1
Un hombre que no podía morir tenía poco que temer. Un inmortal que había vivido casi toda su larga vida como soldado, librando batallas, no rehuía una pelea con una diosa. Un soldado, aunque solitario por naturaleza, comprendía el deber y la lealtad de aquellos que combatían a su lado.
El hombre, el soldado, el solitario que había visto a su hermano menor destruido por la magia negra, que había visto su vida patas arriba por culpa de la misma, que luchaba contra la descabellada codicia de una diosa, conocía la diferencia entre la oscuridad y la luz.
No le asustó atravesar el espacio impulsado por un compañero soldado, un viajero en el tiempo, mientras aún estaban cubiertos por la sangre de la batalla…, aunque habría preferido cualquier otro medio de transporte.
Percibió a sus compañeros en medio del vendaval, del estallido de luz y la vertiginosa velocidad (y, sí, claro que esta resultaba bastante excitante). El hechicero, que poseía más poder que cualquier otro que Doyle hubiera conocido en toda su vida. La mujer que, en calidad de vidente, era el pegamento que los unía. La sirena, todo encanto, coraje y corazón…, y un verdadero placer para la vista. El viajero, leal y valiente y también un tirador certero. Y la mujer…, bueno, la loba ahora, ya que la luna había salido justo cuando se prepararon para trasladarse desde las batallas de la bella isla de Capri.
Ella aulló, no había otro término para describirlo, y en aquel sonido no percibió temor alguno, no, sino la misma excitación atávica que rugía por sus propias venas.
Si un hombre tenía que aliarse con otros, tenía que unir su destino a los otros, podía irle mucho peor que con aquellos hombres y mujeres.
Entonces olió Irlanda, el húmedo aire, el verdor, y la excitación desapareció. El astuto y frío destino le llevaba de nuevo allí, donde su corazón y su vida se hicieron pedazos.
Cayeron de golpe y porrazo mientras se preparaba para enfrentarse a aquello, para hacer lo que debía hacer.
Un hombre que no podía morir pudo sin embargo sentir la agraviante sacudida al golpear el suelo, con tanta fuerza que los huesos le crujieron y el aliento abandonó sus pulmones.
—¡Hostia puta, Sawyer!
—Lo siento. —Oyó la voz entrecortada de Sawyer a la izquierda—. Es mucho trecho que cubrir. ¿Hay alguien herido? ¿Annika?
—No estoy herida. Pero tú… —Su voz era como un melódico canturreo—. Estás herido. Estás débil.
—No es para tanto. Tú estás sangrando.
Ella sonrió, alegre como unas campanillas.
—No es para tanto.
—A lo mejor deberíamos probar con paracaídas la próxima vez. —Sacha profirió un rápido gruñido.
—Tranquila, ya te tengo.
Cuando sus ojos se acostumbraron, Doyle vio que Bran se desplazaba y acercaba a Sasha.
—¿Estás herida?
—No, no. —Sasha meneó la cabeza—. Algunos rasguños. Y el aterrizaje me ha dejado sin aliento. Debería estar acostumbrada. ¿Y Riley? ¿Dónde está Riley?
Doyle se giró hacia un lado, empezó a incorporarse… y su mano se apoyó sobre el pelaje. El animal gruñó.
—Está aquí. —Desvió la mirada y se enfrentó a aquellos ojos ambarinos. La doctora Riley Gwin, arqueóloga de renombre… y licántropo—. Se encuentra bien. Como ella misma suele decir, se cura rápido en forma de lobo.
Doyle se levantó y se percató de que, a pesar del brusco aterrizaje, Sawyer lo había conseguido. A unos metros de distancia, sobre la fresca y húmeda hierba, había una pila formada por fundas de armas, equipaje, cajas cerradas con libros de investigación, mapas y otros artículos vitales, todo ello amontonado con cierto orden.
Y su moto, algo de suma importancia personal para él, estaba de pie e ilesa.
Satisfecho, le tendió una mano a Sawyer y le ayudó a levantarse.
—No ha estado del todo mal.
—Sí. —Sawyer se pasó los dedos por su melena despeinada por el viento y veteada por el sol. Después esbozó una sonrisa cuando Annika realizó una serie de piruetas—. Hay alguien que sí ha disfrutado del viaje.
—Lo has hecho bien. —Bran posó una mano en el hombro de Swayer—. Es toda una hazaña transportar a seis personas y todo lo demás por el mar y el cielo en…, bueno…, en cuestión de minutos.
—Me ha provocado un dolor de cabeza de campeonato.
—Y algo más.
Bran levantó la mano de Sawyer, con la que había agarrado a Nerezza del pelo mientras la transportaba lejos.
—Vamos a solucionar eso y todo lo que sea necesario. Deberíamos llevar adentro a Sasha. Está un poco débil.
—Estoy bien. —Pero continuó sentada en el suelo—. Solo un poco mareada. Por favor, no —se apresuró a decir y se colocó de rodillas de cara a Riley—. Todavía no. Primero vamos a ubicarnos. Riley tiene ganas de correr —les dijo a los demás.
—Estará bien. Aquí no hay peligro. —Bran ayudó a Sasha a levantarse—. Los bosques son míos —le dijo a Riley—. Y ahora son tuyos.
La loba se giró y salió disparada, desapareciendo en la espesura.
—Podría perderse —comenzó Sasha.
—Es una loba —señaló Doyle—. Y seguro que encuentra el camino mejor que cualquiera de nosotros. Se transformó, aunque lo hizo mientras nos íbamos, y necesita su momento. Loba o mujer, se las puede arreglar solita.
Dio la espalda al bosque por el que de niño había correteado con libertad, donde había cazado, adonde había acudido en busca de soledad. En otro tiempo, aquella había sido su tierra, su hogar…, y ahora le pertenecía a Bran.
Sí, el destino era astuto y frío.
Doyle podía ver el recuerdo de su hogar en la casa que Bran había construido en la agreste costa de Clare. El lugar donde su familia había morado durante generaciones.
Desaparecido hacía siglos, se recordó. La casa y la familia, convertidos en polvo.
En su lugar había lujo; no esperaba menos de Bran Killian.
Una magnífica casa señorial, con los imaginativos toques que cabría esperar de un mago, se dijo Doyle. Tres pisos de piedra, parte de la cual era posible que procediera de los muros de su antigua casa, con dos torres redondas en sendos extremos, que aportaban elegantes pinceladas, y una especie de parapeto central que proporcionaba una espectacular vista del acantilado, del mar y de la tierra.
Todo realzado —Doyle suponía que aquel era el término adecuado— por unos jardines en plena floración dignos de las hadas, cuya mezcolanza de fragancias transportaba el viento.
Doyle se dio el gusto durante un momento, permitiéndose pensar en su madre y en cuánto le habría gustado todo aquello.
A continuación lo dejó a un lado.
—Magnífica casa —dijo.
—Magnífica tierra. Y como le dije a Riley, es tan tuya como mía. Bueno, así lo siento yo —añadió Bran cuando Doyle meneó la cabeza—. Hemos venido juntos —prosiguió mientras el viento le despeinaba el cabello, negro como la noche, en torno a su rostro de rasgos angulosos—. Nos hemos unido con un propósito. Hemos luchado y sangrado juntos y no cabe duda de que volveremos a hacerlo. Y aquí estamos, con los pies plantados en el lugar del que tú procedes y donde yo sentí la necesidad de construir. Eso también tenía una finalidad y vamos a aprovecharlo.
Annika acarició el brazo de Doyle para consolarle. Su largo cabello negro era una atractiva maraña a causa del viaje. Tenía magullado su extraordinario rostro.
—Es precioso. Se puede oler el mar. Puede oírse.
—Está ahí abajo. —Bran le brindó una sonrisa—. Seguro que no tienes problemas para llegar a él. Por la mañana verás más cosas que tiene que ofrecer. Por ahora, será mejor que metamos nuestras cosas dentro y nos instalemos.
—¡Ahora te escucho! —Sawyer comenzó a coger algunas cajas—. Y, por Dios, necesito comer algo.
—¡Yo prepararé la comida! —Annika le rodeó con los brazos, le besó con entusiasmo y luego cogió su bolsa—. ¿Hay comida que pueda cocinar, Bran? ¿Algo que pueda preparar mientras tú te ocupas de atender las heridas?
—Tengo la cocina bien abastecida. —Agitó el dedo en dirección a las grandes puertas arqueadas—. La casa está abierta.
—Mientras haya cerveza. —Doyle cogió dos estuches con armas, su prioridad, y echó a andar detrás de Annika y Sawyer.
—Esto le hace sufrir —le dijo Sasha a Bran—. Puedo sentir su dolor y el dolor de los recuerdos y de la pérdida.
—Y lo lamento de veras. Pero todos sabemos que hay una razón para ello, para que sea aquí adonde tenemos que buscar la última estrella y acabar con esto.
—Porque siempre hay un precio. —Tras exhalar un suspiro, se apoyó contra él, cerró sus ojos azules como el cielo de verano y demacrados a causa de la batalla y el viaje—. Pero Annika tiene razón. Es una casa preciosa. Es impresionante, Bran. Quiero pintarla una docena de veces.
—Tendrás tiempo para hacerlo docenas y docenas de veces. —Hizo que se volviera hacia él—. He dicho que esta casa les pertenece a Doyle y a Riley tanto como a mí. También es de Annika y de Sawyer. Pero, fáidh, es tuya igual que lo es mi corazón. ¿Vivirás aquí conmigo, al menos parte del tiempo de nuestra vida en común?
—Viviré contigo aquí y en cualquier parte. Pero debería echar un vistazo dentro para ver si es tan maravillosa como por fuera.
—Ahora que estás tú aquí, es un auténtico hogar. —Agitó una mano para deslumbrarla. Todas las ventanas se iluminaron. Unas resplandecientes luces recorrían los senderos del jardín.
—Eres el aire que respiro —susurró Sasha y a continuación cogió el estuche que contenía la mayoría de sus herramientas de trabajo, que era su prioridad.
Entraron a un amplio vestíbulo de techos altos, con un reluciente suelo de madera. Sobre una pesada mesa con patas curvadas en forma de dragón había bolas de cristal y un alto jarrón repleto de rosas blancas.
La estancia se abría a una sala de estar con sillones de tonos vivos, más mesas recias y deslumbrantes lámparas. Y tras agitar de nuevo la mano, Bran hizo que surgieran unas llamas doradas y rojizas en una chimenea de piedra tan grande que el musculoso Doyle cabría dentro, erguido y con los brazos estirados a los lados.
Cuando Doyle volvió desde la parte de atrás de la casa y entró, enarcó una ceja y realizó un brindis con la cerveza que sujetaba en la mano.
—Te decantaste por el lujo, hermano.
—Supongo que sí.
—Iré a por más cosas si tú te ocupas de Sawyer. Su dolor de cabeza es muy real. Puedo verlo. Y tiene algunas quemaduras muy feas. Annika está peor de lo que dice.
—Tú ayuda a Sawyer y a Annika —dijo Sasha—. Yo ayudaré a Doyle.
—Está en la cocina con Annika. —Doyle miró a Sasha—. Puedo ocuparme de meter el resto. Tú tienes tus propias heridas de guerra, rubita.
—Nada serio. Estoy bien —le dijo a Bran—. El mareo me ha durado solo un par de minutos esta vez y el resto puede esperar. Me vendría bien una copa de vino si tienes.
—Claro que tengo. Deja que le eche un vistazo y luego te ayudaré con lo demás.
Salió afuera con Doyle, empezó a recoger más bolsas y luego fijó la mirada en el bosque.
—Volverá en cuanto se haya desfogado. —Doyle dio un trago a la cerveza—. Pero estarías más contenta con todos tus polluelos en el corral.
Sasha se encogió de hombros.
—Así es. Ha sido un día… tremendo.
—Encontrar la segunda estrella debería llenar tus ojos de alegría en vez de tristeza.
—Hace un año todavía negaba quién era. No sabía nada de ninguno de vosotros, de las diosas, de la oscuridad o de la luz. Jamás le había hecho daño a nadie, menos aún…
—Aquello con lo que has luchado y has matado no eran personas. Eran «cosas» creadas por Nerezza para sembrar la destrucción.
—También había personas, Doyle. Humanos.
—Mercenarios pagados por Malmon para que nos matasen o algo peor. ¿Es que te has olvidado de lo que les hicieron a Sawyer y a Annika en la cueva?
—No. —Sasha se rodeó con los brazos para protegerse del repentino escalofrío—. Jamás lo olvidaré. Y jamás entenderé cómo los seres humanos pueden torturar y tratar de matar a otros por dinero. Por qué matan o mueren para lucrarse. Pero ella sí, Nerezza sí. Ella conoce esa clase de codicia, esa cegadora sed de poder. Y entiendo que eso es contra lo que nosotros luchamos. Malmon lo dio todo a cambio de eso. Ella se llevó su alma, su humanidad y ahora él es una cosa. Es su criatura. Nos haría lo mismo a todos nosotros.
—Pero no lo hará. No lo hará porque no le daremos nada. Hoy le hemos hecho daño. Esta noche es ella quien está herida y sangra. He buscado las estrellas, las he perseguido más años de los que puedas imaginar. Me acerqué, o eso creía. Pero acercarse no significa nada. —Tomó otro buen trago de cerveza—. No me gusta utilizar la suerte o el destino como razón o excusa, pero la dura realidad es que los seis estamos juntos tal y como debía ser. Estamos destinados a encontrar las Estrellas de la Fortuna y acabar con Nerezza. Tú sientes más que los demás. Ver y sentir es tu don y tu maldición. Y sin ese don no estaríamos aquí. No viene mal que sepas disparar una ballesta como si hubieras nacido con un arco en una mano y una flecha en la otra.
—¡Quién iba a imaginarlo! —Exhaló un suspiro; una mujer guapa con el pelo largo y veteado por el sol y unos penetrantes ojos azules. Una mujer que había ganado músculo y fuerza, por dentro y por fuera, durante las últimas semanas—. Siento tu sufrimiento. Lo lamento.
—Lo aguantaré.
—Sé que tú tenías que estar aquí, que tenías que caminar de nuevo por esta tierra, contemplar de nuevo este mar. Y no solo por la búsqueda de las estrellas, no solo por la lucha contra Nerezza. Quizá, aunque no estoy segura, pero quizá sea para encontrar consuelo.
Doyle se cerró en banda; eso era supervivencia.
—Ha pasado mucho tiempo desde que aquí hubo algo para mí.
—Y sin embargo venir aquí esta noche te ha resultado más duro a ti y llegar ha sido más difícil para Riley —murmuró Sasha.
—Teniendo en cuenta que acabábamos de luchar contra una diosa y sus letales secuaces, no ha sido como montar en un tiovivo para ninguno. Vale, ha sido difícil para ella —dijo al ver la mirada silenciosa de Sasha. A continuación se metió el botellín de cerveza vacío en el bolsillo de su ajada chaqueta de cuero y cogió unas maletas—. Se desfogará y volverá por la mañana. Coge lo que puedas, yo me ocupo del resto. Ambos sabemos que habrías sido de más ayuda a Bran con las heridas.
Sasha no discutió y Doyle se fijó en que cojeaba un poco. Para zanjar el asunto, dejó las bolsas dentro y la cogió en brazos.
—¡Oye!
—Es más sencillo que discutir. ¿La casa es lo bastante grande para ti?
Atravesaron el amplio vestíbulo abovedado y las estancias que se extendían más allá. Todo colores vivos e intensos, un crepitante fuego en las chimeneas, luces encendidas, reluciente madera.
—Es magnífica. Es enorme.
—Yo diría que los dos tendréis que hacer un montón de niños para llenarla.
—Yo…
—Eso te da que pensar.
Aún no había recuperado el habla cuando Doyle la llevó a la cocina. Sawyer estaba sentado en un taburete frente a una larga encimera de color gris pizarra, un poco menos pálido, mientras Bran le curaba las quemaduras de las manos.
Annika, guapísima a pesar de los cortes, los arañazos, sofreía pollo en una enorme sartén en una cocina profesional de seis fogones, según reconoció Sasha.
—Vale, ahora tienes que… —Sawyer se interrumpió y soltó el aire entre los dientes cuando Bran le provocó otra punzada de dolor.
—Saco el pollo y añado las verduras. Puedo hacerlo —insistió Annika—. Deja trabajar a Bran.
—Yo te echo una mano. —Sasha le dio un empujón en el hombro a Doyle—. Déjame en el suelo.
La orden hizo que Bran se girase y se acercara con rapidez a ella.
—¿Qué ocurre? ¿Dónde te duele?
—No…
—Cojea un poco. De la pierna derecha.
—Es solo…
—Déjala aquí, al lado de Sawyer.
—Solo está un poco dolorida. Termina con Sawyer. Yo ayudaré a Annika y…
—¡Puedo hacerlo yo! —Sin duda frustrada, Annika sacó el pollo en una fuente—. Me gusta aprender. Aprendo. El pollo con el ajo y el aceite, con las especias. Las verduras. El arroz.
—Estás cabreando a la sirena —comentó Doyle, y dejó a Sasha sobre un taburete—. Huele bien, preciosa.
—Gracias. Sasha, tú podrías atender las heridas de Bran mientras él atiende las tuyas y las de Sawyer. Está herido y débil porque…
Las lágrimas le anegaron los ojos, que brillaban como verdes pozas, antes de volverse con rapidez hacia los fogones.
—Anni, no. Estoy bien.
Sawyer se dispuso a levantarse al ver que ella meneaba la cabeza tras oír sus palabras. Doyle se limitó a empujarlo de nuevo para que se sentase en el taburete.
—Ya me ocupo yo.
Cruzó el irregular suelo de madera y le dio un tirón del pelo a Annika, que lo llevaba suelto.
Ella se giró y se vio de repente en sus brazos.
—Tenía confianza. Tenía confianza, pero tenía mucho miedo. Me daba miedo que ella le matara.
—No lo ha hecho. El tirador es demasiado listo. Se la llevó a dar una vuelta y ahora estamos todos aquí.
—Siento un amor muy grande. —Con un suspiro, apoyó la cabeza en el pecho de Doyle y miró a Sawyer a los ojos—. Siento un amor muy grande.
—Por eso estamos aquí —dijo Sawyer—. Yo también confío en eso.
—Necesitará algo de tiempo para recuperarse —alegó Bran—. Un poco de comida y dormir.
—Y una cerveza —añadió Sawyer.
—Eso no hay ni que decirlo. Y ahora tú. —Bran se volvió hacia Sasha.
—No veo esa copa de vino.
—Estoy en ello. —Doyle le dio un beso en la frente a Annika e hizo que se girara de nuevo hacia los fogones—. Tú cocina.
—Lo haré. Va a estar muy rico.
Mientras Doyle servía el vino, Bran le remangó la pernera del pantalón a Sasha. Profirió una sarta de improperios al ver los zarpazos en carne viva que tenía en la pantorrilla.
—Conque unos rasguños, ¿eh?
—De verdad que no me había dado cuenta. —Aceptó el vino que Doyle le ofreció y tomó un trago con rapidez—. Y ahora que soy consciente de ello, me duele mucho más.
Bran le quitó la copa y añadió unas pocas gotas de una botella de su maletín de medicinas.
—Bebe despacio y respira con calma —le dijo Bran—. Te va a escocer cuando te lo limpie.
Sasha bebió y respiró con calma, y cuando sintió el escozor, como una docena de avispas furiosas, agarró la mano de Doyle.
—Lo siento. A ghrá. Lo siento. Solo un minuto más. Está infectada.
—Ella está bien. Tú estás bien. —Doyle atrajo la mirada de Sasha mientras Sawyer le acariciaba la espalda—. Pedazo de cocina que tienes, rubita. Alguien que sabe cocinar como tú tiene que estar dando saltos de alegría.
—Sí. Me gusta…, ay, Dios, vale…, me gustan los armarios. No solo que haya un kilómetro de armarios, sino las puertas de cristal emplomado. Y las ventanas. Debe de entrar una luz maravillosa.
—Tiene que beber más —dijo Bran con los dientes apretados—. Sawyer.
—Bébetelo. —Sawyer le acercó la copa a los labios—. Tú y yo haremos un concurso de cocina… y Anni —añadió.
—Acepto el reto. —Después exhaló una larga y trémula bocanada de aire—. Gracias a Dios —dijo cuando Bran aplicó una buena capa de fresco y reconfortante ungüento sobre la herida.
—Has aguantado. —Doyle le dio una palmadita en el hombro.
—Te toca a ti —le dijo Sasha a Bran.
—Tómate un minuto para ti… y dame otro a mí. —Bran se sentó a su lado—. Nos ocuparemos el uno del otro. Y cuando hayamos terminado, imagino que Sawyer tiene una historia que contar mientras comemos.
—Creedme —replicó Sawyer—. Es de las buenas.
La cocina contaba con una larga mesa, con bancos a un lado y sillas al otro, colocada delante de un amplio ventanal curvado. Se sentaron juntos, con la comida de Annika, una hogaza de pan integral y mantequilla fresca, cerveza y vino. Y la historia de Sawyer.
—Cuando he subido…, menudo empujón, por cierto —le dijo Sawyer a Bran—, ella estaba luchando para controlar ese perro de tres cabezas que montaba.
—Al que has disparado en las tres —señaló Sasha.
—Tres de tres. —Sawyer dobló los dedos para formar una pistola y añadió—: ¡Pum! Y ella tenía la atención puesta en Bran.
—Si acababa con el hechicero, acababa con nuestra magia. —Doyle engulló un trozo de pollo—. No está bueno, Annika.
—¡Oh!
—Está que te mueres.
Ella rio, moviéndose con entusiasmo en su asiento mientras Doyle cogía otro trozo. Luego Annika apoyó la cabeza en el hombro de Sawyer.
—Has sido muy valiente.
—No lo pensé; esa es la clave. Nerezza estaba pendiente de todos vosotros, tratando de controlar a esa bestia. No me ha visto venir. —Sawyer bajó la vista y flexionó la mano, que casi se había curado del todo—. He agarrado a esa arpía del pelo, que flotaba por todas partes y lo tenía a mano. Y entonces sí que me ha visto venir y le ha entrado miedo. He podido verlo; tenemos que ser conscientes de eso. La he pillado por sorpresa y he visto su miedo. No ha durado mucho, pero estaba ahí.
—Ya le hicimos daño antes, en Corfú. —Bran asintió, con una expresión intensa en sus negros ojos—. La obligamos a batirse en retirada, nos hicimos con la Estrella de Fuego y le hicimos daño. Hace bien en tener miedo.
—Esta vez llevaba armadura, así que no es imbécil. Y tiene buena pegada. Tú tenías tu rayo y ella tenía el suyo —le dijo a Bran. Después se masajeó el pecho, aliviando la quemazón del golpe—. Lo único que podía hacer era aguantar. Ella se pensaba que me había pillado y he de decir que quizá durante un minuto yo también lo he creído. Pero no iba a pillarme donde estábamos porque ya había iniciado el desplazamiento. La cosa se descontroló, se descontroló de verdad, pero es lo mío. Viajar es lo mío. Yo sé lidiar con lo que supone y ella no. Ni tan rápido ni tan bien. Nerezza empezó a cambiar.
—¿A cambiar? —le instó Sasha.
—La tenía agarrada del pelo, ¿no? Ese pelo negro al viento. Y durante el desplazamiento, comenzó a perder el color. Y su rostro se marcó un Dorian Gray.
—Envejeció —dijo Sasha.
Sawyer asintió y continuó:
—Se le echaron los años encima. Por un instante he pensado que eran imaginaciones mías y que el viento y las luces me estaban quemando los ojos, pero su cara ha empezado a hundirse y ha envejecido delante de mis narices. Estaba envejeciendo y sus rayos apenas me hacían cosquillas. Se estaba debilitando y la he soltado. Casi me arrastra con ella; aún le quedaban fuerzas para eso. Pero me he zafado y ella ha caído. No sé dónde coño ha caído, pero lo ha hecho. No he podido apuntar porque ya casi había consumido todas mis energías. Y necesitaba regresar. —Giró la cabeza y besó a Annika—. Realmente necesitaba regresar.
Sasha lo agarró del brazo.
—¿Es posible que eso la haya destruido?
—No lo sé, pero le he hecho daño y esa caída va a dejar su huella.
—Según la leyenda, es una espada lo que acabará con ella. —Bran se encogió de hombros de todas formas—. Y es bien sabido que las leyendas se equivocan. En cualquier caso, a pesar de los cortes y los rasguños… —Hizo una pausa para lanzarle una reveladora mirada a Sasha— le hemos hecho más daño nosotros a ella que ella a nosotros. Si sigue con vida, necesitará tiempo para recuperarse y eso nos da ventaja.
—Conocemos sus temores y su miedo es otra arma contra ella —intervino Doyle—. A pesar de ello, esto no acabará hasta que tengamos la última estrella.
—Pues la buscaremos y la encontraremos. —Bran se apoyó contra el respaldo, seguro de sí mismo y a gusto—. Ya que es aquí adonde nos ha conducido la búsqueda.
—Creo que la encontraremos…, la Estrella de Hielo —dijo Annika—. Hemos encontrado las otras. Pero ahora que estamos tan cerca no sé qué haremos una vez las tengamos.
—Ir adonde nos lleven. —Bran miró a Sasha, que enseguida sirvió más vino.
—Pero sin presiones —murmuró.
—Fe —le corrigió Bran—. Todo es cuestión de fe. Pero por esta noche estamos todos aquí, estamos a salvo y hemos disfrutado de una cena estupenda.
Annika esbozó una sonrisa, satisfecha.
—He hecho suficiente para Riley, por si está demasiado hambrienta para esperar al desayuno. Ojalá regresara.
—Lo hará y pronto.
—Puedo sentirla —anunció Sasha—. Puedo sentirla ahora. No está lejos, pero no está preparada para entrar. No está muy lejos.
—Entonces estamos todos a salvo, como he dicho. Y aunque Sawyer parece estar mejor, ahora necesita descansar. Os enseñaré los dormitorios y podéis elegir el que más os convenga.
A Doyle le daba igual dónde dormir, así que eligió una habitación al azar, con vistas al mar en lugar de al bosque. Tal vez la cama fuera digna de un rey, con sus altos y torneados doseles, pero no estaba listo para usarla.
Abrió las puertas que daban a la amplia terraza de piedra que recorría la fachada de la casa con vistas al mar, dejó que el aire húmedo invadiera el cuarto, que el rumor del mar al romper las olas ahogara sus pensamientos.
Inquieto, previendo los recuerdos que podrían asaltarle en sueños, se colgó su espada y se adentró en la noche.
Por muy a salvo que estuvieran, y creía que por el momento lo estaban, era una estupidez no salir a patrullar, ignorar la necesidad de vigilar.
Bran había construido su casa en el mismo lugar en el que se había alzado la de Doyle…, aunque la de Bran era cinco veces más grande. Doyle no podía ignorar eso…, no podía fingir que no había razones para aquello.
La casa se alzaba sobre el acantilado, con un serpenteante rompeolas construido en seco en el borde. Se fijó en que ahí también había un jardín y que el aire estaba perfumado por la fragancia del romero, la lavanda y la salvia que crecían cerca de la pared de la cocina.
Se encaminó hacia el acantilado, dejando que el viento le alborotase el cabello y le refrescara el rostro mientras sus agudos ojos verdes escudriñaban el turbulento mar, el nublado cielo y la luna llena que se desplazaba tras los grises zarcillos de las nubes.
Esa noche nada llegaría del mar ni del cielo, pensó. Pero si las visiones de Sasha resultaban ciertas, y por el momento así había sido, encontrarían la última estrella allí, en la tierra de sus antepasados. Darían con ella y encontrarían la forma de acabar con Nerezza.
Su búsqueda de siglos concluiría.
Y luego ¿qué?
«Luego ¿qué?», pensó de nuevo mientras el soldado que llevaba dentro comenzaba a patrullar.
¿Unirse a otro ejército? ¿Luchar en otra guerra? No, no más guerras, caviló mientras caminaba. Estaba harto, más que harto. Por cansado que estuviera de su vida después de tres siglos, estaba aún más cansado de presenciar la muerte.
Podía hacer lo que quisiera…, si es que sabía qué quería. ¿Buscar un lugar en el que establecerse una temporada? ¿Construir su propio hogar? Tenía dinero ahorrado para eso. Un hombre no vivía tanto tiempo como él y carecía de dinero, siempre que tuviera cerebro.
Pero ¿establecerse? ¿Para qué? Llevaba tanto tiempo de un lado para otro que a duras penas concebía la idea de echar raíces en alguna parte. Viajar, supuso, aunque bien sabía Dios que ya había viajado más que suficiente.
Y ¿para qué pensar en eso ahora? Su deber, su misión, su búsqueda no había concluido. Era mejor pensar en el siguiente paso y dejar el resto.
Rodeó la fachada de la casa y alzó la mirada. Podía ver la sólida casa solariega que habían construido sus antepasados. Podía ver que Bran la había aprovechado, la había respetado cuando la amplió, haciéndola suya.
Por un instante oyó las voces, acalladas hacía mucho tiempo. Su madre, su padre, sus hermanas y hermanos. Habían trabajado aquella tierra, habían forjado su vida, habían entregado su corazón.
Habían envejecido, enfermado, muerto. Y él era cuanto quedaba de ellos.
Eso, justo eso, era inmensamente triste.
—¡Maldición! —murmuró y dio media vuelta.
La loba le observó, con los ojos brillantes bajo la tamizada luz de la luna.
Se mantuvo inmóvil en la linde del bosque, hermosa y feroz.
Él bajó la mano con la que de manera instintiva había tratado de coger la espada envainada a su espalda. No se movió, observando a quien le observaba mientras el viento le agitaba el abrigo.
—Así que has vuelto. Sasha y Annika están preocupadas por ti. Me entiendes perfectamente —agregó al ver que la loba no se movía—. Por si te interesa, Sawyer se está curando y está descansando. La herida de Sasha era más grave de lo que creíamos. Ah, eso ha captado tu atención —dijo cuando la loba se acercó—. También está descansando y Bran se ha ocupado de ellos. Sasha está bien —añadió—. Uno de esos mamones le hizo un agujero en la pierna y se le infectó antes de que Bran se ocupara de ella. Pero ya está bien. —Vio que la loba levantaba la cabeza y escudriñaba la casa con aquellos astutos ojos dorados—. Hay un montón de habitaciones en la casa y camas suficientes aunque fuéramos el doble de personas. Supongo que ahora querrás entrar y verlo por ti misma —dijo. La loba se limitó a aproximarse a las grandes puertas delanteras y a esperar—. Muy bien. —Doyle se acercó y abrió la puerta.
Las cosas de Riley estaban en un ordenado montón dentro.
—No las hemos subido porque no queríamos elegir por ti. Tienes mucho donde elegir.
La loba empezó a moverse, deteniéndose de forma breve para estudiar el salón, el crepitante fuego, y después fue hasta las escaleras y miró hacia atrás.
—Imagino que ahora quieres que suba tus puñeteras cosas al piso de arriba. —La loba le sostuvo la mirada sin pestañear—. Ahora soy el botones —farfulló y cogió su bolsa de viaje—. Puedes recoger el resto mañana. —Empezó a subir y la loba mantuvo el paso—. Bran y Sasha están abajo, al final de la torre redonda. Sawyer y Annika en esa primera puerta de ahí, con vistas al mar. —Doyle señaló hacia el otro lado del descansillo—. Yo estoy ahí, también dando al mar.
La loba se dirigió hacia la habitación de Doyle, se detuvo en una puerta, se desplazó a otra, a otra y a otra más y luego volvió sobre sus pasos y entró en un dormitorio que daba al bosque, con una cama de dosel abierto, un escritorio grande y una chimenea recubierta de malaquita.
Doyle dejó su bolsa de viaje y se dispuso a salir y a dejarla a solas.
Pero ella se acercó a la chimenea, lo miró y volvió.
—¿Qué? ¿Se supone que ahora tengo que encenderte la chimenea? Joder.
Sin dejar de farfullar en ningún momento, cogió unos bloques de turba de un cubo de cobre y los colocó en el hogar como hacía de niño.
Era muy fácil, solo se tardaba un momento, y si el olor hizo que se le encogiera el corazón, lo pasó por alto.
—En fin, si quieres algo más… —Ella fue hasta la puerta que llevaba a un pequeño balcón—. ¿Quieres salir otra vez? Por Dios bendito. No tiene escalera. —Se acercó y abrió—. Si quieres bajar, tendrás que saltar. —Pero ella se limitó a olfatear el aire y acto seguido volvió a entrar y se sentó junto al fuego—. Vale, puertas abiertas. —No podía culparla, ya que él había hecho lo mismo en su cuarto—. Si necesitas cualquier otra cosa, tendrás que esperar a mañana y encargarte tú misma. —Se dispuso a salir, pero se detuvo—. Annika ha preparado comida para ti, por si te apetece por la mañana.
Dejó la puerta abierta, sin estar muy seguro, y se dirigió a su propio dormitorio. Oyó que la puerta de Riley se cerraba cuando llegó a la suya.
Así pues, por si de algo servía, Sasha tenía a todos sus polluelos en el corral, pensó.