13
Nerezza no apareció esa noche ni la siguiente. No envió criaturas crueles a que los atacara cuando se sumergieron en las frías aguas del Atlántico para buscar.
Nada merodeó en el bosque, nada revoloteaba en el cielo.
Sasha no tuvo visiones.
Riley aprovechó el tiempo. Entrenó, practicó, se ejercitó, hasta que volvió a sentir que su cuerpo volvía a la normalidad. Dedicó horas a los libros, al ordenador y a las notas.
Y pasó más horas con Doyle en la cama. O en el suelo.
Fue con Sawyer a Dublín, utilizando como excusa un viaje para comprar comida, dejando atrás a una enfurruñada Annika. Ya de paso, reemplazó el jersey que se le había estropeado.
Y ya que estaban allí, arrastró a un conmocionado Sawyer a un bar para tomarse una pinta.
—A lo mejor tendría que haber comprado uno ya hecho.
—De esta forma significa más.
—Sí, pero… ya habríamos acabado.
Riley se recostó para disfrutar de su Guinness, pues en su opinión no había nada como una buena Guinness, y la saboreó despacio en un bar irlandés escasamente iluminado.
Si se le añadía un plato de patatas fritas todavía calientes de la sartén y aderezadas con sal y vinagre, ya era la perfección.
—¿Te estás arrepintiendo?
—No. No, es solo que… —Sawyer tomó un rápido e insípido trago de su cerveza—. Voy a prometerme…, con anillo y todo. Es un momento.
Riley alzó su pinta, contenta de brindar por eso.
—Por el momento.
—Sí. —Chocaron sus jarras y Sawyer miró a su alrededor, como si se hubiera olvidado de dónde estaban—. Parece rato estar aquí…, toda esta gente…, sentados mientras nos tomamos una cerveza. Nadie sabe una mierda, excepto tú y yo, Riley.
Riley le dio un mordisco a una patata y miró a su alrededor; el bullicio de la conversación, la energía y el colorido.
Luz tenue en un día en que el sol no conseguía decidirse, el olor a cerveza, patatas fritas y a puré de verduras que impregnaba el ambiente.
Voces con acento alemán, japonés, italiano, estadounidense, canadiense, británico e irlandés.
Siempre había considerado que un buen bar europeo era una especie de Naciones Unidas en miniatura.
—Echo de menos a la gente y eso no es algo que suela pasarme —cayó en la cuenta—. Pero he echado de menos el ruido y el ambiente. Las caras y las voces de desconocidos. Menos mal que no saben una mierda. No puede hacer nada de nada. Así que estar aquí sentados, como gente normal, tomándonos una birra normal en un bar normal, es otro momento.
—Tienes razón. Tienes razón. En el fondo es por lo que luchamos.
—Un mundo donde cualquiera pueda tomarse una birra a las cuatro de un martes por la tarde.
—O prometerse con una sirena.
—Puede que eso sea ir demasiado lejos para casi todos en este bar o en Dublín, exceptuándote a ti. Pero sí, brindo por eso. —Miró a la camarera, una chica joven de rostro lozano y el pelo de un intenso color morado—. Estamos bien, gracias.
—Cuando haya terminado y este mundo esté sumido en la oscuridad, me beberé vuestra sangre.
La chica tenía una sonrisa fácil y un bonito tono de voz. Y su mirada se tornó vacía y delirante. Riley introdujo una mano debajo de su chaqueta y abrió la pistolera.
—No —susurró Sawyer, con la vista fija en el rostro de la camarera—. Ella es inocente.
—Sois débiles. ¿Creéis que podéis destruirme con lo que tenéis? Yo me hago más fuerte.
Mientras miraban, el morado cabello se alargó, se volvió de color gris humo con mechones negros. Sus ojos azules se tornaron negros mientras se clavaban en Riley.
—Puede que a ti te conserve como mascota y deje que Malmon te tenga.
Riley cogió su vaso, aunque no apartó la mano en su pistola.
—Me aburro —dijo y bebió un trago.
La mesa tembló; las sillas se sacudieron. Y el resto de clientes continuó bebiendo, sin notar nada.
Sawyer giró un dedo en el aire muy despacio.
—Oye, si haces de camarera…, lo que te pega mucho…, a lo mejor podrías traernos unos frutos secos para acompañar las pintas y las patatas fritas.
La ira hizo enrojecer su lechosa piel irlandesa.
—Te arrancaré la carne de los huesos y se la daré de comer a mis perros.
—Ya, ya. ¿Y esos frutos secos?
—La tormenta se acerca.
La camarera pestañeó y se apartó el morado pelo con aire aturdido.
—Les ruego me perdonen, se me ha ido el santo al cielo. ¿Quieren que les traiga alguna otra cosa?
—No, gracias. —Riley bebió un buen trago y esperó a que la chica se alejara—. Qué divertido.
—Nos hemos quedado sin frutos secos.
Riley soltó una carcajada y le ofreció el puño para que Sawyer lo chocara.
—Qué huevos tienes, Sawyer. Será mejor que nos vayamos a casa e informemos. Nerezza se está recuperando y está al acecho.
Sawyer exhaló un suspiro mientras se marchaban del apartado.
—Ahora tenemos que contarles que hemos estado en Dublín.
—No hay forma de escaquearse —convino Riley—. Deja que lleve yo la batuta.
—Con mucho gusto.
Dada la situación, a Sawyer no le supuso ningún problema dejar que Riley se ocupara. Cuando regresaron, se dirigieron a la cocina; él se limitó meterse las manos en los bolsillos, donde había guardado las bolsas de la joyería, y a tener la boca cerrada.
Sasha trabajaba sola, convirtiendo la masa en barras de pan.
—Hola, habéis vuelto.
—Sí, qué bien huele.
—Tengo la salsa para la lasaña en el fuego y estoy intentando preparar pan italiano. Es divertido. Espero que hayáis encontrado la ricota y la mozzarella.
—Oh. —¡Mierda! Riley se metió las manos en los bolsillos—. En cuanto a eso…
—¿Necesitáis ayuda para traer las provisiones? Annika está arriba con Bran y… no sé dónde está Doyle. —Sasha eligió un cuchillo y realizó unos cortes en diagonal a las barras—. Dejad que tape esto para que fermente y os ayudo.
—En realidad no hemos traído provisiones.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Dónde habéis estado?
—Annika está en la torre, ¿no? Sawyer quería conseguir unas gemas para un anillo de compromiso, así que…
—¡Sawyer! —Arrojó la bayeta a un lado por el momento y se acercó corriendo a abrazarlo con fuerza—. Es tan… ¿Gemas? ¿No un anillo?
—Verás, se me ha ocurrido que tú podrías ayudarme a diseñar uno y que quizá Bran…
—¡Oh! ¡Qué idea tan buena! —Lo abrazó de nuevo—. Le encantará. Estoy deseando empezar. Dime qué tienes en mente.
—En realidad tenemos que esperar un momento. ¿No es así? —Apeló a Riley.
—Así es. Cuando estábamos en Dublín…
—¿En Dublín? —Sasha se quedó boquiabierta y le dio un pequeño empujón a Sawyer al tiempo que se apartaba de él—. Habéis ido a Dublín.
—En pocas palabras; es una larga historia. Yo tenía un contacto, así que nos trasladamos allí, conseguimos las piedras y nos estábamos tomando algo, cuando…
Riley se interrumpió cuando Sasha alzó un dedo.
—Vosotros dos habéis ido a Dublín…, da igual lo rápido que llegarais y volvierais… —dijo Sasha, cortando de raíz el principal argumento de Riley—. No le habéis dicho a nadie que ibais a ir. ¿Y después os habéis ido a tomar algo?
—A lo mejor había que estar ahí. Y, vale, yo me he comprado una sudadera. La necesitaba. No es que nos estuviéramos paseando por Grafton Street.
—Cualquiera que salga de la propiedad tiene que dejar claro dónde está. Es evidente que ocurrió algo mientras estabais allí. Iré a buscar a los demás y vosotros dos podréis dar explicaciones.
Mientras Sasha tapaba con cuidado las barras con el trapo, Sawyer cambió el peso de un pie a otro.
—¿Podemos omitir la razón por la que hemos ido? ¿Al menos cuando esté Annika?
Sasha le lanzó una fría mirada.
—Lo único que teníais que hacer era contárnoslo a Bran, a Doyle o a mí. Sabemos guardar un secreto. Voy a buscarlos.
A solas con Sawyer, Riley exhaló una profunda bocanada.
—Mamá está muy decepcionada con nosotros.
—Me siento idiota. ¿Cómo consigue que me sienta idiota sin levantar la voz?
—Es un don. Voy a abrir el vino. No nos terminamos la birra y me da la sensación de que vamos a necesitar una bebida de adultos.
—Tampoco hemos comprado las provisiones. ¿Cómo se nos han olvidado las provisiones?
—Teníamos un poquito de prisa por regresar —le recordó Riley. Abrió una botella de vino tinto y sacó unas copas. Y se preparó para afrontar las consecuencias.
Annika bajó la escalera trasera medio bailando, olvidado ya el enfado, mientras Doyle entraba desde fuera.
—¿Vamos a beber vino? Bran y yo hemos estado trabajando mucho. El vino está bueno. —Annika rodeó a Sawyer con los brazos y se pegó a él—. Y tú también.
Sawyer le lanzó una sonrisa lánguida a Riley por encima de la cabeza de Annika mientras le acariciaba el cabello.
—Muestra un poco de solidaridad —le dijo Riley a Doyle antes de que él pudiera ir a por una cerveza. Sirvió seis copas.
Él estudió su cara antes de coger una.
—¿Qué ocurre?
—Todos a la vez, a todos a la vez.
Y al ver la expresión en el rostro de Bran cuando entró con Sasha se percató de que ya le habían puesto al corriente de manera sucinta.
—Vale, esto es lo que pasa. —Riley cogió una copa y bebió un trago para coger fuerzas—. Sawyer y yo nos hemos transportado hasta Dublín.
—¿Qué es Dublín? —preguntó Annika.
—La capital de Irlanda. —La mirada de Doyle se endureció—. Está en la costa este del país.
—Eso está muy lejos para ir a comprar comida. ¿Es una ciudad? —continuó Annika, apartándose de Sawyer—. Pero no me has llevado…
—No, yo… Bueno, es que…
—Sawyer tenía que ir allí a por algo para ti. Una sorpresa para ti.
Lejos de apaciguarse, Annika miró a Riley con el ceño fruncido.
—¿Una sorpresa para mí? ¿Qué es?
—Anni, una sorpresa significa que tú no tienes que saber qué es todavía. Yo he ido para ayudarle.
—Da lo mismo —interrumpió Bran, con un tono tan displicente como lo había sido el de Sasha—. Viajar tan lejos, por el motivo que sea y sin contárnoslo al resto, va en contra de todo lo que hemos hecho y de aquello en lo que nos hemos convertido.
—La culpa es mía… —comenzó Sawyer, pero Riley le cortó.
—No, estamos juntos en esto. Y tienes razón. Lo que digo es que nos dejamos llevar y dejémoslo ahí. Sawyer puede humillarse más tarde.
—¡Oye!
—Es que creo que a ti se te daría mejor humillarte que a mí. Podemos seguir hablando de lo estúpidos e irresponsables que hemos sido. O podemos contaros lo que ha pasado, que es infinitamente más importante.
—Humillarte se te da de pena —farfulló Sawyer.
—Te lo he dicho.
—Nerezza. Ha sido Nerezza. —Sasha se adelantó—. Ahora puedo sentirlo.
—Vivita y en carne y hueso. O más bien en el cuerpo de una camarera de un bar de Grafton.
—¿Os habéis ido a tomaros una birra? —exigió Doyle.
—Oh, como que tú no habrías hecho lo mismo. Terminamos con nuestro… asunto y fuimos a tomar una cerveza antes de regresar. Y apenas había pegado un buen trago de mi Guinness, cuando se acercó la camarera. Al principio tenía su propia cara y su propio cuerpo, su propia voz. Pero ¿sus palabras? —Riley cerró los ojos un momento para recordarlo—. Nos dijo: «Cuando haya terminado y el mundo esté sumido en la oscuridad, me beberé vuestra sangre». —Bajó la mirada al vino tinto que tenía en la mano, lo contempló y acto seguido se lo bebió casi para fastidiarle—. Y si pensáis que no impresiona oír a una camarera joven y guapa decir eso con acento irlandés, dejad que os diga que sí que lo hace.
—La gente seguía a lo suyo —añadió Sawyer—. No podíamos saltarle encima. Solo era una chica. Nerezza la estaba utilizando, así que no podíamos sentarla de culo de un empujón.
—Ni dispararle, como bien me señaló Sawyer. Nos ha dicho que éramos débiles y que ella se hacía más fuerte.
—Nos hizo una demostración para probarlo. La chica cambió y ahí estaba ella, de pie en medio del abarrotado bar. Su pelo ya no es todo gris. Hay mechones negros y está envejecida, pero no como cuando la agarré en Capri.
—Se está recuperando —murmuró Sasha—. Está recuperando su fuerza y sus poderes.
—Riley la ha insultado. Le dijo: «Me aburro».
—Willow mala. Es una referencia a Buffy.
Doyle le dio un pequeño empujón a Riley.
—¡Ya te vale!
—Oye, en realidad, teniendo en cuenta que se trataba de una chica inocente, insultarla era lo único que podía hacer. Era lo único que podíamos hacer.
—Dijo que a lo mejor convertía a Riley en su mascota y que se la daba a Malmon.
—¡Sí, claro!
—No lo descartes —arguyó Sawyer—. Por alguna razón, ahora va a por ti. El bar se estremeció cuando se cabreó con Riley. Las botellas y las copas temblaron. Nadie se dio cuenta.
—Entonces Sawyer le lanzó una buena pulla y le dijo que podía traernos unos frutos secos. La cabreó todavía más, así que empezó con que nos iba a arrancar la piel a tiras y a dársela de comer a los perros. Como no podíamos atacarla, no le hemos hecho caso. Lo último que ha dicho es: «La tormenta se acerca». Y entonces la camarera volvió y parecía aturdida y confusa.
—No ha intentado haceros daño. —Bran asintió, agarró el vino y le pasó una copa a Sasha—. Os tenía a los dos solos, en un espacio público reducido en el que habríais dudado de recurrir a la fuerza o la violencia, pero no os ha atacado.
—Porque no puede —concluyó Sasha—. Todavía no está lo bastante fuerte para eso. Sí lo está para utilizar las ilusiones y otros medios. Pero no para atacar ella misma.
—No estaba allí de verdad. ¿Lo he entendido bien? —Doyle se volvió hacia Bran—. Solo estaba su ilusión.
—Esa es mi suposición, sí.
—Si hubiese estado más fuerte, nosotros no habríamos estado allí con vosotros. —Annika se acercó a Sasha y se alejó de Sawyer—. No habríamos sabido que estabais lejos. Y si os hubiera cogido o herido, no lo sabríamos.
—No ha pasado nada. —Sawyer sintió que señalar eso era de viral importancia—. Lo siento, ha sido una mala decisión, pero ni nos ha cogido ni nos ha herido. Y todos estamos solos o con solo una parte del equipo en todo momento.
—No solos o en un número reducido en Dublín —espetó Doyle.
—De ahí la mala decisión. No hemos actuado bien, pero hemos sacado cierta información. Podéis seguir dándonos de tortas por esa mala decisión o podemos utilizar lo que hemos sacado en claro.
—A ti también se te da de pena humillarte —comentó Riley.
—Eso parece. Mirad, lo que fue a hacer allí era muy importante para mí. Actué de forma equivocada y lo siento. Mea culpa al cuadrado, de corazón. Es todo.
—Tal vez deberíamos tranquilizarnos un poco y después podemos hablar de esto de manera más razonable. —Sasha fue a remover la salsa—. Y aún necesitamos esas provisiones.
—No habréis comprado las puñeteras provisiones.
—Nos distrajimos un poco —le replicó a Doyle—. Iremos a por las puñeteras provisiones ahora.
—No, Annika y yo iremos a por ellas.
—Sí. —Annika unió su brazo al de Doyle—. Iremos nosotros y yo me tranquilizaré para que podamos volver a hablar.
Levantó la mano, con la palma vuelta hacia Sawyer.
—Tú tienes la lista de lo que tenemos que comprar.
Él la sacó del bolsillo trasero y se la entregó.
—¡Mierda! —dijo cuando ella se largó junto a Doyle.
—Se le pasará. Todos tendremos que superarlo —adujo Riley—. Hemos hecho lo que hemos hecho, lo hemos reconocido. Si vais a seguir regañándonos, quiero más vino.
Sasha volvió la vista desde el fogón.
—Ha sido innecesariamente arriesgado.
—A mí no me lo pareció. —Riley se encogió de hombros.
—¿Hasta que os visteis esperando a que la diosa oscura os llevara unos frutos secos? —planteó Bran.
—Ni siquiera entonces. Ha sido una clara intimidación, irlandés. ¿Nos ha sobresaltado? Claro que sí. Pero ¿qué iba a hacer? Ni viene ni ha venido a luchar ella sola. Deberíamos habéroslo contado a todos… menos a Anni. No hacerlo ha sido una estupidez, solo una estupidez. Solo puedo decir que imagino que estábamos tan absortos por la misión secreta que no se nos ocurrió.
—Imprudente, impulsivo. E incomprensible.
—¿Imcompren…? —Muda de asombro, Sasha dio media vuelta y miró a Bran boquiabierta.
—A ghrá. Un hombre enamorado suele pensar con el corazón en vez de con la cabeza.
Sawyer intentó esbozar una deslumbrante sonrisa para Sasha y se dio unas palmaditas en el corazón.
Ella dio un respingo.
—Riley no es un hombre enamorado y tendría que haber sido más lista.
—También se hace el tonto por amistad.
—Los tontos no… Voy a cerrar el pico —decidió Riley—. Vamos, Sasha. Bien está lo que acaba con todo el mundo respirando. Y sabes que quieres ver las piedras. Tienes muchas ganas de ver las maravillas que Sawyer ha comprado para el anillo.
—En realidad no… Mierda, pues claro que quiero verlas.
Sawyer aprovechó el indulto y sacó las bolsas de su bolsillo.
—Este es el pedrusco mayor.
Depositó la piedra en su mano. Perfectamente redonda, de un precioso azul, la piedra relucía como una pequeña poza.
—Aguamarina. —Con una sonrisa, Bran le frotó el hombro a Sasha—. Dicen las leyendas que las sirenas codiciaban las piedras.
—Mar azul…, el nombre significa mar azul, así que encaja —añadió Riley.
—Es preciosa, Sawyer. ¿Puedo? —Sasha la cogió y la sostuvo en alto—. Oh, fíjate cuántas tonalidades de azul se ven a la luz. No podrías haber elegido nada más perfecto para ella.
—¿Tú crees? Tengo estas pequeñas piedras. —De la segunda bolsa sacó una serie de diminutos diamantes, zafiros rosas y más aguamarinas—. Estaba pensando que podría ocurrírsete algo y compré estas. —De una tercera bolsa sacó dos alianzas de platino—. Y quizá Bran pueda unirlo todo.
—Me encantaría.
—Y ya se me han ocurrido un par de ideas. —Sasha estudió de nuevo la piedra y se la devolvió—. Eso no significa que no siga mosqueada.
—Bajar a mosqueada es un progreso. —Sawyer guardó las piedras y las alianzas en las bolsas.
—En nombre del progreso me gustaría añadir una cosa. Cuando la bruja dijo que se acercaba la tormenta, el vello de la nuca se me puso de punta. —Sawyer miró a Riley—. ¿Y a ti?
—Oh, sí, Ahí había algo grande. No era una simple fanfarronada. En mi opinión se le escapó por resentimiento, pero tenía peso. Puede que eso sea un detonante para ti.
—Ahora mismo no —le dijo Sasha.
—Es algo en lo que pensar. Voy a pensar en ello mientras investigo los libros. Esa es mi penitencia.
—Investigar no es ninguna penitencia para ti. Pero preparar una ensalada…
—Eso se me da mejor a mí; a ella se le dan mejor los libros. —Sawyer probó de nuevo con esa sonrisa deslumbrante—. Aprovechemos nuestras virtudes.
—Buen plan. Si me necesitáis, estaré en mi habitación, trabajando duro.
Riley escapó mientras podía.
Quizá no le gustara que Doyle y Annika siguieran cabreados, pero imaginaba que Annika no iba a continuar enfadada mucho tiempo. Y, en lo referente a Doyle, tenía un plan.
Cuando abrió las puertas de su balcón los oyó regresar. Mientras esperaba, continuó trabajando, tomando notas. Doyle no tardó demasiado.
Estaba sentada a su escritorio cuando él entró. Solo llevaba puesta su camisa.
Él cerró la puerta con firmeza.
—¿Eso es lo que te pones para investigar?
—¿Esto? —Giró en la silla. Sí, seguía cabreado, pero… estaba interesado—. He supuesto que sacarías tiempo para recuperar tu camisa. Solo quería tenerla a mano.
—¿Te crees que puedes distraerme con sexo?
—Claro. —Se levantó—. Entiendo que quieras recuperar tu camisa, pero parece un poco redundante cuando ya llevas una puesta.
Mientras él se quedaba donde estaba, le despojó de la vaina, apoyó la espada junto a la cama. Volvió y comenzó a desabrocharle la camisa.
—¿Estás muy segura de tu atractivo?
—¿Atractivo? Venga ya. Tengo todas las partes necesarias de una chica. Eso es atractivo suficiente, sobre todo para un hombre que ya las ha catado. —Arrojó la camisa y le dio un suave empujón hacia la cama—. Siéntate, grandullón, y yo te desnudaré.
—¿No te preocupa que Sawyer o Bran pudieran haber entrado en vez de yo?
Otro empujón.
—En primer lugar, estoy tapada. En segundo, eres el único que entraría sin llamar. Siéntate —repitió.
—No he venido aquí para practicar sexo. —Pero se sentó en el lateral de la cama.
—La vida es una caja de sorpresas. —Le quitó las botas y sonrió mientras le desabrochaba el cinturón—. ¡Sorpresa!
—Podemos tener sexo y seguir cabreado contigo.
—Eso es muy práctico para ambos.
Lo empujó para tumbarlo boca arriba. Con movimientos rápidos le bajó los pantalones y los arrojó al otro lado de la habitación.
A continuación se sentó a horcajadas encima de él.
—¿Qué te parece si hablamos después?
Doyle la agarró del pelo sin demasiada delicadeza para tirar de ella. Cuando sus bocas se encontraron, la giró para ponerla de espaldas.
Riley esperaba que se limitara a tomarla, que la penetrara con fuerza…, y no habría puesto objeciones. En lugar de eso, pasó de agarrarle el pelo a agarrarle las muñecas y le subió los brazos por encima de la cabeza.
El instinto hizo que intentara zafarse.
—¡Oye!
—Cierra el pico.
Asaltó su boca, acelerando su organismo. Riley forcejeó…, no para protestar, sino por el deseo de tocarle con sus manos.
Tendría que decirle que no, tendría que pedirle que parara de forma tajante, o aceptaría lo que él le diera. Todavía estaba furioso y su furia iba acompañada de un abrasador deseo. Creía que podía engañarle, y por Dios que lo había hecho, pero iba a conocer la fuerza de lo que quería de ella antes de que terminara.
La quería indefensa por una vez, inmovilizada debajo de él, con las manos sujetas por las suyas. Su cuerpo tembló y se retorció cuando tomó su pecho con la boca. Cuando sus dientes le produjeron una punzada de dolor.
Ella era capaz de confundirle por completo con aquellos ojos. Ahora iba a saber lo que era sentir que la capacidad de decisión se disolvía en un deseo aplastante.
Le bajó los brazos con fuerza, manteniendo sus muñecas sujetas con la mano. Y descendió sin miramientos por su cuerpo. Riley gritó cuando utilizó la lengua. Se arqueó, se retorció y gritó de nuevo cuando no mostró misericordia.
Pero lo que gritó no fue la palabra «no».
Fue un sí.
Sabía lo que era arder. Sabía lo que era sucumbir a la necesidad, por feroz que fuera. Pero aquello la empujaba más allá de todo lo conocido. La llevaba al límite solo para propulsarla de nuevo. Y otra vez más, hasta que le ardieron los pulmones y el corazón estaba a punto de estallarle.
Cuando le soltó las manos para poder utilizar las suyas con ella, para apretarla, agarrarla y saquearla, Riley solo pudo aferrarse a las sábanas y dejar que lo que él le hacía arrasara su ser.
Por todas partes, todo lugar por el que pasaban aquellas ásperas manos se estremecía, como si sus terminaciones nerviosas vivieran ahora sobre su piel.
Riley echó la cabeza hacia atrás cuando tiró de ella. Su cuerpo entero se estremeció ante la amenaza de más, acogiéndolo con ganas.
—No, no, vas a mirar. Vas a abrir los ojos y a ver a quien te posee como has de ser poseída. Mírame, maldita sea, mira a quien sabe lo que habita dentro de ti.
Riley abrió los ojos y los clavó en los suyos, de un verde tan intenso que casi resultaban cegadores. Pero en ellos vio necesidad y conocimiento. Por ella, de ella.
Le agarró las caderas.
—Te veo.
Medio desesperado, se hundió en su interior. La embistió mientras le ardía la sangre y su corazón saltaba allí donde no debía. Pues la veía, la conocía, y ella a él.
Y por ello temía que ambos estaban condenados.
«Dominada», pensó cuando ambos quedaron laxos. Ese paso que jamás le había permitido a otro, se lo había permitido a él. Asumir el control de su cuerpo y de su mente, y de todo cuanto era.
Una vez que se daba ese paso, ¿cómo daba marcha atrás?
¿Cómo podía retroceder?
Cuando Doyle se apartó para tumbarse a su lado, su primer impulso fue el de acurrucarse. Pero lo reprimió y se quedó donde estaba.
«Nada de sentimentalismos», se advirtió. Sabía abordar las cosas y no ponerse seria.
—Puede que me quede esa camisa. Es evidente que me sienta bien.
—Puedes conservar lo que queda de ella.
Perpleja, bajó la vista y reparó en los jirones de la camisa a los pies de la cama.
—Si seguimos con esto, acabaremos yendo por ahí casi desnudos.
Doyle se dio la vuelta, cogió la botella de agua de la mesilla de noche y se bebió la mitad de un trago. Le ofreció el resto, como si se le hubiera ocurrido entonces.
—Te he dejado marcada.
Riley hizo recuento. Moratones en las muñecas, un par más aquí y allá.
—No demasiado.
Pero se levantó y le llevó el tarro de ungüento a la cama.
—Me has cabreado —dijo mientras le untaba el ungüento en los moratones.
—Dame la lata todo lo que quieras porque nada llegará al nivel de la profunda desaprobación de Sasha. —Riley exhaló con los dientes apretados—. Me ha dejado chafada. Tendríamos que haberle dicho a alguien que nos íbamos y adónde íbamos. Sawyer quería conseguir lo necesario para un anillo de compromiso para Anni y…
—Eso ya lo he deducido yo solito, aunque imaginaba que habíais ido a por el anillo en sí. No lo justifiques.
—Mensaje recibido, alto y claro. Ha sido como un bofetón para todo el asunto de la unión y del todo irreflexivo. Aun así, todo esto…, viejas costumbres. Lo siento. Lo siento, es lo más que puedo decir.
Dado que todavía se sentía un tanto frágil, se levantó de la cama y se puso la camisa hecha jirones.
—Voy a… Espera. Has dicho que has deducido por qué nos fuimos. ¿Anni también?
—Puede que sí, no es idiota, pero la he encaminado por otro lado. Le he insinuado que habíais ido para que él pudiera buscarle un vestido nuevo y puede que unos pendientes. Un regalo.
—Bien pensado.
—Eso la ha calmado, igual que la media hora de tortura que ha pasado en la tiendecita que vende artículos variados.
—Estoy en deuda contigo por eso, pero teniendo en cuenta las recientes actividades, afirmo que la deuda está saldada. Voy a darme una ducha y después bajaré para terminar de compensar a todos ayudando con alguna tarea doméstica.
Al ver que él no tenía intención de unirse a ella, entró en el cuarto de baño y cerró la puerta.
Cerró los ojos.
Se dio cuenta de que Doyle lo había removido todo en su interior. Lo había removido y lanzado por los aires para que cayera de nuevo en un orden que ella no entendía.
Acabaría por entenderlo, se aseguró. Daba igual cuál fuera el rompecabezas, el problema, el código, acabaría por resolverlo.
Se quitó la camisa y se percató de que olía a los dos, a una mezcla de ambos. Una combinación.
Y después de dejarla doblada sobre la encimera del lavabo, se sintió ridícula porque sabía que no tenía intención de tirarla.