15
La cólera en su interior era fría, una furia glacial mientras los ardientes golpes de la sangre y la locura se arremolinaban a su alrededor. Su hermano. Joven, inocente, sufriendo. La vida se le iba, abandonaba un cuerpo devastado por el dolor.
El fragor de la guerra lo rodeaba.
Siempre otra guerra.
En medio del fétido ambiente vio a Riley atravesar a un agresor con su cuchillo y después a otro mientras le gritaba algo que no pudo oír.
¿Acaso no lo sabía, no veía que ya no formaba parte de ellos? Estaba apartado, apartado y aislado durante ese momento. Lejos.
El rayo de Bran no podía atravesar la distancia, como tampoco las flechas de Sasha.
Su hermano, pensó. Su sangre. Su fracaso.
—Sálvame.
Una vez más, Doyle bajó la mirada al rostro que le había perseguido a través de los siglos. Tan joven, tan inocente. Tan lleno de dolor y miedo.
En su mente se sucedían las imágenes, grabadas con felicidad y tristeza. Feilim, caminando con paso inseguro por una playa bañada por el mar. Tratando de no llorar cuando Doyle le quitó una astilla del dedo pulgar. Cómo se rio cuando montó un rechoncho poni castaño. Lo alto y delgado que había crecido y sin embargo aún se sentaba con ojos ávidos alrededor del fuego cuando su abuelo contaba una de sus historias.
Y, en ese momento, aquella imagen que las tapaba todas; Feilim, con el rostro blanco, los ojos colmados de dolor, desangrándose a sus pies.
Y el muchacho alzó una mano trémula hacia el hombre.
—Esta única cosa, solo esta única cosa, y viviré. Solo tú puedes salvarme.
—Habría dado mi vida por salvar a mi hermano. Tú no eres mi hermano.
Y encerrado en ese hielo, Doyle hundió la afilada punta de su espada en el corazón de aquella mentira. Esta profirió un grito agudo e inhumano. Su negra sangre bulló y quedó reducida a cenizas.
Ahora su espada cobró venganza, fría y fulminante mientras Doyle atravesaba todo cuanto se le acercaba. Si tenía garras o mordía, no sentía nada. En su interior rugía otro grito, un grito de guerra que resonaba en sus oídos, que hacía latir con fuerza su corazón.
Un millar de batallas se arremolinaban en su cabeza mientras su espada embestía y asestaba golpe tras golpe. Un millar de campos de batalla. Diez mil enemigos sin rostro, igual que las delirantes criaturas creadas por una vengativa diosa.
«No retrocedas. Mátalos a todos».
Vio a una de las negras bestias asesinas clavarle las garras en la espalda a Sawyer. Lo apartó con una sola mano y redujo a polvo su cruel cabeza con la bota.
Se giró para destruir más bestias y vio que no quedaba más de ellas que sangre, vísceras y cenizas. Vio que Sasha se arrodillaba, agitando una mano cuando Bran corrió a su lado. Vio a Annika abrazando a Sawyer para sostenerle en pie además de para estrenarle.
Y a Riley, con la pistola bajada y el cuchillo cubierto de sangre todavía en la mano, observándole.
Doyle se percató de que resollaba y en su cabeza resonaban aún tambores tribales. Y él, que había luchado en innumerables guerras, quería estremecerse ante la victoria.
Se obligó a volverse hacia Bran.
—Sawyer está herido.
—Estoy bien. —Sawyer agarró el brazo de Annika y le dio un apretón mientras estudiaba a Doyle—. Estoy bien.
—Purifícalo —repitió Doyle—. No basta con acabar con ellos.
—Sí. —Bran ayudó a Sasha a levantarse—. Tu mano, fáidh. Y la tuya. Y todos. Carne con carne, sangre con sangre.
Tomó la sangre de sus heridas en la palma de una mano y levantó la otra en alto. Esta se llenó de sal pura y blanca.
—Con la sangre derramada repelemos la oscuridad. —Caminó en círculo alrededor de los demás, derramando la sangre de todos en el suelo—. Con sal ahora bendita dejamos nuestra marca —dijo y volvió sobre sus pasos, dejando que resbalara entre sus dedos—. El fuego quema ahora la impía mentira, alza las llamas para purificar.
El fuego crepitó, se avivó y propagó alrededor del círculo que él había trazado.
Sus llamas se tiñeron de rojo, de frío blanco, y después, por último, de un sereno azul.
—Así pues, el mal queda desterrado de este lugar, derrotado por el valor, la luz y la gracia. Nosotros, los seis, somos testigos por voluntad propia. Hágase mi voluntad.
Las llamas aumentaron en el círculo de fuego, volvieron el aire de un azul claro y después se extinguieron.
—Ya está.
Doyle asintió y envainó su espada.
—Si la estrella está aquí, esperará. Tenemos un herido al que atender.
—¿Así de simple? —preguntó Riley mientras él salía.
Bran la detuvo cuando se disponía a salir detrás de él.
—Dejemos eso para más tarde. Todos estamos bastante maltrechos. Llevo un pequeño botiquín en el coche, pero… Sawyer, ¿puedes transportarnos allí? Preferiría no tener que hacer el intento de caminar una distancia tan corta.
—Está herido. En la espalda, en el brazo.
—No es tan grave —le aseguró a Annika—. Puedo ocuparme de transportarnos.
Sasha salió cojeando con la ayuda de Bran. Riley se despreocupó de sus propias heridas, aunque la parte posterior del hombro le dolía como mil demonios, y salió.
Doyle estaba parado; su rostro era una máscara debajo de las salpicaduras de sangre.
—Vamos a transportarnos hasta donde dejamos el coche y la moto —le informó Bran—. Tenemos heridas que atender.
—Ven aquí —le pidió Sawyer—. Así es más fácil.
Sacó la brújula con una mano un tanto temblorosa. Tomó aire y exhaló durante un momento y asintió acto seguido.
Riley sintió una rápida sacudida y después se encontró junto a la moto de Doyle. Se fijó en que Sawyer no objetó cuando Annika y Sasha le ayudaron a montarse en el coche.
—Conduzco yo —le dijo a Doyle.
—Nadie conduce mi moto.
—Hoy conduzco yo. Mírate las puñeteras manos. —Sacó un descolorido pañuelo del bolsillo de atrás y se lo dio—. Envuélvete la que está peor y no seas un auténtico gilipollas.
Se subió a la moto y arrancó.
—Se curará antes de que lleguemos.
—Me importa una puta mierda. O te montas o te vas a patita.
Como sabía que no estaba tan sereno como deseaba…, como necesitaba…, se montó detrás de ella.
Riley condujo la moto del mismo modo en que hacía todo lo demás. Con temeraria velocidad. Pero Doyle estaba de humor para ser temerario. Riley sabía conducir, cosa que no le sorprendió, y recorrieron el serpenteante camino, pasando de largo muros de piedra y setos a toda velocidad.
No le parecía mal que todo se viera horroroso, como tampoco se lo parecía el escozor y la quemazón de sus heridas en proceso de curación. Por el momento enmascaraba su horrible pesadilla privada.
Cuando llegaron a la casa y apagó el motor, Doyle estimaba que estaba recuperado y calmado. Tardó unos segundos en comprender que ella no lo estaba.
—¿Te has olvidado de que había otras cinco personas más en esa cueva? —exigió—. ¿O simplemente has decidido que tú eras el único capaz de llevar a cabo la tarea?
—He hecho lo que había que hacer.
Se apartó de ella mientras sus palabras le recordaban de nuevo el rostro de su hermano, el letal filo de la espada en su espalda.
—Gilipolleces, gilipolleces, gilipolleces.
Sasha la llamó cuando se disponía a ir tras él.
—Riley. Está sufriendo.
—Ha dejado de sangrar antes de que hubiéramos recorrido la mitad del camino.
—No es esa clase de sufrimiento.
—Ayuda con Sawyer, ¿quieres? —Bran cogió a Sasha en brazos—. Curemos la carne y ocupémonos del alma después.
—Estoy bien. Solo un poco… —Sawyer se tambaleó a pesar de que Annika le sujetaba— débil.
Dado que estaba blanco como la cal y que tenía las pupilas dilatadas, Riley se percató de que en absoluto estaba bien.
—Ya te tengo, colega.
Agradecido por el apoyo, pasó el brazo sobre los hombros de Riley y notó algo húmedo.
—No es mi sangre, doctora. Es la tuya.
—Me llevé algunos golpes. ¿Anni?
—Yo tengo algunas heridas, pero podría ser peor. Sawyer se puso delante para protegerme y uno le clavó las garras en la espalda. Entonces Doyle…
—Sí, esa parte la vi.
Entraron como pudieron y fueron a la cocina, donde Bran ya estaba atendiendo las heridas que Sasha tenía en la pierna y en los brazos con la ayuda de Doyle.
—Quiero una birra —consiguió decir Sawyer cuando se sentó en una silla.
—¿Quién no? Quítale la camisa, Anni. Seguro que sabes hacerlo.
Annika lanzó una lánguida sonrisa a Riley mientras le quitaba la camiseta ensangrentada y rasgada a Sawyer con cuidado.
—¿Me ayudas con…? ¡Oh! Ay, Bran, es muy profunda.
Riley echó un vistazo y tomó aire con los dientes apretados.
—Parece que ya se ha infectado.
—Un momento. Bébete esto, a ghrá.
—Ya se me está pasando. —Bebió—. En serio, está mejor. Ocúpate de Sawyer.
—Annika, trabaja con Doyle…, y, Doyle, ayuda a Annika a atender sus heridas. Sasha ya solo necesita el ungüento —le dijo—. Incluso en los pequeños cortes. Hay veneno.
Se acercó a Sawyer y le lanzó a Riley una mirada furibunda por encima de su cabeza. Sacó del botiquín una navaja, un vial y tres velas. Encendió las velas con el pensamiento y después cogió un cuenco pequeño.
—Primero tengo que extraer el veneno.
—Está en estado de shock —dijo Riley cuando a Sawyer empezaron a castañearle los dientes.
—Agárrale, porque esto va a dolerle un montón. Prepárate, Sawyer.
—Vale. Sí.
—Mírame. —Riley le agarró ambos brazos—. Tengo una pregunta. Iron Man contra Hulk. ¿Quién gana?
—Iron Man.
Riley menó la cabeza.
—Hulk le machaca.
—Sí, claro. Es más fuerte, pero no tiene un plan de acción. Iron Man tiene coco, es inteligente.
—Hulk tiene instinto. Es primitivo.
—Eso no… B’lyad. ¡Me cago en la puta! ¡Joder!
—Aguanta —farfulló Bran mientras utilizaba la navaja especial para que la sangre emponzoñada cayese toda en el cuenco.
Annika se zafó de Sasha, sollozando, y se arrodilló al lado de Sawyer.
Sus manos la agarraban con tanta fuerza que Riley imaginó que se le rompían los huesos, pero continuó hablando de todas formas.
—Intelecto contra instinto. Difícil cuestión.
—Y lo dice la…, joder, joder…, la mujer loba.
—Sí, así que yo debería saberlo. Piénsalo. Enfrenta al señor Spock y a Hulk.
Sawyer apretó los dientes, resollando y con el cuerpo temblando.
—¡Ten cuidado! ¡Hostia puta!
—Ya casi está —prometió Bran—. Ya está limpia.
—Vale. Vale.
Riley vio que Sawyer recuperaba el color y sintió que la agarraba con menos fuerza.
—Ahora solo queda el ungüento.
Mientras Bran se lo aplicaba, Sawyer cerró los ojos y exhaló.
—Ah, sí, eso funciona. No llores, Anni. —Apartó una mano de Riley y acarició el cabello de Annika—. Estoy bien. Ahora deja que Sasha termine de curarte.
—No pasa nada. —Annika levantó la cabeza y alzó sus ojos llorosos hacia Bran.
—Te lo prometo. Por ahora, ponle ungüento en las heridas cada dos o tres horas y volveré a echar un vistazo antes de acostarnos. Pero está limpia y ya está sanando. Puedo decirte que habría sido peor, muchísimo peor, si esa maldita criatura le hubiera clavado las garras más adentro.
—Gracias.
Doyle se encogió de hombros.
—No hay de qué. ¿Una birra?
Sawyer se limitó a levantar el dedo pulgar.
—Eres mi corazón. —Annika se levantó y se inclinó para besar a Sawyer con delicadeza—. Y tú eres todos mis héroes. Ahora ya solo tengo dolores leves, Sasha. Riley tiene más.
—Mierda. Tiene una buena herida en el hombro. —Sawyer se puso en pie, tambaleándose un poco—. Intercambiemos los puestos, colega.
Resignada, Riley tomó asiento, se quitó otra sudadera que jamás volvería a ser la misma y se quedó con su camiseta negra de tirantes y los vaqueros mientras Bran examinaba la herida.
—Me alegra decir que no es tan grave como la de Sawyer y que no tendré que utilizar la navaja para drenarla.
—Yupi.
—¿Una birra? —le preguntó Sawyer.
—Tequila. Un chupito doble.
—Eso está hecho.
Dolía, y dolía lo suficiente como para que levantara el vaso en alto en cuanto se bebió el primer chupito.
—Y otra vez.
Se bebió el segundo mientras el dolor se aliviaba y Bran atendía sus cortes y rasguños de menor relevancia.
—Muy bien, ahora te toca a ti. —Sasha señaló a Bran—. Siéntate. Anni, vamos a curar al sanador.
—A mí tampoco me importaría tomarme una birra.
Doyle sacó una para Bran. Su maldición le curaba, pensó. Pero los demás se curaban unos a otros. Se quedó ahí, de pie, tan aislado como lo había estado durante aquel horror en la cueva. Dio media vuelta y fue hacia la puerta.
—Nadie se va —espetó Riley.
—Quiero tomar un poco el aire.
—Eso tendrá que esperar.
—Tú no me das órdenes, Gwin.
—Pues entonces te las doy yo. —Con voz glacial mientras trataba las heridas de Bran, Sasha miró a Doyle—. Nadie se marcha hasta que hablemos de lo que ha pasado.
—¿Qué ha pasado? —Quería deshacerse de ello igual que se deshizo del pañuelo ensangrentado alrededor de su mano—. Nos metimos en una pelea, no inesperada, y salimos de nuevo.
—Eso no es todo. Ella te aisló de nosotros —prosiguió Bran—. Utilizó ese lugar y tus recuerdos de él contra ti.
—Jugó con tu cabeza, tío. O lo intentó —matizó Sawyer—. Y no podíamos llegar a ti. Era como un muro o un puñetero campo de fuerza. Nosotros en un lado y tú en el otro con…
—¿Le visteis?
Riley decidió hacer otro intento.
—Un hombre…, un muchacho en realidad. Joven, sangrando. No podíamos oír nada, pero estabais hablando. Era como si estuvierais en trance. Los secuaces se movían en manada, pero os dejaron en paz. Estabas…
—Atrapado —dijo Sasha—. Creo que la razón de que nos atrajeran allí fue para apartarte, para separarte del resto. Para llevarte al pasado.
—Te pregunté si, en caso de que pudieras volver y salvarle, lo harías.
Doyle negó con la cabeza en respuesta a las palabras de Bran.
—No era él. —Doyle cedió y se sentó—. Parecía él, sonaba como él. Y al principio… Era como haber vuelto, como si tuviera otra oportunidad. No podía oíros y cuando os vi luchando, parecía algo difuso y carente de importancia. Lo que importaba era salvar a mi hermano, llevarle a casa.
—Entonces ¿por qué no lo hiciste? —exigió Riley.
—Me dijo que para salvarle tenía que acabar con vosotros. Vuestra sangre a cambio de la suya y él se salvaría. Dijo que le había fallado en el pasado, pero podía salvarle ahora. Que hiciera solo eso. He matado a más de los que quisiera. ¿Qué importaba cinco personas más a cambio de la vida de un hermano al que había jurado proteger?
—Te pidió que hicieras algo malvado —declaró Annika.
—Así es. Y supe lo que ya sabía. No era Feilim. Él nunca me habría pedido eso. Jamás. Era todo corazón y dulzura. Su nombre significaba «siempre bueno» y lo era. Él… era como tú. —Riley comprendió—. Así que hice lo que tenía que hacer.
—¿El qué? —Riley dejó el vaso de chupito de golpe—. Estabas ahí, de pie, en trance y de repente te pusiste a pelear como un poseso.
—Le clavé la espada en el corazón.
—El corazón de esa cosa —dijo Sasha con amabilidad—. En el corazón de esa cosa, Doyle.
—Sí. En el corazón de esa cosa. Y su corazón tenía el rostro de mi hermano. —Se levantó de repente—. Y necesito tomar el aire, joder.
Sasha dejó el ungüento y besó a Bran en la cabeza.
—Si no vas tras él, me decepcionarás, Riley.
—Quiere estar solo.
—Lo que quiere y lo que necesita son cosas diferentes.
—No sé qué…
—Pues averígualo, pero ve tras él.
—Joder. —Riley agarró su sudadera destrozada y se la puso al salir.
—Eres sabia y buena, fáidh. —Bran se llevó su mano a los labios.
—Sé lo que es sentirse apartada. Y sé lo que es amar cuando el amor parece algo imposible.
Riley no se sentía particularmente amorosa. Si estuviera en el lugar de Doyle, la habría emprendido a patadas y puñetazos con cualquiera que se interpusiera en su camino. Se recordó que podía aguantar un puñetazo, se metió las manos en los bolsillos y cruzó el césped hasta el muro del acantilado, donde estaba él.
—He dicho cuanto tenía que decir. No quiero hablar contigo ni con nadie.
Era justo, pensó, y no dijo nada.
—Lárgate.
Largarse sería tomar el camino fácil, sería preferible, reconoció. Tomó el camino difícil, se sentó en el muro y le miró en silencio.
—No tengo nada que decirte. —Su furia se desató; le dolía más a él que a ella—. No tengo que justificar nada ante ti ni ante nadie. —Ella no dijo nada y su silencio solo le enfureció más. La agarró de la sudadera y la bajó del muro—. Hice lo que tenía que hacer. Eso es todo. No necesito nada de ti.
Todavía tenía que limpiarse la sangre…, pero ella también. Bajo la barba de dos días, su rostro era tosco y sombrío. Y en sus ojos había una expresión desgarrada.
«El instinto contra el intelecto», pensó. Se decantó por el instinto. Doyle la empujó cuando le rodeó con los brazos, así que simplemente no tiró la toalla. Apretó los dientes cuando el hombro que no había terminado de sanar se resintió y le estrechó con más fuerza.
Y el instinto demostró no equivocarse cuando él se quedó inmóvil y después apoyó la cabeza contra la de ella.
—No quiero tu compasión.
—Pues vas a tener que aceptarla. Y el respeto que la acompaña.
—Y un cuerno el respeto. —Se zafó de su abrazo y retrocedió.
—Yo sí tengo algo que decir y vas a tener que escucharlo.
—No si te amordazo.
Riley afianzó su postura y alzó la cabeza.
—Inténtalo y acabarás sangrando. Ella se aprovechó de tu pena, te llevó de nuevo al momento en que esa pena era más intensa y te ofreció una mentira. La mentira era cambiar lo que pasó y procedía de la imagen de alguien a quien amabas y perdiste. Te engatusó, Doyle, igual que me hizo a mí en el bosque, como hizo con Sasha en la primera cueva de Corfú, pero no con violencia, a ti no. Con crueldad.
—Sé lo que ha hecho. Yo estaba ahí.
—No seas capullo. Sobre todo cuando voy a señalarte algo fundamental que pareces estar demasiado cabreado como para entenderlo. Has sido más fuerte que ella. Has hecho lo que tenías que hacer, sí, pero lo has hecho porque eras más fuerte.
—No era mi hermano —comenzó.
Riley se acercó y le dio un puñetazo en el pecho.
—Gilipolleces. Se parecía a él, sonaba como él, sangraba y se moría en la misma cueva en que le perdiste. Tenías una opción y no me digas…, joder, no me digas que durante una fracción de segundo no te preguntaste si lo habrías recuperado de haber hecho lo que ella quería. Si habrías roto la maldición. No me digas que la decisión que hoy has tomado no ha sido la más difícil de todas las que has tomado en todos los años que llevas vividos.
—Para salvarle me habría cortado mi propio cuello cuando hacerlo habría importado. ¿Hoy? Aunque esa hubiera sido una posibilidad real, aunque hubiera sido mi hermano, no te habría sacrificado ni a ti ni a nadie de esa casa.
—Lo sé.
Era importante que ella lo supiera, más de lo que podía expresar con palabras.
—Me apartó y me hizo sentir esa distancia para que pudiera mantenerme alejado, veros luchar y pensar de qué servía todo aquello. Ellos vivirían, morirían y yo seguiría adelante. Esa es la diferencia.
—Tres noches al mes yo también soy muy diferente.
—No es lo mismo.
—Oh, bua, bua. Tengo que vivir para siempre, siente mi sufrimiento. —Riley se agarró el corazón, poniéndose dramática a propósito—. He de vivir para siempre, joven, sexy y fuerte, siente mi tormento. Supéralo, viejales.
—No tienes ni idea de…
—Bla, bla, bla. Bla, bla, bla. ¿Por qué no te tomas un descaso de todo eso de que llevas más de un siglo maldito? Tú tienes tiempo.
—Joder, eres una mosca cojonera.
—¿Quieres palabras de consuelo, unas palmaditas en la cara? Vete a buscar a Sasha o a Annika.
Se dispuso a dar media vuelta y esbozó una sonrisa cuando él la agarró del brazo e hizo que se girara. Recibió su mirada furiosa con una expresión de desdén y disfrutó mucho de su forma de borrársela de la cara.
De cómo su boca se apoderó de la suya de manera apasionada y ardiente. De cómo sus manos la toquetearon, la acariciaron y poseyeron.
Asimismo, algo se removió en su interior cuando esa boca, esas manos, se tornaron más amables. Cuando durante un trémulo momento hubo auténtica ternura.
Cerró los ojos con fuerza cuando él la abrazó, cuando sus manos le acariciaron la espalda con suavidad.
—Le amaba más de lo que puedo expresar con palabras.
—Lo sé. Cualquiera puede verlo.
—Cuando aprendió a andar me seguía a todas partes como un cachorrillo. Tan lleno de luz y… de alegría. Si me lo quitaba de encima me sentía como un bruto. Era como Annika. Creo que por eso ella me toca la fibra sensible.
—¿No tiene nada que ver con que esté buenorra?
—Es un plus. No podía oírte y en medio de aquella niebla, a través de esa pared, parecías tan lejana. Pero te conocía. —Se apartó para estudiar su rostro—. Ella no pudo llegar ahí.
—Ella no entiende eso. Así es como la derrotaremos. Además, somos más listos. O, en cualquier caso, yo lo soy. Mucho más lista.
—¿Quién se porta ahora como una capulla?
—Es la pura verdad. ¿Has tomado aire suficiente?
—No me vendría mal otra cerveza.
—A mí me vendría bien comer algo. Me toca la comida, así que prepararé sándwiches. Puedes echarme una mano.
—A mí me toca la cena de esta noche.
—Pues te ayudaré a ir a por la pizza.
Doyle digirió la mirada a la casa, luego la miró a ella y sintió que algo se soltaba.
—Trato hecho.
Nerezza montó en cólera en una cámara subterránea. Las criaturas que había creado se escabulleron y dispersaron. Solo Malmon se quedó, preparada, incluso feliz, de soportar sus maltratos.
—Debería haberlos matado como a cerdos. ¡Debería haber hecho lo que le exigía! ¿Dónde está ese amor humano? ¿Dónde está esa pena humana? Es débil, débil y falsa.
Le arrancó la cabeza a un murciélago y arrojó el cuerpo todavía trémulo contra la pared.
—Estás cansada, mi reina.
Se abalanzó contra él, dispuesta a clavarle los dedos como si fueran garras. Se detuvo un par de centímetros antes de alcanzar sus ojillos amarillos. Relajó las manos y acarició la fría y áspera mejilla.
—Vuelvo a ser fuerte. Me has cuidado bien.
—Eres mi reina. Eres mi amor.
—Sí, sí.
Restó importancia a aquello y se paseó por la cámara. En los espejos facetados de las paredes podía verse reflejada una y otra vez.
Su cabello era ya más negro que blanco y casi tan sedoso como antes. Sí, Malmon la había cuidado bien. Había empañado ligeramente el espejo para que las arrugas de su cara se suavizaran e incluso se desvanecieran ante sus ojos.
Recuperaría toda su juventud y su belleza y más. Lo tendría todo.
—Vino —ordenó a Malmon—. Solo vino. Para reconfortar más que para fortalecer.
Sentada en su trono enjoyado, jugó a cambiar el color de su falda, de negro a rojo y a negro otra vez. Un juego de niños, pero tras su derrota, había sido incapaz de hacer incluso eso.
«Ahora», pensó mientras bebía vino. Era lo bastante fuerte.
—He dejado que mi sed de venganza empañara mi propósito. Los mataré, desde luego. Los mataré a todos y me daré un festín con ellos. Y el inmortal no será más que un juguete al que atormentar durante toda la eternidad. Pero antes, las estrellas. Me olvidé de las estrellas.
—Estuviste muy enferma.
—Pero ya no. Algún día te recompensaré, pequeño mío. Iremos a por ellos. Soy más fuerte, pero cuesta demasiado lanzar mi poder a distancia. Tenemos que acercarnos para caer sobre ellos cuando encuentren la Estrella de Hielo.
—El viaje te cansará.
—Sus muertes, cuando tenga las estrellas en mis manos, me rejuvenecerán. Tengo planes, pequeño mío. Unos planes espléndidos. Pronto, muy pronto, los mundos gritarán en la oscuridad. Muy pronto las estrellas brillarán solo para mí. Y regresaré a la Isla de Cristal, beberé la sangre de las diosas, las falsas hermanas que me desterraron. Lo gobernaré todo desde allí. —Cogió el Orbe de todo y lo miró con una sonrisa—. ¿Ves cómo se despeja la niebla para mí, cómo se arremolina la oscuridad? Excavaremos nuestra fortaleza en las profundidades y atacaremos con una fuerza y un poder que desgarrará la tierra y rasgará el cielo. —Dirigió su feroz sonrisa a Malmon—. Prepárate.
—¿Mi reina? ¿Iré contigo a la Isla de Cristal y me sentaré a tu lado?
—Por supuesto, pequeño mío. —Agitó la mano para despedirle.
«Hasta que ya no te necesite —pensó—, o peor aún, hasta que me aburra de ti». Pero ese día recompensaría su lealtad con una muerte rápida y limpia.