16

Un par de días de lluvia torrencial hizo que los jardines florecieran en todo su esplendor y dio lugar a entrenamientos pasados por agua y barro. Eso no impidió que los seis decididos guardianes exploraran cuevas y lugares históricos. En la plétora de libros, Riley encontró referencias a piedras, un nombre…, nunca concreto…, tallado en ellas que «marcaba la morada de la estrella». Exploraron ruinas, cementerios y paredes de cueva siguiendo esa pista, mientras la incesante lluvia caía sobre ellos y cubrían las montañas de un intenso verde esmeralda.

Riley se encontraba en la irregular hierba de un camposanto, con la lluvia cayendo por el ala de su sombrero y la niebla baja cubriendo sus botas. Las grises ruinas de una vieja abadía se alzaban a su espalda sobre un recodo del río, del color del té bajo las plomizas nubes.

En lo referente a la atmósfera, a su parecer tenía todas las gloriosas notas del gótico. Esperaba, igual que había hecho en cada parada durante los dos últimos días pasados por agua, esa atmósfera provocaría una visión a Sasha.

—De principios del siglo XII —dijo Riley—. Tierra fértil para cultivos y animales, peces en el río. No es un mal lugar. Así que, como es natural, los partidarios de Cromwell tuvieron que saquearlo.

—Una sensación espeluznante. ¿Y podría llover todavía más? —Sawyer levantó la vista al cielo.

—Me gusta la lluvia. —Annika señaló hacia las moradas espigas que crecían en las grietas—. Hace que las flores crezcan en la piedra.

—Si sigue así, podrás nadar en tierra. Dentro o fuera —agregó Sawyer—. Aunque dentro, en este caso, es fuera.

—El nombre en la piedra —le recordó Riley—. Primero las lápidas, diría yo.

—Podría sernos de utilidad saber el nombre que buscamos —señaló Doyle.

—Échales la culpa a los enigmáticos dioses y a sus mensajeros.

Dado que quejarse del tiempo no les llevaría a ninguna parte, Riley empezó a caminar, a leer las lápidas, a reflexionar.

Llegados a ese punto, no parecía egocéntrico preguntarse si el nombre que buscaban sería uno de los suyos. El de un antepasado. Esa conexión. Sin duda en una lápida o sepultura, que era lo más lógico.

Volviendo al tema central, se preguntó si en algún momento encontrarían los nombres de las tres diosas o de la joven reina en algún grabado.

O…

—A lo mejor es el nombre de la estrella. —Se puso en cuclillas y pasó la mano sobre el desgastado nombre en una piedra cubierta de liquen—. Casi con toda seguridad en gaélico…, réalta de orghor…, dado que proviene de Arianrhod. Pero posiblemente en griego o en latín.

—Parece poco probable que vayamos a encontrarlo en un lugar tan al aire libre —comenzó Doyle—. Y con lo que llueve, bien podríamos habernos sumergido.

—Piedras, nombres, agua… Este lugar tiene los tres elementos. Vale la pena echar un vistazo. Y yo no diría que esté abarrotado de turistas.

—Cualquier turista que se precie pasará un día como este en un bar.

Eso era difícil rebatirlo, pensó Riley, y se abrió paso hacia las ruinas.

Entendía lo antiguo, siempre se había sentido atraída por ello y por los cimientos que sentaban para los que llegarían después. Podía imaginarse la vida allí, dentro de aquellos muros de piedra. Una vida dedicada a la oración y el intelecto, a la agricultura y al servicio.

Y a la superstición.

Algunos habían sido enterrados dentro, bajo las losas de piedra en las que los nombres y fechas eran huellas apenas visibles, erosionadas por el tiempo y la climatología. Pero para ella evocaba vida y muerte, fogatas, ollas burbujeantes, voces quedas orando.

Aromas a incienso, humo y tierra.

Inició el ascenso por una estrecha escalera curvada de piedra, fijándose donde las vigas, desaparecidas hacía mucho ya, en otro tiempo sujetaron el segundo piso y el tercero. Atravesó una abertura que se abría a un ancho saliente que daba al río, que discurría de manera perezosa. Divisó el pájaro posado en un árbol y metió la mano bajo su chaqueta para sacar su arma.

Entonces se relajó.

Solo era un grajo, que holgazaneaba en una tarde lluviosa.

Vio a Annika abajo, girando en círculo, con los brazos levantados como si quisiera atrapar la lluvia.

—Ella se entretiene sola.

—Dondequiera que va —convino Doyle a su espalda.

Riley volvió la cabeza.

—Las botas tendrían que hacer más ruido en unos escalones de piedra.

—No si sabes caminar. Aquí no hay nada, Gwin.

—Hay historia y tradición, hay arquitectura y longevidad. Estamos aquí, donde algunos de los sepultados abajo estuvieron en otra época. Eso es algo. Pero no, no creo que este sea el lugar.

Vio a Sasha entrar en las ruinas con Bran.

—Ella siente la presión… de todos nosotros. Ya llevamos aquí casi tres semanas.

Riley siguió con su mirada de vuelta a Annika.

—Tiene tiempo. No le queda solo un mes más. No hemos llegado tan lejos para atascarnos ahora, solo para mantenernos a flote y que ella tenga que regresar antes de que terminemos.

—Desde un punto de vista táctico, si yo fuera Nerezza lo pospondría hasta que llegara ese momento…, hasta que uno de nosotros, por naturaleza, se separe del resto. —Resignado con la lluvia, Doyle escudriñó la niebla y las piedras—. Aunque encontremos la estrella primero, tenemos que encontrar la isla e ir allí. Y el tiempo corre.

—La táctica es una mierda.

—Ese podría haber sido el lema de Custer.

—¿De veras? ¿Estuviste en el territorio de Montana en 1876?

—Eso me lo perdí.

—Entonces te advierto que Custer era un arrogante ególatra y formó parte de una fuerza invasora que no ponía objeciones al genocidio. Le dieron bien para el pelo. Creo que Nerezza tiene mucho en común con él.

—Los lakota ganaron la batalla, pero no la guerra.

Riley se echó el sombrero hacia atrás, ladeó la cabeza para estudiar aquel duro y atractivo rostro.

—¿Sabes una cosa? Puede que no sea la presión de nuestros pensamientos combinados lo que bloquea a Sasha. A lo mejor es tu constante pesimismo.

—Realismo.

—¿Realismo? ¿En serio? Soy una licántropo y estoy aquí con un tío de trescientos años. Hay una sirena ahí abajo, correteando por un cementerio. ¿Dónde encaja eso en el realismo? Somos una puñetera fuerza mística, McCleary, y no lo olvides.

—Trescientos cincuenta y nueve, técnicamente.

—Qué graciosillo. Bueno, ¿por qué no…? Espera, espera. —Entrecerró los ojos y se volvió hacia él—. ¿En qué año te maldijeron? En 1683, ¿no?

—Sí. ¿Por qué?

Le propinó un puñetazo en el pecho cuando cayó en la cuenta.

—Hace trescientos treinta y tres años. Tres, tres, tres. El tres es un número poderoso.

—No veo en qué…

—El tres. —Espetó el número al tiempo que trazaba un círculo en el aire con las manos—. ¿Cómo coño se me ha pasado esto? —Le agarró del brazo y tiró de él hacia las escaleras. Se detuvo a medio camino, ya que Bran y Sasha estaban subiendo—. Doyle tiene trescientos cincuenta y nueve años.

—Se conserva muy bien —comenzó Sasha.

Bran ladeó la cabeza y le puso una mano en el hombro a Sasha.

—Vaya, ¿cómo no me he dado cuenta de eso?

—¡Lo ves! —Riley apuntó a Doyle con el dedo—. No pensamos en el número exacto porque…, ¡oye!…, un inmortal era el colofón. Pero tiene que ser pertinente.

—Me he perdido. —Sasha miró hacia atrás cuando Annika y Sawyer subieron por la escalera.

—El tres —repitió Bran—. Un número mágico, un número poderoso. Igual que nosotros. Tres hombres y tres mujeres que buscan tres estrellas.

—Creadas por tres diosas —concluyó Riley.

—El año que viene cumpliré trescientos treinta y cuatro.

—Lo que importa es el presente. No seas tarugo. —Sin prestarle atención, Riley indicó a los demás que retrocedieran para poder bajar—. Este momento, este año. Tres, tres, tres. Y este lugar… Irlanda, Clare, donde se erige la casa. Tú naciste ahí, ¿verdad? ¿En la casa?

—La maternidad del hospital local estaba hasta arriba en ese momento.

Riley le golpeó en el pecho con el dorso de la mano, siguiendo con la racha.

—A lo mejor esto acaba donde empezó. O donde empezó Doyle, y el reloj se puso en marcha el día en que le maldijeron. —Y a continuación preguntó—: ¿Qué mes? ¿Qué mes de 1683?

—Enero.

—¿Has oído el clic? Sasha, ¿cuándo empezaste a soñar con nosotros, con las estrellas, con esto?

—Ya lo sabes porque ya te lo he dicho. En enero, justo después del primer día del año.

—Exactamente. Clic, clic. Empezaste a verte arrastrada a esto cuando Doyle llegó a los trescientos treinta y tres años como inmortal. Y tú nos uniste a todos. —Entonces miró a Bran—. Eso sí es algo.

—Sí, sí que lo es. Hay que hacer caso de las señales.

—Hay un cementerio…, piedras…, en la parte de atrás de la casa. Lo siento, tío —añadió Sawyer.

—Donde hace semanas que vivimos, entrenamos y paseamos —señaló Doyle.

—Pero no hemos buscado ni excavado. —Riley alzó una mano al ver la furia en los ojos de Doyle—. No me refiero a excavar literalmente.

—Jamás le faltaríamos el respeto a tu familia —agregó Annika—. ¿Es posible que tu familia ayude a proteger la estrella? ¿Es a eso a lo que se refiere Riley?

—Eso es justo lo que quiero decir. Mira. —Se volvió hacia Doyle—. Lo que yo hago, incluso excavar literalmente, es porque respeto y valoro el pasado y a las personas que nos precedieron. Yo no profano, jamás, ni apoyo a nadie que lo haga, ni siquiera en nombre de la ciencia y de los descubrimientos. Tenemos que comprobar esto. Por el momento, vamos a regresar y a comprobarlo. ¿De acuerdo?

—Vale. Nos refugiaremos de este tiempo de mierda. Y mañana, dado que las probabilidades de que la estrella aparezca en la tumba de mi madre son muy escasas, nos sumergiremos haga el tiempo que haga.

Riley no dijo nada cuando volvieron al coche y se montaron, ya que suponía que todo el mundo tenía derecho a estar de mal humor y quería pensar.

Dedicó el trayecto de vuelta a recabar más información sobre el número tres con su teléfono móvil.

—El tiempo se divide en tres —meditó en voz alta—. Pasado, presente y futuro. Todos los demás números se combinan a partir de los tres primeros. Lo que forma a un hombre, o a una mujer: mente, cuerpo y alma. Tres. En casi todas las culturas el tres se utiliza como un símbolo de poder o filosofía. Los celtas, los druidas, los griegos, la cristiandad. El arte y la literatura.

—Hay que decir Beetlejuice tres veces —comentó Sawyer.

—Ahí lo tienes. A la tercera va la vencida. De hecho…, no se me había ocurrido…, los pitagóricos creían que el tres era el primer número verdadero.

—Se equivocaban, ¿no es así? —replicó Doyle.

Riley bajó el teléfono y le miró a los ojos.

—Platón dividió su ciudad ideal en tres grupos. Obreros, filósofos y guardianes, que eran guerreros, básicamente.

—Y en su utopía, los obreros eran lo mismo que esclavos; y los filósofos, gobernantes. Solo era ideal para algunos.

—Lo que importa es el tres —insistió Riley. Se bajó del coche en cuanto Bran aparcó—. Tenemos que mirar. Sabemos que para ti es algo personal; todos somos conscientes de ello. Pero puede que eso forme parte de ello. Así que tenemos que mirar.

—Pues miremos.

Bran le hizo una señal a Riley cuando Doyle se encaminó hacia la parte de atrás y después apretó el paso para alcanzarle.

—Casi toda mi familia descansa en Sligo —comenzó—. Pero los que moran aquí son también mi familia. La de todos.

—Tú no los conociste.

—Te conozco a ti, todos te conocemos a ti. Háblanos de ellos.

—¿Qué?

—Una cosa —dijo Bran—. Cuéntanos una cosa que recuerdes de cada uno de ellos. Y así los conoceremos.

—¿Cómo ayudará eso a que encontremos la estrella?

—No podemos saberlo. Feilim. Es el hermano que perdiste. Nos has dicho que era bueno y puro de corazón. Así que le conocemos. ¿Qué me dices de este hermano?

—¿Brian? Era listo y bueno con las manos. A su lado está su esposa, Fionnoula. Era muy bonita y se enamoró de ella cuando apenas tenía diez años. La amó toda su vida. Constante, así era Brian.

—¿Y sus hijos, que están aquí con ellos? —le animó Bran.

—Tuvieron otros tres, además de los dos que están aquí. Casi no les conocí. —Doyle se acercó a la tumba de su último hermano—. A Cillian le gustaba soñar, tocar música. Tenía la voz de un ángel, que atraía a las chicas como la miel a las abejas. Mi hermana Maire no está aquí, sino que está enterrada con su esposo y sus hijos en el cementerio de una iglesia cerca de Kilshanny. Era mandona, testaruda. Siempre una peleona. —Halló cierto consuelo al buscar algo que decir sobre cada uno de sus hermanos y hermanas. De sus abuelos. Se detuvo frente a su padre—. Era un buen hombre —aseveró Doyle al cabo de un momento—. Amaba a su esposa, a sus hijos, la tierra. Me enseñó a luchar, a construir con piedra y madera. No le importaba contar una mentirijilla si era por diversión, pero no toleraba el engaño.

»Mi madre. Ella llevaba la casa y todo lo que había en ella. Cantaba mientras cocinaba. Le gustaba bailar, y cuando Maire tuvo a su primer hijo… Aún la recuerdo con el bebé en brazos, contemplando su cara. Dijo que fueras quien fueses, ahora eres Aiden.

Annika apoyó la cabeza en el brazo de Doyle.

—Nosotros creemos que cuando uno de los nuestros muere, puede elegir quedarse ahí o regresar de nuevo. Regresar es más duro, muchos lo hacen.

«Consuelo», pensó Doyle una vez más.

—Nunca te he dado las gracias por las flores, las conchas y las piedras que pones en las tumbas.

—Es para honrar a quienes fueron. Aunque elijan regresar, puede que no los conozcamos.

—Esos eran ellos, o una parte de ellos. He pronunciado sus nombres. Aquí no está la estrella.

—Solo tenemos que descubrir cómo abrir la cerradura. Me pondré con ello —prometió Riley—. Puede que no esté aquí. Puede que esté dentro o alrededor de la casa o en el viejo pozo. En algún lugar del bosque. Hay demasiadas evidencias como para pensar que está aquí mismo.

—Entremos y tomémonos un descanso. Hemos tenido un par de días deprimentes —añadió Sasha—. A todos nos vendrá bien un descanso.

—Podemos tomar vino con pan y queso. Sawyer me ha dicho que podría ser cocinera jefa esta noche y podría preparar… ¿Qué voy a preparar?

—Sopa de patata al horno… en cuencos de pan. Es buena para un día lluvioso.

—¿Cuencos de pan? ¿Cómo voy a pensar en investigar cuando voy a comer cuencos de pan?

Sasha agarró a Riley del brazo.

—Tomándote una copa de vino primero.

—Podría funcionar.

En opinión de Riley, el vino solía funcionar. Y no le importaba tomarse una copa frente a la chimenea, con los pies en alto mientras trabajaba en su tableta. Sobre todo cuando empezaba a aflorar el olor a lo que fuera que Sawyer le estaba enseñando a picar, remover o mezclar a Annika.

Tenía la sensación de que Sasha sentía lo mismo mientras dibujaba en el salón de la cocina. Doyle mencionó una ducha caliente y desapareció. Dado que pensaba que quería tener espacio, se lo dio.

Notó vagamente que Bran estuvo ausente al menos una hora, que regresó y volvió a marcharse. Poco después de ayudar a Annika a hacer bolas con masa de pan, Sawyer le dijo que las cubriera con un trapo y las dejara una hora.

Y se escabulló.

Riley dejó su tableta.

—¿Y si intentáramos una especie de caza del tesoro?

—¿Por qué vamos a cazar un tesoro?

—No, es un juego.

—Me gustan los juegos. Sawyer me enseñó uno a las cartas y cuando pierdes te quitas una prenda de ropa. Oh, pero me dijo que solo lo jugamos los dos.

—Sí, ese mejor en pareja. Es cuando tienes una lista de cosas que encontrar y las buscas.

—Como las estrellas. Así que es una búsqueda.

—En cierto modo.

Sasha levantó la vista de su dibujo.

—¿Cómo nos va a ayudar a encontrar la estrella una búsqueda del tesoro?

—Es una forma de que registremos la casa, que busquemos lo inesperado. Qué sé yo. Soy optimista sin fundamentos —reconoció Riley—. La familia de Doyle construyó este lugar. Él nació aquí. Bran construyó en este lugar trescientos años después. Estamos recorriendo Clare en coche y a pie, estamos haciendo submarinismo en el Atlántico. Pero tiene más sentido, es más lógico que la respuesta esté aquí mismo.

—¿No crees que Bran, siendo como es, lo habría sentido?

Dado que Riley ya había considerado aquello, tenía una teoría.

—Creo que, de algún modo, esto no empezó para nosotros hasta enero… y hasta el reticente renacimiento de Doyle. Sí, todos menos tú ya sabíamos de las Estrellas de la Fortuna antes de que nos juntáramos en Corfú… y eso es también parte de esto. Todos los sabíamos, pero tú no. El reloj se puso en marcha cuando Doyle alcanzó en número mágico. —Se levantó y se sirvió más vino—. Es una buena teoría. El reloj se pone en marcha en enero, tú empiezas a tener visiones sobre nosotros, sobre las estrellas. Tardas un poco, pero vas a Corfú… y también el resto de nosotros. El mismo momento, el mismo lugar.

—Riley es muy lista. —Annika también se sirvió más vino.

—Puedes estar segura. —Chocó su copa con la de Annika y, sintiéndose generosa, llevó la botella adonde estaba sentada Sasha y le llenó la copa—. Estás dibujando la casa.

—Me encanta la casa. No creo que sea más que eso. Pero sigo tu teoría. Y… Bran trajo las otras dos estrellas aquí, a esta casa. Así que puede que esa sea la razón.

—Bien pensado. Así que podríamos registrarla de arriba abajo. Tus visiones hasta el momento dicen que está en un lugar frío, hablan de un nombre en una piedra. Lo primero en la lista para la búsqueda es un nombre, una piedra. Hablaste de que el muchacho ve al hombre, el hombre ve al muchacho.

—Tenemos tres hombres —señaló Annika.

—Tienes razón. Uno de ellos nació aquí, vivió aquí de niño. Podría ser eso. O… —Riley bebió un trago—. Podría ser algo simbólico una vez más. Algo de la casa en la época de Doyle o que represente… —Se interrumpió cuando entró Doyle.

—¿Quién iba a imaginar que era tan fácil conseguir que cerraras el pico?

—No desea hurgar en una llaga —le dijo Sasha.

—No hay ninguna llaga. —Miró el vino y, dado que estaba a mano, se puso una copa—. Tenías tazón antes. Todo eso de los caprichos del destino me pone de mala leche. No era por ti, pero al igual que el vino, estabas a mano.

—Riley quiere cazar tesoros para encontrar la estrella.

Annika echó una ojeada debajo del trapo y se alegró al ver que las bolas habían aumentado de tamaño.

—¿Una búsqueda del tesoro?

—Algo parecido —le dijo Riley a Doyle—. Recopilamos una lista de cosas, símbolos y posibilidades que pueden ser pertinentes y empezamos a buscar. Joder, ¿qué otra cosa tenemos que hacer en una noche lluviosa?

Doyle cambió de posición y la acorraló contra la encimera.

—¿En serio?

—Puedes tener sexo ahora —sugirió Annika con amabilidad—. Hay tiempo antes de la cena.

Doyle le brindó una sonrisa.

—Guapa, ¿seguro que no puedo convencerte para que dejes a Sawyer por mí?

—Qué bonito. —Riley levantó la rodilla sin demasiada sutileza y apretó con firmeza contra la entrepierna de Doyle.

—Es una broma porque sabe que Sawyer es mi único y verdadero amor.

—Menos mal —dijo Sawyer cuando entró, seguido de Bran.

—¡Sawyer, las bolas son más grandes!

—Las mías no. —Doyle le bajó la rodilla a Riley.

—No, la tuya también… Ah. —Annika se apartó el pelo y se echó a reír—. Has hecho otro chiste.

—Es un no parar de reír. —Riley empujó a Doyle en el pecho, pero él no se inmutó—. Me impides el paso.

—Estoy pensando en el tiempo antes de la cena.

—Yo voy a aprovechar el tiempo antes de la cena —anunció Sawyer—. Anni…

—Pero no podemos tener sexo ahora porque tengo que preparar la cena. Me toca a mí.

—Anni —repitió y fue hacia ella, ahuecó la mano sobre su rostro y la besó.

—Sasha puede vigilar las bolas de masa —murmuró Annika y le rodeó el cuello con los brazos.

—Te quiero. Lo adoro todo de ti. Todo lo que eres.

—¿Va a pasar ahora? —Doyle preguntó entre dientes a Riley.

—Cierra el pico.

—¿Te acuerdas cuando Riley y yo fuimos a Dublín?

—Hirió mis sentimientos que no me llevaras contigo y los demás estaban enfadados porque…

—Sí, vamos a saltarnos esa parte —se apresuró a decir Sawyer—. Fui a comprar una cosa para ti y Riley me ayudó.

—La sorpresa, pero no me diste la sorpresa.

—Voy a dártela ahora porque te gusta la lluvia y estás haciendo sopa y estamos en familia. Tú eres mi familia. Sigue siendo mi familia, Annika.

Sacó una concha pulida del bolsillo.

—Es preciosa.

Pero cuando se dispuso a cogerla, Sawyer levantó la parte de arriba.

Annika se llevó las manos a los labios, boquiabierta.

—Un anillo. ¿Es mío?

—Hecho para ti. Lo hemos diseñado; todos hemos aportado algo. Riley me ayudó a encontrar las piedras y Bran, bueno, obró la magia. La piedra azul…

—Conozco esta piedra. Es preciosa. Guarda el corazón del mar.

—Tú tienes el mío. Siempre. Cásate conmigo.

—Sawyer. —Se llevó una mano al corazón y posó la otra sobre el de él—. ¿Me lo pones como Bran se lo puso a Sasha?

—Me tomo eso como un sí. —Le puso el anillo en el dedo.

—Es más bonito, más precioso que todo lo que tengo. Menos tú. Seré tu compañera, siempre. —Sawyer la estrechó entre sus brazos para sellarlo con un beso y la abrazó con fuerza—. Creía que ya tenía la mayor felicidad, pero esta es mayor.

—Y esa es nuestra Anni. —Esa vez Riley apartó a Doyle de un codazo—. Enséñanoslo.

—Es tan bonito. Contiene el mar y el rosa es por la alegría y la alianza es por todo, por la familia. Gracias por ayudar. —Besó a Riley en la mejilla—. Gracias. —Después a Sasha y a continuación a Doyle—. Y gracias a ti por la magia. —Abrazó a Bran y se balanceó.

Después se apartó, alzando la mano del anillo bien en alto.

—¡Fijaos! Es muy, muy precioso. Es mejor que cualquier sorpresa.

Saltó a los brazos de Sawyer, riendo mientras se apoderaba de su boca.

—Mmm. Sasha terminará… —Se apartó de un salto cuando sonó el temporizador—. ¡Las bolas!

—Hermano. —Doyle cogió su copa, meneando la cabeza—. Jamás te aburrirás el resto de tu vida.

Sawyer miró a Annika retirar el trapo de la masa, como un mago terminando un truco.

—Cuento con ello.


Cenaron sopa, bebieron vino y hablaron de teorías.

—Interesante —consideró Bran—. La idea de que la estrella pueda estar dentro, o incluso ser de la casa.

—Puede que tus albañiles lo mencionaran —comentó Doyle.

—Ha tenido tres siglos para perfeccionar su reputación de escéptico. —Tras decidir ignorar a Doyle, Riley pellizcó un trozo de su cuenco de pan y lo disfrutó—. La hipótesis, igual que esta búsqueda, igual que todos los reunidos a esta mesa, se basa en el hecho irrefutable de que existen las realidades alternativas, las realidades paralelas. Si aceptamos eso, pasamos a otros hechos. A Doyle lo cambiaron en enero de hace trescientos treinta y tres años. En enero, Sasha empezó a tener visiones sobre las Estrellas de la Fortuna y sobre nosotros. Conclusión: ese fue el comienzo.

—A todos nos arrastraron hasta Corfú —prosiguió Bran—. Tres de nosotros nos conocimos en el mismo hotel el día en que llegamos. En cuestión de días, los seis luchábamos juntos por primera vez contra Nerezza. En el tiempo que llevamos aquí se ha forjado un vínculo. —Alzó la mano de Sasha para besarla—. De índoles diversas.

—Un vínculo —repitió Sasha—. Y cada uno de nosotros llegó al punto en el que fuimos capaces de compartir nuestro legado. Creo de veras que estamos donde estamos ahora gracias a ese vínculo. En enero no existía. No existía cuando Bran construyó esta casa ni cuando maldijeron a Doyle. Pero… sí estaba ese potencial.

—Sí. —Satisfecha, Riley golpeó la mesa con un dedo—. Ese potencial empezó en el preciso momento en que crearon las estrellas y evolucionó. Las estrellas cayeron y la información sobre cuándo ocurrió es incompleta, pero indica que cayeron antes de que naciera Doyle. ¿Su nacimiento… y el renacimiento místico a causa de la maldición? Son otro paso en la evolución. El resto de nosotros lo completamos. Y ¿no os preguntáis por la combinación? Brujo, sirena, inmortal, licántropo, clarividente, viajero. ¿Por qué no seis brujos, seis inmortales?

—La diversidad imprime carácter —conjeturó Bran—. Y desafíos que superar.

—Has de reconocerlo; tú mismo lo dijiste —añadió Sawyer mientras miraba a Doyle—. Lo más cerca que has estado de encontrar a Nerezza ha sido en aquella cueva de Corfú, con nosotros.

—Me trago que el momento era importante, que los seis éramos importantes. Lo que no me trago es la idea de que la Estrella de Hielo esté detrás del zócalo.

—Si unimos los puntos. —Riley cogió su copa, dirigiéndose a la mesa en vez de a Doyle en particular—. El argumento con más peso es que solo nosotros seis podemos encontrar las estrellas… y que no se podían hallar hasta que nos juntáramos. Por lo tanto, puede que la Estrella de Hielo estuviera oculta en la casa donde nació Doyle y puede que ahora esté escondida dentro o en los alrededores de esta. Es una casa de piedra y la información y las visiones hablan de una piedra. Y del mar, que está ahí mismo.

—El hombre ve al muchacho, el muchacho ve al hombre. No, no es una visión —se apresuró a decir Sasha—. Acabo de recordarlo. ¿Un espejo, un cristal?

—Ahora estás usando el cerebro. Y eso del nombre. A lo mejor es algo escrito, algo en un libro.

—Un cuadro. La firma del artista o la persona que aparece en el cuadro —explicó Sasha.

—Recuerdos —sugirió Sawyer—. Un recuerdo. Algo grabado.

—Voy a apuntar esto. —Riley se levantó para coger su tableta del salón—. Espejo, cristal, libro…

—Qué rápido escribes las palabras. —Annika se colocó de lado para verlas aparecer en la pantalla—. ¿Me puedes enseñar? Me gusta aprender.

—Claro. —Pero Riley lo dijo de manera distraída cuando miró por fin a Doyle—. ¿Por qué elegiste el dormitorio de arriba?

—Tenía una cama.

—Deja de ir de listillo. ¿Por qué esa habitación en particular?

—No había una razón concreta salvo que…

—Salvo ¿qué?

—Que da al mar. También mi habitación de cuando era niño tenía vistas al mar.

—Vale. Eso podría ser importante. Hablad entre vosotros. Yo quiero darle vueltas a esto. —Riley se llevó la tableta de nuevo al salón.

Doyle se levantó y la siguió.

—¿Estás mosqueada por algo?

—No. Obviamente estoy trabajando en algo, tanto si tú apoyas la teoría como si no.

—¿Estás mosqueada porque no me lo creo?

—No. —Levantó la vista y le sostuvo la mirada—. Las teorías están para discutirlas y cuestionarlas. Por eso son teorías. Soy científica. Adoro las ideas incluso si son opuestas a las mías.

—Entonces ¿a qué viene esa actitud?

—Estoy trabajando en algo —repitió—. Eso y algo personal. Si estuviera mosqueada lo diría.

—Vale. —Regresó a la mesa y se sentó con los demás.

Riley volvió a ignorarle de nuevo. Parecía lo mejor mientras mantenía un debate interno sobre si debía o no decirle que estaba enamorada de él. Y si se lo decía, cuándo lo hacía. Y si se lo decía, en qué momento lo hacía, cómo se lo contaba.

Muchas preguntas, sin una respuesta clara.

Tenía mucho en lo que trabajar, así que dejó que esas preguntas dieran vueltas en su cabeza mientras añadía cosas a la lista para la búsqueda del tesoro y se desentendió de la conversación al otro extremo de la estancia.