23

Nadie le permitía trabajar. Durante sus dos primeros días en Nueva York, hasta le impidieron ir al hipódromo. Todos, desde Gabe hasta el último de los peones, se preocupaban por ella. Era como si su única victoria fuera haber logrado hacer el viaje.

Sola y con demasiado tiempo para sí, decidió que le quedaban dos opciones: enloquecer en silencio o considerar su forzada inactividad como unas cortas vacaciones.

Lo de las vacaciones le pareció más saludable.

Empezó a utilizar las facilidades que le ofrecía el hotel. Nadaba todas las mañanas para mantenerse en forma. Se dedicó a hacer compras y, en general, luchó contra el aburrimiento.

La ayudó el que Gabe hubiera decidido ofrecer una fiesta en el salón del hotel, la noche antes de la carrera. Eso le permitió ocuparse de los preparativos, hablar de decoración con el florista y de detalles con el gerente del hotel. Gabe había dejado todo en sus manos.

Nada podía haberla alegrado tanto. Pasaba horas con el gerente del hotel, con el conserje y con el chef, conversando sobre los preparativos. Como Gabe no había puesto límite a sus gastos, decidió que no había nada que no se pudiera hacer y se dedicó a convencer de ello a los empleados.

—Habría sido más inteligente darte una horquilla para que te dedicaras a limpiar boxes toda la semana —bromeó Gabe mientras bebía una taza de café, observando a Kelsey enfrascada en el estudio del menú definitivo—. Te habría resultado más descansado.

—No me vengas con esas. Todo esto fue idea tuya.

—Sí, creí que ofrecer una fiesta sería una buena idea. —Se colocó detrás de ella para masajearle los hombros mientras Kelsey seguía ensimismada en sus papeles—. Un poco de comida y bebida y un poco de música. Pero no creí que estaría detrás de una superproducción hollywoodiense. —Entrecerró los ojos—. ¿Cuántas botellas de champán has pedido?

—¡Vete! —dijo ella, pero movió los hombros encantada con las caricias de Gabe—. De todos modos tú no las beberás. Me diste carta blanca, Slater, y la estoy utilizando. Lo único que tienes que hacer es ponerte el esmoquin a las ocho. Y ahora ve a hablar con los periodistas.

—¡Estoy harto de periodistas!

—Estás simplemente celoso porque en la portada de Sports lllustrated publicaron la fotografía de Double en lugar de la tuya.

—Pero en cambio aparecí en la de People —le recordó mientras le mordisqueaba la oreja—. Este es un lugar espléndido —murmuró mientras continuaba por el lóbulo—. Podría ponerme borde y no asistir a la entrevista.

Los estremecimientos distrajeron a Kelsey, y Gabe aprovechó para desabrocharse los dos primeros botones de la camisa antes de que ella se liberara.

—¡No sigas! Tengo un compromiso dentro de quince minutos.

—Trabajaré con rapidez.

—Hablo en serio. —Sin aliento, se levantó de la silla—. Tengo que ir a la peluquería.

Gabe sonrió. En ese momento un mechón sobresalía de la gorra de Kelsey.

—Tu pelo me gusta tal como es.

—Mantente alejado, Slater. Tengo el resto del día comprometido, minuto a minuto, y no dispongo de tiempo para que me persigas alrededor del escritorio.

—Modifica tu agenda.

—Tal vez para ti esto no sea más que una fiesta. —Por ridículo que fuera, se situó detrás del escritorio—. Pero organizarla me ha mantenido cuerda durante toda la semana. He hecho en ella una inversión emocional.

—Yo también. —Apoyó ambas manos sobre el escritorio—. Ven aquí.

—¡Ni lo pienses!

—Tengo algo para ti.

—¡Por favor! —Si hubiera podido dejar de mirarlo habría levantado los ojos al techo.

Él se irguió y alzó una ceja.

—Un regalo. —Sacó del bolsillo una cajita revestida de terciopelo—. ¿Y bien?

—¿Un regalo? —A pesar de su curiosidad, lo miró con recelo—. ¿Es una de tus tretas?

—Ábrelo. Iba a entregártelo después de la carrera, pero me pareció que nos daría más suerte que lo tuvieras antes.

Kelsey rodeó el escritorio para recibir el regalo, luego acercó la boca a la de él para besarlo.

—Gracias.

—Todavía no lo has abierto.

—Pero desde ya te agradezco el detalle.

Cuando abrió la cajita no pudo menos que contener el aliento. El caballo resplandecía sobre el terciopelo negro, tallado en pleno galope, magnífico. El prendedor era de jade color rubí, tan maravillosamente tallado que cuando Kelsey le pasó la yema del dedo creyó palpar los músculos del animal cuyo ojo de diamante brillaba triunfal.

—Es una belleza… Es perfecto. —Lo miró—. Y tú también.

—Eso debía decir yo. —Le rodeó la cintura y la acercó a sí—. De nada —murmuró besándola en la boca.

Naturalmente, se le hizo tarde. Kelsey entró en la peluquería murmurando excusas y disculpándose. Cuando la sesión de manicura empezó, ella no hacía más que mirar la hora.

—Querida, ¿no preferiría que le pusiera uñas postizas?

—No, me las rompería enseguida. —Tenía el pelo envuelto en enormes rulos, la cara cubierta por una crema verde pálido que le convencieron que se dejara poner, y el tiempo se le escapaba de las manos—. Aunque estén cortas, deles forma y póngales un poco de brillo.

—¿No quiere algo más llamativo?

Kelsey miró las uñas largas y pintadas de rojo oscuro de la chica.

—No, prefiero algo sutil.

La mujer meneó la cabeza y metió la mano de Kelsey en un recipiente con agua tibia.

—Usted es Kelsey, ¿verdad? —preguntó sonriente la mujer de la silla vecina—. Soy Janet Gardner. Del criadero Overlook de Kentucky.

—¡Ah, sí, señora Gardner! —Kelsey decidió no decir que no la había reconocido porque tenía la cabellera pelirroja cubierta con una brillante crema azul y la cara totalmente revocada con un estridente maquillaje rosado—. Es un placer volverla a ver.

—Dicen que esto es lo mismo que un lifting sin escalpelo. —Janet rio mientras se golpeaba la máscara rosa con un dedo—. Ya lo veremos. ¿Y la suya?

—Dicen que es relajante. Por lo visto me notaron tensa.

—¿Y quién no se pone tensa antes del Belmont? Cuando volvamos a casa, mi Hank y yo pensamos dormir durante dos semanas. Nos lo hemos prometido.

En ese momento Kelsey recordó a Hank, un hombre con quien había bailado la noche anterior. Tenía las mejillas tostadas por el sol, bigote fino y voz sonora y modulada. Además, se había empeñado en enseñarle a bailar el tango.

—Salude de mi parte a su marido. Es un gran bailarín.

—¡Ah, sí! ¡Mi Hank es así! —Cloqueó Janet—. Todas las mujeres se mueren por dar unas vueltas a la pista con él. Le gusta decir que me casé con él por sus pies.

A petición de la chica que la atendía, Janet se sacó un enorme anillo de esmeraldas.

—Hoy vi a su madre en el hipódromo. Cuesta creer que hemos estado dando vueltas por los hipódromos desde… Bueno, eso sería lo mismo que declarar nuestra edad.

—Así que hace mucho que conoce a Naomi.

—Desde que me casé con el mundo de las carreras de caballos. Por supuesto que ella nació en este ambiente. —Mucho más interesada en los chismes que en la revista de modas que había estado hojeando, Janet la dejó a un lado. Tenía los ojos brillantes de curiosidad—. Y usted también.

—Tardíamente.

—Yo diría más bien que volvió al hipódromo tardíamente. Recuerdo haberla visto allí cuando todavía llevaba pañales.

—¿En serio?

—¡Oh, sí! Naomi estaba más orgullosa de usted que de una pared tapizada de premios. Solíamos llamarla «la purasangre» de Naomi. Pero supongo que eso es algo que usted no recordará.

La purasangre de Naomi. La idea le agradaba y la entristecía al mismo tiempo.

—No, no lo recuerdo.

—En dos oportunidades también me encontré con su padre. ¡Pobre, siempre parecía tan perdido! ¿Era bibliotecario?

—Mi padre es el presidente del departamento de literatura inglesa de la Universidad de Georgetown.

—¡Claro! —balbuceó Janet, sin percibir la frialdad de Kelsey. Introdujo los dedos en el recipiente de agua tibia que le presentó su manicura—. Sabía que tenía algo que ver con libros. Naomi lo adoraba. A todos nos pareció una lástima que las cosas empezaran a ir mal entre ellos. Pero sucede con frecuencia, ¿no es verdad?

—Según las estadísticas, sí.

—Hank y yo somos afortunados. En septiembre cumpliremos veintiocho años de casados.

—Felicidades. —Como no tenía manera de escapar, Kelsey trató de cambiar de tema—. ¿Tienen hijos?

—Tres. Dos varones y una chica. Ahora nuestra Dee-Dee ya está casada y tiene dos hijitas. —De haber tenido una mano libre sin duda habría cogido el bolso para mostrarle las fotos familiares—. Mis hijos me dicen que todavía están buscando esposa. Por supuesto que el menor apenas tiene veinte años. Estudia ingeniería estructural. Le advierto que no tengo la menor idea de qué es eso.

Siguió hablando de sus hijos durante un rato, hasta que Kelsey se adaptó al ritmo y pudo relajarse.

—Pero existe algo especial entre madre e hija, ¿no lo cree? —opinó Janet, volviendo al principio—. Es decir, aún después de tantos años de separación, a usted y Naomi se las ve muy bien juntas. Y en realidad transcurrió tanto tiempo que algunas personas olvidaron que ella tenía una hija, si es que alguna vez lo supieron.

Janet levantó una mano y estudió el barniz color malva.

—Sí, querida, me gusta mucho. —Cuando volvió a fijar su atención en Kelsey, su voz adquirió un tono confidencial—. Espero que no se ofenderá si le digo que todos los que conocimos a Naomi y nos enteramos de la situación en que estaba, deseamos que tuviera un final feliz. Quiero decir que la sola idea de quitarle su hija a una madre parece de lo más antinatural.

Consciente de lo interesadas en el tema que se encontraban las chicas que las atendían, Kelsey consiguió contestar con frialdad.

—Estoy segura de que Naomi les está muy agradecida.

—Pero no ganó nada con eso. Lamento decir que durante ese tiempo de prueba, ella fue su peor enemiga. Siempre pensé que lo que la hizo actuar con tanta temeridad fue el enojo que sentía hacia su marido. Y en esa época el escenario social era un poco más… duro. Pero a pesar de todo, ¡Alee Bradley! —Lanzó una risita—. Naomi debió de saber que no debía flirtear con un hombre así. ¡Oh! —Janet parpadeó, como si acabara de recordar el final que tuvo ese flirteo—. ¡Oh, lo lamento, querida! Este debe de ser un tema incómodo para usted.

La idea de que una muerte y diez años en la cárcel pudieran considerarse un «tema incómodo», en circunstancias diferentes podría haber divertido a Kelsey.

—¿Usted conoció a Alee Bradley?

—¡Oh, claro que sí! En esa época todos lo conocíamos, aunque fuera de nombre. Era buen mozo, como diría hoy mi Dee-Dee. Alto, de cabello castaño, apuesto, con una sonrisa capaz de derretir a cualquier mujer. Y además él lo sabía. Créame que lo sabía y la utilizaba. Hasta llegó a revolotear un poco alrededor de mí… pero Hank puso fin a eso. —Lanzó una risita de adolescente—. Confieso que aunque conocía la fama de Alee, me halagó bastante que se fijara en mí.

—¿Qué fama tenía?

—Bueno, querida… —Se inclinó hacia Kelsey con complicidad—. Su familia apenas lo reconocía como pariente. Tal vez ellos habían sufrido algunos reveses financieros, pero seguían teniendo sangre azul. Y además estaba el escándalo de su primera mujer. —Se acercó aún más a Kelsey, adoptando un aire de cotilleo—. No sé si sabrá que le gustaban las mujeres mayores; mayores y ricas. Todo el mundo sabía que cuando se divorciaron, su primera mujer le concedió una suma muy generosa para mantenerle la boca cerrada. Aunque eso no le sirvió de nada porque todo el mundo sabía que él había estado… sirviendo a las potrancas, diríamos.

—¿Así que era un donjuán?

—¡Ah! ¡El rey de los donjuanes! Y se comentaba que cobraba por sus servicios.

—Él… ¿las mujeres le pagaban para que se acostara con ellas?

Janet lanzó otra risita nerviosa. Sin duda prefería los eufemismos.

—No sé si era una cosa tan directa, pero todo el mundo sabía que podía comprarlo. Como acompañante. Aún en el mundo de las carreras, hay muchas mujeres solteras. Mujeres que nunca se han casado, o divorciadas que entre un marido y otro podían alquilar a Alee para llenar el vacío. Un acompañante apuesto para una fiesta, para ir al hipódromo. Como ya le dije, era encantador. Y tenía tendencia a apostar grandes sumas de dinero. Y las apostaba mal.

Cuando sonrió, se le rajó la máscara facial y pequeñas escamas rosadas cayeron sobre su bata de peluquería, como si fuese caspa de color.

—Pero nadie creyó que entre su madre y Alee hubiera un asunto de dinero. Una mujer como Naomi podía tener a cualquier hombre que quisiera. Y todavía puede. Alee parecía muy entusiasmado con ella, aunque eso no le impidió seguir flirteando con otras. Naomi no estaba dispuesta a tolerar esa clase de tonterías. Tuvieron una discusión muy acalorada y ella lo mandó al infierno.

Esa vez la incomodidad de Janet fue genuina.

—Es decir… quiero decir que…

—¿Esa noche usted estaba allí? —A Kelsey no le interesaban las evasivas ni un repentino ataque de conciencia, así que insistió—: ¿La noche en que él murió?

—Sí, estuve en el club. —Janet se humedeció los labios, algo desconcertada por la pregunta tan directa de Kelsey—. Hank y yo estábamos en Virginia, en viaje de negocios. En el club de campo había una fiesta a la que asistía una serie de personas relacionadas con el mundo de las carreras. Bueno, parece que me han terminado las uñas. —Levantó las manos—. Y hablando de fiestas, estoy segura de que la de esta noche será una maravilla. Ese joven tan buen mozo que la ofrece nos tiene a todas muy admiradas.

—¿Discutieron? —Kelsey ignoró la exclamación de protesta que lanzó la manicura cuando ella levantó una mano y aferró el brazo de Janet—. ¿Esa noche discutieron?

—Sí, querida… —Arrepentida de que su afición por los cotilleos la hubiese metido en esa situación, Janet habló con tono bondadoso—. Después varios de nosotros fuimos interrogados a causa de… las dificultades. Discutieron en voz alta y Naomi le dijo, sin rodeos, que la relación de ambos había terminado. Los dos habían bebido demasiado. Una palabra llevó a otra. Naomi le arrojó a la cara el contenido de su copa de champán y salió. Fue la última vez que la vi en mucho tiempo.

En medio de aquella máscara payasesca, los ojos de Janet se suavizaron.

—Yo le tenía cariño a Naomi. Y todavía se lo tengo. Ese hombre no valía nada, querida. En realidad no valió un segundo del tiempo de Naomi. Creo que el verdadero crimen de ella fue no comprenderlo hasta que fue demasiado tarde.

Durante el resto de la tarde Kelsey luchó por mantener aquella conversación en un segundo plano de su mente. Pero ansiaba analizarla, estudiar cada frase y cada palabra. Establecía una diferencia. De alguna manera el hecho de que Alee Bradley se ofreciese en alquiler modificaba las cosas.

Pero a pesar de que ese dato alteraba el rompecabezas cuyas piezas deseaba colocar en su lugar, en ese momento había demasiadas interferencias que le impedían concentrarse.

Fuera cual fuese su estado de ánimo, no pensaba estropearle el momento a Gabe, ni la felicidad de su madre. Se vistió temprano y dejó a Gabe una nota en la cama en la que le pedía que se reuniera con ella en el salón del hotel a las ocho en punto.

Quería ocuparse de los detalles finales, para sorpresa de la empresa de catering, el florista y el personal del hotel. Todo debía ser perfecto. Finalmente, cuando Kelsey se situó en el centro del salón, comprobó que lo era.

Predominaban el rojo y el blanco, los colores de Longshot. Para honrar las tres joyas de la Triple Corona, las mesas estaban adornadas con elegantes tiestos llenos de claveles, rosas y margaritas. Contra la pared se alineaba una serie de mozos de traje de etiqueta que esperaban ser inspeccionados, mientras los empleados de la empresa de catering terminaban de colmar tres grandes mesas con manjares y delicias.

Pero el quebradero de cabeza más grande para Kelsey había sido la organización de las mesas de juego. Se pondrían en venta dólares de gran tamaño para apostar con ellos y todos los beneficios se destinarían a obras de caridad, pero los detalles habían hecho recorrer la ciudad a Kelsey durante varios días a causa de la burocracia. Pero por fin Naomi había conseguido superar todos los obstáculos.

En ese momento Kelsey contempló las mesas de ruleta, las de blackjack y las de dados, sabiendo que estaba por ofrecerle a Gabe la fiesta del año. Una fiesta que, además, le calzaría como un guante de seda.

Mientras los músicos de la orquesta afinaban los instrumentos, se acercó a una mesa de ruleta e hizo girar la rueda.

—Apuesto al rojo.

Kelsey soltó una carcajada, se volvió y vio a Gabe.

—Has sido puntual.

—Estás maravillosa. —No se le acercó, todavía no. Solo quería mirarla. Llevaba un resplandeciente vestido blanco que le caía desde el pecho hasta los tobillos. A la altura del corazón llevaba el prendedor que él acababa de regalarle. El cabello era un conjunto de rizos sostenidos por clips brillantes y que le caían en cascada sobre los hombros desnudos. En las orejas se había puesto aros largos de diamantes y rubíes—. Eres realmente increíble.

—Son tus colores. —Le tendió las manos—. ¿Qué te parece todo?

—Te aseguro que me sorprendes. —Siguió manteniéndola a distancia mientras recorría el salón con la mirada—. ¿Qué has hecho?

—¿Aparte de enloquecer a todos los comerciantes y funcionarios en setenta kilómetros a la redonda? Te he regalado un casino por una noche, Slater.

—¿Y las ganancias?

—En Washington D. C. hay un asilo para mujeres y chicos maltratados.

Los ojos de Gabe se ensombrecieron y bajó la mirada para clavarla en las manos unidas de ambos.

—Me fascinas, Kelsey.

—Te amo, Gabe.

Conmovido, él se llevó la mano de ella a los labios.

—¿Qué apuesta de ruleta te trajo hasta mí?

—La más afortunada de tu vida. —Bajó la mirada y sonrió al ver dónde se había detenido la bola plateada—. Rojo —murmuró—. Ganas de nuevo. Sabes, Gabe, esto no es solo por ti.

—¿No?

—Pues no. —Se acercó y deslizó los brazos alrededor de su cuello—. Quiero verte trabajar aquí esta noche. Tengo la sensación de que me excitará mucho.

Y lo hizo. Horas después, cuando el salón estaba atestado de gente, las mesas del buffet casi vacías y la pista de baile llena de parejas, Kelsey se acercó a Gabe y estudió su técnica.

Ella creía entender de blackjack. Un sencillo juego de cartas y de lógica en el que uno trataba de acercarse todo lo posible al veintiuno. Si uno se pasaba, perdía. Pero Kelsey no lograba entender el motivo por el que Gabe ganó en una mano en que se plantó en un escaso dieciséis y en la siguiente cuando se plantó con diecisiete.

—No son más que números —le dijo él—. Solo números, querida.

Eso era exactamente lo que ella creía, hasta que lo vio jugar.

—No es posible que puedas recordar todos los números y las combinaciones.

Gabe solo sonrió, golpeó con suavidad sus cartas y le sirvieron un cuatro para completar veintiuno con los diecisiete que ya tenía.

—Aquí tienes —dijo, acercándole un montón de fichas blancas y rojas—. Juega tú un rato.

—Está bien, jugaré. —Ocupó una silla vacía y levantó la mirada cuando Naomi se sentó a su lado.

—Acabo de perder una fortuna a la ruleta. Le daré exactamente diez minutos a este juego antes de insistir en que Moses me saque a bailar. —Se acomodó el pelo dorado detrás de las orejas, luego cruzó las piernas—. ¡Menuda fiesta!

—Tu hija es sorprendente —contestó Gabe.

—Ya lo sé. —Naomi frunció el entrecejo al estudiar sus cartas—. Una —dijo y luego suspiró—. Han acabado conmigo.

—Todo por una buena causa. Perder debería enternecerte. —Kelsey se mordió los labios mientras contemplaba su ocho y su cinco—. Está bien, una más… ¡Otro ocho! ¡He ganado! —Reía mientras recogía sus fichas, cuando notó los ojos entrecerrados de Naomi—. Bueno, ganar también enternece. Baila con mi madre, Gabe, mientras yo veo cuánto de tu dinero logro perder.

—¿Cómo voy a rechazar un ofrecimiento así? —Le tendió una mano a Naomi—. Esta noche estás maravillosa —le dijo cuando empezaron a bailar.

—¿Cómo lo sabes? No has hecho más que mirar a Kelsey.

Por unos instantes, Gabe no contestó.

—No tengo respuesta para eso.

Ella apartó la cabeza y lo estudió.

—Me habrías desilusionado si la tuvieras. Me gusta observar en su cara lo que ella siente por ti. Y sé lo que sientes por ella porque pierdes el compás de la música. En una forma muy extraña los dos encajáis muy bien.

—Pero tú estás preocupada.

—No por lo que hay entre vosotros, sino por todo lo demás. —Miró la mesa donde jugaba Kelsey—. Ya sé que ella trata de ignorar lo sucedido la otra noche, pero yo estoy aterrorizada.

La expresión de Gabe era engañosamente fría.

—Nunca debió haber sucedido. Yo debí estar con ella.

—No, nunca debió suceder —convino Naomi, que seguía mirando a su hija—. Creo que en tanto este asunto se solucione debería volver a vivir en Three Willows… o mejor aún en la casa de su padre.

Gabe había pensado en lo mismo, pero oírlo no le facilitaba la decisión.

—Aun en el caso de que ella aceptara hacerlo, no sabemos cuánto tardará todo esto en solucionarse.

—¿Todo esto?

Gabe se maldijo. Otro paso en falso. Por lo que Naomi sabía, solo existía el problema de los caballos.

—Me refiero a quién pudo burlar mis medidas de seguridad y qué se proponía hacer. Por otra parte, tal vez el asunto termine mañana, después de la carrera.

—Eso espero. No podría soportar que le sucediera nada, Gabe. Odio pensar que haya sido tocada por la sordidez que Milicent siempre atribuyó a la gente que se dedica a los caballos de carrera. —Sacudió la cabeza y le brillaron los ojos—. Pero no es así en todos los casos. Nosotros no somos así. Pero cuando sucede, es lo único que la gente recuerda.

—¿Te preocupa la opinión de Milicent?

—¡Diablos, no! —Recuperó su expresión desafiante—. Pero no estoy dispuesta a permitir que tenga razón. Y tampoco permitiré que vuelva a manchar mi honor. Así que quiero que esto termine de una vez. Por Kelsey, por ti y por mí.

Cuando Kelsey despertó, la habitación estaba fresca y oscura. Se desperezó mientras recordaba escenas de la noche anterior. Color, luces, voces, música, el girar de la ruleta, la caída de los dados. Había perdido la mitad de las ganancias conseguidas por Gabe jugando a las cartas, pero él duplicó esa suma jugando a los dados.

Sin embargo, lo que más recordaba era el aspecto de Gabe: fascinante y cautivador en su ropa de etiqueta, con sus ojos azules clavados en el girar de la ruleta, en la caída de las cartas. Y que luego, de repente, se clavaba en ella y le quitaba el aliento.

Cuando por fin estuvieron solos, cuando dejaron atrás la noche, el ruido y la multitud, Gabe la tendió en la cama. Y la acarició sabiamente, despertando deseos cada vez más apremiantes. Le había hecho ciertas cosas que Kelsey jamás supuso que permitiría y mucho menos que pediría…

Y en ese momento, al despertar, sentía su cuerpo suave y tierno, magullado y amado. Con los ojos cerrados, tanteó las sábanas con una mano, buscándolo. Todavía adormilada, se obligó a sentarse y de pronto comprobó que estaba sola.

Se levantó, todavía medio dormida y, mientras se ataba el cinturón de la bata, se dirigió a la sala de la suite.

Hizo una mueca cuando la cegó la luz que entraba por los ventanales. Se protegió los ojos y apoyó una mano en el picaporte.

—¡Dios! ¿Qué hora será?

—Poco más de las diez. —Naomi se sirvió una taza de café en una taza de la bandeja que el camarero había llevado—. Te has levantado justo a tiempo, Kelsey. Acaba de llegar el desayuno.

—¿Desayuno? ¿Las diez? —Apartó la mano con que se cubría los ojos—. ¿Dónde está Gabe?

—En el hipódromo, desde el amanecer.

—Pero… —Ya del todo despierta, dejó caer la mano—. ¡Maldito embustero! Me prometió que esta mañana, sobre todo esta mañana, no se iría sin mí.

—Mmm. —Naomi sirvió una taza de café para su hija—. Según él, cuando trató de despertarte le dijiste que se largara y te dejara en paz.

—¡No es verdad! —Bebió un sorbo de café—. ¿Lo habré dicho? Lo más probable es que sea un invento de Gabe.

—Posiblemente prefirió que descansaras un poco.

—Gabe es mi amante, no mi niñera —repuso, y al punto se ruborizó. Por inusual que fuera la relación entre ellas, Naomi seguía siendo su madre. Se aclaró la garganta y se sentó—. ¿Qué estás haciendo aquí? Supuse que estarías en el hipódromo.

—Para nosotros no es una carrera importante. Dos kilómetros. —Se encogió de hombros mientras untaba de mermelada una tostada—. Solo queremos que High Water mantenga su lugar en el ránking. Y supongo que es posible que tengamos suerte, considerando que el potrillo de Arkansas se accidentó.

—¿Se accidentó? ¿Qué sucedió?

—Quedó cojo durante el entrenamiento de ayer. Un esguince en una pata. Había olvidado contártelo.

Casi ofendida, Kelsey mordió un trozo de beicon.

—Me siento la convidada de piedra. Una persona que ha quedado fuera y mira por la ventana mientras el resto de invitados comen el pastel.

—Lo siento, querida. Tendrás que soportar que estemos todos preocupados por ti y queramos protegerte. Cuando pienso en lo que podía haberte sucedido… —Suspiró y untó otra tostada—. Está bien, no hablaremos de eso. Conozco muy bien esa expresión por haberla visto muchas veces en el espejo.

—No iba a decirte que te callaras —repuso Kelsey sonriente—. Solo pedirte que no te preocuparas.

—Es lo normal, hasta para una madre tardía como yo. Así que termina tu desayuno. He recibido instrucciones de encargarme de que lo hagas.

—¡Gabe otra vez!

—Supongo que sabes que está enamorado de ti.

—Sí, lo sé.

—¿Sabes que lo has hechizado?

Kelsey sonrió.

—¿Lo crees?

Naomi soltó una carcajada.

—¿No es emocionante y aterrorizante que un hombre sienta eso por ti?

—Sí. Y es doblemente emocionante y aterrorizante cuando tú sientes lo mismo por él. Ya sé que puede parecer precipitado que haya iniciado una relación tan estrecha poco tiempo después de mi divorcio, pero…

—Kelsey, no solo no estoy en condiciones de criticarte, sino que debo señalar que hace dos años que tú y tu marido estáis separados.

—Ya, pero… —Kelsey meneó la cabeza—. Yo misma pienso que no está bien pero siento que lo está. —Jugueteó con la comida, con la esperanza de no haber elegido un mal momento—. Cuando te separaste de papá, ¿todavía lo amabas? Lo siento. —La miró—. Ayer alguien me dijo algo que me hizo pensar. Si prefieres no contestar, te comprenderé.

—Ya te dije una vez que trataría de contestar todas tus preguntas. —Pero esa era difícil. Se clavaba en una vieja herida de su corazón, una herida casi olvidada—. Sí, todavía lo amaba. Lo quise durante mucho tiempo, cuando ya era ridículo que lo siguiera amando. Y justamente porque lo quería, estaba furiosa con él y conmigo misma, y decidida a demostrar que no tenía importancia.

—¿Fue por eso que…?

—¿Que me sumergí en una vida licenciosa? —preguntó Naomi—. ¿Que disfruté avivando los chismes acerca de mí y de otros hombres? ¿Que provoqué pequeños escándalos? Sí, por lo menos en parte. No estaba dispuesta a admitir mi fracaso. Quería hacer sufrir a Philip, conseguir que no durmiera pensando que yo estaba disfrutando de mi libertad. Y como sin duda lo conseguí, él fue alejándose más y más, hasta que lo que yo más quería en el mundo se convirtió en un imposible.

—¿Querías recuperarlo?

—Desesperadamente. Era tan vanidosa que creí poder conservarlo según mis condiciones.

—¿Y Alee Bradley? —Notó que Naomi se retraía y se obligó a proseguir—. ¿Fue uno de los que usaste para hacer sufrir a papá?

Naomi dejó la taza de café.

—Fue una especie de manotón de ahogado. Un hombre con un pedigrí tan refinado como el de Philip, pero con bastante mala fama.

Kelsey sintió un nudo en el estómago. Tenía que saber, y para saber, era necesario que preguntara.

—¿Lo contrataste?

La expresión de incomodidad de Naomi desapareció.

—¿Contratarlo? —repitió, sin comprender.

—He oído comentar que él… alquilaba algunas de sus habilidades. —Bebió un sorbo de café—. Por decirlo de alguna manera.

La última reacción que Kelsey esperaba de su madre era la risa. Pero fue lo que recibió: una gran carcajada.

—¡Vaya idea! ¿Cómo se te ocurre? Lo último que quería de Alee era que me sirviera de semental. —De repente se puso seria.

—Lo siento, fue una pregunta tonta. No quise dar a entender eso. Pensaba más en exhibiciones públicas que en privadas.

—No, no lo contraté. Aunque un par de veces le presté dinero. Él siempre estaba entre un negocio y otro, ¿sabes? —agregó con sequedad—. Siempre en algún problema financiero. Tal vez sea vanidosa, pero creo recordar que Alee me cortejó. Y no voy a decirte que lo evadí —admitió mientras cogía una manzana—. Quería que me prestaran atención. Lo necesitaba y Alee era encantador. Era capaz de hacerte sentir que eras la única persona en el mundo. Sin duda yo tenía plena conciencia de su fama, y supongo que eso aumentaba su encanto. El hecho de que estuviera conmigo, cortejándome, tratando de conquistarme porque no lo podía evitar, fortaleció mi autoestima. Finalmente, no quiso o no pudo aceptar que yo no quería ser conquistada. Y eso fue lo que lo mató.

—Pero la violación no es solo una cuestión de sexo.

—Es cierto. —En determinado momento había pensado que lo era, porque le resultaba más fácil—. Quería herirme. Humillarme. En realidad, nunca he podido comprender por qué estaba tan desesperado esa noche. En sus ojos no había pasión ni lujuria. Creo que habría podido luchar contra la pasión y la lujuria, y salir vencedora. Pero fue la expresión desesperada de sus ojos lo que me hizo coger el arma. —Naomi se estremeció y respiró hondo—. Eso es algo que había olvidado.

—Lamento haberlo removido. —Kelsey se dijo que pensaría en todo eso más tarde y cubrió con las suyas la mano de Naomi—. Olvídalo. Las dos debemos olvidarlo. Hoy es un día para mirar hacia el futuro. ¿Por qué no vienes a ver el vestido que me compré para la carrera? Si no me lo pongo pronto, nos perderemos la salida.