47. Médicos en prácticas
DURANTE LOS SEIS MESES que lleva trabajando en urgencias, la joven médica ha visto cosas lo bastante extrañas como para escribir su propio libro de texto. Sin embargo, esta es la primera vez que un helicóptero hace un aterrizaje de emergencia en el aparcamiento del hospital.
Sale corriendo con un equipo de enfermeras, ordenanzas y otros médicos. Se trata de un pequeño helicóptero privado, seguramente de cuatro plazas. Ha aterrizado bien, y las palas de la hélice siguen dando vueltas, aunque por medio metro no se ha chocado contra un coche que está allí aparcado. Alguien debería perder su licencia de vuelo.
Del helicóptero salen dos niños que llevan a un hombre mayor en mal estado. Va a su encuentro una camilla con ruedas.
—Tenemos un helipuerto en la azotea, ¿sabéis?
—Nos pareció que no seríamos capaces de aterrizar en él —explica la chica.
Cuando la médica mira al piloto, que sigue sentado ante los mandos, comprende que no va a perder ninguna licencia, puesto que ese chico no puede tener más de diecisiete años. La médica se acerca a toda prisa al hombre mayor. El estetoscopio apenas encuentra un sonido en la cavidad torácica. Volviéndose a los médicos que la rodean, les dice:
—Hay que estabilizarlo y prepararlo para el transplante. —Entonces ella se vuelve a los chicos—. Tenéis suerte de haber aterrizado en un hospital con banco de corazones, pues de lo contrario tendríamos que evacuarlo por toda la ciudad.
Entonces la mano del hombre se alza de la camilla. Le coge de la manga, y tira de ella con más fuerza de la que nadie hubiera atribuido a un hombre en sus condiciones.
—Transplante no —le dice.
«No, no me haga esto», piensa la médica. Los ordenanzas dudan.
—Señor, es una operación de rutina.
—Él no quiere recibir transplantes —explica el muchacho.
—Lo habéis traído de Dios sabe dónde en un helicóptero pilotado por un menor de edad para salvarle la vida, ¿y ahora no queréis que lo hagamos? Tenemos una cámara entera llena de corazones sanos y jóvenes…
—¡Transplante no! —repite el hombre.
—Eh… va… contra su religión —dice la chica.
—Hay una solución —dice el chico—. ¿Por qué no hacen lo que hacían antes de contar con cámaras llenas de corazones sanos y jóvenes?
La médica lanza un suspiro. Al menos ella tiene la escuela de medicina lo bastante cerca para recordar qué era aquello:
—Eso hará descender drásticamente sus posibilidades de supervivencia. Lo sabéis, ¿no?
—Él lo sabe.
La médica le concede al enfermo un instante para cambiar de opinión, antes de transigir.
Los ordenanzas y otros profesionales se apresuran a llevar al hombre hacia la sala de urgencias, y el chico y la chica van detrás.
En cuanto se han ido, la médica se toma un instante para recuperar el aliento. Alguien la coge del brazo, y ella se vuelve para mirar al joven piloto, que no ha abierto la boca en todo el tiempo. Tiene en el rostro una expresión implorante, aunque decidida. La médica cree saber de qué va la cosa. Mira al helicóptero y después al chico.
—Le plantearé el asunto a la Administración Federal de Vuelo —le dice—. Estoy segura de que saldrás del atolladero si él sobrevive. Hasta podrían considerarte un héroe.
—Tenéis que llamar a los de la brigada juvenil —responde él, y la agarra aún con más fuerza.
—¿Cómo dices?
—Esos dos son desconectables huidos. En cuanto el viejo ingrese, tratarán de escapar. No podemos permitirlo, ¡hay que llamar a la brigada juvenil cuanto antes!
Ella se zafa de él:
—Vale, de acuerdo. Veré lo que puedo hacer.
—Y cuando lleguen —dice—, asegúrese de que primero hablan conmigo.
Ella le da la espalda, y regresa al hospital, sacando el móvil por el camino. Si ese chaval quiere que acudan los de la brigada juvenil, los llamará. Cuanto antes vengan, antes dejará de ser todo aquello problema suyo.