8

Era una tontería estar nervioso. Pero Philip continuó mirando su reloj entre un sorbo y otro de vino blanco. Kelsey no se había retrasado, sino que él había llegado temprano.

Era aún más tonto creer posible que ella hubiera cambiado en algún sentido durante sus dos semanas de ausencia. Que de algún modo pudiera mirarlo de otra manera, o que lo encontrara culpable… como se había sentido él cuando vio que llevaban a la cárcel a la mujer a quien en una época había amado.

No había podido hacer nada por evitarlo. Pero por más que se lo repetía, las palabras le resultaban vacías. La culpa lo había carcomido durante años, solo aliviada por el cuidado y el amor que le había dado a su hija.

Pero aún en ese momento, veinte años después, seguía viendo la cara de Naomi y la expresión con que lo había mirado la última vez que se vieron.

El viaje en coche desde Washington hasta Alderton, Virginia Occidental, duraba seis horas. Seis horas para viajar de la vida pulcra y civilizada de la universidad a la realidad gris y amarga de una cárcel federal. Ambos eran lugares en los que reinaba un orden estricto, ambos cerrados, cada uno con sus propias reglas y propósitos. Pero a uno lo movían la esperanza y la energía y al otro la desesperanza y el rencor.

Por más que se preparó, le chocó ver a Naomi, la arrogante y vital Naomi, detrás del cristal de seguridad. Los meses transcurridos entre su arresto y la sentencia habían dejado sus huellas. Su cuerpo había perdido aquella sutil redondez femenina, hasta el punto de que en el informe uniforme de la cárcel se la veía angulosa y huesuda. En ella todo era gris: la ropa, los ojos, el rostro. Y Philip debió recurrir a toda su entereza para conseguir mirar aquellos ojos silenciosos y tranquilos.

—Naomi. —Se sentía tonto con su traje de calle, su corbata, su cuello almidonado—. Me ha sorprendido que quisieras verme.

—Necesitaba verte. Aquí uno aprende con rapidez a arreglárselas. —Hacía tres semanas que había comenzado a cumplir su sentencia y, para no perder la razón, ya había dejado de tachar los días en su calendario mental—. Te agradezco que hayas venido, Philip. Comprendo que en este momento debes enfrentar muchas reacciones adversas. Espero que no afecte tu situación en la universidad.

—No te preocupes —contestó él con sencillez—. Supongo que tu abogado apelará.

—No abrigo muchas esperanzas. —Cruzó las manos con fuerza para no moverlas. Las esperanzas eran otro peso en su salud mental que ella trataba de evitar—. Te pedí que vinieras a causa de Kelsey, Philip.

Él no pudo contestar. Uno de sus mayores miedos era que ella le pidiera que llevara a Kelsey a verla, que hiciera entrar a su hija en aquel lugar sórdido y siniestro.

Tenía derecho a hacerlo. En el fondo de su corazón, Philip sabía que Naomi tenía pleno derecho a ver a su hija. Y también sabía que lucharía con uñas y dientes para lograr que Kelsey permaneciera apartada de ese horror.

—¿Cómo está?

—Está bien. Fue a pasar un par de días en casa de mi madre para que yo pudiera… hacer este viaje.

—Milicent debe de estar encantada de tenerla en su casa. —No pudo evitar un tono de sarcasmo. El dolor volvía a instalarse en su corazón. Decidida a terminar lo que había empezado, Naomi se deshizo de ambos—. Supongo que todavía no le has explicado… dónde estoy.

—No. Me pareció… Kelsey cree que has ido a visitar a alguien que vive lejos y que te quedarás allí una temporada.

—Ya. —El fantasma de una sonrisa asomó a sus labios—. Es verdad que estoy muy lejos, ¿no?

—Naomi, Kelsey no es más que una niña. —Por injusto que fuese, él se valdría del amor de Naomi por su hija—. Todavía no he encontrado la manera de decírselo. Pero con el tiempo espero…

—No te culpo —lo interrumpió Naomi. Se inclinó hacia adelante y sus ojeras parecieron burlarse de él—. No te culpo —repitió—. No te culpo por nada de esto. ¿Qué nos sucedió, Philip? No alcanzo a comprender en qué momento todo empezó a rodar mal. Lo he intentado. Creo que si pudiera encontrar un detalle, un momento, un acontecimiento, me resultaría fácil aceptar lo ocurrido después. —Cerró los ojos y esperó hasta estar segura de poder hablar sin que le temblara la voz—. No sé qué salió mal, pero alcanzo a recordar muchas cosas que iban bien. Sobre todo Kelsey. Pienso en ella todo el tiempo.

El peso sobrecogedor de la piedad ahogó a Philip.

—Ella pregunta por ti.

Naomi apartó la mirada y contempló aquella opaca sala de visitas. Cerca de ellos, alguien lloraba. Pero las lágrimas formaban parte de ese lugar como el aire. Naomi estudió a los guardias, las paredes, los cerrojos. En particular los cerrojos.

—No quiero que sepa que estoy aquí.

No era lo que Philip esperaba. Confundido, se debatió entre la gratitud y la protesta.

—Pero, Naomi…

—Lo he pensado detenidamente, Philip. Ahora me sobra tiempo para pensar. No quiero que ella sepa que me han quitado todo y me han enjaulado. —Respiró hondo para tranquilizarse—. El escándalo no tardará en aplacarse y desaparecer. Ya hace casi un año que estoy fuera de nuestro círculo social. La memoria de la gente es corta. Cuando Kelsey empiece a ir al colegio, dudo que quede más que un murmullo, si es que lo hay, sobre lo sucedido en Virginia.

—Es posible, pero no soluciona el problema actual. No puedo decirle que simplemente has desaparecido, ni esperar que ella lo crea. Te quiere.

—Dile que he muerto.

—¡Por Dios, Naomi! ¡No puedo hacer eso!

—Por supuesto que puedes. —Con repentina intensidad, apretó una mano contra el cristal de seguridad—. Podrás hacerlo por su bien. Escúchame. ¿Quieres que Kelsey imagine a su madre en un lugar como este? ¿Encerrada por asesinato?

—Por supuesto que no. A su edad no podemos pretender que lo comprenda y mucho menos que lo soporte, pero…

—Pero —repitió Naomi; la vida acababa de volver a sus ojos, apasionada y ardiente— dentro de unos años lo comprenderá y tendrá que vivir con eso. Lo único que puedo hacer por ella, Philip, es ahorrárselo. Piénsalo —insistió—, es posible que cuando yo salga ella tenga dieciocho años. Durante toda su vida me habrá imaginado aquí. ¿Crees que se sentirá obligada a venir a verme? Yo no quiero verla aquí. —Entonces brotaron las lágrimas, rompiendo el dique de su autodominio—. ¡Ni siquiera puedo soportar la idea de que Kelsey venga y me vea en este lugar! ¿Qué crees que le haría? ¿Hasta qué punto la dañaría? No estoy dispuesta a correr ese riesgo. Permite que la proteja de esto, Philip. ¡Dios mío! Permite que haga esto último por ella.

Philip estiró la mano y los dedos de ambos se encontraron con el cristal de por medio.

—¡No soporto verte aquí!

—¿Y crees que alguno de nosotros soportaría verla a ella sentada donde estás tú?

No, él no podría soportarlo.

—Pero ¿decirle que has muerto…? No podemos predecir lo que eso podría provocarle. O cómo podríamos vivir nosotros con esa mentira.

—No es una mentira tan grande. —Retiró la mano y se enjugó las lágrimas—. Una parte de mí ha muerto; el resto quiere sobrevivir desesperadamente. No creo que pudiera sobrevivir si ella supiera la verdad. Creer que he muerto la herirá, Philip. Llorará, pero tú estarás allí para consolarla. Dentro de unos años casi no me recordará. Después no me recordará en absoluto.

—¿Y podrás vivir con eso?

—Tendré que vivir con eso. No me pondré en contacto con ella ni interferiré de ninguna manera. No te pediré que vuelvas a visitarme, y si lo hicieras no te recibiré. Habré muerto para ella y para ti. —Ya casi se les acababa el tiempo—. Sé cuánto la quieres y la clase de hombre que eres. Le darás una vida feliz. No la arruines obligándola a enfrentarse a esto. ¡Por favor, promételo!

—¿Y cuando recuperes la libertad?

—Nos enfrentaremos con eso cuando suceda. Diez o quince años son mucho tiempo, Philip.

—Sí. —De solo pensarlo se le formaba un nudo en el estómago. «¿Qué le puede hacer esto a una niña?», pensó—. Está bien, Naomi. Lo haré por el bien de Kelsey.

—Gracias. —Se puso de pie—. Adiós, Philip.

—Naomi…

Pero ella se dirigió hacia el guardia y la puerta se cerró tras ella. No había mirado atrás.

—¿Papá? —Kelsey apoyó una mano sobre el hombro de Philip y lo sacudió—. ¿En qué siglo estás?

Aturdido, Philip se puso de pie.

—No te vi entrar, cariño.

—No habrías visto entrar un tractor. —Lo besó en la mejilla, se echó atrás y volvió a besarlo lanzando una carcajada—. ¡No sabes cuánto me alegro de verte!

—Déjame mirarte. —¿Parecía más feliz?, se preguntó. ¿Más tranquila? El pensamiento le provocó preocupación.

—No es posible que haya cambiado en dos semanas.

—Solo quiero que me digas si te sientes tan bien como parece.

—Me siento de maravilla. —Se dejó caer en una silla y esperó hasta que él se sentó frente a ella—. Supongo que se debe al aire del campo, al hecho de que otro cocine para uno y a los trabajos manuales.

—¿Trabajos? ¿Trabajas en el criadero?

—Solo en los aspectos menos importantes. —Le sonrió a la camarera—. Una copa de champán, por favor.

—Para mí nada más, gracias. —Philip volvió a mirar a su hija—. ¿Estás celebrando algo?

—Hoy Pride ganó su carrera en Santa Anita. —Kelsey seguía arrebolada por la emoción—. Yo me encargo de limpiar su box cuando está en Three Willows, así que en parte me siento responsable de su triunfo. En mayo Pride ganará el derbi. —Guiñó un ojo—. Te lo aseguro.

Philip bebió un sorbo de vino, con la esperanza de que le abriera la garganta.

—No sabía que te gustaran tanto… los caballos.

—¡Son maravillosos! —Tomó la copa que la camarera le sirvió y la levantó, en un brindis—. Por Pride, el caballo más maravilloso que he visto en mi vida. —Bebió—. Bueno, dime, ¿cómo están todos? Creí que Candace te acompañaría.

—Supongo que comprendió que quería estar a solas contigo durante un par de horas. Te manda cariños, por supuesto. Y Channing también. Tiene una nueva novia.

—No me sorprende. ¿Qué pasó con la estudiante de filosofía?

—Dice que lo aburrió de tanto hablar. A esta la conoció en una fiesta. Diseña alhajas, viste suéteres negros y es vegetariana.

—Creo que eso le durará un par de horas. Channing no puede aguantar mucho más sin comer una hamburguesa.

—Es lo que Candace espera. Le parece que Victoria (así se llama la chica) es inquietante.

—Vaya. —Kelsey abrió el menú y lo estudió—. En lo que a Candace se refiere, por ahora no esperes que considere que alguien que salga con su hijo no sea inquietante. Channing sigue siendo su bebé.

—Lo más difícil que deben afrontar unos padres es dejar ir a sus hijos. Justamente por eso la mayoría de nosotros no lo hace. —Cubrió con la suya la mano de su hija—. Te he echado de menos.

—En realidad no fui a ninguna parte. ¡Ojalá no te preocuparas tanto!

—Es una vieja costumbre, Kelsey… —Le apretó la mano—. Te pedí que comieras conmigo por dos motivos. Uno de ellos te resultará desagradable, pero supongo que preferirás enterarte por mí.

Kelsey se puso rígida.

—Creí que habías dicho que todos estaban bien.

—Sí, pero se trata de Wade. Ha anunciado su compromiso. —Sintió que la mano de su hija se tensaba—. Por lo visto será una boda discreta que se realizará dentro de un mes o dos.

—Comprendo. —«Es extraño que todavía haya tantas emociones en pugna en mi interior», pensó—. Bueno, no ha perdido el tiempo. —Suspiró con un siseo, enfadada por el tono agudo de su propia voz—. Fue una tontería de tu parte pensar que me enfadaría…

—Yo diría que es humano. Aunque haga mucho tiempo que estáis separados, acaban de concederos el divorcio.

—Eso no es más que un papel. Nuestro matrimonio terminó en Atlanta, hace más de dos años. —Tomó la copa y miró las burbujas del champán—. Pensaba portarme como una persona civilizada y desearle la mejor de las suertes… —Bebió un sorbo—. Espero que ella le convierta la vida en un infierno. Y ahora creo que probaré ese plato de pescado.

—¿Estarás bien?

—Estaré perfectamente. Estoy perfectamente. —Cerró el menú.

Después de que ambos ordenaron la comida miró a su padre, sonriente.

—¿Tenías miedo de que hiciera una escena?

—Pensé que tal vez te haría falta un hombro para apoyarte y llorar.

—Siempre podré usar tu hombro, papá, pero ya he dejado de llorar por lo que está terminado. Tal vez si trabajo en serio para ganarme la vida maduraré y cambiaré mi vida.

—Hace años que trabajas, Kelsey, desde que te graduaste en el instituto.

—Hace años que juego a trabajar. Ninguno de mis empleos me importó nunca.

—¿Y este sí te importa? ¿Te parece importante recoger cagarros de caballo? —El tono de su padre era de advertencia.

Kelsey eligió sus palabras con cuidado.

—Supongo que allí siento que formo parte de algo. No se trata simplemente de una carrera ni de un caballo. Existe una continuidad de la que todo el mundo forma parte. En parte es tediosa, en parte es veloz y siempre se repite. Pero todas las mañanas resulta nueva. No sé cómo explicarlo.

Él jamás lo entendería. En ese momento lo único que sabía era que hablaba como Naomi.

—Estoy seguro de que te resulta excitante, diferente.

—Lo es. Pero también es tranquilizador, y exigente. —«Será mejor que lo diga de una vez», pensó y continuó hablando con rapidez—. Estoy pensando en la posibilidad de abandonar mi apartamento.

—¿Abandonar tu apartamento? ¿Y entonces qué? ¿Te mudarás a Three Willows?

—No necesariamente. —«¿Por qué le molesta tanto?», se preguntó. Después suspiró. Y ¿por qué le había molestado a ella enterarse de que Wade se volvía a casar?—. No hemos hablado de esa posibilidad, pero he estado pensando en vivir fuera de la ciudad. Me gusta ver árboles desde mis ventanas, papá. Ver tierras en lugar del edificio de enfrente. Y disfruto muchísimo de lo que estoy haciendo en este momento. Me gustaría seguir haciéndolo, comprobar si sirvo para ello.

—Naomi te está influenciando. Kelsey, no es posible que permitas que impulsos como este te hagan cambiar de vida. Con tan poco tiempo no es posible que comprendas ese mundo.

—No digo que lo comprenda por completo, pero quiero llegar a comprenderlo. —Hizo una pausa mientras les sirvieron las ensaladas—. Y quiero comprenderla a ella. No puedes pretender que me aleje de mi madre antes de haberla comprendido.

—No te pido que te alejes de tu madre, pero sí que no saltes al vacío, quemando tus naves, sin medir todas las consecuencias. No se trata solo de lo romántico que resulta un caballo al amanecer, ni de ese último galope hasta llegar a la línea de llegada. También hay crueldad, fealdad, violencia…

—Y eso forma parte de mí tanto como el olor de los libros de la biblioteca universitaria.

—¡Hola! Eres Kelsey, ¿verdad? La hermosa hija de Naomi. —Bill Cunningham se inclinó sobre ella con una copa en una mano y el anillo de brillantes en forma de herradura brillando en la otra—. Tu rostro es inconfundible.

«Llega en el momento oportuno», pensó Kelsey, obligándose a sonreír.

—Hola, Bill. Papá, este es Bill Cunningham, un conocido de Naomi. Bill, te presento a mi padre, Philip Byden.

—¡Maldita sea! ¡Vaya si han pasado años! —Bill le tendió la mano—. Creo que no te he vuelto a ver desde el día en que me quitaste a Naomi de las manos. Te dedicas a la enseñanza, ¿verdad?

—Sí. —Philip asintió con la frialdad que reservaba para los malos estudiantes—. Soy profesor de la Universidad de Georgetown.

—¡Suena muy importante! —Bill sonrió y apoyó una mano en el hombro de Kelsey para oprimirlo en un gesto de confianza—. Aquí tienes una verdadera belleza, Phil. Es un placer verla en el hipódromo. Me enteré de que hoy el mejor potrillo de tres años de tu madre ganó la carrera de Santa Anita.

—Sí, estamos muy contentas.

—Pero las cosas serán distintas en Kentucky. No permitas que te convenzan de que apuestes tu sueldo al potro de Three Willows. Yo tengo al ganador. Dale un beso de mi parte a tu madre, querida. Debo volver al bar. Tenemos una pequeña reunión.

Mientras se alejaba, Kelsey empezó a comer su ensalada, al parecer muy interesada en el plato.

—¿Esa es la clase de gente con quien quieres tratar?

—Papá, hablas como la abuela. «Cuida la categoría, Kelsey. Nunca bajes de categoría». —Pero Philip no sonrió—. Ese hombre es un imbécil. Muy parecido a los idiotas pomposos con que me he topado en la universidad, en las agencias de publicidad y en las galerías de arte. Es imposible evitarlos.

—Yo recuerdo bien a ese —dijo Philip—. Corrían rumores de que les pagaba a los jockeys para que perdieran o para que empujaran a otro caballo contra el vallado.

Kelsey frunció el entrecejo y apartó el plato de ensalada.

—De manera que a pomposo y fanfarrón puedes agregar la palabra vil. Pero sigue siendo un imbécil y no es una persona cuya amistad piense cultivar.

—Pero se mueve en el mismo círculo que tu madre.

—Por carriles paralelos, quizá. En este momento hay muchas cosas que no sé acerca de ella, y en las que tal vez no confíe demasiado. Pero lo que sí sé es que Three Willows es más que un criadero de caballos para ella y los animales más que un negocio o un capital. Son su vida.

—Siempre lo han sido.

—Lo siento. —Sin saber qué hacer, Kelsey le tendió las manos a su padre—. Siento que ella te haya herido. Siento que lo que estoy haciendo te remueva esa herida. Te pido que confíes en mí, que creas que miraré la situación en su totalidad, que haré mis propias elecciones. Me hace falta tener una meta en la vida, papá, y tal vez la he encontrado.

Philip temía que así fuera y que, cuando la alcanzara, él no conseguiría reconocerla.

—Lo único que pido, Kelsey, es que te tomes más tiempo. No te comprometas con nada ni con nadie, sin haber tenido el tiempo necesario para pensarlo.

—Está bien —aceptó, y luego dijo—: Aún no me has preguntado por ella.

—Estaba tratando de llegar a eso —confesó Philip—. Quería que me contaras tus impresiones.

—Mamá parece muy joven. Tiene una energía increíble. La he visto empezar a trabajar al amanecer y no parar hasta después del anochecer.

—A Naomi le encantaba la vida social.

—Estoy hablando de trabajo —aclaró Kelsey—. Nunca hace vida social, por lo menos no desde mi llegada. Si quieres que te diga la verdad, con tanto trabajo no creo que a nadie puedan quedarle fuerzas para asistir a una fiesta. Por lo general se acuesta antes de las diez. —Pensó que no cabía mencionar que Naomi no siempre dormía sola—. Posee un absoluto autodominio y se la ve muy contenida.

—¿Naomi? ¿Autodominio? ¿Contenida?

—Así es. —Hizo una pausa mientras les servían los entrantes—. Supongo que no siempre ha sido así, pero esa es exactamente la manera en que la describiría hoy.

—¿Y qué sientes hacia ella?

—No lo sé. Agradezco que no esté forzando el tema.

—Vuelves a sorprenderme. La paciencia no era una de sus virtudes.

—Supongo que la gente puede cambiar. Tal vez yo no la entienda, pero la admiro. Sabe lo que quiere y trabaja para lograrlo.

—¿Y qué es eso que quiere?

—No estoy segura —murmuró Kelsey—. Pero ella sí lo está.

Desde un extremo del bar, Cunningham observó a Kelsey y su padre conversando durante la comida. Una bonita escena, pensó. Pura dignidad y clase. Hizo tintinear un cubo de hielo dentro del vaso de whisky.

—Es muy bonita —dijo Rich Slater a su lado—. Y me resulta familiar. —Rio, y bebió con lentitud. No le convenía obnubilarse con alcohol en ese momento—. Supongo que cuando un hombre ha pasado cierta edad, encuentra algo familiar en todas las jovencitas hermosas.

—Es la hija de Naomi Chadwick. Idéntica a la madre.

—¿Naomi Chadwick? —A Rich le destellaron los ojos. Después de todo, estaba allí para desenterrar recuerdos. Y para ganar algo con ellos—. Esa es una hembra que un hombre no podría olvidar. Ahora es la vecina de mi hijo. ¡Qué pequeño es el mundo! —Saboreó otro sorbo de whisky… y del bueno, ya que pagaba Cunningham—. ¿Sabes? Creo haberla visto hace un par de semanas en casa de mi hijo. Si en algo conozco a Gabe, seguro que ha puesto sus ojos en ella.

—Fue cariñoso con la madre. Supongo que lo lógico es que ahora sea cariñoso con la hija —contestó Cunningham, y pensó que Gabe Slater no habría tenido oportunidad de ser cariñoso con ninguna de las dos si no hubiera sido por una desgraciada partida de cartas. De lo contrario las cosas habrían sido distintas. Pero aún había tiempo para que las cosas fuesen distintas—. Si juega bien sus cartas —continuó Cunningham—, podría quitar la valla que separa los dos criaderos.

Rich miró a Kelsey con renovado interés. Así que su hijo estaba ganando tiempo con la hija de la puta. Eso era algo que él podría usar.

—¿No te parece que sería magnífico? Una unión así los convertiría en propietarios del criadero más importante del estado, ¿no crees?

—Quizá. —Cunningham levantó un dedo para pedir otra ronda—. A mí no me haría gracia. Preferiría que esa relación no prosperara. —Cogió una almendra y se la llevó a la boca. «Con indiferencia», se dijo. «Trata el asunto con indiferencia». No convenía que Rich Slater supiera lo que podría ganar él cortando los lazos entre ambas propiedades—. Bien, con respecto a ese negocio del que hablábamos. Tal vez lograría eso a largo plazo.

Rich admiró el anillo de diamantes que llevaba Cunningham.

—¿Y ese beneficio extra reportaría alguna bonificación?

—Desde luego.

—Bien, veré qué podemos hacer al respecto. —Volvió a mirar a Kelsey—. Veremos lo que podemos hacer. Pero necesitaré esos viáticos para viajes, Billy, muchacho.

Cunningham sacó un sobre de un bolsillo. Con disimulo y por debajo del bar, lo depositó en las manos de Rich. La desagradable sensación de que esa era una escena repetida, lo hizo mirar por encima del hombro.

—Cuéntalo.

—No es necesario. Tú y yo nos conocemos hace mucho tiempo, Billy. Confío en ti. —En cuanto guardó el sobre, volvió a alzar su vaso—. Y debo decir que es un placer volver a hacer negocios contigo. Brindo por los viejos tiempos.

A la mañana siguiente, Kelsey se concentraba aprendiendo a ejercitar un caballo. La yegua de cinco años era paciente y sabía mucho más que ella sobre el procedimiento.

Al que entrenaban no era al caballo sino a Kelsey.

—Ponla al trote y hazla cambiar de dirección —dijo Moses. Había decidido que la chica tenía aptitudes. Quería aprender, así que aprendería—. Hará cualquier cosa que quieras. Si fuese un potrillo no sería tan condescendiente.

—Entonces deme un potrillo —respondió Kelsey haciendo restallar el látigo—. Sabré manejarlo.

—Ten paciencia. —Tal vez dentro de unas semanas le encomendaría un potrillo, siempre que ella siguiera estando allí. «Tiene buenas manos —pensó—, reflejos rápidos y una buena voz».

—¿Cuánto tiempo lleva en esto? —preguntó Naomi.

—Unos treinta minutos.

Naomi apoyó una bota sobre la madera inferior de la valla.

—Tanto Kelsey como la yegua siguen pareciendo frescos.

—Tienen energía.

—Te agradezco que hayas conseguido tiempo para enseñarle, Moses.

—No es ningún sacrificio. Con excepción de que creo que tiene la mira puesta en mi empleo.

Naomi rio, pero de repente comprendió que Moses no bromeaba.

—¿De verdad crees que le interesa entrenar caballos?

—Cada vez que paso una hora con ella, termino sintiéndome una esponja a la que han estrujado hasta la última gota. Esa chica nunca deja de hacer preguntas. Hace unos días cometí el error de prestarle uno de mis libros de crianza. Cuando me lo devolvió, me hizo un interrogatorio que más parecía un examen.

—¿Y superaste el examen?

—Apenas. Hace años tú hiciste lo mismo. —Sonrió—. ¡Ah, las fantasías! Un hombre sin fantasías es un hombre sin alma. En lo que a ti se refería yo tenía un alma enorme.

—Y la sigues teniendo. Te lo demostraré más tarde. Aquí viene Matt.

—No sabía que habías llamado al veterinario.

—No lo llamé. Dijo que pasaría por aquí para ver ese caso de pantorrilla dolorida.

Moses volvió a mirar a Kelsey. «¡Ah, las fantasías!», volvió a pensar.

—Sí. Está bien.

Conteniendo la risa, Naomi saludó al veterinario.

—Bueno, Matt, ¿cuál es el diagnóstico?

—Todo bien. No creo que sea nada grave.

—Gracias por pasar por aquí —dijo Moses.

—Estuve en Longshot. Se lastimó uno de los potrillos.

—¿Algo serio? —preguntó Naomi.

—Pudo haberlo sido. Una punción pequeña, fácil de pasar por alto. Estaba muy infectada. —Mientras hablaba no dejaba de mirar a Kelsey con admiración—. Tuve que cortar. Es una pena. Jamison me dijo que el potrillo debía viajar mañana a Hialeah.

Naomi apoyó una mano en el brazo del veterinario.

—Gabe pensaba viajar con él. Ese caballo ha estado corriendo como un sueño.

—De momento los dos tendrán que quedarse en casa.

—Más tarde llamaré a Gabe para darle ánimos.

—Le aseguro que le hace falta. —Matt volvió a fijar su atención en Kelsey—. Por aquí todo el mundo parece saludable. —Sonrió cuando Kelsey lo saludó con la mano.

Moses le hizo señas a Kelsey de que se detuviera y ella se acercó a la valla con la yegua.

—¡Tiene un carácter tan dulce! —Apoyó la nariz contra el morro de la yegua—. Ojalá me hubiera dado un animal joven, Moses, para tener la sensación de estar logrando algo.

—Todos los viajes comienzan con un paso. Veremos cuántos caballos tendrás que ejercitar antes de iniciar tu viaje.

—Siempre trata de minar mi confianza —dijo ella, echándose atrás la gorra—. Bueno, Matt, ¿esta es una visita profesional o social?

—Una mezcla de ambas. Tuve que pasar por Longshot.

—Ya. —Kelsey sacó la yegua del corral—. ¿Problemas?

—Una lesión.

—La última vez que lo vi correr, Three Aces parecía en plena forma. ¿Cuándo sucedió?

—Por el aspecto de la herida, hace tres o cuatro días.

—Hace tres días corrió en Charles Town. Ganó por un cuerpo. —Acarició a la yegua, frunciendo el entrecejo—. ¿Un rasguño?

—Justo encima del menudillo.

—¿Y cómo sucede eso?

—Quizá durante el transporte, contra algún borde filoso. No parece que haya sido una cosa deliberada.

—¿Quiere decir que alguien podría haber herido al potrillo para que no pudiera correr?

—Es poco probable —dijo Matt—. No es tan serio.

—¿Y cómo hay que tratarlo?

Kelsey escuchó con atención la explicación que Matt le dio sobre la necesidad de tener que abrir la herida y tratarla con antisépticos y sobre la diferencia entre punciones y desgarros.

—Ya lo ves —le dijo Moses a Naomi—. En cualquier momento empezará a devorar libros sobre veterinaria. —Entrecerró los ojos al mirar hacia las caballerizas—. ¿Esperas a alguien?

—No. —Naomi apretó los labios y observó al joven que se acercaba. Delgado, de hombros angostos y apuesto. Bastante corriente, pensó. Pero las botas lo traicionaban: no podían haber costado menos de trescientos dólares.

—¿Alguien conoce a ese vaquero?

Kelsey se volvió con curiosidad y de inmediato lanzó un grito de alegría.

—¡Channing! —Corrió hacia él y el corazón de Matt palpitó al ver que le arrojaba los brazos al cuello—. ¿Qué haces aquí?

—Tenía ganas de conocer el lugar antes de seguir hasta Lauderdale. Vacaciones de primavera.

—¿Así que todavía no lo has superado?

—¿Preguntas si he superado a las chicas en biquini? Creo que no. ¡Mírate! Pareces un aviso de vida de campo. —Le pasó un brazo por los hombros y miró al trío que seguía junto a la valla—. ¡No me digas que esa es tu madre!

—Sí. Esa es Naomi. Ven, te la presentaré. —Le pasó un brazo por la cintura—. Channing, te presento a Naomi Chadwick, a Moses Whitetree y a Matt Gunner. Este es Channing Osborne, mi hermanastro.

—Bienvenido a Three Willows —dijo Naomi tendiéndole la mano. Su expresión se convirtió en divertida y encantada cuando Channing se llevó la mano a los labios—. Kelsey me ha hablado mucho de ti.

—Espero que solo le haya hablado de la parte buena. Este lugar es magnífico.

—Gracias. Espero que puedas quedarte un tiempo.

—Desde luego. —Incapaz de resistirse acarició el hocico de la yegua—. Me encamino a Florida, donde pasaré un par de semanas.

—Como Channing piensa estudiar medicina, considera que los cuerpos femeninos en biquini son, en parte, lecciones de anatomía.

Channing sonrió y acarició las orejas de la yegua.

—No olviden que la juventud termina muy rápido. ¿Interrumpo algo?

—No, absolutamente nada —aseguró Naomi—. Llegas a tiempo para almorzar. Matt, nos acompañarás, ¿verdad?

—¡Ojalá pudiera! Pero tengo que ir al criadero de Bartlett. Uno de los potrillos tiene cólicos.

—¡No me digas que eres veterinario! —intervino Channing—. Siempre me pareció una maravilla curar animales. Ellos no se pueden quejar como se quejan los humanos, ¿verdad? —agregó con rapidez al ver que Kelsey lo miraba sorprendida.

—Es cierto. Pero la gente no suele morder ni patear. Dejaré la invitación pendiente para otro momento, Naomi. Me alegro de haberte vuelto a ver, Kelsey. Encantado de conocerte, Channing.

—Te acompañaré. Kelsey, trae contigo a Channing cuando hayas terminado.

—Si en algo te conozco, debes estar muerto de hambre. ¿Quieres que hagamos ese recorrido después del almuerzo?

—Me parece bien.

—No sabía que te interesara la veterinaria.

Channing se encogió de hombros incómodo.

—Es una afición infantil.

Echaron a caminar con lentitud.

—Recuerdo que siempre querías curar a los pájaros que se acercaban a casa. Y también recuerdo al perro lleno de pulgas que trajiste a casa un día, el que cojeaba.

—Sí. —El muchacho sonrió, pero la sonrisa no llegó a sus ojos—. Mamá lo puso de patitas en la calle.

—Lo había olvidado. —Apoyó la cabeza contra el hombro de su hermanastro—. Tu madre tenía miedo de que volviera. Aquel perro era muy viejo.

—No era un purasangre —comentó Channing y se encogió de hombros—. Por culpa de sus alergias, mamá nunca pudo tolerar que hubiera animales en la casa. Además, como acabo de decir, fue una idea de adolescente.

«¿Por qué nunca he percibido este tono resignado en la voz de mi hermano?», se preguntó Kelsey. Tal vez ni siquiera lo hubiera escuchado.

—¿Quieres ser médico, Channing?

—Es la tradición familiar —contestó él—. Nunca pensé en ser otra cosa, aparte de las ganas de ser astronauta que tuve a los seis años. Pero los hombres Osborne siempre han sido cirujanos.

—Candace no te obligaría a estudiar algo si supiera que no es lo que quieres.

Channing rio y la miró.

—Kelsey, cuando te casaste habías cumplido dieciocho años y ya tenías un pie fuera de la casa. Mamá dirige las cosas. Lo hace con mucha sutileza, y lo hace bien. Pero tanto el profesor como yo no siempre hacemos lo que se nos dice.

—Estás enfadado con ella por algo. ¿De qué se trata?

—¡Diablos! Se negó a darme los intereses de mi fondo fiduciario porque no quise anotarme para hacer un curso durante el verano. Quería trabajar, ¿sabes? Tomarle el gusto al verdadero mundo. Había conseguido empleo en una empresa constructora. Ya sabes, así podría usar casco y decir piropos vulgares a las secretarias que pasaban por allí a la hora del almuerzo. Lo único que quería era estar un par de meses lejos de los libros.

—Me parece bastante razonable. Tal vez si yo hablara con Candace en tu nombre…

—No, en este momento tampoco está demasiado contenta contigo. Todo este asunto… —dijo haciendo un gesto que comprendía la totalidad del criadero—. Considera que es una tensión para el profe. Y Milicent alimenta esa pequeña neurosis.

Kelsey resopló.

—Así que estamos en el mismo barco. Dime, ¿estás realmente decidido a ir a Lauderdale a ver biquinis?

—Si piensas sugerirme que vuelva a casa, olvídalo…

—No. Iba a sugerirte que pasaras aquí las vacaciones de primavera. No creo que Naomi se oponga a que estés conmigo y los caballos.

—¿Has decidido jugar a la hermana mayor?

—Sí. ¿Te molesta?

—No. —Se inclinó y le besó la frente—. Gracias, Kelsey.