Capítulo 26
El domingo por la noche vino Lara.
—¿No sales con Nadia? —preguntó Emily.
—No, se ha decolorado el ano y no puede sentarse.
—¿Qué has dicho? —balbucí—. ¿El ano? ¿Decolorado?
—Es lo último en cirugía plástica —explicó Lara—. Muchas chicas lo hacen para embellecerlo.
—Como el que se blanquea los dientes —intervino Emily—. Solo que en lugar de los dientes es el ano.
—¡Os lo estáis inventando!
—¡No!
—Pero ¿quién se lo va a ver...? ¿Cuándo...? —me interrumpí.
Prefería no saberlo.
—Me he hecho un regalo. —Lara colocó una caja delante de nosotras.
—¡Muy bonito! —exclamó Emily—. ¿Qué es?
—Es mi nuevo identificador telefónico. Es tan sofisticado que casi puede decirme qué está pensando el que llama. ¡Escuchad las funciones!
Mientras Lara enumeraba todas las cosas que el aparato podía hacer pensé en Garv —los hombres y sus chismes— y me pregunté qué relación existía entre amar esos artilugios y querer sexo con las chicas.
Nos trasladamos con una botella de vino a las tumbonas del aromático jardín trasero, donde Lara intentó sonsacar a Emily detalles de su cita de treinta y seis horas con Lou. Emily, sin embargo, zanjó el tema con irritación.
—Lo pasé bien, pero no llamará. —Estaba mucho más interesada en analizar su situación laboral—. El nuevo guión que estoy escribiendo no va bien, así que si Mort Russell pasa de Dinero plástico el juego habrá terminado para mí. —Sopló sobre sus manos y palideció—. No tendré más opción que regresar a Irlanda.
Lara meneó la cabeza y comentó:
—He estado pensando en ello. Tiene que haber otros trabajos que puedas hacer.
—Por supuesto. Sé que buscan gente en Starbucks.
—Me refiero a trabajos de escritora. Por ejemplo, pulidora de guiones.
—¿Qué es eso? —pregunté a Emily.
—Cojo un guión infumable que está a punto de producirse, le doy coherencia, añado algunos chistes y convierto a los personajes en seres tridimensionales y atractivos. Me pagan una miseria y el reconocimiento es para otro. —Emily suspiró—. Me encantaría, pero en esta ciudad hay muchos escritores y todos buscamos los mismos trabajos. David dice que ha hecho lo posible por mí.
—Agentes, tangentes... Ha llegado la hora de que seas tú quien salga ahí afuera a venderse —aconsejó Lara.
—¡Ya lo hago!
—Has de hacer algo más que ponerte guapa y repartir tarjetas en las fiestas. Tienes que molestar a la gente. Siempre y cuando sea cierto que no quieres volver a Irlanda.
—No quiero.
—De acuerdo. Veré si puedo mover algún hilo, y también Troy. ¿Qué me dices de aquel tipo irlandés? Ya sabes, el que trabaja en Dark Star Productions. Shay nosequé. ¿Shay Mahoney?
—Shay Delaney. —Percibí la repentina incomodidad de Emily.
—Ese. Quizá tenga películas irlandesas malas que necesiten un repaso.
—Estoy segura de que tiene un montón de películas irlandesas malas a las que no les iría mal un repaso —dijo Emily—, pero no hay dinero para pagar ese trabajo.
—Nunca se sabe —repuso pensativamente Lara—. Llámale. Convéncele.
Emily soltó murmullos evasivos y yo respiré aliviada. No quería que le llamara.
—¡Basta de penas! —exclamó—. Tenemos que animarnos. Lara, ¿por qué no nos cuentas la historia de «yo estoy bien, tú estás bien»?-Se acurrucó en la tumbona como el niño que se prepara para el cuento de buenas noches—. Venga —insistió con la expresión de quien ya ha oído la historia muchas veces—. Llevaba siete años teniendo diecinueve años y la cosa empezaba a oler...
Lara respiró hondo y comenzó.
—De acuerdo. Llevaba siete años teniendo diecinueve años y la cosa empezaba a oler. Había sido la chica más guapa del instituto y hacía siete años que había llegado a Los Ángeles con la esperanza de ser la próxima Julia Roberts.
Emily repetía las palabras en silencio.
—Pero Los Ángeles estaba lleno de chicas que habían sido las más guapas del instituto y yo no era nada especial.
Me disponía a decirle que era muy especial, pero me interrumpió.
—Mira alrededor. Esta ciudad está llena de chicas monas. Están por todas partes y cada semana llegan mil más. ¿Te imaginas lo que es eso? En aquel entonces yo no lo sabía. El caso es que empecé a buscar trabajo, me di de narices contra un muro y terminé por hacer teatro de pago.
—¿Qué es eso?
—Producciones en las que pagas por un papel.
—¿Tú les pagas?
—Sí, porque siempre existe la posibilidad de que algún director célebre te vea, además de permitirte poner algo en el currículo. Después obtuve algunos papeles de figurante por los que sí me pagaban, y pensé que ya me hallaba en el camino a la fama. Entre obra y obra servía mesas y me hice las tetas y los labios.
—Se los agrandó —aclaró Emily—. Y un director de reparto le dijo que tenía que adelgazar cinco kilos.
—¿Se llamaba Kirsty? —pregunté con sarcasmo.
La historia de la vida de Lara quedó momentáneamente en suspenso mientras Emily despotricaba de Kirsty por decirme que necesitaba perder cinco kilos (había exagerado para que pareciera aún más bruja). Lara la calmó y Emily reanudó la narración.
—El director de reparto le dijo que adelgazara cinco kilos a pesar de que ya estaba como un fideo, de modo que Lara aumentó su ejercicio físico a cuatro horas diarias. Luego empezó a matarse de hambre y solo comía doce uvas y cinco galletas de arroz al día.
No la creí. Nadie podía sobrevivir con eso.
—Es cierto —confirmó Lara—. Siempre tenía hambre.
—A pesar de que tomabas pastillas —le recordó Emily.
—Es cierto. Conocía a todos los médicos que daban recetas falsas. Tomaba tanto speed, porque las pastillas de régimen no son más que eso, que siempre tenía la boca seca y el corazón acelerado...
—Y estaba permanentemente al borde del homicidio —añadió Emily.
—Era muy pobre e infeliz. De los siete días que tiene la semana, seis conseguía respetar el régimen. Pero, y era como la ruleta rusa porque nunca sabía qué recámara estaba cargada, un día me lo saltaba. Tres cajas de helado, medio kilo de chocolate, cuatro bolsas de galletas... y después me obligaba a vomitar.
—Bulimia —declaró Emily con gravedad—. Para lo que le sirvió.
—Cierto. En lugar de ascender a papeles con texto, hasta los papeles de figurante dejaron de llegarme. Dijeron que mi aspecto ya no estaba de moda, que las mujeres altas y rubias ya no se llevaban y ahora buscaban chicas desamparadas con aspecto de haber sido maltratadas de niñas.
Hizo una pausa y Emily prosiguió:
—Estuve en veintitrés audiciones seguidas sin recibir una sola llamada.
—Estuve en veintitrés audiciones seguidas sin recibir una sola llamada y llevaba dos años sin un trabajo de interpretación remunerado. Estaba sin blanca y cada día me hacía un poco mayor, el culo empezaba a colgarme, en mi cara comenzaban a asomar arrugas y cada semana mil chicas con diecinueve años de verdad bajaban del autobús y vendían por la ciudad sus cuerpos frescos de adolescentes. Me negué a volver a servir mesas, así que me acosté con un director que me prometió un papel. El papel nunca llegó. Estaba tan desesperada que luego me acosté con un escritor.
—¿Por que es peor acostarse con un escritor que con un director?
Emily y Lara se echaron a reír.
—Porque en Hollywood los escritores no tienen poder. Son las amebas de la cadena alimenticia de Hollywood, están incluso por debajo de los que sirven la comida en los platós.
—Luego —Lara se mordió el labio—, justo cuando creía que las cosas ya no podían ir peor, mi novia me dejó. Había descubierto que me había acostado con el director. No tenía trabajo, ni dinero, ni novia, ni respeto por mí misma, ni siquiera galletas de arroz. La larga y oscura hora del cóctel del alma. —Se echó a reír, pero añadió—: Fue horrible, te lo aseguro. El sueño había terminado, supe que estaba derrotada y eso me rompió el corazón. Me veía regresando en autobús a Portland y me sentí como el mayor fracaso de la historia del mundo. En fin, ya conoces mi sórdida vida de actriz.
—Al menos nunca hiciste una película porno —comenté para consolarla.
—Oh, sí la hice. —Lara me miró sorprendida—. Incluso la puse en mi currículo durante un tiempo.
—Pero vamos a la moraleja de la historia —insistió Emily—. No nos desviemos.
—La moraleja de la historia es que creía que nunca volvería a ser feliz —explicó Lara—. Tenía veintiséis años y nada a lo que agarrarme. Me había hecho cirugía plástica, había entregado varios años de mi vida, había agotado hasta la última gota de esperanza y no había conseguido nada. Me odiaba y deseaba morir.
—Intentó cortarse las venas —volvió a intervenir Emily.
—Pero ni siquiera eso me salió bien. ¿Sabías que debe hacerse a lo largo y no a lo ancho?
—Sí.
—Eres más lista que yo. El caso es que mí vida sí mejoró. Tomé la decisión de olvidarme de mis sueños porque me estaban matando y dejé de exigirme lo imposible. Cambié de actitud y decidí concentrarme en lo que tenía en lugar de concentrarme en lo que no tenía. Y, sobre todo, decidí que no iba a ser una amargada.
—Volviste al cole —dijo Emily.
—Volví al cole y dos días después de recibir el diploma me contrataron en una productora. De modo que, después de todo, había conseguido trabajar en el cine. Nunca había querido trabajar entre bastidores, siempre quise estar delante de la cámara, pero me aguanté. Y es cierto —continuó Lara— que de vez en cuando veo la cara de una chica en el monitor y deseo que fuera la mía. Pero la mayoría de las veces ni lo pienso. Me gusta mi trabajo, salvo en aquella ocasión en que casi me echaron por rechazar Two Dead Men. Me gustan las películas con las que trabajo y he madurado. Eso es todo.
—Me encanta esa historia-suspiró Emily—. Me hace pensar que me ocurra lo que me ocurra, saldré adelante. Y tú también, Maggie.
Nos sumimos en un silencio esperanzador y en ese momento reparé por primera vez en la conversación al otro lado del seto. Las perillas también estaban tomando el fresco en el jardín. Uno de ellos dijo:
—... duro y como verde... —Lo que generó gemidos y varios «¡Jo, tío!»—. Como mear cuchillas de afeitar —prosiguió la voz. Más gemidos.
—Enfermedad venérea —susurró Emily con la cara iluminada de asco—. Chis, escuchad. Uno de ellos tiene una infección.
Obviamente seguimos escuchando y hablaron de mear fuego y de una visita al matasanos.
—¿Quién de ellos es? —preguntó Lara—. ¿Ethan? ¿Curtís?
—Apuesto a que es Ethan.
—No parece su voz.
—Y Curtís es demasiado raro. ¿Quién iba a acostarse con él?
—Nunca se sabe.
Escuchamos un poco más. Quienquiera que fuera, en su pito había una guerra y el médico había contribuido al dolor introduciéndole en el mismo una especie de paraguas cerrado que, acto seguido, ¡se abrió! Gritos de horror sacudieron la noche y yo misma empecé a marearme.
—No puede ser Luis —dije—. Es demasiado dulce.
—¿Quién entonces?
—Tengo que averiguarlo. —Emily acercó la tumbona al seto, se subió a ella y asomó la cabeza—. ¿Quién de vosotros es? ¿Luis? Me sorprendes.
Todavía de pie sobre la tumbona, se volvió hacia nosotras.
—Es Luis, y preguntan si queremos hacerles una visita. Están tomando chupitos de tequila. ¡Chicos, eso está muy bien!
Pese a su sarcasmo, Emily aceptó la invitación y Lara también. Yo, por mi parte, no tuve inconveniente. Casi todo lo que hacía en Los Ángeles era extraño y nuevo para mí, y este caso no era una excepción.
Mientras cruzábamos la casa en penumbra, me lleve un susto de muerte al ver una silueta de más de dos metros de altura en un rincón. Era un Darth Vader de cartón, la posesión más preciada de Curtis.
—También tengo un C-3PO y un traje de Chewbacca —alardeó—. Y tres pósters originales.
Mira que era raro. Para mofarme, dije:
—Así que eres un treki.
- Guerra de las galaxias -replicó horrorizado—. Nada de Star Trek. -Luego le oí murmurar entre dientes—: Chicas.
Habían sacado su viejo sofá floreado al jardín, donde ahora Luis estaba instalado con cierto aire de convaleciente. Sus manos flotaban sobre su entrepierna como si quisiera protegerla. O quizá lo hacía para espantar miradas curiosas: Emily, Lara y yo teníamos la mirada clavada en la zona infectada.
—Chicas, parece que tengáis rayos X en los ojos —espetó con nerviosismo.
—No lo dudes. —Lara le lanzó un guiño.
Ethan repartió chupitos de tequila y se detuvo delante de mí.
—Te veo diferente —dijo con aire pensativo.
—Se ha quitado las mallas de la cabeza —informó Luis.
—No, es algo más. —Se detuvo un instante para darle un codazo a Curtis y aullarle como una madre—: Levanta el culo del sofá y deja sentar a las señoritas. —Luego prosiguió con su examen—, ¿No te habrás... afeitado el bigote?
—Se ha hecho las cejas —le sopló Lara.
—¡Ah, será eso!
Y así comenzó una agradable velada que tocó a su fin cuando estalló una discusión sobre quién debía comerse el gusano que había en el fondo de la botella.
—¡Basta! —reprendí a Lara y Emily, que estaban rojas de tanto discutir—. La botella es de Ethan. Dejádselo a él.
Después nos fuimos a casa y dormimos a pierna suelta.