5. El policía
EL AGENTE de policía J. T. Nelson lleva doce años trabajando en la brigada juvenil. Sabe que los desconectables ASP no se dan por vencidos mientras les quede un asomo de conciencia. Rebosan adrenalina, y a veces también rebosan sustancias ilegales: cafeína, nicotina y cosas peores. Le gustaría que la munición fuera de verdad. Le gustaría poder eliminar a esos deshechos de la vida, en vez de simplemente capturarlos. Tal vez de ese modo no correrían tan aprisa. Y si lo hicieran…, la pérdida no sería importante.
El agente sigue el camino que ha dejado por el bosque el desconectable ASP, hasta que se tropieza con algo que hay en el suelo. Es el rehén, al que simplemente ha abandonado allí, con la ropa blanca que el follaje ha manchado de verde y la tierra embarrada, de marrón.
«Bueno», piensa el agente, «después de todo no ha sido mala cosa que este niño recibiera un balazo. El quedar inconsciente puede que le haya salvado la vida, porque no se sabe dónde podría habérselo llevado el desconectable, ni qué podría haber hecho con él».
—¡Socorro, por favor, estoy herida!
Más adentro del bosque, hay una chica sentada, recostada contra un árbol, que se sujeta el brazo haciendo muecas de dolor. El agente no está como para perder el tiempo, pero, por otro lado, lo de «servir y proteger» no es para él tan solo una frase hueca. A veces preferiría no tener tanta integridad moral.
Se dirige hacia la chica.
—¿Qué haces aquí?
—Iba en el autobús. Salí corriendo porque tenía miedo de que explotara. ¡Me parece que tengo el brazo roto!
Observa el brazo de la chica. No encuentra ni siquiera un moratón. Eso debería haberle hecho sospechar, pero el policía tiene la mente demasiados metros más allá para recelar nada.
—No te muevas de aquí, enseguida vuelvo.
Se gira, dispuesto a reemprender la persecución, cuando algo cae sobre él desde lo alto. O no exactamente algo, sino alguien: ¡el desconectable ASP!
El agente se pega contra el suelo, y de repente tiene dos personas atacándolo: el desconectable y la chica. Están los dos juntos en aquello. ¿Cómo pudo ser tan tonto? Intenta coger su pistola de balas aletargantes, pero no la encuentra. Por el contrario, nota la boca del arma apretada contra su muslo izquierdo, y ve el gesto de triunfo en los ojos oscuros y malvados del desconectable.
—¡A soñar con los angelitos!
El agente siente un agudo dolor en la pierna, y el mundo se le empieza a borrar.