Capítulo 48
Conduje a toda pastilla, pero los semáforos estaban contra mí y tardé casi una hora en llegar al Ocean View. Hice uno de mis peores estacionamientos sobre la acera y corrí hasta el vestíbulo. ¿Y a quién encontré? Oh, solo a mamá, papá, Helen y Anna. Luego me enteré de que habían ido al cine.
—Creía que habías salido con Shay Delaney —dijo sorprendida mamá.
—Así es.
—Entonces, ¿qué haces aquí?
—Estoy buscando a Garv.
—¿Para qué? —Su cara se tornó rebelde. No contesté y añadió acaloradamente—: Si pudo ser infiel una vez, volverá a serlo.
El recepcionista seguía la conversación con sumo interés.
—Hola —dije—. ¿Puede llamar a la habitación de Paul Garvan, por favor?
—Se ha marchado.
El corazón me dio un vuelco.
—¿Cuándo?
—Hace una hora.
—¿Adonde?
—Ha regresado a Iowa.
—Gracias. Le atraparé en el aeropuerto.
Pero cuando me volví, mamá me estaba bloqueando el paso con todo el poder de su cuerpo.
—¡No irás detrás de él!
—No lo hagas, cariño —suplicó papá.
—¡Margaret, no te moverás de aquí!
Confusa, los miré fijamente durante unos segundos. Luego comente:
—Me llamo Maggie, y mirad cómo me voy.
Mientras corría hacia el coche, oí el martilleo de unos pies que me seguían. Era Anna.
—¡Te acompaño! —resopló.
Saltó a mi lado, cerró la portezuela y se puso el cinturón.
—¡Adelante!
El trayecto se me estaba haciendo eterno. Había mucho tráfico para esa hora de la noche y, pese a los sortilegios de Anna, Los semáforos seguían contra mí.
—¿Con qué compañía aérea crees que voló? —pregunté a Anna con la esperanza de que utilizara un sexto sentido.
—¿American Airlines?
—Puede, a menos que volara vía Londres, como yo.
—Maggie, ¿y la otra chica?
—Se terminó.
—Pero ¿serás capaz de perdonarle?
—Sí, creo que sí, o eso espero. El caso es que yo tampoco fui una santa.
—¿Y eso hace que sea más fácil?
—Sí. Le amo, lo superaremos. —Entonces añadí—: Aunque si vuelve a hacerlo, es hombre muerto.
—Me alegro por ti. Siempre he pensado que estabais hechos el uno para el otro.
—¿En serio?
—¿Tú no?
—Confieso que hubo momentos en que tuve mis dudas. A veces me preguntaba si era una chica salvaje que había optado por la seguridad del matrimonio.
Anna rió por lo bajo y la miré un tanto sorprendida.
—Lo siento —dijo—. Es por lo de salvaje... Lo siento.
—No importa, porque mientras he estado aquí he intentado ser un poco salvaje, y lo cierto es que no me va nada.
—¿De verdad te lo montaste con Lara o le estabas tomando el pelo a Helen?
—Me lo monté.
—¡Joder!
—Pero lo que intento decir es que cuando me casé con Garv, no estaba buscando el camino más seguro. ¡Así es como realmente soy!
—¿Yogur desnatado a temperatura ambiente?
—Mmm...
—¿Yogur desnatado a temperatura ambiente y orgullosa de serlo?
Reflexioné.
—¿Qué tal yogur desnatado con mermelada de fresa en el fondo?
—¿Más interesante de lo que parece a primera vista?
—Exacto.
—Con un fondo oculto.
—¡Sí! Puede que hasta me haga grabar una camiseta con el lema.
—Dos. Una para Garv.
—Si lo encontramos —dije mientras el miedo tensaba mi estómago—. Y sí no me manda al diablo.
Finalmente llegamos al aeropuerto y, tras otro aparcamiento atroz, alcanzamos la terminal de salidas. Cuando pregunté a la chica de facturación de American Airlines si Garv estaba en el vuelo, contestó:
—No puedo darle esa información.
—Soy su esposa —supliqué.
—Aunque fuera el Dalai Lama.
—Es urgente.
—También lo es mi necesidad de ir al lavabo, pero no hay nada que pueda hacer al respecto.
—Vamos —dijo Anna, tirando de mí—. Intentaremos pillarlo en la puerta.
El aeropuerto de Los Ángeles es enorme y esta repleto de gente a cualquier hora del día y de la noche. Anna y yo corríamos rebotando contra la gente como bolas de millón. Durante unos minutos frustrantes quedamos atrapadas en medio de un grupo de Haré Krishnas y tuvimos que caminar a su paso mientras daban saltitos y cantaban. Uno de ellos hasta intentó darme una pandereta antes de que consiguiéramos liberarnos y echar de nuevo a correr.
—¿Qué lleva puesto? —jadeó Anna.
—Tejanos y camiseta. —Por lo menos eso llevaba cuando lo vi, pero podría haberse cambiado.
—¿Es ese? —preguntó Anna, y el corazón casi me estalló. Pero el hombre que estaba señalando era afroamericano.
—Lo siento —dijo—. Vi unos tejanos y una camiseta y me precipité.
Entramos y salimos de todas las tiendas y los bares de la terminal de salidas, pero Garv no aparecía. El único lugar que quedaba por comprobar era la puerta, pero sin tarjeta de embarque no podíamos cruzar la barrera y la oficial que la custodiaba no tenía el más mínimo interés en nuestra historia.
—Es por seguridad. Podrían ser terroristas.
—¿Tenemos pinta de terroristas? —pregunté con la esperanza de que razonara.
Mordisqueo su chicle varias veces y contestó:
—Sí, la tienen.
La mire fijamente con intención de hipnotizarla para que cediera. Ella me miró a su vez, afable e impasible, y con cada segundo vacío mi esperanza se desvanecía un poco más. No obstante, no me rendí.
—Miremos de nuevo en las tiendas y bares.
Pero Garv no aparecía por ninguna parte. Sudando, con el corazón a tope, corrí de un lado a otro como una gallina sin cabeza mientras Anna intentaba darme alcance, y solo me detuve cuando me venció el agotamiento. Aun así, me resistía a abandonar.
—Esperemos un rato para ver si viene.
—Vale —dijo Anna, estirándose y explorando como una mangosta en guardia.
El tiempo pasó y finalmente perdí la esperanza.
—No lo encontraremos. Será mejor que nos vayamos.
Regresé a casa, sintiéndome como un molde de cera de mí misma. Las calles y las casas de Los Ángeles desaparecieron y yo conducía por una tierra yerma.
—Puedes llamarle en cuanto llegue a Irlanda-me animó Anna.
—Sí —farfullé, pero un pánico helado se había asentado en mi estómago.
Sabía que era demasiado tarde. Garv había venido, yo había elegido a Shay y Garv se había marchado. Eso era todo. Había tenido mi oportunidad y la había desperdiciado. Me di cuenta de ello como cuando en un avión te estallan los oídos y de pronto todo recupera la claridad.
—Fui una tonta al creer que lo alcanzaría en el aeropuerto —dije apesadumbrada—. Esas cosas solo ocurren en las películas.
—Con Meg Ryan de protagonista —añadió Anna, también con pesar.
—Él habría saltado la barrera.
—Y todo el mundo habría aplaudido.
Suspiramos y continuamos el trayecto en silencio.
Durante mucho tiempo había pensado en mi matrimonio como en un lugar oscuro y horrible adonde no quería ir. No había sido capaz de recordar nada bueno de él, pero de repente me acordé de un montón de cosas. Como cuando nos preparábamos para salir a cenar y Garv aparecía con sus Calvin y una botas viejas de vaquero y decía: «¡Estoy listo!». Yo arrugaba la frente y contestaba: «No puedes salir así. Hace frío. Necesitas una chaqueta». Luego yo me salpicaba la cara de maquillaje pero no lo esparcía. Entonces Garv decía: «Exquisita, querida, eres como una flor. Pero no te iría mal una pizca de pintalabios». Entonces me pintaba una línea en el mentón o la frente y el declaraba: «¡Perfecto!». Y me tendía una bola de algodón para que me limpiara.
Y los viernes por la noche eran fantásticos. Alquilábamos una película de vídeo, comprábamos comida preparada (en eso no había diferencia), nos tumbábamos en el sofá y nos relajábamos.
Y antes del segundo aborto, el viernes por la noche también había sido noche de sexo. Eso no quiere decir que no lo hiciéramos otras veces (los domingos por la mañana también eran un buen momento), pero el viernes por la noche había sexo seguro. Y aunque, como ya he dicho, hacía mucho que no lo practicábamos en la mesa de la cocina, no tenía queja. Era maravilloso estar con alguien que conocía mi cuerpo casi tan bien como yo.
Luego me acordé de cuando preparábamos el cepillo de dientes del otro. Y cuando íbamos al restaurante mexicano del barrio y compartíamos una cesta de alas de pollo de primero, una cesta de alas de pollo de segundo y una cesta de alas de pollo de postre.
Y cuando...
Los recuerdos, a cuál más feliz, se agolpaban en mi cabeza para ser inspeccionados. Tuve que meterme el puño en la boca para no aullar de pena.
Lo había oído muchas veces, pero nunca pensé que llegaría a aplicármelo: no sabes lo que tienes hasta que lo has perdido.
Cuando llegamos a Santa Mónica, no estaba segura de cómo lo había conseguido.
—¿Quieres que te deje en el Ocean View? —pregunté a Anna.
—No, te acompaño a casa de Emily.
Al llegar introduje la llave en la puerta y casi me desplomé en el salón, donde había tanta gente sentada en silencio que lo primero que pensé fue: ¿Quien se ha muerto? Entonces reparé en Emily, Troy, Mike, Charmaine, Luis, Curtis, Ethan...
—Tienes un invitado, tía —dijo fríamente Ethan mientras señalaba a la persona que tenía a su lado. Que resultó ser Garv.
—Creía que habías vuelto a Iowa. —El pasmo me hizo parecer estúpida.
—No pude subir al avión. Solo tenía un billete de lista de espera. ¿Qué tal tu cita?
—Breve. Grotesca. Fui a buscarte al aeropuerto.
Mi cara ardía de emoción y todo el mundo me miraba fijamente, abriéndome agujeros con sus ojos. ¿Era mi imaginación o estaban todos apiñados alrededor de Garv con aire protector, mientras me lanzaban vibraciones hostiles?
Emily se levantó.
—Será mejor que los dejemos solos.
Tras una pausa reacia, todos la siguieron mansamente hasta la puerta. Cuando Curtis pasó junto a mí, señaló a Garv y comentó enfadado:
—Este tío es mucho mejor que el hortera del cochazo que te trajo a casa el viernes por la noche.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Emily.
—Tiene un telescopio —explicó Luis.
—Grrr —gruñó Emily.
—Este encanto no es como un corte de pelo —dijo Luis, inclinándose hacia mí cuando se marchaba—. Si la jodes, no vuelve a crecer. ¿Entiendes?
—Eh, entiendo.
—Si no vuelve, nunca fue tuyo —fue la aportación de Ethan—. Si vuelve, es tuyo para siempre.
—Ten cuidado con lo que deseas —me recordó Mike. En eso tenía razón. Había deseado a Shay.
—Piensa en el caracol —dijo Charmaine.
—¿Qué? —preguntaron varios.
—¿El caracol? —oí inquirir a Emily—. ¿Qué es eso del caracol?
Entonces Garv y yo nos quedamos solos.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó con cautela.
—Tenías razón. Lo siento.
—¿Razón sobre qué?
—Sobre Shay Delaney. Todavía estaba un poco colgada de él, pero no me daba cuenta. Te lo juro.
Garv se frotó los ojos. Parecía agotado.
—He aquí una ocasión en que me habría gustado estar equivocado.
—Lo siento, lo siento mucho.
—Yo también lo siento.
La forma en que lo dijo disparó la alarma dentro de mí. Era la clase de disculpa equivocada. Sonaba a final y derrota.
—¿Por qué? —pregunté demasiado deprisa.
—Por todo. Por Karen, por los terribles meses en que dejamos de hablarnos, por mantener la boca cerrada en lo referente a Delaney y confiar en que se te pasaría.
—Se me ha pasado. —Me faltaba el aliento—. Lo juro.
—¿Por qué fuiste al aeropuerto?
—Porque... —¿Cómo podía describirlo? ¿Cómo podía expresar el momento en que la imagen adquirió claridad y Garv estaba en el centro?—. Creía que todo había terminado entre nosotros, realmente lo creía. Pero cuando hoy te vi, me di cuenta de que mis sentimientos seguían vivos y supe que siempre te quitaría el caracol del parabrisas. A ti y a nadie más.
Termine con un ahogo y, como Garv no decía nada, los nervios estuvieron a punto de destrozarme. Me sentía como una presa esperando a oír el veredicto del jurado.
—Deja que te lo diga de otro modo —probé de nuevo—. Te quiero.
—¿En serio?
—Sí, en serio. Si no te quisiera, ¿habría ido al aeropuerto e intentado ser Meg Ryan?
Y él me sorprendió diciendo:
—En realidad el avión no iba lleno. Lo dije únicamente para agarrarme al último jirón de amor propio que me quedaba. Llegué al aeropuerto y pensé que era una estupidez haber venido hasta aquí para rendirme tan pronto. —Se encogió de hombros—. Volví para intentarlo una última vez.
—Ah... ¡Genial! ¿Porqué?
Desvió la mirada mientras meditaba algo. Luego se echó a reír.
—Porque eres mi favorita.
—Y tú eres mi favorito.
—No me copies.
—Lo siento. Te quiero.
—Te quiero.
—Ahora eres tú quien me copia.
—Porque tengo muy poca imaginación.
—Ya somos dos. Tenemos mucho en común.
—Sí.
—¿Qué habrías hecho si no hubiera vuelto a casa? —pregunté con precaución— ¿Si me hubiera... quedado con Shay?
—No lo sé. Volverme loco, supongo. Habría empezado a comer bombillas.
—En ese caso, las bombillas están a salvo.
—Sí.
—Sí. —Tragué saliva y de repente la forma en que Garv me estaba mirando me puso nerviosa—. Bueno... ¿y qué ocurre ahora?
—Estamos en Hollywood —dijo, dando un paso hacia mí—. Así que... podríamos arrojarnos en coche por un acantilado.
—O bajar corriendo por una colina en cámara lenta. —Me aproximé hasta que estuve lo bastante cerca para recibir el delicioso olor a Garv.
—O podría rodearte con mis brazos y besarte hasta que la habitación empezara a dar vueltas.
—Me gusta lo del beso —susurré.
—A mí también.
Y eso hicimos.