26

Era evidente que algo iba mal. Kelsey había llegado después del anochecer diciendo que quería estar con él. Gabe quería creer en un motivo tan simple como ese. Pero la expresión de Kelsey era distante, su sonrisa demasiado tensa. Su excitación, siempre una alegría para él, era frenética. Se lanzó al sexo con un abandono salvaje que no alcanzaba a ocultar la desesperación. Como si se estuviera purgando, pensó Gabe cuando ella finalmente se quedó inmóvil a su lado. El cuerpo de él había respondido y se encontraron y se unieron en el lazo más primario, pero en ese momento, mientras el silencio se extendía entre ellos, Gabe comprendió que ninguno de los dos había quedado satisfecho.

—¿Ahora estás lista? —le preguntó.

Ella volvió la cabeza, buscando un lugar más fresco en las sábanas cálidas.

—¿Lista?

—Para decirme qué te está corroyendo.

—¿Qué puede estarme corroyendo? —preguntó Kelsey con tono cansino—. Un hombre a quien conocía y apreciaba se suicidó hace unos días.

—El problema no es Reno. Eres tú.

Kelsey se colocó de espaldas y clavó la mirada en la oscura claraboya. «Esta noche no hay luna», pensó. Las nubes desdibujaban la claraboya como si se tratara de humo.

—Reno quería a su padre —dijo—. Ni siquiera lo conoció, pero lo quería. Creía en él. Todo lo que Reno hacía se relacionaba con ese amor y esa fe ciega, incondicional. —Suspiró—. Y cuando comprendió que sus sentimientos estaban fuera de lugar, que por lo menos su fe estaba fuera de lugar, no pudo seguir viviendo.

Se movió inquieta y el roce de su piel contra las sábanas sonó como un susurró en la oscuridad.

—Habría sido mejor que cerrara los ojos, ¿verdad? —preguntó—. Habría sido mejor para él y para todos que dejara en paz el pasado. ¿Qué se demuestra, Gabe, qué se resuelve mirando atrás?

—Depende de lo fuerte que sea tu necesidad de hacerlo, y de lo que encuentres. —Le acarició el pelo y dejó que se deslizara entre los dedos—. Se trata de ti, ¿verdad, Kelsey? ¿De ti y de Naomi?

—Ella lo considera un asunto cerrado. ¿Por qué no puedo hacer yo lo mismo? No se puede hacer retroceder las agujas del reloj, ni devolverle los años perdidos. Los años que perdimos las dos. Ella mató a Alee Bradley y yo debería aceptarlo. No debería importarme tanto el motivo que la impulsó.

Kelsey levantó las rodillas y las rodeó con sus brazos en un gesto de autodefensa que conmovió a Gabe.

—Entonces deja el asunto en paz.

—Dejarlo en paz… —repitió ella—. Sería lo sensato. Después de todo ya ha pagado los errores que pudo haber cometido. En esa época yo no la conocía, o no recuerdo haberla conocido. ¿Por qué creo que puedo retroceder y llegar al fondo de la verdad? ¿O que debo hacerlo? Ella es feliz. Papá es feliz. Ninguno de los dos me agradecerá que yo hurgue en el asunto. No tengo derecho de abrir viejas heridas solo para satisfacer mi ridícula necesidad de verdad y justicia. —Cerró los ojos con fuerza y apoyó la cara contra las rodillas—. Verdad y justicia no siempre son la misma cosa.

—Deberían serlo. Uno de tus rasgos de carácter más admirables es que quieres que lo sean. —Le pasó una mano por los hombros, percibió la tensión y comenzó a masajearla—. ¿Qué provocó todo esto, Kelsey?

Ella respiró hondo para tranquilizarse y le contó su visita a Tipton. Gabe no la interrumpió y trató de sofocar el enfado que le producía que hubiera ido sin él.

—Y ahora te preocupa la posibilidad de que, de alguna manera, tu padre haya estado involucrado.

—No puede ser. —De repente alzó la cabeza y en sus ojos refulgió una expresión de desafío y también una súplica de comprensión—. No es posible, Gabe. Tú no lo conoces.

—No, no lo conozco. —Furioso consigo mismo, Gabe se volvió para coger un cigarro en la mesilla de noche—. Nos hemos saltado ese pequeño detalle.

Kelsey se pasó una mano por el cabello. De alguna manera había logrado herirlo.

—¡Todo ha sucedido con demasiada rapidez! Las cosas entre tú y yo se han desencadenado con la velocidad del rayo. Y mi situación familiar es terreno peligroso. Pero eso no significa que haya querido mantenerte alejado de ellos porque tú no eres lo suficientemente bueno para mí.

—Olvídalo —repuso él con sequedad. Prendió el encendedor y frunció el entrecejo—. Olvídalo —repitió en voz más baja—. No se trata de eso. Y tampoco es lo que me enfada. Hoy yo te hubiera acompañado. Debí estar contigo.

—Fue un impulso. —Pensó que era la verdad a medias—. Tal vez quería ir sola. Tal vez lo necesitaba. No quiero que me protejan, Gabe. He sido protegida toda la vida, sin siquiera saberlo. No puedo seguir viviendo en una campana de cristal.

—Hay una diferencia entre ser protegida y ser apoyada. Yo necesito que te apoyes en mí, Kelsey. Y también apoyarme en ti.

Tras unos instantes de silencio, ella le cogió la mano.

—¿Es necesario que tengas razón?

—Lo prefiero así. —Se llevó los dedos de ella a los labios—. ¿Qué quieres hacer?

—Olvidar el asunto. Dejarlo en paz y volver a empezar desde aquí, pero no puedo. Necesito saber. Y cuando lo sepa, debo aprender a vivir con lo que averigüe. —Midió su mano contra la de él, luego enlazó los dedos con los de Gabe—. Mañana a la tarde, iré e ver a Rooney. ¿Me acompañarás?

«Más mentiras», pensó Kelsey. De las piadosas.

—Te encantará el vestido —dijo Naomi tendiéndole una tarjeta color lavanda—. Atrás he anotado el nombre de la dependienta que me atendió. Y allí mismo hacen todos los arreglos necesarios.

—Me parece maravilloso.

—Si ese vestido no te gusta, estoy segura de que encontrarás otra cosa. Es una tienda maravillosa. Por cierto, también hablé con el encargado del restaurante del club. Preparan comidas para fiestas. Ya sé que quieres que sea una boda sencilla, pero tiene que haber comida. Él preparará un par de menús para que elijas el que te guste. Y… —Tomó otra lista—. Gabe tiene un jardín maravilloso y es habilidoso con las plantas, pero te harán falta algunas plantas en tiestos para adornar el patio. Una vez decidas los colores, las pediremos.

—Me parece maravilloso.

—¡Escúchame, por favor! —Riéndose de sí misma, Naomi guardó las listas en el cajón de su escritorio—. He caído de cabeza en la trampa de-la-madre-de-la-novia. Te aseguro que yo misma me indigno.

Kelsey se obligó a sonreír y trató de que la sonrisa se le reflejara en los ojos.

—Te lo agradezco, mamá. A pesar de que será una boda pequeña, informal y que se realizará en casa, hay mil detalles que atender.

—Detalles que eres perfectamente capaz de manejar por ti misma —dijo Naomi—. Sé que ya has vivido una boda por todo lo alto, y que quieres que esta sea distinta.

—Sí, es cierto. —Kelsey hizo girar la tarjeta de la boutique en una mano y luego se la metió en el bolsillo—. Aquella boda la orquestó Candace. Yo casi no tuve nada que hacer, aparte de estar allí. —Al comprender lo que acababa de sugerir, suspiró—. Hablo como una desagradecida, pero no lo soy. Candace estuvo maravillosa.

—Sin embargo, te gustaría encargarte personalmente de esta boda.

—Digamos que me gustaría poder opinar al respecto. Pero no me molesta delegar responsabilidades.

—Nunca creí llegar a tener esta oportunidad. ¡Preparar el casamiento de mi hija! —Con gesto decidido, reunió todas las listas y las sujetó con un pisapapeles—. Te pido que me frenes si se me va la mano… —Apoyó la cadera contra el borde del escritorio—. Con respecto al vestido, prometo que si no te gusta no diré una sola palabra. Pero te encantará. Y ahora te aconsejo que te vayas antes de que te fastidie pidiéndote que me dejes acompañarte en lugar de que lo haga Gabe.

—Iremos juntas a comprar tu vestido —prometió Kelsey, que se sentía cada vez más culpable—. Tal vez durante el fin de semana.

—Me gustaría. —Naomi enlazó un brazo con el de su hija y la acompañó hasta la puerta—. Me dará la posibilidad de preguntarte acerca de si prefieres fotógrafos o cámaras de vídeo. Pero ahora ve y diviértete.

Kelsey murmuró algo y salió en el instante en que llegaba el coche de Gabe.

—Antes de nada tenemos que detenernos en una boutique —dijo Kelsey en cuanto se instaló en el asiento del viajero. Sacó del bolsillo la tarjeta que le había dado Naomi.

Gabe enarcó una ceja.

—¿Vamos de compras?

—Para tranquilizar mi conciencia.

Pero no dio resultado, a pesar de que Naomi tenía toda la razón del mundo con respecto al vestido, o tal vez por eso mismo.

En cualquier otra circunstancia aquel vestido le habría levantado el ánimo. La seda rosa pálido, el largo elegante, la línea sencilla. Era una belleza y la dependienta le aseguró que debía haber sido creado pensando en Kelsey. Y además tenía el sombrero perfecto para acompañarlo: un sombrerito pequeño y ligero con velo, perfecto para una boda sencilla al aire libre.

Y los zapatos, por supuesto. Le prepararían un par de zapatos clásicos de raso. ¿Y qué flores iba a llevar en el ramo? Las novias tenían derecho a llevar flores blancas. ¿Quería llevarse consigo el vestido y el sombrero o prefería que se lo enviaran?

Kelsey se los llevó y durante la transacción se movió como en un sueño. Todo era tan extraño y tan sencillo.

—No me lo mostraste cuando te lo probabas —se quejó Gabe mientras iban de regreso al coche.

—Lo siento —contestó ella, distraída, pero de pronto se detuvo y se llevó las manos a las mejillas arreboladas—. ¡Dios! ¿Es verdad que acabo de comprar un vestido de novia?

—Al parecer así es —dijo Gabe. La tomó por los hombros y la obligó a mirarlo—. ¿Estás arrepentida?

—¡No! No con respecto a ti y a nosotros. Pero todo se precipita demasiado. Acabo de comprarme mi traje de novia y un sombrero. ¡Un sombrero! Y todavía ni siquiera se lo he dicho a mi familia.

—Puedes arreglarlo hoy mismo. Si es lo que quieres —dijo Gabe mientras metía las cajas en el maletero del coche.

—Está bien. —Asintió y abrió la portezuela. Gabe le hizo un guiño de complicidad.

—¿Qué te parece si probamos esto para que nos dé suerte? —Deslizó en su dedo un anillo, un diamante cuadrado engarzado en una banda de oro y rodeado de pequeños rubíes—. Mis colores, y en adelante nuestros colores. Esto convierte el compromiso en algo oficial.

A Kelsey se le llenaron los ojos de lágrimas. Podían estar de pie en un aparcamiento, a pleno sol, pero para ella el momento era tan romántico como un crucero a la luz de la luna.

—Es una belleza, Gabe, pero no hacía falta.

—Pues a mí me hacía falta.

Desde el otro extremo del aparcamiento, Rich contempló la romántica escena. Bebió un trago de su petaca. «¡Qué pareja estupenda forman!», se dijo con amargura. Su hijo y la hija de aquella zorra.

Por culpa de Gabe él tenía que volver a huir. Ahora no habría ningún viaje triunfal a Las Vegas. La policía estaba haciendo preguntas. Rich había conseguido que Cunningham se lo dijera cuando consiguió sacarle otros dos mil.

«Que pregunten», pensó mientras ponía en marcha su coche en el momento en que el Jaguar de Gabe arrancaba. Él no estaría por allí para contestarles. No, señor, en cuanto se ocupara de un pequeño negocio, Rich Slater iba a coger la autopista en dirección a México.

Salió del aparcamiento sin perder de vista el Jaguar.

—Tendremos que ser insistentes —le dijo Kelsey a Gabe mientras avanzaban en medio del tráfico de Alexandria—. Rooney se negó a atenderme por teléfono.

—Entonces seremos insistentes.

—¿Crees que estoy perdiendo el tiempo?

—Lo importante es lo que creas tú. Si quieres hablar con él, hablaremos con él.

Ella se removió inquieta en el asiento, deseando que Gabe se diese prisa y deseando, a la vez, que el trayecto durara indefinidamente.

—Supongo que quiero saber hasta qué punto estuvo involucrado mi padre en la investigación de Rooney, si papá conocía a Alee Bradley o había oído hablar de él. Eso es algo que he de aclarar. No cambiará lo que sucedió aquella noche, pero tengo que saberlo.

—Podrías preguntárselo a tu padre.

—Tarde o temprano tendré que hacerlo, pero por ahora… —De repente se irguió en el asiento y se inclinó hacia adelante mientras Gabe entraba en el aparcamiento ubicado en el sótano del edificio de Rooney.

—¿Qué pasa?

—Ese coche, el que acaba de salir.

Gabe alcanzó a mirar por el espejo retrovisor a tiempo de ver el automóvil que salía a la calle.

—¿El Lincoln negro?

—Es el coche de mi abuela. —Kelsey se frotó los brazos, que tenía helados—. Y su chófer iba al volante.

—Hay muchas oficinas en este edificio, Kelsey.

—Y la vida está llena de coincidencias. —Meneó la cabeza y clavó la vista a frente cuando Gabe estacionó en una plaza vacía—. No lo creo. Vino a ver a Rooney, y voy a averiguar por qué.

Cuando se encaminaban hacia el ascensor, Gabe la cogió del brazo. Kelsey vibraba de nervios y malhumor.

—Si entras de tan mal talante te lo pondrás en contra.

—¡Me importa un bledo! —replicó ella y pulsó el botón del piso de la oficina de Rooney.

Entró como una tromba a la lujosa oficina y encaró a la recepcionista.

—Somos Kelsey Byden y Gabriel Slater y queremos ver al señor Rooney.

La mujer les dirigió su sonrisa más profesional.

—¿Tienen una cita con el señor Rooney?

—No.

—Lo siento, señorita Byden, el señor Rooney…

—No lo sienta —repuso Kelsey apoyándose sobre el escritorio de la recepcionista en una actitud que borró la sonrisa de la mujer—. Solo dígale que estamos aquí. Y que no nos iremos sin verlo. Y convendría que también le mencionara que acabo de ver salir de aquí a mi abuela, la señora Milicent Byden.

Esa fue la llave que les abrió todas las puertas. A los diez minutos los hicieron pasar al despacho de Rooney. Esta vez él no se puso de pie, sino que los recibió con una seca inclinación de la cabeza.

—Me encuentran en un mal momento. Lamento no poder dedicarles más de cinco minutos.

—Habríamos venido en un momento más conveniente, señor Rooney, si usted hubiera atendido alguna de mis llamadas telefónicas.

—Señorita Byden —dijo Rooney intentando mostrarse paciente. Cruzó las manos sobre el escritorio, pero su actitud era la de un mendigo—. Traté de ahorrarnos tiempo a ambos. No puedo ayudarlos.

—¿Por qué estuvo allí esa noche, señor Rooney? Verá, esa es una pregunta que me hago constantemente. Tal vez sea porque todo sucedió hace tanto tiempo y lo veo desde un punto de vista distinto al de los que estaban involucrados en el asunto en el calor del momento. Pero ¿por qué esa noche? ¿Por qué esa noche entre todas las noches?

—Fue una vigilancia de rutina. Usted también podría preguntarse por qué su madre eligió precisamente esa noche para disparar contra Alee Bradley.

—Conozco la respuesta a esa pregunta —contestó Kelsey sin perder la compostura—. ¿Usted la conoce? ¿Qué fue exactamente lo que vio?

—Ese es un hecho establecido. —Se puso de pie en actitud de despedirlos—. Lo siento, pero no puedo ayudarla.

—¿Hasta dónde le dijo mi padre que llegara? ¿Aprobó su decisión de allanar la propiedad de mi madre y espiar por la ventana?

—Se me paga para que juzgue por mí mismo.

—Durante las semanas en que los vigiló, debe haber llegado a conocer muy bien a mi madre y a Alee Bradley. ¿Alguna vez lo siguió a él? ¿Comprobó con quién se encontraba, con quién hablaba, quién pudo haberle pagado?

Rooney se atragantó y la boca se le secó.

—Fui contratado para vigilar a su madre.

—Pero Bradley formaba parte de su investigación. ¿Hasta qué punto lo conocía mi padre?

Rooney endureció la mandíbula.

—Hasta donde sé, no se conocían.

Kelsey apenas alzó una ceja.

—¿No tenía interés por el hombre con quien supuestamente su mujer vivía una aventura?

—La mujer de quien se había separado, no lo olvide. Y no, en ese momento a Philip Byden solo le interesaba una cosa: su hija.

—Pero cuando usted le pasaba sus informes…

—Yo informaba a sus abogados. No puedo saber si su padre leía o no las copias que ellos le enviaban. No quería involucrarse. —Rooney esbozó una leve sonrisa—. Le parecía que contratar a un investigador era una actitud indigna.

—Pero lo contrató a usted.

—Tal vez consideró que el fin justificaba los medios. Bien. Tengo otra cita. Tendrán que excusarme.

—¿Por qué vino a verlo hoy mi abuela?

—Eso es confidencial.

—¿Es cliente suya?

—No puedo ayudarla —repitió Rooney, espaciando las palabras. Pero miró brevemente a Gabe y enseguida apartó la vista.

Una vez a solas, Rooney permaneció sentado detrás del escritorio, tratando de serenarse. Metió la mano en un bolsillo y sacó un comprimido que no lograría aplacar su acidez estomacal.

¿Cómo era posible que todo volviera así? ¡Después de tantos años! Había cumplido con la ley. Durante veintitrés años cumplió estrictamente la ley. ¿Cómo era posible que una sola noche, tantos años antes, le saltara encima como un tigre?

Se sobresaltó al oír el timbre del intercomunicador y luego se maldijo. No ganaría nada con permitir que los nervios lo dominaran. Contestó la llamada.

—Señor Rooney, hay un caballero que desea verlo. No ha concertado una entrevista, pero dice que es un viejo amigo suyo. Se llama Rich.

—No conozco a ningún… —Se le volvió a secar la boca y se le humedecieron las palmas. Por un momento frenético, miró alrededor en busca de la salida de emergencia. Pero comprendió que no la había. Lo habían pescado igual que al pez espada de ojos de vidrio que adornaba la pared de su despacho.

—Hágalo entrar y, por favor, no me pase ninguna llamada.

—Muy bien, señor.

Rich entró en el despacho con una sonrisa radiante.

—¡Tanto tiempo sin vernos, viejo amigo!

—¿Qué quieres?

Rich se sentó y apoyó los pies sobre el escritorio.

—Has aumentado un poco de peso, Charlie. Pero te queda bien. Antes parecías un espantapájaros. ¿Por qué no invitas a un viejo amigo a una copa?

—¿Qué quieres? —repitió Rooney.

—Bien, puedes empezar diciéndome lo que querían de ti mi hijo y esa muchacha tan bonita. —Rich sacó un cigarrillo—. Trabajaremos de ahí en adelante.

—No me siento mucho mejor —reconoció Kelsey al subir al coche—. ¿Se supone que debe alegrarme saber que mi padre contrató a ese hombre para mantenerse distante y no mancillar su dignidad? ¿O debo sentirme aliviada porque no tuvo nada que ver con Rooney ni con Alee Bradley?

—Tal vez deberías dedicar un poco de tiempo a preguntarte a qué se debían los nervios de Rooney.

—¿Nervios? Me pareció frío, distante y furioso, pero no nervioso.

—Tenía las manos enlazadas para impedir que le temblaran. —Gabe hizo retroceder el coche para salir del aparcamiento subterráneo—. En la oficina el aire acondicionado funcionaba a todo vapor, pero él transpiraba. Tenía los dientes tan apretados que los labios le temblaban. Trató de escurrir el bulto con una serie de evasivas. —Gabe pagó al empleado y salió a la calle—. Pero hubo pequeños detalles que lo traicionaron.

Kelsey lo estudió, curiosa y fascinada.

—¿Todo eso lo aprendiste en el juego?

—Algo aterroriza a ese hombre, te lo aseguro.

—Entonces tenemos que averiguar de qué se trata. —Suspiró—. Para en una cabina telefónica, Gabe. Creo que ha llegado el momento de reunir a la familia.

Milicent aceptó la copa de jerez que le ofrecía su hijo y, como se sentía magnánima, le palmeó la mano.

—Por fin ha recuperado el sentido común. No pongas esa cara de preocupación, Philip. Estoy dispuesta a olvidar estos últimos meses. Después de todo, es una Byden. —Se recostó contra el respaldo del sillón, suspiró y bebió un sorbo de jerez—. La sangre tira.

—Espero que haya traído consigo a Channing —dijo Candace mientras se acercaba a la ventana y separaba las cortinas para ver la calle—. No veo por qué debe permanecer allí si Kelsey vuelve a casa.

—Channing está haciendo lo que le corresponde. —Philip apoyó una mano sobre el hombro de su mujer.

Por un instante Candace tuvo ganas de sacudírsela de encima, pero no podía soportar que hubiera más palabras duras entre ellos.

—Quiero que mi hijo sea feliz, Philip. Y tú lo sabes.

—Por supuesto que lo sé.

—Ese muchacho también recuperará el sentido común —aseguró Milicent—. No es más que un desafío juvenil, y una actitud sentimental. ¿Veterinario? No, os aseguro que le pasará. —Le quitó importancia al sueño de Channing con un movimiento de su aristocrática mano—. Cuando Philip era joven hubo una época (¿lo recuerdas, querido?), en que quería ser jugador de béisbol. ¡Nada menos!

—Lo recuerdo —contestó él. En aquel entonces tenía dieciséis años y, a pesar de su aspecto juvenil, su brazo era duro como una roca. Por cierto que ese sueño abortó apenas él lo enunció. Un Byden no practicaba deportes como un profesional. Los Byden eran profesionales.

—Channing atenderá razones, lo mismo que lo hizo Philip. Tu error, querida Candace, fue no hacer valer tu autoridad.

—Channing es mayor de edad —repuso Candace muy tiesa.

—Una madre es siempre una madre. —Milicent sonrió confiada al oír el timbre de la puerta—. ¡Ah! Esa debe ser la hija pródiga. Ante todo deja que ella se disculpe, Philip. Así se sentirá mejor. Después haremos servir la comida.

Pero Kelsey no parecía nada arrepentida cuando entró en el salón acompañada de Gabe. No le sonrió a su padre ni se acercó a besarlo. Tratando de suavizar las cosas, abrazó a Candace antes de volverse hacia su abuela.

—Gracias por recibirme. —Se inclinó y besó la mejilla empolvada de Milicent—. Abuela, papá, Candace, este es Gabriel Slater. Gabe, te presento a Milicent, Candace y Philip Byden.

—Mucho gusto —contestó Philip tendiéndole la mano.

—No quiero ser grosera —dijo Milicent mirando a Gabe con frialdad—, pero creí que íbamos a tratar un asunto familiar.

—Así es. Un asunto viejo y uno nuevo. Supongo que debo empezar por el nuevo. Bien, Gabe y yo vamos a casarnos.

Hubo un silencio de sorpresa del que Philip fue el primero en recuperarse.

—Bueno, es toda… una sorpresa. Una sorpresa feliz.

—Una verdadera bomba —acotó Candace—. Muy propia de ti, Kelsey. —Pero se suavizó al pensar en la emoción de la boda—. Ahora supongo que el jerez no bastará. Tendremos que beber champán.

—¡Esto es inaceptable! —exclamó Milicent—. ¡Me niego a aceptar este comportamiento insultante en mi propia casa!

—Mamá… —comenzó Philip.

—Esta es mi casa —repitió Milicent—. ¿Qué significa esta charada de pésimo gusto? —preguntó, dirigiéndose a Kelsey—. ¿Un alarde de cinismo? ¿Un golpe bajo dirigido contra mí? ¿Te atreves a traer a este hombre a mi casa y amenazar con hacerlo entrar en la familia?

Aún conociendo a Milicent, Kelsey quedó impresionada por su reacción.

—No se trata de un golpe bajo, ni de insultos ni amenazas. Es un hecho. Nos casaremos dentro de unas semanas, en la casa de Gabe, en Virginia. Me gustaría que todos vosotros asistierais.

—¡Por supuesto que asistiremos! —aseguró Candace, dispuesta a limar asperezas—. Comprende que estemos un poco aturdidos por este anuncio tan repentino, pero por nada del mundo faltaríamos a la ceremonia. Espero me permitas ayudarte con los preparativos.

—¡Basta! —Milicent dejó la copa con tanta fuerza sobre una mesa que el frágil pie se rompió. El jerez que contenía se derramó sobre la alfombra—. ¡Decididamente no habrá tal casamiento! Por lo visto, Kelsey, te has dejado conquistar por una cara atractiva. Eso es una tontería, pero no es irrevocable. —Hizo un esfuerzo por respirar con tranquilidad y recuperar el control—. Como no ha habido un anuncio público, no habrá necesidad de tomar medidas especiales. Y usted —agregó, señalando a Gabe— podría evitarse una situación embarazosa yéndose ahora mismo.

—No lo creo —contestó él, sin perder la calma—. Prefiero afrontar esa situación embarazosa.

—¡Nos iremos los dos! —Temblando de furia, Kelsey cogió la mano de Gabe—. Venir fue un error. Lo que le tenga que decir a mi abuela, se lo diré en otro momento. No debí haberte traído y te pido disculpas por el mal rato que estás pasando.

—Tranquila. —Gabe se llevó la mano de Kelsey a los labios y la besó—. Déjala terminar.

—Yo también le pido disculpas —dijo Philip, interponiéndose entre su madre y ellos—. No hay duda de que esto ha sido una sorpresa. Tal vez sería mejor que dejásemos para más tarde la discusión del asunto.

—¡No consientas a esa chica! —Milicent se puso de pie y se dirigió al lustroso escritorio Chippendale—. Ya lo has hecho durante demasiado tiempo. Es hora de que aprenda a afrontar los hechos.

—Ya los he afrontado —contestó Kelsey—. Y desde hace bastante tiempo.

—Entonces afronta estos —dijo Milicent sacando una carpeta del cajón del escritorio—. He reunido suficiente información sobre usted, señor Slater. Jugador profesional, exconvicto, hijo de un borracho itinerante sin medios de vida conocidos y especialista en arruinar mujeres. Un vagabundo que vivió en la calle y luego estuvo preso por juego ilegal.

Mantuvo la carpeta aferrada con fuerza en la mano mientras fulminaba a Gabe con una mirada fría y condenatoria.

—Tal vez haya desarrollado cierto gusto por las cosas refinadas y haya conseguido algunas de ellas, pero eso no cambia lo que realmente es.

—No, no lo cambia —convino Gabe—. Y el hecho de haber nacido con esas cosas refinadas tampoco cambia lo que es usted.

Ella golpeó el escritorio con la carpeta.

—¡Salga de mi casa inmediatamente!

—Espera. —Kelsey apretó el brazo de Gabe con un gesto convulsivo—. ¡Cómo te has atrevido a hacer averiguaciones sobre la vida personal de Gabe! ¡Y sobre la mía!

—Haré todo lo que sea necesario con tal de proteger el apellido Byden. Y tú, a pesar de ese repentino cariño que tienes por esa mujer, eres una Byden.

—Esa mujer es mi madre. ¿También la investigaste a ella? —repuso Kelsey—. ¿Trataste de desenterrar desagradables secretos para arrojárselos a papá a la cara e impedir que se casara con ella?

—Por desgracia, fue una de las pocas veces en su vida que tu padre no me escuchó.

Aquella escena había sido demasiado parecida a la actual, recordó Milicent. Philip había llegado a gritarle y darle un ultimátum: o aceptaba a esa mujer o perdía a su único hijo.

—No, no me escuchó —repitió—. Y los resultados están a la vista.

—Sí, yo soy uno de esos resultados —repuso Kelsey—. ¿Era eso lo que hacías esta tarde en la oficina de Rooney?

Milicent se cogió del escritorio.

—No sé de qué estás hablando.

—Te vi. Has vuelto a contratarlo, ¿verdad? Para espiar a Gabe y husmear en su pasado.

—Recopilar información que te hiciera recuperar el sentido común fue un mal necesario —se defendió Milicent.

—Pues has tirado tu dinero. A mí no me dices nada nuevo. Ya lo sabía todo.

—Entonces te pareces más a tu madre de lo que imaginaba. Mereces lo que te suceda.

—Tienes razón. —Kelsey se volvió hacia su padre—. ¿Dejaste de amarla, papá? ¿O permitiste que te alejaran de ella?

—Kelsey —contestó Philip con voz ronca, sin saber qué contestar—, lo que sucedió en aquel momento, simplemente sucedió. Pero me disculpo de todo corazón por lo que acaba de suceder. —Miró a Gabe, rígido y avergonzado—. Me disculpo ante los dos.

—¿Te disculpas? —espetó Milicent—. Te he dicho la clase de hombre que es, la clase de hombre a quien tu hija utiliza para humillar a esta familia, ¡y tú te disculpas!

—Sí. —Philip miró a su madre con ojos llenos de tristeza—. Me disculpo por ti, porque has usado el apellido familiar como un látigo. Un apellido que siempre te ha importado más que la felicidad de quienes lo llevan.

Pálida como un cadáver, Milicent se aferró con mayor firmeza del borde el escritorio.

—¡No admito que mi propio hijo me hable así en mi propia casa! —Miró a Kelsey con ojos relampagueantes—. Ella está en la raíz de todo esto. Naomi es la causa de todo esto.

Kelsey asintió con lentitud.

—Tal vez sí. Lo siento. No volveré. Vámonos a casa, Gabe.

—¡Kelsey! —Enrojecida, Candace corrió tras ellos y los alcanzó en la puerta—. ¡Por favor, no culpes a tu padre!

—Trato de no culparlo.

—De haberlo sabido, Philip jamás habría permitido que esto sucediera. Ya sabes qué clase de hombre es.

Kelsey miró los ojos angustiados de Candace.

—Sí, lo sé. Siempre pensé en lo bien que os llevabais tú y papá. Cómo os complementabais. —Se inclinó y la besó en la mejilla—. Pero hasta ahora no sabía hasta qué punto lo querías. Debí imaginarlo. Dile que lo llamaré más tarde, ¿de acuerdo?

—Sí, se lo diré. Kelsey —esbozó una tímida sonrisa—, os deseo lo mejor a los dos.