9
El mozo de cuadra se llamaba Mick. Nacido y criado en Virginia, le gustaba fanfarronear con que había olvidado acerca de caballos más de lo que la gente por lo general aprendía. Tal vez fuese cierto. Sin duda a lo largo de sus cincuenta y tantos años en las pistas había participado en todos los aspectos del juego. En los primeros años pasó de caballerizo a peón. Muchas veces se vanagloriaba de haber montado los caballos del señor Cunningham durante el apogeo de este.
Antes de los veinte años todavía estaba en condiciones de ser jockey. Y aunque nunca pasó de aprendiz, llegó a lucir los colores del stud. No le gustaba que la gente lo olvidara.
Durante un breve tiempo nada memorable, gracias a mentiras y exageraciones, consiguió el puesto de cuidador en un pequeño stud de Florida. Durante un año fue dueño de un caballo… al menos de un 15 por ciento. Tal vez el caballo nunca hubiera estado a la altura de su potencial, demostrando que no era más que uno de esos purasangre que se cansan con rapidez y corren despacio. Pero Mick había sido propietario, y eso era lo importante.
Volvió al enterarse de que el criadero de Cunningham había cambiado de propietario. Su puesto de caballerizo le satisfizo, sobre todo porque Gabriel Slater tenía aspecto de ganador. Y siempre lo había tenido, desde que Mick lo recordaba.
Le gustaba que los peones lo trataran con deferencia. Tal vez a sus espaldas se burlaran de él porque usaba una gorra de un azul eléctrico y solía pavonearse. Pero lo hacían con afecto.
Su rostro delgado y surcado de arrugas era conocido en todos los hipódromos, desde Santa Anita hasta Pimlico. Y eso era justamente lo que Mick quería.
—La pista está pesada —comentó Boggs, mientras liaba un cigarrillo con meticulosidad.
Mick asintió. La lluvia de la mañana se había convertido en una llovizna incesante. Double or Nothing, el caballo de Slater, se lucía en una pista barrosa.
Transcurría ese tiempo tan lento que separaba el entrenamiento de la carrera en sí. Mick estaba sentado bajo un alero y pensaba en los diez dólares que le quemaban el bolsillo. Tenía ganas de jugárselos al hocico de Double y verlos crecer. Sacó un arrugado paquete de Marlboro para fumar con Boggs.
Todo estaba en silencio. Los jockeys debían de estar en sus cuartos o tomando una sauna para quitarse algún kilo de más antes de la carrera. Los cuidadores debían de estar ocupados en sus cosas, y los propietarios en el edificio del hipódromo disfrutaban de la calidez y de un café caliente. Había poca actividad en las caballerizas, pero muy pronto todo volvería a cobrar vida.
—Es raro ver por aquí a la hija de la señorita Naomi —comentó Mick—. Hace un par de semanas llegó a caballo a Longshot y se fue empapada.
Boggs dio una calada y exhaló una bocanada de humo.
—Lo sé.
—Montaba tu ruano. Y lo manejaba muy bien.
—Monta como su madre. De maravilla.
Permanecieron sentados, dos solterones recalcitrantes que fumaban en silencio. Transcurrieron cinco minutos antes de que Mick volviera a hablar.
—Ese día llegó alguien más a las caballerizas.
—¿Sí? —Boggs no preguntaría quién. Era la manera que tenían de comunicarse.
—Hacía tiempo que no lo veía, pero lo reconocí enseguida. —Tiró la colilla a un charco y la miró apagarse—. No recordaba los lazos que había entre ambos hasta que los vi juntos. Y entonces caí en la cuenta. Recuerdo la época en que el señor Slater trabajaba como mozo de cuadra del señor Cunningham.
—Sí, hace quince años. Después de eso pasó a Three Willows. Estuvo un tiempo allí.
—Un año o dos. Era trabajador y no se puede decir que fuese charlatán. Aún ahora nunca dice nada a menos que se suponga que debe decirlo. Siempre fue un solitario. —Soltó una breve risita—. Nunca pensé que terminaría trabajando para él.
—Llegó a ser alguien.
—No hay duda. Muchos no lo hubieran creído al verlo dar vueltas por ahí y jugando a las cartas. Suponían que no era más que otra rata de carretera. Pero yo sabía que no era así.
—A mí también siempre me gustó ese muchacho. —Boggs se frotó un brazo donde lo había mordido un potrillo—. Tenía un aspecto muy especial. Y lo sigue teniendo.
—Sí. Yo estaba allí el día en que Lipsky trató de acuchillarlo. En ese momento no dijo más de lo necesario.
Boggs escupió en el piso embarrado, como demostración de lo que pensaba acerca de Lipsky.
—Un hombre no tiene derecho a emborracharse si trabaja en un criadero.
—Ya. —Mick volvió a guardar silencio y pensó en encender otro cigarrillo—. El señor Slater no tolera a los borrachos. Yo había olvidado cómo bebía su padre hasta que volví a verlo hace unos días.
—¿Rich Slater? —preguntó Boggs con repentino interés—. ¿Está en Longshot?
—Eso es lo que te estoy diciendo. El día en que la hija de la señorita Naomi se fue a caballo empapada. Estaba emperifollado como un vendedor de biblias. —Para disfrutar más de la historia, Mick decidió encender el segundo cigarrillo—. Conversaron un rato. No pude oír lo que dijo el señor Slater, y la cara del hijo estaba completamente inexpresiva. —Exhaló humo y volvió a inhalar, seguro del interés de su viejo amigo—. Pero a pesar de todo se alcanzaba a oír al viejo, que reía y fanfarroneaba sobre el dinero que tenía, asegurando que solo estaba allí para ver cómo le iba a su hijo.
—Lo más probable es que le haya pedido un préstamo.
—Es lo que me figuro. No me gustó su manera de mirar el lugar, como si estuviera sumando en una calculadora. Polly estaba ejercitando a un potrillo. Esa Polly tiene manos excelentes.
—Es cierto —corroboró Boggs, que no veía nada raro en la historia de Mick. Saludó a un mozo de cuadra que pasaba—. Una buena entrenadora de potrillos. Se me ocurre que en Three Willows, Moses debe estar preparando para eso a la señorita Kelsey. El viejo Chip ha vuelto a empezar a hablar de retirarse.
—No hace otra cosa. Es solo una cortina de humo. Bueno —Mick decidió ir al grano—, el señor Slater se dirige a la casa. El señor Rich se queda por ahí vaciando su petaca. Una petaca brillante y de plata. Arrincona un rato a Jamison, para sonsacarle datos, supongo. Después vuelve el señor Slater, le entrega un cheque al viejo y lo saca a patadas. De una manera sutil, claro, pero de todos modos lo sacó a patadas.
—Ese Rich Slater nunca me gustó demasiado.
—A mí tampoco. Algunos dicen que las manzanas no caen de los árboles. Pero con esos dos, creo que ha de ser una larga historia. El señor Slater tiene clase. Y escucha cuando uno le dice algo. El otro día me preguntó qué opinaba sobre la punción en la pata de Three Aces.
—Ese es un buen caballo.
—¡Ya lo creo! Así que le dije que a mí no me parecía que fuera un accidente. Él solo me miró y me lo agradeció con amabilidad. —Se puso de pie—. Voy a echarle una mirada a Double.
—Creo que iré a buscar un poco de café.
Se separaron y Mick se encaminó hacia la caballeriza. La lluvia tamborileaba sobre los techos, ahogando el ruido de los caballos que se movían inquietos en sus boxes. Otro mozo de cuadra cubría a una yegua con una manta. Mick se detuvo un instante para estudiarla.
Decidió que era demasiado ancha de pecho. Posiblemente chapotearía con las patas delanteras. Ese no era problema para Double. Él tenía una buena alzada, era de un negro puro con cuartos delanteros bien formados y un cuerpo fuerte. Pero sobre todo Double tenía coraje.
Mick se dirigió al box. Le gustaba hablarle un poco a Double antes de una carrera. Y mirar los ojos del potrillo para saber si ese día convenía apostar por él.
—Bueno, muchacho, hemos pedido un poco de lluvia solo para ti. —Mick abrió la puerta del box y frunció el entrecejo—. ¿Qué demonios estás haciendo aquí, Lipsky? No tienes nada que hacer cerca del caballo del señor Slater.
Lipsky permaneció en cuclillas mientras pasaba una mano por la pata de Double.
—Lo estaba estudiando. Pensaba apostarle.
—Apuesta si quieres, pero vete de aquí.
—Ya me voy. —Lipsky alejó el cuerpo, pero los ojos de Mick estaban alerta.
—¿Qué coño quieres hacer con eso? —Con un rápido movimiento, Mick aferró el brazo de Lipsky. La navaja resplandeció, la hoja delgada y brillante en la débil luz—. ¡Eres basura! ¿Ibas a hacerle un corte, verdad?
—No pensaba lastimarlo. —Lipsky miró la puerta del box. No le quedaba mucho tiempo—. Solo pensaba impedir que corriera hoy. —«Y nunca, después de que le haya cortado un tendón», pensó—. Slater se lo tiene merecido.
—Eres tú el que va a recibir su merecido —lo corrigió Mick—. Y nadie se mete con mis caballos. ¡Bastardo, también trataste de arruinar a Three Aces!
—No sé de qué estás hablando. Mira, fue una mala idea. Pero no he hecho nada malo. Puedes ver tú mismo que no lo he tocado.
—Por supuesto que lo miraré. Pero ahora iremos a ver qué opina el señor Slater con respecto a esto.
Lipsky retrocedió, asustado, pero el viejo lo aferró con mano de hierro.
—Tú no vas a entregarme…
—¡Desde luego que te voy a entregar! Te entregaré y si le has hecho una sola marca a este caballo, y Slater decide matarte, escupiré sobre tu tumba.
—¡Ni siquiera he tocado al maldito caballo!
Desesperado, Lipsky se revolvió y los dos hombres se enzarzaron en una feroz pelea. Double comenzó a moverse con nerviosismo en el box.
La navaja hendió el aire y, apartada por la mano de Mick, rasguñó el flanco del potrillo. Sorprendido por el dolor, Double se paró en dos patas. Mick maldijo, pero cuando la navaja se le clavó en el estómago enmudeció y abrió los ojos como platos.
—¡Dios! —Tan sorprendido como Mick, Lipsky extrajo la hoja y miró el charco de sangre que empezaba a formarse—. ¡Dios santo, Mick! ¡No quería hacerte daño!
—¡Hijo de puta! —balbuceó Mick, y cayó hacia adelante en el momento en que el potrillo se alzaba en dos patas, asustado por el olor a sangre.
Uno de los cascos cayó sobre el cráneo de Mick. Tras un intenso relámpago de dolor, ya no volvió a sentir nada, aun cuando los cascos del aterrorizado caballo lo pisotearon.
Presa del pánico, Lipsky estuvo a punto de echar a correr, pero permaneció allí, en un rincón. «No es culpa mía —se dijo—. Diablos, no soy un asesino». Jamás se le habría ocurrido amenazar con un cuchillo al viejo Mick, sobre todo considerando que estaba sobrio. «Si Mick me hubiera escuchado, esto jamás habría sucedido». Se pasó el dorso de la mano por la boca y retrocedió hacia la puerta. Antes de salir del box, se metió la navaja ensangrentada en la caña de su bota. Después, inclinado, corrió hacia la lluvia.
Necesitaba beber algo.
—¡Qué maravilloso es esto! —dijo Channing, de pie en las tribunas y comiendo una salchicha—. Quiero decir —agregó con la boca llena—, ¿quién hubiera dicho que sería tan emocionante? Ha sido como ver los ensayos de una importante obra de Broadway.
Naomi sonrió, encantada con el muchacho. De haber podido elegir el hermanastro para su hija, habría elegido sin duda a Channing Osborne.
—Siento que no te hayamos podido proporcionar un tiempo más agradable.
—No importa; la tormenta aumenta el dramatismo del espectáculo. Los caballos que pasan como una exhalación en medio de la lluvia, los colores volando, el barro que salpica… —Sonrió y bebió unos tragos de Coca Cola—. Me muero de ganas de que empiece.
—Bueno, ya no falta mucho —contestó Kelsey—. En realidad han de estar preparando a los caballos para el desfile inicial. ¿Quieres ir a echar un vistazo?
—¡Por supuesto! Le agradezco que me deje participar de todo esto, Naomi.
—Y yo me alegro que nos hayas elegido a nosotros en lugar del sol, la playa y los biquinis.
—Esto es mucho mejor. —Y con un gesto que a ella le resultó encantador, le ofreció su brazo—. La semana que viene, cuando vuelva a casa, podré alardear de haber estado con dos mujeres fabulosas.
—¿Y qué hay de la chica vegetariana? —preguntó Kelsey.
—¿Quién, Victoria? —La sonrisa de Channing fue rápida e indiferente—. Me plantó al descubrir que era un carnívoro irrecuperable.
—Lo cual demuestra que era muy poco perspicaz —decidió Naomi.
—Eso le dije. Soy una verdadera maravilla, ¿no es cierto, Kels?
Al mirar a su hermanastra notó que ella fijaba su atención en otra cosa. «Bueno —pensó Channing mientras estudiaba a Gabe—. Hacía mucho tiempo que no veía esa expresión en los ojos de Kelsey».
—¿Le conoces? —preguntó.
—Mmm. ¡Ah! —Distraída, Kelsey se ajustó la gorra—. Es solo un vecino.
Gabe interrumpió la conversación que mantenía con Jamison para mirarlos acercarse. Aquella mujer era maravillosa y otra vez se la veía empapada. Dejó de mirarla para estudiar al tipo que le rodeaba los hombros con un brazo.
Demasiado joven para ser un competidor, decidió. Dudaba que tuviera edad suficiente para comprar una cerveza. Pero había un aire posesivo en la forma en que le rodeaba los hombros y en sus ojos notó una mezcla de curiosidad y advertencia.
«Debe de ser el hermanastro», se dijo Gabe, y se acercó a recibirlos.
—¿Todavía no te has secado? —le preguntó a Kelsey y observó la fugaz expresión de enojo que asomaba a sus ojos.
—Slater, te presento a Channing Osborne, mi hermanastro. Este es Gabriel Slater.
—Me alegra que hayas venido a visitar a tu hermana.
—Sí, claro.
A Gabe le divirtió que Channing le retuviera la mano más de lo necesario para un apretón.
—¿Cómo está la yegua, Naomi? Tuve la intención de dar una vuelta por ahí y verla personalmente.
—Está decididamente preñada. Y saludable. Ayer, cuando Matt pasó por casa me enteré de lo de Three Aces. ¿La herida cicatriza bien?
Los pensamientos de Gabe se ensombrecieron pero su rostro permaneció plácido.
—Sí, dentro de unas semanas volverá a estar en forma.
—Y hoy corre Double or Nothing, ¿verdad?
Gabe miró a Kelsey. Como quería tocarla y al mismo tiempo irritarla, le pasó un nudillo por la mejilla.
—Veo que llevas cuenta de la competencia, querida.
—Es natural. Tu potro corre hocico a hocico con el nuestro.
—¿Quieres que hagamos otra apuesta? Todavía me debes diez.
—Me parece bien. Para seguir el espíritu de la cuestión, ¿qué te parece si apostamos doble o nada?
—Hecho. ¿Quieres echarle un vistazo al ganador?
—Ya he visto a Virginia’s Pride, gracias.
Gabe sonrió y le tomó la mano.
—Ven.
Mientras se la llevaba, Channing frunció el entrecejo.
—¿Hace mucho que él va detrás de ella?
—Estoy empezando a creer que sí. —Mientras los miraba alejarse, Naomi se restregó la nariz mojada—. ¿Te preocupa?
—Kelsey encajó muy mal lo del divorcio. No quiero que nadie se aproveche de ella. ¿Usted lo conoce?
—Lo conozco bastante —dijo Naomi, suspirando—. Más tarde te daré los detalles. Pero ahora me parece mejor que los acompañemos, para que dejes de preocuparte.
—Buena idea. —La miró mientras seguían conversando—. Usted es una buena persona, Naomi.
Sonriendo, ella le tomó una mano.
—Tú también, Channing.
—Ya sabes que quiero vencerte en la pista, Slater, pero lamento lo de Three Aces. Supongo que no hay nada que yo pueda hacer pero…
—Te han subyugado, ¿verdad?
—¿Quiénes?
—Los caballos.
—Y si así fuera, ¿qué?
—Te sienta bien, te suaviza. —Con deliberación comenzó a caminar más despacio. Quería estar un instante más a solas con ella antes de llegar al box—. ¿Cuándo piensas volver?
Ella decidió contestarle con una evasiva.
—He estado ocupada. Moses no nos da un momento de respiro.
—¿Preferirías que yo fuera a verte?
—No. —Nerviosa, miró por encima del hombro. Naomi y Channing los seguían a corta distancia—. No —repitió—, y este no es el lugar indicado para hablar del asunto.
—¿Crees que tu hermano se me arrojaría al cuello si tratara de besarte aquí mismo?
—¡Desde luego que no! —La compostura le fallaba—. Pero tal vez lo hiciera yo.
—Me estás tentando, Kelsey. —Se llevó la mano de ella a los labios—. Esta noche —murmuró—. Quiero verte esta noche.
—No estoy sola, Gabe. Channing está de visita.
—Esta noche —repitió él—. Vienes tú a casa o iré yo a la tuya. Tú decides. —Se detuvo junto al box, sin soltarle la mano—. ¡Hola, muchacho! Estás preparado para… —Se detuvo en seco al ver un hilo de sangre del animal todavía fresca, sobre el pelaje oscuro—. ¡Maldita sea!
Abrió la puerta del box de un tirón y vio el cuerpo tendido sobre la paja.
—¡No entres! —Sin mirar, extendió un brazo para impedir la entrada de Kelsey.
—¿Qué le ha sucedido? ¡El pobrecillo está sangrando! —Sin dejar de mirar al potro, se adelantó. Cuando Gabe no tuvo más remedio que tomar el cabestro para impedir que el caballo corcoveara, Kelsey vio el cuerpo tirado en la ensangrentada paja que cubría el suelo del box—. ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios, Gabe!
—¡Sujeta al caballo! —pidió Gabe, y le entregó el cabestro.
—¿Qué ocurre? —Alarmada por la palidez de su hija, Naomi se adelantó—. Llamaré una ambulancia —dijo cuando vio el cuerpo. Apoyó una mano sobre la de Kelsey—. ¿Crees que podrás soportar esto?
Kelsey parpadeó, asintió y luego se aclaró la garganta.
—Sí, sí… —balbuceó—. Estoy bien…
—¡Oh, Dios! —Channing tragó con fuerza y luego se colocó entre Kelsey y Gabe que estaba inclinado sobre el cuerpo—. Solo soy un estudiante —explicó—, pero tal vez…
Pero le bastó con una mirada para comprender que aunque hubiese sido un cirujano tan capaz y experto como su padre, ya era demasiado tarde.
Los charcos de sangre se coagulaban sobre la paja. La brutal herida de la parte posterior de la cabeza de Mick estaba llena de sangre. Parcialmente oculta por la paja había una gorra azul, también manchada de sangre.
—El caballo debe haberse vuelto loco —dijo Channing—. Vete de aquí, Kelsey. Aléjate de ese animal.
—Lo tengo bien sujeto. —Luchando por recuperar la serenidad, acarició el cuello del potro—. Tiembla. Está aterrorizado.
—¡Maldita sea! ¡Acaba de matar a este hombre!
—No, él no lo mató —masculló Gabe con dureza. Acababa de volver el cuerpo de Mick y todos vieron la profunda herida de arma blanca que le hendía el abdomen—. Pero alguien lo hizo.
Kelsey temblaba bajo la llovizna mientras bebía una taza de café.
—Debes irte de aquí —repitió Channing—. Deja que te lleve a Three Willows, o por lo menos al restaurante del hipódromo.
—No, estoy bien. Tengo que esperar. ¡Ese pobre hombre! —Miró las caballerizas. El lugar ya no le parecía lleno de energía ni de encanto. Era sencillamente un lugar fangoso y deprimente. La gente se reunía en pequeños grupos, esperando—. Gabe ha estado mucho tiempo allí dentro con la policía.
—Él se sabe cuidar. —Miró a Naomi, sentada bajo un alero—. Tal vez deberías acercarte a tu madre. Parece muy deprimida.
Kelsey miró la entrada de las caballerizas. Quería estar allí dentro, escuchar lo que se decía, saber lo que se haría.
—Gabe y yo lo encontramos —dijo—. Creo que debería ayudar.
—Entonces ve a ayudar a Naomi.
Kelsey respiró hondo.
—Está bien. Tienes razón. —Pero le resultaba difícil acercarse a ella, enfrentar aquella mirada sin vida de su madre—. Toma —dijo, alcanzándole una taza de café—. Coñac sería mejor, pero no tengo.
—Gracias. —Naomi aceptó la taza y se obligó a beber. «No tiene nada que ver conmigo», se recordó una vez más. La policía no se le acercaría, esa vez no se la llevarían—. ¡Pobre Mick!
—¿Lo conocías?
—Hace mucho tiempo que trabaja aquí. —Bebió otro sorbo de café. No, no la calentaba como la hubiera calentado un coñac, pero ayudaba—. Él y Boggs jugaban al ginrummy una vez por semana, y cotilleaban como viejas. Mick sabía tanto sobre mis caballos como Boggs sobre los de Gabe. Era un hombre leal. —Suspiró—. Y era inofensivo. No comprendo quién pudo haberle hecho eso.
—La policía lo averiguará. —Tras un instante de vacilación, apoyó una mano sobre el hombro de Naomi—. ¿Quieres que te lleve a casa?
—No. —Naomi cubrió la mano de su hija con la suya. Ambas se dieron cuenta de que era la primera vez que se tocaban sin reservas—. No sabes cuánto lo siento, Kelsey. Esta es una experiencia terrible para ti.
—Para todos.
—Habría preferido ahorrártela. —Levantó la vista y su mirada se encontró con la de Kelsey—. En estas circunstancias no sirvo para mucho.
—Entonces tendré que servirte yo. —Kelsey entrelazó sus dedos con los de su madre. Los de Naomi estaban tensos y fríos—. Te irás a casa —dijo—. Tal vez la policía quiera hablar conmigo, de manera que Channing te llevará.
—No quiero dejarte sola aquí.
—No estoy sola. Están Gabe y Moses. Y Boggs. —Miró hacia el lugar donde el viejo permanecía bajo la lluvia, apesadumbrado—. No tiene sentido que te quedes si estás tan angustiada. Vete a casa, toma un baño caliente y acuéstate. Yo subiré a verte en cuanto llegue. —Se acercó y suavizó el tono—. Tampoco quiero que Channing esté aquí. El chico se sentirá útil si te lleva a casa.
Odiándose por su debilidad, Naomi se puso de pie.
—Está bien, me iré. De todos modos mi presencia en la escena de un crimen no hace más que crear rumores. Pero, por favor, no te quedes más de lo estrictamente necesario.
—No te preocupes.
Una vez a solas, Kelsey se preparó para esperar.
No tuvo que esperar demasiado.
De las caballerizas salió un oficial uniformado, escrutó a todos los presentes y luego clavó la mirada en ella.
—¿Señorita Byden? ¿Kelsey Byden?
—Sí.
—Al teniente le gustaría hablar con usted. Acompáñeme.
—Está bien. —Ignoró las miradas de curiosidad y se dirigió dentro.
Allí ya estaba en marcha la rutina de la muerte. Acababan de tomar las últimas fotografías policiales y la cinta amarilla aislaba el extremo de las caballerizas.
Los ojos de Gabe refulgieron cuando la vio.
—Les he dicho que no había necesidad de interrogarla.
—Ustedes dos encontraron el cuerpo, señor Slater.
El teniente Rossi saludó a Kelsey con una inclinación de la cabeza. Era un veterano con veinte años de servicio, tenía un rostro curtido y apuesto y ojos perspicaces de policía. Su pelo, oscuro y abundante, con algunas canas, era solo una de sus muchas vanidades. Su cuerpo era perfecto, alimentado con vitaminas, zumos de fruta, dieta baja en calorías y abundante ejercicio. Tal vez pasara la mayor parte de su vida en un escritorio, con un teléfono pegado al oído, pero eso no quería decir que tenía que convertirse en una ruina decrépita. Le encantaba su trabajo y odiaba el crimen.
—Le agradezco que haya esperado, señorita Byden.
—Quiero cooperar.
—Bien. Podría empezar explicándome exactamente qué sucedió esta mañana. Usted estuvo aquí desde el amanecer.
—Así es. —Se lo contó todo, desde el momento en que descargaron los caballos hasta los ejercicios de entrenamiento—. Nos quedamos un rato en la pista. Era la primera vez que venía mi hermanastro y nos pareció que le gustaría ver la preparación de los caballos para las carreras.
—¿Y a qué hora estima que ocurrió todo?
—Cerca de mediodía. Las cosas son tranquilas entre las diez y las doce. Al volver aquí desde la pista, nos topamos con Gabe, que estaba hablando con su cuidador.
Kelsey miró más allá de Rossi y vio con horror la negra bolsa mortuoria que en ese momento sacaban del box en una camilla.
Gabe maldijo en voz baja y le obstruyó la visión.
—No es necesario que hagas esto ahora. Y menos aquí.
—No te preocupes. —Kelsey hizo un esfuerzo por contener sus náuseas—. Prefiero terminar de una vez con este asunto.
—Se lo agradezco —dijo Rossi—. ¿Así que se encontraron con el señor Slater fuera de las caballerizas?
—Sí. Conversamos durante unos minutos y bromeamos porque ambos teníamos un caballo que competía en la misma carrera. Yo entré con Gabe a mirar su potrillo. Mi madre y mi hermanastro nos seguían a unos pasos de distancia.
—¿Su madre?
—Sí. En realidad era su caballo el que debía correr contra el de Gabe. Ella es la propietaria de Three Willows. Naomi Chadwick.
—Chadwick. —El nombre le sonaba, Rossi hizo una anotación—. Así que entraron los cuatro.
—Sí, pero ellos venían un poco más atrás. No llegaron al box hasta que… hasta que habíamos entrado nosotros. Creo que Gabe y yo vimos la herida en el flanco izquierdo del potrillo al mismo tiempo. Él entró en el box y me detuvo, trató de impedirme la visión. Pero como estaba preocupada por el caballo, lo seguí. Vi sangre en el suelo y el cuerpo en el rincón. Entonces sostuve la cabeza del caballo porque empezaba a encabritarse y en ese momento nos alcanzaron Channing y Naomi. Ella fue a llamar una ambulancia y Channing entró en el box. Yo creí… supongo que al principio todos creímos que había sido obra del caballo. Hasta que Gabe volvió el cuerpo y vimos… —Nunca olvidaría aquella imagen—. Vimos que no había sido el caballo. Entonces Gabe le dijo a Channing que llamara a la policía.
—Y cuando usted y el señor Slater llegaron ¿no había nadie cerca del box?
—No. Yo no vi a nadie. En la caballeriza había algunos mozos de cuadra, por supuesto, pero era demasiado temprano para empezar los preparativos.
—¿Conocía a la víctima, señorita Byden?
—No. Pero solo hace unas semanas que estoy en Three Willows.
—¿No vive aquí?
—No; vivo en Maryland. Solo he venido a pasar un mes.
—Entonces necesitaré la dirección de su domicilio, por si llegáramos a necesitarla. —Kelsey se la dio y el teniente la anotó en su libreta—. Le agradezco su tiempo, señorita Byden. Ahora me gustaría hablar con su madre y su hermanastro.
—Le pedí a Channing que llevara a mamá a casa. Estaba muy angustiada. —Sin darse cuenta, Kelsey se puso tensa—. De todos modos estuvieron conmigo toda la mañana. Ninguno de ellos pudo haber visto algo que yo no haya visto.
—Le sorprendería saber las cosas que una persona ve mientras a otra se le escapan. Gracias. —Se volvió hacia Gabe—. Según me informaron, un tal Boggs puede haber sido el último en ver con vida a la víctima. ¿Él también trabaja para usted?
—Trabaja en Three Willows.
—Boggs está fuera —le informó Kelsey a Rossi—. Le diré que entre.
Salió, aliviada de alejarse de aquella voz sin inflexiones que le hacía preguntas y de aquellos ojos perspicaces y llenos de desconfianza. Boggs estaba de pie bajo la lluvia.
—El teniente Rossi quiere hablar con usted. —Le palmeó el hombro—. Lo siento mucho, Boggs.
—Estábamos conversando. Sentados allí y conversando. Esta noche íbamos a jugar a las cartas. —Las lágrimas le corrían por la cara junto con la lluvia—. ¿Quién pudo hacerle eso, señorita Kelsey? ¿Quién puede haber matado al viejo Mick de esa manera tan vil?
—No lo sé, Boggs. Venga, lo acompañaré. —Le pasó un brazo por la cintura y lo condujo hacia las caballerizas.
—Él no tenía familia, señorita Kelsey. Tenía una hermana, pero hacía más de veinte años que no la veía. Yo tengo que ocuparme de sus cosas y cuidar que lo entierren como se merece.
—Yo me ocuparé de eso, Boggs —dijo Gabe, que salió y los interceptó antes de que entraran—. Tú dime lo que quieres y se hará.
Boggs asintió.
—Él lo admiraba mucho, señor Slater.
—Y yo a él. En cuanto puedas, ven a verme. Lo arreglaremos todo.
—Él se lo habría agradecido. —Cabizbajo, Boggs entró.
—El teniente dice que ya puedes irte. —Gabe tomó el brazo de Kelsey y la alejó de las caballerizas—. Te llevaré a tu casa.
—Debo esperar a Boggs. En este momento él no debería estar solo.
—Moses lo atenderá. Quiero que salgas de aquí, Kelsey. Que te alejes de todo esto.
—No puedo. Estoy en el asunto tanto como tú.
—Te equivocas. —Casi tuvo que arrastrarla hacia el coche—. El box es mío, el potro es mío y, ¡maldito sea!, Mick era mi empleado.
—¡No te des tanta prisa! —Clavó los tacones en el lodo y consiguió detenerse. Gabe había mostrado fugaces gestos de furia en la caballeriza, pero en ese momento ardía y estaba a punto de estallar. Ahora sus ojos no eran los de un apostador, pensó ella. Tenían una expresión peligrosa.
—¡Saldrás de aquí ahora mismo! ¡Y te mantendrás al margen de todo esto!
Kelsey podría haber discutido. Y sin duda podría haberse revuelto contra la fuerza con que él le sostenía el brazo, pero esperó hasta llegar al coche de Gabe.
Entonces se volvió y le echó los brazos al cuello.
—No te hagas esto a ti mismo —murmuró.
Él se mantuvo rígido.
—No te culpes, Gabe.
—¿Y a quién voy a culpar? —Pero se relajó y se acercó a ella. Hundió la cara en el húmedo cabello de Kelsey—. ¡Dios! ¿A quién más quieres que culpe? Mick intentaba proteger a mi caballo.
—Eso no puedes saberlo.
—Pero lo sé. —La apartó de sí. Sus ojos estaban más tranquilos, pero lo que había detrás de aquel azul profundo y frío hizo temblar a Kelsey—. Cueste lo que cueste, voy a averiguar quién lo asesinó.
—La policía…
—La policía trabaja a su manera. Y yo a la mía.