16

Gabe entró en el círculo de los ganadores sin experimentar la emoción de la victoria. Un trofeo de oro, una manta de rosas color sangre. Las cámaras enfocaban al ganador del derbi, al potrillo de Virginia con sus colores rojo y blanco manchados de tierra y sudor. El jockey se inclinó sobre el cuello de Double para recibir un ramo de rosas y, con expresión sombría, acarició a Double.

—Señor Slater —fue todo lo que pudo decir cuando Gabe le estrechó la mano—. ¡Dios mío, señor Slater!

Gabe solo asintió.

—Has hecho una excelente carrera, Joey. Un récord del derbi.

Los ojos de Joey, enmarcados por la suciedad dejada por las gafas, no registraron ninguna alegría ante la noticia.

—¿Qué ha ocurrido con Reno y Pride?

—Todavía no lo sé. Disfruta de tu momento de triunfo, Joey. Tú y el potrillo os lo habéis ganado. —Gabe rodeó el cuello del potrillo con sus brazos, sin preocuparse del sudor que lo cubría—. Después pensaremos en los demás. —Se volvió hacia Jamison, para que el cuerpo de su cuidador impidiera que los fotógrafos lo enfocaran—. Tú estabas más cerca, Jamie. ¿Qué sucedió?

Con el rostro pálido de la emoción y los ojos nublados, Jamison miraba fijo el ramo de rosas que sostenía en la mano.

—Se derrumbó, Gabe. Ese potrillo maravilloso sencillamente se derrumbó. —Entonces levantó la vista con expresión desesperada—. Double habría vencido. —Su voz era una súplica—. Lo sé, lo presiento.

—Ahora ya no importa. —Pero Gabe apoyó una mano sobre el hombro de su cuidador. El gusto de la victoria tal vez fuera amargo, pero no lo podía negar.

Los guardias mantenían alejados a los periodistas y los aficionados. Kelsey alcanzaba a oír sus voces tras el biombo que los aislaba, alcanzaba a ver las sombras del otro lado. Había vítores, preguntas, reclamos. Pero todo eso formaba parte de otro mundo, de un mundo que estaba más allá del velo blanco y transparente que separaba la vida de la muerte. Allí solo quedaban los sollozos ahogados de su madre.

—¡Moses! —Él abrazaba a Naomi, le acariciaba el pelo, la sostenía y compartía el dolor que ambos sentían—. ¡Oh, Moses! ¿Por qué?

—No debí haber apostado. —Con el rostro anegado en lágrimas, Boggs aferraba contra su pecho la montura de Pride—, Nunca debí apostar.

Con suavidad, Kelsey pasó una mano sobre el cuello de Pride. «Tan suave —pensó—, tan inmóvil…». Estaba cubierto de tierra, un legado de su esfuerzo. Habría que lavarlo y cepillarlo.

Lo acarició por última vez y luego se obligó a levantarse. Recogió las anteojeras cubiertas de tierra y las depositó con suavidad sobre la montura.

—Lleva sus cosas de vuelta a las caballerizas, Boggs.

—No está bien, señorita Kelsey.

—No, no está bien. —Tenía el corazón terriblemente dolorido por la crueldad de lo ocurrido—. Pero cuida de sus cosas, como siempre. Debemos alejar a mi madre de aquí.

—Alguien tiene que quedarse. Alguien tiene que encargarse de él.

—Yo me quedaré.

Con los ojos llenos de lágrimas, Boggs la miró y por fin asintió.

—Es lo que corresponde. —Se volvió y se alejó, como un paje que porta la espada y la armadura de su señor.

Kelsey se agachó, apelando a todo su control.

—Moses, ella te necesita. ¿Quieres llevarla de regreso al hotel?

—Hay mucho que hacer aquí, Kelsey.

—Yo me encargaré de todo lo que pueda. El resto tendrá que esperar. —Apoyó una mano sobre el brazo de Naomi y lo acarició para que no siguiera temblando—. Mamá. —Solo Moses se dio cuenta de que era la primera vez que la llamaba así—. Ahora ve con Moses.

Destrozada por la culpa y el dolor, Naomi se tambaleó cuando Moses la ayudó a ponerse de pie.

Bajó la vista para mirar al potrillo. Virginia’s Pride, pensó. Su orgullo.

—No tenía más que tres años —murmuró—. Tal vez sea el máximo tiempo que yo logro mantener algo.

—¡No digas eso! —Aunque debía luchar contra sus propios demonios, Kelsey aferró la mano de su madre—. Ahí fuera hay mucha gente. Debes recuperar la entereza y ser fuerte.

—Sí… —Los ojos de Naomi parecían ciegos—. Tengo que ser fuerte…

Kelsey la acompañó hasta el otro lado del biombo e hizo una mueca cuando la asaltó el brusco bullicio de la multitud. Sabía que recordaría eso durante toda su vida: la emoción de la carrera, la conmoción de la caída, los vítores y los gritos de la multitud que de repente se convirtieron en un terrible silencio, la manera en que los mozos de cuadra corrieron hacia el fatídico lugar, y toda la confusión y los movimientos para sacar de la pista al caballo y al jinete.

¿Cuántas veces cerraría los ojos y volvería a ver las patas de Pride doblarse en un ángulo inconcebible? ¿O volvería a escuchar los sordos sollozos de su madre?

—¡Kelsey! —Gabe había corrido del círculo de los ganadores a las caballerizas, aferrándose a un débil hilo de esperanza. Pero ese hilo se cortó en cuanto vio la cara de Kelsey—. ¡Maldita sea! —La abrazó y la estrechó con fuerza contra su pecho—. ¿Han tenido que sacrificarlo?

Ella se permitió dejar un momento, solo un momento, el rostro hundido contra el pecho de él.

—No, ya había muerto. Boggs fue el primero en llegar, pero ya todo había acabado.

—Lo siento. ¡Dios, cómo lo siento! ¿Y Reno?

Kelsey respiró hondo para tranquilizarse.

—Se lo llevaron al hospital. A los enfermeros no les pareció que fuera nada serio, pero estamos esperando noticias. —Se enderezó y secó las lágrimas que humedecían sus mejillas—. Ahora tengo que hacerme cargo del resto.

—Sola no.

Ella meneó la cabeza. No podía permitirse el lujo de la autocompasión, de lo contrario se derrumbaría.

—Tengo que hacerlo. Por mamá y por el potrillo. Te veré luego, en el hotel.

—No te dejaré aquí.

—Tengo a Boggs y al resto del equipo.

Comprendiendo que era inútil discutir, Gabe cedió.

—Bien. Me apartaré de tu camino. Si llegas a necesitar algo, Jamie andará por aquí.

—Gracias, Gabe.

Era una pesadilla. Cuando Kelsey volvió al hotel, cerca de medianoche, sus emociones eran como una herida abierta. Sabía que las autoridades del hipódromo ya habían hablado con su madre y con Moses y les habían dicho que no había sido una jugarreta del destino ni la mala suerte de Boggs.

Había sido un crimen.

A Pride le habían inyectado una dosis letal de anfetaminas. Una droga que le disparó el corazón, y que, mientras galopaba valientemente por curvas y rectas, produjo adrenalina y se diseminó por su sistema nervioso hasta que el corazón dejó de latir.

Ahora, Three Willows y todos los involucrados tendrían que enfrentarse a una investigación en toda regla: ¿Habían drogado al caballo con una dosis equivocada y habían creído que, de alguna manera, en la saliva de Pride no se descubriría la droga?

¿O algún otro, un rival, había inyectado al caballo para aumentar las posibilidades del propio? Alguien que tenía tanta necesidad de ganar que estaba dispuesto a matar al potrillo y arriesgar la vida de quien lo montaba.

Kelsey vaciló ante la puerta de la suite de su madre. ¿Qué más podía hacer allí? Naomi tenía a Moses para que la consolara y la tranquilizara.

Se dirigió hacia su habitación, pero no pudo entrar. Más allá de la fatiga, había una energía que la obligaba a mantenerse en movimiento. Impulsada por esa energía, recorrió el pasillo y llamó a la puerta de Gabe.

Él no la esperaba, sobre todo después de que Kelsey lo hubiese despedido. Y menos después de enterarse de la causa de la muerte de Pride. Pero allí estaba ella, con mirada sombría y semblante pálido y traslúcido. De modo que retrocedió y la dejó entrar.

—¿Te has enterado?

—Sí, lo sé. Siéntate antes de que te desmorones, Kelsey.

—No puedo. Creo que si me siento no podré volver a moverme. Alguien lo mató, Gabe. A eso se reduce todo. Alguien tenía necesidad de eliminar a Pride de la carrera y lo asesinó.

Gabe se dirigió al bar y cogió una botella de coñac.

—Y el ganador fue mi potrillo.

—Sí. Lamento no haberte felicitado, pero… —De pronto, al ver la expresión de Gabe, enmudeció—. ¿Crees que he venido a acusarte?

A pesar de la cólera que sentía, Gabe sirvió con mano segura una ración de coñac.

—Me parecería lógico.

—¡Al diablo con eso! ¡Y al diablo contigo si me consideras tan mezquina!

—¿Que yo te considero mezquina? —Lanzó una carcajada breve y dura—. Lo que yo piense de ti y acerca de ti, Kelsey, no tiene nada que ver. El hecho es que tu caballo ha muerto y que el mío me proporcionó un millón de dólares en solo dos minutos. Es un motivo bastante bueno para un crimen, y no serás la única que lo piense.

Ella rechazó con brusquedad la copa que Gabe le ofrecía y un poco de coñac se derramó sobre la alfombra.

—Te has olvidado de un ingrediente, Slater. Aparte de los hechos, cuenta el carácter de las personas.

—Es cierto. —Depositó sobre una mesita la copa que ella había rechazado y bebió con lentitud el vaso de agua que se había servido—. Bueno, el mío es bastante negro.

—Permite que te diga algo acerca de ti mismo, Gabriel Slater, hombre duro. Tienes debilidad por los caballos. Te fascinan tanto y vives tan dedicado a ellos como una chica de doce años que sueña con el Corcel Negro. —Echó atrás la cabeza, satisfecha al ver el impacto que sus palabras causaban en Gabe.

—¿Qué dices?

—Los quieres con toda el alma. ¿Creíste que no nos enteraríamos de que trataste de comprar la potranca de Cunningham porque te preocupaba que la maltrataran y la adiestraran mal?

Gabe volvió a ponerse la coraza, pero ella había logrado atisbar lo que había detrás y no cedió.

—¿Crees que tus peones no les comentan a los nuestros que juegas con los potrillos como si fueran cachorros y que te pasas la noche levantado cuando tienes un caballo enfermo? Eres un ingenuo, Slater.

—Son mi inversión.

—Di más bien que son tu amor. Y una cosa más —añadió mientras le hundía un dedo en el pecho—: no me gusta que me digas lo que crees que debo pensar. Querías ganar esa carrera tanto como yo, y arreglar un resultado no es ganar. Considerando que te has pasado la vida jugando con probabilidades, eso es algo que deberías saber. Así que si piensas seguir compadeciéndote cuando deberías estar compadeciéndome a mí, me iré y dejaré que lo hagas en paz.

—Espera. —La cogió del brazo, impidiendo que se marchara—. Tienes un genio muy rápido, querida. —Dejó su vaso sobre la mesa y se llevó la mano al corazón—. Y una puntería infalible. Tú ganas, ¿de acuerdo? Y ahora, ¿podemos sentarnos?

—Tú puedes sentarte. Yo necesito caminar para quitarme los nervios de encima.

Sin saber si se sentía enfadado o divertido por la definición exacta que acababa de hacer Kelsey de él, Gabe se dejó caer sobre el brazo de un sillón.

—Lo siento, Kelsey. Sé que las palabras no sirven de mucho, pero lo siento de veras.

—En este momento intento no pensar en lo mal que me siento. Me preocupa Naomi.

—Ella luchará y se sobrepondrá.

—Supongo que todos lucharemos. —Se acercó a la mesa, cogió la copa y bebió un sorbo de coñac—. Cuando me dijeron lo de la droga fue terrible. Era como volver a perderlo. Están examinando todas las bolsas de residuos y agujas hipodérmicas. Pero aun si encontraran algo, ¿de qué serviría? Pride está muerto.

—Si la Comisión de Carreras encontrara la aguja que lo mató, esa aguja podría conducirlos hasta el asesino.

Ella meneó la cabeza.

—No, no lo creo. No puedo creer que el asesino haya sido tan descuidado como para arrojar la aguja a una bolsa de residuos, y de haberlo hecho, dejar huellas digitales o cualquier otra prueba incriminatoria. —Inquieta, se metió las manos en los bolsillos y las volvió a sacar—. Cuando descubra quién fue (y lo descubriré) quiero hacerlo sufrir. —Volvió a tomar la copa y observó el líquido ámbar—. Literalmente, ese potrillo corrió hasta destrozarse el corazón. —Se estremeció—. Reno solo se dislocó un hombro y se rompió la clavícula. Gracias a Dios.

—Joey me dijo que volverá a montar dentro de unas semanas, Kelsey.

«¡Basta de compadecerte! —se ordenó ella—. Piensa en el futuro».

—Tal vez para la carrera de Preakness. Tú conoces a nuestro potrillo High Water. Podría correr una carrera decente.

—¡Muy bien! —exclamó Gabe—. Ya vuelves a ser la Kelsey de siempre.

Ella sonrió.

—Tendremos que trabajar mucho… Hoy vi cómo se llevaban a Pride y me dolió. Nunca había perdido a un ser querido. No supuse que el primero sería un caballo, pero lo quería.

—Lo sé.

—Tú también lo querías. —Se acercó a Gabe y le acarició una mejilla—. Lamento haber estado tan fría cuando te ofreciste a quedarte y acompañarme. Si te hubieras quedado me habría derrumbado, y sabía que sola podría arreglármelas.

—Supuse que no querías tenerme cerca porque eso te recordaría que había ganado la carrera.

—Me alegra que hayas ganado. Fue lo único bueno del día. De haber podido, me habría gustado verte entrar en el círculo de los ganadores. Me habría encantado estar allí cuando te entregaron el trofeo. —Sonrió y se metió una mano en el bolsillo—. ¡Dios, lo había olvidado! Mira. —Le enseñó dos boletos. En uno apostaba a Pride, en el otro a Double—. Aposté por los dos.

Gabe miró los boletos, tan emocionado como ante una declaración de amor.

—Y la misma cantidad a los dos.

—Supongo que quería a los dos por igual.

Gabe la miró. Los colores con que el enojo le teñía las mejillas habían desaparecido, dejándole el rostro tan delicado como un cristal. La mano que sostenía en la suya ahora estaba áspera por el trabajo manual, pero seguía siendo larga, fina y elegante. Todavía llevaba el vestido de seda azul y los zapatos de tacón alto que se había puesto para la carrera. Le acarició un mechón de pelo que escapaba de la trenza. Era del color del trigo cuando lo ilumina el sol del atardecer.

El contacto de la mano de Gabe y el súbito silencio le aceleraron el pulso. Se recordó que estaba cansada y abatida. Había pasado horas enfrentando a los periodistas y rehuyéndoles. Contestando preguntas, rechazando rumores de lo que prometía ser el principio de un frenesí alimentado por la prensa. Sin embargo, se sentía llena de renovadas energías.

—Es tarde. Debería irme… Debo ver cómo está Naomi.

—Ella tiene a Moses.

—A pesar de todo quiero saber cómo está.

Gabe sonrió y sus ojos no se apartaron de ella.

—A pesar de todo —repitió.

—Ha sido un largo día.

—El más largo. La clase de día que despierta toda clase de emociones. ¿Sabes qué excitante resulta ver tus sentimientos reflejados en tu cara? —Se le acercó, pero sin tocarla—. Nervios, necesidades, dudas… impulsos.

¿Cómo no se iban a reflejar en su rostro si la recorrían como vientos de tormenta?

—No soy buena para esto, Gabe. Conviene que lo sepas desde el principio.

—¿Que no eres buena para qué?

—Para… —Chocó contra un sillón, lanzó una maldición y lo rodeó—. Para todo eso de la seducción… Además, en este momento…

—No podría haber un momento peor —convino él. Podía retroceder y dejarla ir. Sufriría, pero podía hacerlo—. Tendrás que decirme que no me deseas. Y ahora mismo. Tendrás que decir sí o no, Kelsey. Ahora.

—Es lo que trato de hacer, pero no me dejas. —Intentó zafarse cuando él apoyó las manos contra la pared, una a cada lado de su cabeza.

—Te parece arriesgado y no has calculado las posibilidades. —Su temeridad, tan familiar y antigua, lo recorría como un motor en marcha. Perdiera o ganara, lo dejaría funcionar—. Las apuestas son altas y siempre es más fácil abstenerse. ¿Es eso lo que quieres? ¿Estar a salvo?

Casi sin darse cuenta de lo que hacía, ella meneó la cabeza con lentitud. Y como su mirada ni por un instante se apartó de la de él, alcanzó a ver en sus ojos una llamarada de triunfo.

—¡Al diablo con las posibilidades! —La atrajo hacia sí—. ¡Apostemos!

Kelsey dejó de lado todo reparo y cautela. En ese momento quería exactamente lo que él le daba, una boca ávida, manos inquietas. Fuesen cuales fuesen los riesgos, ya estaba perdida en el juego.

Jadeó, sorprendida, cuando él la empujó contra la pared y comenzó a quitarle la chaqueta. No esperaba tanta vehemencia en él, ni en sí misma. Pero sus dedos ya se ocupaban en abrirle la camisa con ansia, presa de la excitación.

Ella estrechó a Gabe con los músculos tensos y lo besó con avidez. No quería palabras suaves ni manos timoratas. Algo hacía erupción en su interior y tenía necesidad de que sucediera rápido, que fuera ardiente. «Tómame». Era el único pensamiento que latía en su mente y en su sangre. Cuando la boca de Gabe trazó una línea de fuego a lo largo de su cabello y su hombro, oyó su propia respiración, ronca, jadeante y extraña.

Fue ese jadeo lo que eliminó el poco control que le quedaba. Con un sonido que fue casi un gruñido, Gabe le tomó las manos y se las alzó por encima de la cabeza. Ella temblaba pero sus ojos refulgían de pasión y desafío. Con las muñecas de Kelsey sujetas por sus manos, Gabe le rasgó la camisa. Ella se estremeció, pero su mirada no vaciló.

El sostén de seda apenas le cubría los pechos. Gabe le observó el rostro mientras le recorría la pierna con una mano hasta encontrar la parte superior de las medias y luego las bragas. Y notó que los ojos de ella se nublaban cuando con los dedos le separó los húmedos labios vaginales y a continuación la penetró con dureza.

Ella gritó, sorprendida, sintiéndose súbitamente invadida hasta las entrañas por aquel miembro ardiente y poderoso. Las sensaciones la ahogaban, la hacían tambalear y ver reflejos cegadores mientras retenía en su interior la virilidad de Gabe y recibía sus frenéticas embestidas. Sacudió la cabeza mientras su cuerpo estallaba en un clímax arrebatador.

Su alivio fue como un géiser que hervía desde las profundidades, imposible de detener. Pero cuando Kelsey se sintió consumida, agotada y vacía, Gabe volvió a excitarla. Con manos despiadadas y rudas, le tironeó la falda. Apoyó la boca ansiosa sobre los pechos, hasta que ella se sintió nuevamente presa del deseo. El sabor de su piel era exótico, salado de transpiración y suave como el agua. Alcanzaba a oír sus jadeos sedientos y veloces, los quejidos que se ahogaban en su garganta mientras el corazón le latía con desesperación.

Kelsey sintió un placer instintivo cuando hundió las uñas en la espalda de Gabe, y también lo sintió en su propio cuerpo tenso, estremecido, palpitante bajo las ávidas caricias de él. Y Gabe volvió a penetrarla profundamente, mientras con las manos le sujetaba las caderas. Dos gemidos idénticos temblaron en el aire cuando Gabe le levantó las piernas para embestirla con frenesí desbocado. Ambos se besaron con ardor, sofocando los jadeos mientras cabalgaban hacia un final acalorado y sudoroso.

Exhausta, apoyó la cabeza sobre el hombro de Gabe. Su cuerpo estaba agotado y flácido. Si no hubiese estado apretada entre el cuerpo de Gabe y la pared, se habría derrumbado sobre el suelo, como si no tuviera huesos.

—¿Quién ganó? —Logró preguntar.

Con el poco aliento que le quedaba, él logró reír.

—Ha sido un claro empate… ¡Dios mío! ¡Eres increíble!

Kelsey ni siquiera tuvo fuerzas para ponerlo en duda. A medida que se le empezaba a aclarar la mente, se dio cuenta de que acababa de hacer el amor de una manera violenta y frenética, de pie, y que las ropas de ambos se habían convertido casi en jirones.

—Nunca me había sucedido algo parecido…

—Me alegro. —Gabe comprendió que no podían pasar el resto de la noche apoyados contra la pared, por lo que se apartó y la sostuvo.

—No quiero decir que… —Se interrumpió y notó vagamente que todavía tenía puesta una sandalia de tacón. Se la quitó de un puntapié—. Quiero decir que nunca. Cuando estaba casada, simplemente… es decir. Bueno, no importa.

—No te detengas —dijo él mientras la acompañaba al dormitorio—. Me encantan las comparaciones. Cuando son a mi favor.

—Es la única que puedo hacer. Aparte de Wade… no hubo nadie más aparte de Wade.

Él se detuvo en el momento en que iba a depositarla sobre la cama.

—¿Antes que él no hubo nadie?

«Ese es mi problema en la cama —pensó Kelsey—. Hablo demasiado».

—Pues… no.

Gabe se irguió y volvió a besarla. Tal vez fuese una antigua fantasía machista eso de querer ser el único, pero decidió olvidar a Wade y disfrutar de aquella mujer maravillosa. La depositó sobre la cama y dijo:

—Tu ex no era solo un capullo. Además era un imbécil.

—Creo que tendrás que prestarme una bata o algo, para que pueda volver a mi habitación —dijo ella para cambiar de tema.

Gabe sonrió, subió a la cama y la cubrió con su cuerpo.

—Hablo en serio, Gabe. No puedo recorrer el pasillo solo cubierta con esto. —Sintió los jirones de camisa que se arrugaban entre los cuerpos de ambos—. O lo que queda de esto —se corrigió.

—Te queda muy bien. —Levantó una mano y cogió uno de sus pechos—. Pero esta vez creo que te sacaré lo poco que queda.

—¿Esta vez? —Su corazón se aceleró cuando, con gesto perezoso, él le pasó el pulgar por un pezón—. Yo no podría… Y tú tampoco.

Gabe arqueó una ceja mientras apoyaba la boca sobre la de ella.

—¿Quieres apostar?

Kelsey habría perdido. Varias veces. Cuando el alba empezó a colarse por la ventana, estaba tendida sobre él, con el cuerpo todavía tembloroso por el último orgasmo, la mente demasiado entumecida para poder dormir.

—Tengo que irme. He de ir al hipódromo.

—Necesitas dormir y luego te hará falta comer —repuso él—. Después iremos al hipódromo.

—¿Podemos pedir café? —Empezaba a arrastrar las palabras porque el cansancio la doblegaba.

—Por supuesto. Dentro de un rato. —Le acarició el pelo y la espalda, no con intención de excitarla sino de adormecerla—. Ahora debes desconectar, cariño.

—¿Qué hora es?

Gabe miró el reloj y mintió con descaro.

—Las cuatro —dijo, aunque ya pasaban de las seis.

—Está bien. Dormiré un par de horas. —Se sintió caer en un túnel de oscuridad, ligera como una pluma—. Solo un rato.

Gabe la acomodó con suavidad, le apartó el pelo de la cara y la cubrió con las sábanas. Todavía estaba pálida y sus ojeras parecían ribetes de mármol. Gabe la observó por unos minutos dormir, y supo que la amaba.

Incómodo con esa sensación, retrocedió, alejándose de ella y de la cama. Se recordó que el sexo, por bueno que fuera, estaba muy lejos de ser amor.

La había deseado y ahora la tenía, pero eso no significaba que tuviera que saber con exactitud qué sucedería después. Kelsey necesitaba un amigo tanto como un amante. Y dado que él pensaba ser ambas cosas, lo mejor sería que empezara por ser su amigo.

Tomó una ducha y cuando salió del baño ella aún no se había movido. Se dirigió a la sala y cogió el bolso de Kelsey. Un billetero, un paquete de Kleenex y una libreta de direcciones. La llave de su habitación estaba en un compartimento del bolso, junto con un lápiz labial, un frasquito de perfume —que él olió con fruición— y un billete de veinte dólares.

Deslizó la llave dentro de su bolsillo y la dejó dormir.

Se encaminó a la habitación de Naomi. Moses abrió la puerta a la primera llamada. Parecía extenuado, pero le tendió la mano con una sonrisa.

—No tuve oportunidad de felicitarte. Tu potrillo ha hecho una carrera estupenda.

—Tenía un maravilloso competidor. Y no era así como yo quería ganar.

—Ya. —Moses lo hizo pasar y le dio una palmada en la espalda—. Es un momento difícil para todos, Gabe. Y ahora que sabemos algo con respecto a cómo sucedió, resulta todavía más difícil.

—¿Supongo que no hay más noticias?

—La investigación sigue su curso. Y Three Willows iniciará su propia investigación. —En su rostro curtido, los ojos eran duros como el ónix—. Lo único que sé es que alguien quería que ese caballo muriera. ¡Un maldito cabrón!

—No tienes más que decir si puedo ayudar en algo, o cualquiera de Longshot. Necesitamos las respuestas tanto como vosotros. —Gabe miró la puerta del dormitorio que en ese momento se abría.

Apareció Naomi. De haber sido un boxeador, Gabe habría dicho que estaba lista para subir al ring. Había desaparecido toda su fragilidad del día anterior y llevaba un vestido rojo oscuro, lo más parecido a un vestido de luto que tenía, y en su rostro había una expresión sombría y decidida.

Reaccionó como Gabe suponía.

—Me alegra que hayas venido. —Se acercó, le puso las manos sobre los hombros y apoyó la cara contra la de él—. Esto es duro para los dos. —Retrocedió, pero sin apartar las manos de los hombros de Gabe—. También van a hablar mucho de ti. Quiero que formemos un frente unido.

—Yo también.

—Lo sucedido me resulta odioso. Odioso por mí, por ti y por el turf. Pero lo superaremos. Acabo de anunciar una conferencia de prensa. Me gustaría que estuvieras allí.

—¿Dónde y cuándo?

Naomi sonrió y le acarició una mejilla.

—A mediodía, en el hipódromo. Creo que es importante que la hagamos allí. Tras la autopsia llevaremos a Pride a casa. —Hizo una pausa y respiró hondo—. Debemos estar preparados para recibir mucha atención de la prensa durante las próximas semanas. Y con la carrera de Preakness habrá aún más especulaciones. —Sus ojos se endurecieron—. Conviene que ganes esa carrera, Gabe.

—Eso pienso hacer.

Ella asintió.

—Le daré a Kelsey otra hora antes de llamarla —dijo Naomi—. Ayer debió sufrir mucho. Debe de estar exhausta.

—Sin duda. —Los nervios que recorrieron la espalda de Gabe le parecieron ridículos. Metió las manos en los bolsillos y manoseó la llave de la habitación de Kelsey—. Kelsey pasó la noche conmigo. Ahora duerme. Voy a sacar algo de ropa de su habitación y después me aseguraré de que coma algo.

El silencio se prolongó. Cinco segundos. Diez. Finalmente Naomi emitió un suspiro.

—Me alegra que hayas estado con ella —dijo—. Me alegra que seas tú.

—Pero tal vez no te alegre tanto saber que seguiré siendo yo.

Ella arqueó una ceja.

—¿Estás hablando de matrimonio, Gabe? —Rio por primera vez en horas—. ¡Ah, te has puesto pálido! ¡La típica reacción masculina! —Le palmeó el brazo mientras él seguía mirándola fijo—. Será mejor que te vayas, querido, antes de que empiece a hacerte preguntas comprometedoras. Si pudiera tener a Kelsey aquí a las once, podríamos ir todos juntos al hipódromo. Ah, y llévale el traje azul oscuro con la camisa color coral.

Naomi lo empujó hacia la puerta, la cerró tras él y se apoyó contra ella.

—¡Oh, Moses, qué día más horrendo! Y ahora, por un instante, me he sentido muy bien. ¿Crees que Kelsey sabe que Gabe está enamorado de ella?

Lo único que Kelsey sabía era que estaba furiosa con él. No solo la había dejado dormir demasiado sino que se había ido… con su llave. Estaba prisionera en el cuarto de Gabe, sin una sola prenda decente.

Tomó una ducha fría que no consiguió calmarla y se cubrió con la bata del hotel que colgaba detrás de la puerta del baño. Con el pelo envuelto en una toalla empezó a pasearse de la habitación a la sala.

Barajó la posibilidad de llamar a la suite de Naomi, pero le dio vergüenza tener que explicar que estaba prácticamente desnuda y encerrada en la suite de Gabe.

Cuando oyó abrirse la puerta, se encaminó hacia allí, furibunda.

—Me gustaría saber quién coño te crees para… ¡oh!

Ella y el camarero se miraron, igualmente confusos.

—Lo siento, señorita. El señor me dijo que debía entrar y poner la mesa del desayuno en silencio, porque usted dormía.

—Está bien. Ya estoy levantada. —Cruzó las manos y reunió toda la dignidad posible—. ¿Y dónde está el señor?

—No lo sé, señorita. Solo he seguido sus instrucciones. ¿Prefiere que vuelva más tarde?

—No. —No pensaba permitir que ese café saliera de la suite—. Está bien. Lamento haberlo sobresaltado.

Mientras el hombre disponía el desayuno, Kelsey se preguntó si recoger la ropa diseminada por el suelo o pretender ignorarla. Optó por esto último, firmó el recibo y agregó una considerable propina que esperaba hiciera temblar a Gabe.

—Gracias, señorita. Que disfrute de su desayuno.

Cuando Gabe entró, ella se estaba sirviendo la primera taza de café.

—Hola.

—¡Cerdo! —Bebió el café de un solo trago a pesar de que estaba demasiado caliente—. ¿Dónde está mi llave?

—Aquí. —La sacó del bolsillo y dejó la ropa sobre un sillón—. Creo que está todo. Eres una viajera organizada. Cosméticos, cepillo de dientes. A propósito, tienes una ropa interior muy sensual. Supuse que esa cosita azul oscura iría con el traje del mismo color. —Le mostró un body y sonrió—. ¿Quieres ponértelo?

Ella se lo arrebató de las manos.

—¡Has estado husmeando en mis cosas!

—Fui en busca de ropa. Y el vestido lo sugirió tu madre.

—Mi… —Kelsey apretó los dientes y pidió que el cielo le diera paciencia—. ¿Fuiste a verla?

—Está muy bien. Preparada para iniciar el contraataque. Anunció una conferencia de prensa a mediodía en el hipódromo. ¿Qué tal está el café? —Se sirvió una taza—. Tenemos que reunirnos con ella a las once en su suite, para salir juntos. Ella sugirió el vestido, pero no los accesorios que debían acompañarlo. Así que elegí lo que más me gustó.

—¿Te dijo qué ropa debías traerme? —Kelsey respiró hondo y luego suspiró con lentitud—. Lo cual significa que le dijiste que estaba aquí.

Gabe se sentó y destapó una fuente de plata que contenía jamón con huevos.

—En efecto. —La miró—. ¿Hay algún problema?

—No, pero… No. —Se dio por vencida y se llevó una mano a la sien—. La cabeza me da vueltas.

—Siéntate y come, así te sentirás mejor. —Cuando ella lo hizo, le tomó una mano y la apretó con firmeza—. Estamos juntos en esto. ¿Lo sabes?

Kelsey miró las manos unidas de ambos. Gabe no solo se refería a la conferencia de prensa, y ambos lo sabían. «Otro riesgo», pensó, pero levantó la vista y lo miró.

—Sí, lo sé.