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Incluso con los trajes de neopreno, el Atlántico te hacía tiritar y se tragaba el sol. Riley, armada como Sawyer con una pistola subacuática, encendió el foco que llevaba en la capucha para que su haz atravesara la oscuridad del agua.
Nadaron por parejas, con Annika y Sawyer al frente, mientras ella hacía volteretas antes de tomar la delantera. Sasha y Bran iban detrás y Riley no se quejó cuando él describió un círculo con la mano en el agua y creó una luz. Ella ocupó un lado junto con Doyle.
Todos eran conscientes de aquello que podría atacarles en el mar si Nerezza tenía fuerzas. Escualos mutantes y peces dentudos sedientos de sangre. Tanto Doyle como Sasha iban armados con arpones.
Fíjate cómo se mueve, pensó Riley al ver a Sasha surcar el agua, recordando lo nerviosa que la submarinista novata estaba en su primera inmersión en Corfú.
Aprendía rápido. Todos habían tenido que reforzar sus puntos débiles personales durante aquella misión. Quizá transformar una flaqueza en fortaleza y aprender a confiar lo suficiente para convertirse en un clan formara parte del todo, reflexionó.
Vio un banco de caballas, peces normales y corrientes, por delante de ellos, y siguió la luz de Bran hacia la entrada de una cueva. Annika se giró con fluidez delante de la misma, agitó una mano y luego entró.
Atravesaron el angosto pasaje de uno en uno y volvieron a colocarse por parejas cuando el canal se ensanchó. Un resplandor, una chispa, una sensación, cualquier cosa que los condujera hasta la última estrella, la Estrella de Hielo.
«Lo bastante frío…», ese pensamiento cruzó por su mente. Con la paciencia de su oficio, revisó la cueva subacuática centímetro a centímetro, utilizando los ojos, sus dedos enguantados, haciendo todo cuando estaba en su mano para mantener la mente y el instinto completamente receptivos.
Pero asintió cuando Sawyer se dio un golpecito en la muñeca, colocándose de nuevo en el flanco con Doyle para regresar a la embarcación.
Cuando Riley salió del agua vio que Bran abrazaba a Sasha con fuerza y la besaba con pasión.
—Ay, Dios, es maravilloso. Vuelvo a sentir calor.
—¿Una boca mágica?
Bran se rio de lo que Riley había dicho mientras ella chorreaba agua sobre la cubierta.
—Tan solo una ventaja personal. —Agarró a Riley de los brazos y apretó con suavidad. Y el calor la inundó.
—Genial, aunque no haya habido morreo.
Pasó a Annika.
—Me gusta besar —le dijo y le rozó los labios con los suyos—. Y me gusta el calor.
Bran les dio sendas palmadas en el hombro a Sawyer y a Doyle.
—No tiene sentido que estemos tiritando. ¿Alguna cosa, fáidh?
—No, lo siento. Es muy diferente de donde hemos estado antes. En cierto modo, todo está muy oscuro e inhóspito. Pero no he sentido nada. ¿Alguien ha sentido algo?
—Yo he estado bien —le dijo Annika—. Pero no he oído cánticos, como oí con la Estrella de Agua.
—¿Listos para el segundo asalto? —preguntó Riley.
Sasha le dio la espalda a Bran para que este pudiera ayudarla a cambiar las botellas.
—A eso hemos venido.
La segunda inmersión del día fue igual de productiva que la primera. A ojos de Riley, eso significaba que podía tachar dos lugares de la lista.
Rutina, se dijo Riley cuando anclaron el barco al pie de los acantilados de la casa de Bran. La rutina formaba parte, una parte importante, de descubrir.
Optaron por la forma fácil, a la manera de Sawyer, para volver a la casa. Y se sumergió en la rutina, devorando la pizza que había sobrado y encerrándose con sus libros.
Por la noche volvió la lluvia, una lluvia torrencial con estruendosos relámpagos que retumbaban en el mar. La tormenta la despertó de un sueño que no pudo volver a retomar. Y con el rugido de las olas y el azote del viento, dudaba que pudiera volver a quedarse dormida.
Se puso una sudadera y unos pantalones de franela. Quería ver la tormenta bramar sobre el mar y los acantilados, así que salió de su habitación y se encaminó en silencio hasta la sala de estar con vistas al Atlántico.
«Glorioso», pensó mientras abría las puertas. Fogonazos de luz, restallidos, mientras el viento aullaba. Igual que una banshee, decidió, ya que estaban en Irlanda.
La naturaleza en estado puro siempre había hecho que su sangre bullera y siempre lo haría, y una violenta tormenta arreciando sobre el oscuro mar, sobre la agreste tierra, le calentó la sangre e hizo que se asomara lo suficiente para dejar que la lluvia salpicara su rostro.
Entonces bajó la mirada, captó un movimiento, vio una figura cerca del muro del acantilado y, por instinto, trató de coger el arma que no se había acordado de llevar consigo.
Un relámpago iluminó la figura de Doyle y el instinto de Riley se transformó de repente en deseo.
Oscuro y taciturno bajo la tormenta, con el abrigo ondeando al viento y la espada en la mano, como si se preparara para luchar contra los elementos. «Guapísimo —pensó de nuevo—, y sexy de un modo primitivo y violento».
Sí, siempre la había atraído lo salvaje.
Mientras aquello pasaba por su cabeza, él se dio la vuelta y sus ojos se encontraron cuando el fogonazo de un relámpago le iluminó. Doyle apretó aquellos pensamientos hasta convertirlos en un nudo corredizo que se aferró a su garganta.
El orgullo y la fuerza de voluntad hicieron que se quedara ahí un momento más, con los ojos clavados en los suyos, sosteniéndole la mirada aun cuando se hizo de nuevo la oscuridad, convirtiéndolo en una sombra.
A continuación retrocedió, cerró las puertas a la tormenta, al hombre, y volvió sola a su habitación.
«Rutina», se recordó Riley cuando al día siguiente repitieron lo mismo paso a paso.
Una carrera al amanecer por el mojado bosque, pasando por encima de las ramas que había derribado la tormenta. Finiquitado con una extenuante sesión en el gimnasio mientras el aguado sol trataba de asomar entre las nubes.
Una ducha, el desayuno, dos inmersiones más, entrenamiento con armas.
Se decantó por el fuego en la biblioteca, los libros, mientras Bran trabajaba en lo alto de la torre y Sasha pintaba en la sala de estar de la otra torre. Sawyer y Doyle fueron a llenar de nuevo las botellas de oxígeno y a comprar comida. Y Annika se valió de su encanto para acompañarlos, ya que un viaje al pueblo era sinónimo de compras.
Mientras trabajaba, oía de vez en cuando retumbar algo arriba y asumía que Bran estaba progresando. Pero al cabo de dos horas, se sintió inquieta. Un poco de aire fresco, decidió. Necesitaba moverse, pensar. Mientras uno recababa información, llegaba un momento en que era necesario parar, dejar que aquello calara mientras se hacía otra cosa.
Ya que el día había dado un giro y la cara de agua del sol había pasado a última hora de la tarde, daría un paseo por el bosque. «Armada, desde luego», pensó mientras palmeaba la pistola que llevaba a la cadera. Un buen paseo por el bosque, aunque no dejara de estar alerta en todo momento.
No eran muchas las probabilidades de que allí se topara con la estrella, pero el tiempo que uno dedicaba a pensar nunca era baldío. Se puso una vieja chaqueta con capucha, se la abrochó y utilizó la escalera principal para salir. Estuvo a punto de dar media vuelta cuando vio el coche y la moto afuera.
Suponía que habían regresado mientras ella estaba trabajando, y dado que la parte trasera del coche continuaba abierta, con la compra dentro, aún estaban descargando.
Seguro que les vendría bien un poco de ayuda. Se dirigía hacia el coche, cuando Sasha la llamó.
—¡Hola! —Le lanzó una mirada y saludó a Sasha, que estaba justo delante de los árboles al principio de un sendero—. Parece que has tenido la misma idea que yo. Iba a dar un paseo, pero…
—Estupendo. Hay una cosa que… Ven conmigo.
—Antes deja que lleve esto.
—Tengo que enseñarte una cosa. No estoy segura… Necesito que lo veas.
—¿El qué? —Intrigada, Riley se apartó del coche.
—Es difícil de explicar. Me he apartado del sendero y casi me pierdo. Pero he descubierto unas marcas en un árbol. Grabados. No sé lo que son.
—¿Grabados? —Aquella palabra hizo que Riley apretara el paso—. ¿Recientes?
—No lo sé. —Mientras hablaba, Sasha volvió la vista hacia el bosque—. Debería haber hecho una foto con mi móvil. No se me ocurrió, tan solo he vuelto para contároslo a todos. Deja que te lo enseñe y haremos unas fotos para enseñárselo a los demás.
—Sasha, ni siquiera llevas tu cuchillo.
—Oh. No sé en qué estaba pensando, pero bueno, ahora estoy contigo. —Sasha cogió a Riley de la mano y tiró—. En serio, quiero que lo veas. Debe de significar algo.
—Vale. Ve tú delante.
Doyle salió y vio a Sasha y a Riley internarse en el bosque. Meneó la cabeza y cogió dos bolsas con compra.
—Gracias por la ayuda —farfulló y se dirigió a la casa.
Riley inspiró hondo bajo la luz del sol que se filtraba.
—Solo quería descansar de los libros. No imaginaba que encontraría algo guay. ¿Has percibido algo?
—¿El qué? ¿Alguna vibración?
—Ya sabes, ¿una sensación?
—He sentido que era antiguo…, más de lo que tiene sentido. Si eso tiene sentido. —Sasha avanzó con rapidez y gesticuló cuando se apartó del sendero—. Es que…, supongo que me sentí impelida a ir por aquí.
—Debe de haber una razón. Bueno, ¿son letras, símbolos?
—Ambas cosas. Nunca he visto nada parecido.
—He recorrido estos bosques durante dos noches y no lo he visto. Debería haberlo visto —agregó Riley mientras sorteaban zarzas y matorrales—. Tengo muy buena visión nocturna. Eso me lleva a pensar que estabas destinada a encontrarlos. Pero no has percibido nada, no has tenido ninguna visión, así que…
Volvió la cabeza. El revés hizo que el dolor estallara en su pómulo y la arrojó por los aires. Se estrelló contra un árbol, vio las estrellas y sintió que algo se quebraba en su brazo derecho.
Gritó cuando sintió un agónico dolor al intentar coger de forma instintiva su pistola. Sasha saltó por encina de los matorrales y del tronco de un árbol caído cubierto de musgo.
Le brillaban los ojos.
Riley trató de rodar para defenderse, de coger su pistola con la mano contraria. Las violentas patadas en las costillas, en la espalda, en el vientre la dejaron sin aliento.
Sasha se echó a reír.
Una pesadilla, un sueño. No era real. Dominada por el dolor, presa de la conmoción, Riley luchó para desenfundar su cuchillo con la mano izquierda.
Profirió un agudo chillido cuando la bota de Sasha le pisó con fuerza la mano. Se le nubló la vista; se le revolvió el estómago.
Entonces las manos de artista de su amiga le agarraron el cuello.
Doyle entró en la cocina, donde Annika guardaba la comida tan contenta y Sawyer olía un tomate grande.
—Queda más, ¿verdad? —Sawyer dejó el tomate—. Ya lo traigo yo.
—¿Vas a preparar esa salsa?
—Como estaba anunciado.
—Tú haz eso. —Doyle cogió una cerveza fría de la nevera y bebió un buen trago—. Yo iré a por el resto.
—Trato hecho.
Después de beber otro trago, Doyle dejó el botellín y se dispuso a atravesar la casa otra vez. Una cerveza y unas patatas fritas con la salsa de Sawyer serían una buena forma de compensar el entusiasmo por las compras de Annika, pensó.
En cualquier caso, habían comprado todo lo que iban a necesitar para una semana. Y la próxima vez, otro se ocuparía de la sirena.
Levantó la vista y durante un instante se quedó perplejo al ver a Sasha bajar la escalera.
—No os he oído llegar. Estaba pintando en el otro lado de la casa. ¿Cómo…?
—¿Has estado arriba?
—Sí, acabo de pasar por la biblioteca de la torre a ver si podía ayudar a Riley, pero…
—Por Dios. Ve a por Bran y a por los demás. Riley tiene problemas.
—¿Qué? ¿Cómo?
—Ve a por ellos. —Desenvainó la espada que llevaba a la espalda y echó a correr—. Riley está en el bosque.
Acababa de llegar a la orilla del bosque cuando la oyó gritar.
No pensó, solo actuó. El grito había sido agónico y tal vez ya fuera demasiado tarde.
Sintió una risa terrible y jubilosa y se desvió del sendero para correr hacia ella a toda velocidad. No había tiempo para ser sigiloso y el instinto le exigía que hiciera más ruido. El sonido de alguien acercándose con rapidez podría hacer que parara lo que fuera que le estuvieran haciendo a Riley.
No se detuvo cuando vio a Riley tirada en el suelo, sangrando, inerte, y a Sasha —o aquello que había adoptado la forma de Sasha— de pie a su lado, con una sonrisa de oreja a oreja.
—Se está muriendo —dijo la cosa con la voz de Sasha y a continuación unos largos dientes asomaron entre sus labios y en sus manos aparecieron unas garras—. Todos moriréis muy pronto.
Aquella cosa le propinó una violenta patada en la cabeza a Riley mientras Doyle arremetía. Su espada golpeó el aire al descender cuando la criatura se contrajo en sí misma y corrió entre los árboles con velocidad sobrenatural.
Doyle se arrodilló en el suelo y le buscó el pulso con los dedos en el magullado cuello de Riley. Le encontró el pulso; era débil, pero latía.
Impulsado por el miedo, por la cólera, por una clase de tristeza que juró que jamás volvería a sentir, tanteó su cuerpo en busca de heridas. Su rostro, blanco como la cal bajo los morados, la sangre, las abrasiones, era lo de menos.
Oyó pasos que corrían, gritos, y agarró la espada con más fuerza, preparado para defender a Riley si el enemigo se unía a sus amigos.
Salieron de entre los árboles, armados para la batalla. Pero Doyle sabía que la batalla había terminado por el momento.
—Respira, pero han intentado ahogarla y tiene la mano rota y también las costillas. Creo que tiene el codo derecho destrozado. Y…
Sasha se arrodilló en el suelo junto a Riley, profiriendo un sentido gemido de angustia.
—No, no, no, no.
—Déjame ver. —Bran se arrodilló a su lado.
—Tenemos que llevarla dentro y curarla.
Annika, con las lágrimas rodando por su cara, se arrodilló al otro lado de Riley y acarició su cabello ensangrentado.
—No creo que debamos moverla hasta que sepamos… —Sawyer agarraba su arma con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos—. Se supone que no hay que moverla porque eso puede empeorar las cosas, ¿no?
—Sawyer tiene razón. Es lo prudente. —Tranquilo como un lago, Bran ahuecó la mano bajo la cabeza de Riley—. Cuello y columna. Deberíamos ver si están afectados.
—Puedo hacerlo.
Bran miró a Sasha a los ojos, vidriosos por el shock.
—Con calma, fáidh. Despacio. Solo la superficie.
—De acuerdo.
Cerró los ojos, tomó aire y lo soltó, hasta que su respiración casi se normalizó. Utilizó las manos, el corazón, y con las manos de Bran sobre sus hombros para ayudarla, se abrió a las sensaciones.
—Ay, Dios, ay, Dios, hay mucho roto, mucho dañado.
—El cuello y la columna, Sasha —dijo Bran en voz queda—. Empieza por ahí.
—Magullados, golpeados. No rotos.
—Entonces podemos llevarla adentro. —Las lágrimas rodaban sin control por las mejillas de Annika—. No debería estar tumbada en la tierra. Hace frío. Está fría.
—Sí, podemos moverla. —Cuando Bran se dispuso a cogerla, Doyle le apartó de un empujón.
—Yo me encargo. —Riley gimió cuando la cogió en brazos y sus párpados se agitaron; tomó ambas cosas como buenas señales. Abrió los ojos un instante, cegados por el dolor, por la conmoción, y los clavó en los suyos—. Te tengo, ma faol.
Se le pusieron los ojos en blanco y los cerró de nuevo mientras él la sacaba del bosque.
—Directa a su dormitorio —ordenó Bran—. Voy a por mi maletín médico. Anni, trae toallas y agua caliente. Sawyer, una jarra con agua fresca. Fría no, fresca, y un vaso transparente. Sasha, retira todo salvo las sábanas de su cama por ahora.
Se dispersaron mientras Sasha corría escaleras arriba detrás de Bran. Aunque él también tenía ganas de correr, y podría haberlo hecho, ya que Riley no pensaba demasiado para él, Doyle se movió con cuidado, haciendo cuanto podía para no zarandearla.
Cuando entró en la habitación de Riley, Sasha había quitado la colcha y los almohadones.
—Puedo ayudarla.
—Espera a Bran.
Doyle la depositó sobre la cama como si estuviera hecha de frágil y fino cristal.
—Puedo ayudar. Si recobra la consciencia antes… No sé cómo va a poder soportarlo.
—Es dura. Resistirá. —Con sumo cuidado, Doyle le desabrochó la chaqueta, hizo caso omiso de la sangre, le quitó la pistolera y la funda del cuchillo—. Espera a Bran.
Sasha se sentó en un lado de la cama, conteniendo las lágrimas, y asió la mano buena de Riley.
—¿Cómo lo has sabido?
—La vi internarse en el bosque cuando estaba cogiendo la compra. La vi internarse contigo minutos antes de salir a por más y de que tú bajaras.
—¿Conmigo? ¿Conmigo?
—Mantén la calma. —Impartió la orden con brusquedad—. No puedes ayudarla si no mantienes la calma.
—Tienes razón. Y si Bran no está aquí en treinta segundos, voy a…
—Aquí estoy. —Llegó con su maletín y una mochila—. Tenía que coger algunas cosas más. Vierte medio vaso de eso —le dijo a Sawyer cuando este entró—. Necesito que recobre la consciencia lo suficiente para que se lo beba.
—Así no. Bran, así no. Antes deja que intente ayudarla.
Bran miró a Sasha.
—Está gravemente herida. Sé consciente de ello y ve con pies de plomo. Solo lo suficiente para que sea soportable.
—Tendré cuidado.
Posó una mano sobre la amoratada e inflamada mejilla de Riley y se contuvo de sisear al sentir el dolor.
—Solo lo suficiente —repitió Bran.
Lo intentó, intentó ir con pies de plomo, aliviar tan solo, pasar de puntillas sobre lo que entendía que era lesiones graves, internas, además de huesos destrozados y rotos.
Pero el amor y una habilidad que tan solo acababa de aprender a utilizar la sobrepasaron.
Colocó una mano sobre la que Riley tenía aplastada, sintió el feroz pisotón de la bota, la agonía cuando los huesos se quebraron e hicieron pedazos. Y, horrorizada, vio su propio rostro cernirse sobre el cuerpo postrado de Riley. Su propio rostro lleno de júbilo y de odio.
El dolor, el aplastante dolor, la golpeó.
Bran maldijo cuando Sasha cayó al suelo.
—Te tengo, te tengo. —Sawyer corrió hacia Sasha mientras Annika entraba a toda prisa, con toallas bajo el brazo y una olla con agua en las manos.
—Tú puedes hacer que hierva más rápido que el fogón. Me he acordado de eso.
—Por supuesto que puedo. No pensaba con claridad. Déjalo aquí —le dijo Bran a Annika.
—Lo siento. —Sasha se frotó la cara con las manos—. He profundizado demasiado. Deja que lo intente de nuevo.
—Vas a esperar. Doyle, Sawyer, necesito que inmovilicéis a Riley.
—No. —Sasha se meció—. Oh, no.
—Me daré prisa, pero es necesario que se tome esto. Levántale la cabeza para que pueda beberlo y procura que no se mueva —le pidió Bran a Doyle.
Sasha se arrodilló junto a la cama y asió de nuevo la mano buena de Riley.
—Solo para que sepa que estamos aquí. Puedo hacerle saber que estamos todos aquí. Le ayudará.
—Lo hará. —Bran se remangó—. Annika. Ocho gotas de la botella azul. Dos de la roja. Primero la azul y luego la roja.
Mientras Sawyer sujetaba las piernas de Riley y Doyle se colocaba en la cama detrás de ella, inclinándole la cabeza, sujetándole los hombros, Bran se colocó a horcajadas sobre ella y le sujetó con una mano la mandíbula, que empezaba a amoratarse.
Sus ojos, negros como el ónice, se tornaron más profundo, más oscuros. Riley se removió, forcejeó. Aulló.
—Maldita sea —farfulló Sawyer, viéndose obligado a sujetar con más fuerza—. Mierda.
—Dáselo —exigió Doyle, y perdió el control lo suficiente para acercar el rostro al cabello de Riley—. Bébete la puñetera medicina, Gwin, y no seas nenaza —murmuró, sufriendo.
Bran cogió el vaso de manos de Annika y vertió el contenido por la garganta de Riley sin miramientos.
Riley abrió los ojos de golpe y giró la cabeza de un lado a otro. Arqueó el cuerpo, las extremidades le temblaban mientras intentaban golpear de forma rítmica. Acto seguido se derrumbó, temblando, temblando, hasta que se quedó pálida e inmóvil como la muerte.
Cuando se bajó de la cama, Bran se limpió el sudor de la frente.
—Ya podemos empezar.
Despertó presa de la agonía, flotaba en sueños. Forcejeaba en pesadillas, buscaba la paz.
Halló la paz de vez en cuando, oyendo las voces de sus amigos. Sawyer… ¿leyendo? Sí, leyendo a Terry Pratchett, uno de los antiguos, con la mujer policía…, que resultaba ser una mujer lobo.
Igual que ella.
Annika cantando… ópera y canciones de Adele. Acurrucada con ella en la cama, canturreando en voz queda y oliendo a lluvia primaveral.
Las pesadillas se acercaron y el dolor se disparó. Y entonces Sasha estaba a su lado, diciéndole que no estaba sola, y el dolor disminuyó un poco.
Bran, pasando las manos sobre ella, unas veces cantando en gaélico o en latín, otras hablándole a ella o a otra persona que le respondía con un acento tan irlandés como el suyo.
Y Doyle, a menudo Doyle. Leía a Shakespeare. ¿Quién iba a imaginar que tenía una voz tan apropiada para Shakespeare? Y cuando los demonios la perseguían, demonios con los rostros de amigos, él la abrazó con fuerza.
—Oblígalos a retroceder, ma faol —le dijo…, le exigió—. Sabes hacerlo. ¡Lucha!
Así que luchó y se dejó llevar y la agonía pasó a ser un dolor persistente.
Doyle estaba ahí cuando llegó la mujer y vertió el contenido de un vial entre sus labios.
—No. No quiero…
—Lo que importa es lo que necesitas. Sé buena chica y trágatelo.
Tenía el cabello rojo y unos fieros ojos verdes y poseía una belleza que había sobrevivido décadas.
—Arianrhod.
—De hecho, no. Sino una de sus hijas, al parecer. Igual que tú. Duerme un poco más y este buen hombre velará por ti.
—Soy mucho mayor que tú.
La mujer rio al oír el comentario de Doyle y acarició la mejilla de Riley con la mano.
—Duerme —dijo.
Y Riley durmió.
Cuando despertó minutos más tarde —¿horas, días?— Doyle estaba a su lado, apoyado en las almohadas, leyendo en voz alta Mucho ruido y pocas nueces a la luz de la lámpara.
—Escribí un artículo sobre Beatrice como feminista.
Doyle bajó el libro, cambió de posición para estudiar su rostro con aquellos ojos que parecían exhaustos.
—Por supuesto que sí.
—¿Por qué estás en la cama conmigo?
—Órdenes del médico. Del médico brujo. Estás hecha unos zorros, Gwin.
—Encaja con cómo me siento. ¿Qué ha pasado? ¿Qué coño ha pasado? No… —Entonces recordó, trató de incorporarse, pero Doyle la sujetó con una mano—. Sasha. Está poseída. Tienes que…
—No, no fue así. No era Sasha.
—Me dio una paliza, así que sé muy bien… No. —Riley cerró los ojos y se obligó a intentar recordar lo que acudía a su mente en fragmentos—. No, no era Sasha. Era Malmon.
—Esa es nuestra teoría.
—Estoy segura. Se parecía a Sasha y hablaba como ella, hasta que me golpeó. Fue como si me golpeara con un ladrillo. —Se llevó la mano a la mejilla y presionó con cuidado—. Parece que ya está bien. No pude sacar mi pistola. No podía… Mi mano. —Levantó la mano izquierda y contempló el vendaje que la cubría—. Oh-oh.
—Casi se ha curado. No quieren que muevas los dedos demasiado todavía.
—Ella…, él…, me la pisó. Creo que me desmayé.
—Hay un montón de huesos en la mano. Desmayarte sería lo más sensato cuando te los rompen o aplastan todos.
Riley se rodeó con los brazos.
—¿Cómo de mal estoy?
—No estás muerta, y sin Bran y Sasha lo habrías estado. Aun así… lesiones internas en riñones, bazo, hígado, tan graves que casi te llevan al hospital, pero Bran encontró otra solución. Su abuela.
—Se parece a Arianrhod. Hablé con ella. Eso creo.
—Me ha dicho que lo hiciste más de una vez. Es una sanadora, una empática. Bran cree ciegamente en su don y no ha exagerado. No sé si tu mano sería plenamente funcional de no ser por ella.
—Entonces le estoy agradecida. ¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? ¿Un día? ¿Dos? —preguntó al ver que él se limitaba a menear la cabeza.
—Te internaste en el bosque hace cinco días.
—¿Cinco?
Cuando Riley se incorporó y rechinó los dientes para reprimir un gemido de dolor, Doyle se levantó de la cama y vertió algo en un vaso.
—Bébetelo.
—No quiero dormir otra vez. ¿Cinco días?
—Vale.
—¿Adónde vas? —exigió, rayando en el pánico cuando Doyle se giró hacia la puerta.
—A buscar a los demás.
—No. Espera. Quiero levantarme.
—Y yo quiero bailar con Charlize Theron en pelotas. Todos tenemos que afrontar las limitaciones.
—Hablo en serio. ¿Qué hora es? ¿Dónde está todo el mundo?
—Aunque hablas en sueños, había más tranquilidad cuando estabas inconsciente. Son casi las diez y media… de la noche… e imagino que los demás están abajo.
—Entonces quiero bajar. Ayúdame a levantarme, échame una mano.
Doyle exhaló un suspiro, se acercó y la cogió en brazos de la cama.
—No he dicho que me bajes en brazos. —Era humillante—. No quiero que me lleves en brazos.
—O bajo y les pido a todos que suban o te bajo en brazos. Elige.
—Me quedo con lo segundo. Espera…, un espejo.
Doyle rodeó la cama y se giró para que ella pudiera mirarse en el espejo de cuerpo entero situado en el rincón de la habitación.
Vio a un hombre alto, vestido todo de negro, sujetándola como si no pesara más que un cachorrito. Y parecía pálida, frágil…, demasiado delgada.
—Estoy hecha unos zorros. Debería agradecer tu sinceridad.
—De nada sirve mentir. Ayer tenías peor aspecto incluso. Casi te asfixió.
Sus ojos se cruzaron en el espejo y los de Doyle se tonaron negros cuando se encontraron.
—No me acuerdo de eso. ¿Por qué paró?
—Pensamos que me oyó acercarme.
—¿A ti? ¿Cómo supiste que tenías que venir?
—Te vi adentrarte en el bosque con la criatura que pensé que era Sasha —comenzó mientras la sacaba de la habitación—. Y después vi a Sasha bajar las escaleras de la casa. Atar cabos fue sencillo. No fui lo bastante rápido para impedir que te diera una patada en la cabeza. Durante los dos primeros días veías doble cada vez que recobraras la consciencia. Hasta ayer por la tarde vomitabas hasta el caldo que intentaban hacerte beber.
—Me alegro de no recordar eso. Odio vomitar. Me leías. Sawyer, tú y…
—Brigid nos dijo que leer, hablar y estar lo bastante cerca de ti para que pudieras sentirnos te ayudaría a sanar. Nos hemos turnado igual que hicimos cuando hirieron a Sawyer.
—A él le torturaron, le apuñalaron, le apalearon y le quemaron y no estuvo inconsciente tanto tiempo.
—Eso se lo hicieron hombres; es lo que Bran y Brigid dicen. A ti te hirió una criatura de Nerezza. Había veneno dentro de ti. Alégrate de que Bran ganara la discusión sobre el hospital. Jamás habrían tratado el veneno.
—Estoy todavía más agradecida.
Se puso tensa al oír voces.
—No era Sasha.
—Lo sé.
Doyle se detuvo.
—Ha sufrido. Has de saberlo. La preocupación, incluso el miedo, que los demás han sentido los últimos días, ella lo ha sentido con más intensidad.
—No fue culpa suya.
—Convéncela —se limitó a decir Doyle y después la llevó hacia las voces.