18
La tierra tembló mientras él hablaba. Rocas sueltas se desprendieron en la entrada de la cueva y cayeron al mar.
—Yo diría que ella lo sabe.
Riley trató de darse la vuelta hacia la entrada de la cueva. Un rayo luminoso del brazalete de Annika golpeó al primer murciélago que entró.
—Pues yo digo que es la señal para que salgamos cagando leches de aquí.
—Pero no del modo en que hemos llegado. —Sawyer sacó su brújula—. Aguantad.
El viaje los catapultó hacia la luz, hacia el viento. Riley oyó el estruendo del trueno, vio un fogonazo. A continuación sintió que caía sin poder evitarlo, que rodaba en el aire.
Se percató de que ya no era un trueno, sino las olas estrellándose contra las rocas. Y se precipitaba directamente hacia ellas.
Sintió el azote del frío y la humedad en la cara. Trató de coger su cuchillo. Quería cortar la cuerda, cortar la cuerda antes de arrastrar a los demás con ella.
Entonces su cuerpo se sacudió cuando la cuerda se tensó. Ascendió de nuevo, luchando por respirar, y aterrizó sobre el césped, mojada y sin fuerzas.
—Anni, todos. ¿Estáis todos bien? —La voz ronca de Sawyer se abrió paso en su aturdida mente—. Sasha… Por Dios, Riley.
Apartó las manos que tiraban de ella.
—Vale, no estás herida. ¿Qué coño ha pasado, Sawyer?
—¡Dentro! No podemos poner la estrella en peligro en una pelea. —Doyle cogió a Riley—. Corred —ordenó y salió por piernas en dirección a la casa mientras lo que había llovido dentro de la cueva caía sobre el rompeolas.
Riley ignoró por el momento la humillación de que Doyle cargara con ella al hombro y cogió su arma.
—Estábamos sujetos al puñetero árbol.
—Ya no.
Disparó unas cuantas veces antes de que Doyle entrara en la casa.
La bajó de su hombro a la isla de la cocina para poder mirarla a los ojos.
—¿Estás herida?
—No. Estoy mojada. —Le empujó—. Una vez más, ¿qué coño ha pasado, Sawyer?
—Ella nos ha zurrado. Es lo que puedo decir. —Guardó la pistola en su funda—. Me ha desconcertado durante un momento. He perdido el control durante un par de segundos, por así decirlo.
—Me estaba precipitando a las rocas. —Riley se apartó el pelo empapado—. Me parece que he estado a puntito de estrellarme.
—Podrías haberte estrellado —le dijo Doyle—. Sin la cuerda para tirar de ti.
—No sé qué me ha arrojado —añadió Sawyer—, pero seguro que estaba esperando para hacerlo. Lo siento. Perdí el control.
—Tú no tienes la culpa. Y lo has recuperado. —Más calmada, Riley miró por la ventana el cielo encapotado y el aguacero—. La tormenta.
—No. —Sasha se apartó de la cara el cabello revuelto por el viento y meneó la cabeza—. Es solo su ira. Está reuniendo más. Ahora mismo, Riley necesita ropa seca, y por muy agradecida que esté a las cuerdas, tenemos que soltarnos.
Bran se limitó a agitar la mano y las cuerdas desaparecieron.
—La ropa seca puede esperar. Quiero echar otro vistazo a la estrella.
Bran agitó la mano una vez más. Riley exhaló un suspiro cuando su ropa, su pelo e incluso sus botas se secaron y entraron en calor.
—Te lo agradezco.
—Es un placer. Llevaremos la estrella arriba con las demás. La guardaremos sana y salva.
—Aún no tenemos un lugar en el que depositarla —le recordó Sawyer.
—Sí que lo tenemos. —Bran rodeó a Sasha con un brazo—. Nuestra fáidh estuvo pintando hasta casi las dos de la madrugada.
—No nos lo habías contado —dijo Annika.
—Bran y yo hablamos de ello después de que terminara. Ambos pensamos que debíamos concentrarnos en conseguir la estrella. Hasta que lo hiciéramos…
—¿Qué has pintado? —Riley se bajó de la encimera de un salto—. Vayamos a verlo. Y… —Meneó la mano en dirección a Doyle.
Él sacó la estrella de su bolsillo y la ofreció.
—Peso y calor sin masa. Es sencillamente alucinante. Y la luz. Cristalina y pura como el hielo ártico. Palpita —murmuró mientras subían—. Como el latido de un corazón.
Miró a Doyle y esbozó una amplia sonrisa.
—Lo hemos conseguido.
La empujó contra la pared, y con la estrella palpitando entre ellos, la besó como un hombre poseído.
—Te he visto caer. Estabas a apenas treinta centímetros de las rocas cuando yo…, cuando nosotros…, conseguimos tirar de ti. Ibas a cortar la cuerda. Intentabas coger tu cuchillo.
—Pues claro que iba a cortar la cuerda. Pensaba que me había caído y que os arrastraría a todos conmigo. Tú habrías hecho lo mismo.
—Yo no puedo morir —le recordó y se marchó.
Riley contempló la estrella, exhaló entre dientes y fue tras él.
—¿De verdad es este el momento para ponerte de morros? Acabamos de encontrar la última estrella. Tenemos en nuestro poder algo que nadie ha tenido jamás salvo los dioses. Nosotros…
—¿Tienes intención de ponerlas en un museo con una placa?
Riley se estremeció…, algo que él jamás la había visto hacer, sin importar cuál fuera la amenaza. Una expresión dolida asomó a aquellos ojos que le miraban, y eso también era algo nuevo.
—Eso no es justo.
—No, no lo es. No lo es. Te pido disculpas. Lo siento. —Se alejó un par de pasos y volvió—. Lo siento mucho. Ha sido una estupidez e injusto.
Ella asintió despacio.
—Está olvidado.
—Riley. —La cogió del brazo antes de que pudiera alejarse—. He imaginado que morías, te he visto aplastada contra las rocas. En mi cabeza. Eso… me ha arruinado el buen humor —decidió.
—Sigo aquí. Así que acostúmbrate. Los demás nos están esperando y también la estrella.
—De acuerdo. —Fue con ella en silencio hasta la torre.
Riley puso los ojos en blanco cuando todos dejaron de hablar y se dieron la vuelta.
—Perdonad la tardanza. Estábamos… ¡La hostia!
El cuadro resplandecía. Riley habría jurado que palpitaba de un modo casi tan visible como la milagrosa estrella que todavía tenía en la mano.
—Es… impresionante, Sasha.
—No sé hasta qué punto puedo atribuirme el mérito.
—Es todo tuyo —le dijo Bran—. Todo.
Ella le acarició la mejilla.
—Estaba explicando que la inspiración me vino en torno a la medianoche. Había preparado el lienzo por si acaso, y menos mal, porque la necesidad de pintar esto se apoderó de mí. No la vi simplemente. Estaba ahí; podía olerla, tocarla, oírla. Comparado con esto, cualquier otra visión o imagen que había tenido era vaga y confusa.
—Es que tengo que decirlo, ¿vale? —Sawyer realizó una florida reverencia en dirección al cuadro—. Contemplad la Isla de Cristal.
La isla flotaba en un reluciente mar de color índigo, bajo un cielo estrellado en el que reinaba una blanca luna. Flotaba como si fuera libre para ir y venir con el viento. Sus playas eran blancas, polvo de diamantes que contrastaba con la espumosa orilla del mar. Sus ondulantes montañas, sombreadas de verde con pinceladas de color de las flores silvestres en plena floración.
En una de esas montañas se alzaba un palacio de reluciente plata. En otra, un círculo de piedras grises como la niebla de la que surgían.
Pequeños detalles cobraban vida mientras Riley examinaba la pintura. El suave recodo de un riachuelo, la pronunciada caída de una cascada, jardines iluminados como con hadas en vuelo, una fuente en la que un dragón alado expulsaba agua en vez de fuego.
—Tenemos que llegar allí. Y cuando lo hagamos, tienen que dejar que me quede con un par de muestras. Algunas piedrecitas, un poco de arena, un poco de tierra. Debe de haber fósiles. Es decir…
—Tranqui, Indiana. —Sawyer le dio un codazo—. La estrella primero.
—Si, la estrella primero, pero más tarde sí. —Riley bajó la mirada a la estrella y la levantó hacia el cuadro—. Hace que entiendas por qué, ¿verdad? Tiene que regresar, hay que protegerlas. Hay que protegerlo todo. El mundo se va a la mierda de forma regular y rutinaria. Pero este… Este se mantiene unido. Puede que gracias a eso el resto no nosotros no nos volvemos locos. —Le ofreció la estrella a Bran—. Te toca, hombre de la magia.
Tal y como había hecho con las otras dos, Bran encerró la estrella en cristal. Formaron el círculo y realizaron el ritual como guardianes, para enviar la estrella sana y salva al interior del cuadro. Adonde Nerezza no podía alcanzarla.
—En fin, lo único que tenemos que hacer es encontrar la isla, llegar allí…, con las estrellas…, destruir a la malvada diosa psicópata y… —Riley se encogió de hombros—. Entonces yo hago la primera ronda.
—Te tomo la palabra —dijo Sawyer.
Riley miró hacia la ventana con el ceño fruncido cuando restalló un relámpago.
—¿Estás segura de que esto es solo una rabieta?
—Estoy segura —le dijo Sasha.
—Entonces me voy a trabajar en el siguiente paso. Pienso encontrar la puñetera isla. Es lo que hago.
El tiempo desapacible continuó, así que no le costó nada refugiarse en la biblioteca, rodeada de libros, al amor de la lumbre. Riley entendía la paciencia que requería examinar de manera minuciosa los distintos estratos, pero la frustración le atenazaba los omóplatos.
Habían luchado, habían sangrado, habían buscado, habían hallado. Y todo eso no serviría de nada si la isla continuaba fuera de su alcance.
Se recostó en el asiento, movió los hombros en círculo para aliviar la tensión y escudriñó las paredes repletas de libros. Había tanto allí, tantísimas aventuras, pensó. La respuesta podía estar en cualquiera de ellos, o al menos una señal que llevara a la respuesta. Pero ¿cuánto tardarían en encontrar dicha respuesta? ¿Cuánto tiempo tenían?
Miró hacia la ventana al oír un trueno. ¿Y cuánto tiempo podían acampar dentro de una casa seis personas…, por espectacular que esta fuera…, sin que les entraran ganas de liarse a mamporros unos con otros?
Necesitaban acción, movimiento, avances.
Se levantó, fue sin prisas hasta las estanterías y cogió un libro al azar.
Doyle entró.
—No tengo nada —le dijo—. Nada que no tuviera hace dos horas. Hace dos días, de hecho. Si quieres ponerte con ello, tú mismo. A lo mejor deberíamos iniciar un club de lectura… y que todos cojan un libro cada día. —Hizo una pausa y frunció el ceño—. En realidad no es mala idea.
—Tenemos las estrellas.
—Sí, pero no tenemos la isla. —Riley señaló la ventana con el libro que sostenía en la mano—. No cabe duda de que Nerezza puede hacer que continúe este tiempo de mierda y luchar con ella ahora, sin un plan de escape, no sirve de nada.
—Luchamos cuando tenemos que luchar.
—No te lo discuto, pero a nivel táctico nos conviene encontrar una ruta hasta la isla antes de enfrentarnos a ella. ¿Qué? —Riley se frotó la cara con la mano, como si tuviera una mancha—. ¿Qué miras?
—No te entiendo.
—No eres el primero. —Pero ella sí entendía y dejó el libro—. ¿De verdad quieres ponerte con esto? No parece ser tu estilo.
—Tenemos las estrellas —repitió—. Pero no hemos terminado. Tenemos que trabajar, luchar y hacer planes en equipo.
—Sí, eso no es problema. —Enarcó una ceja—. Si para ti sí lo es, es problema tuyo. Mis sentimientos son míos. El hecho de que hayan salido a la luz no cambia nada. Y como dijo Bogart…, más o menos…, los problemas de dos personas no significan una mierda en el panorama general.
—Lo has parafraseado como te ha venido en gana.
—Y es cierto. —Exhaló un suspiro y apoyó el brazo en el sillón—. No todo el mundo consigue lo que quiere. Es la pura realidad. Puede que nos enfrentemos a diosas, a la magia y a las estrellas, pero todos entendemos la realidad. ¿Te parece que soy de las que joderían algo tan importante…, o peor aún, de las que languidecerían…, porque un tío del siglo XVII no me quiere?
—No.
—Bien, porque no lo soy. Pues pilla esto, ¿vale? Soy dueña de lo que soy, de quien soy, de lo que siento. Haz tú lo mismo y estamos en paz. ¿Queda claro?
—Sí. Te tengo.
Riley se levantó mientras él daba media vuelta para marcharse.
—Espera un momento. Espera un momento. ¿Qué has dicho?
—He dicho que queda claro.
—No. —El corazón comenzó a retumbarle mientras se acercaba a él—. Has dicho: «Te tengo».
—Es lo mismo.
—No. —Corrió el riesgo y bajó sus defensas lo suficiente para mirarle, mirarle de verdad. Y lo vio—. ¡Capullo! —Le asestó un derechazo en todo el pecho—. Eres un auténtico gilipollas. Te tengo, ma faol. Eso es lo que me dijiste cuando estaba medio inconsciente, sangrando, quebrada, y me sacaste del bosque. Te tengo…, mi loba. ¿Tu loba? —Le propinó otro puñetazo y además le empujó.
—Estabas herida —comenzó.
—Así es, así es. —Le clavó un dedo en el pecho y presionó—. Y me sostuviste entre tus brazos cuando Bran me atendió. —Dios, todo volvió a su mente entre el recuerdo del dolor—. Me dijiste que fuera fuerte, que volviera. Que volviera contigo. En gaélico. Teacht ar ais chugan, ma faol. Cobarde. —Aquella palabra destilaba desprecio—. Me dijiste eso cuando creías que estaba inconsciente, pero ¿no puedes decírmelo a la cara?
Doyle le agarró el puño antes de que le tocara.
—Pégame otra vez y verás quién es el cobarde.
—¿Te parece mejor enano emocional? Estás enamorado de mí y no puedes decirlo cuando estoy consciente porque tienes miedo. Es patético. Eres patético.
La agarró e hizo que se pusiera de puntillas, visiblemente furioso.
—Cuidadito con lo que dices.
—A la mierda. Digo lo que siento, ¿te acuerdas? Eres tú quien miente.
—No te he mentido.
—Vamos a comprobarlo. ¿Estás enamorado de mí?
Doyle la soltó.
—No pienso seguir más con esto.
—Sí o no, joder. Elige.
—¡Sí! —Y aquella palabra surgió como un trueno—. Pero no…
—Me vale con el sí —le interrumpió—. Muy bien.
Le abrió la puerta y le indicó que era libre de marcharse.
—No puede llegar a nada.
—Oh, por el amor de Dios, ya lo ha hecho. Y si vas a volver a lamentarte por ser inmortal, no sirve de nada. Sí, voy a morir. Podría ser hoy. —Agitó la mano hacia la tormenta al otro lado de la ventana—. Podría ser dentro de cincuenta años. Podría ser la semana que viene o podría vivir ciento cuatro años. Cinco de los seis tenemos que enfrentarnos a eso y es evidente que eso no va a impedir que Bran y Sasha o Sawyer y Annika se aferren a lo que tienen mientras puedan.
—Ninguno de ellos tiene que esperar a ver morir al otro.
—Pero lo harán.
—No es lo mismo, ni por asomo.
—La pena es la pena, pero tú te agarras a eso si es necesario. Ni te pido ni espero que esperes a que cumpla ciento cuatro años. Solo quería la verdad. Funciona mientras funciona.
—El matrimonio es…
—¿Quién ha hablado de matrimonio? —exigió—. No necesito promesas, anillo ni vestidos blancos. Solo necesito que me respetes diciéndome la verdad. Ahora ya lo tengo y volvemos a estar al mismo nivel. Con eso basta. —Exhaló un suspiro y esa vez posó la mano sobre el corazón de Doyle—. A mí me basta con eso, Doyle. Dame la verdad, quédate conmigo mientras funcione y eso será suficiente.
Doyle asió su mano.
—Juré que jamás volvería a amar.
—Eso fue antes de relacionarte conmigo.
—Lo fue. No hay nadie como tú. Tus ojos me tentaron, tu mente me fascina, tu cuerpo… tampoco es un problema.
Riley soltó una pequeña carcajada.
—Te olvidas de mi alegre personalidad.
—Nada de alegre. Prefiero la mordacidad a la chispa.
—Suerte que tienes.
Se arrimó a él, se alzó de puntillas y sintió que sus manos le agarraban las caderas. Y oyó que alguien bajaba corriendo la escalera de caracol.
—¡Tenéis que venir! —Annika juntó las manos—. Arriba del todo. Tengo que buscar a Sawyer. Tenéis que venir.
Corrieron arriba, sin hacer preguntas.
Bran estaba junto a Sasha, con una mano sobre su hombro mientras ella miraba a través del mojado cristal de las puertas de la terraza.
—¿Una visión? —preguntó Riley.
Sasha respondió al tiempo que Bran negaba con la cabeza.
—No exactamente. Es… Hay algo ahí afuera, pero no puedo verlo ni oírlo. Solo lo sé.
—¿Nerezza? —Riley se acercó para situarse al otro lado de Sasha.
—Está cerca…, muy cerca, pero no es eso. En el mar, en medio de la tormenta o más allá. No sabría decirlo.
—Hay más. —Bran se giró hacia los tres cuadros que estaban en la repisa de la chimenea.
Desprendían una palpitante luz. Un intenso resplandor rojo en el cuadro del camino que cruzaba el bosque de Bran, un azul puro y profundo en el cuadro de la casa, un blanco resplandeciente en el de la Isla de Cristal.
—Es… Creo que son sus corazones —dijo Sasha—. El corazón de las estrellas latiendo. Y ahí afuera hay algo que no alcanzamos a ver. En el corazón de la tormenta.
—Espera. —Riley se presionó las sienes con los dedos mientras Sawyer y Annika entraban—. En mis notas… Dejad que piense. Tengo menciones. El corazón de las estrellas, el corazón del mar, el corazón de la tormenta.
—Iré a por tus notas.
—Solo… —Levantó una mano para que Doyle no se fuera—. Referencias a la resurrección de las estrellas…, la caída y la ascensión. Aliento silencioso, bla, bla, bla, corazones que laten. Palpitaban cuando las encontramos, así que lo achaqué a eso, pero había referencias a que el corazón llama al corazón, que las lleva a casa. Y…, uh…, cuando las estrellas despiertan por completo, la tormenta estalla en tierra y mar. Surca la tormenta hasta su corazón y allí aguarda el corazón del mar, el corazón del mundo.
—La Isla de Cristal. —Sawyer se acercó a la ventana y echó un vistazo afuera.
—Es una teoría. Y Sasha habló de la tormenta, de surcarla. Está muy claro que tenemos la tormenta.
—No somos los primeros en seguir a una estrella. Y nosotros tenemos tres. —Bran contempló los rostros de su clan—. ¿Confiamos en el destino, en las estrellas?
—Si me meto ahí, será con vosotros cinco y con ellas. —Doyle miró las pinturas—. El destino es un cabrón, pero me apunto.
—Yo también me apunto. —Annika asió la mano de Sawyer—. Si es con todos vosotros.
—Yo digo que a por ello —convino Sawyer.
—Sí. —Sasha apartó la vista de la ventana—. Sí. ¿Riley?
—Tracemos un plan y hagámoslo.
Al amparo del anochecer, mientras la tormenta arreciaba, Sasha y Annika salieron hacia el rompeolas. Bien podrían estar de patrulla y los chubasqueros negros hacían que fueran poco más que sombras en movimiento.
Sasha asió la mano de Annika y la apretó con fuerza. Después, cogiendo la ballesta que llevaba a la espalda, disparó una flecha a lo alto. Estalló en un fogonazo que iluminó el enjambre que gritaba en silencio en el oscuro cielo.
Llovieron disparos desde ambas torres. Bran arrojó su rayo desde el parapeto.
Ágil y veloz, Annika corrió a colocar los viales de luz donde Bran le había indicado, saltando para evitar las afiladas alas y las crueles bocas. Doyle arremetió para despejar el camino, cargando con su espada.
Y la tierra comenzó a sacudirse.
Desde su puesto en la almena, Riley cargó de nuevo y disparó sin cesar. Exhaló entre dientes cuando un negro rayo golpeó un árbol en los límites del bosque y estalló. Mientras llovía metralla, la tierra se abrió para tragársela.
Nerezza no iba a destruir aquel lugar. Ni de coña. Con ojos feroces, se cargó una hilera de letales criaturas aladas.
Captó el vertiginoso movimiento a su izquierda y se dio la vuelta. La criatura que en otro tiempo fue Malmon le sonrió mientras ella le disparaba.
Un denso líquido verde se derramaba de su pecho.
—Ella me ha hecho fuerte. Te ha entregado a mí.
Su siguiente disparo erró, pues él pareció desvanecerse y aparecer en otro lugar. Antes de que pudiera disparar de nuevo, la criatura la agarró del cuello y la silenció, privándola del aire.
—Ella es Nerezza. Ella es mi reina. Lo es todo. Dame las estrellas para mi reina y puede que vivas.
—Que te den —consiguió decir cuando él aflojó un poco.
Entonces apretó con más fuerza y la levantó del suelo, de modo que sus talones quedaron suspendidos en el aire.
—Me ha dejado que elija. Te elijo a ti. —Aquellos ojos de reptil apenas parpadearon cuando le hundió el cuchillo en el vientre—. Puedo llevarte, alimentarme de ti. Tengo hambre.
Sacó su lengua de serpiente y la deslizó por su mejilla de manera espantosa.
—Los demás morirán aquí y el inmortal…
—Oye, gilipollas.
Malmon giró la cabeza por completo. Riley cogió aire mientras él parpadeaba, mientras aflojaba las garras un poco.
Sawyer le disparó entre los ojos.
—Eso es por Marruecos. —Le dio en toda la frente. Y Riley, que se estaba ahogando, levantó su pistola de nuevo y vio que no era necesario—. Y por Riley. —Malmon se desplomó hacia atrás, con la vista perdida, y sus garras chocaron. Sawyer apuntó de nuevo—. Y eso, hijo de puta, es por Annika. —El último disparo le voló la cara a la criatura en que se había convertido el hombre. Sawyer agarró a Riley del hombro mientras ella resollaba. Su rostro lucía una expresión pétrea y su mirada era dura como el pedernal. Pero su voz era tranquilizadora—. Con los zombies funciona, así que es de suponer que también en este caso.
—Sí, gracias.
Malmon no se convirtió en ceniza, sino que pareció disolverse; escamas, sangre, huesos, se fundieron sin más, dejando una mancha en la piedra.
Riley tragó saliva e hizo una mueca de dolor.
—He de decir: «¡Puag!».
—Lo mismo digo. ¿De acuerdo?
Riley asintió después de soltar una profunda bocanada. A continuación levantó la mirada.
—Mierda, mierda, aquí llega la artillería pesada.
Nerezza surcó el cielo a lomos de su bestia de tres cabezas. Su cabello, veteado de gris, se sacudía al viento que bramaba. Armada con espada y escudo, cortó el aire con un negro rayo que se tornó en una lluvia de fuego. Bran arrojó el suyo mientras Riley y Sawyer corrían hasta los demás.
La tierra crepitó, los jardines estallaron en llamas. Bajo ellos, la estremecida tierra se rajó, se abrieron grietas que expulsaban fuego.
—Vamos, Bran, vamos —le apremió Riley mientras esquivaba lenguas de fuego y disparaba su arma—. Tenemos que alejarla de aquí. ¡Sasha! —Saltó, agarrando a Sasha del brazo y apartando a las dos cuando la tierra se desgarró.
—Esa es nuestra señal. Tenemos que irnos.
Sasha miró a Sawyer al tiempo que meneaba la cabeza, observando cuando Bran se plantó en lo alto del parapeto, atrayendo la cólera de Nerezza.
—Bran.
—Lo conseguirá. Confía en él. —Riley agarró a Sasha de la mano y le hizo una señal a Sawyer con la cabeza—. Adelante.
Riley mantuvo agarrada la mano de Sasha durante el viaje. Ahora conocía el amor y el miedo que lo acompañaba. Cuando cayeron en el barco, Doyle corrió a tomar el timón. El viento y la lluvia bramaban a su alrededor. El rugido de la tormenta enmascaró el rugido del motor mientras ponía rumbo al mar desde la costa.
—Lo conseguirá —repitió Riley—. Tan solo la mantienen alejada de nosotros hasta que podamos…
Bran aterrizó con suavidad en el barco, con los brazos llenos con las estrellas protegidas por cristal. Sasha le rodeó con los brazos.
—¿Estás herido, Bran?
—Solo un poco chamuscado aquí y allá. Coge las estrellas, fáidh. Si ellas nos guían, será en tus manos.
El barco remontó una temible ola y descendió de golpe. El viento y el agua los azotaban.
—Yo puedo nadar si es necesario —gritó Annika—. Pero…
—Espera. —Sawyer se agarró a ella cuando la siguiente ola amenazó con inundar el barco.
Riley se abrió paso hasta la timonera, donde estaba Doyle, con las piernas separadas y los músculos en tensión.
—Vuelve con los demás y agárrate bien, joder.
—Estoy contigo.
Doyle la miró y vio las marcas recientes en su cuello.
—¿Qué coño…?
—Luego. —Se preparó cuando el mar los sacudió como si fueran muñecas de trapo.
—¡Se acerca! —gritó Sasha—. Y las estrellas…
Ya no latían, se percató Riley mientras la siguiente ola la empapaba. Ahora palpitaban cada vez más rápido y desprendían rayos de luz, como si fueran faros.
Para mostrarles el camino. Y al mostrárselo a ellos, le mostrarían a Nerezza su posición exacta.
—Diez grados a estribor —le dijo a Doyle.
—Joder. ¿Ves lo que hay ahí afuera?
Un negro tifón que se arremolinaba contra la negrura. Y la lluvia se tornó en llamas una vez más. Cortaba el aire como flechas, siseaban como serpientes en el mar.
Cuando Bran alzó sus brazos para crear un escudo, Nerezza se lanzó en picado desde el cielo.
Su rayo colisionó con el de Bran y la energía rasgó la tormenta con gran estruendo.
—Coge el timón —ordenó Doyle cuando el disparo de Sawyer erró al inclinarse el barco. Tiró de Sasha para meterla dentro de la timonera y las estrellas con ella—. Llévanos adonde tenemos que ir. Necesitan ayuda —le dijo a Riley entre dientes, de forma concisa—. No lo sueltes —añadió, y acto seguido luchó por regresar con sus amigos.
—De corazón a corazón, de luz a luz. —Sasha se esforzó para no caerse cuando le sobrevino la visión—. Este momento en todos los momentos de todos los mundos. Exponeos a la tormenta, cabalgad la tormenta y abrid la cortina.
—Hago todo lo que puedo aquí.
Riley giró el timón con los dientes apretados, haciendo todo lo posible para cabalgar la cresta de la siguiente ola. Y con el corazón y la fe en la garganta, puso rumbo al tifón.
Locura. Igual que un viaje incontrolable, el descenso por un acantilado. La tromba de agua los atrapó, haciéndolos girar. Se le escurrió el timón de las manos y estuvo a punto de salir volando por los aires antes de conseguir aferrar de nuevo el timón con los dedos de una mano.
Miró a Sasha, con la espalda apoyada y las estrellas sujetas en los brazos como si fueran bebés, y el rostro iluminado por la luz.
—Los guardianes cabalgan la tormenta, guiados por las estrellas. El telón se abre, la tormenta cesa. La espada golpea. Y se acabó.
—¡Que las diosas te oigan! —gritó Riley—. Porque no puedo aguantar mucho más.
—Mira, Hija de Cristal, y ve.
Mareada, con ganas de vomitar, miró a través de la pared de agua y del fuerte viento con los ojos entornados.
Relucía. Clara, brillante, iluminada aún por un rayo de luna. La puerta a otro mundo.
Cuando la proa apareció, aferró el timón y miró hacia atrás.
A Doyle le llegaba el agua casi hasta las rodillas. Sawyer estaba prácticamente sentado en ella mientras presionaba un banco con los pies y disparaba al cerbero.
—¡No consigo tenerla a tiro! —gritó mientras Bran arrojaba su rayo contra el escudo de Nerezza y Annika atacaba a la bestia.
—Yo sí.
Doyle saltó al banco mientras el mar se sacudía. Atacó al cerbero y prácticamente le atravesó la cabeza del medio.
Y su espada chocó con la de Nerezza con un ruido metálico que estremeció el aire.
Estremeció los mundos.
Una de las cabezas fue a por él y se encontró con el rayo de Bran. Doyle no le dio importancia, no dio importancia al mar embravecido, a los disparos, al tajo de poder.
Sus ojos, sus pensamientos, todo su ser estaba concentrado en Nerezza y en la necesidad de acabar con ella que moraba en su interior desde hacía siglos.
Doyle fintó y vio la expresión triunfal en los ojos de Nerezza cuando su espada atravesó su guardia y le abrió un tajo en el hombro.
Y con aquel triunfo, Doyle le hundió la espada en el corazón.
La sorpresa invadió aquellos ojos delirantes. Su chillido se unió al alarido de la tercera cabeza de la bestia cuando el siguiente disparo de Sawyer dio en el blanco.
Nerezza luchó por remontar el vuelo, pero con la bestia se precipitó al negro y picado mar y fue tragada por él.
Con su caída, la tormenta cesó. Estupefacta y sin aliento, Riley guio el barco a través de la puerta donde la Isla de Cristal flotaba como un sueño sereno.
Entonces se desplomó.
—¡Riley!
Doyle se giró al oír el grito de Sasha, con la espada ensangrentada en alto.
—No, no, es la luna. Ha cambiado. Y también yo. Maldita sea, maldita sea.
—Yo me ocupo. Que alguien empiece a achicar o nos hundiremos antes de llegar a la costa. —Doyle se agachó y ayudó a Riley a quitarse el impermeable y el jersey—. Te tengo. —Posó los labios en su sien cuando ella empezó a transformarse—. Te tengo, ma faol.
Riley se dejó llevar, dejó que él la levantara sobre la cubierta anegada. Y cuando llegaron a la orilla, como si se deslizaran sobre un lago en calma, dejó que la llevara hasta la playa, donde dio sus primeros pasos en la isla como una loba.