17. Risa

¡POLICÍA EN EL VESTÍBULO, policía a la salida! Risa comprende que aquello es cosa de Lev, que no solo ha conseguido escapar de ellos, sino que los ha delatado. Esa profesora dice que quiere ayudarlos, pero ¿y si tuviera otras intenciones? ¿Y si pensara entregarlos a la policía?

«¡No pienses en eso ahora! No apartes los ojos del bebé…».

Los policías distinguen el pánico cuando lo ven. Pero si mantiene los ojos en el bebé, interpretarán su pánico como preocupación maternal.

—Si vuelvo a ver a Lev un día —dice Connor—, lo haré pedazos.

—¡Shhh! —exclama la profesora, guiándolos hacia la salida por entre la multitud.

Risa no puede recriminarle a Connor su rabia. Se culpa a sí misma por no darse cuenta de que Lev estaba disimulando. ¿Cómo podía haber sido tan tonta para creerse que se había puesto sinceramente del lado de ellos?

—Tendríamos que haber dejado que desconectaran a ese monstruo —refunfuña Connor.

—Cierra la boca —dice Risa—. Ahora tenemos que salir de esta.

Cuando se acercan a la puerta, ven aparecer otro policía justo allí fuera.

—Dame el bebé —le manda la profesora, y Risa hace lo que le dicen. No sabe muy bien por qué se lo pide, pero eso no importa. Está muy bien dejarse guiar por alguien que parece que sabe lo que se trae entre manos. Al fin y al cabo, es muy posible que ella no sea un enemigo. Es muy posible que realmente quiera salvarlos.

—Dejadme que vaya yo delante —dice la profesora—. Vosotros separaos y salid mezclados con los demás.

Sin el bebé, Risa no tiene para dónde mirar y sabe que no puede ocultar su mirada de pánico, pero de pronto comprende que tal vez no importe, y comprende por qué la mujer le ha cogido al bebé. Lev les ha delatado, pero con un poco de suerte aquella policía local no tendrá de ellos más que una descripción con la que será difícil reconocerlos: un chico de pelo alborotado y una chica de pelo oscuro con un bebé. Quitando al bebé, esa descripción puede valer para la mitad de los alumnos del instituto.

La profesora, Hannah, pasa por delante del policía, a unos metros por delante de ellos, y este la mira solo por un instante. Pero a continuación el policía mira a Risa, y no le aparta los ojos. Risa sabe que acaba de ponerse en evidencia. ¿Tendría que volverse y correr al interior del instituto? ¿Dónde se encuentra Connor en aquel momento? ¿Va detrás de ella, por delante…? No tiene ni idea. Está completamente sola.

Y entonces se presenta la salvación cuando menos se lo esperaba:

—¡Hola, Didi!

¡Es Alexis, la chica charlatana del autobús, que se coloca a su lado! Chase le mordisquea el hombro.

—Siempre están haciendo sonar la alarma —explica—. Bueno, al menos me he librado de la clase de mates.

De repente, los ojos del policía se dirigen a Alexis.

—Un momento, señorita.

Alexis se queda anonadada:

—¿Me dice a mí…?

—Venga aquí. Nos gustaría hacerle unas preguntas.

Risa sigue andando, conteniendo la respiración por miedo a que un suspiro de alivio pueda volver a atraer sobre ella la atención del agente. Risa ya no entra en el perfil que están buscando… ¡pero Alexis sí! Risa no mira atrás: continúa andando, y baja la escalinata que da a la calle.

En un instante, Connor la alcanza:

—He visto lo que acaba de pasar. Puede que tu amiga te haya salvado la vida.

—Tendré que darle las gracias más tarde.

Delante de ellos, Hannah se mete la mano libre en el bolsillo y saca las llaves del coche. Después se va hacia la izquierda, hacia el aparcamiento de los profesores. Todo está saliendo bien, piensa Risa. Ella los va a sacar de allí. Risa podría empezar a creer en aquel momento en los milagros y en los ángeles… Pero entonces oye tras ella una voz conocida.

—¡Esperad! ¡Alto!

Se vuelve y ve a Lev. Él los ha visto, y aunque se encuentra bastante lejos, se está dando mucha prisa para atravesar la multitud en dirección a ellos.

—¡Risa, Connor! ¡Esperad!

No bastaba con delatarlos, ahora tiene que llevar a la policía hasta ellos… Y no es el único. Alexis sigue con el policía, a la entrada del centro. Desde donde está, ve a Risa y se la señala al policía. De inmediato, el policía saca el aparato de radio para avisar a los otros agentes.

—Connor, estamos en apuros.

—Lo sé, yo también lo he visto.

—¡Esperad! —grita Lev, aún lejos de ellos, pero acercándose cada vez más.

Risa busca a Hannah con la mirada, pero la profesora ha desaparecido entre la multitud de chicos que han invadido el aparcamiento. Connor mira a Risa, y lo que ve en sus ojos es que el miedo sobrepasa la rabia.

—¡Corre!

Esta vez Risa no duda. Echa a correr con él hacia la calle, justo al tiempo que entra en escena un camión de bomberos con la sirena puesta. El camión se detiene delante de ellos y les cierra el paso. No tienen por dónde salir. La alarma antiincendios sonó piadosamente en el momento más oportuno, y les ha permitido llegar hasta donde se encuentran ahora, pero el alboroto va remansando. Los alumnos dan vueltas en vez de avanzar, y desde todos los puntos los policías los ponen en su punto de mira.

Lo que necesitan es un nuevo alboroto. Algo aún peor que una alarma de incendio.

La respuesta llega antes incluso de que Risa termine de plantearse la pregunta, y empieza a hablar sin siquiera saber qué es lo que va a decir.

—¡Empieza a dar palmadas!

—¿Qué…?

—¡Empieza a dar palmadas! ¡Confía en mí!

Connor asiente con la cabeza una sola vez, para dejar claro que lo ha entendido, y entonces empieza a dar palmadas, al principio despacio, y después cada vez más rápido. Ella hace lo mismo, y los dos aplauden como si estuvieran en un concierto y acabara de tocar su grupo favorito.

A su lado, un alumno deja caer la mochila al suelo y los observa aterrorizado:

—¡Aplaudidores! —grita.

En un instante se corre la voz: «¡Aplaudidoresaplaudidoresaplaudidores…!».

La palabra resuena entre todos cuantos los rodean. No tarda nada en llenar la suficiente cantidad de bocas, a medida que el pánico se extiende entre la multitud.

«¡Aplaudidores!», grita todo el mundo, y la multitud sale en estampida. Los chavales echan a correr, pero ninguno sabe muy bien adónde ir. Lo único que saben es que tienen que alejarse del instituto lo más rápidamente posible.

Risa y Connor siguen aplaudiendo, con las manos coloradas por la fuerza de sus acompasadas palmadas. La multitud corre presa de un terror ciego, y los policías no pueden contenerlos. Lev ha desaparecido, atrapado por la aterrorizada multitud, y la sirena del camión de bomberos, que brama como si anunciara el fin del mundo, solo contribuye a empeorar las cosas.

Entonces Risa y Connor dejan de dar palmadas y se unen a la estampida, como parte de la multitud.

Es en ese momento cuando alguien se presenta a su lado: se trata de Hannah. Ha renunciado a sus planes para sacarlos del recinto del instituto, así que le entrega rápidamente el bebé a Risa.

—¡Hay una tienda de antigüedades en la calle Fleming! —les dice—. ¡Preguntad por Sonia, ella os ayudará!

—No somos aplaudidores —es todo lo que a Risa se le ocurre decir.

—Ya sé que no. ¡Buena suerte!

No tienen tiempo de darle las gracias. En un instante, la multitud asustada los separa, llevándose a Hannah en distinta dirección. Risa se tambalea y se da cuenta de que se encuentran en mitad de la calle.

Los coches se han parado ante los cientos de chicos que corren frenéticamente para escapar de unos terroristas. El bebé berrea en los brazos de Risa, pero su llanto se pierde entre los gritos de la multitud. En un santiamén, Risa y Connor cruzan la calle y corren junto a los demás.