18
—¿Por qué tengo la sensación de que en el único lugar en que conseguiré acostarme contigo será en un hotel?
—Mmmm. —Kelsey hizo girar el ramo de flores, parte del centro de mesa de la fiesta de Preakness, que Gabe había robado para ella—. Supongo que las cosas han sido un poco frenéticas. Y tú has estado ocupado… concediendo entrevistas.
—Mañana concederé más entrevistas.
—Magnífico. Eres un hombre lleno de confianza en sí mismo. —Cruzaron el vestíbulo en dirección a los ascensores—. Han instalado a Double en el box cuarenta. ¿Eres supersticioso, Slater?
—¿Cómo no podría serlo? —Entró en el ascensor y ella detrás.
Se estaban besando antes de que las puertas terminaran de cerrarse.
—El botón —consiguió decir Kelsey mientras estrujaba las flores en su prisa por meter la mano bajo la camisa de Gabe—. Te has olvidado de oprimir el botón.
Después de tantear y maldecir, Gabe logró encontrar el botón correcto.
—No creí que alguna vez llegaría el momento de estar a solas contigo. Dos semanas es mucho tiempo, Kelsey.
—Lo sé. —Lanzó una risita jadeante cuando Gabe le mordisqueó el cuello—. Naomi me necesitaba. Y con el asunto de la investigación y el esfuerzo por tener al potrillo preparado para mañana, no ha habido tiempo para nada. Yo también estaba deseando estar a solas contigo.
Las puertas se abrieron y Kelsey retrocedió. Su vestido de fiesta tenía un hombro más que caído. Volvió a colocarlo en su lugar, sorprendida de haber perdido el control en un ascensor y agradecida de que el vestíbulo de ese piso estuviera desierto.
—No sabes si sentirte contenta o avergonzada.
Ella se arregló el pelo.
—No sigas tratando de leerme los pensamientos —repuso mientras impedía que las puertas del ascensor volvieran a cerrarse.
—¿Tu habitación o la mía?
«Es tan simple como eso», comprendió ella. Toda la velada los dos habían esperado una oportunidad para continuar lo iniciado en Kentucky.
—En la mía —decidió ella—. Esta vez prefiero que seas tú el que despierte por la mañana sin ropa decente que ponerse.
—¿Significa que me la harás jirones?
Mientras introducía la llave en la cerradura, Kelsey buscó una respuesta ingeniosa. En ese momento empezó a sonar el teléfono.
—¡No olvides esa frase! —le pidió a Gabe mientras corría a responder—. ¿Sí? —Arrojó las flores sobre una mesita, se quitó un aro y pasó el auricular a esa oreja. Pero los dedos se le inmovilizaron en el momento en que se cerraban sobre el otro aro de zafiros—. ¿Wade? ¿Cómo supiste que estaba aquí? —Con cuidado, se quitó el otro aro y lo depositó sobre la mesa—. Comprendo. No sabía que seguías en contacto con Candace… Por supuesto. Eso es acogedor, ¿verdad?… Sí, fue un sarcasmo.
Miró a Gabe fugazmente. Sin una palabra él se acercó al minibar, descorchó una botella de Chardonnay y le sirvió una copa.
—Wade, supongo que no habrás llamado a las —consultó su reloj— once y cuarto de la noche para hablar de cosas intrascendentes, y te advierto que no tengo la menor intención de hablar contigo acerca de mi madre. Así que si eso es todo…
Se sentía muy desdichada cuando aceptó la copa que le ofrecía Gabe. Por supuesto que eso no era todo. Con Wade siempre había algo más.
—¿Qué? ¿Quieres que te dé mi bendición?… No, no pienso ser amable y hasta aquí llega mi capacidad de ser cortés y civilizada. —Pensó en la posibilidad de tragarse su veneno, pero lo dejó fluir mientras en su oído resonaba la voz (¡oh, tan razonable!), de Wade—. ¿Y la novia feliz está enterada de tu costumbre de acostarte con tus socias durante los viajes de negocios?… Bueno, soy excelente cuando se trata de conservar un rencor… ¡So imbécil egoísta! ¿Cómo te atreves a llamarme en la víspera del día de tu casamiento para aquietar tu conciencia?… ¿Cómo?… No, no te perdono. Me niego a compartir contigo la culpa… Así es, Wade. Sigo siendo tan intransigente e implacable como siempre, pero he dejado de desearte una muerte lenta y dolorosa. Ahora lo único que espero es que te atropelle un camión. Si quieres que te absuelvan, busca a un sacerdote.
Colgó el auricular con tanta fuerza que la campanilla del teléfono sonó.
—Bueno —dijo Gabe—, no te has andado con medias tintas. —Brindó con una lata de Coca Cola—. ¿Tiene la costumbre de telefonearte?
—Más o menos cada dos meses. —Le dio un puntapié a la mesa. Luego se quitó los zapatos y los arrojó al otro extremo de la habitación—. Para conversar. ¿No te parece increíble? No podemos ser marido y mujer, pero ¿por qué no ser amigos? Te diré por qué. Porque a mí nadie me engaña. Nadie.
—No lo olvidaré. —Gabe la observó preguntándose si convendría dejar que se tranquilizara un poco o si sería preferible llevársela enseguida a la cama para ayudarla a liberar sus tensiones.
—Se casa mañana. Le pareció que debía decírmelo personalmente para que no me enterara por terceros, así que llamó a Candace. Ellos siguen perteneciendo al mismo club, ¿sabes? —Bebió un trago de vino y se dio cuenta de que ni siquiera le sentía el sabor—. Candace le dijo donde estaba. Se lo dijo como si él tuviera derecho de saberlo. ¡Como si me importara algo que Wade se case!
—¿No te importa? —preguntó Gabe, extendiendo una mano para tomar el vaso que ella había dejado sobre la mesa y que corría el riesgo de volcarse sobre la alfombra.
—Y un cuerno. —Necesitaba arrojar algo, cualquier cosa, y se conformó con la guía telefónica que proporcionaba el hotel—. Me molesta que me llame en el momento más inesperado y que me haga sentir, aunque sea por un instante, que fue por mi culpa que estaba con otra mujer. Cada vez que lo hace retrocedo en el tiempo y recuerdo lo perfecto que se suponía nuestro matrimonio. Una agradable pareja joven, ambos de buena familia, que formalizaban un casamiento elegante, dos semanas de romántica luna de miel en el Caribe, la encantadora casita en Georgetown. Los amigos apropiados, los clubes apropiados, las fiestas apropiadas. Y me resulta odioso mirar hacia atrás y comprender que nunca lo quise.
Se le quebró la voz y se llevó las manos a las sienes.
—Ni siquiera estaba enamorada. ¿Cómo pude casarme con él, Gabe? ¿Cómo pude, si no sentía por él ni la centésima parte de lo que siento por ti?
Los ojos de Gabe resplandecieron, luego los entrecerró y la miró.
—Ten cuidado, Kelsey. Yo no engaño, pero eso no quiere decir que sea justo. Me importa un bledo que estés desquiciada. Si dices demasiado te tomaré la palabra.
—Ni siquiera sé qué estoy diciendo. —Dejó caer las manos, desconcertada, temblorosa—. Solo sé que ahora, al oírle la voz, me di cuenta de que me casé con él porque todo el mundo dijo que era el hombre apropiado para mí. Y porque parecía lo normal, lo que debía hacer. Yo quería que mi matrimonio fuera un éxito. Intenté que lo fuera. Pero ¿cómo iba a serlo? Wade jamás me hizo sentir lo que me haces sentir tú. —Bajó la voz hasta convertirla en un susurro—. Nadie me ha hecho sentir nunca lo que me haces sentir tú.
Gabe dejó la lata de refresco sobre la mesa y de repente se dio cuenta de que la tenía tan apretada que la había abollado con los dedos.
—Todo el mundo te dirá que yo no te convengo.
—No me importa.
—Odio los clubes de campo. Y no pienso llevarte a bailes de primavera.
—No te pido que lo hagas.
—El día menos pensado podría tener necesidad de apostar todo lo que tengo a una bola de ruleta.
Kelsey relajó las manos que tenía apretadas en puños. Le parecía estar viéndolo hacerlo.
—Creo que la rueda de la ruleta ya está girando, Slater. Tal vez no seas tan jugador como para arriesgarlo todo.
—Tú no sabes lo que sientes por mí. —Movido por la emoción, la aferró con tanta fuerza que prácticamente la levantó en vilo—. Estás tratando de averiguarlo, por amor de Dios. Si me parece oír los pensamientos que te dan vueltas en la cabeza. Pero aún no lo sabes.
—Te deseo. —El corazón le palpitaba—. Nunca he deseado a nadie como te deseo a ti.
—Te obligaré a desearme más. Y una vez te tenga, Kelsey, no podrás deshacerte de mí. Si fueras inteligente, analizarías con cuidado en lo que te metes y desistirías.
Ella comenzó a menear la cabeza, pero él la tomó entre los brazos.
—Demasiado tarde.
—Para ti también —murmuró ella y cambió de posición para besarle el cuello—. No pienso huir, Gabe. Estoy decidida a correr tras de ti.
Y sabía lo que podía esperar: calor, velocidad, frenesí. Quería sentir la urgencia a sabiendas de que él podía calmarla, luego volver a excitarla hasta que todo su cuerpo palpitara como una herida. Y gozaba sabiendo que él sentía lo mismo, esa necesidad ardorosa, el pánico, la emoción que cada uno provocaba en el otro desde el momento en que se tocaban.
Se dejaron caer sobre la cama y, jadeantes, tantearon y bregaron con botones y cierres hasta que la ropa de ambos quedó diseminada por el piso como hojas caídas. Iban en busca de la carne, del contacto físico y el olor que preludiaba el más básico de los deseos.
Gabe pasó las manos por todo el cuerpo de Kelsey, por los pechos firmes y sedosos, por las caderas y el torso. En la oscuridad podía sentir cada centímetro de su piel, cada curva, cada músculo. Como un ciego en busca de textura y de forma, exploró aquel cuerpo que ya conocía.
Kelsey era todo lo que había querido en la vida, todo lo que había luchado por obtener. A lo que había apostado por conseguir. Y se estremecía debajo de él, lista, ansiosa. Enteramente suya.
Cuando invirtieron sus posiciones, ella se sentó a horcajadas encima de él. Con un movimiento fluido, le aprisionó el miembro dentro de sus paredes cálidas y húmedas y se arqueó hacia atrás para que la penetrara por completo. Buscó con las manos las de Gabe, las aferró y así, con los dedos firmemente entrelazados, se meció hacia la cima del placer.
El último pensamiento de Gabe fue que era demasiado tarde. Sin duda era demasiado tarde para ambos.
La mañana amaneció triste. Grandes nubes oscurecían el cielo, el aire era pesado y todo parecía gris. De vez en cuando caía un gélido chaparrón. Hombres y máquinas trabajaban en la pista, alisándola. Pimlico secaba bien y sus mozos de cuadra la atendían con tanto cuidado y ternura como puede dispensar un hombre a un caballo querido.
La lluvia no desanimó a la prensa ni al público. Cuando llegó la hora de la primera carrera, las tribunas estaban repletas. Paraguas de brillantes colores flotaban como globos sobre un mar grisáceo. Dentro de las instalaciones del club, la gente comía langosta y bebía cerveza mientras observaba los acontecimientos en monitores de televisión.
La lluvia decidió a Kelsey a ponerse tejanos y botas en lugar del vestido de hilo que pensaba llevar. Podría quedarse en las caballerizas o colocar flores en la crin alazana de Justice y decorarlo para su solemne tarea de conducir a High Water hasta la pista.
Además, para ella, no había nada como un día lluvioso para que uno se detuviera a pensar.
Seis meses antes, ignoraba que Naomi existiera. No había echado más que una mirada pasajera al mundo del que ahora formaba parte. Vivía a la deriva, acosada por un fracaso matrimonial y por lo que consideraba el fracaso de su propia sexualidad. Su trabajo la divertía, casi la satisfacía, pero pese a todo pensaba en la posibilidad de cambiarlo por otro. Siempre había otro trabajo, otro camino que tomar, otro viaje que proyectar. Le gustaba creer que todos esos movimientos inquietos los hacía para estimular su mente. Pero en realidad solo lo hacía para llenar vacíos cuya existencia no quería reconocer. Vacíos que sin duda no comprendía.
Consideró si estaría haciendo lo mismo en ese momento, utilizando a Naomi, el criadero, y hasta a Gabe para llenar esos vacíos de su vida. ¿La rutina la aburriría, como vaticinaba su familia, y la llevaría a buscar nuevos rumbos? ¿O podía confiar en los sentimientos que nacían en su interior? La creciente unión con su madre, una sencilla y hasta silenciosa evolución del recelo y la sospecha hacia el afecto y el respeto. ¿Por qué no aceptar que había encontrado —y que quizá comenzaba a ganarse— un lugar dentro del criadero?
¿Y con respecto a Gabe? ¿Podría relajarse y disfrutar de lo que sucedía entre ellos? No se le ocurrió dudarlo la noche anterior, cuando se tumbaron sobre la cama. Tampoco tuvo dudas al amanecer, cuando se volvió perezosamente hacia él y comenzaron a hacer el amor de una manera lenta y lánguida.
Tal vez todo se debiera a ese inflexible sentido de los valores, a su propia y firme concepción del bien y el mal. ¿Cómo podía permitir que Naomi se apoyara en ella, si no sabía cuánto tiempo se quedaría? ¿Cómo aceptar un amante y solazarse en el sexo cuando ninguno de los dos había musitado siquiera la palabra amor?
Tal vez su personalidad fuera demasiado rígida. Si no podía gozar del momento sin cuestionar cada motivo, ¿eso qué indicaba con respecto a su manera de ser? ¿No estaría secretamente resentida al saber que su marido se volvía a casar, que quizá en ese mismo momento, cuando ella trenzaba flores en la crin del potrillo, ya había formulado por segunda vez los votos matrimoniales?
Se dijo que había llegado la hora de dejar todo eso a un lado. La hora de mirar hacia adelante. Ya no estaba a la deriva. Tenía un propósito… y preguntas que requerían respuestas. Las enfrentaría con lógica, partiendo de unas raíces de veinte años de antigüedad. Se prometió que el lunes siguiente, a primera hora de la mañana, llamaría a Charles Rooney.
La lluvia había vuelto a parar cuando se encaminaron al corral. Tibios rayos de sol se abrían paso entre las nubes y caían sobre tejados chorreantes. Las canaletas resonaban y convertían en barro la tierra.
Kelsey miró a Boggs. Parecía más viejo y débil que dos semanas atrás. Sabía que había sido nombrado caballerizo de High Water, en parte por su capacidad y en parte para cicatrizar sus heridas.
—Esta lluvia es providencial —dijo Kelsey con la esperanza de reanimar al anciano—. A High Water le gustan las pistas barrosas. —Y recordó que a Double también.
—Es un buen potrillo —contestó Boggs, palmeando distraído el cogote del animal—. Equilibrado y bondadoso. Es posible que hoy nos sorprenda a todos.
—Lo último que supe fue que estaba cinco a uno.
Boggs se encogió de hombros. Nunca había dado mucha importancia a las apuestas.
—Este año no ha corrido mucho, así que nadie sabe qué es capaz de hacer. Sin embargo, por lo general ha terminado en la delantera. Se esforzará si se lo piden.
Pero no era Pride. Boggs no tenía necesidad de decirlo, pues Kelsey lo entendió.
—Entonces se lo pediré —dijo Kelsey acercándose al potrillo. Lo tomó del cabestro para mirarlo a los ojos. Le pareció que eran ojos sabios y, como acababa de decir Boggs, bondadosos—. Correrás, ¿verdad, muchacho? Correrás lo más rápido que puedas. Es todo lo que te pedimos.
—¿No le vas a pedir que gane? —preguntó Naomi apoyando una mano en el hombro de Kelsey, un gesto que todavía las emocionaba a ambas.
—No. A veces ganar no es tan importante como intentarlo. —Vio a Reno, de pie a un lado, con el brazo en cabestrillo, el semblante pálido y demacrado—. Enseguida me reuniré contigo en el palco.
Kelsey se acercó a Reno y le cogió la mano libre.
—Tenía la esperanza de verte.
—Me resultó imposible no venir. —Hubiera preferido no estar allí, pero lo último que quería era tener que quedarse a un lado y mirar—. Pensé en quedarme en casa y ver la carrera por televisión. Pero de repente me encontré en el coche, encaminándome hacia aquí.
—Pronto volveremos a verte montar, Reno.
Un rictus cruzó la cara del jockey. Apartó la vista para no mirarla a ella, ni a los caballos, ni a la pista.
—No sé si me animaré. Ese potrillo merecía mejor suerte.
—Y tú también —contestó ella en voz baja.
—Me he pasado buena parte de la vida soñando con ganar el derbi. Uno puede montar docenas de caballos y cruzar docenas de líneas de llegada, pero derbi solo hay uno. Y eso se acabó para mí.
—El año que viene se correrá otro derbi —le recordó ella—. Siempre hay otro derbi.
—No sé si quiero otra oportunidad. —Se puso tenso al ver a alguien detrás de Kelsey—. Te deseo buena suerte —dijo mientras se alejaba presuroso.
El teniente Rossi vio el repentino alejamiento del jockey y lo archivó en su memoria. A pesar de la frialdad que había en la expresión de Kelsey, se acercó.
—¡Menudo tiempo para una carrera!
—Hasta hace un momento parecía que aclaraba.
Él la miró sonriente.
—Tenía la esperanza de que me diera algún ganador.
—No es probable que yo le dé un ganador, teniente —dijo y echó a caminar, resignada ante el hecho de que él la acompañara—. Usted parece lo que es. Un policía.
—Una ocupación como cualquiera. No pretendo saber mucho sobre caballos, señorita Byden, pero me parece que el de ustedes tiene poca alzada.
—Así es. Pero no creo que haya venido para hablar sobre caballos.
—Se equivoca. Los caballos están en el centro de este asunto. —Le ofreció su bolsa de cacahuetes y cuando ella rehusó cogió un puñado—. He estado haciendo algunas investigaciones. Hay muchas maneras de matar a un caballo, señorita Byden. Algunas bastante desagradables.
—Lo sé.
«Y demasiado bien», pensó. Matt se lo había contado cuando ella lo acosó a preguntas. Le habló de la electrocución: meter a un caballo en el agua y luego matarlo con cables conectados a baterías. Un asesinato cruel e inteligente, que a veces no se descubría. A menos que un veterinario notara quemaduras en los ollares. Y peor aún era sofocarlos con pelotas de ping pong metidas en la nariz. Al caballo le resultaba imposible expelerlas y le provocaban una muerte lenta y horrible.
—El potrillo de Three Willows que corrió el derbi no fue simplemente asesinado —continuó Rossi—, sino que lo hicieron delante de miles de espectadores. Estoy convencido de que cuando alguien corre un riesgo particularmente innecesario, es porque está ansioso por demostrar algo. ¿Quién puede querer desacreditar a su madre en público, señorita Byden?
—No tengo la menor idea. —Pero de repente se detuvo a pensar. Lo que acababa de decir el teniente cambiaba el papel de culpable que intentaban adjudicarle a Naomi y la convertía en víctima—. ¿Usted cree que se trata de eso?
—Es una posibilidad que vale la pena indagar. Ella tenía asegurado al potrillo, y por una suma importante. Pero en Three Willows no hay problemas económicos y, a la larga, el potrillo habría generado una ganancia mucho mayor. Su madre parece una empresaria sensata. Por otra parte, está Slater.
—Él no tuvo nada que ver con el asunto.
—Esa es una respuesta dictada por los sentimientos. —Y precisamente la que él esperaba—. Prescindiendo por un momento de los sentimientos, él fue quien salió ganando. Uno siempre debe analizar quién se beneficia con un asesinato, señorita Byden. Con cualquier clase de asesinato. El problema es que lo sucedido cubre a Slater y su éxito en el derbi con un manto de dudas. De manera que me pregunto: ¿valía la pena? Slater tenía excelentes posibilidades de ganar, de modo que ¿valía la pena ganar a costa de una maniobra tan obvia? Slater no me parece un individuo obvio.
—¿Esa no es una conclusión emotiva, teniente?
—Es una observación, señorita Byden. Él no fue el único que se benefició. También se beneficiaron el cuidador y el jockey. Ambos recibieron una parte del pastel. Y además debemos tener en cuenta a cualquiera que haya hecho una apuesta importante.
Kelsey emitió una breve carcajada mientras miraba la multitud.
—Eso sin duda reduce el número de sospechosos —bromeó.
—Más de lo que usted cree. —Él también miró la multitud, divertido—. Si el asunto se enlaza con mis dos homicidios, reduce considerablemente el número de sospechosos. ¿En quién confiaba tanto Lipsky (o a quién le temía lo suficiente) para permitir que se acercara y lo matara? ¿Alguien con quien trabajaba, o para quien trabajaba? Había mucho más que dos caballos en esa carrera, señorita Byden, y en el derbi se jugaba mucho más que un manto de rosas.
Ella se detuvo y se volvió a mirarlo.
—¿Por qué me dice todo esto?
—Porque usted es nueva en este ambiente. Es posible que vea mucho más de lo que la gente cree. —Se detuvo para coger otro cacahuete—. Y usted está involucrada. La relación que mantiene con su madre no hace feliz a todo el mundo.
«Así que ha estado husmeando en mi vida personal», pensó Kelsey. Debió haberlo sospechado.
—Ese es un asunto de familia, teniente, y no tiene nada que ver con asesinatos.
—Podría enumerarle las estadísticas que indican que los asuntos de familia conducen al asesinato con más frecuencia que cualquier otro factor. Lo único que le pido es que mantenga los ojos bien abiertos.
—Ya lo hago, teniente. —Se detuvo para que no la siguiera a los boxes. No tenía sentido angustiar a Naomi instantes antes de la carrera—. Y ahora, si no le importa, debo reunirme con mi madre.
—¡Buena suerte! —le deseó Rossi mientras cogía otro cacahuete. Tuvo la sensación de que Kelsey Byden sería más dura que un cacahuete.
Kelsey entró en el box justo en el momento en que los caballos se encaminaban a la puerta.
—Creí que no llegarías a tiempo.
—Me encontré con un conocido —murmuró Kelsey y miró a su madre y luego a Gabe. «Es típico de él estar aquí, a nuestro lado cuando es su momento de gloria», pensó. Le tomó la mano y se la apretó—. Buena suerte, Slater.
—Todavía me debes la apuesta de la primera vez.
—Entonces te aclaro que esta vez apuesto por Double or Nothing. Es un ganador. —Estudió la pista a través de los binoculares—. Tu caballo ganará por dos cuerpos. La pista está embarrada, pero estoy segura de que la recorrerá en un minuto cincuenta y ocho. Nuestro potrillo llegará tercero en dos minutos doce.
Gabe enarcó una ceja.
—Es una apuesta difícil de rechazar. Porque no se puede perder.
Sonó la campana de salida. Double y su jinete tomaron la delantera desde el principio. Kelsey pensó que era como si ambos supieran que tenían algo que demostrar. Ese era un campeón que se separaba del resto en un santiamén, sin necesidad de que lo azuzaran con la fusta. Al llegar a la primera curva ganaba por medio cuerpo mientras el potrillo de Arkansas y el ruano de Kentucky luchaban por el segundo puesto.
Kelsey volvió a perderse en la grandiosidad del espectáculo. Alentó a los caballos sin apartar los binoculares de sus ojos, y logró no volver a ver, como temía, la imagen de Pride en el momento en que caía fatídicamente. Solo había esos atletas salpicados de barro, jinetes y caballos, que corrían por la pista.
Se desató otra llovizna que impedía ver con claridad y empapaba la ropa.
Double ya llevaba un cuerpo de distancia y seguía avanzando, el rojo de sus colores convertido en marrón, el jinete balanceándose como un juguete sobre los estribos. Kelsey rio ante la gloria de lo que veía. De pronto, como una flecha, High Water se adelantó por fuera, Kelsey contuvo el aliento ante su repentina aparición. Ganaba terreno y sus cascos despedían fango. «Lucha por el honor», se dijo Kelsey aturdida.
En la recta, Double aumentó la distancia que lo separaba del pelotón. La multitud coreaba su nombre, un sonido que cubría todo lo demás. Después comenzaron a alentar a High Water, el cinco a uno que se ubicaba en el tercer puesto y que seguía ganando distancia en esos sobrecogedores tramos finales.
—¡Por Dios, míralo! ¡Por Dios, mamá, míralo!
—Es lo que hago. —Las lágrimas corrían mezcladas con gotas de lluvia por las mejillas de Naomi. Tomó a Kelsey por la cintura cuando terminaron quinto, séptimo y segundo. Acababa de ganar Double pero High Water le había quitado el segundo puesto al potrillo de Arkansas.
—¡Lo ha conseguido! —Kelsey dejó caer los binoculares—. ¡Ese potrillo adorable logró hacerlo! —Abrazó a Naomi, festejando con risas la victoria—. ¡Nadie lo creía! ¡Ni siquiera nosotros lo creíamos! —Giró sobre sí misma y se arrojó en brazos de Gabe—. ¡Felicidades! ¿En qué tiempo lo hizo?
Gabe alzó el cronómetro y la miró divertido cuando ella se lo arrebató de las manos. Un minuto cincuenta y siete y cuatro segundos. Kelsey volvió a reír; las gotas de lluvia le caían del pelo a la cara.
—¡Gabriel Slater, acabas de ganar la segunda joya de la Triple Corona! ¿Ahora qué harás? Estoy segura de que no irás a Disneylandia, ¿verdad?
—Iré a Belmont —contestó Gabe mientras la levantaba en vilo y la hacía girar en el aire. Luego la besó—. Los dos iremos a Belmont.
Dentro de las instalaciones del hipódromo, Rich Slater brindó en dirección a la imagen de su hijo y Kelsey que aparecía en el monitor. Después bebió el whisky añejo que tenía en el vaso. «Una pareja encantadora», pensó. Sí, formaban una pareja encantadora, lo mismo que habría sido la de él y Naomi si ella no lo hubiera rechazado.
Pero había otros asuntos que contemplar. Otros asuntos que celebrar.
Había apostado a Double diez mil de los cien que le había soplado a Cunningham y estaba muy satisfecho con la ganancia.
Por el momento.
—Espero que no te importe —dijo Kelsey mientras descorchaba la botella de champán con un alegre pop. Ya había bebido un par de copas en la suite de su madre, pero la noche era joven aún—. Pienso terminarme la botella. Y te advierto que me emborracharé.
Gabe estaba sentado, con las piernas cruzadas a la altura de los tobillos. Había estado fantaseando con una ducha larga y caliente para dos. Pero podía esperar. Sería interesante comprobar cuántas inhibiciones podía dejar Kelsey por el camino después de beber una botella de Dom.
—El hecho de que yo no beba no quiere decir que no disfrute viéndote beber a ti.
—Cosa que haré. —Se volvió a llenar la copa y miró las burbujas que se amontonaban en el borde de la copa—. ¿Sabes? En realidad nunca me he emborrachado. A veces he estado cerca, pero siempre me contuve. —Bebió un trago y movió una mano—. Buena educación. Una no puede permitirse dar el numerito en el club… las habladurías de la gente son implacables. —Esta vez levantó la botella y la agitó en el aire—. Los Byden no podemos suscitar comentarios ni rumores.
—¿Y qué pueden suscitar?
—Respeto, admiración y, sobre todo, discreción. —Cerró un ojo para enfocar su visión y se sirvió más champán—. ¡Al diablo con todo! ¡Que hablen! ¡Hemos ganado! ¿No te parece increíble?
—Sí. —Le sonrió, Kelsey iba descalza y el pelo se le había secado en una gloriosa maraña dorada.
—¡Si supieras lo deprimido que estaba todo el mundo antes de la carrera! Hacíamos esfuerzos por no estarlo, pero era muy difícil. Vi a Reno en el corral y me destrozó el corazón. —Volvió a beber, suspiró y decidió que le gustaba la manera en que el champán hacía girar la habitación. Copa en mano, hizo dos lentos giros en redondo para acentuarla.
—Hazlo de nuevo. —Quería volver a tener el placer de observar la forma en que el pelo de Kelsey se levantaba y volvía a caer.
Con una risa achispada, ella lo complació.
—Como verás, algunas lecciones me sirvieron para algo. También me enseñaron disciplina mental y física. Ignoro si lo sabes, pero puedes partir ladrillos sobre este cuerpo.
—Estoy seguro de poder encontrar cosas más interesantes que hacer con tu cuerpo.
Ella volvió a reír, pero sabía que lo que acababa de decir Gabe era cierto. Que lo haría.
—Estábamos hablando de la carrera. Espero que haya hecho sentir mejor a Reno. La felicidad de Naomi y de Moses era evidente. Hasta Boggs. ¡El pobre Boggs que se culpa por haberle apostado a Pride! Pero eso no tuvo nada que ver con el asunto. La gente vive buscando la manera de ligar una cosa con la otra. Como Rossi.
—¿Rossi?
—Mmmm. —Volvió a llenarse la copa y luego, con aire distraído, empezó a desabotonarse la camisa. Cada trago que bebía la acaloraba más—. Estaba en el hipódromo. Hablé con él; más bien él habló conmigo. Es como si estuviera allí cada vez que uno se da vuelta, observando, desarrollando sus teorías. ¿Quién puede querer perjudicar a Naomi o desacreditarla ante la gente?
Gabe la miró con atención, Kelsey tenía la camisa abierta, dejando al descubierto la primera dulce curva de sus pechos. Pero él quería concentrarse en sus palabras.
—¿Eso cree?
—¿Quién sabe? —Se encogió de hombros con indiferencia—. En realidad, no creo que diga lo que piensa. Solo dice cosas para sembrarlas en nuestra mente y volvernos locos. Pero al menos no parece considerar que Naomi sea una especie de asesina de caballos. —Le sonrió con aire conspirador—. Y todavía te cuenta entre los sospechosos, Slater.
—Nunca lo he puesto en duda.
—Pero solo sospechoso a medias —aclaró ella—. No le pareces obvio. —Rio.
—Todo un cumplido, considerando de quién viene. —Decidió que después de todo podía concentrarse en el cuerpo de Kelsey—. Te quedan un par de botones, cariño.
—Ya estoy llegando a ellos. Hasta ahora nunca me he desnudado delante de un hombre.
—Estoy encantado de ser el primero.
Kelsey lanzó una risita, entrecerró los ojos y comenzó a bajarse el cierre del tejano.
—Me irritó verlo allí. Me refiero a Rossi. Me hizo recordar lo sucedido en el derbi. Fue como si volviera a ver a los caballos saliendo de entre la niebla después del entrenamiento de la mañana. Los olores, los sonidos, los nervios. Boggs colgando los arneses de Pride y hablándome de la última vez que apostó. Comentándome que le había parecido ver a tu padre en el hipódromo.
—¿Qué? —La sangre que el desaliñado striptease de Kelsey empezaba a hacer hervir se congeló como si fuese un río de hielo—. ¿Qué has dicho sobre mi padre?
—Boggs creyó verlo en Churchill Downs. Consideraba que era un signo de mala suerte, pero supongo que no debía haber estado allí, porque en ese caso te habría avisado.
—Kelsey. —Gabe se puso de pie y le quitó la copa de las manos—. ¿Qué dijo Boggs sobre mi padre?
—No mucho. —Soltó un largo suspiro. La cabeza le giraba. Una sensación espléndida, pero la mirada de Gabe era tan intensa que se abría paso entre su niebla mental—. Solo que le parecía haberlo visto por las caballerizas.
Gabe la retuvo por los brazos.
—¿Cuándo? —preguntó.
—En algún momento de esa mañana… Pero no estaba seguro. Dijo que solo lo vio un instante y que sus ojos ya no eran tan buenos como antes. —Sacudió la cabeza, en un vano intento de aclararla—. ¿Qué importa eso?
—Nada —mintió Gabe. Podía tener toda la importancia del mundo para aclarar el caso—. Solo tenía curiosidad.
—El pasado tiene una manera especial de apretarnos la garganta. —Alzó una mano para acariciarle la cara—. No deberíamos permitírselo. Tenemos el presente.
—Sí, lo tenemos. —«Eso puede esperar», se dijo Gabe. Lo más probable era que no se tratara de nada importante, pero se encargaría del asunto en cuanto volviera a su casa—. Veamos. —Le tomó la barbilla y estudió su rostro arrebolado y sus ojos parpadeantes—. Cariño, por la mañana tendrás un dolor de cabeza espantoso.
—Pues entonces… —le echó los brazos al cuello, dio un saltito y le envolvió la cintura con las piernas— será mejor que hagamos que valga la pena, ¿no crees?
—Lo creo. Propongo que vayamos a la ducha. —Inclinó la cabeza para mordisquearle el hombro desnudo—. Te enseñaré un par de cosas.