8
Dado que Sawyer salió de la casa cuando Doyle aparcó, Riley le llamó.
—Misión cumplida —dijo Sawyer mientras Riley sacaba las cajas de pizza—. Bran y yo hemos buscado dónde almacenar todo esto…, dejando a un lado la pizza. Hemos optado por la sala de estar de la segunda planta en la zona norte.
—El ataque será por la noche, mejor en la planta de los dormitorios. —Riley asintió—. Tengo la cena. Ocupaos del resto, chicos.
Llevó las cajas de pizza directamente a la cocina y vio a Annika y a Sasha sentadas junto a la pared del acantilado mientras se tomaban un vino. Decidió que se había ganado uno, así que se sirvió una copa y salió.
—Has vuelto. —Sasha palmeó las piedras a su lado a modo de invitación—. Siéntate.
—Suena bien, pero tenéis que venir a ver lo que hemos comprado.
—Me gusta la pizza. —Annika se bajó de un ágil salto de la pared—. Pero no creo que hayáis comprado algo divertido como un vestido nuevo. El resto son armas.
—Sí y sé que no te gustan, pero deberías saber qué son y dónde están. —Riley miró a Sasha—. Y eres tan buena como Katniss con el arco, pero tienes que familiarizarte con los Ruger.
—Tienes razón. —Sasha se bajó con suavidad y le dio un pequeño apretón en la mano a Annika—. Ha sido un descanso agradable sentarnos simplemente un rato.
—¿Habéis visto algún cuervo? —preguntó Riley.
Sasha frunció el ceño.
—¿Cuervos?
—Os lo explicaré. En realidad hemos hecho algo más que recoger la pizza y las armas en lo que a información se refiere.
Las condujo adentro, se lo pensó y a continuación cogió la botella de vino para llevársela arriba.
—Sasha y yo hemos ayudado a Bran mientras estabais fuera —comenzó Annika—. Está preparando un escudo contra el fuego.
—Guay. ¿Es un escudo contra el fuego o un escudo de fuego?
—¡Las dos cosas! Qué lista eres.
—Si lo consigue con éxito, Bran ganará el premio al más listo.
Se encaminó hacia el sonido de voces masculinas y entró en la sala de estar, que por suerte se encontraba entre su dormitorio y el de Doyle, donde los tres hombres estaban guardando las cajas de munición en una antigua vitrina.
—Eduardiana —observó Riley—. De alrededor de 1900. Muy bonita.
—Todo lo sabes —comentó Sasha.
—Hay que intentarlo. No era su función original, pero sirve y resultará más fácil llevar el inventario. De todas formas, quizá deberíamos trasladar una parte al piso principal.
—Doyle ha dicho lo mismo. —Bran retrocedió—. Estoy pensando en la despensa.
—Y esto también sirve. —Riley miró mientras Sawyer abría la cremallera de la funda de uno de los rifles—. Tiene bastante retroceso —le dijo.
—Tiene pinta de ser malo.
Comprensiva, Riley le dio una palmada en la espalda a Annika.
—Es malo. Vamos a necesitar eso.
—Tú limítate a sus brazaletes de Wonder Woman. —Al oír el comentario de Sawyer, Annika frotó los brazaletes de cobre que Bran había conjurado para ella—. No tienes que tocar ninguno de estos.
Sawyer abrió la puerta de la terraza, se llevó el rifle afuera, comprobó su peso y disparó unas cuantas veces.
—Lo probamos a unos cuarenta y cinco metros. Tenemos que practicar a más distancia. —Riley cargó el segundo rifle y se lo ofreció a Sasha—. Familiarízate con él.
Sasha lo cogió, resignada ya a las armas.
—Pesa.
—Comparado con tu ballesta o una pistola, claro. Pero no para ser lo que es. Incluiremos prácticas de tiro mañana después de que nos sumerjamos.
—Mañana nos sumergimos. —La tensión desapareció del rostro de Annika—. Esto es mucho mejor. Puedo enseñaros algunas cuevas, pero el agua estará mucho más fría que la de Carpi o Corfú.
—Nos las apañaremos. —Riley le llenó la copa a Annika, a Sasha y después la suya—. ¿Qué os parece dejar una caja de munición de cada calibre y un carcaj de flechas en la despensa? Lo iremos rotando.
Dado que sentía que se había ganado una copa, y la de ella la tenía a mano, Doyle cogió la de Riley y se bebió la mitad.
—Servirá. Pero ahora creo que deberíamos haber comprado un tercer rifle; tenía un Remington. Podríamos dejarlo en la despensa y otro en el piso principal por si lo necesitamos.
—A toro pasado. —Riley le arrebató su copa—. Podemos volver si decidimos que necesitamos otro.
—Has dicho que habéis recogido más cosas —le recordó Sasha—. Información.
—Sí. Yo voto que bajemos y le metamos mano a la pizza. He tenido que venir todo el camino oliéndola y tengo ganas de comer.
—No me lo tienes que decir dos veces. Voy a llevar esto abajo —dijo Sawyer, rifle en mano—. Me gustaría probarlo afuera después de que cenemos.
Cuando se dispusieron a bajar con los suministros para dejar en el piso principal, Sasha retuvo a Bran.
—Algo ha pasado entre ellos…, entre Riley y Doyle.
—¿Han discutido? No es ninguna sorpresa.
—No me refiero a eso.
—Ah. —Bran sonrió—. Supongo que eso tampoco debería ser ninguna sorpresa, ¿o sí? Dos personas sanas y atractivas en una situación cercana e intensa. Más que sorprendente, es inevitable. ¿Por qué te preocupa? —Le dio un golpecito con un dedo entre las cejas—. Veo tu preocupación.
—Una cosa es que sea solo sexo. A pesar de la asignación de tareas, las comidas familiares, las compras masivas de Annika…, de todo lo que hacemos para establecer una especie de orden y normalidad, hemos arriesgado nuestras vidas cada día desde que nos conocimos. Así que el sexo, bueno…, es también algo que entra dentro de la normalidad. Pero… Doyle ha cerrado su corazón, Bran. Es su único modo de protegerse por tener que vivir década tras década mientras todas aquellas personas que conoce mueren. Incluso la confianza, la conexión y el afecto que siente por todos nosotros le resulta preocupante y difícil.
—Lo sé. Y Riley también lo sabe.
—Pero Riley es…, bueno…, es un animal gregario. Es su naturaleza. Necesita y valora su soledad, sus estudios, pero en el fondo tiende hacia la familia y el equipo. Y los lobos se emparejan de por vida, ¿no es así?
—Tengo la clara sospecha de que Riley se ha emparejado antes.
—Él es su equivalente.
Bran frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—Lo he sentido en todo momento. Por parte de ella, no de él. Doyle está cerrado a cal y canto, así que no suele transmitir sus sentimientos ni sus emociones…, y yo no me meto.
—No, no lo haces.
—Es más bien lo que percibo cuando los veo juntos o los imagino juntos. Él es lo que ella quiere, lo sepa o no, lo admita o no, él es lo que ella quiere a largo plazo. Creo que podría enamorarse de él y que eso podría hacerle daño.
Bran posó las manos en los hombros de Sasha.
—Riley es la primera amiga de verdad que has tenido.
—Sí. Y fue ella quien me ofreció su amistad, la primera que lo hizo sabiendo lo que soy.
—Así que es natural que te preocupes por ella. Y sin embargo es una mujer adulta y lista como la que más. Tendrá que labrarse su propio camino. Tú estarás a su lado adondequiera que la lleve.
Sasha asintió y se acercó para darle un abrazo, se aferró a él y deseó con toda su alma que su primera amiga de verdad pudiera ser tan feliz como lo era ella.
—¡Oye! —espetó con impaciencia; la voz de Riley tronó desde el piso de abajo—. Daos el lote más tarde o comeremos sin vosotros.
—Ya vamos. —Sasha se apartó y cogió a Bran de la mano.
Abrieron otra botella de vino y, aun tratándose de una comida tan informal, Annika dobló las servilletas con forma de cisne, les colocó collares de flores diminutas y lo puso a nadar sobre una fuente azul claro.
—Hemos traído de queso sin más para los aburridos —comenzó Riley—. De pepperoni, de carne, carne y más carne y la espectacular vegetariana.
—Creo que empezaré con la aburrida e iré a más. —Sasha se sentó y rio cuando Bran agitó la mano sobre las porciones para hacer que el queso burbujeara de nuevo.
—Riley y Doyle tienen información. —Annika eligió una porción de la vegetariana, pues era muy bonita—. Y nosotros también. ¿Quién empieza?
—Yo tengo más trabajo, así que le cedo el primer puesto a Riley y a Doyle.
—Dado que el señor Pocas Palabras pasará por encima de puntillas, tomaré la delantera. —Riley optó por la de carne—. Resulta que mi contacto aquí, en Clare, al que le hemos comprado las armas y la munición, tiene un hermanastro, el mayor. Es un McCleary.
—Igual que Doyle —dijo Annika.
—Igual. Don Cínico quiere denominarlo coincidencia.
—No lo es. —Sasha miró a Doyle con cierta comprensión—. Simplemente no lo es.
—No se puede decir que no te tropieces con un montón de McCleary en Clare o en Galway o en cualquier otra parte del país —agregó Bran—. Pero no, no lo es. ¿Conocías a este hombre de antes?
—No. —Riley bajó la pizza con un trago de vino y pensó que aquello era lo mejor de lo mejor—. Es primo de la ex de un amigo. Un tío interesante. Conocía tu nombre, Bran. Y percibí respeto y curiosidad por su parte. Os cuento la versión corta: la madre de Liam, así se llama, se casó con un tal James McCleary, que se fue a luchar en la Segunda Guerra Mundial dejando a su mujer embarazada y murió en la guerra. Ella tuvo a su hijo y unos años más tarde se casó de nuevo. Os digo que podría haber acudido a un par de lugares para conseguir lo que queríamos, pero fui directa a este. Liam nos ofreció un trato justo, no hizo demasiadas preguntas y tiene una conexión directa con el clan McCleary.
—Voy a decir algo importante —intervino Sawyer con la boca llena de pizza—. No descubrimos los puñeteros vínculos, la confirmación de los mismos, antes de que llegáramos aquí, a este punto. Así que yo digo que no era ni el momento ni el lugar entonces. Ahora sí lo es.
—Ya éramos familia.
Sawyer se arrimó a Annika y la besó.
—Muy cierto. Y a lo mejor teníamos que llegar a eso antes de llegar aquí.
—Ya no somos solo un equipo —declaró Bran—. Somos un clan.
—En gaélico, hijos o progenie. Así que en dicho clan o tribu, las personas se unían por parentesco, ya fuera real o algo que se percibía. Eso encaja.
—Empezamos por separado. —Sasha puso su mano sobre la de Bran—. Forjamos una alianza porque al principio no éramos un equipo.
—Tú nos convertiste en un equipo. —Sawyer alzó su copa hacia ella—. Más que nadie de nosotros.
—Nosotros nos convertimos en un equipo, pero gracias. Y Annika tiene razón; nos convertimos en una familia a partir de ahí. Y la familia permanece incluso como un clan.
—Deberíamos hacernos con un escudo de armas.
Annika le lanzó una mirada perpleja a Sawyer.
—Pero el escudo es ya un arma.
—No, es un símbolo, como un emblema.
—Un diseño heráldico —explicó Riley—. Y, ¿sabes qué? Me gusta. Sasha debería dibujarlo.
—Sería la primera vez para mí, pero puedo intentarlo.
—Los símbolos son importantes. —Doyle se encogió de hombros cuando todos los ojos se volvieron hacia él—. Es algo que se acostumbra a decir en este grupo. En este clan. Así que sería importante.
—Me pondré con ello.
—Podemos pedir camisetas a juego, pero entretanto… —Riley hizo una pausa para coger otra porción de pizza—. Estoy segura de que Nerezza se encuentra mejor.
—Os atacó. —Sasha se sacudió en su silla—. No he percibido…
—No de manera directa —la interrumpió Riley—. Ha enviado exploradores. Cuervos. Me he cargado a unos cuantos.
—¿Has matado pájaros? —Annika se llevó una mano al corazón, conmocionada sin duda.
—Los pájaros no se convierten en cenizas cuando les metes una bala. Estos sí lo han hecho.
—Lobezna los ha reconocido. —Doyle se limitó a sonreír cuando Riley le gruñó—. Parece que la loba sabe distinguir un cuervo de un secuaz.
—Explorador —le corrigió Riley—. No es que no nos hubieran sacado los ojos de tener ocasión, pero estaban débiles…, lo que con suerte quiere decir que ella también lo está aún.
—Pero sabe dónde estamos —medió Sawyer.
—Yo diría que sí. No está lista para hacer algo al respecto, pero sabe que estamos aquí.
—Y cuando esté lista, nosotros también lo estaremos —dijo Bran—. Un clan, un escudo de armas y, por mi parte, un escudo. Cuando llegue el momento, combatiremos el fuego con fuego.
—Y armas de fuego. Yo también he explorado —adujo Sawyer—. Mi opinión es que las torres, fuera, las…, llamémoslas almenas para divertirnos…, es una ubicación mejor para los rifles de largo alcance. No estás a cubierto, pero dispones de una vista de trescientos sesenta grados y cuando las criaturas que envíe se acerquen a unos dieciocho metros, te pones a cubierto. Hay mucho tiempo para hacerlo.
—Bien pensado. A mí también me gustaría echar un vistazo.
—Ya lo he hecho yo —le dijo Doyle a Riley—. Sawyer tiene razón. Es una posición mejor para apuntar hacia tierra, aire y mar.
Riley lo pensó.
—Bran, ¿te acuerdas de esas bolas volantes que hiciste para que Anni practicara con sus brazaletes de Wonder Woman?
—Sí, y sí, también bien pensado. Puedo proporcionaros objetivos…, en tierra, aire y mar.
—Qué guay. Podemos probar estar noche, cuando terminemos aquí.
—Yo recogeré. —Annika lanzó una mirada suplicante a todos los que estaban sentados a la mesa—. No me gusta el ruido que hacen las armas. Me quedaré aquí y limpiaré.
—Está bien. —Sawyer le dio un apretón en la mano por debajo de la mesa.
—Mañana nos sumergimos. —Con la esperanza de hacer que Annika sonriera de nuevo, Riley cambió el tema por otro que a su amiga le gustaba—. Deberíamos prepararnos para ponernos en marcha a las ocho y media y así poder pasar a buscar el barco y el equipo. O podemos ir un par a por la embarcación, la traemos hasta aquí y Sawyer transporta al resto hasta ella. Guardaremos el barco aquí mientras sigamos con esto; solo tenemos que ocuparnos de rellenar las bombonas cuando las necesitemos.
—Es más eficiente. —Sawyer giró un dedo mientras comía—. Riley y Doyle…, que son los que mejor pilotan…, van a por el barco. Cuando os veamos regresar, yo llevaré al resto a bordo.
—Me vale. A las ocho y media —le dijo Riley a Doyle, que se limitó a asentir.
Se encaminaron arriba, dejando que Annika se ocupara de los restos, y salieron a contemplar el inminente anochecer desde el muro almenado.
—Los días son más largos; por la época del año y por la zona geográfica —comentó Riley—. A ella le gusta la oscuridad, pero puede que ataque más a menudo de día. Es el último asalto y ha perdido los dos primeros.
—De día o de noche, acabaremos con todos. —Preparado, Sawyer cargó un rifle—. Dame un blanco a cuarenta y cinco metros por lo menos.
—¿Dónde lo quieres? —preguntó Bran.
—Sorpréndeme.
Bran fue complaciente y lanzó una esfera al aire, sobre el mar. Sawyer ajustó su posición, disparó y la alcanzó en el centro.
—¡Fíjate! —Riley cogió el segundo rifle—. Dame uno.
Esa vez Bran lo lanzó hacia el norte. Riley lo derribó.
—Vale, más de noventa metros, blancos múltiples. ¿Te apuntas?
—Yo he inventado el juego. Listo.
Después del aluvión de disparos, Riley bajó su arma.
—No has fallado, vaquero.
—Tú tampoco.
—A un par solo los he rozado. Tú has dado en el centro a todos. Tengo que practicar más. Tienes que probar. —Riley le ofreció el rifle a Sasha.
—No sé cómo voy a disparar a lo que casi no puedo ver.
—Bran lo acercará para ti. Empieza a dieciocho metros, justo encima del agua, Bran.
Doyle se colocó detrás de Sasha.
—Te dará un culatazo, así que tienes que acompañar el movimiento. —Ajustó su posición y posó las manos sobre las de ella—. Utiliza la mira, sujétalo para que no se mueva. ¿Lo tienes?
—Bueno, puedo verlo en la cruz…, en la mira.
—Que no se mueva —repitió—. No te muevas cuando aprietes el gatillo. Tienes que ir despacio, aumentar la presión, como trazar una línea. Continúa incluso después de disparar. Aprieta despacio hasta el final. Toma aire, retenlo y dispara.
Hizo lo que él le decía y soltó un vergonzoso chillido cuando el retroceso la arrojó contra él.
—Lo siento. Y he fallado.
—Que no se mueva —dijo de nuevo Doyle—. Prueba otra vez.
Sasha no chilló esta vez, pero dejó escapar el aire con los dientes apretados. Y la tercera vez rozó la parte inferior del orbe.
—No va a ser tu arma principal —comenzó Doyle.
—Gracias a Dios. —Le pasó el rifle a Doyle, contenta de cederlo.
—Pero aprenderás a manejarlo, limpiarlo, cargarlo y utilizarlo con precisión.
—De acuerdo. —Describió un círculo con el hombro perjudicado—. Aprenderé.
—Y tú. —Doyle señaló a Bran—. No es tu arma principal ni de coña.
—Pues no —convino Bran.
Pasaron veinte minutos destruyendo orbes antes de guardar las armas.
—Voy a llevar a Anni abajo para que pueda nadar. La tranquilizará después de todo el ruido de los disparos.
—Al amanecer, como de costumbre —le recordó Doyle a Sawyer.
—No es probable que me olvide.
—Yo todavía tengo otra hora de trabajo por delante —decidió Bran.
—Y yo empezaré a trabajar en el escudo de armas.
Riley cerró la puerta que daba afuera mientras los demás iban desfilando. Doyle guardó los rifles.
—Mañana iremos en mi moto.
—Me parece bien. Ya que Sawyer transportará a los demás hasta nosotros, podremos empezar a bucear a eso de las nueve y media. Annika tiene razón con lo de la temperatura del agua, así que tendremos que limitar el tiempo de inmersión. Puede que mañana hagamos un par de inmersiones de treinta minutos cada una.
Dado que Doyle no mostró intención de marcharse, Riley le miró con atención.
—¿Alguna vez te has sumergido en el Atlántico Norte?
—Unas cuantas veces.
—Y ahora me dirás que fuiste un Navy SEAL, ¿no?
—En su momento me pareció buena idea.
—¿En serio? —Una docena de preguntas se agolparon en su mente, pero meneó la cabeza.
—Cinco años. Más tiempo con un único grupo es peligroso.
—Eso ya lo veo. Pero ahora mismo no somos simplemente un grupo y ya sabemos quién eres. Eso debería facilitarte las cosas.
—No es así.
Riley exhaló un suspiró al ver que Doyle se marchaba tras decir aquello.
—Pues debería —murmuró.
Por la mañana, tras una extenuante hora bajo el látigo de entrenador de Doyle, un desayuno caliente, durante el cual pulieron y confirmaron su plan de inmersión, Riley se puso su ajada chaqueta de cuero. Y sus gafas oscuras, ya que un esperanzador sol se había abierto paso entre el cielo encapotado y la lluvia.
Llevaba el bañador debajo de la sudadera y los pantalones de corte militar, la pistola a la cadera debajo de la chaqueta y el teléfono móvil bien guardado en el bolsillo interior.
Y consideró que estaba lista para ponerse en marcha.
Había sido rápida y había salido a las ocho y veintisiete minutos. No sabría decir con exactitud por qué le irritó que Doyle la estuviera esperando junto a su moto.
Le ofreció un casco negro con un pequeño emblema del dragón impreso en el lateral de la moto.
—¿Por qué tienes esto? —preguntó—. Un cráneo fracturado no te frenará por mucho tiempo.
—Es la ley en muchos lugares y llamas menos la atención si cumples las leyes locales. Y un cráneo fracturado no me mataría, pero duele un huevo.
Riley se abrochó el casco.
—No lo he experimentado, pero no me cabe duda de que así es.
Doyle se subió a la moto.
—Indícame.
—Podrías dejarme conducir a mí.
—No. Establece la ruta.
—Al sur por la carretera de la costa hacia Spanish Point. Debería haber un cartel más o menos a medio kilómetro a este lado que indica Submarinismo Donahue. Síguelo hasta la playa. Tengo carnet —agregó, montándose detrás de él.
—Nadie conduce mi moto.
Doyle arrancó. El rugido de las motos siempre la había atraído, así como la sensación de velocidad y la libertad de volar por la carretera al viento.
Le atraía menos cuando iba de paquete.
A pesar de todo, su moto, sus reglas.
Colocó las manos en las caderas de Doyle e imaginó que conducía ella.
Bajaron por la angosta carretera llena de baches, doblaron las curvas en las que Bran había dejado que los setos de fucsia crecieran para formar los márgenes y el camino de tierra estaba bordeado por atrevidas flores silvestres. Fueron más allá del bosque donde el camino de tierra daba paso al pavimento.
Aunque disfrutaba de la velocidad y la potencia, del olor a hierba todavía húmeda por la lluvia de la mañana, estuvo atenta a cualquier rastro de cuervos…, de cualquier cosa que le resultase rara.
No era necesario entablar conversación con el rugido y el viento ni dar indicaciones mientras Doyle los llevaba por la carretera de la costa. Imaginaba que había hecho el viaje a caballo o en carreta más de una vez.
¿Había jugado en la playa de niño, había chapoteado en las olas, reído a carcajadas mientras las frías aguas le bañaban? ¿Había navegado en una barquita, había pescado en el mar?
Podía imaginárselo, podía verle; un chico alto de largo cabello negro, ojos verdes como los billetes, corriendo sobre pizarra y arena, por los bajíos con sus hermanos como los críos hacían y seguirían haciendo.
«Una buena vida», pensó mientras doblaban una curva.
Se movió un poco, dirigió la mirada hacia el agua, de un sencillo azul con pinceladas verdes. Gaviotas blancas o grises se lanzaban en picado y más a lo lejos vio un barco de pesca blanco.
Doyle reducía la velocidad al atravesar los pueblos repletos de flores y aceleraba de nuevo en cuanto los dejaban atrás.
Le dio un golpecito en el hombro y le señaló cuando divisó el pequeño cartel al frente. Él se limitó a asentir y aminoró la velocidad al tomar el desvío.
El viento soplaba con más fuerza y era más fuerte cuando alcanzaron la angosta carretera descendente. Olía a mar, fresco y salobre, y a las rosas del jardín de una casa, al humo de alguna que otra chimenea.
«Pollos», pensó. Aunque no podía verlos ni oírlos, el olor de sus plumas le inundó la nariz. Captó el olor del perro antes de que saliera corriendo a lo largo del derruido muro de piedra para observarlos.
Volvió a darle un golpecito en el hombro a Doyle cuando vio el edificio azul con el largo embarcadero. Divisó el barco de submarinismo, un barco de pesca y un bonito y pequeño yate con un hombre en cubierta, sacando lustre de forma paciente a los acabados brillantes.
Doyle aparcó junto a un par de camionetas y un deportivo y apagó el motor.
—Yo me encargo de esto —dijo Riley.
A continuación se bajó de la moto y se dirigió hacia el barco. El hombre se detuvo y puso los brazos en jarra.
«Su trato», pensó Doyle, y se encaminó sobre la pizarra hasta la delgada franja de oscura arena dorada.
«Fue ahí, ¿verdad?», pensó. El destino le dio un rápido codazo en las costillas. Ahí, donde había ido de niño…, con nueve o diez años, si no le fallaba la memoria. Tenía un primo que vivía cerca. Por Dios, ¿cómo se llamaba? Ronan, sí, Ronan era un niño de una edad similar a la suya, hijo de la hermana de su padre. Y habían ido de visita, muy cerca de ese lugar.
Sus dos hermanas más próximas a su edad perseguían a las aves. El hermano que las seguía en edad chapoteaba en la zona donde no cubría mientras la hermana pequeña se aferraba con timidez a las faldas de su madre. Su joven y malogrado hermano apenas gateaba. La madre, aunque por entonces lo ignoraba, llevaba otro bebé en el vientre.
Todos estaban ahí; sus padres, sus abuelos, su tía, su tío y sus primos.
Se quedaron tres días, durante los cuales pescaron, celebraron, tocaron música y bailaron hasta altas horas de la noche. Y Ronan y él habían surcado las aguas como focas.
Al invierno siguiente, su tía, cuyo nombre no alcanzaba a recordar, murió al dar a luz. Su padre lloró.
«La muerte nos debilita a todos», pensó Doyle.
Riley se acercó a él.
—Has estado antes aquí.
—Sí.
—¿Con tu familia?
—Sí. ¿Has cerrado el trato?
Ella le estudió un momento más y después asintió.
—Está hecho. Podemos cargar el equipo.
Una vez más, no hablaron, o solo lo hicieron de aspectos prácticos mientras cargaban las bombonas, los trajes de neopreno y el equipo junto con Donahue.
Doyle se percató de que Riley dirigió la conversación hacia Donahue, comentando las inmersiones que un conocido mutuo realizó hacía unos años.
Cuando Donahue preguntó por la moto, Riley sonrió y le dijo que alguien pasaría a buscarla más tarde. Y que volverían para llenar de nuevo las botellas cuando fuera necesario.
Dado que se había encargado ella, se puso al timón y sacó el barco del muelle, despidiéndose con la mano de Donahue, que ya se dirigía de nuevo a retomar su anterior tarea.
—Charlar de cosas sin importancia también hace que llames menos la atención —señaló.
—Tú ya has hablado suficiente por los dos. Es un buen barco.
—El amigo del que hablábamos es biólogo marino y su pareja es antropóloga marina. Así que Donahue estaba muy bien recomendado. La antropóloga también es licántropo. Es hija de una amiga de mi madre.
—El mundo es un pañuelo.
—Según las circunstancias.
Era un buen barco y sabía pilotarlo. Puso rumbo al norte, sin perder de vista la costa, hasta que divisó una cala.
—Un buen lugar para materializar a cuatro personas de nada —comentó.
Se metió en la cala, aprovechando la protección que ofrecía la pared del acantilado, y sacó su teléfono móvil.
—La latitud y la longitud para Sawyer. Tengo una aplicación para eso. Más vale que te acerques aquí para que nadie te caiga encima.
Doyle se aproximó mientras ella buscaba las coordenadas.
Se percató de que todavía olía a bosque, si el bosque surgiera del mar.
—Oye, Sawyer, estamos a mitad del camino. —Le dijo las coordenadas—. Es el mismo tipo de lancha neumática que hemos estado utilizando. Sí, eso es. Estamos en la timonera, metidos en una cala, con la proa hacia el acantilado, así que dispones del resto del barco. No falles —añadió y acto seguido se guardó el móvil.
—Tardarán un minuto. ¿Sabes? Teniendo en cuenta mi linaje y mi oficio, siempre he estado abierta a…, bueno, digamos a lo inusual. Pero hasta hace poco no me habría imaginado esperando a que cuatro colegas aparecieran de la nada.
—El mundo es un pañuelo y muy fluido.
—Fluido, sí.
El barco se mecía en el agua y Doyle, que podía pasar semanas sin hablar con nadie tan contento, se sintió inquieto con el silencio.
—¿Los licántropos soléis meteros en ciencia?
—Yo no diría eso. Conozco profesores, artistas, gente del mundo de los negocios, chefs, gandules, políticos…
—Políticos.
—Sí. —Esbozó una sonrisa—. Tenemos algunos en el Congreso y en el Parlamento. Hace unos veinte o veinticinco años oí hablar de un tipo que tenía grandes ambiciones de ser el líder del mundo libre, pero el consejo le desanimó con firmeza. Si vas a por eso, la gente empieza a ahondar a fondo. Más vale no correr el riesgo. En realidad es una lástima.
—Un presidente licántropo.
—Podría irnos muchísimo peor.
—Y seguro que nos va.
—Desde luego que sí —dijo con una sonrisa—. Pero, oye, tres noches al mes, un licántropo no pude responder a una llamada a las tres de la madrugada, así que esa es zona prohibida.
—Y un nombre en clave del Servicio Secreto como «Peludo» carece de dignidad.
Riley se bajó las gafas de sol muy despacio y le miró por encima de ellas.
—Has hecho un chiste.
—He pensado en hacer carrera en el mundo de la comedia.
—Y ya son dos. Tengo que señalar este día en mi calendario.
Ver el humor danzando en sus ojos, tan dorados a la luz del sol, hizo que sintiera deseos de tocarla. Tocar tan solo su cabello, su piel.
Empezó a alzar la mano para hacer eso, cuando los demás aparecieron en el barco con un centelleo y una ráfaga de aire e impidieron que cometiera lo que habría sido un grave error.
—El tirador ataca de nuevo. —Sawyer miró a su alrededor—. Has elegido un buen lugar.
—Eso pensé. Instalaos, amigos y vecinos. —Riley se volvió de nuevo hacia el timón—. ¿Adónde, Anni?
—Oh. —Annika se las apañaba para estar sexy incluso con uno de los impermeables del vestíbulo de Bran—. Si navega como si volviéramos a casa de Bran, te diré cuándo parar.
—Me parece bien. Disfrutad de la agradable brisa mientras podáis.
—¿Llamas a esto agradable? —Sasha se acurrucó contra Bran mientras Riley sacaba el barco de la cala.
—¿Comparado con lo que va a hacer debajo del agua? Esto es casi tropical.