14

Tras unos días de paz, la rutina de entrenamiento y buceo, Doyle calculó que había llegado más que de sobra el momento de probar cosas nuevas. Buscó a Bran en la torre y se quedó observando durante un momento a su amigo mientras escribía en el grueso libro de hechizos.

No todo eran torbellinos e invocar el rayo, pensó. En parte, la magia era…, bueno…, trabajo duro y problemas y, al parecer, en una parte mayor, era algo tan corriente como papel y pluma.

Bran dejó la pluma y examinó lo que había escrito. Después puso la mano sobre la página. Surgió una luz, que se apagó al cabo de un momento.

Y en gran medida se trataba de poder, puro y duro, pensó Doyle.

—¿Tienes un minuto? —preguntó cuando Bran le miró.

—Ahora sí. Hay que escribir las cosas y sellar la magia. Por nosotros y por aquellos que vendrán después.

Picado por la curiosidad, Doyle se acercó a ver qué había escrito Bran.

—Está en la lengua antigua.

—La lengua de mi linaje… y del tuyo. De los antiguos dioses, de los antiguos poderes.

—Es una especie de hechizo localizador —dijo Doyle, traduciendo—. Utilizando el escudo de armas como un… dispositivo de seguimiento.

—Más o menos. Vamos a tomarnos un té.

Se levantó, dejando el libro abierto, y fue a encender una tetera eléctrica.

—Tú no necesitas electricidad ni una tetera.

—Bueno, podría decirse que los dioses ayudan a quienes se ayudan. No vale la pena ser un holgazán respecto a los aspectos prácticos básicos.

—Otros lo serían.

—Y lo son. A mí no me enseñaron así. El hechizo —dijo, volviendo al tema mientras medía las hojas de té—. He pensado en lo que le pasó a Riley y en lo que Sawyer y ella han hecho. Así que esto nos localizará a cualquiera que pueda verse apartado. He trabajado en ello desde que cogieron a Annika y a Sawyer en Capri, pero surgían otros asuntos más apremiantes, hasta ahora.

—Porque estos últimos días hemos dispuesto de un poco más de tiempo.

—Mientras dure. ¿Impaciente?

—Hermano, puede que tenga todo el tiempo del mundo, pero el momento es este, y todos lo creemos así, no deberíamos malgastarlo.

—Estoy de acuerdo, aunque he de decir que ha sido agradable tener a Sasha aquí instalada, que disponga de tiempo para pintar sin que las visiones la acosen día y noche.

Preparó el té y le ofreció una taza a Doyle. Miró el libro de hechizos, dejando la suya a un lado.

—Sentémonos y cuéntame qué tienes en mente.

—Sawyer está con Sasha en la otra torre.

—Trabajando en el diseño del anillo, sí.

Bran asintió y se sentó de nuevo. Y Doyle se encogió de hombros, interpretando su sonrisa.

—Respeto a las mujeres, sin salvedades. Estoy más acostumbrado a hablar de guerra con hombres.

—Ni todos juntos tenemos la misma experiencia en la batalla que tú.

Si bien le había dicho eso mismo en una ocasión, Doyle meneó la cabeza.

—Pues eso ya no vale. Pero dejando eso y el sexo a un lado…

—A veces un hombre debe hablar con un hombre. Y una mujer con una mujer.

—No cambia mucho. Explorando cuevas submarinas solo hemos conseguido tachar localizaciones.

—Estoy de acuerdo. En Corfú y en Capri encontramos lo mismo.

—Aquí parece diferente. —Doyle miró hacia la ventana, inquieto—. No sé si se trata de mis sentimientos por estar aquí o si es diferente de verdad.

—¿Volverías? —preguntó Bran—. Es algo que me he preguntado. Sabiendo que no pudiste salvar a tu hermano entonces ¿harías las cosas de manera diferente si pudieras regresar a ese día?

—¿Si lo intentaría o no? Desde luego mi vida habría tenido una duración normal, pero ¿qué vida habría sido esa, sabiendo que no he hecho nada por él? He tenido tiempo de sobra para llegar a la conclusión de que hice todo lo que pude. Es cierto que fracasé y eso siempre lo llevaré dentro, pero hice todo lo que pude y volvería a hacerlo. —Doyle contempló su té, oscuro e intenso—. Tú te preguntas por qué no le he pedido a Sawyer que me lleve atrás en el tiempo para poder matar a la bruja antes de que le haga daño… o para intentarlo. Sawyer lo haría, pues pocas son las cosas que no haría por un amigo. Y yo te pregunto, brujo: ¿puedo yo cambiar el destino?

—Eso no lo sé, pero sí sé una cosa. Podrías salvar a un hermano y perder a otro. O iniciar una guerra que acabe con miles de vidas. En mi opinión, hay que dejar en paz el pasado. Los dioses así lo hacen.

—Si cambias un instante, cambias una era. —Doyle contempló el fuego, las sombras y las luces—. Yo he pensado lo mismo. Fracasé y el hombre en que pudo convertirse desapareció. Con él se perdió el hombre que yo pude haber sido.

—El hombre que eres es suficiente. Tú y yo, y los otros cuatro, estamos aquí, movidos por los vientos del destino hasta cierto punto. Pero sobre todo creo en cada paso que hemos dado, en cada decisión que hemos tomado a lo largo de nuestro camino. Así que estamos aquí. —Bran esperó un segundo y enarcó la ceja que tenía marcada—. ¿Qué quieres hacer?

—He pensado en lo dicho, en las visiones de Sasha. En venir a este lugar entre todos los lugares del mundo. Los dioses no hacen pagar por todos esos pasos, por todas esas decisiones. —Y Doyle sabía que aquella sería una de las más dolorosas que jamás había tomado—. Sé en qué cueva murió mi hermano. Es hora de que regrese. Es hora de que miremos ahí.

Doyle observó la cara de Bran con el ceño fruncido.

—Tú has pensado lo mismo.

—Da igual lo que yo pensara, ha de venir de ti. Si tú estás listo, iremos juntos.

—Mañana.

—Mañana —convino Bran—. He pensado en otras palabras, palabras que una bruja pelirroja te dijo a ti y tú me dijiste a mí. Sobre que el amor te perfora el corazón con uñas y dientes.

Doyle estuvo a punto de echarse a reír.

—¿Riley? No pretende perforarme el corazón. Nos entendemos.

Bran iba a hablar de nuevo, pero Sasha entró de forma precipitada.

—Oh, lo siento. Os he interrumpido.

—No, hemos terminado. —Doyle se dispuso a levantarse.

—Siéntate un minuto y así puedes aportar tu opinión. Tras considerables esfuerzos, tengo un diseño que a Sawyer le gusta en un noventa y ocho por ciento. Echad un vistazo. Él ha ido a asegurarse de que Annika esté ocupada. Y a pensar en ello.

Sasha pasó las páginas de su cuaderno de dibujo y en cada una había varios diseños, que a Doyle le parecieron bastante buenos. Entonces se paró en una página con un único diseño en el centro.

Había utilizado lápices de colores para mejorarlo; el intenso azul de la piedra central, rodeada por un halo de diamantes blancos, y estos flanqueados por dos zafiros rosas. El aro repetía el brillo rosa, blanco y azul, de la alianza de bodas.

—Es precioso y perfecto para ella. Es único —agregó Bran—. Igual que ella.

—Cuesta no presionarle para que se decida por él porque creo que es perfecto. Quiero enseñárselo a Riley. ¿A ti qué te parece? —le preguntó a Doyle.

—No es lo mío. A mí me parece bien. Mucho brillo, que es algo que a ella le gusta.

—Noto algo. —Sasha le apuntó—. Oigo un pero.

—No es lo mío —repitió—. Solo pensaba cuánto le gustó el diseño alrededor del escudo de armas, el trenzado. Si las alianzas estuvieran trenzadas…

—¡Oh! —Sasha le pegó un entusiasta puñetazo en el hombro—. Oh, es perfecto. Qué inspirado. Voy a arreglarlo ahora mismo. Y si Sawyer no dice que adelante, es que algo no le funciona bien.

Salió con la misma rapidez con la que había entrado.

—Bueno, está zanjado. —Bran dejó su té y sonrió a Doyle—. Y parece que todos hemos participado. Las cosas son como tenían que ser.

Doyle se frotó el hombro con aire pensativo.

—Tu chica tiene mejor pegada que antes.

—En todo.


No llevó mucho tiempo y Sasha decidió que había dado en el clavo cuando encontró a Sawyer trabajando con Riley en la biblioteca de la torre.

—¿Y Annika?

—Haciendo la colada. Jamás he visto a nadie tan feliz con la lavadora. —Sawyer dejó su brújula sobre un mapa y meneó la cabeza—. Y está teniendo más suerte con eso que yo con esto.

—Yo he tenido una suerte increíble. He añadido otro toque al diseño.

—Ya estaba bastante satisfecho con el otro.

—Pero no al cien por cien. Creo que la idea de Doyle cambiará eso.

Riley levantó la vista de su libro.

—¿De Doyle?

—Ha hecho una sugerencia. Mira esto, Sawyer. Podemos trenzar las alianzas siguiendo el mismo patrón que utilicé en el escudo de armas.

—No sé si eso… —Entonces echó un vistazo—. Oh, sí. Conseguido. Es como… Es él. Es este. ¿Por qué no se nos ha ocurrido a nosotros?

—No lo sé. ¿Riley?

—Si no se pone a dar volteretas al verlo es porque se pone a dar saltos mortales. Lo has clavado, Sasha. ¿Adelante, tirador?

—Adelante, desde luego.

—Tienes que llevárselo a Bran para que empiece con su magia.

—Cierto. Tienes razón. —Sawyer se guardó la brújula y cogió el dibujo cuando Sasha lo arrancó de su cuaderno—. Gracias.

Sasha le vio marcharse.

—Querías que se fuera.

—Aquí no estamos consiguiendo anda. Parece que todo está estancado. Necesito moverme. A lo mejor me llevo a Anni y me pongo a trabajar en las volteretas y saltos mortales.

—A mí todavía se me da de pena.

—Hay una cosa más. —Riley se apartó de la mesa y movió los hombros en círculo—. A lo mejor podríamos hablar de ello después de que me mueva.

Riley reconocía que había estado nerviosa cuando arrastró a sus amigas afuera. No había sido capaz de librarse de ello, ni con el trabajo, el buceo, el sexo ni durmiendo. En cuanto su mente divagaba de la tarea que le ocupaba, empezaba la inquietud.

Así que a lo mejor lo conseguía pasando un tiempo alejada por completo de los hombres y realizando un ejercicio que requería de una conexión entre cuerpo y mente.

El cielo estaba azul y casi despejado y brillaba el sol. Satisfecha, Riley dejó a un lado la sudadera con capucha que había cogido al salir y se plantó con los brazos en jarra, ataviada con una descolorida camiseta roja en al que ponía: «¡Mola!».

No era ni Capri ni Corfú, pero aquella muestra del verano irlandés, que de hecho podía durar un día entero, levantaba el ánimo.

Tomó carrerilla, ejecutó un triple salto mortal y aterrizó.

Oh, sí, estaba de vuelta.

Y a Sasha no se le daba tan mal como antes. Sí, todavía no aterrizaba con seguridad, pero estaba cogiendo más altura. Y después estaba Annika; nadie se le podía acercar. Bien podría tener alas en vez de cola.

Riley hizo una voltereta hacia atrás, siguiendo las órdenes de Annika, y giró al tiempo que lanzaba una patada lateral. Dios, ojalá tuviera alguien con quien pelear.

La siguiente orden de Annika hizo que a Sasha se le pusiera un poco mala cara, pero corrió hacia Riley, que entrelazó los dedos con las palmas hacia arriba. Cuando el pie de Sasha tocó sus manos, Riley la impulsó hacia arriba con fuerza.

El salto mortal elevado fue más que decente y, a su parecer, el aterrizaje un tanto tosco, pero Sasha recobró el equilibrio enseguida y levantó el puño.

—¡Lo he hecho! Voy a hacerlo otra vez. Mejor.

Esa vez, mientras volaba, Sasha hizo como si disparara con su ballesta. Riley se sorprendió con una sonrisa de oreja a oreja, aunque Sasha no cayó bien y aterrizó de culo.

—Una vez más —gritó Riley.

Una vez más, Sasha lo clavó y después hizo un bailecito de la victoria.

Una hora después, Riley estaba sudando, sentía que había ejercitado bien los músculos y tenía la mente despejada. Y la sensación de inquietud regresó.

—Vale, ya nos hemos movido. Vaya si nos hemos movido. —Sasha se sentó en el suelo para estirar—. Bueno, ¿qué es esa otra cosa?

—No lo sé con exactitud. —Riley movió los hombros en círculo, como si intentara rascarse porque sentía picor.

—¿Aún te duele?

—No. —Mientras miraba a Annika meneando la cabeza, Riley estiró las pantorrillas, los músculos isquiotibiales—. Estoy bien y he recuperado mi peso. Supongo que estoy lista para la lucha. La espera me supera. Estamos muy cerca. Quiero ponerle fin.

Levantó la vista mientras estiraba los cuádriceps. Doyle estaba en la terraza, con el cabello agitado por la brisa y los ojos clavados en ella. Volvió adentro al cabo de un prolongado momento.

—Mierda.

—¿Te has peleado con Doyle? —Annika, comprensiva, le frotó el brazo a Riley—. Te gusta pelear con Doyle. Es como el juego previo.

—Sí. No. Quiero decir que no nos hemos peleado. Seguramente lo hagamos y no pasa nada. Es que… —Miró a Sasha—. Tú ya sabes por dónde voy.

—Lo siento. Cuesta no hacerlo. Tienes sentimientos. ¿Por qué no habrías de tenerlos?

—Los sentimientos no me preocupan. Pero tengo más de los que quisiera y de los que soy capaz de manejar. No buscaba nada de esto y ahora estoy bien pillada.

—¡Oh! Estás enamorada. ¡Es maravilloso! —Annika abrazó a Riley.

—No es algo maravilloso para todo el mundo.

—Debería serlo.

—Y no sé si es eso. Es que… ¿Por qué no puede ser sexo puro y duro? Eso carece de complicaciones. Con eso sí sé qué hacer. Pero con esto no sé qué hacer.

—Hacéis muy buena pareja.

Riley miró a Sasha boquiabierta.

—¿Qué?

—Hacéis muy buena pareja. Encajáis. Reconozco que esto me ha tenido preocupada porque los dos sois combativos y cabezotas.

—No soy cabezota. Soy racional.

—Y los sentimientos no lo son. Tú me ayudaste a resolver los míos hacia Bran, a ver mi propio potencial, por mí misma y con él. Así que te digo que si quieres a Doyle, ve a por lo que quieres.

—Ya lo tengo, más o menos.

—Me gusta el sexo —dijo Annika, y se echó su larga trenza a la espalda.

—Lo hemos oído. —Riley puso los ojos en blanco—. Literalmente.

—Es un placer y es excitante. Pero con Sawyer he aprendido que es más. Con amor es más y significa más. Cuando ya no tenga las piernas podemos seguir practicándolo. Estoy contenta. Pero me entristece saber que no podré pasear con él, cocinar con él ni tumbarme en la cama y dormir juntos.

—Oh, Anni. —Sasha se acercó para abrazarla—. Es muy injusto.

—Pero estaremos juntos. Lo digo en serio. Hemos encontrado una forma de estar juntos todo lo posible y seremos felices. Si Doyle te hace feliz, deberías hacer caso a Sasha.

—¿Cómo voy a saber si me hará feliz?

—Averígualo —dijo Sasha—. Eres demasiado inteligente…, y, sí que eres una cabezota…, como para no hacerlo. Él te necesita.

—¿Que me…? ¿Qué?

—Puede que no lo sepa, puede que no sea capaz de aceptarlo todavía, pero te necesita. Y cuando el hombre se encuentre con el muchacho, cuando el muchacho vea al hombre, los oscuros recuerdos, la antigua sangre se derramará.

—Anni, ve a buscar a los demás —ordenó Riley—. Deprisa. ¿Qué ves, Sasha?

—Recuerdos y dolor a los que hacer frente de nuevo. Viejas costras, viejas heridas abiertas otra vez. Ella se alimenta del dolor, remueve el pasado para que ataque. Ella miente. Aguantad, resistid, superad esta prueba. Pues la estrella aguarda en la oscuridad, en el inocente. Devolverle la luz al hombre, al muchacho. Ved el nombre, leed el nombre, pronunciad el nombre. Y encontrad la blanca intensidad. —Sasha cerró los ojos y alzó una mano—. Necesito un segundo. Ha sido muy intenso.

Cuando sintió el brazo de Bran rodeándola, se apoyó en él.

—¿Recuerdas lo que has dicho? —la instó Riley.

—Sí, y lo que he visto. Una cueva, pero no está claro. Ha cambiado. Puede que sea la luz. Tu luz, al principio, tan limpia, tan blanca —dijo mientras bajaba la mano para asir la de Bran—. Pero luego había sombras. Sombras no. Y llegaba ella. Nerezza. Pero no era ella. No exactamente. Lo que digo no tiene sentido.

—Vamos adentro —sugirió Sawyer—. Puedes sentarte y tomarte un momento.

—No, en realidad el aire me sienta bien. Hacía mucho frío. Una cueva, pero no submarina. De esto estoy segura. Al principio parecía grande…, después pequeña. Pero lo bastante amplia para que todos estuviéramos erguidos en ella. Es un lugar malo. Un lugar muy malo. —Apretó la mano de Bran hasta que los dedos se le pusieron blancos—. Allí ocurrieron cosas terribles, pasadas y terribles. Justo lo que ella quiere y necesita. Pero… Dios, entonces es justo lo contrario. Es alegría y quietud.

—A lo mejor nos llevamos lo pasado y lo terrible y eso cambia las cosas.

Sasha asintió al oír las palabras de Riley.

—A lo mejor. No lo sé. Solo sé que tenemos que ir allí. —Se volvió hacia Doyle—. Lo siento mucho. Tenemos que ir allí. Adonde perdiste a tu hermano.

—Lo sé. He hablado de ello con Bran.

—¿Haciendo planes sin que esté el resto de la clase? —espetó Riley.

—Empezando. Conozco la cueva y sé cómo encontrarla. Está a menos de cincuenta kilómetros de aquí.

—Puedes señalármela en el mapa para tenerla localizada —dijo Sawyer—. Por si acaso.

—Trazaremos un plan en detalle. —Bran masajeó el hombro de Sasha—. ¿Ya estás bien?

—Sí.

—Creo que un poco de comida nos vendría bien. Y vino.

—Eso tampoco voy a discutirlo.

—La sopa está en marcha. Anni, ¿por qué no vas a verlo? Yo iré a por el mapa. —Sawyer le tiró de la mano y dejó a Doyle a solas con Riley.

—No me gusta tener que dar explicaciones —comenzó Doyle.

—Pues no las des. —Se dispuso a marcharse, pero él la agarró del brazo.

—Quería hablar con un hermano y un brujo porque iba a hablar de volver al lugar en el que perdí a mi hermano y maté a la bruja que me maldijo.

—Vale.

—¿Ya está?

—Por Dios, Doyle, a ver si te enteras. Todos sabemos que es una putada, todos sabemos que es brutal. Así que necesitabas hablarlo primero con Bran. De acuerdo. Yo… Estamos contigo.

—He hablado con Sawyer antes que contigo.

—Ahora me estás mosqueando otra vez.

—¿Por qué has salido con las otras chicas?

—Quería practicar un poco. Sasha necesita practicar. —Entonces maldijo entre dientes—. Y, vale, quería estar un rato con las chicas. Lo pillo.

Doyle titubeó y aflojó un poco la mano.

—Si tuviera una vida que perder, la pondría en tus manos. Eso es confianza y respeto.

—Podría ponerme en plan gilipollas y decir que para ti es fácil decirlo. Pero no soy gilipollas y sé que no te resulta fácil. Estamos bien. —Tendió una mano para zanjarlo con un apretón.

Doyle la agarró de los codos, la puso de puntillas y la besó.

—Tú no eres una hermana para mí.

—Menos mal.

—Pero eres… esencial. Allí adonde vamos mañana, te quiero conmigo.

Ahuecó una mano sobre su mejilla, sorprendida, conmovida.

—Ahí estaré.

Doyle la soltó, lo pensó un instante y después le cogió la mano. En vez de estrechársela, se la asió mientras regresaban a la casa.


Bien armado, se pusieron en marcha temprano a la mañana siguiente. Riley iba con Doyle en su moto mientras se alejaban de la costa y se abrían paso entre las verdes y serenas montañas, que se alzaban hacia un despejado cielo azul.

Imaginó a Doyle siguiendo a caballo una ruta parecida a la de aquel día tan duro. Los cascos golpeando la tierra, la capa de Doyle ondeando al viento mientras trataba de ir más veloz. El trayecto era ahora más rápido, pensó mientras tomaban las curvas en que florecían los lirios silvestres, tan amarillos como el sol que los alumbraba. Pero para él era más duro. En el pasado creía que salvaría a su hermano, que le llevaría a casa con su familia.

Ahora sabía que jamás lo haría.

Pero si encontraban la estrella…

¿Acaso aquel lugar que en otro tiempo albergara tanta maldad era ahora la morada de la Estrella de Hielo?

Sea como fuere, se dirigían a la batalla. Y estaba más que preparada para luchar.

Esencial. Eso le había dicho Doyle. Intentó no darle demasiada importancia, igual que intentó no ahondar demasiado en sus propios sentimientos. Aquello distaba mucho de ser una prioridad en ese momento, se recordó. Sintiera lo que sintiese ella, lo que sintiese él, no estaba a la altura del destino de los mundos.

Doyle redujo la velocidad y se desvió por un angosto camino de tierra, lleno de baches.

—A partir de aquí iremos a pie —le dijo—. El coche de Bran no cabe por aquí.

Riley se apeó.

—¿A cuánto está?

—A poco más de un kilómetro.

Se detuvo, dirigió la mirada a la izquierda, por encima de un muro de piedra, hacia una pequeña granja en la que un perro con manchas dormía bajo el sol y las vacas pastaban en un campo más allá.

Allí, de pie, la granja con sus azules molduras, los edificios anexos, un viejo tractor e incluso el perro de manchas se desvanecieron.

Las ovejas pastaban en el campo y montaña arriba. Había un muchacho pastor dormitando, apoyado contra una roca. Este abrió los ojos, de color azul claro, y miró a Doyle.

—¿Le ves allí?

—¿Al perro?

—Al chico. Aquel día me miró. Me mira ahora.

—No hay ningún chico.

Riley posó la mano en su brazo y volvió la vista hacia Bran, que se aproximaba con los demás.

—Tiene el pelo casi blanco debajo de la gorra. Está medio dormido, con el cayado sobre el regazo.

—Hay una especie de cortina en el aire. —Bran levantó una mano y empujó. Entrecerró los ojos al notar la resistencia y empujó de nuevo.

La bonita granja estaba tranquila y el perro seguía durmiendo.

—Te está manipulando, tío.

Doyle asintió al oír las palabras de Sawyer.

—Por ese camino, a un kilómetro más o menos. La cueva está en un montículo de roca y hierba. Hay un pequeño estanque afuera. Aquel día estaba negro.

Y recordó que lo que vivía en él reptaba bajo la oleosa superficie como si fueran serpientes.

Ahora, a lo largo del estrecho camino de tierra, había lirios amarillos y grandes setos de fucsia. Una urraca pasó volando.

Una es por la tristeza.

A medida que se acercaron vieron símbolos y talismanes, tallados en madera o en piedra, hechos con ramas y pajas. Advertencias y protecciones contra el mal.

Al ver que los demás guardaban silencio supo que solo veían la intrincada pared de piedra, las flores silvestres, las vacas dispersas en el campo.

Un cuervo descendió y se posó en la pared. Doyle le sujetó la mano a Riley cuando esta fue a coger su pistola.

—Al menos ves eso. —Sacó su espada y partió al ave en dos.

Los pájaros cantaban desde los árboles. Inofensivos y alegres pájaros campestres. Entre los árboles divisó el resplandor del agua del estanque. Se desvió hacia la derecha y atravesó la arboleda que lo protegía.

Agua de un azul intenso entre maleza y repleta de nenúfares.

—¿Qué ves tú? —le preguntó a Riley.

—Un estanque de nenúfares que necesita que lo limpien.

—Otra cortina. —Bran levantó la mano una vez más—. Y al otro lado, el agua es densa y negra.

—La cueva. —Sasha señaló la alta y oscura cueva—. Sangre y huesos. Un burbujeante caldero lleno de ambas cosas. No está limpio, no está limpio. Ella miente y todo lo que hay dentro es una mentira. —Sasha soltó una bocanada de aire y se calmó—. Está esperando.

—Debería entrar solo. Solo —repitió antes de que alguno pudiera protestar—. No puede hacerme nada.

—Menuda sandez.

—Estoy con Riley —dijo Sawyer—. O todos o ninguno. Yo voto que todos.

Riley sacó su arma.

—A lo mejor podrías encender la luz, Bran. Estaría bien ver adónde vamos.

Una luz blanca y brillante bañó la entrada de la cueva. Avanzaron juntos hacia ella y entraron.

Elevada y amplia, tal y como la recordaba. El viento había arrojado hojas y agujas de pino, que alfombraban el suelo. Los animales que la habían utilizado como guarida dejaban sus excrementos tras de sí. En las irregulares paredes rocosas crecían una irregular capa de musgo y maleza, cono dedos huesudos.

—Supongo que deberíamos separarnos —dijo Riley—. Echar un vistazo.

—Permaneced juntos —advirtió Sasha—. Esto no me… huele bien.

—De dos en dos, por ahora. Ya que Sasha tiene toda la razón. —Bran miró a través de su propia luz—. Esto no huele bien.

Rebuscaron. Riley se acuclilló para examinar las paredes de la cueva centímetro a centímetro de forma meticulosa. A menos de sesenta centímetros, Doyle pasó las manos por la pared, desmigando el musgo.

La tensión le atenazaba la nuca, como afiladas garras. Los músculos del abdomen se le contrajeron como lo harían antes de entrar en batalla.

Podía oír a Annika hablando en voz baja con Sawyer, las botas de Riley en el suelo mientras se movía a lo largo de la pared.

La luz cambió, adquirió un turbio tono gris, y el ambiente se enfrió. Se dio la vuelta.

El suelo estaba cubierto de huesos y captó el olor de la sangre que empapaba la tierra. En el centro de la cueva había un humeante caldero negro encima de un fuego rojo como una herida abierta.

La bruja a la que había matado lo removía con un cucharón hecho con un brazo humano. Su cabello era una maraña de negros rizos y su rostro poseía una cegadora belleza cuando sonrió.

—Puedes salvarle. Recuperar el tiempo aquí y ahora. Él te llama.

Ella gesticuló.

Ahí, tirado en el suelo de la cueva, tan pálido como la muerte y sangrando por una docena de heridas, estaba su hermano.

Este le tendió una mano temblorosa.

—Doyle. Sálvame, hermano.

Doyle, espada en mano, giró para atacar a la bruja, pero ella se desvaneció entre carcajadas. Corrió hacia su hermano y se arrodilló a su lado, como hizo hacía mucho tiempo. Sintió la sangre correr por sus manos.

—Me muero.

—No. Estoy aquí. Feilim, estoy aquí.

—Tú puedes salvarme. Ella ha dicho que solo tú podías salvarme. Llévame a casa. —Feilim tiritó mientras un hilillo de sangre se deslizaba entre sus labios—. Tengo mucho frío.

—He de detener la hemorragia.

—Solo hay una forma de detenerla, de salvarme. Acaba con ellos. Debe ser su sangre por la mía. Acaba con ellos y yo viviré. Nos iremos juntos a casa. —La mano de su hermano agarró la suya—. No me falles de nuevo, deartháir. No dejes que muera aquí. Mátalos. Mátalos a todos. Por mi vida.

Doyle miró hacia atrás con su hermano entre sus brazos.

Los demás luchaban, con pistola y ballesta, con la luz y con los brazaletes, con cuchillo y con los puños, mientras la muerte alada surcaba la cueva llena de humo.

No podía oírlos. Pero sí oía las súplicas de su hermano.

—Soy tu hermano, al que juraste proteger. Soy de tu sangre. Acaba primero con el brujo. El resto será fácil.

Doyle ahuecó la mano en la mejilla de su hermano con suma ternura. Y después de ponerse en pie, alzó su espada.