6
Dado que no veía razón para esperar al resto, Doyle fue directo al dormitorio principal de la torre. Este daba a una elegante sala de estar, cuyas puertas a la terraza con vistas al mar estaban abiertas.
Bran giró la cabeza para mirarle.
—Se despertó, o dejó de dormir, solo unos minutos antes de que tú salieras. Dijo que necesitaba su caballete. Conseguí ponerle una camisa por los pelos antes de que bajara aquí y empezara…, hace mucho frío. —Indicó a Doyle que se acercara más y luego señaló una mesa que había en la terraza—. Ya ha hecho estos.
Doyle estudió los dibujos a carboncillo a la escasa luz. Otro de Arianrhod, en esa ocasión ataviada como una guerrera y con una espada a la cadera. Los otros debían de ser de Celene y de Luna. Una era una belleza morena, también vestida para la batalla, con un arco en la mano; la otra era hermosa como un amanecer, con una paloma en el hombro y una espada en la mano.
En la morena vio cierto parecido con sus hermanas, la mayor y la pequeña, y sintió la intensa punzada de siempre. Y con el hermano que perdió en la otra, con un rostro tan dulce y unos ojos tan llenos de bondad.
Se dijo que estaba intentando convencerse a sí mismo. Tan seguro como que las lápidas de su familia se alzaban en la tierra. Retrocedió cuando oyó entrar a Sawyer y a Annika.
—¿Ha dicho alguna cosa? —Sawyer, todavía despeinado, se acercó a echar un vistazo por encima del hombro de Sasha.
—Como puedes ver, está enfrascada en sus dibujos —le dijo Bran.
Sawyer se giró hacia la mesa junto con Annika.
—¡Oh! —Annika juntó sus manos—. Es mi madre. Quiero decir que es mi madre igual que esta es la de Doyle. Mi madre es así.
—Una madre —se percató Sawyer—. Tú te pareces a la otra.
—¿De veras?
—Los ojos. Tienes los mismos ojos que la rubia. Y he de decir que la rubia se parece mucho a mi abuela…, o a las fotos que he visto de ella cuando era joven. Era un bombón.
—Entonces tu abuela y mi madre son gemelas —dijo Riley, que estaba detrás de Sawyer—. Yo diría que mi teoría está más que confirmada. Cada uno de nosotros…, ya que cuando Sasha termine, uno de esos le sonará seguro…, descendemos de una de ellas.
—Creo que es algo más.
Riley miró a Doyle.
—¿Más?
—Este podría ser un dibujo de dos de mis hermanas; el parecido no es tan exacto como el de Arianrhod con mi madre, con la abuela de Bran, pero es sorprendente. ¿Y este? ¿El que, como dices tú, os suena a Sawyer y a ti? Es mi hermano Feilim.
—Qué interesante. Propongo que los examinemos cuando haya más luz y Sasha haya terminado. —Dicho eso, Riley cogió uno de los bosquejos—. Y veremos si hay más cruces.
—¿Qué? —Sawyer se rascó la cabeza—. ¿Todos somos primos?
—¿Teniendo en cuenta que puede que haya pasado un milenio desde que el árbol genealógico de esta familia echó raíces? Sí, me decanto por lo del cruce.
—Qué bonito. —Annika abrazó a Riley y después a Doyle—. Ahora somos incluso más familia.
—Llevamos la misma sangre —dijo Sasha mientras por el este la luz se abría paso en el cielo—. Engendrados y nacidos en la Isla de Cristal, amamantados y cuidados por las madres, por las diosas, y enviados de un mundo a otro. Concebidos con las estrellas, nacidos con la luna, ofrecidos y entregados como un presente. Adondequiera que nos lleven los vientos del destino, unidos, sangre de la sangre, mil años más dos desde la caída.
»La Estrella de Hielo aguarda, congelada en el tiempo y en el espacio. Se acerca el día en que los mundos queden paralizados durante cinco latidos del corazón. Fuego para ver, agua para sentir, hielo para luchar, para ocupar su lugar cuando el Árbol de Toda Vida florezca una vez más. —Anegada por las visiones, Sasha alzó la mano hacia el cielo del este—. Y ella espera, débil y helada, atendida por su criatura. Espera y reúne oscuros poderes para atacar al corazón, a la mente y al cuerpo. Su cólera sacudirá este mundo como un terremoto. Buscad el pasado, abrid el corazón. —Bajó la mano y se la llevó al pecho—. Seguid su camino. Su luz es vuestra luz. Os espera. Los mundos esperan. Ella espera. Alcanzad el pasado y llevadlas a casa. —Sasha bajó los brazos y se meció—. Estoy bien —dijo cuando Bran la rodeó con los brazos—. Pero me vendría bien sentarme un minuto.
—Estás helada. Mierda. En tu interior. Annika, hay agua en el mueble bar de ahí.
—¿Mueble bar?
—Yo me ocupo.
Riley corrió adentro, abrió la pequeña nevera situada en la parte trasera del mueble bar mientras Bran casi llevaba en volandas a Sasha hasta una silla delante de la chimenea que encendió. Annika cogió una manta de color verde oscuro de un sofá y le arropó las piernas a Sasha con ella.
—Gracias, de verdad que estoy bien. Lo que pasa es que no dejaban de llegar, cada vez con más fuerza, y después cesaron de golpe. —Aceptó el agua, dando de nuevo las gracias, y tomó un sorbo—. Francamente, mataría por un café. ¿Por qué no vamos a…? Oh. —Esbozó una sonrisa cuando apareció una taza en la mano de Bran y su voz estaba teñida de amor mientras le acariciaba la mejilla—. Bran. No te preocupes tanto. Estoy bien.
—Tienes las manos frías —le dijo y se las colocó alrededor de la taza.
—Todo parecía tan apremiante. Tenía que plasmar las imágenes. Juraría que he oído sus voces en mi cabeza, diciéndome que os las enseñase a todos. Las he visto con la misma claridad con la que os veo. Y… casi podía sentir, casi sentía que podía acercar la mano y tocarlas. —Tomó un trago algo mayor del café—. Anni, has dicho que la morena del arco es tu madre.
—Se parece mucho a ella. Es muy hermosa.
—Y mi abuela…, la misma conexión que Bran y Doyle. No sabía cómo era la madre de mi madre de joven. Apenas la conocía, en realidad. Pero lo sé. La diosa es Celene, la clarividente, que creó la Estrella de Fuego para obsequiar a la nueva reina con percepción y sabiduría. El vínculo más estrecho de Riley y Sawyer es Luna, la paloma y la espada, la Estrella de Agua, que dotó a la reina de corazón y compasión. Y la última es Arianrhod, la guerrera, para el coraje.
—Y los seis tenemos algo de todas ellas —apuntó Riley.
—Sí. Eligieron una pareja, engendraron un hijo, lo guiaron, amaron y cuidaron y en su decimosexto cumpleaños enviaron a ese hijo de su mundo al nuestro. Sentía su tristeza.
Annika se arrodilló y apoyó la cabeza en el regazo de Sasha.
—Mi madre lloró cuando me marché para venir con vosotros. Estaba orgullosa, pero lloró. Tiene que ser duro enviar lejos a un hijo o una hija.
—Lo fue, y a partir de ahí solo pudieron observar. Y en esta ocasión solo pueden observar y abrigar esperanzas. Es difícil de explicar, pero somos sus hijos. Ellas así lo sienten. Somos su esperanza, lo que comenzaron aquella noche.
—¿El último dibujo?
Sasha levantó la vista hacia Doyle.
—Una pesadilla.
Riley salió, cogió el cuaderno de dibujo y lo llevó adentro.
—Parece que las cosas se ponen que arden.
Sasha contempló el dibujo con una débil sonrisa. Estaban entre la casa y el acantilado, armados en la oscura noche mientras Nerezza cabalgaba la tormenta de fuego. Del cielo caían llamas que calcinaban la tierra, los árboles, y abrían grietas en la tierra que se ensanchaban y arrojaban más fuego. Quemaba incluso a sus criaturas aladas, que se lanzaban en picado y atacaban a los seis.
A lomos de su bestia, Nerezza arrojaba lanzas de fuego mientras su cabello blanco con mechones negros ondeaba a su espalda. Su belleza se había calcificado, como una punzante gema con una costra de moho.
Y el moho era locura.
—No puedo decir cuándo vendrá tal y como está aquí, pero vendrá. Quiere las estrellas, las ansía, pero nos destruirá aunque con eso destruya sus posibilidades de conseguirlas. Cuando venga, cuando venga aquí, lo hará para reducirnos a cenizas.
—Puedo trabajar con eso.
Todos los ojos se clavaron en Bran, que acarició el cabello de Sasha con una mano.
—Desde luego puedo empezar. La tormenta de fuego es aquí más poderosa, más abrasadora que aquella a la que nos enfrentamos en Capri. Pero, a fin de cuentas, quien está advertido está prevenido. Y nosotros lo estaremos.
—Agradezco tu optimismo —dijo Riley—. Pero ya sabes que hasta los brujos arden. Bueno, históricamente.
—Ese simple hecho significa que nos gusta conjurar protecciones, escudos y hechizos contra eso mismo. Y dado que este no será un fuego normal y corriente, requerirá de un hechizo extraordinario. Me pondré con ello. —Se inclinó y besó a Sasha en la cabeza—. Por ahora, me parece que es el turno de cocina de Sawyer.
—Después de entrenar —dijo Doyle de manera tajante—. Primero entrenar y después comer. Con una salvedad —añadió antes de que Riley pudiera hablar—. Ya que Riley necesita combustible. Come rápido —le dijo, y bajó de nuevo la vista al dibujo—. Tenemos mucho trabajo que hacer.
Para no entretenerse, Riley se preparó un batido energético…, al que añadió un par de huevos crudos. No estaba demasiado bueno, y ni mucho menos le apetecía, pero serviría.
Doyle ya había empezado con el calentamiento cuando salió afuera; estiramientos, una carrera suave. Se quedó a cierta distancia durante un momento y eso le dio una perspectiva diferente de su equipo. Sasha parecía un poco pálida, lo cual no era de extrañar, aunque dispuesta. Annika…, bueno, Annika era Annika, y reía mientras hacía sentadillas y zancadas. ¿Bran y Sawyer? Ambos estaban en una forma excelente cuando empezó, pero ¿ahora? Eran puro músculo. Era admirable.
¿Y Doyle? Ese hombre había empezado teniendo músculos en los músculos. Aunque a ella le parecía un poco bruto, tal y como había prometido, empezó a machacar a todos.
Se unió a ellos, decidida a dejarse la piel. Grietas ardientes en la tierra, lluvia de fuego cayendo del cielo y una diosa muy cabreada, con tendencias sicóticas, eran una motivación cojonuda.
Después de correr cinco kilómetros siguieron los ejercicios de calistenia y Riley empezó a sudar. No se quejó cuando Doyle les ordenó subir al gimnasio. Joder, solo estaba empezando.
Los dividió en grupos. Pesas, levantamiento de peso en banco, dominadas y cambio.
—¿Cuánto levantas? —le preguntó a Riley cuando se tumbó en el banco.
—Sesenta y un kilos.
Él la miró con incredulidad.
—Es más de lo que pesas.
—Puedo levantar sesenta y un kilos. Cinco series de diez.
Doyle colocó los pesos.
—Demuéstramelo.
Colocó las manos, reguló su respiración y empezó. En la última serie los músculos le ardían y sudaba a mares. Pero hizo las cincuenta repeticiones.
—No está mal. Sécate e hidrátate. Te toca, rubita.
—¿De verdad me vas a obligar a hacer eso?
—Eres más fuerte de lo que piensas. —Pero ajustó los pesos y los redujo a cuarenta kilos—. Prueba. Tres repeticiones para empezar. Descansas y tres más.
Riley vio esforzarse a Sasha mientras engullía agua; tenía agallas y, sí, más fuerza que hacía dos meses.
—Tres más.
—Eres un cabrón, Doyle.
—Te has ganado otras tres.
Hizo tres más y luego dejó que sus brazos cayeran a los lados.
—¿Podemos terminar ya?
—Buen trabajo. Estira un poco. Y a la ducha.
—Gracias a Dios. —Sasha se bajó del banco como pudo y se sentó en el suelo.
Riley le llevó una botella de agua y se sentó a su lado.
—El día en que saliste a la terraza de aquel hotel de Corfú no podías levantar cuarenta kilos ni una sola vez.
—Nunca se me pasó por la cabeza levantar cuarenta kilos. Jamás de los jamases. Me gusta hacer yoga y un poco de Pilates.
—Ambos son excelentes en la mayoría de los casos. Más tarde tenemos que practicar unas acrobacias con Annika.
—Sí, sí. Deja que me ahogue en este charco de mi propio sudor durante un minuto.
Riley tocó el bíceps de Sasha con un dedo.
—Tienes bola.
Sasha frunció los labios y flexionó el brazo.
—Más o menos.
—Nada de más o menos. Tía, tienes músculos.
Sasha apoyó la cabeza en el hombro de Riley.
—Gracias. Cambiaría todo eso por una siesta de dos horas, seguida de un litro de café. Pero gracias.
—Vamos arriba. —Riley se levantó y le tendió una mano—. Nos daremos esa ducha y nos tomaremos ese café. A esta hora me comería unas buenas judías.
Cuando terminó de ducharse para espabilarse y limpiarse el sudor del ejercicio, buscó una sudadera, unos pantalones anchos y se puso sus queridas Converse, el batido no era más que un recuerdo lejano. Necesitaba comida y en cantidades industriales. Café…, suficiente para nadar en él.
Olió el café mientras bajaba al trote las escaleras de atrás y lo siguió como al canto de una sirena. Sawyer estaba removiendo algo en un cuenco enorme mientras Annika removía otra cosa en otro más pequeño.
Riley miró a Sawyer con el ceño fruncido.
—Pensaba que habríais terminado.
—Necesitaba una ducha.
—El sexo en la ducha es genial —dijo Annika con una sonrisa natural—. Pero requiere un poco de tiempo.
—Estupendo. Una mujer puede morirse de hambre mientras vosotros os restregáis bajo el grifo.
Se sirvió café en una taza.
—Tortitas, beicon, salchichas, helado de yogur y frutas del bosque. —Sawyer se giró hacia los fogones—. Pon la mesa y comerás antes.
Riley cogió los platos, sabiendo que si Annika pudiera, añadiría un montón de adornos a la tradicional forma de poner la mesa. En cuanto a ella, le interesaba mucho más el beicon.
En cuanto Sawyer sacó unas cuantas lonchas de la sartén a una fuente, agarró una y se la pasó de una mano a otra para enfriarla. Se quemó la lengua con el primer bocado, pero mereció la pena.
Y cuando retiró una tortita de la plancha, la enrolló como un burrito y se la zampó. Cuando llegaron los demás, el aperitivo previo al desayuno había reducido su hambre hasta hacer que fuera tolerable.
Bran contempló la mesa y los tres floreros que había añadido Annika. Había puesto una rosa en cada uno; blanca, roja y amarilla, había envuelto los floreros con servilletas blancas, atado lazos a la «cintura» y añadido pinchos a modo de espada.
—Las tres diosas.
—He pensado que debían unirse a nosotros.
Bran le brindó una sonrisa a Annika.
—La comida parece digna de dioses.
Riley, que la consideraba más que digna, se sentó y se llenó el plato.
—Voy a investigar de nuevo en la biblioteca de la torre. ¿Hay algo concreto ahí sobre las estrellas o la isla?
—El caso es que no he leído ni una parte de lo que hay ahí, pero sé de unas cuantas. En varios idiomas —añadió Bran—. Te lo enseñaré después de desayunar.
—Entrenamiento con armas a mediodía. —Sawyer probó sus tortitas y les dio un aprobado.
—Estaré listo para el descanso. Hoy me toca hacer la comida. Prepararé sándwiches.
—Después de eso combate cuerpo a cuerpo. —Doyle estudió con recelo el bonito helado.
—Está bueno —le dijo Annika, cogiendo una cucharada—. Sawyer dice que además es sano. Lo he hecho yo.
La ternura que le inspiraba Annika no le dejó más alternativa que probarlo.
—Está bueno —repuso, aunque personalmente podría pasar sin comer yogur toda su vida inmortal.
—Trabajaré la defensa y el ataque…, a nivel mágico…, en la torre, así que estaré a mano si me necesitáis.
—Yo me pongo con los mapas, para que mi útil brújula y yo podamos ir adonde sea necesario.
—Annika y yo podemos ayudar a Bran, a Riley o a Sawyer…, dependiendo de lo que haga falta. —Sasha echó un vistazo a su gráfico de tareas—. Annika está a cargo de la colada.
—Me gusta la colada. Doblar es divertido y huele bien.
—Toda tuya —dijo Sasha—. Como este lugar es tan grande, he asignado distintas secciones para las tareas de limpieza básicas a todos. —Miró a Doyle con las cejas enarcadas—. La moral del equipo se mantiene alta si vivimos y trabajamos en una casa limpia.
—No he dicho ni mu.
—En voz alta no —matizó—. Y te toca la cena esta noche.
Doyle se encogió de hombros y miró a Bran.
—¿Dónde puedo comprar pizza por aquí?
—Bueno, me parece que es posible que tengas que ir a Ennis, a menos que te refieras a pizza congelada. Puede que haya más cerca, aunque así, a bote pronto, no conozco ningún lugar.
—Pues iré a Ennis. Estoy deseando recorrer la carretera con mi moto.
—¿Es un pueblo? ¿Con tiendas? —Annika prácticamente dio un salto en la silla—. Puedo ir contigo. Me gusta la moto.
Riley no se molestó en disimular su sonrisita e inspiró su respuesta a Doyle.
—Te llevaré a dar una vuelta después de desayunar. —Le gustaba su compañía y disfrutaba del simple placer de llevar a alguien de paquete—. Pero si voy hasta Ennis, Sawyer debería venir. Necesitamos munición.
—Entonces necesitas a Riley. —Mientras cogía la cafetera, a Sawyer le pasaron desapercibidas las miradas de irritación de Doyle y de Riley—. Los contactos los tiene ella. He hecho inventario —prosiguió—. Y tengo una lista para ti. Desconozco si tus contactos llegan tan lejos, pero he estado pensando. Tal y como está construido este lugar, contamos con excelentes puntos con vistas ventajosas desde dentro. Si tuviéramos un par de armas largas con miras telescópicas.
—Las torres. —Riley asintió, analizándolo detenidamente. Una buena arma de largo alcance, un buen tirador; sí, podía ser una ventaja—. ¿Eres bueno con un rifle, tirador?
—Me las apaño. ¿Y tú?
—Sí, yo también me las apaño. Haré unas llamadas.
Después de desayunar, hojeó un par de libros que Bran le sacó. Decidió que primero trabajaría sobre los escritos en inglés y después abordaría los escritos a mano en latín; podría ser divertido. Y terminaría con los dos en gaélico, ya que no lo hablaba con fluidez.
Colocó su ordenador portátil, sus tabletas y sacó su teléfono móvil. Empezó a hacer llamadas.
Doyle la sorprendió al cabo de cuarenta minutos. Había imaginado que buscaría lo que fuera con tal de no unirse a ella en la aventura de la biblioteca. Con el teléfono en la oreja, cogió uno de los libros que tenía amontonados y se lo pasó por encima de la mesa, girando un dedo.
—Sin problemas —dijo al teléfono—. Pero me gustaría examinarlos y probarlos. —Se levantó, fue hasta la venta y volvió mientras escuchaba—. Me parece bien. Tengo una lista de munición. Si puedes abastecernos, tal vez podamos calcular lo que tú llamarías un descuento por la cantidad. —Se echó a reír—. No preguntes, Liam. Claro, espera. —Sacó la lista de Sawyer del bolsillo y comenzó a recitarla. Puso los ojos en blanco, cogió su botella de agua y bebió un trago—. Ya he dicho que somos una especie de club, tenemos lo que podría denominarse un torneo. Ponte en contacto con Sean. Él responderá por mí. De eso no cabe duda, pero no es más fanfarrón que otros. Como he dicho, trabajé con él en el Black Friary en el condado de Meath y de nuevo hace unos tres años en el fuerte de Caherconnell, en el Burren. Corrobóralo con él y me avisas. Sí, a este número. Hasta luego. —Colgó y exhaló una bocanada de aire—. Lo conseguiremos, pero la confirmación tardará una o dos horas más.
—¿Otro traficante de armas?
—No exactamente, pero Liam tiene contactos con ciertas personas que suministran ciertos productos.
—Pero él no te conoce.
—No directamente. El primo de la ex novia de un socio mío. Mi socio, el ex, y el primo siguen siendo amigos, ya que mi socio le presentó a la ex a su marido, con quien tiene dos hijos, y el primo es el padrino del mayor. Mi socio y el primo van de caza juntos una o dos veces al año. Además, el primo dirige una especie de negocio paralelo, solo en efectivo, desde su granero, que está, convenientemente, a solo veinte kilómetros al este de Ennis. Si esto sale bien, tendremos pizza, armas y munición en un solo viaje.
No en su moto, pensó Doyle, decepcionado. Eso entrañaría coger el coche de Bran.
—Conduzco yo.
—¿Por qué? Yo me conozco mejor las carreteras.
—¿Y eso?
—Pues porque he estado aquí la última década y, de hecho, asesoré en el proyecto Craggaunowen durante una temporada, que está de camino a dicho granero.
—Entonces puedes indicarme, pero conduzco yo.
—Nos lo jugamos.
—No.
—¿Piedra, papel o tijera?
Doyle no se dignó a responder a esa pregunta, sino que se limitó a seguir leyendo.
—Esta narración no sirve de nada. Habla de cuatro hermanas, en Irlanda, a las que se les había encomendado proteger a una reina bebé. Tres eran puras y la cuarta fue engañada por un hada oscura que, prometiéndole poder y belleza eternos, la volvió contra las otras.
—Claro que sirve —discrepó Riley—. Es solo el teléfono escacharrado de la época. El origen está ahí.
—Bien enrevesado. Dice que las tres hermanas buenas ocultaron a la niña en un castillo de cristal en una isla invisible y volaron hasta la luna, convirtiéndose en estrellas. Y llevada por la cólera, la cuarta hermana las hizo caer del cielo y bla, bla, bla. Una cayó como un rayo, golpeando la tierra con fuego; otra cayó en el mar, como una violenta tempestad; y la última cayó al norte, donde cubrió la tierra con hielo.
—No difiere tanto.
Doyle le lanzó una mirada en la que se mezclaba a partes iguales la irritación y la frustración.
—Difiere bastante, ya que la reina, que al parecer creció rápido, voló desde la isla invisible a lomos de un caballo alado para luchar con la hermana malvada, la venció y la convirtió en piedra.
—Excluye la probable exageración y hallarás los orígenes. Nerezza se materializó en una Columba de piedra en la cueva de Corfú.
Doyle dejó el libro a un lado.
—He vivido mucho tiempo y no he visto ningún caballo alado.
—Apuesto a que has vivido mucho tiempo sin ver a un cerbero hasta hace poco.
Eso no se lo podía discutir. Pero de todas formas…
—Es como una versión de los hermanos Grimm y además corrompida.
—Narrar una historia muchas veces hace que se corrompa y se exagere —señaló Riley—. Por eso hay que investigar los orígenes. Cuatro hermanas. —Levantó cuatro dedos—. Cuatro diosas. No es la primera vez que oigo o leo que son hermanas. Puede que lo sean. Una isla invisible, la Isla de Cristal, aparece y desaparece a voluntad. Tres estrellas; fuego, agua y hielo.
—No aporta nada.
¡Civiles!, pensó ella con cierta pena.
—Todavía no. Ser concienzudo puede resultar aburrido, Doyle, pero es así como descubres lo que se ha pasado por alto o se ha descartado. Hay cosas peores que sentarte en una cómoda silla en una biblioteca a leer un libro.
—Un poco de sexo y violencia evitaría que fuera aburrido.
—Sigue leyendo. A lo mejor tienes suerte. —Su teléfono sonó y sonrió al ver quién llamaba—. Acabamos de tenerla, eso está claro. Hola, Liam —dijo y volvió a la ventana mientras negociaba el trato.
Dado que era evidente que lo tenía controlado, Doyle volvió con el libro. Al menos podía dar gracias a que esa historia en concreto fuera bastante corta. Aunque la reina derrotó a la hermana malvada, lamentó la pérdida de las otras y de las estrellas. Regresó a su isla, exiliándose hasta que un profeta, una sirena y un guerrero sacaran las estrellas de sus tumbas para que volvieran a brillar.
Acercó el cuaderno de Riley y tomó nota.
Empezó a pasar páginas para ver si alguna otra historia del libro de folclore hacía referencia a las estrellas y lo dejó cuando llegó Sawyer.
—¿Te parece bien que utilice la mitad de la mesa? Quiero probar con los mapas aquí.
—No hay problema. De hecho, trabajaré contigo y le dejaré los libros a Gwin.
—Eso no es lo único que puedes dejarle a Gwin. —Riley esbozó una sonrisa petulante mientras se guardaba el móvil en el bolsillo—. Acabo de conseguir toda la munición de tu lista, tirador.
—¿Las balas submarinas también?
—Sí, esas también. Y he conseguido un par de rifles Ruger AR-556, junto con dos docenas de cargadores de treinta balas.
—Nunca he disparado ese modelo —dijo Sawyer.
—Yo tampoco. El trato está supeditado a que los examine y los pruebe. Pero los he buscado en Google mientras hablaba y debería estar más que bien. Doyle y yo podemos recogerlos, junto con la munición, regresar, comprar la pizza y ya está.
—A menos que quieras ir tú —intervino Doyle. Pensó en enviarlos a los dos y evitarse el viaje con Riley.
—No me importaría, pero si lo hiciera sería imposible disuadir a Anni de que viniera. —Los ojos de Sawyer, grises como la niebla, mostraban miedo y humor—. Entonces se perderá en Ennis. De compras.
—Olvídalo. Ida y vuelta. Menos mal que fui al cajero en Capri o andaría corta de pasta. —Riley miró la hora—. Voy a quedarme aquí hasta el mediodía.
—Yo trabajaré en los mapas con Sawyer —le dijo Doyle.
—Vale. —Se sentó y frunció el ceño al ver su nota—. ¿Qué es esto sobre un profeta, una sirena y un guerrero?
—Según el cuento que me has obligado a leer, la reina se exilió en su isla hasta que encuentren las estrellas y dejen que brillen de nuevo.
—Siempre hay un origen —farfulló Riley y cogió el libro.
Y se puso de lleno a investigar tan tranquilamente.