4
La cena con su familia discurrió con normalidad y se guardaron las formas. Se sirvieron con dignidad una serie de platos exquisitos. Como cualquier última cena, pensó Kelsey. No quería considerar esa velada en casa de su padre como una obligación, o peor aún, como un juicio, pero sabía que era ambas cosas.
Philip conversaba de temas intrascendentes, pero su sonrisa era tensa. Desde que Kelsey le había anunciado que se quedaría unos días en Three Willows, prácticamente no pensaba más que en el pasado. De alguna manera le parecía una deslealtad hacia Candace pensar tanto en su primera mujer, y pasar las noches inquieto e insomne presa de los recuerdos. Por más que se dijera todo el tiempo que su miedo era irracional y tonto, no podía alejar el temor de estar por perder a esa hija que tanto había luchado por conservar.
Kelsey ya era una mujer. Solo tenía que mirarla para reconocerlo. Sin embargo, solo tenía que cerrar los ojos para recordar la niña que había sido. Y la culpa lo embargaba.
Milicent esperó hasta que se sirviera el pollo asado. Por lo general le disgustaba tratar temas desagradables durante las comidas. Pero consideraba que, en ese caso, no le quedaba alternativa.
—Me dicen que te vas mañana.
—Sí. —Kelsey bebió un sorbo de agua. Observó la delgada rodaja de limón que flotaba y se hundía—. A primera hora.
—¿Y tu trabajo?
—He renunciado. —Alzó una ceja en gesto de desafío—. Era poco más que un trabajo de voluntaria. Tal vez cuando vuelva busque algo en la fundación Smithsoniana.
—Tal vez no te resulte fácil, con esa costumbre que tienes de ir y venir.
—A lo mejor.
—La Sociedad Histórica siempre necesita personal competente para contratar —dijo Candace—. Yo podría recomendarte.
—Gracias, Candace. —«Siempre tratando de resguardar la paz», se dijo Kelsey—. Lo pensaré.
—Tal vez se te contagie la fiebre hípica —bromeó Channing guiñándole un ojo—. Y quizá hasta llegues a comprarte un rancho y entres en el circuito.
—Eso no sería aceptable ni prudente —contestó Milicent mientras se secaba los labios con la servilleta—. Esas cosas pueden resultar románticas y excitantes a tu edad, Channing, pero Kelsey ya es bastante adulta y debe pensar las cosas con más seriedad.
—A mí me parece apasionante poder estar en las caballerizas y apostar en el hipódromo. —Se encogió de hombros y se dedicó a su plato—. Os aseguro que no me importaría pasar unas cuantas semanas en el campo.
—Podrías ir a visitarme. Sería divertido.
—¿No puedes pensar en otra cosa? —preguntó Milicent depositando con fuerza el tenedor sobre el plato—. ¿Divertido? ¿Tienes idea del dolor que le estás provocando a tu padre?
—Mamá…
Con un gesto de la mano Milicent impidió que Philip terminara la frase.
—Después de todo el dolor y la infelicidad que tuvimos que vivir, me parece increíble que esa mujer no tenga más que chasquear los dedos para que Kelsey acuda corriendo a su encuentro.
—Ella no chasqueó los dedos. —Kelsey apretó los puños debajo de la mesa. Sería demasiado fácil hacer una escena, se dijo—. Me pidió que fuera y yo acepté. Lamento que esto te duela, papá.
—Mi única preocupación eres tú, Kelsey.
—Me pregunto —empezó Candace con la esperanza de tranquilizar a Milicent y salvar la velada— si es realmente necesario que te quedes en el rancho. Después de todo no queda más que a una hora de distancia. Podrías hacer las cosas con más lentitud, por ejemplo, ir a pasar un fin de semana de vez en cuando. —Miró a Philip para ver su reacción, luego le sonrió a Kelsey—. Me parecería más sensato.
—Si fuera sensata nunca habría ido a ese rancho.
Ante el comentario de su abuela, Kelsey contuvo un suspiro y se reclinó en su silla.
—No es como si hubiera firmado un contrato. Puedo volver en cualquier momento. Además, tengo ganas de ir. —Se dirigió a su padre—. Quiero saber cómo es realmente mi madre.
—Me parece comprensible —dijo Channing mientras masticaba un trozo de pollo—. Si yo hubiera descubierto que tenía una madre a quien creía muerta y que había estado en la cárcel, habría hecho lo mismo. ¿Le preguntaste cómo es estar en prisión? Me encantan esas películas de cárceles de mujeres.
—¡Channing! —exclamó Candace en un susurro horrorizado—. ¿Por qué tienes que ser tan grosero?
—Es solo curiosidad —contestó él mientras troceaba una patata perfectamente hervida—. Apuesto a que la comida era indigesta.
Kelsey soltó una carcajada.
—Te prometo que se lo preguntaré. ¡Dios mío! ¿Será posible que Channing y yo seamos los únicos que no vemos esto como un melodrama? Debería resultaros un alivio que no me haya conmocionado y que no corra a refugiarme en el diván de un psicoanalista, ni ahogue mi dolor en alcohol. En este caso, la que tiene que acomodarse a la situación soy yo, y lo estoy haciendo lo mejor posible.
—No piensas más que en ti misma —dijo Milicent.
—Sí, es cierto, pienso en mí misma. —Ya era bastante, decidió Kelsey, y apartó su silla de la mesa—. Tal vez te interese saber que de ti solo dijo cosas agradables —le informó a su padre—. No tiene ninguna intención insidiosa de volverme en tu contra. —Se acercó y se inclinó para besarle la mejilla—. Gracias por la cena, Candace. Tengo que volver a casa para terminar de hacer el equipaje. Channing, si tienes un fin de semana libre, telefonéame. Buenas noches, abuela.
Salió presurosa y, en cuanto cerró la puerta de la calle a sus espaldas, respiró hondo. «El aire sabe a libertad», pensó. Y pensaba disfrutarla.
A la mañana siguiente, Gertie salió a recibirla a la puerta.
—¡Oh, ha llegado! —Antes de que Kelsey pudiera protestar, cogió sus maletas—. La señorita Naomi está en las caballerizas. Como no sabíamos a qué hora vendría, me pidió que la avisara en cuanto usted llegara.
—No, no la moleste. Estoy segura de que está ocupada. Yo llevaré las maletas; son muy pesadas.
—Descuide, soy fuerte como un buey. —Gertie retrocedió, sin dejar de sonreír—. Le mostraré su habitación.
A pesar de ser pequeña y delgada, Gertie subió la escalera cargando las maletas sin esfuerzo aparente, mientras seguía conversando.
—Tenemos todo preparado. Es agradable volver a tener algo que hacer. La señorita Naomi no da ningún trabajo. En realidad, ni siquiera me necesita.
—Estoy segura de que eso no es así.
—Sí, claro, me necesita para que le haga compañía. Pero come como un pajarito y prácticamente se ocupa de todo antes de que yo pueda hacérselo. —Gertie abría la marcha por un amplio vestíbulo cuyo suelo estaba cubierto por una alfombra con un desteñido dibujo de rosas—. A veces invita a gente, pero nunca tanto como antes. Antes siempre había invitados y fiestas.
Entró a una habitación y depositó las dos maletas sobre una elegante cama.
El dormitorio estaba lleno de luz que entraba por una ventana doble que daba a las colinas, y por largas ventanas delgadas que daban a los jardines. Los colores suaves daban al cuarto un aire elegante y europeo.
—¡Es una belleza! —Kelsey se acercó a una cómoda donde había un florero de cristal lleno de tulipanes—. Será como dormir en un jardín.
—Es su cuarto de la infancia. Claro que en esa época la decoración era distinta: toda rosa y blanca… como un caramelo. —Al ver la expresión de sorpresa de Kelsey, Gertie se mordió el labio—. La señorita Naomi dijo que si esta no le gustaba, podía ocupar la habitación que hay del otro lado del vestíbulo.
—Esta me parece perfecta. —Esperó unos instantes, preguntándose si tendría algún recuerdo sensorial. Pero lo único que sentía era curiosidad.
—El baño está aquí. —Ansiosa por servir, Gertie abrió una puerta—. Avíseme si necesita más toallas, o cualquier otra cosa, lo que sea. Yo iré a llamar a la señorita Naomi.
—No, no la llame. —Siguiendo un impulso, Kelsey se alejó de las maletas—. Iré yo misma a las caballerizas. Puedo deshacer las maletas después.
—Lo haré yo. No se preocupe por nada. Vaya a visitar las caballerizas y diviértase. Después podrá comer. Le aconsejo que se abroche la chaqueta; el aire está frío.
Kelsey contuvo una sonrisa.
—Está bien. Volveré a la hora de la comida.
—Y que su madre la acompañe. Ella también tiene que comer.
—Se lo diré —dijo, y salió, dejando a Gertie feliz, abriendo las maletas.
Sintió el impulso de recorrer la casa, de asomarse a las habitaciones y explorar los pasillos. Pero eso podía esperar. Tal vez el día conservara el frío de finales del invierno, pero había un sol glorioso. Y prometedor, pensó Kelsey al salir al aire libre.
No pensaba iniciar su estadía persiguiendo sombras. Tendría que hacerlo, por supuesto, pero aun así le pareció que no tenía nada de malo disfrutar de un día de campo, con el aire cargado de la fragancia de las flores primaverales y la hierba recién nacida, el paisaje de las colinas, los caballos y el cielo. De momento podía considerar ese viaje como unas cortas vacaciones. Hasta que empezó a hacer las maletas no se había dado cuenta de cuánto necesitaba alejarse del encierro de su apartamento, de su trabajo, de la tediosa rutina de aprender a ser nuevamente soltera.
Y aquí, pensó al percibir el primer olor a caballos, después de todo había algo más que aprender. No sabía absolutamente nada acerca del mundo de las carreras, nada de su gente y muy poco de sus animales. De manera que estudiaría y lo averiguaría. Cuanto más descubriera, mejor comprendería a su madre.
Como en la ocasión anterior, había intensa actividad en las caballerizas. Se bañaban o vareaban caballos, pasaban hombres y mujeres cargados de arneses, empujando carretillas. Kelsey soportó las miradas de soslayo y las expresiones de abierta curiosidad y entró.
En el primer box, un mozo de cuadra vendaba las patas de una yegua. Kelsey vaciló cuando el hombre la miró a los ojos. Su cara parecía increíblemente vieja y curtida por el sol.
—Perdón, estoy buscando a la señorita Chadwick.
—Has crecido mucho. —El hombre pasó una bola de tabaco de un lado a otro de la boca—. Me dijeron que vendrías. Por favor, cariño, no te orines.
Kelsey tardó un momento en comprender que ese último comentario no iba dirigido a ella sino a la yegua.
—¿Le ha pasado algo? —preguntó—. Me refiero a la yegua.
—Una pequeña luxación. Es vieja, pero todavía le gusta correr. Recuerdas esos tiempos, ¿verdad, muchacha? Ganó su primera y su última carrera, y muchas entre medio. Tiene veinticinco años. La última vez que la viste no era más que una potrilla. —Sonrió, mostrando las encías casi sin dientes—. Supongo que no nos recuerdas, ni a ella ni a mí. Soy Boggs. Yo te subí a tu primer poni. Pero debes haber olvidado cómo se monta, ¿no?
—No lo he olvidado. Sé montar. —Kelsey extendió una mano para acariciar la cara de la yegua—. ¿Cómo se llama?
—Queen Vanity Fair. Yo la llamo Queenie.
La yegua relinchó y clavó en Kelsey la mirada de sus suaves ojos marrones.
—Ya es demasiado vieja para correr —murmuró Kelsey.
—Y para procrear. Queenie está jubilada, pero de vez en cuando se vuelve a sentir joven y se lanza a correr. Si trajera una silla de montar ya verías como levanta las orejas.
—Entonces ¿todavía se la puede cabalgar?
—Si es el jinete apropiado, sí. Tu madre está en el tinglado de servicios, allá atrás, a la izquierda. Hoy es un día de grandes acontecimientos.
—¡Ah! Gracias…
—Y bienvenida a casa. —Se volvió para pasar con suavidad la mano nudosa y callosa por las patas de la yegua—. La próxima vez que vengas te aconsejo que lleves botas.
—Sí, claro —dijo Kelsey clavando la mirada en sus zapatos italianos de tacón bajo—. Tiene razón.
Caminó por la caballeriza y se detuvo al llegar al box de Serenity. La yegua la recompensó con un bufido de bienvenida y una caricia del hocico.
Una vez fuera no necesitó las indicaciones de Boggs: la actividad que reinaba alrededor de un cobertizo a la izquierda se dejaba oír claramente.
Reconoció a Gabe y por un instante se preguntó quién resultaba más magnífico, él o el semental alazán alzado en dos patas a quien trataba de controlar. Estaba de pie junto a la cabeza del animal, con las botas bien plantadas en el suelo, los músculos tensos, las riendas cortas, mientras el semental temblaba y relinchaba.
Con el pelo despeinado por el viento, Gabe rio.
—¿Estás ansioso, verdad? No te culpo. No hay nada que haga hervir tanto la sangre como una hermosa hembra lista para el sexo. ¡Hola, Kelsey! —Siguió sosteniendo al semental, sin mirar alrededor. Había presentido su presencia. Kelsey estuvo por creer que la había olido, lo mismo que el semental olía a la yegua—. Has llegado a tiempo para el gran acontecimiento. No eres tímida ni recatada, ¿verdad?
—No.
—Me alegro. Naomi está dentro, con la yegua. Longshot y Three Willows están por procrear un campeón.
Kelsey miró al semental. Estaba rodeado de peones que ayudaban a Gabe a impedir que se precipitara. Era magnífico, ya cubierto de sudor, los ojos fieros, los músculos tensos.
—¿Van a dejar que se abalance sobre una pobre yegua que no sospecha lo que le está por suceder?
Gabe sonrió.
—Créame que ella nos estará agradecida.
—Se asustará —replicó Kelsey y entró al box. Su madre y Moses trataban de tranquilizar a la yegua que parecía tan ansiosa como el semental por culminar su unión. También era alazana y tan majestuosa como su futuro consorte. A pesar de estar maniatada y con el cogote protegido por una gruesa manta, parecía orgullosa y valiente.
—¡Kelsey! —Sucia y cubierta de sudor, Naomi se pasó una mano por la frente—. Se suponía que Gertie me avisaría cuando llegaras.
—Le dije que no te avisara, que yo vendría aquí. ¿Te importa?
—No… —Naomi miró a Moses con expresión de duda—. Pero las cosas se pondrán un poco frenéticas. Y muy explícitas.
—Sé algo sobre sexo —repuso Kelsey con sequedad.
—Quédese y aprenderá más —comentó Moses—. Está lista —le indicó a uno de los peones.
—No te acerques —le advirtió Naomi a su hija—. Esto no es tan sencillo como pasar una hora en el motel de la zona.
Kelsey percibía olor a sexo. Cuando Gabe y sus peones entraron con el semental, el aire se inundó de olor a sexo. Un sexo intenso, nervioso, instintivo. La yegua relinchó, en protesta o bienvenida, y el semental contestó con un sonido que estremeció a Kelsey.
Se impartían órdenes y los movimientos eran rápidos. El semental dio un salto poderoso y montó a la yegua. Con los ojos muy abiertos, Kelsey vio cómo Moses se acercaba e intervenía en los aspectos más técnicos del acoplamiento. Entonces quedó sin aliento al comprender el motivo por el cual la yegua tenía el cogote protegido. Sin él, el semental la hubiera mordido. Le embestía como enloquecido, con una necesidad frenética y de alguna manera similar a la humana. La cubría, dominante y exigente, y la yegua lo aceptaba poniendo los ojos en blanco en lo que Kelsey supuso era una expresión de placer.
Sin darse cuenta se acercó, fascinada por el apasionado frenesí del acoplamiento. Su propio corazón latía aceleradamente, sentía la sangre caliente. La fuerte oleada de la excitación sexual la hizo tambalear.
Gabe tenía la cara cubierta de sudor y los músculos se le marcaban a través de la camisa. Y la estaba mirando. Era sorprendente ver reflejada en aquellos ojos su propia reacción instintiva. Le pasó por la cabeza como un relámpago la visión de ser poseída como acababa de ser poseída la yegua, con fiereza y violencia.
Gabe sonrió con un lento movimiento de los labios, a la vez arrogante y encantador. «Sonríe como si supiera exactamente lo que estoy pensando —pensó Kelsey—. Como si él hubiera querido que yo lo pensara».
—Impresionante, ¿verdad? —preguntó Naomi, acercándose. Era la tercera yegua que servían esa mañana y el esfuerzo le había dejado el cuerpo dolorido.
—¿Crees que…? —Kelsey se aclaró la garganta—. ¿Crees que a la yegua le duele?
—De ser así, dudo que lo note. —Del bolsillo trasero del pantalón Naomi sacó un pañuelo para enjugarse el cuello húmedo—. Algunos sementales son muy tiernos y suaves con las yeguas. Parecen amantes tímidos y formales. —Sonrió al mirar los caballos jadeantes—. Pero en ese semental no hay ninguna timidez. Es una bestia. ¿Y qué mujer no desea ser poseída por una bestia de vez en cuando? —Miró a Moses.
A Kelsey se le aceleró el pulso.
—¿Cómo eligen el semental que debe servir a cada yegua?
—Por las líneas de sangre, las características y tendencias, hasta por el pelaje. Trazamos cuadros genéticos. Después hay que cruzar los dedos y esperar. ¡Dios! Ya sé que es un tópico, pero ¡cómo me gustaría fumar un cigarrillo! Salgamos a tomar un poco de aire. Aquí ya casi hemos terminado.
Mientras salían, Naomi sacó del bolsillo una tira de chicle.
—¿Quieres?
—No, gracias.
—Es un pobre sustituto del tabaco. —Lanzó un suspiro al llevársela a la boca—. De todos modos, casi todos los sustitutos son poca cosa. —Ladeó la cabeza y estudió a su hija—. Pareces cansada, Kelsey. ¿Has pasado una mala noche?
—Sí, bastante mala.
Naomi volvió a suspirar. En cierta época su hija había sido muy abierta con ella, una verdadera charlatana, llena de noticias y de preguntas. Pero esos días, como tantos otros, ya eran cosa del pasado.
—Puedes decirme si prefieres que no lo pregunte, pero me gustaría saber si Philip se opuso a esta visita.
—Sería más exacto decir que le dolió que yo aceptase tu invitación.
—Comprendo. —Naomi miró el suelo y asintió—. Me gustaría poder hablar personalmente con él, para tranquilizarlo, pero supongo que solo empeoraría la situación.
—Sí, la empeorarías.
—Está bien. Se inquietará durante unas semanas. —Levantó la mirada con expresión dura. ¡Maldita sea! Eso era lo menos que merecía: un mes en medio de tantos años—. Pero sobrevivirá. —Miró a Gabe, que en ese momento sacaba al semental del cobertizo, y su rostro volvió a suavizarse—. Gabe, ¿crees que el servicio ha sido exitoso?
—Si no lo ha sido, no será por falta de esfuerzo. —Palmeó el cogote del semental antes de entregarle las riendas a un peón—. Espero que sea el primer servicio exitoso en nuestro rancho, seguido por muchos otros. Bueno, Kelsey, has tenido una interesante iniciación en la vida de un criadero de purasangres. Si te quedas hasta principios del año que viene, verás los resultados de esta cita.
—Me parece una descripción muy inadecuada de lo que acaba de suceder allí adentro. La pobre yegua no tuvo elección.
—Él tampoco la tuvo. —Sonriente, Gabe sacó un cigarro—. La atracción instintiva no permite elección. Moses me avisará si cree que es necesario repetir el procedimiento —dijo a Naomi—, pero tengo la corazonada de que no será necesario.
—Me dejaré llevar por tu corazonada. Excusadme un minuto. Iré a ver cómo está la yegua.
Kelsey miró hacia el lugar donde bañaban al semental.
—¿No debería estar usted allí?
—¿Te pongo nerviosa, Kelsey, o es simplemente el ambiente general?
—Ni una cosa ni la otra. —Por supuesto que él le provocaba una reacción, pero eso era problema suyo—. ¿Usted es el dueño de la granja vecina? ¿De Longshot?
—Así es.
—Admiré su casa desde el camino. Es menos tradicional que las demás de la zona.
—Yo también lo soy. La casa estilo Cape Cod que se erguía en lo alto de la colina cuando la propiedad pasó a mi poder no me convenía. Así que la hice demoler. —Exhaló una bocanada de humo—. Debes venir a conocerla.
—Me gustaría, pero creo que antes me dedicaré a conocer Three Willows.
—No encontrarás un criadero mejor en toda la costa Este. Con excepción del mío. —El bufido que resonó a sus espaldas lo obligó a volverse. Le sonrió a Moses—. Por supuesto que mi criadero sería el mejor del país si consiguiera llevarme a Whitetree. Te pagaría el doble de lo que te paga ella, Moses.
—Guárdate tu dinero, muchacho. —Moses le entregó la yegua a un caballerizo para que la refrescara—. Los dueños de criaderos como tú… no llegan a nada.
—Eso dijiste hace cinco años.
—Y lo digo ahora. Dame un cigarro.
—Eres un hombre duro, Whitetree. —Gabe le ofreció un cigarro.
—Ya. —Moses se metió el cigarro en el bolsillo para fumarlo después—. Ese caballerizo tuyo de la nariz rota tenía aliento a ginebra.
La sonrisa de Gabe desapareció; entrecerró los ojos.
—Ya me encargaré de eso. Disculpadme. —Giró sobre sus talones y se encaminó al vestíbulo donde estaban cargando al semental.
—Ese tipo nunca aprenderá —murmuró Moses.
—Para Gabe no existen las jerarquías. —Al ver que su amigo enfrentaba al caballerizo, Naomi meneó la cabeza—. Debiste decírselo al cuidador, Moses.
—Y a Jamison no debería hacerle falta que yo le diga lo que sucede bajo sus narices.
—Bueno —dijo Kelsey, alzando una mano—. ¿Os importaría decirme qué es todo esto?
—Gabe está despidiendo a uno de sus caballerizos —explicó Naomi.
—¿Así, sin más?
—Cuando uno trabaja no debe beber —siseó Moses. En ese momento oyeron la voz airada del caballerizo—. Los dueños deberían mantenerse ajenos a lo que sucede en las caballerizas.
—¿Por qué? —preguntó Kelsey.
—Porque son dueños. —Moses meneó la cabeza y se alejó.
—Nunca hay un momento de aburrimiento. —Naomi tocó el brazo de Kelsey—. Te propongo que… ¡Mierda! —¿Qué?
Kelsey se volvió justo a tiempo para ver cómo el mozo de cuadra le lanzaba un puñetazo a Gabe. Y para ver cómo Gabe esquivaba los golpes una vez, dos veces, rápido como una sombra.
Gabe no intentó golpearlo, a pesar de que el instinto estaba allí, esa reacción típica de callejón que persistía debajo del hombre civilizado en que se había convertido. Pero pensó que el mozo de cuadra era penoso y de la mitad de su tamaño. Y lo peor era que hizo falta que Moses se lo dijera para comprobar que un borracho estaba a cargo de su semental.
—Ve a recoger tus cosas, Lipsky —repitió Gabe con fría serenidad y mientras el mozo de cuadra lo miraba con los puños cerrados—. No quiero volver a verte en Longshot.
—¿Y quién es usted para decirme que no quiere verme más? —Lipsky se pasó una mano por la boca. No estaba borracho, todavía no. Solo había bebido lo suficiente para envalentonarse—. Sé más sobre caballos de lo que usted sabrá jamás. Usted se abrió paso hasta aquí por pura suerte, y también haciendo trampa, y todo el mundo lo sabe. Lo mismo que todo el mundo conoce a su padre, un perdedor y un borracho.
La furia que destelló en los ojos de Gabe hizo retroceder a los peones. Como en un acuerdo tácito, formaron un círculo silencioso. Presentían que había llegado el momento del espectáculo.
—Así que conoces a mi padre, ¿no, Lipsky? No me sorprende. Me parecería bien que bebieras unas copas con él. Pero antes recoge tus cosas y cobra los jornales que se te deben. Estás despedido.
—Me contrató Jamison. Hace diez años que trabajo en el criadero de Cunningham, y seguiré allí cuando usted vuelva a su ruleta y sus mesas de blackjack.
Gabe alcanzó a ver que dos peones intercambiaban miradas. «De modo que así están las cosas», pensó. Bien, tenía que terminar aquel asunto.
—Ya no hay ningún criadero de Cunningham y tampoco hay lugar para ti en Longshot. Jamison puede haberte contratado, Lipsky, pero tus cheques los firmo yo. Y yo no firmo cheques para borrachos. Si vuelvo a verte cerca de alguno de mis caballos, te prometo que no será Jamison el que se ocupe de ti.
Se volvió y miró a Kelsey. Ella, como los peones, observaba el espectáculo. Se alegró de que aquella expresión de tranquilo desdén que brillaba en los ojos de Gabe no estuviera dirigida a ella. De pronto vio a Lipsky sacar un cuchillo.
Un grito de advertencia le subió a la garganta, pero Gabe ya se volvía para enfrentar el cuchillo. La primera cuchillada le hirió el brazo casi con delicadeza. Al ver sangre, los peones abandonaron con rapidez su actitud de pasivo interés.
—¡No se acerquen! —ordenó Gabe, ignorando el dolor de su brazo. «He sido un estúpido al no juzgar hasta dónde podía llevar el alcohol a este hombre», pensó—. Conque quieres pelear conmigo, Lipsky. —Gabe estaba tenso, preparado. Cuando uno no podía evitar una pelea había que lanzarse y confiar en la buena suerte—. Bueno, te hará falta el cuchillo. Así que, ¡ataca de una vez!
El cuchillo tembló en la mano de Lipsky. Por un instante no pudo recordar cómo había llegado hasta allí. Fue como si la empuñadura se le hubiera metido en la mano, pero en ese momento estaba allí, y ya había herido a Gabe. El orgullo incrementado por la ginebra no le permitía echarse atrás.
Se agazapó, amagó y empezó a girar en círculos.
—¡Tenemos que hacer algo! —Kelsey estaba horrorizada—. ¡Llama a la policía!
—¡No, la policía no! —Pálida como la cera, Naomi cerró las manos a los costados del cuerpo—. La policía, no.
—¡Pero hay que hacer algo, por amor de Dios! —Vio cómo el acero del cuchillo resplandecía y Lipsky volvía a embestir, fallando por pocos centímetros el golpe.
Los únicos que se movían eran los protagonistas que ocupaban el centro del círculo, hasta que el semental encerrado en el vehículo empezó a patear, de nuevo excitado por el olor a sangre y violencia.
Sin tiempo para pensar en lo que hacía, Kelsey cogió la horquilla que estaba apoyada contra la pared de un cobertizo. No quería pensar en lo que las puntas de la horquilla le harían a Lipsky, así que la empuñó y echó a correr, solo para detenerse al ver que el cuchillo volvía a relampaguear y salía volando por el aire en el momento en que Lipsky caía pesadamente al suelo.
Ella no había alcanzado a ver el golpe. Gabe ni siquiera pareció moverse. Pero en ese momento estaba de pie junto al peón, mirándolo con frialdad, el rostro tan impenetrable como si estuviera tallado en piedra.
—Dile a Jamison dónde quieres que te mande tus cosas y tu dinero. —Con un movimiento que no pareció costarle esfuerzo, levantó a Lipsky por el cuello de la camisa. El olor a ginebra y sangre le revolvió el estómago y le trajo amargos recuerdos—. Y no dejes que te vea otra vez por aquí, porque en ese caso olvidaré que me he convertido en un caballero y te partiré en dos.
Dejó caer al peón y se dirigió a sus hombres.
—Bájenlo hasta el camino. Que se marche haciendo dedo.
—Sí, señor Slater.
Se pusieron en movimiento, impresionados como colegiales después de presenciar una pelea en el recreo.
Arrastraron a Lipsky, lo obligaron a ponerse de pie y lo llevaron hasta el camión.
—Lo siento, Naomi. —Con un gesto de indiferencia, Gabe se apartó el pelo de los ojos—. Debí esperar hasta llegar a Longshot para despedirlo.
Naomi temblaba y eso era algo que le resultaba odioso.
—En ese caso me habría perdido el espectáculo. —Se obligó a sonreír y miró a Gabe. La sangre le corría por el brazo—. Ven a la casa. Te limpiaremos ese brazo.
—No es más que un rasguño. —Se miró la herida, agradeciendo que fuera superficial, por más que le doliera—. Pero sería un tonto si despreciara las atenciones de dos mujeres hermosas. —Miró a Kelsey.
Ella seguía con la horquilla en la mano, los nudillos blancos de tanto apretar el mango. Tenía las mejillas arreboladas y la conmoción le nublaba los ojos.
—Creo que ya puede bajar eso. —Con suavidad, le quitó la horquilla de las manos—. Gracias por intentar defenderme.
Kelsey juntó las rodillas para impedir que le siguieran temblando.
—¿Va a dejar que se vaya así, tan tranquilamente?
—¿Qué más puedo hacer?
—Por lo general a una persona así se la arresta por intento de asesinato. —Miró a su madre y notó su sonrisa irónica—. ¿Es así como se manejan aquí las cosas?
—Tendrás que preguntárselo a Moses —contestó Naomi—. Él se encarga de los despidos en Three Willows. —Sacó el pañuelo del bolsillo y enjugó la sangre que corría por el brazo de Gabe—. Lo lamento, pero no tengo enagua para desgarrar y vendarte.
—Yo también lo lamento.
—Sujeta el pañuelo sobre la herida y apriétalo con fuerza —instruyó ella—. En cuanto lleguemos a la casa te lo vendaremos.
Empezaron a caminar. Gabe mantuvo un paso lento hasta que Kelsey los alcanzó. Entonces la miró y sonrió.
—Bienvenida al hogar, Kelsey.