27
—¡Menuda familia! No hay duda de que son bastante especiales.
—Está bien, Gabe. —Una vez que él estacionó el coche en el camino de entrada de Three Willows, Kelsey bajó y cerró la portezuela con cuidado—. No me parece que sea momento de ponerse irónico.
—No; lo digo en serio. Te dejé protestar durante la mitad del viaje de vuelta y hervir de furia durante la otra mitad. Creo que eso ya es bastante.
Pero ella estaba lejos de haber terminado.
—No se trata solo de mí. En realidad no tuvo nada que ver conmigo. Te atacaron a ti.
—¡Diablos! —Con un movimiento suave, Gabe le pasó un brazo por los hombros—. Me han acusado de cosas peores. Ella no sacó a relucir el escándalo de Reno, ni el asunto del negocio de El Paso.
—No se trata de eso. —De repente quedó inmóvil—. ¿Qué escándalo?
—¡Ah! He conseguido hacerte reaccionar. —Le apretó el hombro en un gesto casi fraternal—. De todos modos, tu padre y tu madrastra me gustaron. Son dos de tres.
Sorprendida Kelsey lo miró.
—Ni siquiera estás enfadado. Ni siquiera te enfada lo que ella hizo. Gabe, contrató a un detective para que metiera la nariz en tu vida, para que abriera un expediente como si fueses un delincuente.
—¿Y qué logró, Kelsey? Nada. Ya conocías la peor parte de mi vida, y hasta en eso me defendiste. Significa que haber puesto mis cartas sobre la mesa fue la mejor jugada de mi vida.
—Eso no la excusa a ella.
—Pero le quita toda importancia. Mira, tal vez yo la entienda un poco porque nunca tuve un apellido familiar que proteger.
Kelsey se detuvo en seco.
—¿La estás defendiendo?
—No; pero creo que hizo una jugada equivocada. Y que en definitiva le costó mucho más a ella que a mí.
—Tal vez necesite más tiempo para tener un criterio tan amplio como el tuyo. Baja mi vestido del coche, ¿quieres? Por lo menos podemos hacer feliz a Naomi cuando se lo muestre.
—¿Qué te parece si os invito a las dos a comer fuera? —Frotó el anillo de Kelsey con su pulgar. Le gustaba verlo allí—. Para celebrarlo.
—Iré a decírselo.
Kelsey entró presurosa en la casa y sacudió la cabeza, como para quitarse de encima las experiencias desagradables de ese día. Ya había subido buena parte de la escalera cuando Naomi la llamó.
—¡Hola, mamá! —Con la mano sobre la barandilla, Kelsey volvió a bajar—. Tenías razón con respecto al vestido. Gabe lo está bajando del coche y después nos llevará a comer fuera. ¿No crees que deberíamos tratar de sacar a Moses de las caballerizas?
Naomi la miraba desde el vestíbulo, con las manos entrelazadas.
—Tenemos que hablar. Quizá será mejor que nos sentemos.
—¿Qué pasa? ¡Oh, Dios! ¡No me digas que se trata de un caballo! Justice estaba un poco jadeante, pero lo mediqué como me indicó Moses.
—No se trata de un caballo, Kelsey. Ven a sentarte.
Era de nuevo la desconocida, aquella mujer fría y controlada que un día la invitó a tomar el té. Kelsey la siguió, sorprendida.
—¿Estás enfadada conmigo por algo?
—No, no creo que «enfadada» sea la palabra apropiada. —Miró a Gabe, que en ese momento entraba—. Será mejor que hablemos de esto en privado.
—No, no hay nada que no puedas decirme delante de Gabe.
—Está bien. —Naomi se acercó a la ventana y quedó de espaldas a ellos. En ese momento necesitaba todo su autocontrol, toda esa autoconfianza que le permitió sobrevivir a la cárcel—. Tuviste una llamada mientras no estabas. Gertie recibió el mensaje y lo dejó sobre el escritorio de tu habitación. Yo entré allí hace unos minutos en busca de la lista de invitados que estaba haciendo. —Se volvió con rostro inexpresivo—. Me disculpo por haber leído tu mensaje. No fue intencional. Estaba allí y lo vi por casualidad.
—¿Por qué no me dices simplemente quién me llamó?
—Charles Rooney. El mensaje decía que era urgente. Quiere que te comuniques con él lo antes posible.
—Entonces le llamaré.
—¡Por favor! —dijo Naomi, alzando una mano—. No sé qué puede ser tan urgente después de veinte años. ¿Has ido a verlo?
—Sí, dos veces.
—¿Para qué, Kelsey? ¿No he contestado yo todas tus preguntas?
—Sí, las has contestado. Ese es uno de los motivos por los que fui a verlo. Porque contestaste mis preguntas.
—¿Y tú? —preguntó Naomi, volviéndose hacia Gabe con enojo—. ¿La has alentado en esto?
—No era una cuestión de alentarla, pero la comprendo.
—¿Cómo puedes comprender? —preguntó Naomi con amargura—. ¿Cómo es posible que alguno de vosotros pueda comprender? No os imagináis lo que sentí al ver ese nombre en la nota. He dedicado más de diez años a tratar de olvidar y después me obligué a recordarlo, a revivirlo. Supuse que era una forma de pago para recuperar a mi hija. ¿Os parece que no basta?
—No fui a ver a Rooney para herirte. Lamento si te dolió. Fui porque quería ayudar, porque esperaba encontrar algo que cambiara las cosas.
—Ya no es posible cambiarlas.
—Si esa noche él hubiera visto algo que no le dijo a la policía… Si no reveló algún dato…
Estupefacta, Naomi se dejó caer sobre el sillón.
—¿Realmente has creído que podías encontrar algo que limpiara mi nombre? ¿De eso se trata, Kelsey? ¿De un tardío lavado de los trapos sucios de la familia? —Naomi lanzó una débil carcajada y se restregó los ojos—. ¡Dios! ¿Qué importaría a esta altura de las cosas? No puedes devolverme un solo segundo del tiempo que perdí. No puedes borrar un solo susurro, una burla, una mirada de soslayo. Ya está hecho —agregó, dejando caer las manos—. Está tan muerto y enterrado como Alee Bradley.
—No para mí. Hice lo que consideré que debía hacer. Y si Rooney me llamó, debe tener un motivo. Hoy no quiso hablar conmigo. Estaba nervioso, tal vez hasta atemorizado.
—Deja el asunto en paz.
—No puedo. —Se adelantó y tomó la fría mano de Naomi entre las suyas—. Hay más. Lo que les sucedió a Pride y Reno se parece tanto a lo que pasó hace años con tu caballo y Benny Morales. Es como un eco terrible que ha tardado años en alcanzarnos. Y que todavía no se ha detenido. Hasta la policía cree que existe una conexión.
—¿La policía? —El poco color que quedaba en las mejillas de Naomi desapareció—. ¿Has hablado con la policía?
Kelsey soltó las manos de su madre y retrocedió.
—He ido a ver al capitán Tipton.
—¿Tipton? —No pudo evitar un estremecimiento—. ¡Oh, Dios!
—Tipton te creyó. —Kelsey vio que Naomi levantaba la cabeza—. Me dijo que te creía.
—¡Miente! —Se puso de pie, temblando—. Tú no estuviste allí, en aquel horrendo cuarto de interrogatorios mientras me repetían una y otra vez las preguntas. Nadie me creyó, y Tipton menos que nadie. Si lo hubiera hecho, ¿por qué me envió a la cárcel?
—No pudo probarlo. Las fotografías…
—Volvemos a Rooney —interrumpió Naomi—. ¿Realmente crees que puedes cambiar el pasado? ¿Encontrar una prueba que pasaron por alto y que demuestre que yo defendí mi honor? —El dolor de su corazón se reflejaba en la voz—. Pues no podrás. Aunque quieras ayudarme, no podrás hacerlo. Porque yo no podría sobrevivir si tuviera que pasar de nuevo por todo eso. Te aseguro que no sobreviviría…
Salió de la habitación y subió corriendo las escaleras. Instantes después oyeron un portazo.
—¡Menudo enredo! —exclamó Kelsey, dejándose caer en un sillón—. ¡Qué enredo he organizado!
—No es cierto. Has revuelto las cosas, y tal vez hacía falta que las revolvieran.
—Habíamos llegado muy lejos. Ella y yo habíamos llegado muy lejos, Gabe. Y yo lo he arruinado todo.
—¿Lo crees?
—No lo sé. —Alzó las manos y luego las dejó caer—. Empecé diciéndome que lo hacía por mí misma. Porque tenía derecho a saber la verdad. Pero en algún momento cambié de opinión y me convencí de que lo estaba haciendo por ella. No obstante, creo que mi primera impresión fue la correcta. Quise limpiar el asunto. Despejarlo. Si yo la creo, todo el mundo debería creerla.
—Eso no te convierte en una villana, Kelsey. —Se acercó y se sentó en el brazo del sillón—. Dime qué quieres hacer.
Kelsey respiró hondo y exhaló el aire.
—Voy a llamar a Charles Rooney. Tengo que llegar hasta el final.
Se encontraron en un bar. No era un tugurio con olor a ginebra que podía haber dado ambiente a un encuentro furtivo, sino un lugar lleno de plantas en el que se reunían profesionales de cuello blanco. A pesar del ambiente acogedor, Rooney había puesto en juego toda su capacidad y sus artimañas para asegurarse de que no lo seguían.
Al verlos entrar, terminó su primer gintonic. Estaba vencido y lo sabía. Desde que Rich Slater salió de su oficina, dedicó horas enteras a hacer planes para desaparecer. Sabía como hacerlo, tenía los contactos necesarios y a partir de ese momento, también el motivo.
—Señor Rooney.
—Tomen asiento. Les recomiendo el vino de la casa.
—Muy bien —dijo Kelsey.
—Café —ordenó Gabe. Se dirigió a Rooney—. Usted dijo que era urgente.
—Así es. —Golpeó su vaso con el dedo para indicar que quería que le sirvieran otro. A la mañana siguiente, pensaba estar en Río—. Me temo que cuando telefoneé estaba un poco nervioso. Fue un día de visitas inesperadas en la oficina. La última fue desagradable. Hace más de veinticinco años que soy investigador y he tenido muchos casos interesantes. Y jamás he disparado un arma. —Golpeó dos veces la mesa—. Disfruto de mi trabajo, siempre lo he hecho. No es fácil conseguir la clientela apropiada. La gente apropiada no suele involucrarse con personas de mi profesión. Nos contratan con el mismo disgusto con que contratan a un exterminador de ratas. Quieren obtener resultados, por supuesto, pero pocas veces quieren enterarse de los métodos que utilizamos. Algunos, unos pocos, prefieren tomar cartas en el asunto.
Hizo una pausa cuando la camarera sirvió las bebidas.
—Todo eso me parece fascinante —comentó Gabe—, pero no urgente.
—Milicent Byden —dijo Rooney y observó que los labios de Kelsey se endurecían— es una mujer acostumbrada a dirigir su servicio doméstico, a dar órdenes, a asegurarse de que uno ha cumplido sus instrucciones.
—Sabemos que ella lo contrató para investigar a Gabe. —Kelsey bebió un trago de vino para quitarse el regusto de la boca—. Espero que le haya pedido un adelanto importante, señor Rooney. Créame que no está nada satisfecha con los resultados de su investigación.
—Usted se lo arrojó a la cara, ¿verdad? —Lanzó una risita y bebió un sorbo de su vaso—. Tal vez exista cierta justicia en este mundo. La primera vez que me contrató se mostró satisfecha con los resultados. Más que satisfecha.
—¿La primera vez?
—Fue su abuela quien me contrató para el juicio por custodia.
—Me dijeron que lo contrataron los abogados de mi padre.
—Fueron los abogados de su abuela, señorita Kelsey. Debe recordar que también eran abogados de ella. Y así fue como ella quiso que figurara en mi contrato.
Sacó la rodaja de limón del borde del vaso y la exprimió dentro de la bebida.
—Ya había trabajado para algunos conocidos suyos. Divorcios. Debe haber considerado que hice un buen trabajo, un trabajo discreto. Y que yo era el personaje indicado: ambicioso, suficientemente joven para que me impresionara lo que ella era (lo que era su marido) y la cifra del cheque que me dio.
Se encogió de hombros y metió la mano en el recipiente de galletas saladas.
—No creo que la persona que haya pagado sus honorarios tenga mucha importancia —dijo Kelsey.
—¡Ah, pero la tuvo! No llegué a conocer a su padre. Lo vi en el juicio pero nunca hablamos. Así lo quería su abuela. Y tenía habilidad para conseguir que las cosas se hicieran a su modo. Quería que su madre saliera definitivamente de la vida de su hijo y de la suya propia. Y forjó un plan muy simple para lograrlo. Mi trabajo consistía en seguir a Naomi, tomar fotografías y redactar informes. Eso fue lo único que me encargó Milicent Byden. Pero yo soy un buen investigador, señorita Byden, aun en esa época era bueno, y descubrí más de lo que me pidieron.
—¿Más? —Kelsey sintió que la puerta se abría un poco y tuvo miedo de lo que encontraría del otro lado.
—Es fácil sobornar a algunas personas en los hipódromos. Uno de mis informantes tenía acceso a Bradley. Sabía que había apostado fuertes sumas y que se las debía a gente peligrosa. Bradley no sabía guardar secretos y habló demasiado acerca del importante trabajo que estaba haciendo. Lo único que se le pedía era que estuviera el mayor tiempo posible junto a una mujer hermosa, y con eso se arreglarían las finanzas. Bradley y mi informante se hicieron amigos. No se movían dentro del mismo círculo, pero estaban cortados por el mismo patrón. Bradley hablaba mucho y mi informante le sonsacó más y luego me pasó la información, a cambio de una suma de dinero.
—Está dando muchas vueltas, Rooney —dijo Gabe.
—Entonces lo diré de una manera sencilla. —Se aflojó la corbata—. El juicio de custodia empezaba a favorecer a Naomi. Al tribunal no le gusta separar a una niña de su madre. Tal vez a ella le gustaran las fiestas y los hombres, pero no asistía a fiestas ni iba con hombres cuando tenía consigo a su hija. Tenía dinero suficiente y había bastante gente para atestiguar que era una buena madre, una madre devota. De manera que la familia Byden necesitaba algo que inclinara la balanza a su favor. Y Milicent lo encontró en Alee Bradley.
—¿Mi…? —A Kelsey le tembló la voz—. ¿Mi abuela conocía a Alee Bradley?
—Sí, lo conocía, y también a los padres de Bradley. Conocía su carácter y sus costumbres. Lo contrató para que sedujera a su madre. Para llevarla a una situación comprometida, la clase de situación que la hiciera parecer cualquier cosa menos una mujer decente.
Kelsey aferró la mano de Gabe.
—¿Está diciendo que mi abuela le pagó a Alee Bradley? ¿Que le pagó para qué…? ¿Por qué debo creerle?
—Crea lo que quiera. —A Rooney le importaba poco. Solo estaba, metafóricamente hablando, limpiando su escritorio antes de desaparecer—. Usted me vino a ver en busca de respuestas, señorita Byden. No me culpe si no le agradan. Su abuela le dio veinte mil dólares a Bradley. En efectivo.
Kelsey lanzó una exclamación: la cifra coincidía con lo que ella ya sabía.
—El problema fue que Naomi no estaba dispuesta a participar de ese juego. No en el sentido en que Bradley y su abuela querían. Pero tal como se presentaba el juicio de custodia, su abuela necesitaba acción, de manera que encontró otro ingrediente para agregar al cóctel. Hubo algunos problemas en el hipódromo, un caballo muerto y un jockey muerto. La publicidad de esos hechos favoreció a los Chadwick.
Gabe alzó una mano.
—¿Está diciendo que esas cosas tuvieron relación con el juicio de custodia?
—Todo se relaciona. Bradley necesitaba dinero, pero la señora Byden mantenía cerrado el talonario hasta que él produjera resultados. De manera que Bradley y su amigo del hipódromo hicieron un pequeño pacto. Cuando hubo que sacrificar al caballo, Bradley recibió un poco de dinero, pero no una suma que estuviera a la altura de sus necesidades, sobre todo cuando eso inclinó las simpatías hacia Naomi. Entonces Milicent le dio un plazo.
Rooney estudió lo que quedaba de su bebida, y pensó en pedir otra, pero a dos horas de su vuelo decidió que le convenía mantener la cabeza despejada.
—Me ordenó que tuviera lista la cámara y mucha película, y que me situara frente a la casa. Fui primero al club y presencié la escena de celos que simuló Bradley.
—¿Que simuló?
—Es más fácil descubrir la falsedad cuando uno no está involucrado. Además, mi informante me había advertido que esa sería la noche. Bradley quería enfurecer a su madre. No creo que esperara que ella cortara toda relación entre ambos. En asuntos de mujeres era muy vanidoso. Su madre salió del club y yo la seguí. No había nadie más en la casa, hasta que llegó Bradley. Yo debía tomar fotografías que inclinaran la balanza en favor de los Byden.
—¿Esas instrucciones se las dio mi abuela? —dijo Kelsey con una voz sin inflexión.
—Así es. Al principio me pareció prometedor que ella le abriera la puerta en camisón y que lo dejara entrar. Bebieron otra copa y él trató de seducirla con su encanto. A través de la ventana tomé una fotografía de ellos besándose, pero a continuación Naomi empezó a luchar para liberarse de él. Ese no era mi trabajo. Empezaron a discutir. Cuando ella gritaba bastante fuerte, a través de la ventana alcanzaba a oír parte de lo que decía. Le ordenaba que se fuera y le decía que habían terminado. Él la aferró y forcejearon.
Rooney levantó la vista para mirar a Kelsey.
—Por un instante pensé en la posibilidad de entrar y separarlos. Su madre tenía problemas, y no cabía duda sobre qué clase de problemas eran. Pero no entré. Tenía que cumplir con mi trabajo. De todos modos, ella consiguió liberarse. Estaba furiosa, más furiosa que asustada. Le gritó y se acercó al teléfono, pero él se le echó encima. Creo que ella no tuvo dudas acerca de lo que le esperaba y echó a correr.
Rooney hizo una pausa y se pasó una mano por los labios.
—Bradley sabía que yo estaba allí. Ese hijo de puta sabía que yo estaba allí. Miró por la ventana y señaló con el dedo. Me indicaba que terminaría ese asunto en el piso de arriba. De modo que hice lo que me habían indicado: trepé a un árbol. El corazón me latía con tanta fuerza que estaba aturdido. No me permití pensar. Era un trabajo, un trabajo importante y que me reportaría muchos otros.
—Usted sabía que él iba a violarla —consiguió decir Kelsey—. ¡Lo sabía! Y no hizo nada.
—Así es —concedió Rooney, terminando su copa—. Naomi entró corriendo al dormitorio. En ese momento estaba asustada y furiosa. El camisón transparente que llevaba se le deslizaba de un hombro, donde se había rasgado. Bradley entró detrás de ella y sonrió con lascivia. Por la manera en que los enmarcaba la ventana, uno frente al otro, mirándose fijamente, ella con el camisón desgarrado y él con la camisa desabrochada, la escena resultaba sensual. No sé lo que él le decía, pero ella negaba con la cabeza y retrocedía. Bradley bajó las manos como dispuesto a desabrocharse los pantalones. Ella le pegó una bofetada. —Rooney se humedeció los labios—. Lo fotografié. Él le contestó con otra bofetada. Eso no lo registré.
Tuvo que volver a detenerse. No se había dado cuenta hasta qué punto lo afectaría recordar paso a paso lo sucedido aquella noche. En ese momento se había sentido pequeño y asustado. Ahora solo se sentía pequeño.
—Ella echó a correr. Durante un instante quedó fuera de mi visión. Bradley alzó las manos. Seguía sonriendo con lascivia. Entonces volví a ver a su madre y vi el arma. En ese momento empecé a tomar fotografías, una detrás de otra. Estaba aterrorizado. Seguí tomando fotografías hasta después que ella le disparó, cuando ya no había nada que ver.
—Fue en defensa propia. —Kelsey apretó la mano de Gabe—. Tal como mamá dijo.
—Sí, fue en defensa propia. Tal vez ella podría haberlo mantenido a distancia una vez que tuvo el arma, pero estaba asustada. Se sentía atrapada. Si se hubieran conocido todos los hechos, ni siquiera creo que la hubieran acusado de homicidio impremeditado. Estoy absolutamente seguro de que jamás la habrían condenado.
—Pero los hechos no se conocieron.
—No. Me dirigí directamente a Milicent Byden. Lo hice sin pensar, fui a su casa en medio de la noche y ella misma me sirvió un coñac y me pidió que me sentara. Después escuchó lo que tenía que decirle. Desde principio a fin. Me dijo que todo había sido para mejor. Y me ordenó que dejara pasar un par de días antes de acudir a la policía.
—¡Lo sabía! —susurró Kelsey—. ¡Ella lo sabía todo!
—Lo orquestó perfectamente. Si durante esos dos días aún no habían arrestado a Naomi, yo debía llevar las fotografías a la policía y hacer mi declaración. Debía decir solo lo que vi, nada más que lo que vi, no lo que suponía o interpretaba. Entonces su abuela me explicó lo que yo había visto: una mujer, vestida de una manera provocativa, que recibía a su amante en su casa. Tomaban una copa y se entregaban a escarceos amorosos. Después discutían. La mujer estaba celosa, eso era evidente después de la escena en el club. Ella subía al dormitorio y el amante la seguía, tal vez para disculparse, o para seducirla. Y en un acceso de furia, la mujer sacaba un arma y lo asesinaba. Esa noche Milicent me dio otros cinco mil en efectivo y prometió que me recomendaría a sus amigos.
Muy pálida, Kelsey se levantó de la mesa. Con una mano apretada contra el estómago, corrió hacia el baño.
Gabe la miró, mientras apretaba los puños.
—Usted es un personaje repulsivo, Rooney. Por unos miles de dólares y algunos nombres importantes en su lista de clientes fue testigo de un intento de violación y luego se encargó de que encarcelaran a la víctima.
—Eso no es todo —aclaró Rooney—. Esperaremos a que vuelva Kelsey.
—Dígame, ¿por qué decidió contarnos todo esto ahora? Hace unas horas no tenía nada que decir.
—Las cosas se están complicando. Y no me gusta que me estrujen desde ambos lados. —Rooney se encogió de hombros—. Cuando esto se sepa, y creo que se sabrá, mi reputación se irá al carajo. Tengo la sensación de que debo jubilarme anticipadamente. Y será mejor que lo haga con la pizarra limpia.
—Me pregunto si llevarlo fuera y matarlo a golpes —dijo Gabe con una voz engañosamente indiferente—, o si dejar que siga viviendo con esto sobre su conciencia.
Rooney tomó su vaso y bebió el último sorbo con lentitud.
—Todos hacemos nuestras elecciones, Slater. Usted es jugador. Cuando sabe que las cartas están marcadas, ¿vale la pena seguir jugando?
—Hay algunos juegos en los que uno sencillamente no participa. —Se puso de pie al ver aproximarse a Kelsey.
—Ya estoy bien. Lo siento. —Todavía tenía la piel pálida alrededor de los labios, pero aferró con fuerza la mano de Gabe.
Él miró a Rooney.
—Cuéntenos el resto.
—Esto no le va a gustar. Milicent Byden no me contrató solo para investigarlo, señor Slater. Eso ocurrió después. Me contrató hace meses, justo después de que Kelsey se puso en contacto con Naomi Chadwick.
Kelsey apretó los labios y rogó que el estómago se le apaciguara.
—No comprendo —dijo. Pero creía comprenderlo y la aterrorizaba.
—Para decirlo claramente —dijo Rooney—, ella no quería que usted siguiera allí. No quería arriesgarse a que usted y Naomi se llevaran bien.
—¿Y cómo pensaba impedirlo?
—Bueno, como no había nada con que ensuciar a Naomi desde que había salido de la cárcel, Milicent decidió utilizar el pasado. Después de la muerte de Alee Bradley, yo le entregué todas las carpetas de mi archivo. En ellas había muchos detalles. No solo sobre Naomi. Como verán soy muy meticuloso. Tenía informes sobre Bradley y su amigo del hipódromo. La carrera que había sido arreglada, mis sospechas respecto a la posibilidad de que Cunningham estuviera involucrado. Cuando su abuela la amenazó, Kelsey, y usted no volvió al redil, utilizó toda esa información.
—¿Cómo? —preguntó Kelsey, preparándose para oír lo peor—. Será mejor que me diga cómo lo hizo.
—Me hizo buscar al viejo amigo de Bradley y lo trajo de regreso a la zona con la promesa de un trabajo. No me dijo en qué consistía ese trabajo, pero no me costó deducirlo. Sobre todo con una historia que se repetía. Una carrera arreglada, un potrillo muerto. Naomi y usted rodeados de comentarios y sospechas. —Señaló a Gabe—. Milicent no lo quería cerca de ninguno de los miembros de su familia. Se suponía que Kelsey debía comprobar lo desagradable que era el ambiente del turf, la falta de escrúpulos que reinaba allí. Y se suponía que al comprobarlo volvería corriendo a su casa.
—Pero no lo hice. —Las lágrimas ardían en los ojos de Kelsey, pero se negaba a dejarlas brotar. En ese momento no. Todavía no—. ¿Me está diciendo que era ella quien estaba detrás de todo eso? ¿Detrás de la muerte de Pride? ¿Y, por el amor de Dios, también tras la muerte de Mick?
—Ni siquiera una mujer como Milicent puede controlar a un hombre carente de todo escrúpulo. Podría decirse que su contratado se le escapó de las manos. Después de la muerte de ese peón, Milicent se puso furiosa. La tomó conmigo, como si hubiera sido yo quien lo hubiese apuñalado. —Meneó la cabeza al recordarlo—. En cambio, lo del caballo fue lo que ella quería. Una serie de crímenes y un escándalo para darle una lección a su nieta.
—Fue todo por mi causa —murmuró Kelsey, con la mano laxa en la de Gabe—. Todo por mí…
—Usted es la última representante del apellido Byden —señaló Rooney—. Ella pone mucho énfasis en eso. Y odia a Naomi con una pasión fría que no se diluye con el tiempo. Si pudiera volver a arruinarla, lo haría con tal de seguir controlándola a usted. Le prestó a Cunningham dinero suficiente para comprar a esa yegua, Sheba, y más que suficiente para mantenerlo bajo su férula y obligarlo a trabajar con el hombre que llevaba a cabo sus designios. Aunque no le gustaba asociarse con gente de esa calaña —agregó—, el fin justifica los medios.
—No creo conocer a mi abuela —dijo Kelsey con lentitud—. Me cuesta reconocerla. ¿Cómo es posible que haya arruinado tantas vidas?
—Que haya controlado tantas vidas —corrigió Rooney—. Su abuela nunca consideró que todo eso fuese más que un necesario control. Y yo le seguí la corriente. —Se pasó una mano por los ojos—. La primera vez era joven y ambicioso, pero esta vez me sentí atrapado. Y, ¡diablos!, no era más que un trabajo. Pero mi último visitante del día cambió la situación. —Estudió a Gabe durante largos instantes—. Tal vez me esté haciendo viejo, Dios sabe que estoy cansado. Así que cuando se presentó e intentó hacer un nuevo trato, decidí cortar por lo sano. Y me gusta pensar que me ha llegado el momento del retiro.
Rooney los miró, entrecerrando los ojos.
—¿Quieren saber cómo se las arregló Benny Morales para acabar con el potrillo de los Chadwick? ¿Cómo alguien estuvo a punto de hacerle lo mismo al suyo, Slater? Analice su propia organización y piense en su padre. Sí —agregó con una leve sonrisa—, Rich Slater le sonsacó muchos secretos a Alee Bradley. Y se sintió más que feliz de poder usarlos y repetir la historia cuando Milicent Byden volvió a llamarlo. Venganza y control, venganza y dinero. Los motivos de ella y los de él. Ciertamente una combinación endiablada.