2

Un hambre voraz y un frío estremecedor despertaron a Riley al alba. El fuego se había consumido; la lluvia repicaba en la terraza, al otro lado de la puerta abierta.

Estaba tumbada en el suelo delante del fuego apagado, desnuda y desorientada. Raras veces dormía en medio de la transformación; era demasiado intensa. En las escasas ocasiones en que lo hacía, se debía al más absoluto agotamiento.

Por supuesto, una cruenta batalla seguida de un viaje mediante la brújula mágica de Sawyer equivalía al más absoluto agotamiento.

Entumecida, tiritando, se levantó, se apartó su corto y enmarañado cabello y miró a su alrededor. Su mente, sus razones, su instinto funcionaban a la perfección en forma humana, así que la noche anterior había elegido la habitación en base no solo a su gran y magnífica cama, sino también al escritorio.

Necesitaba un buen espacio de trabajo para investigar.

Pero eso lo haría más tarde. En ese momento necesitaba ropa y, por Dios, necesitaba comer. No era solo el ayuno del atardecer al amanecer —una estricta norma de su manada—, sino la enorme cantidad de energía que consumía la transformación. De mujer a loba y de loba a mujer.

En ese momento se sentía débil, temblorosa y agradecida porque Doyle le había subido la bolsa de viaje, aunque lo hiciera a regañadientes. Rebuscó en su interior, cogió los primeros pantalones que encontró y se puso unos viejos marrones de bolsillos, una descolorida sudadera de Oxford y unos abrigados y gruesos calcetines que un año le tejió una tía para su cumpleaños.

Quería darse una ducha, una ducha caliente e interminable, pero necesitaba más alimentarse.

Salió de su cuarto despacio, echó un vistazo al pasillo e hizo memoria. Todavía no había visto la cocina ni sabía dónde estaba, pero bajó.

Pensó que a Bran le había ido muy bien con la enorme casa en la costa irlandesa. No solo por el tamaño, aunque era una auténtica pasada, sino por el estilo, por el trabajo. Y los ingeniosos toques místicos aquí y allá, que daban testimonio de su legado.

Nudos celtas incluidos en la decoración… y dragones y hadas sexis. Colores bonitos y potentes; gruesas y vistosas molduras. Cautivadoras piezas de arte que le recordaron que tenía que ver dos piezas en particular.

Dos de los cuadros de Sasha…, dos en los que Bran había escondido las estrellas mediante la magia. Tenía plena confianza en que estaban a salvo, pero quería verlo con sus propios ojos.

Mientras tanto, presionándose el estómago vacío con una mano, deambuló por la casa. Que la cocina estuviera al fondo parecía lo más probable, así que se dirigió hacia allí bajo la plomiza luz de un lluvioso amanecer.

Pasó por delante de una especie de masculino despacho; montones de cuero en tonos chocolate, las paredes en verde oscuro y un precioso escritorio de gran tamaño. Por otra habitación que le sorprendió con su viejo piano de cola, un violonchelo —siempre había querido aprender a tocar el violonchelo—, una colección de bodhrán irlandeses, flautas y violines. Una espaciosa sala de estar que conseguía parecer acogedora, una preciosa biblioteca, que estuvo a punto de hacer que se olvidara del hambre.

Todo con amplias arcadas, suelos relucientes, chimeneas listas para ofrecer calor y luz.

¿Cuántas habitaciones necesitaba un hombre?, se preguntó. Y por último dio con la cocina.

No una simple cocina, pese a su estilo elegante, sino una estancia gigantesca con sofás y sillas de cuero y una televisión del tamaño de una pared. Y flanqueando el otro lado de la cocina había una zona de juegos: una mesa de billar, un bar completo, que sin duda había salido de algún maravilloso club antiguo, un par de mesas de pinball que también estuvieron a punto de hacer que el hambre pasara a un segundo plano.

Podría haber vivido en aquella estancia el resto de su vida. Sobre todo con las amplias puertas de cristal que dejaban ver ese cielo turbulento y ese lúgubre mar.

—Tienes clase, irlandés —murmuró y prácticamente se abalanzó sobre la fruta apilada de manera artística en un gran cuenco de madera pulida. Tras pegar un mordisco a un melocotón, casi gimió al saborear el primer bocado de comida, y abrió las puertas dobles de una nevera.

Se abalanzó de nuevo.

Abrió el recipiente con sobras para husmear, buscó un tenedor y se comió el plato de pollo y arroz de Annika sin calentar, acompañándolo con una Coca-Cola… y casi se mareó mientras su organismo celebraba la combinación de proteínas y cafeína.

Más centrada, estudió la cafetera de la encimera y decidió que sí podría manejarla. Mientras hervía oyó pasos. Intentó no molestarse por eso, pero, por Dios, le habría venido bien disponer de otra hora de silencio y soledad.

Pero cuando entró Sasha, cuando vio el alivio en los ojos de su amiga, se sintió mal por mosquearse.

—Necesito café —dijo Riley.

—Yo también. ¿Qué tal estás?

Riley se encogió de hombros y sacó unas tazas del armario con puertas de cristal.

—Bien. Me he zampado las sobras que dejó Annika, así que bien.

Y se sintió todavía peor cuando Sasha la abrazó por detrás.

—Tenía que correr para desfogarme.

—Lo sé, lo sé. Te sentí regresar, así que no pasa nada. ¿Aún tienes hambre?

—Por ahora estoy llena, gracias. ¿Tú cómo estás? Te llevaste unos cuantos golpes.

—Bran se ocupó de ello. Sawyer se llevó la peor parte.

—Sí, sí, lo sé. Pero ¿está bien?

—Todos lo estamos. Espero que duerma unas cuantas horas más; pensaba que tú lo harías.

—Es probable que más tarde. Tenía que alimentarme. —Y ya alimentada, se apoyó contra la encimera y sonrió—. Menudo casoplón.

—Es alucinante, ¿verdad? —Sasha deambuló por la cocina con su café—. Y aún no he visto ni la mitad… Quiero salir, aunque esté lloviendo, y verlo. Pero es alucinante. Y he dormido en una habitación de la torre con un mago. ¿Qué podría haber más alucinante?

—¿Has dormido o practicado sexo?

A Sasha le brillaron los ojos al mirar a Riley por encima del borde de su taza.

—Las dos cosas.

—Sabía que terminarías alardeando. —Riley se acercó a las puertas de cristal y contempló la fina lluvia y el grisáceo mar—. Podría estar ahí afuera. En el agua o debajo de ella, como las otras dos. Otra isla, así que ahí hay un motivo. Tendré que encargarme de conseguir un barco.

Sasha se acercó y contempló las vistas con ella.

—Agradezco que no hayas preguntado, pero te responderé de todas formas. No lo sé. No he sentido nada todavía.

—Acabamos de llegar. Deberíamos disponer de un poco de tiempo para organizarlo todo antes de que ella nos ataque de nuevo.

—Sawyer dijo que le atacó con fuerza durante el desplazamiento… y puede verse cuánto. Pero también dijo que se debilitó y envejeció antes de que la soltara.

Riley asintió y tomó un trago de café.

—Es de lógica. Hicimos que le saliera ese mechón canoso y esas arrugas en la cara después de patearle el culo en Corfú. Puede que esta vez nos enfrentemos a una vieja bruja que a duras penas puede dar un buen bofetón. Pero no, en realidad no lo creo —añadió.

—Tenemos dos de las estrellas y la hemos vencido dos veces. Encontraremos la tercera.

—Es bueno ser optimista.

Sasha miró a Riley.

—¿Tú lo eres?

—No pienso hablar mal del pensamiento positivo. Es una buena herramienta…, siempre que estés dispuesto a respaldarlo. —Riley hizo un gesto—. Disponemos de espacio fuera para entrenar. Delante, donde el bosque, hay más, pero bueno. Podríamos instalar un campo de tiro decente. También está el bosque. A juzgar por lo que recorrí anoche, debe de tener una extensión de entre dos y dos hectáreas y media por lo menos. Es tranquilo, privado. Esto es Irlanda, así que lo más seguro es que nos toque entrenarnos bajo la lluvia muy a menudo. —Al ver que Sasha no decía nada, le lanzó una mirada—. Y acabamos de llegar. Todos necesitamos un descanso. Estoy acelerada —admitió—. Una gran y sangrienta batalla, la luna, el viaje.

—¿Fue diferente viajar en forma animal?

—Excitante a su manera y raro, al menos al principio, porque estaba curándome mientras volábamos y no podía concentrarme de verdad. La recuperación fue más rápida y más dura y me dejó conmocionada.

—Te entiendo.

—Después tenía que desfogarme. Sobre todo me gusta conocer el terreno que piso antes de la luna llena para poder juzgar por dónde es seguro correr. Pero tenía que desahogarme. Por suerte, como he dicho, hay casi dos hectáreas y media de bosque privado. Has pescado un gran y mágico pez, Sasha.

—Tú me ayudaste.

—¿Yo? No recuerdo haber lanzado ningún anzuelo por ti.

—Fuiste mi amiga. La primera amiga que he tenido que sabía lo que era, lo que poseo, y que me aceptó por mí misma. Me aconsejaste, me escuchaste, te preocupaste por mí. Y todo eso me ayudó a ser lo bastante lista y fuerte para…, bueno…, para lanzar el anzuelo yo solita.

—Tía, estás en deuda conmigo.

Sasha se echó a reír y abrazó a Riley con un brazo.

—Lo estoy. Te lo pagaré en parte preparando el desayuno. Ya que estamos en Irlanda, voy a decantarme por la especialidad de Bran de un desayuno irlandés completo.

—Acepto. Primero quiero ducharme. No pude hacerlo después de la batalla.

—No hay prisa. Antes quiero pasear y deambular por la casa. Apenas vi nada anoche.

—¿Bran toca el piano?

—No lo sé. ¿Por qué?

—Tiene una auténtica belleza. Un piano de cola vienés de mediados del siglo XIX.

—¿Es que lo sabes todo?

—Básicamente. También tiene un violonchelo, violines, violas, flautas y una impresionante colección de bodhrán. Debe de tocar algunos instrumentos.

—Nunca ha surgido, así que tendré que preguntarle. ¿Tú tocas alguno?

—El piano, claro, aunque hace mucho que no. Y tiene una zona de juegos ahí que es una auténtica pasada. Y una biblioteca que es una pequeña catedral.

—Creo que has visto más que yo de la casa.

—Yo no he practicado sexo.

—Ya, claro.

Sasha se volvió cuando Annika, con su pelo al viento, un vaporoso vestido y descalza, rodeó a Riley con los brazos.

—Sí, buenos días a ti también.

—Estábamos preocupados. Doyle dijo que no nos alarmáramos porque volverías. Pero estábamos intranquilos. ¡Ya estás aquí! Buenos días.

—¿Cómo puedes tener este aspecto a primera hora de la mañana? ¿Sin haber tomado café?

—No me gusta el café. Pero me gustan las mañanas. Sawyer va a reposar un rato más, pero está mucho mejor. Se sentía lo bastante descansado como para aparearse y yo he sido muy delicada.

—Sexo. —Riley meneó la cabeza—. Siempre se trata de sexo. Cuéntame más…, no, quiero que me cuentes más después de que me haya duchado.

—A veces me gusta estar arriba…, encima —se corrigió—. Encima, cuando ha de ser delicado y lento. Entonces puedo tener muchos orgasmos.

—Vale. —Riley exhaló un suspiro—. Puede que la ducha sea más larga de lo que en un principio tenía previsto.

Cuando Sasha rio y Riley se escabulló, Annika esbozó una sonrisa desconcertada.

—No lo entiendo. ¿Es que tiene que lavarse más?

—No, quería decir que… Te lo explicaré, pero voy a necesitar más café.


Después de una ducha caliente, lo siguiente mejor era una comida caliente. Para cuando Sasha hubo terminado de preparar el desayuno con la ayuda de Annika, el equipo se había reunido en la cocina.

Riley captó el olor. —¡Beicon!— y oyó la mezcla de voces mientras bajaba.

—Tengo un coche aquí —dijo Bran—. Cabremos todos, aunque no con comodidad.

—Yo tengo mi moto —intervino Doyle—. Y puedo llevar a alguien de paquete.

—Es cierto. Yo puedo conseguir una furgoneta para tenerla de reserva por si queremos o necesitamos recorrer cualquier distancia en un solo vehículo. Ahí viene —agregó Bran cuando entró Riley—. Sasha nos ha dicho que te has curado y has descansado. ¿Has encontrado una habitación que te convenga?

—Sí, gracias. He elegido una con un escritorio de buen tamaño con vistas al bosque. Menudo casoplón, irlandés —dijo mientras se servía más café.

—Sí que lo es. Pensé: ¿por qué tirarme a lo pequeño? Y cuando tenga familia aquí, se llenará rápido. Deberíamos comer y después os enseño a todos esto.

—Me he quedado con lo de comer. —Sawyer sacó una fuente con huevo y patatas fritas del calentador y dejó que otro cogiera la fuente de carne y el montón de pan tostado.

La mesa situada junto a la ventana cubierta de lluvia exhibía el trabajo manual de Annika con las servilletas en forma de corazón, las brochetas de madera formando un tipi con diminutas flores cayendo y un único capullo de rosa blanca coronándolo. Velitas de té formaban otro corazón, cuyo interior estaba lleno de pétalos de rosa.

Bran las encendió agitando un dedo e hizo que Annika aplaudiera.

—Tus jardines están preciosos bajo la lluvia —le dijo a Bran—. Creo que si viviera en este castillo junto al mar, jamás querría marcharme.

—Me alegra saber que puedo volver aquí.

—También le gusta la lluvia. —Sawyer se llenó el plato de comida—. He de decir que voy a echar de menos el sol de la isla.

—Yo estoy lista para la lluvia. —Sasha le pasó una fuente a Doyle—. Nos dará un día para reagruparnos.

—Esto es Irlanda —le recordó Riley—. Lo más seguro es que tengamos más de un día lluvioso. Pero sí, nos hemos ganado disponer de un poco de tiempo para reagruparnos. ¿Alguna pista de dónde la arrojaste, Sawyer?

—Ni una. Pero estaba herida cuando lo hice.

Mientras comía, puso a Riley al corriente como había hecho con los demás.

—Eso encaja. Le atacamos donde más le duele, retrocede y pierde fuerza. Eso debería darnos un poco de tiempo. ¿Qué hay de Malmon? ¿O de la cosa en que se ha convertido?

—Se escabulló —repuso Doyle—. Es más fuerte y más rápido.

—¿Puede permanecer así sin ella? —se preguntó Riley—. Eso es un enigma. Doy por sentado que tienes este lugar cerrado a cal y canto, Bran.

—Supones bien.

—Así que las estrellas están aquí y están a salvo.

—Lo están. Te las enseñaré, ya que querrás comprobarlo por ti misma. Imagino que elegiste tu cuarto por el espacio de trabajo y sin duda lo utilizarás. Pero hay otra zona que también podría resultarte de utilidad.

—¿Ah, sí?

—La torre norte. Echaremos un vistazo después de desayunar.

—¿Puedes creer que tenemos una torre norte? —Con una amplia sonrisa, Sawyer comió más beicon—. Y una torre sur. Y mira esto. —Señaló con el pulgar las máquinas de pinball de la zona de ocio.

—Ya lo vi. Te daré una paliza más tarde.

—Vas a llorar —le dijo Sawyer a Riley—. Perderás. Necesitamos un nuevo cuadro de tareas.

Sasha asintió.

—Me encargaré de eso hoy, pero como Annika y yo nos hemos ocupado del desayuno, asigno por tanto la cocina a Riley y Doyle. He mirado la comida y los artículos de limpieza y estamos más que cubiertos por ahora, así que aplazamos las compras de momento, al menos en lo doméstico.

—A mí me gustaría ir de compras en Irlanda.

Riley miró a Annika enarcando las cejas.

—Si ir de compras fuera deporte olímpico, te llevarías todas las medallas. Pero llegará el momento en que necesite ropa para la lluvia.

—Hay cosas en el vestíbulo —dijo Bran—, pero tendremos que salir por ahí. Conozco la tierra y los pueblos de aquí, pero nunca he considerado ninguna de las dos cosas con la búsqueda en mente.

—Vamos a necesitar más munición —señaló Doyle.

—Otra cosa en la que no había pensado.

—Tengo algunos contactos. —Riley se encogió de hombros—. Haré algunas llamadas.

—Eso es tan sorprendente como las compras de Annika. Perdimos algunas flechas en la última batalla —prosiguió Doyle—. Y muchas balas.

—Me ocuparé de ello, y en cuanto saque mis libros y mapas de la maleta me pondré a trabajar en…

—¿Podemos tomarnos un momento? —interrumpió Sasha—. Sé que no podemos aflojar. Sé que tenemos que aprovechar el tiempo que tengamos antes de que Nerezza nos ataque de nuevo. Pero ¿podemos tomarnos un momento para vivir? Estamos todos aquí, alrededor de esta mesa, en este lugar, después de enfrentarnos a algo a lo que parecía que teníamos todas las probabilidades en contra de sobrevivir, más aún vencer. Pero aquí estamos y también dos de las estrellas. Yo creo que es un milagro. Una victoria ganada con mucho esfuerzo, pero aun así un milagro.

—Tienes razón. —Bran la miró a los ojos y a continuación recorrió la mesa con la mirada—. Nos tomaremos nuestro momento y esto nos fortalecerá.

—A mí me parece bien —alegó Doyle con naturalidad y después miró a Sasha—. Cuando elabores ese cuadro de tareas, deja tiempo y espacio para el entrenamiento diario. Incluyendo ejercicios de calistenia.

Sasha exhaló un suspiro.

—Eso es cruel, Doyle.

—Oye, yo también necesito mi momento. Tú te has hecho más fuerte, rubita, pero eso fue en la soleada isla de Sawyer. A ver qué tal se te da hacer cincuenta sentadillas y flexiones bajo la lluvia.

—Puede que haya alternativa a eso. Si hemos terminado, puedo enseñároslo todo —prosiguió Bran—. Y también las estrellas. Me parece que las tareas de cocina pueden esperar un poco.

—En mi mundo pueden esperar eternamente.

—Tu mundo es eterno —le recordó Sawyer a Doyle, pero agarró a Annika de la mano y se puso en pie—. Yo voto que hagamos una visita completa a la casa.

—Pues empecemos por arriba. —Cuando Bran se levantó, le ofreció una mano a Sasha—. Tengo muchas cosas que enseñaros.

Subieron la escalera trasera, siguieron a Bran cuando giró en el descansillo de la segunda planta y se desviaron a la derecha.

—Acceso a la zona del tejado —explicó—. Ahí las vistas son espectaculares incluso en un día lluvioso.

No se equivocaba, pensó Riley cuando Bran abrió una gruesa puerta abovedada y salieron bajo la lluvia.

La ancha y llana zona del tejado permitía una vista de trescientos sesenta grados.

Vieron el furioso oleaje del grisáceo mar y el violento romper de las olas contra la roca y el acantilado. Su rugido restallaba bajo densos bancos de nubes, que se desplazaban con lentitud bajo un viento amenazador.

Al volverse percibió las apenas visibles sombras de las montañas descender tras el neblinoso cielo y alrededor del profundo bosque, verde y en penumbra. Más allá, donde había corrido la noche anterior, vio una o dos casas y campos salpicados de ovejas, las delgadas columnas de humo de las chimeneas encendidas en un lluvioso día de verano.

—Es un buen lugar —dijo Doyle a su espalda—. Incluso en un día como hoy podríamos divisar un ataque a casi un kilómetro de distancia. El terreno es elevado, con un sitio donde refugiarnos cerca. —Se acercó y bajó la vista desde el muro almenado—. Será de utilidad.

—Se puede oler el mar —murmuró Annika.

—Y oírlo —intervino Sawyer—. Salir en barco va a ser complicado.

—Conseguiré un barco de buceo y equipo —dijo Riley con aire distraído—. Nos las apañaremos. ¿Eso es un cementerio? ¿Más o menos a las diez en punto? ¿Cómo de antiguo crees…? —Recordó demasiado tarde. Aquella tierra había pertenecido a la familia de Doyle. Se volvió hacia él, maldiciéndose a sí misma—. Lo siento. No lo he pensado.

—La primera tumba es de mi bisabuela, que murió en 1582, al dar a luz a su sexto hijo. Es bastante antiguo. Aunque a los arqueólogos les suele gustar excavar más hondo, ¿no es así?

—Depende.

—En cualquier caso, es un buen lugar estratégico —prosiguió como si ella no hubiera hablado.

—Y antes de que nos ahoguemos en la lluvia, dejad que os enseñe qué más nos será útil.

Mientras Bran los llevaba de nuevo adentro, Sasha acarició el brazo de Riley. Cuando esta hizo como si se apuntara a la cabeza con un arma y disparara, Sasha meneó la cabeza y le dio un apretón.

Fueron más rápido cuando oyeron el grito de placer de Annika.

—¡Hostia puta! —Riley no dio ninguna voltereta, como hizo Annika delante de la pared de espejo que sin duda le encantaba, pero se frotó las manos.

El magnífico gimnasio tenía suelo de bambú del color de la miel sin refinar, un circuito completo de máquinas. Dos cintas de correr y un par de máquinas elípticas delante de la pared de ventanas salpicadas por la lluvia, así como una bicicleta reclinada. Un TRX dominaba un rincón; una nevera grande con las puertas de cristal, abastecida de agua y bebidas energéticas, el otro.

Contaba con bancos de musculación, mancuernas, esterillas de yoga enrolladas y apiladas, pesas rusas, balones medicinales y bosus.

—Oh, cuánto te he echado de menos —dijo Riley, y de inmediato agarró una pesa de cuatro kilos y medio de su soporte.

—Me parece adecuado para los ejercicios de calistenia si el tiempo no colabora.

Doyle se encogió de hombros al oír el comentario de Bran.

—Se libran batallas con mal tiempo y con buen tiempo. Pero… será útil. Mmm. Una barra para hacer flexiones.

—Ay, mierda —farfulló Sasha, haciéndole sonreír.

—¿Por qué no la pruebas, rubita? Enséñanos lo que tienes.

—Estoy disfrutando de mi momento.

—Pues mañana. A primera hora. Puedo incluir algunos circuitos en el entrenamiento y las pesas serán bienvenidas. Pero correremos afuera llueva o haga sol. Una máquina no hace que sientas la tierra bajo los pies.

—¡Las paredes brillan mucho! —Annika realizó un elegante y perfecto salto mortal delante del espejo—. Me gusta.

—A mí también me gustaría si me pareciera a ti. —Después de hacer unas cuantas flexiones de bíceps, Riley colocó de nuevo la pesa—. ¿Podemos utilizarlo cuando queramos, irlandés?

—Es tan tuyo como mío.

—Genial. Luego le dedicaré un rato. Ese será mi momento —le dijo a Sasha.

—Para gustos, los colores. Yo pienso montar mi caballete.

—Hablando de caballete y de cuadros… —Riley se volvió hacia Bran.

—Eso es lo siguiente. Debería deciros que hay una zona de baño cruzando esas puertas.

—¿Zona de baño? —dijo Annika, aterrizando de pie a la perfección.

—Una sauna, un jacuzzi, una ducha y un vestuario. Lamento que no haya piscina.

—Ah, no pasa nada. El mar está muy cerca.

Con una sonrisa, Bran señaló la puerta.

—Hay una zona de almacenaje en esta planta —comenzó mientras los sacaba de allí—. Más dormitorios y una sala de estar.

—¿Cuántos sois en tu familia? —preguntó Sawyer.

—¿Incluyendo primos? —Con una carcajada, Bran se detuvo junto a una puerta en una pared circular; una puerta de madera oscura, que parecía antigua y no tenía ni pomo ni bisagras—. Creo que bastantes más de un centenar.

—¿Un… centenar?

Se echó a reír otra vez al ver la reacción de Sasha.

—Ya es demasiado tarde para que te eches atrás, mo chroí.

Bran dirigió la mano hacia la puerta, con la palma hacia ella. Habló en gaélico, haciendo que Doyle le lanzara una mirada.

Solo para mí y los míos, ábrete.

Tras las palabras y el gesto, un rayo descendió por la madera, desprendiendo una palpitante luz azul.

Y la puerta se abrió.

—Mejor que una cerradura de seguridad, una barra antirrobos y un perro guardián —dijo Riley.

—Solo se abrirá para cualquiera de nosotros. Igual que las puertas del primer y del segundo piso de esta torre. Lo que hay dentro está a salvo de cualquiera que intente llevárselo.

Bran les indicó que entraran.

Riley no se quedó boquiabierta, pero estuvo a punto.

Se trataba del taller de Bran, o la tienda de magia, pensó. La guarida del hechicero. Cualquiera que fuera el término, al igual que el resto de la casa, contaba con todo lo necesario.

Se alzaba dentro de la torre…, lo cual debería haber sido física o estructuralmente imposible.

Pero claro, se trataba de magia.

Había estantes flotantes con botes, tarros y cajas. Reconoció algunas plantas bajo espectrales luces, cálices, dagas rituales, calderos y cuencos.

Bolas y agujas de cristal. Libros encuadernados en cuero, algunos de ellos con siglos de antigüedad, sin duda. Espejos, velas, amuletos, estatuas.

Vio escobas, huesos, runas y cartas del tarot.

Y los cuadros de Sasha sobre una chimenea de piedra.

«Aquí, por supuesto —pensó Riley—. Magia dentro de magia dentro de magia. A salvo del mal, dentro de la luz».

—Te dije que compré el primero de tus cuadros antes de conocerte, antes de saber de ti. —Bran rodeó los hombros de Sasha con el brazo mientras los estudiaban—. Lo vi en una galería de Nueva York y quise que fuera mío. Lo necesitaba. Mi sendero del bosque, que tan bien conocía, llevaba aquí. Aunque solo yo sabía que conducía aquí. A menudo recorría ese sendero hacia esa luz que tan bien pintaste tú y pensé en colgar el cuadro en mi piso de Nueva York para que me recordara a esto. Pero lo traje aquí, ya entonces. Lo coloqué aquí, en mi lugar más preciado.

—Soñé con ello. —Sola y mucho antes de conocerle—. Soñé con el sendero, los árboles y la luz, pero no pude ver el final del camino. No hasta ahora.

—Y el segundo, su compañero, que también pintaste a partir de visiones que nos guiaron aquí. No solo a la casa, sino a la tercera estrella. La encontraremos en este lugar.

El final del sendero, la magnífica casa en la que se encontraban en esos momentos, reluciendo bajo la suave luz, adornada con jardines, alzándose sobre un turbulento mar, pensó Riley.

Las cosas venían de tres en tres, no solo las estrellas, sino todas las cosas. ¿Pintaría Sasha un tercer cuadro?

—En tus visiones, en tus obras, las estrellas relumbran, sanas y salvas.

Bran alzó ambas manos. Una pátina de color envolvió los cuadros con su fulgor. Rojo en el sendero, azul en la casa. Y desde ese mundo se deslizaron hasta sus manos, envueltas en cristal, resplandecientes como la verdad.

—De nosotros depende protegerlas —dijo Bran—. Y hemos de encontrar la tercera; la Estrella de Hielo.

—Y cuando las tres, fuego, agua y hielo, estén en manos de los guardianes, las batallas no terminarán. —Conforme hablaba, los ojos de Sasha se oscurecieron y adquirieron intensidad—. Cuando estén las tres, pues tres se forjaron, tres se entregaron al mundo, la oscuridad buscará más sangre, más muerte. Unidos la derrotaréis. Sumidos en el caos caeréis ante ella. Habrá decisiones que tomar, caminos que coger. Persistid, sujetad las tres, una para dos, y entonces, solo entonces, aparecerá la Isla de Cristal. Solo entonces se abrirá para el valiente y el corazón valeroso.

»¿Surcaréis la tormenta? —Se giró hacia los demás, con su visión brillando como un millar de soles—. ¿Daréis un salto de fe? ¿Veréis lo que vive dentro de la piedra y de la tristeza? ¿Oiréis aquello que os llama? Y encontraréis la última, y al encontrarla, ¿os mantendréis firmes, persistiréis? —Después de inspirar hondo, Sasha cerró los ojos—. Hace frío.

Bran miró de inmediato a la chimenea e hizo que las llamas cobraran vida.

—No, me refiero a… Lo siento. En el lugar donde está la estrella. Dondequiera que esté, hace frío —explicó—. No puedo verlo, pero puedo sentirlo. Y supongo que nada de eso resulta útil.

—Pues yo discrepo. —Riley le frotó el hombro—. Nos has avisado de que la tercera parte no es el final. De nada sirve considerar el trabajo hecho cuando no es así. La encontraremos, lucharemos contra la bruja y encontraremos la Isla de Cristal. E iremos allí con las tres estrellas. Pan comido, ¿no? Si te gusta el pan duro y mohoso.

—Yo me apunto —dijo Sawyer—. Un trozo de pan es un trozo de pan.

—A mí me gusta el pan —adujo Annika.

—No será el primer trozo rancio que me como. —Doyle contempló las estrellas—. Encontraremos la estrella y daremos con la isla. Cueste lo que cueste.

—Yo diría que estamos unidos y ya hemos elegido el camino.

Bran alzó las estrellas hacia los cuadros. Estas se acercaron y se introdujeron en ellos.

Para esperar a la tercera.