Capítulo 11

Deposité lentamente la planta del pie en otro punto de la alfombrilla del baño y experimenté una gran sensación de alivio. Los mullidos gránulos de lana eran como bálsamo para mis doloridos pies. Moví el otro pie y sentí sobre la piel el contacto de cada fibra... Qué suave, qué dulce... De nuevo la otra planta.

¿Cuánto tiempo llevaba así?

Mucho. Quizá debería terminar de secarme. Quizá alguien quería utilizar el cuarto de baño.

Llegué como pude hasta mi habitación para vestirme. Una cosa tenía clara: no pienso volver a beber martinis complicados en mi vida.

Decididamente Emily era una mala influencia. Yo, que no tenía nada de juerguista empedernida, me había emborrachado dos veces en dos días. Y jamás me había duchado con las gafas de sol puestas. ¿Qué decía eso de las compañías que estaba frecuentando?

No me habría importado si no hubiese sido la única que estaba hecha polvo. Me había despertado a las ocho de la mañana con la sensación de estar emergiendo de un coma, mi habitual pavor a despertar más pronunciado que nunca, y había encontrado a Lara y Emily en la cocina, bebiendo batidos y charlando como gente normal. Criaturas curtidas.

—¿Estás bien? —Emily parecía preocupada.

—Sí —dije—. Es solo... que no puedo abrir los ojos. Me duelen demasiado.

Emily me había dado unas gafas de sol y unos calmantes, junto con el consejo de que me duchara. Eso no me ayudó, a diferencia de la alfombrilla del baño, por lo menos mientras permanecí encima de ella.

Mientras me vestía, se me cayeron las gafas y al agacharme para recogerlas unas lagunas negras bailaron ante mis ojos, por lo que tuve que dejarlas donde estaban. Luego entré en la sala de estar y el sonido de mis pies sobre el parquet se me hizo insoportable.

Vislumbré a medias una almohada y una colcha en el sofá, indicios de que Lara había dormido en él, pero cuando eché un vistazo a la habitación de Emily, la ropa de Lara estaba esparcida por el suelo. Probablemente se había acostado con Emily.

No acostarse de acostarse. Solo acostarse de acostarse. Bueno, ya me entiendes.

Troy había llegado mientras me hallaba en la ducha. Al verle, afilé mis ojos doloridos. Seguía extrañamente atractivo, como un bloque de granito.

—Hola, Maggie —me saludó.

- ¿Ktal? -mascullé, demasiado exhausta para corresponder a su animado saludo. Tenía que estirarme. Con sumo cuidado, descendí sobre el sillón y apoyé la espalda en los cojines, pero hasta cuando dejé de moverme seguí sintiendo que me hundía, me hundía...

Emily, Lara y Troy estaban hablando de la presentación del guión. Oía a lo lejos el murmullo de sus voces.

Descubrí que si me acariciaba la mejilla con un mechón de pelo, el dolor de mis huesos faciales amainaba ligeramente. Así pues, lo arrastré desde la nariz hasta el oído y viceversa una y otra vez.

—¿Estás bien, irlandesa? —Troy estaba de pie junto a mí—. ¿Qué te pasa con el pelo?

Demasiado maltrecha para azorarme, se lo conté. Luego también le conté lo de la alfombrilla del lavabo.

—Necesitas un masaje —declaró—. Hay que trabajarte los puntos de compresión.

—¿Tú?

—No —Rió suavemente—. El maestro. Espera y verás.

Minutos después se abrió la puerta principal y una mañana cegadora inundó la sala.

—Cierra —supliqué.

Era Justin, que venía con el rostro radiante y una camisa hawaiana en tonos amarillos y rojos. De inmediato pensé que iba a vomitar.

Unos golpecitos en el suelo, como pequeños chasquidos resbaladizos, me avisaron de una segunda presencia: un pequeño terrier escocés a la caza de motas de polvo y, por lo general, una monada. Desiree, supuse.

—Llegas justo a tiempo, chaval —dijo Troy—. La señorita necesita ayuda.

—¿De veras? —preguntó Justin con su voz aguda—. ¿Qué problema tiene? —Se arrodilló junto al sofá y, con gesto teatral, me tomó el pulso de la muñeca.

—Resaca —farfullé, apartando la vista de su camisa.

—Culpa mía —se disculpó Emily.

Justin entrelazó los dedos de ambas manos y los flexionó hacia delante y hacia atrás.

—Muy bien. ¿Qué te duele?

—Todo.

—Todo. Muy bien. Lo arreglaremos todo.

Temí que tuviera que quitarme alguna prenda, pero al parecer Justin solo estaba interesado en mis pies: reflexología. No estoy orgullosa de mis pies. Siempre que me habían hecho reflexología, la vergüenza que me daban mis callos y el hecho de que mi dedo índice fuera más largo que el pulgar me había impedido disfrutar. Lo bueno de sentirme morir, no obstante, era que el estado de mis pies me traía sin cuidado.

Y Troy tenía razón. Justin era un maestro.

A medida que iba presionando y amasando con placentera firmeza, el dolor fue desapareciendo hasta que, para mi sorpresa, volví a ser yo misma.

Me senté. Los pájaros cantaban y el mundo era soportable. El sol ya no era un malvado duende amarillo, sino un amigo querido y deseado. Hasta pude contemplar la camisa de Justin.

—Eres un reflexólogo milagroso —comenté con admiración—. Podrías ganarte la vida con eso. ¿Era lo que hacías antes de convertirte en actor?

—No. No es más que una afición. Aprendí a hacerlo para encontrar novia.

—¿Y funcionó?

—No.

—Todavía no, querrás decir.

—He desistido. No solo soy el tipo gordo prescindible en el cine, soy el tipo gordo prescindible a secas. Ahora solo vivo para Desiree. Aunque en realidad —añadió con alegría—, también la adquirí para conocer mujeres. Pensé que podría buscar novia mientras me paseaba por los parques para perros, pero tampoco funcionó.

—Es imposible encontrar amor en esta ciudad —declaró Emily—. La gente está demasiado absorta en el trabajo. Y tampoco hay lugares para conocer gente.

—¿Y los bares y las discotecas? —Estaba segura de que había oído de mis hermanas y amigas irlandesas miles de historias acerca de entrar en una discoteca y despertarse a la mañana siguiente con un extraño en la cama. Por lo visto, las raras veces que eso no ocurría merecían un comentario y me hacían envidiar la vida de soltera.

—Amigos de amigos, así es como normalmente conoces a gente en Los Ángeles —Emily clavó una mirada intencionada a Troy. Si estaba esperando que este le contara lo de su noche con Kirsty, se llevó un chasco.

Troy se acercó a mí e inquirió:

—¿Te sientes mejor?

Reclinada de nuevo sobre mi espalda, asentí con la cabeza.

—Estupendamente. Lista para mis quince kilómetros de footing.

—Yo no bromearía con esas cosas por aquí —advirtió la voz incorpórea de Emily—. Bueno, ¿vamos a trabajar o qué?

Se sentaron en torno a la mesa de la cocina como un consejo de guerra. Hasta Desiree se instaló en una silla y prestó toda su atención. Más tarde me enteré de que había aparecido en un par de películas.

La puerta y las ventanas estaban abiertas, dejando entrar el sonriente día. A mediodía Emily llamó a un restaurante cercano y media hora después llegó comida suficiente para alimentar a un ejército.

—¿Quieres un poco? —me preguntó desde la cocina—. ¿O lo vomitarás?

—Creo que podré tomar un par de bocados. —El dolor de cabeza se había esfumado, pero todavía conservaba una ligera sensación de náuseas.

Troy me trajo un plato y, al tratar de incorporarme, dijo:

—No hace falta —E intentó equilibrarlo sobre mi torso.

Pero como tengo senos y estos son, por naturaleza, bamboleantes, el plato se resistía a permanecer quieto.

—Será mejor que lo sostengas —decidió con una sonrisa turbada—. ¿Lo tienes? —preguntó. Entonces me miró fijamente con sus ojos verdosos y, de pronto, la turbada era yo.

Cuando se hubo marchado, engullí prudentemente algunos bocados y, maravillada, comprobé que permanecían en mi estómago. Al cabo de un rato volvió Troy.

—¿Has terminado?

No sé por qué, pero le miré a los ojos por un instante antes de contestar:

—Sí.

Troy levantó el plato de mi pecho y, al hacerlo, me rozó un seno. De pronto mis pezones se endurecieron, apuntándolo como dos misiles bajo la camiseta.

Troy los miró y luego me miró a mí. Sabía que debería haberme reído, pero no pude. Luego le vi alejarse para reunirse con los demás.

Permanecí tumbada en el sofá hojeando lo que pensé que era el Daily Variety y resultó ser el Los Ángeles Times. Todas las noticias estaban relacionadas con el mundo del cine. Nada sobre guerras, masacres o desastres naturales, solo artículos inocuos acerca de estrenos y recaudaciones... Se me cerraron los ojos.

Emily estaba improvisando su presentación y de vez en cuando flotaba hasta mis oídos una observación.

—Emily —decía el sonsonete amable de Troy—, no me estás convenciendo.

—No lo compares con Muérete, bonita.

En un momento dado sonó el teléfono y Emily se materializó por encima de mi cabeza.

—¿Estás despierta? —preguntó—. Te llaman de casa.

La forma en que lo dijo me sobresaltó y me incorporé demasiado deprisa. Era Garv, ¿verdad?

No era Garv, sino mi padre. Estuve a punto de intentar levantarme y buscar intimidad en otra habitación, pero decidí ahorrarme el esfuerzo. Solo era papá. Así y todo, debí comprender que pasaba algo. Papá detestaba el teléfono y solía tratarlo como sí emitiera gases tóxicos. ¿Por qué llamaba?

Tenía algo que decirme, declaró con voz temblorosa y atormentada.

—Aunque quizá no te venga de nuevo.

—Habla. —El corazón todavía me latía con fuerza por la creencia de que era Garv.

—Esta noche, cuando regresábamos a casa en coche.

—¿Esta noche? —Claro, Irlanda iba ocho horas por delante—. Sigue.

—Vimos a Paul... quiero decir a Garv. Iba acompañado de una joven y parecían... —Papá se interrumpió. Yo contuve la respiración y lamenté no haberme llevado el teléfono a la habitación. Demasiado tarde. El miedo me había paralizado—. Parecían, bueno, parecían bastante acaramelados —continuó papá—. Tu madre dijo que no sacaría nada con contártelo, pero pensé que preferirías saberlo.

Tenía razón. Hasta cierto punto. La idea de que me engañaran no me hacía ninguna gracia. Y, en cualquier caso, ya lo sabía, ¿o no? Aunque tener una fuerte sospecha no era lo mismo que saberlo con certeza.

—¿Estás bien? —balbució papá.

Dije que sí, pero en realidad no tenía idea de cómo me sentía.

—¿Reconociste a la chica? —Mi ritmo cardíaco se disparó.

—No.

Dejé escapar un bufido. Por lo menos no era ninguna de mis amigas.

—Lo siento muchísimo, cariño —dijo papá con pesar. Maldito hijo de puta, pensé. Hacerme esto no solo a mí, sino también a mi pobre padre.

—No te preocupes, papá, probablemente sea su prima.

—¿Tú crees? —preguntó esperanzado.

—No —repuse—, Pero no importa, de verdad que no importa.

Aturdida, colgué. ¿Qué diantre significaba eso de que parecían «acaramelados»? ¿Qué estaban haciendo? ¿Besuqueándose en plena calle?

Levanté la vista y tropecé con un cuadro de miradas inmóviles. Hasta la cabeza de Desiree estaba compasivamente ladeada.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Emily.

Estaba demasiado conmocionada para disimular. La reacción de todos fue inmediata y solidaria. Lara me sirvió una copa, Emily me encendió un cigarrillo, Justin me apretó los puntos de compresión de las sienes, Troy me recomendó la respiración profunda y Desiree me dio un lametón.

—¿No os habíais separado ya? —preguntó Lara.

—Sí, pero...

—Lo sé. Sí, pero... —repitió, comprensiva—. Todos hemos pasado por eso.

El teléfono volvió a sonar y contestó Emily. Su cara era la viva imagen de la desgana.

—Tu madre.

Cogí el teléfono y me fui a mi habitación.

—¿Margaret?

—Hola, mamá. —Cerré la puerta tras de mí.

—Soy mamá.

—Lo sé. —Y también sé por qué llamas.

—¿Cómo te va? ¿Sigue haciendo sol?

—Sí. Y todavía no me he caído en la falla de San Andrés.

—Tengo algo que decirte y voy a decírtelo sin rodeos. No tiene sentido irse por las ramas cuando alguien tiene algo que decir. Es preferible decirlo...

—Mamá...

—Es sobre ese Paul con el que estabas casada —disparó—. Esta noche lo vimos en la ciudad. Iba caminando por Dame Street con una... una... una chica. Parecían bastante enamorados.

De modo que ahora era «enamorados». Como si «acaramelados» no fuera suficientemente malo. Trague saliva. El muy cabrón, pensé.

—Tu padre quería ocultártelo, pero yo sé que tú eres como yo, que tienes tu amor propio y prefieres conocer la verdad.

Puede, pero aun así estaba furiosa.

—Lo siento mucho. —Mamá parecía súbitamente afligida—. Siento no haberte entendido cuando dijiste que le habías dejado. Si hay algo que pueda hacer...

En ese momento recordé las dos ocasiones en que había sentido el impulso de telefonear a Garv. Me embargó una alegría demente por no haberlo hecho. ¿Te imaginas que ella hubiera estado allí? ¿Que ella hubiera contestado al teléfono? Me habría sentido terriblemente humillada.

—¿La reconociste?

—No.

Cuando salí del cuarto, Troy dijo:

—¿Tu madre? Las buenas noticias vuelan.

Emily me sujetó las manos para detener los temblores mientras sobre mí caía una lluvia de reconfortantes tópicos. Lo superaría. El dolor pasaría. Ahora era horrible, pero cada vez iría a menos.

El teléfono volvió a sonar. Nos miramos. ¿Quién podía ser ahora?

—Helen —anunció Emily, tendiéndome el auricular—. Su hermana —explicó a los demás.

Volví a encontrarme en mi habitación.

—¿Helen?

Percibí un titubeo impropio de ella.

—Quizá te preguntarás por qué te he llamado, y en cierto modo yo también. Ha ocurrido algo y mamá y papá dijeron que no debía contártelo bajo ningún concepto, pero creo que debes saberlo. Es sobre ese capullo con el que te casaste. Sé que otras veces me he inventado cosas sobre él, pero esta vez lo que voy a decirte es cierto.

—Adelante.

—Esta noche lo vimos en la ciudad. Estaba con una chica y caminaba pegado a ella como un sarampión.

—¿A qué te refieres? —Tenía curiosidad por saber qué habían estado haciendo.

—Él tenía la mano en la cintura de ella.

—¿Eso es todo?

—Bueno, en realidad un poco más abajo —confesó—. Digamos que la tenía en el culo. Se lo estaba estrujando y ella reía.

Cerré los ojos. Demasiada información. Pero quería saber más.

—¿Cómo es ella?

—Tiene la cara desfigurada.

—¿De veras?

—No, pero puedo arreglarlo.

—Por el amor de Dios, Helen, ella no tiene la culpa.

—Vale, entonces la de él. Puedo encargarme de que alguien le dé una buena paliza. Será mi regalo de cumpleaños. O podría cambiártelo por el bolso.

—No. Te lo ruego.

—Podríamos quemarle la casa.

—No, la mitad es mía.

—Tienes razón.

—Prométeme que no harás nada. Sobreviviré, te lo juro.

—Lo siento mucho —dijo Helen. Parecía sincera y me conmovió—. Al menos podrías dejar que me encargara de que le rompan las piernas-añadió,

A los pocos segundos de colgar, el teléfono sonó de nuevo. Anna.

—Otra hermana —oí decir a Emily a los oyentes mientras yo, por tercera vez en diez minutos, cerraba la puerta de la habitación tras de mí.

—Hola, Anna —dije rápidamente, deseosa de ahorrarme su compasión y embarazo. Ya había tenido suficiente—. Gracias por llamar, pero lo sé todo sobre Garv y su nueva novia.

—¿Qué?

—Lo sé todo sobre Garv y la chica. Mamá, papá y Helen me han llamado por separado para contármelo. ¿Por qué has tardado tanto?

—¿Garv tiene una novia?

—Parecía atónita.

—¿No lo sabías?

—No.

—Oh. —Recordé que Anna nunca había sido el lince más rápido del monte—. Entonces, ¿por qué llamas?

Larga pausa y descenso de nuez audible.

—Me la he pegado con tu coche.

Otra larga pausa y suspiro audible.

—¿Mucho? —pregunté.

—¿Qué significa mucho?

—¿Has matado a alguien?

—No. Choqué contra un muro yo sola. El morro está un poco chafado, pero la parte trasera no tiene ni un rasguño.

Tardé un tiempo en digerir la noticia.

Debería haberme importado, pero no era así. Solo era un coche.

—Pero, Anna, ¿qué estabas haciendo?

—Pues... conducir-respondió, algo confusa.

Tras unos costosos segundos de silencio intercontinental, pregunté:

—¿Estás herida?

—Sí.

Me inquieté ligeramente.

—¿Tienes algo roto?

—Sí.

—¿Qué?

—El corazón.

Claro. Shane. Pero pese a lo mucho que quería a Anna, estaba demasiado mal para consolarla. Había llegado la hora de los tópicos. Por fortuna, tenía varios a mano.

—No desesperes, se te pasará —mentí—. Y en cuanto al coche, está asegurado. ¿Podrás encargarte?

—Sí, sí. Gracias, y lo siento, no volveré a hacerlo. Lo siento mucho.

—No te preocupes.

La seriedad de la situación exigía una mejor respuesta, pero solo alcance a decir:

—Anna, tienes veintiocho años.

—Lo sé —respondió ella con pesar—. Lo sé.