Capítulo 23
Una vez en el jeep, desvié la cara hacia la ventanilla porque no podía soportar mirarle y no tocarle. Él conducía en silencio, demasiado deprisa. Cuando quedamos atrapados en un semáforo en rojo, cometí el error de mirarle y al instante tuve su boca pegada a la mía.
Hasta ese momento no supe qué clase de beso esperar porque su boca era dura pero él era dulce. Sin embargo, me sorprendió la calidad del beso. Lo que me hizo pensar que era un experto besando no era solo mi falta de práctica. Besaba de forma juguetona, seductora y un poco lasciva.
Nos besamos a lo largo de tres cambios de luces. En aquel momento yo no era consciente, pero después comprendí el origen del fragor que había creído oír vagamente. Los bocinazos iracundos debieron de producirse cuando el semáforo se puso en verde y no nos movimos. La aceleración de motores significaba probablemente que nos estaban adelantando. El segundo estallido de bocinazos debió de producirse cuando el siguiente grupo frenó detrás de nosotros mientras estábamos en rojo y el semáforo volvió a cambiar.
No sé cómo pero volvimos a movernos, esta vez aún más deprisa, después aparcamos en una calle atestada de basura, Troy abrió una puerta de metal cubierta de pintadas y subimos por una escalera de cemento. Su apartamento era pequeño y estaba desordenado, lleno de libros y montones de manuscritos, luego nos tumbamos en su cama, frente a frente.
—¿Estás segura de que quieres hacer esto? —murmuró mientras acariciaba la raya de mi pelo con el pulgar, haciende que me estremeciera.
Toda mi vida he sido prudente y he postergado los acontecimientos hasta tener la certeza de que hacía lo debido. Ahora, sin embargo, la impaciencia me devoraba.
—Sí.
—Acabas de romper con tu marido...
No estaba interesada en jugar al escondite, en contenerme, en esperar a volverle loco. Quería esto y lo quería ya.
—Han pasado seis semanas. Y estaba roto desde hacía mucho antes. —Me faltaba el aire. No solo a causa del deseo, sino del temor a que me rechazara.
—No soy de fiar —susurró.
—Ya me lo has dicho. ¿Quieres que firme una cláusula de renuncia?
Rió. Tomé su mano y la puse sobre mi piel.
—Enséñame otra vez cómo llegar a tu apartamento desde Santa Mónica.
—Puedo hacer mucho más que eso.
Se quitó la camiseta y dejó al descubierto un torso fino y sin vello. Luego se quitó el resto de la ropa para mostrar un cuerpo nervudo, de caderas estrechas, dotado de esa piel aceitunada, perfecta. Si te digo que era el hombre más hermoso que había visto en mi vida probablemente estaría exagerando, pero puedes hacerte una idea.
Poco después empezó a quitarme el vestido y a decirme lo mucho que me deseaba.
Claire me había hablado de la primera vez que se acostó con alguien después de separarse de James, de lo nerviosa que estaba. Después de dejar a Garv, me había resultado imposible imaginarme con otro hombre, literalmente imposible. Sin embargo, era mucho más fácil de lo que había pensado.
—Eres preciosa —susurró al tiempo que desanudaba lentamente el pañuelo Halston del cuello y, con igual lentitud, me ataba un extremo a la muñeca y el otro al poste de la cama. ¡Cielos!
—No te muevas —ordenó, y se alejó un momento para... volver con unas cuerdas delgadas—. ¿Te parece bien? —preguntó mientras ataba mí otra muñeca al otro poste de la cama.
—No lo sé. Nunca lo he hecho.
—Bueno, pues ya era hora. —Rió, y al momento estaba sosteniendo mi pie en una mano y atando una cuerda a mi tobillo, hasta que las cuatro extremidades estuvieron bien sujetas y yo quedé abierta sobre la cama.
Ahora sí tenía miedo. ¿Y si era un asesino en serie? ¿Y si tenía intención de torturarme y acabar con mi vida?
De pronto estaba deslizando lentamente la lengua por mi pierna, tomándose su tiempo, deteniéndose en mi rótula, y para cuando hubo alcanzado el muslo, yo había decidido que si era un asesino en serie, me daba igual. Arriba, arriba, pero nunca lo suficiente, luego atrás —casi me atraganto—, hasta que finalmente llegó a donde quería que llegara.
Había olvidado cuan fabuloso puede ser el sexo. Dicho de otro modo: hacía mucho tiempo que Garv y yo no hacíamos el amor en la mesa de la cocina (el hecho de que todavía estuviéramos esperando que nos la trajeran tampoco ayudaba, claro). Esto era placer puro, egoísta, todo para mí.
Los círculos fueron en aumento, el placer se intensificó, alcanzando ese dulzor casi insoportable, hasta llegar a la cima. Me estremecí, impotente, hasta que la explosión amainó y recuperé el sentido mientras luchaba por respirar.
—Eres muy bueno —dije medio riendo.
Él sonrió y, arrastrando las palabras, respondió:
—Practico mucho.
De pronto se arrodilló entre mis piernas con una erección impresionante, furiosa, columpiando la punta sobre mí, apartándola, entrando dos centímetros, saliendo, entrando un poco más adentro, otra vez fuera, y yo solo quería que me embistiera y me llenara. Pero en medio de esas sensaciones estaba la preocupación de la anticoncepción. Lo último que necesitaba era quedar embarazada de Troy.
Entonces lo vi sacar un pequeño objeto de plástico del cajón y desplegar un condón con gesto ininterrumpido. Luego se hundió en mí y fue salvaje. Aunque tenía los brazos y las piernas atadas, mi espalda se arqueaba, mis caderas daban sacudidas y me volvía loca de deseo bajo su cuerpo. De pronto él gimió «Sí, sí». Más alto, cada vez más alto, y luego se estaba corriendo, los ojos cerrados, el rostro atormentado, la cabeza arqueada hacia atrás. En el momento del clímax, su cuerpo quedó paralizado y ya nada se movía salvo los espasmos en mi interior.
Súbitamente debilitado, se desplomó sobre mí, haciendo que nuestros pechos palpitaran juntos. Luego se apoyó sobre los codos y me miró con expresión divertida.
—Vaya —musitó—, esto te encanta, ¿verdad?
Me desató y la segunda vez nos lo tomamos con más calma, con mucha más calma. Los dos de costado, sin apenas movernos, unidos por la entrepierna, nos sumergimos en el otro con las acciones más delicadas. Le miré a los ojos y me olvidé de quien era.
El sol ya estaba asomando cuando nos dormimos. Poco después desperté y la luz amarilla de la mañana llenaba la habitación. Presa de pánico, volví la cabeza sobre la almohada y ahí estaba él. Despierto y mirándome. Se apretujó contra mí, me miró fijamente y dijo:
—Nuestra primera mañana juntos.
Su lento hablar hacía que todo sonara cómico, así que reí, luego introduje mis manos bajo la sábana hasta encontrar lo que quería —piel de terciopelo sobre hierro—, y resbalé cama abajo hasta alcanzarlo.
—Tu turno.
Insistió en devolverme el favor y, con un suspiro de pesar, dijo:
—Me encantaría hacer esto todo el día, pero tengo trabajo. Vamos, te llevaré a casa.
Al salir de su apartamento tropezamos con un grupo de turistas cargados de planos y Leicas, deambulando por las ruinosas calles con cara de pasmo. ¿No era Hollywood un lugar lleno de glamour? Mientras subíamos al jeep, nos observaron esperanzados, deseosos de que fuéramos famosos, y nos alejamos todavía con sus miradas fijas en nosotros.
Durante el trayecto a Santa Mónica ninguno habló. Yo tenía los ojos cerrados, sumergida en una gran sensación de bienestar. Luego la voz de Troy susurró:
—Despierta, irlandesa, hemos llegado.
Abrí los ojos. Estábamos delante de la casa de Emily y los tambores del Ritmo de la Vida salían en ese momento de casa de Mike y Charmaine para entrar en sus Mercedes y Lexus.
Me desperecé.
—Gracias por traerme, por la fiesta y, bueno, por todo.
—Ha sido un placer. —Troy deslizo una mano por debajo de mis cabellos hasta la nuca y me dio un beso fugaz.
—¡Llámame! —exclamé mientras saltaba del jeep.
—Por supuesto —aseguró, sonriendo—. Te escribiré cada día.