28

—Para, ¿quieres?

A menos de un kilómetro de Longshot, Gabe se detuvo en el arcén.

—¿Te sientes mal de nuevo?

—No. —Lo estaba, pero no en el sentido en que él lo preguntaba—. Solo necesito caminar un rato. ¿Vamos? —Sin esperar respuesta, Kelsey bajó del coche.

Era una noche perfecta. La proverbial noche de mediados de verano en el campo, con el cielo lleno de estrellas y con luna. Ni siquiera había una nube que la estropeara. El aire estaba perfumado por la madreselva que iba cubriendo una valla. En la alta hierba que crecía más allá de la valla croaban las ranas. Y mientras caminaba, el arcén húmedo se hundía bajo los pies de Kelsey.

—¡Es demasiado! —murmuró—. Es demasiado para poderlo aceptar y comprender. ¿Cómo se lo puedo decir, Gabe? —Se volvió y le tendió las manos, como si esperara una solución—. ¿Cómo le voy a decir a mi madre que todo fue planeado para mantenerla alejada de mí?

—Ante todo —dijo Gabe, colocándole un mechón de pelo detrás de la oreja—, deja de culparte.

—No me estoy culpando. —Se detuvo, se volvió y se apoyó contra la valla para mirar las colinas oscuras—. Pero me enfurece que me hayan usado como rehén. Mi abuela ni siquiera pensaba en mí como en una niña. Eso está claro. No como una niña y sin duda tampoco como una persona. Sucesión, eso es lo que fui —agregó con amargura—. Lo único que soy para ella. La última de las Byden.

Gabe fue a hablar para ofrecerle consuelo, pero se detuvo. A veces era mejor guardar silencio y escuchar.

—Creo —continuó Kelsey— que trató de quererme, que lo intentó y que hubo épocas en que lo logró. Pero el odio que le profesaba a mi madre y tal vez (por lo menos eso espero) la culpa con que tuvo que vivir por lo que había hecho, lo hicieron casi imposible. Quiso que yo fuese un crédito para el apellido familiar. Educada en los mejores colegios, con conocimientos de arte, música y otros entretenimientos aceptables. Mis amigos debían pertenecer a las mejores familias; tal vez por eso nunca tuve amigos realmente íntimos. Y cada pequeña rebelión, cada resplandor de mi propia personalidad o de mis necesidades, eran como un recordatorio de la mujer a quien había arruinado.

Kelsey arrancó un poco de madreselva y comenzó a deshojar lentamente las pequeñas flores blancas.

—Cuando cumplí doce años, quiso inscribirme como interna en un colegio inglés, pero papá se negó. Fue una de las pocas veces que los vi discutir. Mi abuela afirmaba que yo necesitaba disciplina, que me guiaran. Papá contestaba que necesitaba infancia.

Lanzó un suspiro y aplastó los pétalos de madreselva entre los dedos, perfumando el aire.

—¿Se habrá dado cuenta de que también estaba usando a papá como rehén? ¿Hasta qué punto fue responsable de arruinar el matrimonio de mis padres? Pero eso es lo menos grave —murmuró dejando caer los pétalos—. Ahora debo encontrar la manera de decirle a mamá por qué, cómo y quién. Y también a mi padre. Él tiene derecho a saber todo lo que ella hizo en esa época, y todo lo que ha hecho ahora.

Entonces se volvió hacia Gabe y hundió la cara en su pecho, agradecida de que él estuviera allí para abrazarla.

—¡Qué patético! ¡Tantas vidas perdidas o arruinadas! ¡Y pensar que todo se reduce a un erróneo sentido de orgullo familiar!

—Y a algunos otros pecados —masculló Gabe en voz baja, pensando en su padre—. Envidia, avaricia, lujuria. Siempre he creído más en la suerte que en el destino, pero no fue solo la suerte la que cerró este círculo. —La apartó para verle la cara—. Tú y yo, Kelsey, siempre hemos formado parte del asunto, desde el principio.

—Y tal vez no habríamos llegado hasta el fin si no nos hubiéramos encontrado. Ahora lo buscarás, ¿verdad? Me refiero a tu padre.

—Tengo que encontrarlo.

—Podrías dejarlo en manos de Rossi. —De repente se aferró a él—. Gabe, él quiere perjudicarte. Si fue a la oficina de Rooney en cuanto nosotros salimos de allí, es probable que nos haya seguido. Está buscando el modo de vengarse de ti.

—Pero yo lo encontraré primero a él. Ese es mi círculo, Kelsey. Necesito cerrarlo.

—¿Y si fuéramos a la policía…?

—¿Por qué crees que todavía no los hemos llamado?

Ella apartó la mirada. Gabe vio con claridad su corazón y sus temores.

—Está bien. Lo primero que debo hacer es hablar con Naomi, y tú debes encontrar a tu padre. Después pondremos fin a todo esto. Será mejor que me lleves a casa.

Cuando llegaron a Three Willows ella rechazó el ofrecimiento de Gabe de acompañarla. Quería hablar a solas con Naomi. Él esperó hasta que Kelsey hubo entrado y se apagó la luz del porche.

Gabe debía enfrentar sus propios demonios, y su padre no era el primero de ellos.

Una vez dentro, Kelsey miró la escalera. Era muy tarde. Sin duda Naomi debía estar en la cama. «Espera hasta la mañana —se dijo—. Este asunto ya ha esperado tanto que no importa una noche más». Pero eso era cobardía. Lanzó un suspiro y se encaminó a la cocina. Antes de nada se prepararía una taza de té. Eso le daría tiempo de pensar lo que diría.

—¿Gertie? —Kelsey se sorprendió al ver que la anciana estaba levantada, cargando el lavavajillas.

—¡Ah, señorita Kelsey! Me ha asustado —exclamó Gertie, llevándose una mano al pecho.

—Es más de medianoche. No deberías trabajar a estas horas.

—Solo estaba poniendo los platos en el lavavajillas. Esta noche dieron una película de Bette Davies por televisión, La extraña pasajera. Comí un poco de tarta de limón y lloré un rato. —Suspiró feliz, al pensarlo—. Hoy en día ya no hacen películas como esa, señorita Kelsey.

—No; es cierto. —Kelsey se esforzó por mantener una conversación intrascendente mientras encendía la cocina y llenaba de agua la tetera—. ¿Todos están durmiendo?

—¿Quiere tomar té? Déjeme prepararlo. —Como si defendiera su territorio, Gertie la obligó a apartarse y puso la tetera al fuego—. Channing salió con Matt Gunner. Uno de los caballos de los Williams está muy enfermo. No saben si sobrevivirá hasta la mañana.

—¡Oh, lo siento!

—Bueno, en verdad es una pena —contestó Gertie—. Pero debo decir que Channing estaba muy excitado ante la posibilidad de pasarse la mitad de la noche en una caballeriza. Le dije que dejaría la puerta de la cocina sin llave para que pudiera entrar, y que en la nevera hay un buen plato de pollo frito.

—Sin duda mi hermano debe sentirse en el séptimo cielo.

—Es una alegría tenerlo en la casa.

—Sí, para mí también. Me harán falta dos tazas, Gertie. Quiero subirle una a mi madre.

—¡Ah! Pero ella duerme, señorita. Parecía tan cansada y angustiada que hace una hora la obligué a tomar un somnífero.

—¿Un somnífero?

—Dijo que yo exageraba, pero no me pareció que se encontrara bien. La vi pálida y desmejorada. Lo que le hacía falta era una buena noche de sueño, y se lo dije. Pensaba ir a ver cómo estaba antes de acostarme.

—Yo lo haré —dijo Kelsey, mientras miraba la tetera con una mezcla de resignación y alivio—. Entonces prepara una sola taza, Gertie. Y gracias. Hablaré con ella por la mañana.

—Mañana ya estará bien. Solo era exceso de cansancio. —Gertie colocó la tetera sobre una bandeja sobre la que agregó una taza y un platillo—. Hace mucho tiempo que no se la veía tan feliz como durante estos últimos tiempos. Y eso es obra suya. Más allá de todo lo que suceda, una madre siempre se preocupa por sus hijos.

—Bueno, ahora estoy aquí.

—Ya lo sé, querida. No se quede levantada hasta muy tarde.

—No te preocupes. Buenas noches, Gertie.

Kelsey subió la bandeja y la dejó en su dormitorio antes de ir a ver a su madre. A la luz de la luna que entraba por la ventana, comprobó que Naomi dormía profundamente.

«Así pues, tendrá que ser por la mañana», pensó, y se encaminó a su cuarto para esperar el amanecer.

Gabe no se molestó en detener el coche delante de la casa, sino que siguió hasta las caballerizas. Vio luz en el cuarto de los arneses y subió con aire sombrío. Entró sin llamar.

Jamison estaba sentado ante el escritorio cubierto de pilas de papeles y tenía una copa de coñac a su lado. Levantó la mirada y parpadeó.

—¡Gabe! ¿Qué te trae por aquí tan tarde?

—Yo podría preguntarte lo mismo.

—Bueno —con una sonrisa cansina, Jamison señaló el montón de papeles—. Siempre falta hacer algo. Es más fácil concentrarse de noche, cuando hay silencio. Allí hay café instantáneo —agregó—. Puedes prepararlo en el infiernillo eléctrico.

—No.

A la luz amarilla de la lámpara de escritorio, Gabe estudió a su cuidador y amigo. Los últimos meses de tensión y de preocupaciones habían dejado huellas en él. Sus ojeras parecían moratones y las arrugas que le rodeaban la boca eran profundas.

No era la cara del hombre que había entrenado al ganador de la Triple Corona.

—Cuando trabajaba aquí me quedaba mucho tiempo en las caballerizas, ¿verdad, Jamie? Siempre andaba detrás de ti o de Mick.

—Es cierto —contestó Jamie, relajando los hombros, que se le habían puesto tensos bajo la mirada escrutadora de Gabe—. O nos convencías de que jugáramos una partida de póquer contigo y nos quitabas la paga de una semana.

—Recuerdo que Cunningham nunca te daba mucha paz. Si tenías un ganador, quería que le dieras dos. Siempre en busca de una carrera más importante, de una bolsa más importante. Recuerdo que siempre decía que en Three Willows Moses sabía entrenar campeones. Y que si tú no lo lograbas, encontraría quien lo hiciera.

—Era difícil trabajar para él. Yo le entrené buenos caballos y le hice ganar muchas carreras. Con Try Again, allá por los años ochenta, le proporcioné el Premio al Mejor Caballo del Año. Pero nunca pude conformarlo.

—Querías ganar un derbi. Y nunca lo lograste. Ni siquiera cuando los Chadwick perdieron a aquel potrillo en Keeneland, allá por… ¿cuándo fue? En el setenta y tres, y el caballo de Cunningham era el favorito. —Gabe hablaba con tono frío, tranquilo—. Recuerdo que ese potrillo entró tercero. Un decepcionante tercer puesto. Eso debe haberte resultado muy duro después de todo lo que hiciste para verlo cruzar en cabeza la línea de llegada.

El recuerdo hizo que Jamie esbozara una mueca.

—Llegar tercero en un derbi no es ninguna deshonra. Aquel día el potrillo no corrió bien y se quedó atrás en la recta final. En esa época las cosas eran duras, muy duras. —Bebió un sorbo de coñac—. Después de que Benny se colgó.

—Tú y Benny estabais muy unidos.

—Éramos buenos amigos.

—Sí. Buenos amigos. —Gabe volvió una silla y se sentó a horcajadas—. ¿Hasta qué punto estuviste implicado en el asunto, Jamie, entonces y ahora?

—¿Adónde quieres llegar?

—Tú y Benny erais amigos íntimos. ¿Lo convenciste de que arreglara esa carrera, o simplemente le seguiste la corriente? Te diré lo que creo —continuó sin esperar respuesta—: creo que le pediste que te ayudara, que le diera un poco de margen al potrillo. Cunningham te exigía que obtuvieras ese margen. Tal vez te haya propuesto un porcentaje mayor de la bolsa, o solo te haya presionado hasta hacerte ceder. Y cuando lo hiciste, arrastraste contigo a Benny Morales.

Los ojos de Gabe no se apartaron de la cara de Jamison.

—Ganar un derbi, Jamie —siguió—. Algo que siempre has querido y que, hasta ahora, nunca has conseguido.

—Estás diciendo tonterías, Gabe. Hace demasiado tiempo que me conoces.

—Es cierto, Jamie. Te conozco hace tanto tiempo que sé que no ocurre absolutamente nada en las caballerizas sin que tú participes. No te relacioné con lo que sucedió esta vez con el potrillo de Three Willows, ni con lo que casi sucedió con el mío. Grave error —agregó y vio que Jamison bajaba la mirada—. Nunca te creí capaz de matar un caballo con tal de ganar una carrera. Cualquier carrera.

Gabe sacó un cigarro y lo estudió, mientras Jamison permanecía en silencio.

—Eso fue lo que me cegó, Jamie, hasta la muerte de Reno. Él no sabía que la dosis era mortal. Tú tampoco. Al asegurarte de que Pride quedara eliminado, solo le estabas dando un margen a mi potrillo, ¿verdad? ¿Fue así como te lo planteó mi padre?

—Yo quería el lugar que me corresponde —susurró Jamison—. Un hombre merece un lugar propio después de tantos años de cuidar los de los demás. Cualquier otro año, ese potrillo habría ganado el derbi de punta a punta. ¿Por qué iba a tener Moses uno que estuviera a la misma altura? ¿Por qué?

—Lo siento. —Gabe encendió el cigarro.

—Tú querías ganar, Gabe. No lo niegues.

—Sí, claro que quería ganar. No lo niego.

—¿Y me vas a decir que, de haberlo sabido, no habrías hecho la vista gorda?

Gabe levantó la mirada con la rapidez del rayo. En sus ojos no había pena, y estaban muy lejos de expresar dolor.

—Si eso era lo que pensabas, ¿por qué me ocultaste lo que planeabais?

—Porque eras una carta insegura. Así me lo planteó Rich. Eras una carta insegura y no se podía confiar en ti. ¡Piensa cómo corrió ese potrillo, Gabe! —dijo con tono desesperado—. ¡Piénsalo! Ganó la Triple Corona y nada pudo detenerlo.

—¿A costa de qué? No solo de un caballo muerto, Jamie. También fueron Mick y Reno.

A Jamie se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Eso no fue obra mía. ¡Por Dios, Gabe, no es posible que creas que fue obra mía! Lipsky actuó por su cuenta. Yo ni siquiera me enteré hasta después. Cuando ya era demasiado tarde.

Se le quebró la voz. Durante unos instantes solo se oyó el sonido de su respiración jadeante. Hizo un esfuerzo por recuperar la compostura.

—Rich quería llevar a cabo algo que te hiciera pensar, pero no me lo dijo hasta después. Yo no sabía que iba a tratar de perjudicar a Double, Gabe. Dios es mi testigo. Debía ser el potrillo de Three Willows, un escándalo, una descalificación. —Se estremeció y esperó que Gabe hablara, pero en el silencio que siguió se acercó cada vez más al abismo—. Tienes que comprender que lo planearon Rich y Cunningham, Gabe.

—Es verdad. Tengo que comprenderlo.

—La descalificación no era bastante para Rich. El dinero que le pagaron para arreglarlo todo no era bastante. Es codicioso, eso lo sabes. Nos utilizó para matar a ese potrillo. Yo sufrí cuando lo vi caer, cuando supe lo que nos había hecho hacer. Y Reno. —Ocultó la cara entre las manos—. Yo quería a ese muchacho. Después le dije que no era culpa suya, pero no me escuchó. El responsable de todo lo que pasó es Rich. Y después, vuelve a aparecer por aquí y cambia las reglas.

—¿Cómo?

Jamison dejó caer las manos y se pasó el dorso de una por la boca. Volvió a tomar la copa de coñac y bebió, como si se tratara de un remedio.

—No quería que tú ganaras la Triple Corona, Gabe. Lo carcomía pensar que lo conseguirías. Me dijo que se trataba de un trabajo, de una apuesta que había hecho. Pero lo que buscaba era dinero. ¿No comprendes que me tenía en sus manos? Nos tenía a los dos en sus manos, a mí y a Reno. Pero tienes que creerme cuando te aseguro que yo no estaba dispuesto a perjudicar a Double. Esta vez yo mismo conseguí la droga, solo la dosis suficiente para que lo eliminaran.

Gabe entrecerró los ojos.

—Aquella noche, cuando Kelsey entró en las caballerizas, fuiste tú el que la golpeó, ¿verdad?

—No le hice demasiado daño, pero tenía que salir antes de que me viera. Ante todo saqué del paso a Kip. Solo le provoqué un dolor de cabeza. Y después ella entró y no me dejó terminar. Así que…

—Podría hacerte pedazos solo por eso, Jamie. —Con la rapidez del rayo, Gabe estiró un brazo y rodeó el cuello de Jamie—. Solo por eso —repitió mientras lo apretaba.

—Me dejé llevar por el pánico, Gabe. —Aterrorizado, Jamison trató de apartar la mano de Gabe, que parecía de hierro—. ¡Dios! ¿No comprendes que estaba a punto de volverme loco?

—Comprendo muchas cosas —le espetó Gabe soltándolo.

Jamison respiró hondo y su rostro recuperó el color.

—Él me tenía atrapado, ¿no lo comprendes? Le dije a Rich que no lo haría, pero me contestó que si no lo hacía lo pagaríamos caro. Así que lo intenté, aunque me rompió el corazón, lo intenté. Pero no dio resultados. Se suponía que Reno debía hacerlo ese día en Belmont, pero no pudo. ¡Dios, Gabe! Se colgó. No tiene sentido morir por un caballo.

—¿Y te parece que vale la pena matar por un caballo?

—Te he dicho que yo no…

—Convéncete tú mismo de eso —repuso Gabe—. Convéncete de que fuiste una víctima, Jamie. Que te usaron. Que lo que les sucedió a Benny Morales, a Mick, a Reno y al mismo Lipsky fue solo cuestión de mala suerte. Y luego veremos si puedes vivir con eso. —Se puso de pie y apartó la silla de un puntapié.

—Hice lo que tenía que hacer. Lo enfrenté. Esta misma noche lo enfrenté.

Gabe alzó la cabeza y lo miró.

—¿De qué estás hablando?

—Rich estuvo aquí hace una hora. Borracho como una cuba y tan despreciable como siempre. Hablaba como un loco. Decía que iba a matar los caballos e incendiar las caballerizas. Solo Dios sabe lo que hubiera hecho si yo no lo hubiera apaciguado.

Gabe se volvió y empezó a bajar la escalera mientras Jamie le seguía dando explicaciones a voz en cuello. Encendió las luces de las caballerizas y contuvo el pánico mientras revisaba los boxes uno a uno.

—Te he dicho que no lo dejé entrar en las caballerizas —repitió Jamison—. Le dije que se fuera a dormir la mona, que habíamos terminado, que después de lo de Reno no pensaba seguir haciendo sus trabajitos sucios.

Gabe se detuvo frente a la puerta del box de Double. El potrillo se adelantó y le mordisqueó la mano.

—Estás acabado, Jamie. Haz las maletas y vete esta misma noche.

—Un hombre tiene derecho a un lugar propio. Deberías saberlo.

—Sí, lo sé. Pero el tuyo ya no está aquí.

En menos de veinte minutos, Gabe había despertado a tres mozos de cuadra a quienes puso de guardia en las caballerizas. Hasta que encontrara a su padre, habría guardia durante las veinticuatro horas del día. «Volverá», pensó Gabe mientras se encaminaba a la casa. Aquella nefasta combinación de codicia y odio lo haría volver.

Rich Slater solo se conformaría con la total infelicidad de su hijo. Debía destruir lo que fuera más importante para Gabe, lo más querido.

Pero esta vez sería distinto. Esta vez… La sangre abandonó el rostro de Gabe cuando sus propias palabras le resonaron en la cabeza. «Lo más querido».

Kelsey.

Gertie se puso la nueva crema cosmética que había comprado a través de un canal de ventas por televisión, un placer pecaminoso que a veces se permitía. La joven vendedora afirmaba en la pequeña pantalla que aplicarse esa crema casi equivalía a volver a nacer.

Gertie no esperaba milagros, tan solo un alivio temporal de las arrugas que parecían florecer en su cara con creciente regularidad.

«¡Vanidad!», pensó divertida mientras se miraba en el espejo. Una tonta vanidad para una mujer que hacía más de medio siglo que había venido al mundo. Pero al mirarse más de cerca le pareció distinguir una nueva suavidad alrededor de los ojos, donde las patas de gallo eran más profundas.

Satisfecha con el nuevo ritual nocturno, se puso de pie para sacarse la bata. Sonrió al oír el crujido que indicaba que acababan de abrir la puerta de la cocina.

«Ese chico sin duda saqueará la nevera y dejará la cocina perdida», pensó. Los chicos de la edad de Channing nunca se cuidaban de no desparramar migas. Quizá fuera mejor que ella misma le preparara un plato y un vaso de leche en lugar del refresco que siempre bebía.

—Ya te he oído —dijo abriendo la puerta de su dormitorio, que daba a la cocina—. No es necesario que te muevas de puntillas. Siéntate y yo… —Se interrumpió, frunciendo el entrecejo. A la luz de la lámpara que había dejado encendida para Channing, la cocina estaba silenciosa, impoluta y desierta—. Los oídos me están engañando —dijo en voz alta—. Tal vez en la televisión también vendan algo para eso.

Empezó a volverse cuando de pronto un relámpago de dolor estalló en su cabeza. Gertie lanzó un grito ahogado y cayó al suelo.

Rich la miró, sonriente. «He cazado a esta bruja en su propia madriguera», pensó mientras acariciaba el palo con que la había golpeado. Dio un paso y trastabilló. «Serénate», se dijo, y metió la mano en el bolsillo en busca de la petaca. Cuando sobre su lengua solo cayeron unas gotas de whisky, lanzó una maldición. Volvió a meter la petaca en el bolsillo y pasó por encima del cuerpo inconsciente de Gertie. «Por aquí debe haber alguna bebida alcohólica —pensó—. Y de la mejor calidad». Una vez hubiera recargado sus baterías, cazaría a la bonita paloma de Gabe.

En el piso de arriba, Kelsey bebía otra taza de té mientras se paseaba por su habitación. Estaba deseando que volviera Channing. Por lo menos entonces tendría con quien conversar. ¿Y quién mejor que él para comprender su horrible conflicto de lealtades familiares? Ni siquiera Gabe, a pesar de todo lo que la apoyaba, compartía sus mismos recuerdos, los mismos afectos y frustraciones. Y cuando un problema era auténtico, Channing era una verdadera roca.

Por la mañana, y para eso faltaban pocas horas, le contaría a Naomi todo lo que sabía. Y al contar esa historia, Kelsey sabía que estaría liberando a una mujer a quien quería y condenando a otra que también quería. Porque a pesar de toda la amargura y la desilusión que sentía, todavía quería a su abuela.

«Milicent la Magnífica», pensó, cerrando los ojos. ¿Cómo iba a sobrevivir, no solo a las consecuencias legales, sino también al escándalo? ¿Y cómo lograría ella misma sobrevivir sabiendo que iba a enviar a la cárcel a su propia abuela?

Dio un respingo al oír el sonido de un objeto de vidrio que se hacía añicos en la planta baja. «Channing», pensó, depositando la taza sobre una mesa. No había oído llegar el coche, pero no cabía duda de que estaba allí abajo, moviéndose en la oscuridad en un pueril intento de no despertar al resto de la casa.

Kelsey salió de su habitación y bajó la escalera para ir a su encuentro.

—¡Channing, pedazo de tonto! ¿Qué has roto? No quisiera estar en tu pellejo si fue uno de los caballos de cristal de Naomi.

Al llegar a la base de la escalera se detuvo y escuchó. Reinaba un silencio tan completo que le corrió un escalofrío por los brazos. «Tranquila», se ordenó, frotándoselos para calentarlos.

—¡Vamos, Channing! No tengo tiempo para jueguecitos. Necesito hablar contigo.

Encendió la luz del vestíbulo.

—Sé que estás ahí. Tu gracioso andar, idéntico al de un gato, siempre te traiciona. Es importante, Channing.

Ya enfadada, entró al salón. A la luz de la luna alcanzó a ver el reflejo de trozos de cristal sobre la alfombra.

—¡Maldición! ¡Fue uno de los caballos! Te felicito —agregó, y se arrodilló para recoger los pedazos.

En ese momento Rich encendió la luz y miró sonriente a Kelsey.

—¿Crees que se pueden unir los pedazos de lo que se ha roto? —dijo, y lanzó una carcajada.