Prólogo

Se reunieron en la alta montaña, muy por encima del mundo, bajo un cielo cuajado de refulgentes estrellas y una blanca y expectante luna.

Juntas, las diosas dirigieron la mirada más allá del castillo que resplandecía en su propia montaña, por encima de la oscura superficie cristalina del mar.

—Dos estrellas halladas y puestas a salvo. —Luna alzó el rostro al cielo con dicha y llena de agradecimiento—. El destino eligió bien a los seis. Los guardianes poseen un corazón fuerte y leal.

—Su prueba no ha terminado —le recordó Celene—. Y se necesita algo más que un corazón leal para enfrentarse a aquello a lo que han venido a enfrentarse.

—Lucharán. ¿Acaso no han demostrado ser unos guerreros, hermana? —exigió Arianrhod—. Han corrido peligro. Han sangrado.

—Y más peligro correrán. Veo batallas en el horizonte, sangre derramada. Nerezza y la malvada criatura que creó no desean solo las estrellas, la sangre de los guardianes. Quieren la aniquilación.

—Así ha sido siempre —murmuró Luna—. En el fondo de su corazón, así ha sido siempre.

—La han debilitado. —Arianrhod posó una mano en la enjoyada empuñadura de la espada sujeta a su cadera—. Prácticamente la han destruido. Sin el humano al que convirtió, lo habrían conseguido.

—¿Acaso no creímos lo mismo la noche del nacimiento de la reina, la noche en que creamos las estrellas?

Celene abrió los brazos y debajo, en la orilla del magnífico mar, brillaron las imágenes del pasado.

—Una noche llena de dicha, esperanza y celebración —continuó—. Y conjuramos tres estrellas. Para la sabiduría, forjada con fuego.

—Para la compasión, fluida como el agua —agregó Luna.

—Para la fortaleza, fría como el hielo —concluyó Arianrhod.

—Nuestros poderes y nuestras esperanzas juntas en un regalo para la nueva reina. Un presente que Nerezza codiciaba.

En la playa, bañada por la blanca luz de la luna, las tres diosas se enfrentaron a la oscura. Cuando lanzaron sus estrellas hacia la luna, Nerezza atacó con el negro rayo para golpearlas, para maldecirlas.

—Y por eso la maldijimos, la arrojamos a un hoyo —continuó Celene—. Pero no la destruimos, no pudimos. No era nuestro este deber, esta misión, esta guerra.

—Protegimos las estrellas —le recordó Luna—. Caerían, ya que Nerezza las había maldecido, pero nosotras las protegimos. Cuando cayeran, caerían en secreto y permanecerían ocultas.

—Hasta que aquellos que descendieran de nosotras se unieran en la búsqueda para encontrarlas, para protegerlas. —La mano de Arianrhod apretó con fuerza la empuñadura de su puñal—. Para luchar todos y cada uno de ellos contra la oscuridad. Para arriesgarlo todo a fin de salvar los mundos.

—Su hora ha llegado —convino Celene—. Sacaron la Estrella de Fuego de su piedra, cogieron la Estrella de Agua del mar. Pero les aguardan las últimas pruebas de la misión. Así como Nerezza y su ejército profano.

—Da igual qué poderes, qué dones tengan; se enfrentan a una diosa. —Luna se llevó la mano al corazón—. Y nosotras solo podemos observar.

—Es su destino y en su destino habita el destino de todos los mundos —dijo Celene.

—Su hora ha llegado. —Arianrhod asió las manos de sus hermanas—. Y con ella, si son fuertes y sabios, si sus corazones se mantienen leales, puede que la nuestra.

—La luna está llena y el lobo aúlla. —Celene señaló la estela del cometa que surcaba el cielo—. Que vuelen, pues.

—Y que el coraje les acompañe —apostilló Arianrhod.

—¡Allí! —Luna señaló el vasto y oscuro mar, donde la luz surgió, parpadeó y luego se apagó—. Están a salvo.

—Por ahora. —Celene agitó la mano, disipando las imágenes de la playa—. El futuro comienza ahora.