13. Lev

LAS COSAS no han ido hoy según lo pensado.

Lo pensado era darse a la fuga en cuanto llegaran a la civilización. Podría haber echado a correr nada más salir del bosque. Podría haberlo hecho, pero no lo hizo. Habrá una ocasión mejor, pensó. Ya se presentaría el momento perfecto, si tenía paciencia y permanecía atento.

Para fingir que era uno de ellos, para fingir que era como ellos, había necesitado hasta el último ápice de su fuerza de voluntad. Si seguía, era por el convencimiento de que muy pronto las aguas volverían a su cauce.

Cuando el coche de policía entró en la calle por la que iban ellos, Lev estaba dispuesto a irse hacia aquel coche y entregarse. Lo hubiera hecho de no ser por aquel pequeño detalle: que las fotos no estaban en el periódico.

Ese detalle preocupaba a Lev aún más que a los otros dos: su familia era influyente, y no se podía jugar con ellos. Había dado por hecho que su foto ocuparía la mayor parte de la primera página del periódico y, al ver que no era así, no había sabido qué pensar. Incluso la teoría de Risa de que sus padres querrían que la mataran a ella y a Connor le pareció plausible.

Si se entregaba a la policía, ¿les dispararían a Risa y a Connor balas de fuego real? ¿Haría tal cosa la policía? Lev quería que respondieran ante la justicia, pero no podía soportar la idea de tener sobre su conciencia la muerte de los dos. Por eso había dejado pasar de largo aquella oportunidad.

Y ahora las cosas estaban peor. Ahora había un bebé. ¡Robar un bebé que acababa de dejar la cigüeña! Aquellos dos desconectables estaban fuera de control. Ya no tenía miedo de que lo mataran, pero eso no los hacía menos peligrosos. Había que protegerlos de sí mismos. Necesitaban… necesitaban una buena desconexión.

Sí, esa sería la solución para aquellos dos. En su estado actual no podían ser de utilidad para nadie, y menos para sí mismos. La desconexión seguramente sería un alivio para los dos, pues en aquellos momentos estaban deshechos por dentro. Y era mejor ser deshecho por fuera. De ese modo, su espíritu dividido podría descansar, sabiendo que su carne viva estaba extendida por el mundo, salvando vidas, formando parte de la totalidad de otras personas. Del mismo modo que descansaría su propio espíritu.

Lev piensa en esto sentado en el autobús, tratando de no ver lo contradictorios que son en realidad sus sentimientos.

Mientras Risa y Connor hablan con aquella chica insoportablemente animada que llevaba el bebé en brazos, Lev se desplaza un asiento hacia delante, poniendo distancia con ellos. Un chico se sube al autobús y se sienta a su lado. Lleva unos auriculares puestos, y acompaña una música que Lev no puede oír. El muchacho posa la mochila en el asiento que se encuentra entre ellos, casi bloqueando a Lev, y se reconcentra en su música.

Entonces Lev tiene una idea. Mira tras él para ver a Connor y a Risa, que siguen hablando con la chica del bebé. Sigilosamente, Lev mete la mano en la mochila del chico y extrae un cuaderno con las esquinas dobladas. En grandes letras negras aparece la frase «MUERTE POR ÁLGEBRA» acompañada de pequeñas calaveras y fémures cruzados. En el interior del cuaderno hay embarulladas ecuaciones matemáticas y deberes calificados con nota baja por falta de atención, según se especifica. Lev abre el cuaderno con mucho cuidado por una página en blanco, y vuelve a meter la mano en la mochila del muchacho para coger un bolígrafo. El chaval está tan absorto en su música que no se da cuenta de nada. Lev empieza a escribir:

¡NECESITO AYUDA! ME HAN COGIDO DE REHÉN

DOS DESCONECTABLES ASP

ASIENTE CON LA CABEZA SI COMPRENDES…

Cuando ha terminado, le tira del hombro al chaval. Pero necesita dos tirones para captar su atención.

—¿Eh…?

Lev le presenta el cuaderno, procurando hacerlo de tal modo que no se vea demasiado. El chico lo mira y grita:

—¡Eh, tío, ese es mi cuaderno!

Lev respira hondo. Connor lo está mirando en aquel momento. Tiene que andarse con cuidado:

—Ya sé que es tu cuaderno —dice Lev, tratando de explicarse con la mirada lo más elocuentemente posible—: Solo… necesitaba… una… hoja…

Sostiene el cuaderno un poco más alto para que el chico lea, pero el chico ni siquiera lo mira:

—¡Tendrías que habérmelo pedido! Entonces arranca la hoja sin siquiera mirarla, la arruga, y para horror de Lev la lanza hacia la parte de delante del autobús. La hoja rebota entonces en la cabeza de otro chico, que la ignora, y termina en el suelo. El autobús llega a la siguiente parada, y entonces Lev ve sus esperanzas pisoteadas por treinta pares de zapatillas deportivas.