20

Cuando se retiraron, pasaron entre sirvientes, damas de compañía, cortesanos, si mal no recordaba Riley. Todos se detuvieron y realizaron una reverencia. Aquello le resultó tan incómodo como el vestido.

—Así que ese ha sido nuestro regio discurso motivacional.

—¿A que es muy hermosa?

—Eso lo reconozco. —Riley asintió a lo que decía Annika—. Está a la altura de su nombre. Y parece que tenga… ¿cuántos…? ¿Dieciséis? Su cabello rojo es kilométrico.

—Pero si era como el de Sasha —dijo Annika—. Como el sol, en muchas trenzas.

—Negro. —Sawyer movió los dedos como en espiral—. Rizado.

Riley se detuvo en las escaleras.

—Rojo…, rojo Tiziano, largo y suelto. Ojos verde esmeralda. ¿Sasha?

—Negro, pero recogido. Sus ojos se parecían más a los tuyos, Riley, solo que un poco más oscuros.

—Es todas las cosas para cada persona. —Riley asintió mientras continuaban—. La hemos visto tal y como nos la imaginábamos…, o algo así. Tú has hablado con ella en gaélico —le dijo a Doyle.

—Ella hablaba en gaélico.

—En inglés y en ruso —repuso Sawyer.

—A mí me ha hablado mentalmente una vez, en el idioma de las criaturas del mar.

—De todas las cosas extrañas, supongo que esto no es la más extraña —consideró Riley.

—Y no ha sido solo un discurso motivacional. Nos ha dado algo. —Sasha bajó la vista a su mano—. Nos ha dado luz. ¿No la sentís?

—Siento algo —reconoció Riley—. Esperemos que funcione.

—Haremos que funcione. Hoy pondremos fin a esto y a Nerezza.

Riley se volvió hacia Doyle.

—Don Cenizo ha tomado el desvío hacia la autopista del optimismo.

—Se parecía a ti —dijo de forma concisa.

—¿Cómo la has visto?

—Te he visto a ti. Para mí ella eras tú. Signifique lo que signifique eso, lo conseguiremos. No vamos a perder. No voy a perderte. Así que pondremos fin a esto. Vamos a prepararnos. Pongámonos en marcha.

Se alejó con paso decidido.

—Doyle es feliz —dijo Annika—. Ama a Riley. Va a darle un anillo.

—Ya nos preocuparemos por eso último cuando terminemos con la zorra. Y que me aspen si lo hago con este vestido.

Se marchó y siguió a Doyle.

Él estaba examinando con atención las nuevas prendas que había en el armario.

—Esto te gustará más.

—¿Se parecía a mí?

Doyle sacó la pistolera de Riley y la dejó en una mesa.

—No te conocía cuando tenías dieciséis años, pero sí. Tu cara, tu pelo, tus ojos. Confío en esos ojos y eso es lo que he sentido. No vamos a perder.

—Entonces de acuerdo. —Riley puso los brazos en jarra y echó un vistazo a las opciones de su guardarropa—. Eso me parece mejor.

Ataviada con pantalones resistentes y un chaleco de cuero con bolsillos para llevar cargadores de reserva, regresó a la sala de estar con Doyle. Cogió una cantimplora de cuero y olió el contenido.

—Agua. —Y se la colgó a modo de bandolera—. No vendrá mal.

Sasha y Bran se unieron a ellos. Bran palmeó una bolsa de piel.

—Rescatada del barco. Y unas cuantas bombas de luz.

—Agua. —Riley ofreció a Sasha la cantimplora—. ¿Alguna idea de cuánto tenemos que caminar?

—No lo sé. —Se volvió cuando entraron Annika y Sawyer—. Imagino que esto es lo que hay. Creía que…, parecía que…, si nos juntábamos para buscar las estrellas y las traíamos aquí… Pero esto es lo que hay. Somos guardianes y nos ha llevado hasta aquí en todo momento.

—Os guiaremos hasta el camino.

Las tres diosas estaban en la puerta de la terraza, recordadas contra la cálida luz del sol.

Bajaron a la vez, todas juntas, hasta un patio en el que había una fuente de la que brotaban arcoíris, donde había flores por doquier y de los árboles colgaban frutas, como relucientes joyas.

La gente guardó silencio de manera respetuosa. Los niños correteaban y saludaban con la mano.

Atravesaron una verja, pasaron de largo una arboleda y después un verde pasto, donde un hombre y el muchacho que trabajaba con él se detuvieron y se descubrieron la cabeza.

Riley oyó el cloqueo de las gallinas, el arrullo de las palomas, el gutural zumbido de las abejas. Una mujer con una niña pequeña a la cadera sonrió a Riley e hizo una marcada reverencia. La niña le lanzó besos. Otros estaban fuera de sus casas, ordenados como en una postal, con el sombrero en la mano o la mano en el corazón.

Los pescadores de una pequeña ensenada dejaron de lanzar sus redes y saludaron.

—La gente de la Isla de Cristal están con vosotros. —Luna señaló mientras cruzaban un tramo de arena blanca hacia el sendero. Flores y cestas con fruta, brillantes piedras y perladas conchas se amontonaban en el margen—. Ofrendas para los guardianes y buenos deseos para un buen viaje.

—En este día, en esta hora, el sendero es solo para vosotros. —Celene se detuvo con sus hermanas—. Solo vosotros podéis recorrerlo. Lo que aguarda al final es solo para vosotros.

—Corazones valerosos —dijo Luna—. Caminan en la luz.

Arianrhod posó la mano en la empuñadura de su espada.

—Y luchan contra la oscuridad.

Y entonces desaparecieron.

—Yo diría que eso es un «estáis solos» en versión diosas. —Dicho eso, Riley puso un pie en el camino e inició el ascenso.

Los primeros cuatrocientos metros estaban pavimentados en piedra, flanqueados por árboles, en una suave pendiente. Dio paso a tierra compacta a medida de que los árboles escaseaban y la pendiente se hacía más pronunciada.

¿Cuántos kilómetros habían caminado juntos desde que empezaron?, se preguntó. Debería haber llevado un registro.

El camino se estrechaba en algunas zonas, así que se colocaban en fila india. En otras, se volvía tan agreste que sorteaban surcos, saltaban rocas. Riley se paró en un saliente rocoso y se volvió para mirar atrás.

La isla estaba en calma, como si estuviera atrapada dentro de una bola de cristal. Todo el color y todas las siluetas permanecían inmóviles. Una capa de pintura se extendía sobre el mar y el cielo.

Un pájaro quedó inmóvil en pleno vuelo, una ola quedó paralizada encima de la costa.

«Cuando los mundos se paralicen», recordó. Y eso había pasado.

Entonces un ciervo saltó en el sendero, un pájaro alzó el vuelo. El estandarte del palacio ondeó con la brisa.

Al final del camino se encontraba el final del viaje, pensó.

Saltó y continuó subiendo.

El camino serpenteaba y un pequeño arrollo discurría a un lado. El agua se derramaba sobre la roca, cayendo en un pequeño estanque donde bebía el ciervo.

—Anoche corrí hasta aquí —les dijo a los demás—. Una parte de mí quería seguir ascendiendo, pero algo me dijo que todavía no. Me detuve junto a este estanque, con el agua tan cristalina que veía mi reflejo y el de la luna.

—Esperemos que lleguemos ahí arriba y que terminemos con esto antes de que vuelvas a ver la luna y te salga el pelo.

Riley miró a Sawyer y meneó la cabeza.

—Anoche fue la tercera noche aquí. Pero me encantaría terminar antes de que anochezca.

Caminó a su lado de forma agradable.

—Estaba pensando en Malmon.

—Se ha ido y no lo lamento.

—En eso mismo estaba pensando. Ella le eligió, le atrajo, le sedujo y le convirtió en un demonio. Un demonio que la adoraba. No solo mató por ella, sino que es muy probable que le salvara la vida, o al menos que la cuidara hasta que se recuperó.

—¿Y qué?

—Pues que ella no hizo nada por salvarle. Porque no significaba nada para ella. Mira, era un cabrón cuando era humano, tan malo y retorcido como el que más, pero ella acabó con esa vida humana. Como alguien que sabe lo que es transformarse, te digo que esa transformación tuvo que ser agónica.

—Cuesta mostrar algo de compasión.

—Estoy contigo —convino Riley—. El caso es que ella no tenía que transformarle para conseguir lo que quería de él.

Sawyer se detuvo y entrecerró los ojos.

—No se me había ocurrido, pero tienes razón. Del todo.

—Lo hizo por diversión. Y cuando él fracasó, a pesar de que salvara su miserable existencia, no era más que una especie de diversión. Sí, intentó matarme, pero ella le envió para que le allanase el camino. Y después de todo eso, ¡zas!, estás muerto. Gracias a ti. Lo más probable es que pudiera haberle dado lo que tiene Doyle y en cambio todo acabó para él en un chasquear de dedos. Y a ella no le importa.

—¿Creías que le importaría?

—Lo que digo es que si él…, alguien que…, algo que la alimentó, la cuidó, acató su voluntad, la adoró y que murió por ella no le importaba, menos aún le importa ningún ser vivo. Oscuro o de luz.

—Podría haberle matado si aún hubiera sido humano, pero no como lo hice. Sencillamente no podría haberle…, no si hubiera sido humano.

—Lo sé. —Riley le propinó un codazo—. Por eso somos los buenos.

Annika empezó a cantar un poco más adelante en el escarpado camino.

—Y todo eso —dijo Sawyer.

—Y todo eso.

Subieron mientras el sol avanzaba hasta más allá del mediodía, con el arroyo creciendo con el camino. Cascadas rápidas y espumosas caían por los salientes rocosos, pero ninguna criatura iba a beber. Ningún pájaro volaba en el cielo ni se internaba entre los árboles.

Riley no captó ningún olor más que el del agua, la tierra, los árboles y sus compañeros.

«Cuando los mundos se paralicen…», pensó de nuevo.

Ahí había… algo. Algo antiguo, potente, vivo. Pero no humano, tampoco una bestia ni un ave, ni nada procedente de la tierra.

—Hay algo…

Pero Sasha ya se había parado y estaba buscando la mano de Bran mientras él buscaba la suya.

—¿Lo sientes? —Las palabras de Sasha eran apenas un susurro por encima del murmullo del agua.

—Poder —dijo Bran—. Esperando. —Volvió la cabeza para mirar a los demás—. Dejad que antes eche un vistazo.

Pero Sawyer meneó la cabeza.

—Todos para uno, tío. Así se hace.

La espada de Doyle abandonó su vaina.

—Juntos.

Y juntos coronaron la alta montaña.

Ahí acababa el sendero y ahí se encontraba el perfecto círculo de piedras, escalonadas por tamaño, que iban de las que estaban situadas a cada lado, no más grandes que la cintura de Riley, a la más grande, tan alta como dos hombres.

De un gris sereno, se erigían bajo el fuerte sol de la tarde, en medio de un poco profundo mar de bruma.

—No es tan enorme como Stonehenge, pero sí más simétrico —comentó Riley—. Seguro que cuando lo mida, cada grupo tiene la misma altura y anchura y una proporción exacta. —La arqueóloga llevó la delantera, subió directamente y posó una mano en una piedra. La apartó—. ¿Habéis oído eso?

—Ha… gruñido —dijo Sawyer.

—¡No, canta!

—Annika se acerca más. Es más bien un zumbido, ¿verdad? —preguntó Riley—. Y me ha dado una pequeña descarga. No ha sido dolorosa, son más bien un «Piénsatelo».

—Aquí se levantan los guardianes, situados aquí por el primero. —Sasha extendió las manos hacia el círculo—. El círculo, la danza, la fuente. Luz y oscuridad, pues lo uno no existe sin lo otro. Sol de la mañana y luna en la noche. Dicha y pena, vida y muerte. Aquí hay verdad. Y de ahí brota el árbol, y bajo el árbol, la espada. Cruzad y despertad la espada. —Inclinó la cabeza hacia atrás—. Oh, apenas puedo respirar. Es tan fuerte, tan hermoso. ¡Cruzad!

Bran pasó entre las piedras. Estas emitieron un suave y quedo zumbido, un sonido que fue a más cuando el resto entró y se situaron con él.

Una luz cayó del cielo y golpeó las dos piedras de menor tamaño. Como una cadena de fuego, la luz se propagó alrededor del círculo, hasta llegar a la piedra mayor. Las voces se elevaron como el viento en una única y potente nota alta. Las piedras palpitaban con un resplandor plateado. La bruma se disipó, revelando el suelo de cristal.

Cuando las piedras guardaron silencio, el sol se derramó sobre los cientos de ramas desnudas de un magnífico árbol que se encontraba solo. Debajo del mismo había una gris lanza de piedra, con una espada desenfundada tallada en su superficie.

—Parece el segundo paso. —Como aún sentía la piel erizada, Riley carraspeó, tomó aire y después empezó a cruzar el círculo para pasar entre las piedras una vez más—. De la piedra. —Riley la rodeó, agachándose frente a ella—. ¿Alguna idea de cómo sacarla?

—Acercad la mano. Despertadla. Liberadla. Es lo único que sé —le dijo.

Riley se enderezó y retrocedió.

—Lo más lógico es que sea Doyle. ¿Estamos de acuerdo?

Todos asintieron.

Doyle estudió el grabado. Un poco más pequeña y delgada que la suya, pero una espada de buen aspecto con una empuñadura sencilla y sin adornos. Reunió su fe, su confianza, sus esperanzas y trató de cogerla. Y tocó piedra sólida.

—No siento nada. ¿Debería? Solo que no soy yo quien ha de cogerla.

—Pues Bran. Lo siento —se apresuró a decir Annika.

—No es necesario. —Doyle se apartó—. Te toca, hermano.

Bran posó la mano sobre la piedra y utilizó lo que él era para intentar sentirla. Meneó la cabeza.

—Como una puerta cerrada con llave —murmuró, deslizando la mano y dejándola sobre la empuñadura tallada—. O dormida profundamente.

—Bueno, pues tiene que despertar, joder. Puede que haya un código o un patrón. A lo mejor algún tipo de conjuro. Solo tenemos que descubrirlo. Dadme un minuto para… —Riley deslizó la mano, siguiendo el grabado con los dedos en busca de una pista.

La piedra tembló y profirió un sonido, como de creciente gozo. Cuando se sacudió, apartó la mano con la espada sujeta en ella.

—Ah, mierda.

Se giró hacia Doyle en el acto y se la ofreció.

—No es mía. —Se preguntó si ella sentía la luz que palpitaba a su alrededor—. Es tuya.

—¿Qué se supone que voy a…?

Prácticamente saltó en su mano. Mientras la sujetaba, la tosca piedra empezó a cambiar, a volverse lisa. Una luz ascendió por la hoja, por lo que la alzó de manera instintiva para proteger a los demás.

El sol se reflejó en ella de manera abrasadora. Ante sus aturdidos ojos, la piedra se convirtió en cristal transparente y pulido.

—¿Lo habéis visto todos? —El corazón le latía a toda velocidad y le pitaban los oídos mientras bajaba la espada. Y su poder corría aún por su brazo, por su cuerpo—. Es de cristal.

—Como el palacio. —Sawyer acercó la mano y pasó el dedo por la plana hoja—. Tienes una espada mágica de cristal, Riley.

—Brilla —murmuró Annika—. Y suelta arcoíris.

—Y tiene poder. ¿Puedes sentirlo? —le preguntó Bran.

—Oh, de puta madre. Es como las estrellas. Palpita. Y la siento…, la siento mía, pero seamos prácticos. No soy experta con la espada. Sé el manejo básico, pero nada más. Me encantaría ensartar con ella a Nerezza, pero voy a necesitar mucho entrenamiento.

Sasha agarró a Riley del hombro.

—Ella se acerca.

Doyle se colocó junto a Riley.

—Aprende rápido —le dijo, y sacó su espada.

Ella llegó con un enjambre que convirtió el día en noche.

Riley se cambió la espada a la mano izquierda, pues tendría que acercarse mucho para hacer algo con ella, y sacó su pistola.

Surgieron en masa del cielo, salieron reptando y arrastrando las patas de los árboles; criaturas oscuras y retorcidas, con afilados colmillos y zarpas.

Flechas, rayos y balas impactaban en la oscuridad. Los chillidos desgarraban el aire cuando la luz estallaba.

Nerezza, cuya locura era ya total y sin rastro alguno de su belleza, con el cabello formado por una maraña de grises rizos y los negros ojos hundidos, cabalgaba con ellos a lomos de la bestia a la que había herido la espada de Doyle.

Su rayo colisionó con el de Bran y la onda expansiva derribó a Riley. Algo abrasador trepó con sus garras ardientes por su bota. Annika lo redujo a cenizas mientras ella retrocedía de golpe. Riley se puso en pie al tiempo que disparaba sin descanso. Casi sin pensar, atacó con la espada. El engendro al que atravesó gritó y se desvaneció en medio de un fogonazo.

Sintió la descarga de energía, la excitación, y se abrió paso a golpe de espada entre el enjambre.

—Necesito acercarme más. Puedo hacerlo, puedo acabar con ella. ¿Puedes llevarme ahí arriba, detrás de ella?

Sawyer negó con la cabeza.

—Estoy intentando derribar a su montura, pero estas cosas lo impiden. No dejan de llegar.

Metió otro cargador y Riley vio que le chorreaba sangre por la mano.

—Tenemos que ponernos a cubierto. Tenemos que…

—¡Morid aquí! —gritó Nerezza—. Morid aquí y yo me alimentaré de vuestro poder. Todo lo que sois me pertenece. Este mundo y todos morirán con vosotros.

Arrojó fuego. Annika desvió la primera bola, pero la segunda explotó delante de ella y la arrojó por los aires. Sawyer corrió hasta ella mientras Sasha mataba de un flechazo a la criatura antes de que su afilada ala le cortara la cara a Annika.

—Dentro del círculo. Atraedla dentro del círculo —gritó Sasha—. Creo que… ¡Bran!

—Sí, sí. El poder. Yo la atraeré.

—Déjame eso a mí. ¿Qué va a hacer? —exigió Doyle—. ¿Matarme? Que no se acerque a Riley. —Se abrió paso hasta aproximarse al círculo y consiguió darse la vuelta para mirar a Riley a los ojos—. No se trata de Malmon. Apunta al corazón. Condúcela hasta mí, empújala hasta mí. Un poco de magia no hará daño.

—Eso está hecho. —Bran arrojó su rayo al flanco de Nerezza—. Mantén la presión sobre ella.

—Irá a por Doyle. —Riley disparó, rechinando los dientes—. En cuanto vea que está solo.

—Pero no está solo —le recordó Sasha.

Bran saltó a una de las piedras y arrojó un vial de luz. Cuando estalló, el cerbero gritó de dolor. El latigazo de su cola no le dio a Bran por unos centímetros gracias a que saltó. Pero la maniobra hizo que Nerezza se situara de cara a Doyle, en el corazón del círculo de piedra.

—Inmortal. Arde y sangra.

Doyle rodó para esquivar el fuego y eludió la cola de la bestia de un salto. «Ha estado cerca», pensó.

—¡Bruja! —gritó—. Esta vez te arrancaré el corazón. Espada contra espada. ¡Dios contra diosa!

—Tú no eres un dios. —Él atacó cuando Nerezza se lanzó en picado, pero cortó el costado de la bestia cuando esta se volvió con rapidez. La espada que durante siglos había llevado consigo se partió en dos como un juguete—. Y eso no es una espada.

Bran le lanzó su rayo para alejarla mientras Doyle sacaba su cuchillo. Cuando giró, el cerbero le clavó las garras en la espalda y lo tiró al suelo.

Los demás corrieron hacia el círculo. Cuando la sangre de un inmortal, un guardián, manchó el cristal, la luz estalló como una bomba. Arrojó a Riley al suelo, hizo que los oídos le pitaran y la dejó sin respiración. A pesar del aturdimiento vio a Bran tratando de ponerse de rodillas, oyó maldecir a Sawyer. Y vio a Doyle desarmado, solo.

Nerezza reía por encima de ellos.

—¿Puede crecerte otra cabeza, inmortal?

Arremetió con la espada en alto.

Al igual que Bran, Riley trató de ponerse de rodillas y supo que no iba a conseguirlo.

—¡Doyle!

Vio el dolor y el arrepentimiento en sus ojos cuando él volvió la cabeza.

—Y una mierda. ¡Cógela!

Le lanzó la espada y toda su fe.

Doyle levantó la mano y agarró la empuñadura. Con el grito de un guerrero, se levantó como un resorte y giró para esquivar la espada de Nerezza. Y le hundió la espada de cristal en el corazón.

Ella no gritó. La bestia que montaba, todas las criaturas que volaban o se arrastraban se esfumaron como agua bajo el sol o se desvanecieron como feos dibujos a carboncillo bajo la lluvia.

El día cobró vida de nuevo.

Nerezza, la madre de las mentiras, cayó dentro del círculo, con los ojos vidriosos por el miedo y la demencia.

—Soy una diosa —dijo con voz entrecortada mientras el cabello se le caía y su carne se marchitaba.

Doyle agarró la espada con ambas manos.

—No eres nada. —Y le atravesó de nuevo el corazón.

La negra sangre burbujeaba. Sus dedos se convirtieron en huesos que repiqueteaban al juntarse.

—Deseo. Deseo.

Sus ojos negros se dieron la vuelta mientras la carne de su rostro se le caía a trozos.

Doyle agarró a Riley de la mano cuando se acercó cojeando hasta él. Miró a su alrededor una vez cuando los demás, magullados, quemados, cubiertos de sangre, la acompañaron.

—Nosotros hemos acabado contigo.

Nerezza quedó reducida a huesos sin emitir sonido alguno y los huesos quedaron reducidos a cenizas.

—¿No puede volver? —Annika se abrazó a Sawyer—. ¿Ha muerto?

—Mirad. —Bran señaló.

Los centenares de ramas del árbol reverdecieron, se cubrieron de frutos y flores. El aire, que solo momentos antes era un clamor de guerra, vibraba ahora con el canto de los pájaros y el sonido de la brisa. Una cierva salió del bosque para pastar en la hierba.

Las piedras se alzaban en la montaña de Cristal, plateadas y resplandecientes. La piedra mayor tenía grabado el escudo de armas de los guardianes.

—Buena respuesta. —Entonces Sawyer se arrodilló—. Lo siento. ¡Ay!

—Echemos un vistazo. Haremos lo que podamos aquí —añadió Bran— y luego…

—Solo tenemos que pedirlo —recordó Sasha—. Yo pido que nos lleven de vuelta. Si hemos hecho lo que teníamos que hacer.

—¿De verdad crees que van a…? ¡Oh! —exclamó Riley cuando se encontró, junto con los demás, en el inicio del sendero—. Genial.

Emprendieron el camino hacia el palacio, cojeando y dando muestras evidentes de dolor.

—¿No podíamos desear estar curados? —preguntó Annika.

—La gente debería ver a sus guerreros. Deberían ver lo que cuesta luchar —le dijo Doyle y la rodeó con el brazo para darle apoyo—. Hacer lo que hay que hacer.

La gente lloraba y los vitoreaba al paso de los seis. Y lloraron y los vitorearon durante todo el camino hasta las puertas del palacio, donde los esperaban las diosas.

—Os atenderemos ahora. —Celene avanzó y alzó la voz—. Esta noche habrá una celebración. Esta es una noche para la música y para el baile, para el vino y el gozo. Esta noche es ahora y para siempre la Noche de los Guardianes.

—Me voy a desangrar en el suelo —comenzó Sawyer.

Luna acarició su brazo herido.

—No lo haréis. Venid ahora para que os atiendan y alimenten, para que os bañen y descanséis. Hoy somos vuestras siervas.

No estaba nada mal tener a unas diosas como siervas. Al menos no cuando eso incluía sumergirse en una bañera llena de agua caliente, que una bonita y joven doncella había perfumado con jazmín, decidió Riley. O que masajearan con aceite todo tu dolorido cuerpo.

Tampoco le importó, no demasiado, volver a ponerse el vestido. No cuando le dieron permiso para explorar y coger muestras. Algunas piedras, algunas raspaduras, un poco de tierra, un poco de arena. Un par de flores que jamás había visto.

Cuando corrió al salón para reunirse con los demás, prácticamente flotaba.

—No vais a creer lo que he visto. Tiene gallinas que ponen huevos de colores. He visto a un bebé dragón…, los adultos prefieren las cuevas. Un puñetero bebé dragón. —Agarró una botella y se sirvió una copa, sin importarle qué contenía—. ¿Y la biblioteca de este lugar? Hace que la tuya parezca un puesto de peaje de una gasolinera, Bran. Todos los libros que jamás se han escrito en todos los idiomas. Quiero decir que el puñetero Hogwarts no tiene lo que tienen aquí. —Bebió un buen trago de lo que resultó ser vino—. ¿Y su sociedad? No hay guerras desde la rebelión con la Bahía de los Suspiros…, que, por cierto, ha vuelto. A la gente le gusta su trabajo, elijan el que elijan. Los granjeros atienden sus granjas, las tejedoras tejen, los panaderos hacen pan. Si necesitan cortar un árbol, plantan otro. Siempre. Y… ¿Qué?

—Nosotros también nos hemos dado una vuelta —le dijo Sawyer—. Annika fue a nadar con algunas criaturas del mar a la Bahía de los Suspiros. Sasha ha hecho medio millón de dibujos. Bran se ha encerrado con otras personas mágicas.

—Nosotros subimos, consagramos la tierra dentro del círculo —le explicó Bran.

—Doyle también ha estado ocupado. —Sasha continuó dibujando.

—¿De veras? ¿En qué?

—En poca cosa —replicó, pero Sasha levantó la cabeza y le taladró con la mirada—. Vale. Muy bien. —Se levantó y sacó algo del bolsillo—. Tengo esto.

Riley contempló el anillo, boquiabierta. La piedra, de un blanco puro, estaba engastada en una sencilla alianza. Su brillo no precisaba adorno alguno.

—A ti no te va eso de armar un alboroto —dijo.

—No, no me va. Pero ¿cómo has…?

—Solo pedid, ¿no? Pues solo pregunté si había algún joyero y me ofrecieron un centenar de anillos.

—Sasha y yo ayudamos a partir de ahí —adujo Annika—. Porque era complicado.

—De todas formas, resulta que no llevo encima dinero que sirva por aquí. Y no querían nada. Pero…

—Llevaba una flauta en el bolsillo…, una flauta de música…, que hizo cuando era niño —repuso Annika con amabilidad—. Hizo un trueque.

—Eso… Vaya, qué bonito.

—La cosa es aún más bonita —le dijo Sasha a Riley—. Le pidió a Bran que lo grabara.

—Está grabado. —Riley enganchó el anillo de la mano de Doyle y lo giró para mirar en el interior de la alianza—. Ma Faol.

Se le formó un nudo en la garganta que le impidió hablar. Lo único que pudo hacer fue mirarle fijamente.

Doyle le quitó el anillo.

—¿Me das tu mano?

—Pues claro que te la doy.

—Se llama la Piedra de Cristal. No sé qué es en realidad.

—Lo averiguaré. —Se quedó atónita porque le escocían los ojos y tuvo que reprimir las lágrimas—. Y puedo decirle a todo el mundo que eres un agarrado y que es de cristal.

—Seguro que lo harías. —Le puso el anillo en el dedo—. Ahora estás atrapada.

Annika aplaudió.

—¡Bésala, Doyle! Tienes que besarla ya.

—Sí, bésame, Doyle. —A pesar del vestido, Riley cogió impulso y le rodeó la cintura con las piernas—. Y hazlo bien.

Doyle lo hizo de maravilla.