10

La muerte no podía interferir con la rutina del criadero de purasangres. Ni la muerte de un caballo ni la de un hombre. El amanecer todavía era la hora que señalaba el principio de los entrenamientos. Había carreras que correr, patas que vendar, animales que cepillar y atender. Tal vez las conversaciones que se mantenían en el corral y las caballerizas giraran en torno a la muerte del viejo Mick, pero el ritmo de trabajo no disminuía. No podía disminuir.

Había un potrillo con un eccema, una potranca de un año que todavía se resistía a que la montaran, y otro potrillo que iba a competir en su primera carrera. Los lamentos y los comentarios se hacían mientras se llenaban comederos y se ejercitaban caballos.

—Tal vez ahora que lo hemos enfriado usted quiera encargarse de vendar a Pride, señorita Kelsey. —Aunque tenía ojeras y la cara contraída, Boggs estaba trabajando. Ofreció las riendas a Kelsey—. Siempre parece más feliz cuando lo hace usted.

—Está bien, Boggs. —Cubrió la mano nudosa de él con la suya—. ¿Puedo hacer algo por usted?

La mirada del hombre pasó sobre ella y pareció enfocarse en la lejanía.

—No se puede hacer nada, señorita Kelsey. Solo que no me parece justo, eso es todo. No me parece justo.

Ella no podía volverse y dejarlo allí.

—¿Le importaría acompañarme? Yo todavía me pongo nerviosa cuando tengo que atender al próximo ganador del derbi.

Ambos sabían que se trataba de una excusa, pero Boggs asintió y la siguió. Llovía de nuevo, con la misma llovizna persistente de la tarde anterior. A pesar de que eran casi las diez, la niebla aún no se levantaba. Dentro de la caballeriza, los peones estaban ocupados con la limpieza, de manera que había olor a bosta, paja y barro.

Al pasar por el box de Queenie, Kelsey se detuvo y le entregó a Boggs las riendas del potrillo.

—Solo tardaré un minuto.

Sacó una zanahoria del bolsillo posterior del pantalón y se la ofreció a la yegua mientras le acariciaba las orejas suaves.

—Ahí tienes, cariño. No creíste que me olvidaría, ¿verdad? —La yegua mordisqueó la zanahoria y luego el hombro de Kelsey y curvó el cogote como respuesta a la caricia. A pesar de ser consciente del interés que demostraba Boggs por la escena, Kelsey completó lo que se había convertido en un rito diario, besando la mejilla de Queenie.

—Ya sé, he leído bastante sobre el exceso de cariño que las mujeres tienen por los caballos. —Después de una última palmada, se volvió hacia Boggs y el potrillo—. Tal vez esté exagerando, pero he visto a más de un mozo de cuadra acariciar un caballo.

—Su abuelo quería mucho a esa yegua. —Boggs condujo a Pride a su box, donde Kelsey ya había retirado la paja de la noche anterior, reemplazándola por paja limpia para el día—. Le llevaba terrones de azúcar todos los días. Todos simulábamos no darnos cuenta.

—¿Cómo era mi abuelo, Boggs?

—Un buen hombre, un hombre justo. Tenía genio y podía enfurecerse con la velocidad de un relámpago. —Mientras hablaba revisó el box con la mirada, notando que Kelsey ya se había encargado de poner agua limpia y pienso. Por lo general era un trabajo que le correspondía a él, pero lo compartían ahora que también compartían el cuidado del potrillo—. No toleraba la pereza, pero si uno cumplía con su trabajo, pagaba bien y puntualmente. Lo he visto permanecer toda la noche despierto con un caballo enfermo y despedir a un hombre por no haber cuidado a un animal como correspondía.

Kelsey se puso en cuclillas para recorrer con la mano las patas de Pride en busca de hinchazones o lastimaduras. Boggs ya había lavado sus vendas colgándolas a secar con las pinzas de ropa que siempre llevaba prendidas a los pantalones.

—No debe haber sido fácil trabajar para un hombre así. —Satisfecha, secó con paja la humedad que la lluvia había dejado en la piel del potrillo.

—No cuando uno no cumplía con el trabajo para el que lo habían contratado. —Miró cómo Kelsey cogía un cepillo—. Usted tiene el toque necesario, señorita Kelsey —comentó.

—Tengo la sensación de haber estado haciendo esto toda la vida. —Tranquilizó al potrillo con palabras y con sonidos mientras lo cepillaba. Como en el caso de muchos aristócratas, aquel potro era temperamental—. Esta mañana está un poco nervioso.

—Yo diría que está alerta. Ya está pensando en la carrera.

Kelsey siguió cepillando el lomo, la panza y las patas del potrillo.

—Me comentaron que ayer corrió bien. —Dejó el cepillo y tomó una rasqueta—. Supongo que es una barbaridad seguir pensando en carreras y en marcas después de lo que sucedió ayer.

—No queda otra salida.

—Hacía mucho que ustedes eran amigos.

—Alrededor de cuarenta años. —Boggs sacó una lata de tabaco y cogió un puñado—. Cuando yo llegué, él ya hacía tiempo que estaba aquí.

—Yo nunca he perdido a un ser querido. —Después de decirlo, Kelsey pensó en Naomi, pero era imposible recordar el dolor que pudo haber sentido a los tres años—. No quiero decir que imagino lo que debe estar sintiendo, pero si quisiera unos días de licencia, Naomi se los concedería.

—Este es el lugar del mundo donde más me gusta estar. Ese policía parecía competente. Averiguará lo que le sucedió a Mick.

Kelsey cogió una esponja y limpió los ojos del potrillo. Le gustaba la forma en que el animal la miraba mientras ella lo atendía, su manera de reconocerla y la relación de confianza que había empezado a establecerse entre ellos.

—¿El teniente Rossi? A mí no me gustó. No sé por qué.

—Bueno, porque tiene sangre fría. Pero la sangre fría significa que pensará y seguirá pensando paso a paso hasta llegar a la solución.

Kelsey dejó la esponja y tomó el cepillo grueso. Recordó la expresión que había visto el día anterior en los ojos de Gabe. Decidió que era una necesidad de venganza, y ella comprendía demasiado bien ese sentimiento.

—¿Y eso será suficiente para usted, Boggs?

—Tendrá que serlo.

—¡Hola! ¡Estabas aquí! —Channing se apoyó contra la puerta del box. Observó un momento las manos seguras de su hermana, los músculos que se le fortalecían en los hombros—. Te mueves como si supieras lo que estás haciendo.

—Sé lo que estoy haciendo. —Y eso era algo que nunca dejaba de fascinarla—. Te eché en falta durante el desayuno.

—Me quedé dormido. —Esbozó una sonrisa encantadora—. Mi reloj corporal no está acostumbrado a desayunar a las cinco de la madrugada. Por cierto, Matt acaba de pasar por aquí. Lo voy a acompañar a hacer un par de visitas profesionales. A caballerizas y otros lugares.

—Que te diviertas.

Él vaciló.

—¿Estás bien?

—¡Por supuesto que estoy bien!

—Volveré en un par de horas. ¡Ah! Moses dijo que si te veía te dijera que te necesita para que ejercites un caballo.

—¡Negrero! —murmuró Kelsey—. Iré en cuanto termine aquí.

No tenía tiempo para cavilar. La limpieza completa de un caballo le tomaba una hora a un mozo de cuadra experto, y a Kelsey un cuarto de hora más. Después llegaba la hora de la comida del mediodía. Había que mezclar avena, afrecho y nueces que antes había que pesar. Después se agregaba a la mezcla una cucharada de sal, un suplemento vitamínico y electrólitos. Y como Pride no solía tener demasiado apetito le agregaba melaza para endulzar la mezcla.

Más tarde le llevaba una manzana. No solo para malcriarlo, pensaba Kelsey. Moses le había explicado que los caballos necesitaban que se les agregaran cosas suculentas a la comida. A Pride le gustaban más las manzanas que las zanahorias. Y tenía debilidad por la variedad Granny Smith.

—Ahora estás listo —murmuró Kelsey al verlo comenzar a comer su almuerzo—. Y debes comerlo todo, ¿me oyes?

Él siguió masticando mientras la miraba.

—Te vamos a exigir mucho, cariño. Pero te gustará estar en el círculo de los ganadores, cubierto por una manta de rosas rojas.

Pride lanzó un resoplido y Kelsey supuso que era el equivalente equino a un encogimiento de hombros. Ella emitió una risita y le hizo una última caricia.

—No me engañas, muchacho. Tú lo deseas tanto como yo.

Y salió del box para ocuparse del resto del trabajo de la jornada.

Dudaba que Moses tuviera intenciones sádicas cuando la hacía trabajar como una posesa durante toda la mañana, pero el resultado era el mismo. A las tres de la tarde le dolían los músculos, estaba cubierta de lodo y su cuerpo le pedía comida.

Después de limpiarse a fondo las botas, entró en la casa por la cocina y se dirigió a la nevera. Con un gritito de satisfacción, se abalanzó sobre una fuente de pollo frito.

Estaba en ello cuando entró Gertie.

—¡Señorita Kelsey! —Espantada al ver a su niñita recostada contra la mesa con unos tejanos perdidos, Gertie abrió la alacena en busca de un plato—. ¡Esa no es forma de comer!

—Pero da buen resultado —contestó Kelsey con la boca llena—. Este es el mejor pollo que he comido en mi vida.

—Siéntese a la mesa. Le serviré una comida como Dios manda.

—No, en serio. —A veces los buenos modales simplemente sobraban. Kelsey volvió a morder un trozo de pollo—. Estoy demasiado sucia para sentarme en alguna parte, y demasiado hambrienta para lavarme primero. Mira, Gertie, he seguido tres cursos de cocina, pero sería incapaz de cocinar un pollo como este.

Gertie se ruborizó, encantada, y le quitó importancia con un gesto de la mano.

—¡Por supuesto que podría! Esa es una receta de mi madre. Algún día se la enseñaré. Y no se burle de mí. —Colorada como un tomate, le sirvió un vaso de leche—. Es igual a su hermano. ¡Se diría que ese chico no ha comido una buena comida casera en toda su vida!

—Ha estado aquí zalamereando, ¿no es cierto?

—Me gustan los chicos con buen apetito.

—Eso es algo que le sobra. —«¿Y también me sobrará a mí?», pensó mientras se debatía ante la posibilidad de comer otro pedazo de pollo—. ¿Naomi está aquí?

—Ha tenido que salir.

—Ya. —«Así que estamos solas», pensó Kelsey. Tal vez sería el momento de hacer algunas preguntas—. Me he estado preguntando sobre esa noche, Gertie. Sobre Alee Bradley.

Gertie frunció el entrecejo.

—Eso ya es pasado.

—Tú seguramente no estabas aquí —insistió Kelsey.

—No. —Gertie cogió un trapo y comenzó a limpiar la cocina ya inmaculada—. Y me he maldecido por ello todos los días de mi vida. Allí estábamos, mamá y yo en el cine y luego en una pizzería, mientras la señorita Naomi se enfrentaba sola con ese hombre.

—Que a ti no te gustaba.

—Hummm. —Con expresión de desdén, golpeó el trapo contra la cocina—. Era un hombre sofisticado, demasiado sofisticado. La señorita Naomi no tenía nada que hacer con un hombre así.

—¿Y por qué crees que… salía con él?

—Supongo que tendría sus motivos. La señorita Naomi es muy cabezota. Y supongo que estaba obcecada por su separación del señor Philip. Además estaba triste por haber perdido un caballo en el hipódromo. El animal se quebró una pata y tuvieron que pegarle un tiro. Eso a ella le costó mucho. Fue más o menos en esa época que empezó a ver a ese hombre. —El tono de desdén de Gertie era inequívoco. Siempre se había negado a llamar a Alee Bradley por su nombre—. Era buen mozo. Pero buen mozo y nada más —siguió—. Le diré cuál fue el crimen, señorita Kelsey: el crimen fue meter a esa criatura en la cárcel por haber hecho lo que no tuvo más remedio que hacer.

—¿Lo hizo para protegerse?

—Eso fue lo que dijo ella, y por tanto eso fue lo que ocurrió —dijo Gertie con absoluta convicción—. La señorita Naomi es incapaz de mentir. Si su padre o yo hubiéramos estado esa noche en la casa, eso no habría sucedido. Ese hombre nunca se habría atrevido a ponerle una mano encima. Y a ella no le habría hecho falta un arma.

Gertie suspiró, llevó la bayeta al fregadero y la enjuagó a conciencia.

—Me ponía nerviosa saber que ella guardaba el arma en el cajón de la mesilla de noche. Pero me alegro de que esa noche la hubiera tenido. Un hombre no tiene ningún derecho a forzar a una mujer. Ningún derecho.

—No —coincidió Kelsey—. Ningún derecho.

—Todavía la guarda allí.

—¿Qué? ¿Naomi todavía tiene un arma en la mesilla de noche?

—Supongo que no es la misma, pero es parecida. Era de su padre. La ley dice que ahora ella no puede poseer un arma, pero de todos modos la tiene. Dice que le trae recuerdos. Y yo digo ¿para qué le hace falta recordar esa época? Pero ella insiste en que hay cosas que uno nunca debe olvidar.

—Sí, supongo que tiene razón —dijo Kelsey hablando con lentitud. Pero no estaba segura de poder dormir en paz conociendo la existencia de ese arma.

—Tal vez no me corresponda decirlo, pero lo diré de todas maneras. —Gertie arrancó un trozo de papel de cocina para sonarse la nariz—. Usted era el sol y la luna para ella, señorita Kelsey. El hecho de que haya vuelto le ha cambiado la vida. No hay manera de recuperar lo que se ha perdido, de echarse atrás en lo que uno ya ha hecho, pero las viejas heridas todavía pueden cicatrizar. Y eso es lo que usted está haciendo.

«¿Será así?», se preguntó Kelsey. Todavía estaba lejos de conocer con seguridad sus propias motivaciones y sentimientos.

—Para ella es una suerte tenerla a usted, Gertie —murmuró—. Es una suerte tener a alguien que piense tanto en uno. —Como no quería hacer sollozar a Gertie, agregó con tono más ligero—: Y muchísima más suerte si además ese alguien cocina tan bien como usted.

—¡Oh, vamos! —Gertie hizo un gesto con la mano y luego se la pasó por los ojos—. Yo hago una cocina sencilla, eso es todo. Y usted todavía no ha terminado ese último trozo de pollo. Tiene que cubrir sus huesos con un poco más de carne.

Justo en el momento en que Kelsey meneaba la cabeza, sonó el timbre de la puerta de la calle.

—Deja, Gertie, yo abriré. Porque si no me comeré todo lo que queda, con fuente incluida.

Cogió el vaso de leche. Pasó frente a un espejo y alzó los ojos al cielo. Tenía la cara cubierta de tierra. La gorra que se había sacado al entrar a la casa no impidió que el pelo se le enredara. Mientras se pasaba por la cara la manga de la camisa manchada de bosta, rogó que la visita, fuese quien fuese, tuviera relación con los caballos.

Pero no fue así.

—¡Abuela! —La sorpresa de Kelsey se mezcló con mortificación al ver la expresión de disgusto que le producía a su abuela—. ¡Qué sorpresa!

—En el nombre de Dios, ¿qué has estado haciendo?

—Pues trabajando. —Kelsey vio fuera el inmaculado Lincoln, con el estoico chófer al volante—. ¿Has salido a dar un paseo?

—He venido a hablar contigo. —Con el mentón muy erguido, Milicent entró en la casa con la misma dignidad que Kelsey imaginaba a los aristócratas franceses en el momento de enfrentarse con la guillotina—. Consideré que esto era demasiado importante para que lo conversáramos por teléfono. Créeme que no me resulta nada agradable entrar en esta casa.

—Te creo. Pasa y siéntate, por favor. —Afortunadamente Naomi había salido. Eso era algo que Kelsey agradecía al destino—. ¿Puedo ofrecerte algo? ¿Café, té?

—No quiero absolutamente nada que provenga de esta casa —afirmó Milicent sentándose tan rígida que su vestido almidonado crujió, aunque ni aun así se arrugó. Se negó a satisfacer su curiosidad mirando la habitación y clavó la vista en su nieta—. ¿Es así como pasas tu tiempo? Estás tan sucia como un peón.

—Acabo de entrar. No sé si habrás notado que está lloviendo.

—¡No me hables con ese tono! Es inexcusable que malgastes así tus talentos y tu educación. Y peor aún, que crees problemas familiares con tal de vivir tu pequeño drama.

—Abuela, ya hemos hablado de esto. —Depositó el vaso de leche sobre una mesita y se acercó a la chimenea para atizar el fuego. No sabía si a causa de la lluvia o por la visita, pero la habitación de repente le parecía gélida—. Soy plenamente consciente de tus sentimientos y tus opiniones. No puedo creer que hayas viajado hasta aquí para repetírmelos.

—Tus deseos y los míos raras veces han coincidido, Kelsey.

—Es verdad. —Con aire pensativo, Kelsey volvió a poner el atizador en su sitio y se volvió hacia su abuela—. Supongo que no hemos coincidido demasiado.

—Pero en este caso no puedo creer que actúes como lo estás haciendo. Esta mañana tu nombre sale en los periódicos. Y en relación con un asesinato cometido en el hipódromo.

«¡Con qué rapidez viajan las noticias!», pensó Kelsey. Esa mañana, antes de que los periódicos llegaran a la casa, ella ya estaba en los establos.

—No lo sabía. De lo contrario, te aseguro que habría telefoneado a papá para tranquilizarlo. Yo estuve allí, abuela. La víctima era un mozo de cuadra del criadero vecino. Mi participación en el hecho fue completamente accidental.

—El problema, Kelsey, es que hayas estado allí, en un hipódromo, relacionándote con la clase de gente que atraen los hipódromos.

Kelsey ladeó la cabeza.

—Me atraen a mí.

—Te estás comportando como una niña majadera. —Milicent apretó los labios—. Espero más de ti. Espero que pienses en tu familia.

—¿Y qué tiene que ver con mi familia la muerte de ese pobre hombre?

—Tu nombre estaba ligado al de Naomi. Y su nombre, en conexión con un asesinato, remueve antiguos escándalos. No debería ser necesario que le explicara todo esto a una mujer de tu inteligencia. Kelsey, ¿quieres que tu padre sufra aún más a causa de esto?

—¡Por supuesto que no! ¿Por qué va a sufrir? Abuela, un anciano fue brutalmente asesinado. Por pura coincidencia yo estaba entre quienes lo encontraron. Como es natural, tuve que hacer una declaración ante la policía, pero todo termina ahí. Ni siquiera lo conocía. Y en lo que respecta a papá, él no tiene nada que ver con todo esto.

—Las manchas nunca se limpian del todo. Este mundo no es el nuestro, Kelsey. Se nos advirtió lo que deberíamos esperar, la clase de gente con la que te relacionarías. Ahora ha sucedido lo peor. Y como tu padre es demasiado débil para adoptar una postura firme, me toca hacerlo a mí. Insisto en que hagas las maletas y vuelvas hoy mismo a casa conmigo.

—¡Nada cambia bajo el sol! —Naomi estaba de pie en la puerta, pálida como el mármol. Su traje gris acentuaba la fragilidad de su cuerpo, pero cuando se adelantó se la veía tan elegante y poderosa como una de sus yeguas purasangre—. Creo que una vez te escuché decirle algo igual a Philip.

El rostro de Milicent se endureció.

—He venido a hablar con mi nieta. No me interesa hacerlo contigo.

—Pero ahora estás en mi casa, Milicent. —Naomi dejó el bolso y se sentó con elegancia—. Sin duda eres libre de decirle a Kelsey lo que quieras, pero no conseguirás que me vaya. Esos días son cosa del pasado.

—Veo que la cárcel no te enseñó mucho.

—¡Ah! Ni siquiera puedes imaginar todo lo que me enseñó. —En ese momento se sentía inundada por la frialdad, por una total falta de sentimientos. Eso la alegraba. Nunca había estado segura de la forma en que reaccionaría si volvía a tener que enfrentarse a Milicent.

—Eres la misma de siempre. Calculadora, taimada, carente de principios. Ahora quieres utilizar a la hija de Philip para satisfacer tus propios fines.

—Kelsey es una mujer con personalidad. Si crees que se la puede usar, quiere decir que no la conoces bien.

—¡Por supuesto que no se me puede usar! —exclamó Kelsey, interponiéndose entre ellas para decir lo que pensaba—. Y no quiero que ninguna de vosotras hable de mí. No soy un peón en la partida de ninguna de vosotras. He venido porque quería, y me quedaré hasta que decida irme. Tú no puedes ordenarme que haga el equipaje, abuela, como si fuese una niña o una sirvienta.

Milicent enrojeció de rabia.

—Puedo insistir en que hagas lo que corresponde por el bien de la familia.

—Solo puedes pedirme que piense en lo mejor para la familia. Y lo haré.

—La tienes dominada —dijo Milicent mientras se ponía de pie, mirando fijo a Naomi—. Has utilizado sus sentimientos y su comprensión para atraerla. ¿Le has hablado de tus amantes, Naomi, de tus borracheras crónicas, de tu total desinterés por tu matrimonio, tu marido y tu hija? ¿Le has dicho que te propusiste arruinar a mi hijo, pero que solo lograste destruirte a ti misma?

—¡Basta! —Kelsey retrocedió sin darse cuenta de que con ese gesto tomaba una decidida actitud en defensa de Naomi—. Las preguntas que yo tenga que hacer y las respuestas que reciba no te incumben a ti. Yo juzgaré por mí misma, abuela.

Milicent luchó por mantener el tipo. Su corazón le palpitaba excitadamente. Ella también tomaría sus propias decisiones.

—Si te quedas aquí, me obligarás a tomar medidas. No me quedará otro remedio que modificar mi testamento y hacer todo lo que esté en mi mano para revocar el fondo fiduciario que te legó tu abuelo.

En los ojos de Kelsey no apareció una expresión de miedo sino de pena.

—Abuela, ¿crees que el dinero me importa tanto? ¿Me consideras tan mezquina?

—Considera las consecuencias, Kelsey. —Milicent tomó su bolso, convencida de que su amenaza haría entrar en razones a la chica.

—¡Oye, Kels! ¿A que no sabes lo que…? —Channing se detuvo de una manera casi cómica a dos pasos de Milicent—. Abuela… ¿qué haces tú aquí?

Enfurecida, Milicent se volvió hacia Naomi.

—¿Así que también lo tienes a él? ¡Primero la hija de Philip y luego al muchacho a quien él considera su hijo!

—Abuela, yo solo…

—¡Cállate! —ordenó Milicent—. Ya pagaste una vez, Naomi. Y juro por Dios que volverás a pagar.

Cuando Milicent salió, Channing dejó caer los hombros.

—Una escena muy desagradable.

—Y una de las más pintorescas que puedas imaginar. —Extenuada, Kelsey se pasó una mano por la cara—. Channing, supongo que has llamado a Candace y le has dicho que estabas aquí, ¿no es así?

—Sí, la llamé. —Se metió las manos en los bolsillos y volvió a sacarlas—. Pero solo le dije que estaba bien instalado. Creí que así evitaría complicaciones. —Suspiró mientras Kelsey seguía mirándolo fijo—. Supongo que será mejor que telefonee y le explique todo antes de que la situación empeore.

Kelsey meneó la cabeza mientras miraba a Channing subir la escalera.

—Channing tiene la costumbre de ocultar trozos importantes de información —dijo, y miró a su madre—. ¿Quieres una copa?

Naomi consiguió sonreír y se reclinó contra el almohadón del sillón.

—¿Por qué no? Dos dedos de whisky ayudarán a quitarme el sabor amargo de la boca.

—Lo intentaremos. —Kelsey se acercó al aparador y sirvió dos vasos—. Lamento lo sucedido.

—Yo también. El dinero puede no ser importante para ti, pero se trata de tu herencia. No quiero ser la causa de que la pierdas.

Kelsey pasó un dedo sobre uno de los caballos de cristal de Naomi.

—No sé si podrá bloquear mi fondo fiduciario. Y si pudiera hacerlo, bueno, hasta el día de hoy no he malgastado precisamente los intereses. —Se encogió de hombros y le entregó un vaso a Naomi—. Yo tampoco tengo ganas de perder lo que me dejó mi abuelo, pero demonios si permitiré que ella me chantajee con dinero. ¡Salud! —dijo, entrechocando su vaso con el de Naomi.

—¿Salud? —Sacudió la cabeza y se echó a reír a carcajadas. Cerró los ojos e intentó relajarse—. ¡Dios mío, qué día!

Había pasado las últimas dos horas con sus abogados, estudiando la manera de conciliar sus propios deseos con los que su padre establecía en su testamento. «Y ahora —pensó—, si Milicent consigue cumplir su amenaza de cortarle los víveres a Kelsey, tendré que hacer otras modificaciones».

Volvió a abrir los ojos y bebió un sorbo de whisky.

—Me sentí muy orgullosa por el modo en que defendiste tu libertad.

—Yo también me sentí orgullosa de ti. Cuando te vi en la puerta parecías fría y mortífera.

—Milicent siempre me ha provocado eso. No todo lo que dijo fue mentira. Es cierto que cometí errores, Kelsey, errores muy graves.

Kelsey hacía girar el vaso entre sus manos.

—¿Querías a papá cuando te casaste con él?

—Sí. ¡Desde luego que sí! —Por un instante los ojos de Naomi se suavizaron—. ¡Era tan tímido y tan inteligente! ¡Y tan sensual!

Kelsey ahogó una carcajada.

—¿Papá, sensual?

—¡Aquellas chaquetas de tweed que usaba! ¡Aquella mirada soñadora y poética! ¡Aquella voz tranquila y paciente que recitaba a Byron! ¡Aquella bondad infinita!

—¿Y cuándo dejaste de quererlo?

—No se trata de que haya dejado de quererlo. —Naomi dejó su vaso de whisky a medio beber—. Yo no era ni tan paciente ni tan buena. Y soñábamos con cosas distintas. Cuando las cosas se pusieron mal, no fui lo bastante inteligente para hacer concesiones. Ese fue uno de mis errores. Creí poder retenerlo demostrándole que no lo necesitaba. Pero solo conseguí abrir más la brecha que nos separaba, alejarme de él. Y perdí. Perdí a Philip y te perdí a ti. Perdí mi libertad. Pagué un precio muy elevado por mi orgullo.

Hizo una mueca cuando volvió a sonar el timbre.

—Por lo visto el día todavía no ha terminado.

—Yo abriré. —Y por segunda vez en el día, llegaba una persona no deseada—. Teniente Rossi…

—Lamento molestarla, señorita Byden. ¿Puedo hacerles algunas preguntas a usted y a su madre?

—Estamos en la sala. Pase. ¿Ha averiguado algo, teniente? —preguntó mientras lo guiaba hasta su madre.

—Seguimos investigando.

Sus ojos entrenados percibieron el tranquilo confort de la habitación y también los dos vasos de whisky y el vaso con un resto de leche. Al verlo entrar, Naomi se puso de pie. Como hombre, Rossi apreció su gracia; como policía, admiró su dominio.

—Teniente Rossi. —Le tendió la mano—. Siéntese, por favor. ¿Puedo ofrecerle una taza de café?

—Se lo agradezco, señorita Chadwick, pero ya he llenado mi cuota del día. Solo quiero hacerles unas preguntas.

—Por supuesto. —Siempre querían hacer algunas preguntas. Naomi volvió a sentarse, muy erguida—. ¿En qué puedo ayudarle?

—Usted conocía bastante bien a la víctima.

—Sí, conocía a Mick. —«Responde con frases cortas, y no digas más de lo necesario», se recordó.

—Estaba empleado en Longshot desde hace varios años.

—Creo que eso es correcto.

—¿También trabajó para el dueño anterior del criadero, un tal Cunningham?

—Durante una época.

—Época que terminó cuando lo despidieron, hace alrededor de cinco años.

—Creo recordar que Bill Cunningham despidió a Mick porque lo consideraba demasiado viejo. En ese momento, mi cuidador le ofreció trabajo aquí, pero Mick decidió alejarse de la zona.

—Se me ha informado que trabajó en los hipódromos de Florida durante dos años.

—Creo que sí.

—¿Sabe si tenía enemigos?

—¿Mick? —La pregunta era tan absurda que Naomi bajó la guardia por unos instantes—. Todo el mundo quería al viejo Mick. Era una institución, una especie de monumento a lo mejor de las carreras. Trabajador, tozudo, de gran corazón… Nadie le tenía antipatía.

—Pero alguien lo asesinó. —Rossi esperó un instante, fascinado por el modo de encerrarse en sí misma que tenía Naomi—. El caballo resultó herido. Mick Gordon era el peón que atendía ese caballo. Mi informe dice que el caballo tenía una herida larga y superficial en el flanco. —Sacó el cuaderno como para comprobar los hechos—. Los informes preliminares indican que esa herida fue probablemente causada por la misma arma utilizada contra la víctima.

—Es evidente que alguien trataba de lastimar al potrillo y Mick trató de impedirlo —intervino Kelsey—. Moses me dijo que ese animal es tranquilo. Jamás habría pisoteado a Mick si no lo hubieran lastimado o asustado.

—Es posible. —Rossi tenía que esperar los resultados definitivos de la autopsia para saber si Mick había muerto por el cuchillo o por las patas del caballo. Se tratara de asesinato o de intento de asesinato, estaba decidido a resolver el caso—. Ese día el potrillo del señor Slater debía competir con el suyo, señorita Chadwick.

—Sí, habría competido con el mío de no haber sido necesario borrarlo de la carrera.

—Y su caballo ganó, ¿verdad?

Naomi lo miró sin pestañear.

—Por una cabeza, como solemos decir. Pagó tres a cinco.

—Usted y el señor Slater tienen un historial de competencias. Sobre todo en el último año y entre esos dos caballos. Él le ha ganado varias veces.

Double or Nothing es un potrillo admirable, un verdadero campeón. Y mi Virginia’s Pride también. Son increíblemente parejos.

—Yo no sé mucho sobre carreras —aclaró Rossi sonriendo—. Pero desde el punto de vista del simple aficionado, supongo que usted se beneficiaría… modificando esa situación.

—Esa es una acusación injusta, teniente. —En un gesto de apoyo incondicional, Kelsey apoyó una mano en el hombro de su madre—. Absolutamente injusta.

—No es una acusación, señorita Byden, sino una observación. Muchas veces se hieren, drogan y hasta matan caballos para mejorar las posibilidades de un rival, ¿no es así, señorita Chadwick?

—En todos los ambientes hay personas y comportamientos inescrupulosos y criminales. —Hizo un esfuerzo por no temblar. Los ojos de los policías detectaban hasta el más mínimo temor—. Los que pertenecemos al mundo de las carreras solemos decir que sucede más a menudo en las exposiciones que en el hipódromo.

—¡Three Willows no tiene ninguna necesidad de recurrir a tácticas como esa! —intervino Kelsey con vehemencia—. Y ya le he dicho que mi madre estuvo toda la mañana conmigo. Muchas personas nos vieron.

—Así es —convino Rossi—. Como conocedora del mundo de las carreras, señorita Chadwick, ¿no cree que un propietario o un cuidador interesado en mejorar sus posibilidades contrataría a alguien para que hiciera el trabajo en lugar de arriesgarse a herir personalmente al caballo de su oponente?

—Sí, lo creo.

—¡No tienes por qué contestar esa clase de preguntas! —repuso Kelsey con indignación.

—Estoy seguro de que su madre conoce perfectamente sus derechos —dijo Rossi con frialdad—, y los procedimientos de una investigación por asesinato.

—Soy perfectamente consciente de ambas cosas, teniente. E igualmente consciente de que esos derechos no siempre protegen a los inocentes. —Esbozó una sonrisa de resignación—. Y tampoco a los culpables a medias. Me gustaría recordarle que mi potrillo no era el único competidor del señor Slater y que en los cincuenta años que lleva Three Willows funcionando nunca hemos sido citados por ninguna infracción. Pero estoy segura de que eso usted ya lo sabe. Así como yo sé que una exconvicta siempre sigue rodeada de una aureola de sospechas. ¿Quiere preguntarme algo más?

—Por el momento, no. —«¡Qué mujer!», pensó Rossi mientras guardaba su libreta. Iba a tener que dedicar tiempo suplementario para estudiar más a fondo su expediente—. Agradezco el tiempo que me han dispensado. Una cosa más, señorita Byden. Usted dijo que ayer se encontró con el señor Slater fuera de las caballerizas antes de que ambos entraran a mirar el potrillo.

—Sí. Gabe estaba conversando con su cuidador.

—Gracias. No se molesten en acompañarme, recuerdo la salida.

—¡Esto es un escándalo! —estalló Kelsey en cuanto la puerta se cerró—. ¿Cómo pudiste quedarte tranquilamente sentada y encajar su impertinencia? Prácticamente te acusó de haber contratado al asesino.

—Lo esperaba. Y no será el único que considerará esa posibilidad. Después de todo, una vez fui culpable.

—¡Pero, maldita sea, no te cruces de brazos!

—No lo hago. Lo único que puedo hacer es simularlo. —Se puso de pie con cansancio. Necesitaba estar en una habitación silenciosa, tomar unas aspirinas y conciliar el sueño, la huida de los cobardes. Pero se detuvo y se atrevió a tomar el rostro de Kelsey entre sus manos—. Tú no consideras posible que yo haya tenido algo que ver con todo esto, ¿verdad?

—No —contestó su hija sin vacilar.

—Entonces estoy equivocada —murmuró Naomi—. Por lo visto me queda mucho más que la posibilidad de cruzarme de brazos. Ve a cabalgar un rato a caballo, Kelsey. El ejercicio disipará un poco tu furia.

Kelsey salió a cabalgar pero su furia no disminuyó. Se dirigió hacia Longshot por dos motivos. Al llegar, le entregó las riendas de Justice a un peón y se encaminó a la casa.

Demasiado ofuscada para llamar a la puerta principal, entró por el recinto de la piscina, pasando de la primavera a pleno verano, luego subió unos escalones y se encontró en una amplia habitación confortablemente amueblada.

En ese momento, al darse cuenta de que no sabía hacia dónde dirigirse, comprendió que se había metido sin derecho alguno en una casa ajena. La educación luchó con su instinto hasta que dobló a la izquierda y cruzó un pasillo. De ese modo creyó que llegaría a la puerta principal, saldría y tocaría el timbre. A menos, por supuesto, que en el trayecto se topara con Gabe.

La primera voz que escuchó no fue la de Gabe sino la de Boggs, que surgía de una puerta abierta.

—A él no le interesaría un funeral elegante, señor Slater. Nada de flores ni de música de órgano. Una vez, cuando estábamos conversando, me dijo que le gustaría que lo quemaran y que sus cenizas se desparramaran sobre la pista de práctica del criadero. Para seguir formando parte para siempre de este lugar. Supongo que debe resultarle un poco raro.

—Si eso era lo que él quería, eso haremos.

—Me alegro. Yo tengo algunos ahorros. No sé cuánto costará hacer las cosas de esa manera, pero…

—Permite que haga esto por él, Boggs —interrumpió Gabe—. Si no fuera por Mick, no sé si hoy estaría donde estoy. Déjame ocuparme de todo.

—Ya sé que no es una cuestión de dinero, señor Slater. Tal vez no me corresponda decirlo, pero él estaba muy orgulloso de usted. Me dijo que la primera vez que lo vio esforzándose por ejercitar animales en el hipódromo, supo que llegaría a ser alguien… Lo echaré de menos.

—Yo también.

—Bueno, será mejor que regrese a mi trabajo. —Al volverse hacia la puerta se topó con Kelsey—. Señorita —murmuró sacándose la gorra y alejándose presuroso.

Avergonzada por haber escuchado una conversación tan privada, Kelsey se dispuso a disculparse.

Gabe estaba sentado ante un hermoso escritorio antiguo y a sus espaldas la luz entraba a raudales por un ventanal de medio punto. En todos los lugares donde no había cristales había libros. La biblioteca en dos niveles era sorprendente.

El dueño de casa ocultaba la cara entre las manos.

El apuro de Kelsey se convirtió en compasión. Se adelantó, murmurando su nombre. Antes de que él atinara a levantar la cabeza, ya la había rodeado con sus brazos.

—No sabía que era alguien tan cercano a ti. Lo siento. ¡No sabes cuánto lo siento!

Hacía años que Gabe no sentía dolor, desde la muerte de su madre. Y le sorprendió lo profundo que podía ser.

—Mick fue bueno conmigo. Yo tenía catorce años cuando se interesó por mí (no sé por qué) y convenció a Jamie de que me contratara. Y se ocupó de que aprendiera. ¡Maldita sea, Kelsey, tenía setenta años! ¡Debió haber muerto en su cama!

—Lo sé. —Se apartó—. Gabe, Rossi acaba de estar en casa.

—Es un hombre muy activo. —Gabe se mesó el cabello—. Hace menos de una hora que se fue de aquí.

—Creo que sospecha que Naomi está involucrada en el crimen. —Al ver que Gabe no respondía, se humedeció los labios—. Necesito saber si tú también lo crees.

Habiendo recuperado la compostura, él la observó.

—No, no lo creo. Y, por lo visto, tampoco tú. Rossi tiene un par de teorías. Una de ellas es que yo mismo arreglé el asunto. —Hizo una pequeña pausa—. Double or Nothing está asegurado por una suma muy importante.

—Sé que nunca harías daño a ese caballo. —Suspiró—. Ese es el otro motivo por el que he venido. Cuando Rossi me interrogó, me di cuenta de que tenía esa idea. He venido a advertírtelo.

—Te lo agradezco. —Movió los hombros para aliviar su tensión. Kelsey, de pie y en ropa de trabajo, mirándolo con compasión, logró el resto—. Se te ve muy bien, querida.

—Sí, el lodo favorece la imagen.

—En ti sí. —Le tomó la mano y acarició sus dedos—. ¿Por qué no te sientas un momento sobre mis rodillas?

Divertida, ella ladeó la cabeza.

—¿Tratas de seducirme, Slater?

Por toda respuesta él tiró de ella y la recibió en sus brazos cuando perdió el equilibrio.

—Sí. —Inhaló profundamente. El pelo de Kelsey tenía olor a lluvia y primavera—. Esto es exactamente lo que necesitaba. Quédate quieta, Kelsey. Créeme que provocarás serios problemas si te mueves.

—Yo no soy de las que se sientan en las rodillas de los hombres.

—Aprende. —Le mordió el lóbulo de la oreja y percibió que ella se estremecía—. ¿Solo has venido a decirme lo de Rossi?

—Sí, solo a eso.

Él suspiró.

—Está bien. Pero tendré que encontrar la manera de obligarte a cambiar de actitud. Estás empezando a hacerme sufrir.

—Creo que eres demasiado duro para sufrir por tan poca cosa. —Apoyó la cabeza en el hombro de Gabe. Era demasiado cómodo, demasiado tentador—. Yo no estoy jugando.

—Lo lamento por mí. Porque cuando juego, gano.