58. Connor

CONNOR SE TERMINA a toda prisa el desayuno, y no porque tenga hambre, sino porque hay otro sitio en el que quiere estar. La hora del desayuno de Risa es justo antes de la suya. Si ella es lenta y él muy rápido, pueden cruzarse sin atraer la atención del personal de Happy Jack.

Se encuentran en el aseo de las chicas. La última vez que se vieron obligados a encontrarse en un lugar como aquel entraron en cubículos separados y aislados. Ahora entran en el mismo. Se agarran el uno al otro en aquel estrecho espacio, sin presentar disculpas. No les queda tiempo en la vida para juegos, ni para cobardías, ni para aparentar que a uno le da igual el otro, así que se besan como si fuera el último día de su vida. Como si besarse fuera tan crucial para ellos como el oxígeno.

Risa le toca los moratones del rostro y del cuello que le ha dejado la pelea con Roland, y le pregunta qué ha sucedido. Connor le responde que no tiene importancia. Ella le explica que no puede quedarse allí mucho tiempo, porque Dalton y los otros miembros de la orquesta la estarán esperando ya en el terrado de la chatarrería.

—Te he oído tocar —le dice Connor—. Eres increíble.

Vuelve a besarla. No hablan de la desconexión. En ese momento no existe nada de eso. Connor sabe que irían más allá si pudieran, pero no allí, no en un lugar como aquel. Eso no les ocurrirá nunca, pero por un lado él se alegra de saber que eso ocurriría si dispusieran de otro lugar y otra circunstancia.

La sujeta diez segundos, veinte, treinta. Entonces Risa se le escurre de los brazos. Connor regresa al comedor. Unos minutos después él la oye tocar, oye las notas de la música que surgen de ella para llenar Happy Jack con el sonido palpitante y optimista de los condenados.