40. Connor

—¡YA ESTOY AQUÍ! —dice Roland a las puertas del avión de mensajería—. ¿Qué mosca te ha picado?

Connor sigue escondido en el interior de la bodega. Sabe que solo va a tener una oportunidad, así que tiene que hacerlo bien:

—Entra y hablaremos.

—No, sal tú.

«Buen intento», piensa Connor, «pero esto se hará tal como yo diga»:

—Si no entras, le diré a todo el mundo lo que sé. Le enseñaré a todo el mundo lo que he encontrado.

Hay un momento de silencio, y después ve la silueta de Roland al entrar en la bodega. Ahora Connor tiene la sartén por el mango. Sus ojos se han adaptado a la oscuridad de la bodega, y los de Roland no. Da un salto hacia delante y aprieta el cañón de la pistola del Almirante contra la espalda de Roland:

—¡No te muevas!

Instintivamente, Roland levanta las manos, como si se hubiera hallado ya muchas veces en aquella misma situación.

—¿En esto consiste tu trato?

—¡Cállate! —Connor usa una mano para registrarlo, encuentra el cuchillo escondido, y lo tira al campo por el hueco de la puerta. Satisfecho, aprieta un poco más con el cañón de la pistola:

—¡Muévete!

—¿Adónde se supone que tengo que ir?

—Tú ya sabes adónde tienes que ir: a la caja 2933. ¡Muévete!

Roland comienza a caminar hacia delante, metiéndose entre las estrechas filas de cajas. Connor es consciente de cada movimiento del cuerpo de Roland. Incluso con una pistola a la espalda, Roland se muestra arrogante y seguro de sí mismo.

—Yo de ti no dispararía —le dice—. Aquí le caigo bien a todo el mundo. Si me haces algo, te harán trizas.

Llegan a la caja 2933.

—¡Entra! —le dice Connor.

Es entonces cuando Roland lo hace: se gira, y golpea a Connor para apoderarse de la pistola.

Connor se lo esperaba. Aleja la pistola del alcance de Roland y, empleando la caja que está detrás de él como punto de apoyo, le pone un pie en el abdomen y lo empuja hacia atrás. Roland cae de espaldas en el interior de la caja 2933. En el instante en que lo hace, Connor se abalanza para cerrar la caja. Mientras, en el interior, Roland grita de pura rabia, Connor apunta a la caja y dispara la pistola una, dos, tres veces.

Las detonaciones retumban, mezclándose con los gritos aterrados del interior de la caja, y entonces Roland grita:

—¿Qué estás haciendo? ¿Es que te has vuelto loco?

Los disparos de Connor han sido muy precisos. Ha apuntado hacia abajo, a una esquina de la caja:

—Te he dado algo que no tuvieron tus víctimas —le dice Connor—. Te he dado agujeros para que respires.

Entonces se sienta:

—Bien, ahora hablemos.