev el que está atado al árbol.
—Supongo que podría ser peor —dice Connor—. Podríamos terminar todos como Humphrey Dunfee.
Lev parece sorprenderse por la mención de ese nombre:
—¿Conoces esa historia? Creí que era algo que solo se contaba en mi vecindario.
—Qué va —dice Connor—. Los chavales la cuentan en todas partes.
—Es una patraña —objeta Risa, que acaba de despertarse.
—Tal vez —responde Connor—. Pero una vez, un amigo mío y yo estuvimos intentando enterarnos de algo sobre Humphrey Dunfee en uno de los ordenadores del colegio. Llegamos a una página que hablaba del tema y contaba cómo los padres del chico se volvieron completamente psicópatas. Entonces el ordenador petó. Acababa de atacarnos un virus que afectó a todo el servidor del barrio. ¿Sería una casualidad? Yo pienso que no.
Lev se traga la historia, pero Risa, bastante disgustada, comenta:
—Bueno, yo no terminaré nunca como Humphrey Dunfee, porque para eso tendría que tener padres que se pudieran volver majaras, y no los tengo. —Se pone en pie.
Connor aparta la mirada del fuego mortecino y comprueba que está rayando el alba.
—Si no queremos que nos atrapen, tendríamos que volver a cambiar de dirección —dice Risa—. También tendríamos que pensar en disfrazarnos.
—¿De qué? —pregunta Connor.
—No lo sé. Lo primero es cambiar de ropa. Otro corte de pelo tal vez. Andarán buscando a dos chicos y una chica, tal vez pudiera hacerme pasar por chico.
Connor la mira detenidamente y sonríe. Risa es muy guapa. No es el tipo de belleza de Ariana, sino otro mejor. La belleza de Ariana consiste en maquillaje e inyecciones de pigmento y cosas de esas. El tipo de belleza de Risa es más natural. Sin pensar, Connor alarga la mano para tocarle el pelo, y dice con delicadeza:
—No creo que pudieras pasar nunca por chico…
Entonces, de repente, encuentra que le tiran de la mano y se la ponen a la espalda. Todo su cuerpo se retuerce y ella le lleva el brazo a la región baja de la espalda. Le duele tanto que ni siquiera puede gritar un «¡Ay!». Lo único que consigue pronunciar es un «¡Eh… eh… eh…!».
—Vuelve a tocarme y te arranco el brazo —le dice Risa—. ¿Lo has entendido?
—Sí, sí, de acuerdo, nada de tocar, lo he entendido…
Desde el roble, Lev se ríe. Por lo visto está encantado de ver a Connor retorciéndose de dolor.
Risa lo suelta, pero el hombro le sigue doliendo.
—No necesitas ponerte así —dice Connor, tratando de que no se le note lo mucho que le duele todavía—. Yo no tenía intención de hacerte daño ni nada parecido.
—Bueno, así seguro que no —dice Risa. Su voz tal vez refleja un poco de culpabilidad por haber sido tan dura—. Recuerda que he vivido en una Casa Estatal.
Connor asiente con la cabeza. Ha oído hablar de los niños de las Casas Estatales, que tienen que aprender a cuidar de sí mismos desde muy pequeños, pues de lo contrario les amargan la vida. Tendría que haberse imaginado que Risa sería del tipo «prohibido tocar».
—Perdonad —dice Lev—, pero no podemos ir a ninguna parte si sigo atado a un árbol.
Pero a Connor no le gusta esa mirada juzgadora de los ojos de Lev.
—¿Cómo sabemos que no vas a escapar?
—No lo sabéis, pero mientras me tengáis atado seré un rehén —dice Lev—. Cuando esté libre seré un fugitivo como vosotros. Atado soy el enemigo, suelto seré un amigo.
—Eso si no echas a correr —dice Connor.
Impaciente, Risa empieza a desatar las lianas:
—A menos que queramos dejarlo aquí, tendremos que correr el riesgo.
Connor se arrodilla para ayudar a Risa a desatarlo, y al instante Lev se encuentra libre. Se estira, frotándose el hombro en que recibió la bala aletargante. Los ojos de Lev siguen siendo fríos como el hielo y difíciles de entender para Connor, pero comprende que no va a echar a correr. Tal vez, piensa Connor, se encuentre por encima de sus deberes de diezmo entregado en sacrificio. Tal vez esté empezando a comprender el valor de permanecer con vida.