17
En la mesa, Annika admiró su anillo, meneando los dedos para conseguir que brillara. Pensó que le encantaría casarse con Sawyer en la isla en que la había tomado…, donde uno de los suyos le había dado la brújula al antepasado de Sawyer. Donde le había dicho que la quería por primera vez.
Todo el mundo podía asistir, la gente de tierra que era de la familia y la gente del mar. Esperaba de todo corazón que pudiera casarse con Sawyer mientras todavía tuviera piernas. Entonces podría ponerse un vestido bonito y bailar con Sawyer.
Pilló a Sasha sonriéndole mientras los hombres hablaban de planes de batalla y de cosas complicadas.
—Me gusta mirarlo y sentirlo en mi dedo. ¿Te pasa lo mismo con el tuyo?
—Siempre.
—¿Vendréis Riley y tú a la boda y me apoyaréis igual que haremos contigo?
—Pensaba que no ibas a pedírmelo. —Sasha rio.
—Creo que me gustaría mucho poder casarme en la isla. En nuestra isla.
Sawyer la rodeó con el brazo.
—Yo estaba pensando lo mismo.
—¿De veras? Oh, así podrían venir todos. Nuestra familia, tu familia, mi familia. Tendríamos flores en la tierra y en el mar y música. Y vino. Es más de lo que alcanzo a imaginar. Más de lo que nunca imaginé, y eso que de niña solía soñar con la ceremonia, con la promesa. Tenía un lugar para los sueños especiales y ese era el más especial de todos.
—¿Qué clase de lugar?
—En las cálidas aguas del sur, donde el agua es tan clara que el sol la atraviesa, tenía un lugar secreto solo para mí. Un jardín de coral y plantas marinas. Allí me acurrucaba y tenía mis mejores sueños. —Ahora los sueños se habían cumplido, pensó, y se arrimó a él—. ¿Tú tienes un lugar secreto?
—Una casa del árbol.
Annika abrió los ojos como platos.
—¿Tú casa era un árbol?
—No, es una casita construida en un árbol. En lo alto de un árbol. Mi padre y mi abuelo la construyeron para los niños. Todos pasábamos un tiempo ahí, pero yo subía allí solo, sobre todo las noches de verano. Imagino que allí tuve sueños muy bonitos.
—Sobre todo después de hojear revistas porno —dijo Riley desde el otro extremo de la habitación.
—Eran sueños diferentes.
—¿Qué son las revistas porno? —preguntó Annika.
—Luego te lo explico. ¿Y tú, bocazas?
—¿Yo? —Riley miró hacia ellos—. Viajábamos mucho, así que buscaba lugares en cualquier sitio. Los libros eran mi lugar, no tan secreto, pero eran mi lugar. Hay multitud de sueños dentro de los libros. Pero ahora que lo pienso, había un viejo refugio para tornados en mi casa. Supongo que era mi versión de la casa del árbol o de un jardín marino.
—Sasha. —Annika se volvió hacia ella, disfrutando de la conversación—. ¿Dónde estaba tu lugar secreto?
—Iba a decir que no tenía ninguno, pero eso es una respuesta automática. Algo que dices sin pensar —explicó—. El ático. Para mí era muy secreto, un lugar al que iba sola cuando tenía que escapar de algo, de alguien. Dibujaba e imaginaba que era como todo el mundo. No era feliz como lo soy ahora.
—Ojalá hubiera podido ser tu amiga cuando eras pequeña.
—Ya estamos recuperando el tiempo perdido. Sigamos con ello. Te toca, Bran.
—Había un riachuelo a un buen trecho de nuestra casa en Sligo. Me iba allí de niño y tenía que pensar en cosas importantes. Me sentaba contra un viejo y nudoso serbal, veía los peces en el riachuelo, practicaba magia y soñaba con ser un gran brujo.
—¡Y lo eres! —Annika juntó las manos—. Doyle, ¿dónde estaba tu lugar?
—Cuando era un crío había mucho trabajo por hacer todos los días. Había que recoger leña, turba, atender al ganado.
—Caminar descalzo por la nieve dieciséis kilómetros para ir al colegio. Cuesta arriba —añadió Riley y se ganó una mirada de indiferencia.
—¿No tenías zapatos?
—Está tirando de clichés de sabelotodo —le dijo Doyle a Annika—. Yo era el mayor y por eso tenía más responsabilidades… Una respuesta automática —apostilló, lanzando una mirada a Sasha—. Una vieja costumbre. Teníamos prohibido escalar por el acantilado, así que, como es natural, nada apetecía más. Si conseguía escabullirme de mis hermanos, de las tareas, eso es justo lo que hacía. Me gustaba el peligro que entrañaba, el mar agitándose abajo, el viento azotándome. Y cuando encontré…
Se interrumpió, estupefacto, pasmado. ¿Todo el tiempo?, se preguntó mientras su mente trataba de entenderlo. ¿Había estado allí todo el tiempo?
—Ni en la casa, ni en el cementerio. La estrella no está ni aquí ni allí.
Riley ya se había levantado. Dejó la tableta y fue hasta la mesa.
—Pero sabes dónde está.
—No… —Le enfureció tener que calmarse—. Puede —respondió, ya más sereno—. Una teoría, uniendo los puntos, como dices tú. Escalaba por el acantilado un poco, después un poco más, y cuando no me pillaban y me escondía, todavía más. Incluso por la noche, a la luz de la luna, y bien sabe Dios que si me hubiera resbalado… Pero eso formaba parte de la emoción, el riesgo. A fin de cuentas yo era el mayor y Feilim acababa de nacer; mi madre estaba entretenida y mi padre embelesado. Era una preciosidad, hasta un crío de nueve años veía lo guapo que era. Tenía días cuando encontré la cueva.
»Me vendría bien un whisky.
—Yo te lo traigo. —Al levantarse, Bran echó un vistazo al dibujo que estaba haciendo Sasha de manera rápida y experta sobre su regazo.
—Una cueva en la pared del acantilado —le instó Riley.
—Sí. Era como un tesoro. Entré como un chiquillo sin sesera. El mar reverberaba en su interior. Ahí había algo que todos salvo yo desconocía, que nadie conocería salvo yo. Yo era un pirata reclamando mi botín. Fue mi lugar durante las semanas, los meses y años posteriores. Me llevé una vieja manta para caballos, yesca, sebo, los pequeños tesoros de un niño. Podía sentarme en la cornisa de afuera, contemplar el mar e imaginar las aventuras que viviría. Fabriqué una flauta para tocarla, para llamar a mi dragón. Hacía mucho que me había decantado por el dragón como guía espiritual. Gracias —Doyle cogió la copa que Bran le puso delante—. Grabé la imagen de uno en la pared de la cueva y mi nombre encima.
—Doyle Mac Cleirich, escribió el muchacho en la piedra, y soñó con el hombre que sería. Guerrero, aventurero. —Sasha dejó el cuaderno de dibujo sobre la mesa. En él había dibujado una cueva iluminada por una sola vela sujeta en una roca por su propia cera y un muchacho moreno y desgreñado, con la camisa sucia, y una expresión de concentración mientras grababa las letras en la pared de piedra—. Mientras sueña con el futuro, no ve el fuego ni el hielo. Ni siente el calor ni el frío. Eso le toca al hombre, que sabe que la guerra es sangre y muerte y que aun así lucha. La estrella espera al muchacho, al hombre. Ve el nombre, lee el nombre, pronuncia el nombre y su hielo arde entre el fuego. Una para la clarividente, dos para la sirena, tres para el soldado. Desafiad la tormenta, hijos de las diosas, y llevadlas a casa. —Sasha exhaló de forma entrecortada y alargó la mano para coger el whisky de Doy le—. ¿Te importa? —dijo y se lo bebió. Se estremeció de nuevo—. Vaya. Seguramente ha sido un error.
—Lo has hecho bien. —Bran posó las manos en sus hombros—. Has estado brillante.
—¿Lo has visto? —Doyle señaló el cuaderno de dibujo—. ¿Has visto esto?
—En cuanto has empezado a hablar de los acantilados. Es como un velo en mi cabeza, es difícil de explicar. Y cuando has empezado a hablar, se ha retirado. Y te he visto…, te he visto de niño en esa cueva. He sentido…
Doyle cogió la botella de whisky que Bran había llevado a la mesa y sirvió más en su vaso.
—Adelante.
—Determinación, excitación, inocencia. Poder rodeándote. Te cortaste el dedo con el cuchillo y cuando lo pasaste por las letras que habías grabado, tu sangre las selló.
Doyle asintió y bebió un trago.
—Siempre ha estado aquí. Tal y como decías. —Miró a Riley—. Jamás pensé en la cueva. Incluso fui allí cuando vinimos. Bajé y fui a verla de nuevo. No le di importancia. No sentí nada.
—Estabas solo. La próxima vez no lo estarás.
—El descenso no es nada fácil.
Riley enarcó las cejas.
—Llegar a las otras dos tampoco fue un paseo.
—Diría que me dieras las coordenadas, pero si te desvías unos centímetros… —Sawyer se rascó la cabeza—. La caída es cojonuda.
—Utilizaremos cuerda. —Bran miró hacia la ventana—. Pero esta noche no. En la oscuridad no, no con lluvia. Así que por la mañana…, ruego que los dioses nos den un respiro con el tiempo…, y juntos.
—Pongamos que la encontramos y yo digo que lo haremos. ¿Qué hacemos con ella? —preguntó Sawyer—. ¿Dónde la guardamos hasta que descubramos cómo llevarla a casa?
—Bueno, según el patrón establecido… —Riley miró a Sasha.
—En un cuadro. He estado pintando cuando he podido, pero nada me ha empujado como las otras dos. Puede que ahora que el velo se ha despejado, me sienta inspirada. Si no, a lo mejor un cuadro más corriente sirva igualmente.
—Y otra pregunta más: ¿dónde coño está la Isla de Cristal? No dejo de buscarla en los libros —prometió Riley—. Pero empiezo a pensar que no voy a encontrar la respuesta en la biblioteca ni en la red. De todas formas seguiré investigando. Empezando ya mismo.
—Si vamos a escalar, lo haremos al amanecer —le dijo Doyle.
—Estaré lista —respondió y se marchó.
Trabajó hasta pasada la medianoche, jugueteó con un par de teorías. Y las descartó.
Escribió un extenso e-mail a sus padres, poniéndoles al corriente de dónde y cómo estaba y preguntándoles si conocían cualquier hilo del que tirar que a ella se le hubiera pasado.
Era hora de dejarlo por esa noche, se dijo. Era hora de dormir un poco… o de intentarlo. Si al día siguiente iban a dar el siguiente gran paso, todos tenían que estar preparados.
No solo preparados para encontrar la estrella, para protegerla, sino también para luchar. Nerezza les haría una visita en cuanto se oliera que tenían la última estrella.
Se marchó de la biblioteca con eso en mente, se dirigió a la sala de estar donde guardaban las armas. Doyle estaba sentado en silencio al amor del fuego, puliendo su espada.
—Debería dormir un poco —le dijo.
—A eso iba. Lo mismo te digo.
—En cuanto haya terminado. No pensé en la cueva. Debería haberlo hecho. No lo hice.
—A mí no se me ocurrió preguntar si había algún lugar por aquí que tuviera un significado especial para ti. Estaba obsesionada con el cementerio porque sabía que sí lo tenía.
—Al principio pensaba que tenías razón. Lo odiaba.
Riley se sentó enfrente de él.
—Tienes derecho a desear que tu familia descanse en paz. Creo que… ¿Quieres saber qué pienso?
—¿Cuándo te ha detenido eso? Sí —reconoció al ver que ella guardaba silencio—. Quiero oír lo que piensas.
—Creo que esto es un regalo. Creo que es algo que se te dio hace cientos de años para ayudarte a resolver el resto. Cualquier niño quiere ser un héroe, ¿verdad? Y ahora tú lo eres. Lo eres —insistió cuando él negó con la cabeza—. Simplemente te dieron la opción de ser un héroe o marcharte. No te marchaste. Regresaste al…, he de decir malévolo…, lugar en el que mataron a tu hermano y cuando Nerezza trató de utilizar tu sufrimiento contra ti, contra todos nosotros, le diste una patada en el culo. Hoy no querías estar en el cementerio ni hablar de tu familia. Pero lo has hecho. Eso no son heroicidades de guerra, Doyle, pero es progresar. Así que… —Se levantó—. Como he dicho antes, he estado intentando encontrar algunas soluciones.
—Para encontrar la isla.
—Cero patatero en eso. Me refiero al asunto personal. Llegamos a una especie de acuerdo y lo estoy incumpliendo.
Doyle la miró con el ceño fruncido.
—¿Qué acuerdo?
—Solo sexo, sexo sano y del bueno. Nada de sentimientos. Pero las cosas se han transformado un poco a mi alrededor. Dentro de mí.
Doyle dejó la espada con sumo cuidado.
—¿Estás embarazada?
—No. Por Dios. Eres irritante gran parte del tiempo y eres malhumorado. Y avasallador —decidió.
—¿Qué tiene eso que ver con le sexo?
—No tiene nada que ver. Tiene que ver con la parte de los sentimientos que se suponía que no debía ocurrir. No sé por qué ha pasado. Me gustaría saber por qué, así que eso también resulta irritante. Puedo achacarte parte de eso también a ti, ya que sacarte algo es complicadísimo. Como, por ejemplo, que hasta hoy no sabía que tenías veintiséis años cuando te maldijeron.
—¿Cómo sabes eso?
—He echado la cuenta, por Dios bendito. ¿Cuántos años tenías cuando Feilim nació? Nueve. ¿Cuántos años dijiste que tenía él cuando murió? Diecisiete. Con lo cual, dejando a un lado la inmortalidad, tienes un par de años menos que yo. Eso resulta raro.
Sin decir nada, Doyle agarró su espada de nuevo.
—No, olvídate de eso un momento y escucha. Lo que digo es que a pesar de todo eso…, y podría decir que tienes cualidades que compensan las chorradas, aunque esto ya se está alargando demasiado. A pesar de ello, o puede que esté trastornada por ello…, aún no sé si es lo uno o lo otro… Estoy enamorada de ti.
—No, no lo estás.
De todas las respuestas que había imaginado, jamás imaginó un frío y sereno rechazo. Se había preparado para que hiriera sus sentimientos, incluso para un puñetazo en el corazón. No se había preparado para la ofensa ni la ira.
—No me digas qué es lo que siento. No me digas lo que tengo aquí. —Se golpeó en el corazón con el puño—. Te lo estoy diciendo aunque preferiría no hacerlo. ¿Te parece que es algo que me agrade? ¿Estoy dando saltos de alegría? ¿Me ves más feliz que una perdiz?
—La situación te ha absorbido, nada más. Nos acostamos juntos y los demás hablan de bodas y flores. Te has mezclado con ellos.
—Tonterías. Tonterías ofensivas. ¿He hablado yo de bodas y flores? ¿Te parezco una persona impaciente por irse pitando a comprar un gran vestido blanco y un ramo?
Doyle sintió la primera señal de alarma.
—No, en realidad no.
—Esto me gusta tan poco como a ti, pero así son las cosas. Te estoy mostrando mi respeto al contártelo. Muéstrame tú respeto no acusándome de ser una chica sentimental.
Doyle pensó que debería levantarse.
—Lo que digo es que estamos viviendo una situación desconocida e intensa. A eso le sumamos el sexo. Nosotros… nos respetamos mutuamente, confiamos el uno en el otro. Es evidente que nos sentimos atraídos. Eres una mujer inteligente, una mujer lógica, una mujer racional. Una mujer que tiene que saber…
—Soy lo bastante inteligente como para saber que el pensamiento lógico y racional importa una mierda cuando se trata de la persona de la que te enamoras. —Mucho más que cabreada, puso los brazos en jarra—. ¿Qué crees que me he estado diciendo a mí misma? Pero siento lo que siento. Dios sabrá por qué.
—Yo no puedo darte lo que el amor exige.
Riley meneó la cabeza cuando la furia en sus ojos se transformó en compasión.
—Tonto, el amor no exige nada. Simplemente surge. Asúmelo.
—Riley —dijo cuando ella se dispuso a marcharse y entonces se dio la vuelta.
—No me digas que te importo. Eso es deleznable. Es indigno para ambos.
—Existen razones por las que no puedo…
—¿Te he pedido yo algo a cambio?
No le había pedido nada, pensó. Y ¿qué se suponía que tenía que hacer él?
—No.
—Pues déjalo. Déjalo estar. Te lo he dicho porque independientemente de qué opine, no me gusta arrepentirme de nada. No pienso arrepentirme por decirte lo que pienso. No hagas que me sienta mal por sentir eso.
Dejó que se fuera; eso era lo mejor para los dos. Pero sabía que en tres siglos, con todo cuanto había hecho, todo cuanto había experimentado, ella era la única mujer que había conseguido volverle del revés.
Durmió bien. Había hablado claro, pensó, había resuelto el problema interno que la carcomía al decirlo. Así que se había quitado ese peso y esa preocupación de encima.
Él no la había herido, reflexionó Riley mientras se vestía para un escabroso descenso del acantilado. Era una mujer inteligente y culta, razonablemente atractiva y cosmopolita. Si Doyle no podía ver ni aceptar su amor, peor para él.
Jamás había soñado con bodas, matrimonios y finales felices. No tenía nada en contra de eso, claro. Pero tenía una vida plena e interesante… aun antes de la guerra contra una diosa. Si sobrevivía a esa guerra, tenía intención de continuar llevando una vida plena e interesante.
Doyle podía formar parte de ella o no. La decisión era toda suya.
Pero la prioridad del presente pesaba más que la prioridad del posible futuro. Se colocó las armas, pues no salía de casa sin ellas, se sujetó la funda del cuchillo y tomó las escaleras de atrás para ir a la cocina.
El olor a café, su prioridad número uno, flotaba en el aire, junto con el de carne asada y pan tostado.
—Tortillas —le dijo Sasha a Riley mientras doblaba una de manera experta en la sartén—. Con todo. Annika puso la mesa antes de que yo bajara para que Sawyer pudiera llevarla a darse un baño rápido.
Riley se fijó en que había construido una cueva con servilletas y la había colocado sobre un estrado encima de una ondulante servilleta azul, que sin duda representaba el mar. Dentro de la cueva había colocado seis figuras hechas con limpiapipas. Estas rodeaban a un dragón elaborado con lo mismo que sujetaba una pequeña piedra blanca.
—Considerémoslo una profecía. —Riley se puso un café y decidió aprovechar el momento—. Le he dicho a Doyle que estoy enamorada de él.
—¡Oh! —Sasha sacó la tortilla a un plato con rapidez. Su sonrisa se desvaneció—. Oh.
—Oye, no esperaba que me cogiera en brazos como el musculoso héroe de una novela. Simplemente necesitaba decirlo para que pensar en decirlo…, o no decirlo…, no me nublara la mente. Lo he hecho, así que tengo la mente despejada.
—¿Qué te ha dicho?
—No mucho, pero una de las cosas más destacadas ha sido que debía de estar mezclando, ¡mezclando!, el sexo y toda la charla sobre la boda. Eso es insultante.
—Sí que lo es. Para tus emociones y tu intelecto.
—¡Bum! —Riley le dio con el dedo en el hombro a Sasha—. Sobre todo estaba pasmado y mosqueado…, más lo primero que lo segundo. Que se quedara pasmado no se lo voy a tener en cuenta. Teníamos un trato.
—Oh, para…
—Hicimos un trato —insistió Riley—. Yo lo he incumplido.
Sasha soltó un bufido.
—Como si se pudiera hacer un trato en lo referente al amor.
—Lo entiendo. Pero no lo entendía cuando acepté ese acuerdo. Es la primera vez para mí. —Se encogió de hombros y enganchó el pulgar en el bolsillo delantero de los pantalones—. En fin, cuando terminamos me dio pena porque no lo entiende. El amor es algo inestimable, ¿verdad que sí? No es algo que puedas encontrar excavando, buscando, leyendo. O te enamoras o no.
—Que te da pena, y una mierda.
Riley soltó una carcajada y bebió un trago de café.
—No, en realidad no. Y no te lo he contado para que te cabrees con él.
—Eres mi amiga. Eres la primera amiga de verdad que tengo. ¿Qué clase de amiga sería si no me cabreara con él? Pues claro que estoy cabreada con él. Menudo gilipollas.
—Te lo agradezco. Pero si no puedes hacer el trato de no enamorarte, no puedes hacer un trato para enamorarte, ¿verdad? O te enamoras o no —repitió Riley—. Estoy bien. Y lo que es aún más importante es que tenemos que estar unidos. Sin conflictos internos, mucho menos hoy.
—Puedo estar cabreada con él y mantenerme unida.
Sasha vertió huevo batido en la sartén, frunciendo el ceño.
—Invierte el orden. Primero lo de mantenernos unidos.
—Por ti. —Sasha añadió beicon frito, pimiento y queso rallado—. Lo haré por ti.
—Te quiero. Creo que no lo digo muy a menudo. Hoy es un buen día para decirlo.
—Yo también te quiero.
Riley oyó pasos en la escalera.
—Vas a contárselo a Bran; no pasa nada. Aunque quizá podrías esperar hasta que volvamos. Con la estrella.
—Eso puedo hacerlo.
No era Bran, sino Doyle, y Riley estimó su reacción. Concluyó que resultaba gracioso ver al musculoso espadachín inmortal con aire incómodo y preparado para soportar la ira femenina.
Tal vez aquella reacción no fuera digna de ella, pero no le importaba.
—Estamos papeando tortilla antes de escalar. —Riley habló con suma despreocupación mientras se llenaba la taza hasta arriba de café—. Según Annika… —señaló hacia la mesa con la taza— nos va bien.
—Estupendo.
Miró hacia atrás y su alivio al ver llegar a Bran fue lo bastante visible como para que Riley se sintiera realmente divertida.
—Ah, justo el hombre al que quería ver. Quiero coger la cuerda del garaje. ¿Tenemos tiempo para eso, Sasha?
—Tenéis diez minutos.
—Tiempo de sobra. ¿Me echas una mano, Doyle?
Riley contuvo una risita hasta que se marcharon.
Ya en el garaje, Bran cogió un rollo de resistente cuerda de su gancho en la pared.
—Bueno, ahora sé por qué tenía la sensación de que debía tener todo esto. —Se lo pasó a Doyle y cogió un segundo rollo.
—Es más que suficiente. La cueva está a poco más de cuatro metros y medio hacia abajo.
—Yo podría bajar a todos sin la cuerda —consideró Bran—. Aunque me sentiría mejor si yo hubiera estado antes allí. Es para orientarme, en realidad. Sawyer podría hacer lo mismo en cuanto tuviera las coordenadas, pero…
—Tienes la cuerda —concluyó Doyle—. Y creo que hay una razón para eso.
—Atados juntos, en lugar de que os baje de uno en uno o de dos en dos. Sí, creo que tiene que ser así. —Bran ladeó la cabeza—. ¿Estás preocupado?
—No. No, es una bajada peligrosa, pero no es nada que no podamos hacer.
—Entonces ¿qué pasa?
—No es nada. Es otra cosa. No es relevante. —¡Maldición!—. Riley dice que está enamorada de mí.
Bran se limitó a asentir.
—Entonces eres un hombre afortunado.
—Podría ser si fuera un hombre normal y corriente. E incluso así, tenemos asuntos más importantes. Si está cabreada conmigo porque no…, porque no puedo… —Se interrumpió, profiriendo un improperio—. Si lo que cree que siente la distrae…
—Me parece que Riley se conoce muy bien. Eso para empezar. Y además a mí no me ha parecido que estuviera cabreada ni distraída.
—Es astuta —replicó Doyle, haciendo sonreír a Bran.
—Sí que lo es. Y en mi opinión eres tú el que parece distraído y mosqueado. Sientes algo por ella.
—Por supuesto que sí. Nos acostamos juntos.
—Como diría Sawyer: venga ya, tío.
La sorpresa hizo que Doyle soltara una carcajada.
—Vale, no, no he sentido algo por cada mujer con la que me he acostado. Pero formamos parte de una unidad, estamos conectados. —Examinó la cuerda—. Estamos unidos.
—Soy un hombre enamorado y ese amor crece cada día. A mí me alucina. Y te he visto resistirte. Estamos conectados, unidos, así que deseo que seáis felices, ya que he visto con claridad que ella te hace mejor a ti y tú a ella. Pero eso has de saberlo tú, has de decidirlo tú.
—No hay nada más que saber ni ninguna decisión que tomar. Y tenemos asuntos más importantes de los que ocuparnos.
Doyle cogió el último rollo de cuerda de la pared.
En cuanto comieron, se detuvieron junto al rompeolas.
Sasha echó una ojeada, miró hacia abajo y se puso pálida.
—Hay mucha altura.
—El señor Brujo no dejará que te caigas. —Riley rodeó la cintura de Sasha con la cuerda—. Además, tal y como hemos hablado, Sawyer, Doyle y yo tenemos experiencia escalando en roca. Tú solo tienes que tener cuidado con donde pones el pie y seguir nuestro ejemplo.
—Y no mirar hacia abajo —dijo Sasha.
—Si la ballesta te molesta, déjala aquí. Puedes quedarte una de mis pistolas. Disparas bastante bien.
—La ballesta se me da mejor. Puedo con ello.
Riley aseguró el nudo. Le habría gustado tener unos sólidos mosquetones, un par de frenos y unos buenos arneses, pero no podían tenerlo todo. Y la cuerda era de primera.
Calculó la longitud y fue a asegurar a Bran.
—No le pasará nada —dijo Riley en voz queda—, pero si se pone a temblar, háblale. Eso la tranquilizará.
Desvió la mirada y se fijó en que Doyle amarraba a Sawyer junto a Annika. Satisfecha, comenzó a atarse ella.
—Deja que compruebe eso. —Doyle fue hacia ella.
Riley realizó un sondeo mental mientras sus manos la rozaban aquí y allá. Sí, podía sobrellevarlo.
—Mi primera escalada de verdad fue en Arizona, estudiando a los anasazi. Cálido y seco —añadió, alzando la vista al claro y azul cielo matutino—. Sin viento. —Le miró a los ojos—. Sasha está como un flan, pero se las apañará.
—Vale. Asegurar el final.
Doyle esperó mientras Riley rodeaba el tronco de un árbol con la cuerda y la ataba.
—¿Quieres comprobarlo?
Doyle negó con la cabeza. Como ocurría con casi todo, Riley sabía lo que hacía.
Utilizó la cuerda a pesar de que él no la necesitaba. Asumió las riendas y saltó por encima del muro. Con su entusiasmo de costumbre, Annika saltó con él.
—Despacio —advirtió Sawyer, y aterrizó en la estrecha cornisa de suave hierba.
—No todo el mundo tiene tu equilibrio.
—Se refiere a mí. —Sasha saltó—. Lo tengo. No te preocupes.
Riley esperó, dejó que Doyle iniciara el descenso y después pasó por encima del muro.
Consideraba el primer metro y medio una pendiente para niños y habría disfrutado del desafío que se avecinaba, junto con el estruendo y la espuma de las olas, el ligero viento que soplaba y la sensación de la pared del acantilado, si no estuviera preocupada por Sasha.
—¡Lo haces genial! —gritó mientras Sasha descendía con cuidado unos cuantos centímetros más mientras Sawyer le aconsejaba que se moviera con cuidado a la derecha y plantara ese pie.
A todos les sorprendió que Annika perdiera el agarre cuando una roca cedió bajos sus dedos cuando habían descendido tres metros. Se tambaleó y estuvo a punto de perder el equilibrio. Riley afianzó los pies, recogió cuerda y respiró de nuevo cuando Sawyer tiró de Annika.
—¡Me disculpo! —gritó—. Quiero decir que lo siento.
—Ahora escala —respondió Riley a voces—. Nada después.
Riley continuó el descenso, con el corazón todavía retumbándole con fuerza.
Levantó la vista una vez y vio los cuervos posados en el muro.
—¡A cubierto!
Se soltó de una mano, presionando con fuerza con los dedos de los pies, y sacó su pistola. Consiguió abatir a dos antes de que los demás alzaran el vuelo.
Más abajo, Sasha descendió hasta el saliente.
—Ella nos vigila. Puedo sentirlo.
—Casi hemos llegado —señaló Doyle—. Ten cuidado de dónde pones el pie.
Riley le vio entrar en la cueva cuando ella llegó al saliente. Volver a subir iba a ser más complicado. Así que ya pensaría en ello más tarde.
Se movió con cuidado por el saliente y siguió a los demás al interior de la cueva.
—Qué estrecho es esto. —Se apretujó entre Sasha y Annika.
—Es puro, como el muchacho. ¿Podéis sentirlo? —preguntó Annika.
Se escuchaba el sonido de mar, olía a mar y a tierra, y cuando Bran mantuvo una mano suspendida sobre una roca, Riley vio que la vieja cera allí concentrada se licuaba y brillaba, de forma que la cueva quedó bañada por un suave resplandor dorado.
—Yo habría construido un fuerte aquí —comentó Sawyer mientras miraba alrededor—. La versión irlandesa en cueva de una casa del árbol. ¿Qué crío podría resistirse?
—Era para él, para el muchacho, el muchacho que soñaba con ser un hombre. Es para él, el hombre que recuerda al muchacho. —Sasha alargó la mano y la posó en la espalda de Doyle—. Aguarda y ahora es el momento. El momento de los seis. Mira el nombre, lee el nombre, pronuncia el nombre.
Doyle vio el nombre que había grabado en la piedra hacía mucho tiempo, encima del símbolo del dragón. Leyó el nombre, su propio nombre, de forma que se le grabara en la mente como lo estaba en la pared.
Y pronunció el nombre.
—Doyle Mac Cleirich.
La luz cambió, pasó de un cálido dorado a un blanco glaciar, y el aire se tornó gélido como el invierno.
El nombre, su nombre, ardió en la roca, cada letra arrojaba fuego. El dragón rugió.
Con el corazón desbocado y la sangre corriendo por sus venas, Doyle se puso de rodillas y acercó la mano a la llama. Y de la boca del dragón cogió la estrella.
Ardía como el fuego, pero pura y blanca, con un brillo cegador. Sujeta en la palma de su mano, su poder se liberó.
—No está fría. —Doyle contempló la belleza que tenía en la mano—. Ya no. Está caliente.
Y también el ambiente.
—La tenemos. —Se levantó, se dio la vuelta y la sostuvo en alto para que los demás la vieran—. Tenemos la última estrella.