3
Con las estrellas de nuevo a salvo gracias a la magia, Bran los condujo hasta la escalera de caracol central.
Ese hombre tenía clase de la cabeza a los pies, pensó Riley mientras echaba un vistazo al salón de la segunda planta. Y con la incorporación de una mesa grande y recia, se podía utilizar como otro despacho o zona de trabajo.
Aplaudía la combinación de lo antiguo con lo nuevo; la gran televisión de pantalla plana, un antiguo bar de madera de raíz, abundantes asientos en tonos intensos, que parecían gustar a Bran, en los que pasar el rato, una chimenea de granito del color del bosque.
Había esculturas de alabastro, bronce y madera en hornacinas en las redondeadas paredes. Intrigada, Riley se acercó y pasó un dedo por las fluidas líneas de tres diosas, talladas juntas en alabastro.
—Fódla, Banba, Ériu. —Volvió la vista hacia Bran—. Así, a ojo, yo diría que datan del 800 después de Cristo.
—Eso me han dicho. De mis favoritas, igual que las diosas, así que pasó a mí a través de la familia.
—¿Quiénes son? —preguntó Sasha.
—Las hijas de Ernmas, de los Tuatha Dé Danann —respondió Riley—. Pidieron al bardo Amergin que diera nombre a la tierra, esta tierra, en honor a ellas, y él así lo hizo. Un triunvirato; no nuestras tres diosas, pero un triunvirato de todas formas. Reinas y diosas de una isla. Es interesante. —Se giró y gesticuló—. Y ese bronce. Morrigan, captada en medio de la transformación de mujer a cuervo. Otra de las hijas de Ernmas, otra gran reina y diosa. Diosa de la guerra. —Riley se desplazó a otra hornacina—. Aquí tenemos a la Dama del Lago, en ocasiones conocida como Niniane. Diosa del agua. Y aquí, en su carruaje, Fedelma, la profetisa, que predijo grandes batallas.
—¿Nos representan a nosotros? —Sasha se acercó a la talla de madera pulida de la diosa profetisa.
—Me parece interesante. El irlandés tiene muchas obras de arte magníficas por todas partes, pero es curioso que estas piezas en particular estén en esta torre en concreto.
—Juntas —apuntó Annika—. Igual que nosotros. Me gusta.
—A mí también me gusta. Representa la fortaleza —decidió Riley—. Y parece que da buena suerte. Yo no lo haría —añadió cuando Sawyer trató de coger la escultura de la diosa emergiendo del agua—. Es probable que tenga un valor de cinco o seis millones en el mercado.
—¿Qué has dicho? —Sawyer retiró la mano de golpe.
—La leyenda de esa pieza dice que uno de mis antepasados estaba enamorado de la dama y que conjuró la escultura. —Bran esbozó una sonrisa—. Da igual cómo se forjara, el caso es que ha pasado de generación en generación en mi familia. Pero tu percepción del conjunto es fascinante, Riley. Las coloqué aquí con mis propias manos. Elegí su lugar antes de conoceros a ninguno de vosotros. Pero encajan bien, ¿no os parece?
—Son realmente preciosas. —Annika imitó a Sawyer y no las tocó.
—También es curioso que en la otra torre colocara un bronce del mago Merlín y uno de Dagda.
—Lo de Merlín es evidente. Dagda, otra vez los Tuatha Dé Danann, al que se conoce como el dios del tiempo, entre otras cosas. —Apuntó a Sawyer con un dedo.
—Y con él tengo a Caturix.
—Rey de la batalla —murmuró Riley, mirando a Doyle con las cejas enarcadas—. Encajaba muy bien.
—También tengo a las colegas del triunvirato de diosas en la primera torre. Morrigan, Badb y Macha.
—El segundo grupo de hijas de Ernmas. Me gustaría echarle un vistazo en algún momento.
—Cuando quieras —le dijo Bran a Riley.
—Por interesante que pueda ser, solo son símbolos. —Doyle se irguió, con las manos en los bolsillos—. Las esculturas no luchan. No sangran.
—Dice el tío al que maldijo una bruja hace tres siglos. No espero que las estatuas den un salto y se unan a nosotros —prosiguió Riley—. Pero el simbolismo importa y ahora mismo parece que está de nuestro lado.
—Estoy totalmente de acuerdo. Y eso no significa que no vaya a gruñir mientras haga las dominadas mañana.
Doyle le brindó una sonrisa torcida a Sasha.
—Me parece bien.
—La planta principal puede proporcionarnos algo más tangible con qué trabajar.
—¿Por casualidad no tendrás a Excalibur ahí abajo? —preguntó Sawyer a Bran.
—Lo siento, pero no. La tiene mi primo Kerry. Es broma —dijo al ver que a Riley se le salían los ojos de las órbitas bajo su enmarañado flequillo.
—Jamás bromees sobre Excalibur con un arqueólogo. ¿Qué hay abajo?
Empezó a bajar por la escalera de caracol, sin esperar.
Doyle oyó su reacción antes de que llegara a la mitad del camino. Según su experiencia, el sonido que dejó escapar era el que solía soltar una mujer al llegar al orgasmo.
Oyó reír a Bran.
—Imaginaba que lo aprobarías —dijo mientras bajaba, cerrando el grupo.
Libros, se percató Doyle. Cientos de libros. Libros antiquísimos en imponentes estanterías redondas. El aire olía al cuero de las encuadernaciones y a papel, aunque de manera más débil.
Había un libro enorme en un atril, cuya cubierta de cuero labrado estaba cerrada con llave. Pero otros recorrían la estancia, con su amplio hogar de piedra. Altas y angostas ventanas, intercaladas entre las estanterías, proporcionaban luz y asiento.
Una larga mesa de biblioteca dominaba el centro de la habitación.
Su propio interés se vio avivado cuando se fijó en los mapas.
—Libros, recopilados durante generaciones —comenzó Bran—. Sobre magia, sabiduría popular, leyendas, mitología e historia. Sobre sanación, hechizos, hierbas, cristales, alquimia. También diarios, memorias y tradiciones familiares. Mapas, como ya ha descubierto Doyle, algunos antiguos. Encontrarás algunos duplicados de lo que ya tienes —le dijo a Riley.
Ella tan solo meneó la cabeza.
—Hace que lo que yo tengo parezca la estantería de un niño pequeño. Podría vivir aquí. —Exhaló una profunda bocanada—. Si no soy capaz de hallar respuestas en este lugar, es que no las hay. Y siempre hay respuestas.
—He buscado, claro, pero yo carezco de tu comprensión. Y llegados a este punto, la búsqueda es más reducida y concreta. —Cruzó la estancia y sacó un grueso volumen de un estante—. Se dice que esto lo escribió uno de mis antepasados…, por parte de madre. Cuenta su visita a la Isla de Cristal para celebrar el nacimiento de una nueva reina. Está escrito en gaélico antiguo.
Riley lo cogió y lo abrió con cuidado. De manera reverente.
—Puedo ponerme a traducirlo. A Doyle se le da mejor, ya que es un irlandés de la antigüedad.
—No puedo aportar pruebas de su veracidad —prosiguió Bran—. Pero la tradición familiar generalmente la sustenta.
—Puedo ahondar en la tradición y la mitología —comentó Riley con aire distraído mientras echaba un vistazo al libro—. Imagino que lo que hay aquí se queda aquí.
—Esta cámara está controlada mediante la magia para preservar los libros; papel, encuadernación. Algunos son tan antiquísimos que se desmigarían fuera de esta atmósfera y si se manipularan sin estar bajo este hechizo.
—Entendido. De todas formas, es un lugar cojonudo para trabajar. —Dejó el libro sobre la larga mesa y señaló el que estaba sobre el atril—. ¿Qué libro es ese?
—Es el libro de los hechizos, también de mi familia, del primero que se puso por escrito al último. He añadido lo que creé en Corfú y en Capri. Solo alguien de mi sangre puede abrirlo. —Se acercó mientras hablaba—. Me fue entregado en mi veintiún cumpleaños. Se lo pasaré a mis descendientes. Contiene conocimiento, un legado y poder.
Posó la mano sobre el ejemplar y dijo unas palabras en gaélico. Y mientras hablaba, el libro comenzó a emitir un resplandor.
—¡Oh! —Annika agarró la mano de Sawyer—. Es precioso. ¿Puedes oírlo?
—Sí. Y sentirlo.
El aire se agitó; la luz cambió.
—«Soy de la sangre». —Doyle tradujo a los demás las palabras de Bran—. «Soy del oficio. Soy todo lo que vino antes, todo lo que vino después. Este es mi compromiso, este es mi deber, este es mi gozo».
Cuando Bran alzó la mano, el grueso cierre desapareció. Abrió la tapa labrada y… surgió un destello, un chasquido. Después se hizo el silencio.
—Mirad, todo el que ha tenido el libro pone su nombre.
—Hay muchos —murmuró Sasha mientras él pasaba la página—. El tuyo es el último.
—Por ahora.
—¿Estará… nuestro hijo?
—Sí, si nuestro hijo está dispuesto. Si acepta.
—¿Es una elección?
—Siempre lo es. Los hechizos están catalogados. Por sanación, conocimiento, protección, bloqueo, devoción, etc. Si alguno necesita buscar un hechizo, solo tiene que pedirlo y se abrirá.
—Las ilustraciones —dijo Sasha mientras él pasaba algunas páginas—. Son maravillosas, realmente vibrantes.
—Las crea el libro. Verás que cada página lleva un nombre. Si un hechizo resulta útil, lo anotamos, lo ofrecemos. Si el libro acepta, se incorpora.
—¿Si el libro acepta?
—Tiene poder —repitió—. Si necesitáis algo, pedidlo.
Cerró el libro y mantuvo la mano posada en él. El cierre se materializó y se cerró de golpe.
—Algún día, cuando dispongamos de tiempo de sobra, me gustaría examinarlo detenidamente. Pero por el momento… —Riley giró en círculo—. Me parece que tengo suficiente para mantenerme ocupada.
—Durante un par de décadas —medió Sawyer.
—¿Te parece bien si me pongo manos a la obra y empiezo?
—Por supuesto. —A modo de bienvenida, Bran realizó un gesto en dirección a la chimenea y las llamas cobraron vida—. Más tarde estaré en la tercera planta. Hay bebidas en la segunda y todo lo necesario para preparar té o café.
—Como ya he dicho, podría vivir aquí. Iré a por algunas cosas a mi cuarto y luego empezaré a indagar. Mi móvil funcionará aquí dentro, ¿no?
—Aquí y en cualquier otra parte.
—¿Puedo echarte una mano aquí, en lo que sea? —preguntó Sasha.
—Puede, pero lo cierto es que Doyle me sería más útil.
Él no pareció demasiado contento, pero se encogió de hombros.
—He de ocuparme de unas cosas y después puedo dedicarte un rato.
—Me parece bien. Haré unas llamadas, traeré unas cuantas cosas aquí abajo y me pondré al tajo. ¿Bran? —Con los brazos en jarra, Riley giró en redondo—. Esto mola.
Antes de empezar, Riley contactó con su familia. Debería llamarlos, hablar con ellos, pero… un correo electrónico era más rápido, más sencillo y podía enviarles un e-mail a todos a la vez.
Llamaría a sus padres después de la luna, pero podía darles a ellos y a su manada detalles sobre el punto de la búsqueda en el que estaba, y dónde se encontraba literalmente, vía e-mail.
A continuación echó un vistazo a su lista de contactos. Tenía que conseguir un barco y un equipo de buceo. Dado que habían tenido que bucear para hacerse con las otras dos estrellas, daba por hecho que iban a necesitarlo.
Dio con un arqueólogo con el que había trabajado en una excavación en el condado de Cork hacía unos años y probó.
Fue necesario conversar un poco y ponerse al día, razón por la cual optó por contactar con la familia vía e-mail, pero consiguió el nombre de un lugareño.
Al cabo de veinte minutos, y tras cierto coqueteo y negociación por teléfono, tenía listo lo que necesitaba.
Cogió los libros que quería, junto con su ordenador, su tableta y un par de cuadernos y lo llevó todo a la torre.
Cuánto le habría encantado trabajar allí a solas, pensó mientras entraba de nuevo. Solo ella y los cientos de libros antiguos… y sus propios aparatos electrónicos. Un buen fuego, una mesa grande. La lluvia cayendo afuera, un poco de música de su lista de reproducción.
Pero necesitaba a Doyle.
Ese hombre hablaba y leía tantos idiomas como ella…, y algunos mejor. Lo cual era irritante, admitió mientras instalaba su ordenador portátil.
Pero claro, había dispuesto de unos cuantos siglos para aprender idiomas. Y otras cosas.
Tenía cabeza para la estrategia y las tácticas; ella no siempre estaba de acuerdo, pero tenía buena cabeza para ello. Era brutal como sargento instructor…, pero eso lo respetaba. Era la guerra, una guerra a un nivel imposible, así que o te entrenabas de forma brutal o morías.
Y en la batalla, Doyle era feroz, rápido y valiente. Claro que, siendo inmortal, ¿por qué temer?
En cualquier caso, no se trataba de una competición. Lo cual era una sandez, reconoció mientras colocaba sus cosas. Para ella, casi todo era una especie de competición. Sabía trabajar en equipo; a fin de cuentas era un animal gregario. Pero prefería ser una alfa.
Teniendo en cuenta la noche que había pasado y lo que esperaba lograr, subió por la escalera de caracol y preparó una cafetera de café fuerte. Después de dudar un poco, cogió dos grandes tazas blancas.
Si Doyle aparecía, tener una segunda taza le ahorraría tiempo.
A continuación se instaló en la mesa, con el fuego encendido, la lluvia cayendo afuera, y comenzó a leer, lo mejor que podía, el libro escrito por los antepasados de Bran.
Tomó notas en el cuaderno a medida que avanzaba y paró cuando era necesario para buscar una palabra o una frase con el ordenador.
Apenas levantó la vista cuando se abrió la puerta.
Se preguntó si la descolorida camiseta de los Grateful Dead que él llevaba puesta era una socarrona broma privada acerca de su inmortalidad o si, como cualquier amante sensato del rock, era un fan.
Sea como fuere, resaltaba sus admirables pectorales.
—El requetetatarabuelo de Bran era un engreído —comenzó—. O a lo mejor solo lo parece. Su estilo es muy florido y se jacta bastante de haber sido invitado a la llegada. Así llama al nacimiento de la nueva reina.
—Vale. —Doyle echó café en la segunda taza.
—Tú podrías leer esto más rápido.
—Pues parece que te las apañas. Además, el viaje de un tío a la Isla de Cristal hace cientos de años no nos sirve de mucho aquí y ahora. La isla está donde le place…, ¿no es eso lo que dice la leyenda?
—«Va y viene a su antojo, surcando las brumas del tiempo y el espacio. Muchos han buscado sus costas, pero el cristal raras veces se abre. Solo los elegidos por el destino, aquellos cuyas proezas, actos y poderes son dignos, tienen el don de pasar» —citó Riley y dio un golpecito al libro con el dedo—. O algo por el estilo. Este tío…, Bohannon…, ha inflado mucho sus méritos personales. Le lleva como regalo a la reina dos pájaros enjoyados, una alondra y un ruiseñor. Uno para que le cante hasta quedarse dormida y otro para que la despierte con sus gorjeos. Hay un pasaje entero sobre cómo los hizo.
—¿Y en qué nos ayuda eso ahora?
—Es información, cagaprisas. No cabe duda de que habla de un bebé, así que esto confirma un nacimiento. La mayoría de la información que hemos averiguado lo confirma, aunque existen teorías sobre que una joven era elegida mediante una tarea o una proeza, al estilo del rey Arturo. Pero aquí escribe acerca de la reina niña, Aegle, y de sus guardianas: Celene, Luna y Arianrhod.
—Eso ya lo sabíamos.
—Esto lo confirma todavía más —insistió Riley—. Y la invitación le llegó por Arianrhod; de un celta a otro celta, creo. Y viajó desde Sligo hasta la costa de Clare…, que es aquí en el presente. Tuvo que ir por mar desde aquí, cosa que no le resultó fácil…, algo que también narra con todo lujo de detalles. El mar oscuro bajo la luna llena, bla, bla, bla. Pero entonces se pone interesante.
Riley giró el libro y lo empujó hacia él.
—Lee eso. En voz alta —dijo con impaciencia al ver que sus ojos empezaban a recorrer las palabras—. Oírlo me sirve de ayuda.
—Ay que joderse. Muy bien. «Aunque el mar se mece bajo mis pies y las nubes tras las que la luna danza difuminan su luz, nada temo. Me he envuelto en mi poder como si de una capa se tratara y navego bajo mi propio encantamiento mientras la bruma se arremolina y se torna más densa. Durante un momento, incluso la luna se perdió y el mar se estremeció de miedo. Puede que algunos hubieran gritado o hecho que el barco diera media vuelta, pero yo he seguido navegando, con la sangre tan fría como…» Por Dios santo.
—Ya, ya, pero sigue.
—«Mientras yo prosigo mi rumbo a pesar de los rugidos del demonio del agua». —Doyle hizo una pausa y le lanzó una mirada fría—. Demonio del agua.
Riley se encogió de hombros.
—Podría ser un wahwee, aunque eso es aborigen, puede que un munuane…, tal vez una ballena, un tifón. O simplemente una exageración. Continúa.
—El demonio de agua —masculló, pero siguió—. «Luces y antorchas ardían en medio de la bruma y la luna escapó de las nubes para iluminar el camino con un haz de luz. El cristal se abrió para mí, el mar quedó en calma y ante mis ojos apareció la Isla de Cristal, que resplandecía como una gema.
»Arena, blanca como la luna, con un montón de antorchas encendidas. Bosques frondosos y verdes, iluminados por diminutas y danzarinas pinceladas de colores. El palacio resplandecía como la plata sobre una montaña. Música de gaitas, flautas y arpas flotaba en el aire. Vi malabaristas y bailarines y hasta mí llegó el olor a carne en la hoguera, a hidromiel en las copas, mientras unos muchachos corrían a adentrarse en la oscuridad para arrastrar mi bote hasta la costa».
Cuando Doyle hizo una nueva pausa, Riley se limitó a agitar el dedo en un círculo.
Él maldijo entre dientes, pero continuó:
—«Y aunque la noche era fría y húmeda cuando partí de la costa de mi mundo, la noche allí era calurosa y seca. Bajé del barco a la blanca arena de la Isla de Cristal, donde aguardaba Arianrhod con sus hermanas para recibirme. Cuando mi pie tocó tierra supe que me habían concedido algo a lo que muy pocos habían tenido acceso con anterioridad y a lo que muy pocos lo tendrían después de mí. Pues aquí está el palpitante corazón del poder de todos los mundos». —Doyle levantó la vista—. ¿Tú te lo crees?
—No tengo suficiente información, pero es interesante, ¿verdad? Es magia; eso no podemos negarlo. ¿Y si tiene un núcleo, un corazón, un mundo donde se genera? Tiene todo el sentido que Nerezza quiera las estrellas, creadas allí por las tres diosas. Resulta lógico que si las tuviera en sus malvadas manos tendría todo el poder y la capacidad para destruir…, bueno…, para destruirlo todo. Así que es interesante. —Se inclinó hacia atrás—. Continúa.
—De haber sabido que iba a leerte un cuento, me habría traído una birra.
—Te traeré una birra si con eso me evito traducir.
—Trato hecho.
Riley subió la escalera.
—Otra cosa en la que pensar —dijo, alzando la voz.
—Yo tengo mucho en qué pensar. ¿En qué otra cosa tienes que pensar tú?
—Tendría que realizar pruebas para tener una mejor estimación de la antigüedad de este diario, pero yo diría que es del siglo IX.
—De acuerdo.
Riley puso los ojos en blanco y miró por encima de la barandilla.
—Muestra un poco de curiosidad intelectual y pregunta por qué, Doyle.
—Me lo vas a decir de todas formas.
—Pues sí. —Empezó a bajar con la cerveza para Doyle—. En el siglo IX tenían un diseño matemático para los manuscritos y los amanuenses pautaban el papel de pergamino marcando líneas invisibles en el envés con un punzón. A veces apretaban demasiado. Puedes ver las marcas en el pergamino del libro. Aquí Bo exagera, muy satisfecho con su posición en la vida. Debió de ordenar a un lacayo que hiciera las marcas. Si fuera del siglo XII…, algo que, por la tinta, no creo…, se empezó a utilizar una especie de lapicero para pautar las páginas.
—Así que es antiguo, cosa que ya sabíamos. ¿Qué más da un par de siglos arriba o abajo?
—Para ti es fácil decirlo, amigo. En este caso sí importa. —Le entregó la cerveza—. Pues aunque he hallado fragmentos de la leyenda de la isla que parecen ser muy anteriores, este es el relato serio más antiguo y está narrado en primera persona. La narración de un viaje a la Isla de Cristal para los festejos en honor al nacimiento. Cuando se crearon las estrellas, Doyle. Nos dice cuándo nacieron las estrellas. Es lo que en mi círculo denominamos un descubrimiento.
—Datar las estrellas no es encontrar la tercera.
—A veces el conocimiento es la recompensa —alegó con sequedad, creyendo en ello a pies juntillas—. Pero si puedo datar esto y autenticarlo de algún modo, sabremos cuándo nació la reina, cuándo se crearon las estrellas. Sabemos que este encantador tipo partió de la costa de Clare… él solo. No es muy probable que tuviera que navegar lejos, pues partió por la noche y llegó la misma noche. Olvidémonos de la magia por un momento, asumamos que la isla estaba aquí, en la costa de Clare, lo cual me gustaría porque nosotros también estamos aquí.
Doyle frunció el ceño y cogió su cerveza.
—Tendríamos una suerte cojonuda.
—Teniendo en cuenta el último par de meses, que le den por el culo a la suerte. Estamos donde estábamos destinados a estar. No sé si nos haremos a la mar una noche y daremos con ese portal, pero puede que si utilizamos su narración, la combinamos con otros avistamientos, establecemos las coincidencias y calculamos las corrientes, obtengamos una ubicación o una zona. Siempre hay un patrón, Doyle.
Él bebió un trago de cerveza.
—Ahora sí que has despertado mi interés.
—Estupendo. Esto ha de ser más secundario a partir de hoy. Como es lógico, no podemos recuperar la estrella hasta que la encontremos. Pero nos convendría tener un rumbo y proporcionarle a Sawyer unas posibles coordenadas cuando encontremos la tercera estrella. Nerezza estará aún más cabreada.
—Está herida. A lo mejor la encontramos antes de que ella vuelva a la acción. Y no —añadió cuando Riley se limitó a enarcar las cejas—. No lo creo ni por un segundo.
—Pues muy bien. Para resumir: encontramos la estrella, encontramos la isla, hacemos el trabajo. Espero que terminar el trabajo incluya destruir a Nerezza.
—Según nuestra vidente, una espada acabará con ella.
—Y sería todavía mejor si fuera la tuya, pero ninguno de nosotros piensa que vaya a ser tan fácil.
—Bran le lanzará un encantamiento teniendo eso en cuenta. Puede que sea hora de ponernos con eso.
—No vendría mal. —Riley también lo había pensado—. Puede que eso lo tengamos ya resuelto con el hechizo que Bran lanzó sobre las armas. Pero… hablemos con franqueza ahora que los demás no están aquí. —Podría hablar claro con él, pensó. Decirle cosas que dudaría en decir a los demás. Cosas que había que contraponer a la esperanza—. Aunque no acabemos con ella antes de que llevemos las estrellas de nuevo a la isla, salvamos a los mundos. ¡Bien por nosotros! Pero irá a por nosotros cuando hayamos cumplido con nuestro trabajo. Puede permitirse esperar. —Riley le sostuvo la mirada con frialdad y firmeza mientras proseguía—: Bran y Sasha se largarán, se casarán y tendrán un par de críos. Annika y Sawyer vivirán en una isla; él en tierra; ella en el mar. Seguramente hasta consigan que eso funcione. Yo buscaré una excavación o escribiré un libro. Es probable que haga las dos cosas. Tú harás lo que haces. Y ella vendrá a por nosotros de uno en uno o de dos en dos y nos aniquilará como a moscas. A ti no puede matarte, pero seguro que se le ocurrirá algo peor. —La imagen no era nada halagüeña, así que alargó la mano, le quitó la cerveza y tomó un trago—. A todos se nos ha llevado a emprender este rumbo. Se nos ha reunido con un único fin: encontrar las estrellas, devolverlas y salvar los mundos. Estamos en ello. Creo que podemos conseguirlo. Creo que podemos llevar a cabo la misión. Pero después de eso nadie dice que vayamos a vivir felices para siempre, Doyle. Nadie dice que estemos destinados a matar a la diosa oscura y hacer el baile de la victoria.
—Pues más vale que lo digamos nosotros y lo hagamos. —Le quitó la cerveza y dio un trago—. Porque desde luego no pienso ser el esclavo sexual de una diosa psicópata durante toda la eternidad.
—Yo estaba pensando en que te tendría asándote a fuego lento sobre una hoguera durante toda la eternidad.
—Me gusta el calor, pero la cuestión sigue siendo la misma. Será mejor que lo consigamos, Gwin. Todo. O nadie cabalgará hacia el horizonte hasta que lo hagamos. Estamos juntos hasta que la aniquilemos.
Ella también había pensado en eso, pero…
—Annika solo tiene un par de meses hasta que sea una sirena a tiempo completo.
—Lo haremos antes. Pondremos a Bran a trabajar con la espada. Estaremos preparados para ella cuando regrese.
—De acuerdo. Apunto una espada destruye diosas en la lista. —Riley hizo un gesto—. Lee.
Nerezza se revolvía en su nueva cámara, en su cueva en las entrañas de la tierra. ¡Cuánto dolor! El dolor la desgarraba, la devoraba como dientes bajo la piel, le quemaba como lenguas de fuego y hielo.
Jamás en toda su existencia había experimentado semejante dolor.
Su grito de ira resonó como un entrecortado quejido.
La criatura que otrora fuera Andre Malmon —humano, rico y salvaje a su manera— le acercó un cáliz a los labios con sus garras.
—Bebe, mi reina. Esto es vida. Es fuerza.
La sangre que le dio bajó por su irritada garganta. Pero el dolor, el dolor…
—¿Cuánto? ¿Cuánto tiempo ha pasado?
—Solo un día.
No, no, sin duda habían sido años, décadas. Había sufrido demasiado. ¿Qué le habían hecho?
Recordaba un torbellino, una tremenda caída, un calor abrasador, un frío glacial. Miedo. Recordó el miedo.
Y las caras, sí, recordaba las de los que la habían atacado.
Lágrimas ardientes rodaban por sus mejillas mientras bebía, mientras los ojos reptilianos de Malmon se clavaban en los suyos con una mezcla de adoración y locura.
A aquello, a aquello la habían reducido.
—Mi espejo. Tráeme mi espejo.
—Debes descansar.
—Soy tu diosa. Haz lo que te ordeno.
Cuando la criatura se fue, Nerezza se dejó caer, sin fuerzas; cada aliento que tomaba era una tortura. Las garras de sus pies resonaban en la piedra cuando Malmon regresó y sostuvo el espejo en alto.
Su cabello, su hermoso cabello, ahora era gris como el fétido humo. Arrugas y surcos marcaban su rostro amarillento, sus negros ojos estaba vidriosos por la edad. Toda su belleza había desaparecido; habían destruido su juventud.
La recuperaría, lo recuperaría todo. Y los seis que habían causado aquello lo pagarían con creces.
Impulsada por la cólera, agarró el cáliz y bebió un buen trago.
—Dame más. Dame más y después harás lo que yo te diga.
—Haré que te pongas bien.
—Sí. —Clavó los ojos en los de él; ojos llenos de locura—. Harás que me ponga bien.