20

—Hace mucho que no nos veíamos. Roscoe —dijo Tipton mientras estrechaba la mano de Rossi—. ¿Ya ocupas mi viejo puesto?

—A eso intento llegar, capitán.

—Bueno, siéntate y daremos buena cuenta de estas cervezas. —Tipton se instaló en la hamaca del porche—. ¿Cómo está tu mujer?

Rossi aceptó la lata de cerveza que Tipton le ofrecía y la abrió.

—¿Cuál de ellas?

—¡Ah, sí! Lo olvidé. Has dado el mal paso dos veces. —Con una risita Tipton entrechocó su lata contra la de Rossi y bebió—. El divorcio es casi parte de nuestro trabajo. Yo tuve suerte.

—¿Cómo está la señora Tipton?

—Mejor que nunca. —Su voz denotó un sencillo tono de afecto—. Dos semanas después de mi retiro, ella consiguió un trabajo. —Tipton meneó la cabeza, divertido—. Dice que es para entretenerse, ahora que los chicos han crecido. ¡Diablos! Los dos sabemos que es para no matarme a golpes. De modo que yo tengo mi taller y disfruto de mi hobby mientras ella vende zapatos. —Sonrió y volvió a beber—. Tuve suerte, Roscoe. No todas las mujeres son capaces de vivir con un policía, esté en servicio activo o retirado.

—Hábleme del asunto. —Dos esposas y dos divorcios en doce años le habían enseñado a Rossi demasiado bien esa lección—. A usted se le ve muy bien, capitán.

Era cierto, en sus tres años de jubilado Tipton había aumentado un poco de peso, y esos pocos kilos habían conseguido borrar las arrugas que su trabajo le había tallado en la cara. Parecía relajado y en paz, vestido con tejanos y una camisa de trabajo. Una gorra cubría lo que conservaba de pelo, una mezcla de rojizo y gris.

—Mucha gente no se acostumbra a estar jubilado —agregó Tipton—. Los hace sentir viejos. En cambio a mí me encanta. Tengo mi taller… yo mismo hice esta, ¿sabes?

—¿En serio? —Rossi examinó la tambaleante silla-hamaca. El hecho de que Tipton la hubiese pintado de un azul fuerte no disimulaba que se inclinaba peligrosamente hacia la izquierda—. Debe de ser gratificante.

—Lo es. Y además ahora tengo tres nietos. Y tiempo para disfrutarlos. Este otoño, mi mujer y yo pensamos hacer un crucero.

—Por lo visto es feliz, capitán.

—Tienes toda la razón. Una jubilación larga y tranquila es el premio que un hombre recibe por un trabajo bien realizado.

—Nadie puede discutir que su trabajo estuvo bien hecho. —Rossi bebió un sorbo de cerveza—. Supongo que no debe prestar demasiada atención a los casos actuales. Pero tal vez haya leído algo sobre el caso en que estoy trabajando.

—De vez en cuando leo los titulares. —La verdad era que los devoraba, ansioso por enterarse de todo lo que se refiriera a crímenes y asesinatos.

—El mozo de cuadra que fue asesinado en marzo en Charles Town.

—Apuñalado. Y encima pisoteado por un caballo. Pero tú ya cerraste ese caso. —Tipton hizo memoria—. Fue otro mozo de cuadra, ¿verdad? Lipsky. Y se suicidó.

—Ese caso sigue abierto. —Rossi se echó atrás y observó un trío de pájaros que revoloteaban alrededor de un comedero sin duda hecho por el dueño de casa. Debajo, un gato de rayas amarillas los contemplaba en actitud paciente.

—Ninguna nota, ninguna predisposición hacia el suicidio. Y el método es absurdo. Le haré una síntesis del asunto.

Le explicó, con tanta precisión como si se tratara de un informe escrito, los acontecimientos sucedidos desde que Lipsky fue despedido hasta su muerte.

—Es el retrato de un hombre de genio rápido, un hombre violento, que sabe manejarse con caballos. No se trata de un hombre que tiene amigos, ni que triunfa en la profesión que ha elegido. Un hombre que ha tenido algunos encontronazos con la ley.

—Acabas de pintarme a un hombre que huiría, pero que no se serviría una copa de ginebra y veneno para caballos. —Tipton lo pensó por unos instantes—. Pero es probable que haya podido conseguir el veneno.

—Pudo conseguirlo él, y también algún otro. Andaba detrás del caballo de Slater. Es posible que fuese un asunto personal. Lo despidieron, así que trataba de vengarse. El viejo lo descubre, Lipsky se deja llevar por el pánico, y en ese momento comprende que tiene un muerto sobre los hombros. ¿Por qué no huyó, capitán? ¿Por qué se instala en un motel a menos de una hora de distancia de Charles Town?

—Porque espera a alguien. Alguien que le indicará lo que debe hacer.

—Y alguien le sirvió una copa envenenada. No había huellas digitales en la botella de ginebra. La habían limpiado.

Ese detalle hizo sonreír a Tipton. Pequeños errores, pensó. Siempre le habían gustado los pequeños errores. Observó a su gato, que esperaba que uno de los pájaros cometiera uno, y lo comprendió.

—Y tú tienes un caso abierto de homicidio. ¿Le has dado un buen repaso a ese Slater?

—Sí, ya lo creo. Un hombre interesante. Con muchas facetas. Estuvo una temporada en la cárcel.

—¿Motivo?

—Juego ilegal. De haber sucedido un par de meses antes, en lugar de terminar en la cárcel habría terminado en un reformatorio. —Rossi tamborileó distraído los dedos sobre el brazo del sillón—. Desde entonces no ha vuelto a tener problemas. Prácticamente se crio en la calle. La madre murió cuando era pequeño. El padre tuvo algunos arrestos: fraude, falsificación, cheques sin fondos y, sobre todo, estafas. Hace unos años también maltrató físicamente a una chica en Taos. Pero nada importante. Slater se metió en problemas cuando tenía unos catorce años, y cumplió su condena. Después mantuvo las manos limpias. No digo que no podría haber matado a Lipsky, pero lo habría hecho de una manera más directa.

—¿A quién más tienes?

—A nadie que encaje en el asunto. ¿Vio el derbi por televisión, capitán?

—Roscoe, para mí solo hay un deporte y es el béisbol. —Se ladeó la gorra—. Pero oí decir algo acerca de un caballo que se rompió una pata.

—El caballo estaba drogado, capitán. Una sobredosis. Y el potrillo de Slater ganó la carrera.

—Bien. —Tipton bebió su último trago de cerveza—. No sigas dando vueltas. ¿Adónde quieres llegar, Roscoe?

—No estoy seguro, pero es una gran vuelta. Se remonta a veintitrés años atrás. Naomi Chadwick, capitán. ¿Qué me puede decir sobre ella?

—Es gracioso. —Tipton colocó la lata vacía bajo su pie y la aplastó—. Pero esta es la segunda vez que oigo pronunciar ese nombre en el día de hoy. Esta mañana me llamó la hija. —Miró su reloj—. Llegará en cualquier momento.

—¿Viene Kelsey Byden?

—Quiere hablarme sobre su madre. —Tipton se echó atrás en la silla-hamaca, disfrutando de sus crujidos—. Eso sí me hace retroceder en el tiempo.

—Deberías haberte quedado en el criadero —murmuró Kelsey—. Apenas falta una semana para Belmont.

—Jamie puede manejar las cosas sin mí. —Gabe sonrió mientras giraba el volante—. En realidad lo prefiere así.

—Me parece mal haberte alejado de tu trabajo en este momento. Podría haber venido sola.

—Kelsey. —Con tono paciente, Gabe le tomó la mano y la besó—. Cierra la boca.

—No puedo. Estoy demasiado nerviosa. Vamos a ver al hombre que arrestó a mi madre, la interrogó y la encarceló. Y voy a pedirle que me ayude a probar que cometió un error. Y le mentí a Naomi, otra vez. Le dije que salíamos a dar un paseo.

—Estamos dando un paseo en coche.

—No se trata de eso —repuso ella, impaciente—. Los estoy engañando, a ella y a Moses. Estoy engañando a todo el mundo. ¿Y para qué? Para satisfacer mi estúpida necesidad de saber que no desciendo de una asesina.

—¿De eso se trata?

—No… —Se pasó una mano por los ojos—. No lo sé. En parte. La herencia es algo temible. —Hizo una mueca—. No quiero decir que la herencia es el único factor que incide en la formación de caracteres. El medio ambiente… —Vencida, dejó la frase inconclusa.

—En los dos casos yo salgo perdiendo —murmuró él—. Me preguntaba cuándo te darías cuenta.

—No estoy haciendo eso. No es lo que he hecho. —Se maldijo—. No sé qué estoy haciendo, pero no tiene nada que ver contigo ni con lo que siento por ti.

—Analicemos el asunto. —Fue una apuesta tonta suponer que ese momento no llegaría. Si debía perder, pensaba hacerlo a lo grande—. Tienes dudas acerca de ti misma a causa de tu historia familiar. No me interrumpas —dijo, al ver que ella pensaba hacerlo—. Mostremos nuestras cartas. También dudas de mí a causa de mis antecedentes familiares.

Gabe conducía a toda velocidad, para relajar su tensión.

—No es verdad, Gabe. De haber tenido dudas no habría podido acostarme contigo.

—Sí, por supuesto que hubieras podido. En el calor del momento es fácil ignorar la lógica y las dudas. Y nos llevamos bien en la cama. Nos llevamos más que bien en la cama. Pero, tarde o temprano, vuelve a intervenir la lógica. Yo tengo mala sangre, Kelsey, y no tiene sentido que pretendamos ignorarlo.

Gabe mantenía la vista fija en el camino, aunque percibía que ella lo estudiaba.

—Uno siempre lleva consigo su procedencia. Se puede limpiar, adornar, pero siempre sigue allí, debajo. Yo he visto y hecho cosas que sacudirían tus principios morales. No hago trampas ni me emborracho, pero eso es más o menos lo único que puedo decir que no he hecho. La verdad es que quería lo que Cunningham tenía y encontré la manera de conseguirlo. Quería llevarte a ti a la cama, y hubiera hecho cualquier cosa por conseguirlo.

—Comprendo. —En ese momento Kelsey miraba hacia adelante. La velocidad no la asustaba, pero Gabe sí—. ¿No es más que sexo?

Durante unos instantes él no contestó. Ambos siguieron mirando el camino serpenteante.

—No. Ojalá solo fuera eso.

Ella cerró los ojos y lanzó un suspiro tembloroso.

—Detente en el arcén —murmuró. Al ver que él la ignoraba, se irguió en el asiento—. ¡Detente en el arcén, maldita sea!

Los neumáticos chirriaron cuando él pisó el freno y salieron al arcén despidiendo grava a su paso.

—Si crees que permitiré que te bajes aquí estás chiflada. Te llevaré a Reston o a tu casa.

—No tengo la menor intención de bajar del coche.

—Me alegro. Será mejor que comprendas que no dejaré que te vayas, ni de aquí ni de ninguna parte. Ya te di la posibilidad de huir.

Kelsey nunca lo había visto tan agrio.

—No, no me la diste.

Él la obligó a volverse.

—Será la única oportunidad que tendrás. ¡Al infierno con tus conceptos del bien y el mal, Kelsey, y con tu educación de clubes de campo y de todo lo que se interponga en mi camino! ¡No te alejarás de mí sin que luche por conservarte!

Kelsey empezó a perder la paciencia.

—De acuerdo. Si vas a adoptar conmigo esa insultante actitud de hombre de las cavernas, me parece ridículo decirte que estoy enamorada de ti.

Gabe dejó caer las manos. Por un instante todos sus músculos quedaron flácidos. Kelsey lo miraba, malhumorada, preparada para la pelea. Pero él ya había quedado fuera de combate.

—No sabes lo que dices.

Ella le abofeteó y ambos jadearon, sorprendidos.

—¡No toleraré esto! —Le apartó las manos a golpes—. ¡No voy a tolerar esa actitud! ¡Estoy harta de que la gente a quien quiero suponga que no sé lo que busco ni lo que soy! Lo sé muy bien. Y aunque en este momento me maldiga por ello, estoy enamorada de ti. ¡Y ahora pon en marcha este jodido coche y terminemos con el asunto!

Él no podría haber conducido ni un triciclo.

—Dame un minuto.

Ella lanzó un bufido y se cruzó de brazos.

—Está bien. Tómate tu tiempo. Me dará la posibilidad de planear distintas maneras de hacerte sufrir.

—Ven aquí.

Ella le soltó un puñetazo cuando intentó abrazarla.

—¡No me toques!

—Está bien. Solo supuse que te estaría tocando cuando te dijera que te amo.

No demasiado apaciguada, pero pensativa, ella volvió apenas la cabeza.

—¿Hace mucho que lo supones?

—Un tiempo. Creí que se me pasaría, lo mismo que un virus. —Levantó ambas manos al ver que ella se volvía como una saeta—. ¿Vas a volver a pegarme?

—Tal vez. —¡Maldita sea si iba a reír, por más que los ojos de Gabe la tentaran!—. ¿Un virus?

—Sí. Solo que había olvidado algo acerca de los virus: no se van. Se ocultan en algún rincón de tu cuerpo y vuelven a aparecer en cuanto tienes las defensas bajas. —Le tomó una mano y se la llevó a los labios—. He tratado de acostumbrarme a este virus.

—¿Y lo has conseguido?

—Un poco. —Bajó la cabeza hacia la de ella—. ¡Santo Dios, qué mal momento! Deberíamos estar en casa y solos.

—No importa. —Inclinó la cabeza para que sus labios rozaran los de él—. Cuando lleguemos nos resarciremos. ¿Cómo es posible que todo sea tan complicado y que lo nuestro esté tan bien?

—Es una cuestión de suerte. —Se echó atrás y la miró a los ojos—. Y lograremos que siga así.

—Por ahora con esto basta. —Acarició la mejilla de Gabe—. Es más que suficiente.

Lo primero que Tipton notó cuando la pareja bajó del elegante coche importado fue que eran amantes. El hombre solo tenía una mano apoyada sobre el hombro de la mujer, que no hizo más que mirarlo y sonreír. Pero Tipton lo percibió.

Lo segundo que notó fue que la mujer era idéntica a Naomi. O por lo menos a la Naomi que él había puesto entre rejas. Existían sutiles diferencias y no dejó de percibirlas. La boca de la hija era más suave y generosa. Los pómulos eran menos prominentes y más fluida la manera de caminar. El paso de Naomi era enérgico y nervioso; unos andares que atraían la mirada de todos los hombres de un kilómetro a la redonda.

Tipton se alegraba de que Kelsey Byden le hubiese telefoneado antes de ir. Habría sido toda una sorpresa levantar la vista y verla caminar por el sendero de entrada de su casa, como el fantasma de una mujer a quien nunca olvidaría.

—Capitán Tipton —dijo Kelsey con una breve sonrisa—. Teniente Rossi —agregó, sorprendida—, no esperaba encontrarlo aquí.

—El mundo es un pañuelo, señorita Kelsey. —Le divertía irritarla y se sirvió otra cerveza. Después de todo no estaba de servicio—. Me encargaré de hacer las presentaciones. Kelsey Byden y Gabriel Slater; mi exjefe, el capitán James Tipton.

—A Roscoe siempre le han gustado las formalidades. —Tipton sonrió cuando Kelsey alzó una ceja al oír el sobrenombre de Rossi—. Tomen asiento. ¿Les apetece una cerveza?

—El señor Slater no bebe —informó Rossi.

—Ya. Creo que mi mujer ha preparado té frío. ¿Por qué no entras y traes un par de vasos para nuestros invitados, Roscoe?

—Gracias. —Maliciosamente feliz de colocar a Rossi en la obligación de servirlos, Kelsey se sentó en el escalón superior—. Le agradezco que nos haya recibido, capitán.

—No hay problema. Lo que me sobra es tiempo. ¿Cómo está su madre?

—Muy bien. ¿Quiere decir que la recuerda?

—Es improbable que alguien pueda olvidarla. —Pero cambió de táctica, porque prefería tantear el terreno—. Roscoe me dice que debo felicitarlo, señor Slater. Tengo entendido que es propietario de un caballo que aspira a la Triple Corona. De todas formas, yo no sé mucho sobre ese asunto. Mi deporte es el béisbol.

Gabe sabía cómo responder.

—Este año apuesto por los Byrds. Tienen un equipo sólido.

—Así es. —Tipton se golpeó una rodilla—. ¡Por Dios que es verdad! ¿Los vieron jugar anoche? ¡Malditos canadienses!

Gabe sonrió y sacó un cigarro.

—Alcancé a ver los últimos minutos del partido. —Le ofreció un cigarro a Tipton y se lo encendió—. La última carrera le sacó cincuenta dólares del bolsillo al asistente de mi cuidador y los puso en el mío.

Tipton exhaló una bocanada de humo.

—Yo no suelo apostar.

Gabe acercó la llama del encendedor a su cigarro y miró a Tipton.

—Pero yo sí. —Expelió humo y asintió al ver a Rossi que se acercaba con dos vasos de té—. Gracias.

—Roscoe es un fanático del fútbol. Aunque quise convertirlo en un hombre que amara el único verdadero deporte, nunca conseguí educarlo.

—Estoy empezando a interesarme en el deporte de los reyes —dijo Rossi mientras se instalaba en una silla—. Tengo los ojos puestos en el Belmont, señor Slater.

—Lo mismo que muchos de nosotros.

—Bueno, la señorita no ha venido hasta aquí para hablar de deportes. —Tipton le dedicó a Kelsey una sonrisa amistosa—. Usted ha venido para hablar de asesinatos.

—¿Qué puede decirme sobre Alee Bradley, capitán?

Tipton apretó los labios. Aquella chica acababa de sorprenderlo. Estaba seguro de que centraría toda su atención en la madre. Intrigado, retrocedió en el tiempo.

—Alee Bradley, de treinta y dos años, antes habitaba en Palm Beach. Había estado casado con una mujer unos quince años mayor que él. Cuando se divorciaron, ella le compensó con una jugosa suma de dinero. Por lo visto, cuando conoció a su madre ya casi lo había despilfarrado todo.

—¿A qué se dedicaba?

—A fascinar a las damas. —Tipton se encogió de hombros—. A exprimir a sus amigos. A apostar a las carreras cuando podía. Era dueño de su propio esmoquin. —Hizo una pausa para beber más cerveza—. Lo llevaba puesto cuando lo mataron.

—A usted no le gustaba —dijo Kelsey.

Para tener tiempo de ordenar sus pensamientos, Tipton hizo tres anillos de humo.

—Lo conocí cuando estaba muerto, pero no, no me gustaba. Por los resultados de la investigación, no era la clase de hombre a quien invitaría a comer a mi casa. Había convertido la conquista de mujeres (de mujeres ricas y casadas) en una profesión. Ellas le compensaban con dinero y regalos y lo presentaban a amigas igualmente ricas e inquietas. Si no le pagaban bastante, Bradley recurría al chantaje. En mis tiempos se los llamaba gigolós. No sé cómo los llaman ahora.

—Mierdas —precisó Gabe con tono apacible y recibió una sonrisa de aprobación del capitán.

«Slater tiene buen gusto —decidió Tipton—. En cigarros y en mujeres».

—Eso los define bastante bien. Ese hombre tenía una manera especial de lograrlo. Modales elegantes, buena educación, antecedentes familiares que se remontaban a un noble británico pagado de sí mismo. Y Bradley usaba sus artimañas con mujeres casadas, mujeres que no podían darse el lujo de afrontar un escándalo.

—Mi madre estaba separada, capitán.

—Y en pleno juicio por la custodia de su hija. Si quería ganarlo, no podía darse el lujo de que su relación con Bradley se ventilara.

—Pero ella lo veía en público.

—En un sentido social —convino Tipton—. No parecía molestarle que la gente supusiera que eran amantes. Nadie podía probarlo. —Echó la ceniza del cigarro dentro de la lata vacía de cerveza—. Corrían rumores de que Bradley aspiraba ese caro polvo blanco por la nariz. Nadie pudo probarlo tampoco, hasta que murió.

—Drogas —dijo Kelsey, poniéndose pálida—. Mi madre no dijo nada acerca de drogas. Y no leí nada al respecto en los artículos que publicaron los diarios.

—No había drogas en Three Willows. —Tipton suspiró. Los ojos de Kelsey, tan parecidos a los de su madre, lo hacían retroceder en el tiempo—. El lugar estaba limpio. Su madre estaba limpia. Cuando murió, Bradley tenía una mezcla de alcohol y cocaína en la sangre.

—Si es así, no sería extraño que se hubiese puesto violento, tal como afirmó mi madre.

—No había señales de lucha. La puntilla del camisón de su madre estaba rasgada. —Se llevó una mano al pecho—. Por lo demás tenía un par de magulladuras. Nada que no hubiera podido hacerse ella misma.

—Si se los hizo ella misma, ¿por qué no derribó la mesa y rompió un par de lámparas?

«Una chica inteligente», pensó Tipton.

—Es exactamente lo que me pregunté y le pregunté a ella.

—¿Y qué contestó?

—La primera vez estábamos sentados abajo. Todavía seguían tomando fotografías en el dormitorio. Ella se había puesto una bata sobre el camisón. —«Como si tuviera frío», recordó Tipton. Y temblaba bajo la tela abrigada—. Cuando se lo pregunté, respondió sin vacilar: «Tal vez no se me ocurrió». —El capitán sonrió y meneó la cabeza—. Estaba furiosa conmigo. Esa fue la clase de respuestas que me dio hasta que los abogados la hicieron callar. La segunda vez que se lo pregunté fue en la sala de interrogatorios. Ella fumaba un cigarrillo tras otro; prácticamente se los comía. Cuando volví a preguntárselo contestó que ojalá lo hubiese hecho, porque en ese caso alguien la habría creído.

Apartó a un lado su cerveza y suspiró.

—¿Y sabe qué, señorita Byden? Él asunto es que (como le decía a Roscoe poco antes de que llegaran) el asunto es que yo la creí.

Kelsey enderezó las piernas, que se le habían dormido y estaban insensibles, y se obligó a ponerse de pie.

—¿Usted la creyó? ¿Creyó que decía la verdad pero aun así la envió a la cárcel?

—La creí —admitió Tipton entrecerrando los ojos. Ojos de policía—. Pero las evidencias estaban en su contra. Pasé muchas noches sin dormir, buscando algo que pudiera hacer contrapeso en la balanza. Pero lo único que tenía era mi sensación interior. Hice mi trabajo, señorita Byden. La arresté y la llevé a comisaría. Luego presenté las pruebas en el juicio. Era lo que tenía que hacer.

—¿Y su conciencia lo deja dormir? —preguntó Kelsey, con los puños cerrados a los costados del cuerpo—. Usted sabía que ella estaba diciendo la verdad.

—Lo creía —la corrigió Tipton—. No es lo mismo que saberlo.

—Bueno, Roscoe, con esto he retrocedido algunos años. —Tipton observó el Jaguar que se alejaba por el sendero de entrada de su casa—. ¿Cuántas veces has visto ojos realmente grises? Sin ningún toque de verde, ni de azul. Puro humo. No se olvidan ojos así.

—Naomi Chadwick lo fascinó, capitán. Pero eso no quiere decir que lo que declaraba fuese verdad.

—Sí, es cierto que me fascinó. Yo era un hombre casado y feliz, y nunca le fui infiel a mi mujer. Pero no podía dejar de pensar en Naomi Chadwick. ¿La creí porque se metió en mi libido? —Suspiró, se encogió de hombros y aplastó su segunda lata de cerveza—. No lo sabía. Nunca he estado seguro. El fiscal de distrito me presionaba para que hiciera un arresto. Él quería ese juicio. Y las pruebas estaban allí, así que cumplí con mi deber.

Rossi observó su segunda cerveza.

—¿Qué impresión le causó Charles Rooney?

—¿El investigador privado? En esa época tenía muchos nombres elegantes en su lista de clientes. La mayoría, casos de divorcio. Le apreté las clavijas y él insistió en su historia. Tenía las fotografías, tenía sus informes y los abogados de los Byden lo apoyaron.

—Fue testigo de un asesinato y no lo denunció.

—Lo apretamos en ese sentido. Insistió en decir que estaba conmocionado. Un tipo va a tomar fotografías de un acto sexual y se topa con un asesinato. Alegó que todavía estaba sentado en su coche cuando llegó el coche de la policía. Declaró con precisión la hora del crimen.

—Y después tardó tres días en entregar las fotografías.

Tipton alzó sus pobladas cejas.

—¿Hasta qué punto piensas desenterrar este asunto, Roscoe?

—Todo lo que sea necesario. —Dejó la lata de cerveza sobre el suelo del porche, entre sus pies, y se inclinó con las manos en las rodillas—. Hace veintitrés años, usted tuvo un caballo muerto en una carrera, drogas, un suicidio y un asesinato. Ahora tenemos un asesinato, una muerte dudosa con aspecto de suicidio, un caballo muerto en una carrera y drogas. ¿Cree que el péndulo se balancea así, capitán? ¿O es necesario que alguien lo empuje?

—Eres un buen policía, Roscoe. ¿Cuántos jugadores se balancean en esta hamaca?

—Eso tenemos que averiguarlo. Tal vez usted pueda abandonar un poco su taller y echarme una mano en la investigación.

La sonrisa de Tipton fue lenta.

—Quizá pueda incluirlo en mi agenda.

—Esperaba que dijera eso. El jockey que se colgó, Benedict Morales. Tal vez usted pueda describírmelo.

Kelsey se irguió en el asiento cuando Gabe entró en Longshot.

—Debería volver a casa, Gabe. En este momento no soy buena compañía.

—Ni lo pienses. —Apagó el motor—. Y me parece preferible que explotes aquí en lugar de hacerlo en Three Willows, donde tendrías que explicarle todo a Naomi.

—¡Es que estoy furiosa! —Bajó del coche y dio un portazo—. La creyó pero la mandó a la cárcel.

—Los policías no te mandan a la cárcel, cariño. Eso lo hacen los jurados. Lo sé por experiencia.

—El asunto es que mi madre estuvo diez años tras las rejas.

—El asunto —dijo Gabe tomándola del brazo y llevándola hacia la casa— es que esa parte del asunto está terminada. Ya no puedes modificarla. ¿Qué estás dispuesta a arriesgar al volver atrás el reloj para demostrar que fue un error?

Ella lo miró, sorprendida.

—¿A arriesgar? ¿Qué te pasa? El riesgo no cuenta… ¡no tiene importancia! Lo que le sucedió a mi madre fue injusto. Hay que poner las cosas en su lugar.

—¿Negro o blanco?

A Kelsey se le formó un nudo en el estómago.

—¿Y si fuera así?

—Entonces sería así —dijo él con sencillez—. Pero no pases por alto las zonas grises, Kelsey. Si sigues adelante con esto, no todo encajará perfectamente.

Ella retrocedió y notó que la distancia que los separaba era mucho mayor que ese simple movimiento.

—¿Quieres que me detenga?

—Quiero que estés preparada.

—¿Para qué?

Con toda deliberación, él acortó la distancia y la cogió por los hombros tensos.

—No todas las personas a quienes quieres son perfectas. Y no todas las personas que te importan te agradecerán que desempolves dos décadas de tierra.

Ella se encogió de hombros, irritada, e hizo un intento infructuoso de liberarse de las manos de Gabe.

—Tengo plena conciencia de que Naomi no es ni ha sido una santa. No espero la perfección, Slater, ni la busco. Pero quiero la verdad.

—De acuerdo, siempre que cuando la encuentres puedas manejarla. Y no vale la pena que trates de librarte de mí —dijo sonriente—. La primera verdad que tendrás que tragar es que te han dado cartas malas. Tú y yo vamos a jugar esta partida.

—No trato de liberarme de ti. Solo necesito decidir qué debo hacer ahora.

—En eso puedo ayudarte. —La acercó a su cuerpo y le recorrió la espalda con las manos—. Te vas a relajar y vas a nadar un rato.

—No tengo bañador.

—Cariño, eso es algo que ya preveía. —La estaba besando de aquella manera que le impedía pensar—. Después trataré de convencerte de que me demuestres algunas de esas dotes culinarias de las que tanto te jactas.

Relajarse parecía una idea excelente. Con un pequeño ronroneo de placer, ella volvió la cabeza para ofrecerle el cuello.

—¿Quieres que cocine algo para ti?

—Exactamente. Y después quiero llevarte arriba y seducirte.

—¿Qué crees que estás haciendo ahora?

—Esto no es más que un ensayo. Mañana, cuando estés serena y tengas la mente clara, volveremos a pensar en este asunto.

—Me parece sensato.

Gabe volvió a besarla en la boca. Sabía que no era del todo justo mantener en secreto algunas ideas. Pero quería aliviar la tensión de Kelsey, y celebrar el hecho de que se hubieran encontrado. Durante una noche no quería que ninguno de los dos pensara en otra cosa.

—Bien, seamos sensatos. —Deslizó las manos por los brazos de Kelsey hasta entrelazarlos—. Te amo.

El corazón de Kelsey le dio un vuelco.

—¿Cómo esperas que discuta eso?