18. Lev
EL MEJOR EJEMPLO de soledad: Lev Calder bajo los pies de una multitud que huye en estampida.
—¡Risa, Connor… socorro!
No debería haberlos llamado por su nombre, pero ya es demasiado tarde para rectificar. Echaron a correr de él en cuanto los llamó. No esperaron nada: echaron a correr. Seguro que lo odian, porque tienen que saber lo que ha hecho. Ahora, cientos de pies pasan por encima de Lev como si él no estuviera allí. Le pisotean la mano, una bota se desploma sobre su pecho, y un chaval utiliza el promontorio de su cuerpo para impulsarse y ganar velocidad.
Aplaudidores. Todos gritan pensando que hay aplaudidores, solo porque él tiró de aquella estúpida alarma.
Tiene que alcanzar a Risa y Connor. Tiene que explicarles, tiene que decirles que lo siente, que se equivocó al delatarlos y que hizo sonar la alarma para ayudarlos a escapar. Tiene que hacerles comprender. Ahora son sus únicos amigos. O lo eran, aunque ya no lo serán. Lo ha echado todo a perder.
Finalmente, la estampida ralea lo suficiente para que Lev pueda levantarse. Tiene los vaqueros rasgados por la rodilla. La boca le sabe a sangre, debe de haberse mordido la lengua. Trata de calibrar la situación. La mayoría de la multitud ha salido ya del recinto, ocupa la calle y sigue más allá, desapareciendo por calles secundarias. Solo quedan los rezagados.
—¡No te quedes ahí parado! —le dice un chaval que pasa a toda prisa—. ¡Hay aplaudidores en los tejados!
—¡No! —dice otro chaval—, ¡por lo visto están en la cafetería!
Alrededor de Lev, los desconcertados policías caminan a grandes zancadas, con paso pretendidamente decidido, como si supieran adónde ir. Cuando llegan a cierto punto, se vuelven y siguen caminando con el mismo paso decidido, pero en otra dirección distinta.
Connor y Risa lo han abandonado.
Comprende que si él no se va en aquel momento con los últimos rezagados, llamará la atención de la policía.
Echa a correr, sintiéndose más indefenso que un bebé al que la cigüeña acaba de dejar en el umbral de una puerta. No sabe a quién culpar por ello: ¿al padre Dan por dejarlo suelto? ¿A él mismo, por traicionar a los dos únicos chicos que quisieron ayudarlo? ¿O debería culpar a Dios por permitir que su vida haya llegado a este amargo punto? Ahora puedes ser quien quieras, le había dicho el padre Dan. Pero precisamente en aquellos momentos, a Lev no le apetece ser nadie.
El mejor ejemplo de soledad: Levi Jedediah Calder comprendiendo repentinamente que ya no es él.